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Toma de las afectaciones por inundación en Chalco.
En <i>Gatopardo</i> te presentamos siete estampas de las inundaciones que han alterado la vida de los vecinos de Chalco, en el Estado de México.
Casi un mes después de que el drenaje en la parte oriental de la cuenca del Valle de México dejara de dar de sí, y de que centenares de viviendas en los municipios de Valle de Chalco Solidaridad y Chalco de Díaz Covarrubias quedaran por completo inundadas —con metro y medio de agua, en algunas zonas—, no se sabe todavía con precisión la magnitud de la tragedia. Se prevé una subida en la incidencia de enfermedades infecciosas, desplazamiento de miles de personas y costos estratosféricos en reparación de infraestructura. Se alega y discute lo que se ha dicho siempre: gestión desastrosa del agua y falta de coordinación política. Sin embargo, si se quiere comprender lo que realmente se perdió en Chalco, esto que vimos el 29 de agosto es apenas el comienzo.
La casa que compró Natividad hace 40 años
Natividad está sentada junto a otras dos mujeres de su familia, mientras los pares de botas de hule se secan. A algunos habitantes de la colonia Culturas de México, la zona cero de las inundaciones de Chalco, les han regalado botas las decenas de personas de los tres niveles de gobierno que trabajan aquí, pero a Natividad y su familia no. Ellas las compraron con su propio dinero, así como Natividad compró la casa en la que viven desde hace 40 años, cuando este lugar era un sembradío, había ganado y no se inundaba.
“Cada año es lo mismo. Este año ya perdimos todo. Todavía no tenemos nada de cosas. No tenemos apoyo. No se vale, ya no tenemos ni camas donde dormir”, dice Natividad, que se muestra preocupada por el tiempo que seguirá alojándose con una de sus hijas porque no puede volver a su hogar. “¿Qué va a pasar? Yo me estoy alojando con mi hija, pero me cuestan los pasajes y yo no tengo dinero, yo no genero dinero para estar allá”.
El taxi de Luis Antonio
Luis Antonio trabaja una tarde de jueves ayudando a jalar las mangueras de bombeo que han colocado para sacar agua de su colonia y llevarla hacia el drenaje el cual, como no se ha terminado de limpiar, con cada día de lluvia vuelve a inundarse más. Al fondo se observan tres escenas: una lancha empujada por varios marinos que ayudan a los habitantes a llegar a sus casas, un enorme camión gris de la Secretaría de Marina y un pequeño Nissan blanco con el agua a la mitad que es impactado por el camión.
Mientras jala las mangueras, los demás avisan a Luis Antonio que ya le pegaron a su vehículo. Se enoja, aunque no por mucho tiempo porque ya lo da por perdido. “Lo tenía estacionado afuera de la casa. Empezó a llover y se le metió el agua. Se metió a los asientos, al parabrisas y todo. El motor ya no sirve. Es pérdida total, no creo que prenda, ya lleva mes y medio ahí inundado”.
La tienda esotérica de Silvia
Ha pasado un mes de inundaciones en Culturas de México y las autoridades lo atribuyen a la basura que tiene tapado el sistema de drenaje. Las escuelas no tienen clases, los comercios no están abiertos y la gente fue desalojada de la mayoría de las casas. Es difícil mantener una buena actitud frente a un escenario así, pero Silvia la tiene: está parada en el filo de unos tabiques frente a su negocio observando cómo pasan camiones con policía estatal e intentando que las olas que genera el vehículo no lleguen a su tienda esotérica.
Cometo el error de preguntarle cómo llegó al mundo del esoterismo y me corrige de inmediato para indicarme que es algo que viene de nacimiento, que no se estudia. Al decirlo, el turbante blanco que lleva en la cabeza permanece intacto y la curiosidad avanza.
–¿Qué tipo de gente viene a su tienda?
–Viene todo tipo, pero yo me inclino más en ayudar a la gente para que esté bien. El daño cualquiera lo puede hacer, pero me inclino más a hacer el bien.
–¿Qué puede hacer usted por la gente para que le vaya bien?
–Abrirle los caminos para que tengan trabajo, para que no se enfermen; de hecho, hasta para las cirugías, para que salgan bien. La oración es lo más potente.
Las inundaciones arruinaron cajas completas de veladoras, muebles, cirios. “Se tiraron muchas cosas porque todo estaba lleno ya de suciedad, de gusanos, de lombrices. Fue una pérdida grande”. Además, su casa también se inundó y perdió todas las pertenencias que tenía en la planta baja; ahora sólo le queda un cuarto arriba, donde pudo rescatar una televisión y un colchón. “Años para comprar vitrinas, comedor, cocina, estufa, sala. Tardamos años y mucho sacrificio. Estamos todos en el mismo barco”.
Las camitas de Cloey y Nena
Hace tres años llegó Cloey a la vida de Rocío. Es una pequeña perrita con manchas blancas y negras que esta tarde juguetea en los restos de la inundación del patio de una propiedad, donde viven siete familias. Corretea una mosca que se le pierde en unas hierbas verdes, luego sigue a su dueña; luego, cuando intentamos fotografiarla, se orina y tiembla del miedo.
Dicen que los perros son criaturas de rutinas y Cloey también perdió su cotidianidad, una pequeña tragedia que la hermana con Nena, otra perrita que vive en este predio de la calle Chalchihueiticue. A pesar de que a las camitas de ambas las pusieron en tabiques, el agua negra también las alcanzó. Estas semanas duermen en una almohada.
También te puede interesar leer: "Un chaleco antibalas para reportar desde Venezuela".
“Ahorita con todo esto también andan nerviosas y pues sí les afecta mucho”, dice Rocío, a quien le preguntamos si sus mascotas han recibido algún apoyo. “Sí, a ellos, gracias a Dios, les han dado croquetas porque mi niña tiene una discapacidad y yo creo que les da ternura, no sé; los de allá afuera le dicen ‘ten para tu perrito’”.
Una cartulina que reclama ayuda al presidente de la República está pegada al exterior de este predio, en el que las habitantes dicen que no han venido a censarlas para evaluar sus daños, hecho que no las detiene porque dentro hay otra cartulina que anuncia la rutina de limpieza de toda la semana: el lunes le toca a Cristian, el martes a Viridiana, el miércoles a Nely, el jueves a Selene, el viernes a Rocío, el sábado a Marlen y el domingo a Nancy.
Aún quedan varios cuartos con un nivel de agua de aproximadamente cinco centímetros, así que la limpieza es una labor indispensable para que no sigan picando los moscos a los muchos niños que viven aquí.
Las clases en la secundaria 627
La vida permanece suspendida en Culturas de México, el deportivo donde deberían ejercitarse las personas es ahora de la Marina y el Ejército que han instalado carpas de atención médica, una cocina y una planta potabilizadora. La que debería ser la Escuela Secundaria Núm. 627 es ahora un centro de operaciones en el que se ofrecen vacunas, se reparte agua y entran y salen funcionarios estatales que, vestidos con chalecos, van recogiendo datos de la gente.
Entre ruidos de bombas de agua y esquivando las decenas de mangueras que van de las inundaciones a las coladeras, permanece el triciclo de Eloy Rafael, quien ofrece frituras de color naranja en bolsitas. La secundaria era la zona donde más vendía y hoy el agua —a la que le decimos negra, pero en realidad es verde— está afectando su bicicleta: “Nos daña lo que es la llanta y las cubetas que traemos. Ayer llovió, y pues se vino con todo. Nos está afectando porque hay mucho mosco, el agua contaminada nos afecta en la salud, la gripa y todo eso”.
Las mangueras del camión que maneja Israel
Israel se refugia un momento del sol bajo una lona que instaló en el enorme camión amarillo que maneja con los logos del Gobierno de la Ciudad de México. Su papá también trabajaba en el mantenimiento de la capital y le heredó la plaza hace algún tiempo. “Normalmente hacemos mantenimiento a las lumbreras en general o podemos estar soldando. Podemos estar haciendo diferentes cosas, pero hoy nos pidieron apoyo aquí en Chalco”, cuenta al pie de la caja del camión. Empezó a trabajar a las 7 de la mañana y se quedará hasta el día siguiente.
Está molesto porque ha puesto señalizaciones para que los automóviles no rompan las mangueras con las que sacan el agua los motores de su enorme camión. Mientras conversamos, un automóvil ignora las señales y las daña, provocando un agujero por donde el agua que debería regresar al drenaje vuelve a las calles de Culturas de México.
“Deberían de saber que al estar nosotros aquí bombeando deberían tener respeto porque hay veces que no saben el trabajo de nosotros y nos restan importancia”, se lamenta mientras mira a un grupo de hombres que se ha reunido para abuchear al conductor del automóvil. Parece que no es la primera vez que le pasa algo así a Israel.
Las cosas de Marlén y sus tres hijos
Marlén es empleada de una feria, un trabajo con el que quizá alguna vez los niños soñamos, hasta que ya de adultos lo pensamos mejor. Su labor se lleva a cabo en las noches, en lugares lejanos y dura hasta la madrugada, lejos de sus tres hijos que, como madre autónoma, tiene que encargar con alguien más.
“Yo le digo a mis hijos ‘me voy a la feria’, dicen ‘¡ay, qué bueno!’, porque a lo mejor piensan que me voy a subir o me voy a divertir, pero no, trabajamos aunque esté lloviendo. La verdad es muy difícil trabajar en ese lugar. Nos pagan muy poquito”, se queja sin mucha esperanza de volver pronto a su trabajo. El dinero se le ha agotado, perdió todas sus cosas, ahora ya no puede ni cocinar y espera las despensas tanto del gobierno como de civiles y empresas que se han sumado a ayudar. Además, ella y sus vecinas comparten algo de arroz y café.
El baño también es una dificultad porque no se pueden duchar ni jalar la palanca del retrete, por el temor a que el agua residual no se desagüe y se regrese. A pesar de que su calle ya está seca, en el interior de las viviendas la historia es otra. “La verdad huele muy feo, hay muchos moscos. Se sube toda la suciedad por arriba de las coladeras. Es algo difícil y asqueroso, la verdad. Nos enfermamos de gastroenteritis, duramos más de una semana con calenturas, vómitos, diarreas y apenas ahí vamos saliendo”.
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Por ahora, la promesa de los gobiernos federal y estatal es una inversión de 115 millones de pesos para el rescate del drenaje en Chalco, el reinicio de las obras del colector Solidaridad y la construcción de un túnel adicional de 4 kilómetros para evitar inundaciones futuras.
En <i>Gatopardo</i> te presentamos siete estampas de las inundaciones que han alterado la vida de los vecinos de Chalco, en el Estado de México.
Casi un mes después de que el drenaje en la parte oriental de la cuenca del Valle de México dejara de dar de sí, y de que centenares de viviendas en los municipios de Valle de Chalco Solidaridad y Chalco de Díaz Covarrubias quedaran por completo inundadas —con metro y medio de agua, en algunas zonas—, no se sabe todavía con precisión la magnitud de la tragedia. Se prevé una subida en la incidencia de enfermedades infecciosas, desplazamiento de miles de personas y costos estratosféricos en reparación de infraestructura. Se alega y discute lo que se ha dicho siempre: gestión desastrosa del agua y falta de coordinación política. Sin embargo, si se quiere comprender lo que realmente se perdió en Chalco, esto que vimos el 29 de agosto es apenas el comienzo.
La casa que compró Natividad hace 40 años
Natividad está sentada junto a otras dos mujeres de su familia, mientras los pares de botas de hule se secan. A algunos habitantes de la colonia Culturas de México, la zona cero de las inundaciones de Chalco, les han regalado botas las decenas de personas de los tres niveles de gobierno que trabajan aquí, pero a Natividad y su familia no. Ellas las compraron con su propio dinero, así como Natividad compró la casa en la que viven desde hace 40 años, cuando este lugar era un sembradío, había ganado y no se inundaba.
“Cada año es lo mismo. Este año ya perdimos todo. Todavía no tenemos nada de cosas. No tenemos apoyo. No se vale, ya no tenemos ni camas donde dormir”, dice Natividad, que se muestra preocupada por el tiempo que seguirá alojándose con una de sus hijas porque no puede volver a su hogar. “¿Qué va a pasar? Yo me estoy alojando con mi hija, pero me cuestan los pasajes y yo no tengo dinero, yo no genero dinero para estar allá”.
El taxi de Luis Antonio
Luis Antonio trabaja una tarde de jueves ayudando a jalar las mangueras de bombeo que han colocado para sacar agua de su colonia y llevarla hacia el drenaje el cual, como no se ha terminado de limpiar, con cada día de lluvia vuelve a inundarse más. Al fondo se observan tres escenas: una lancha empujada por varios marinos que ayudan a los habitantes a llegar a sus casas, un enorme camión gris de la Secretaría de Marina y un pequeño Nissan blanco con el agua a la mitad que es impactado por el camión.
Mientras jala las mangueras, los demás avisan a Luis Antonio que ya le pegaron a su vehículo. Se enoja, aunque no por mucho tiempo porque ya lo da por perdido. “Lo tenía estacionado afuera de la casa. Empezó a llover y se le metió el agua. Se metió a los asientos, al parabrisas y todo. El motor ya no sirve. Es pérdida total, no creo que prenda, ya lleva mes y medio ahí inundado”.
La tienda esotérica de Silvia
Ha pasado un mes de inundaciones en Culturas de México y las autoridades lo atribuyen a la basura que tiene tapado el sistema de drenaje. Las escuelas no tienen clases, los comercios no están abiertos y la gente fue desalojada de la mayoría de las casas. Es difícil mantener una buena actitud frente a un escenario así, pero Silvia la tiene: está parada en el filo de unos tabiques frente a su negocio observando cómo pasan camiones con policía estatal e intentando que las olas que genera el vehículo no lleguen a su tienda esotérica.
Cometo el error de preguntarle cómo llegó al mundo del esoterismo y me corrige de inmediato para indicarme que es algo que viene de nacimiento, que no se estudia. Al decirlo, el turbante blanco que lleva en la cabeza permanece intacto y la curiosidad avanza.
–¿Qué tipo de gente viene a su tienda?
–Viene todo tipo, pero yo me inclino más en ayudar a la gente para que esté bien. El daño cualquiera lo puede hacer, pero me inclino más a hacer el bien.
–¿Qué puede hacer usted por la gente para que le vaya bien?
–Abrirle los caminos para que tengan trabajo, para que no se enfermen; de hecho, hasta para las cirugías, para que salgan bien. La oración es lo más potente.
Las inundaciones arruinaron cajas completas de veladoras, muebles, cirios. “Se tiraron muchas cosas porque todo estaba lleno ya de suciedad, de gusanos, de lombrices. Fue una pérdida grande”. Además, su casa también se inundó y perdió todas las pertenencias que tenía en la planta baja; ahora sólo le queda un cuarto arriba, donde pudo rescatar una televisión y un colchón. “Años para comprar vitrinas, comedor, cocina, estufa, sala. Tardamos años y mucho sacrificio. Estamos todos en el mismo barco”.
Las camitas de Cloey y Nena
Hace tres años llegó Cloey a la vida de Rocío. Es una pequeña perrita con manchas blancas y negras que esta tarde juguetea en los restos de la inundación del patio de una propiedad, donde viven siete familias. Corretea una mosca que se le pierde en unas hierbas verdes, luego sigue a su dueña; luego, cuando intentamos fotografiarla, se orina y tiembla del miedo.
Dicen que los perros son criaturas de rutinas y Cloey también perdió su cotidianidad, una pequeña tragedia que la hermana con Nena, otra perrita que vive en este predio de la calle Chalchihueiticue. A pesar de que a las camitas de ambas las pusieron en tabiques, el agua negra también las alcanzó. Estas semanas duermen en una almohada.
También te puede interesar leer: "Un chaleco antibalas para reportar desde Venezuela".
“Ahorita con todo esto también andan nerviosas y pues sí les afecta mucho”, dice Rocío, a quien le preguntamos si sus mascotas han recibido algún apoyo. “Sí, a ellos, gracias a Dios, les han dado croquetas porque mi niña tiene una discapacidad y yo creo que les da ternura, no sé; los de allá afuera le dicen ‘ten para tu perrito’”.
Una cartulina que reclama ayuda al presidente de la República está pegada al exterior de este predio, en el que las habitantes dicen que no han venido a censarlas para evaluar sus daños, hecho que no las detiene porque dentro hay otra cartulina que anuncia la rutina de limpieza de toda la semana: el lunes le toca a Cristian, el martes a Viridiana, el miércoles a Nely, el jueves a Selene, el viernes a Rocío, el sábado a Marlen y el domingo a Nancy.
Aún quedan varios cuartos con un nivel de agua de aproximadamente cinco centímetros, así que la limpieza es una labor indispensable para que no sigan picando los moscos a los muchos niños que viven aquí.
Las clases en la secundaria 627
La vida permanece suspendida en Culturas de México, el deportivo donde deberían ejercitarse las personas es ahora de la Marina y el Ejército que han instalado carpas de atención médica, una cocina y una planta potabilizadora. La que debería ser la Escuela Secundaria Núm. 627 es ahora un centro de operaciones en el que se ofrecen vacunas, se reparte agua y entran y salen funcionarios estatales que, vestidos con chalecos, van recogiendo datos de la gente.
Entre ruidos de bombas de agua y esquivando las decenas de mangueras que van de las inundaciones a las coladeras, permanece el triciclo de Eloy Rafael, quien ofrece frituras de color naranja en bolsitas. La secundaria era la zona donde más vendía y hoy el agua —a la que le decimos negra, pero en realidad es verde— está afectando su bicicleta: “Nos daña lo que es la llanta y las cubetas que traemos. Ayer llovió, y pues se vino con todo. Nos está afectando porque hay mucho mosco, el agua contaminada nos afecta en la salud, la gripa y todo eso”.
Las mangueras del camión que maneja Israel
Israel se refugia un momento del sol bajo una lona que instaló en el enorme camión amarillo que maneja con los logos del Gobierno de la Ciudad de México. Su papá también trabajaba en el mantenimiento de la capital y le heredó la plaza hace algún tiempo. “Normalmente hacemos mantenimiento a las lumbreras en general o podemos estar soldando. Podemos estar haciendo diferentes cosas, pero hoy nos pidieron apoyo aquí en Chalco”, cuenta al pie de la caja del camión. Empezó a trabajar a las 7 de la mañana y se quedará hasta el día siguiente.
Está molesto porque ha puesto señalizaciones para que los automóviles no rompan las mangueras con las que sacan el agua los motores de su enorme camión. Mientras conversamos, un automóvil ignora las señales y las daña, provocando un agujero por donde el agua que debería regresar al drenaje vuelve a las calles de Culturas de México.
“Deberían de saber que al estar nosotros aquí bombeando deberían tener respeto porque hay veces que no saben el trabajo de nosotros y nos restan importancia”, se lamenta mientras mira a un grupo de hombres que se ha reunido para abuchear al conductor del automóvil. Parece que no es la primera vez que le pasa algo así a Israel.
Las cosas de Marlén y sus tres hijos
Marlén es empleada de una feria, un trabajo con el que quizá alguna vez los niños soñamos, hasta que ya de adultos lo pensamos mejor. Su labor se lleva a cabo en las noches, en lugares lejanos y dura hasta la madrugada, lejos de sus tres hijos que, como madre autónoma, tiene que encargar con alguien más.
“Yo le digo a mis hijos ‘me voy a la feria’, dicen ‘¡ay, qué bueno!’, porque a lo mejor piensan que me voy a subir o me voy a divertir, pero no, trabajamos aunque esté lloviendo. La verdad es muy difícil trabajar en ese lugar. Nos pagan muy poquito”, se queja sin mucha esperanza de volver pronto a su trabajo. El dinero se le ha agotado, perdió todas sus cosas, ahora ya no puede ni cocinar y espera las despensas tanto del gobierno como de civiles y empresas que se han sumado a ayudar. Además, ella y sus vecinas comparten algo de arroz y café.
El baño también es una dificultad porque no se pueden duchar ni jalar la palanca del retrete, por el temor a que el agua residual no se desagüe y se regrese. A pesar de que su calle ya está seca, en el interior de las viviendas la historia es otra. “La verdad huele muy feo, hay muchos moscos. Se sube toda la suciedad por arriba de las coladeras. Es algo difícil y asqueroso, la verdad. Nos enfermamos de gastroenteritis, duramos más de una semana con calenturas, vómitos, diarreas y apenas ahí vamos saliendo”.
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Por ahora, la promesa de los gobiernos federal y estatal es una inversión de 115 millones de pesos para el rescate del drenaje en Chalco, el reinicio de las obras del colector Solidaridad y la construcción de un túnel adicional de 4 kilómetros para evitar inundaciones futuras.
Toma de las afectaciones por inundación en Chalco.
En <i>Gatopardo</i> te presentamos siete estampas de las inundaciones que han alterado la vida de los vecinos de Chalco, en el Estado de México.
Casi un mes después de que el drenaje en la parte oriental de la cuenca del Valle de México dejara de dar de sí, y de que centenares de viviendas en los municipios de Valle de Chalco Solidaridad y Chalco de Díaz Covarrubias quedaran por completo inundadas —con metro y medio de agua, en algunas zonas—, no se sabe todavía con precisión la magnitud de la tragedia. Se prevé una subida en la incidencia de enfermedades infecciosas, desplazamiento de miles de personas y costos estratosféricos en reparación de infraestructura. Se alega y discute lo que se ha dicho siempre: gestión desastrosa del agua y falta de coordinación política. Sin embargo, si se quiere comprender lo que realmente se perdió en Chalco, esto que vimos el 29 de agosto es apenas el comienzo.
La casa que compró Natividad hace 40 años
Natividad está sentada junto a otras dos mujeres de su familia, mientras los pares de botas de hule se secan. A algunos habitantes de la colonia Culturas de México, la zona cero de las inundaciones de Chalco, les han regalado botas las decenas de personas de los tres niveles de gobierno que trabajan aquí, pero a Natividad y su familia no. Ellas las compraron con su propio dinero, así como Natividad compró la casa en la que viven desde hace 40 años, cuando este lugar era un sembradío, había ganado y no se inundaba.
“Cada año es lo mismo. Este año ya perdimos todo. Todavía no tenemos nada de cosas. No tenemos apoyo. No se vale, ya no tenemos ni camas donde dormir”, dice Natividad, que se muestra preocupada por el tiempo que seguirá alojándose con una de sus hijas porque no puede volver a su hogar. “¿Qué va a pasar? Yo me estoy alojando con mi hija, pero me cuestan los pasajes y yo no tengo dinero, yo no genero dinero para estar allá”.
El taxi de Luis Antonio
Luis Antonio trabaja una tarde de jueves ayudando a jalar las mangueras de bombeo que han colocado para sacar agua de su colonia y llevarla hacia el drenaje el cual, como no se ha terminado de limpiar, con cada día de lluvia vuelve a inundarse más. Al fondo se observan tres escenas: una lancha empujada por varios marinos que ayudan a los habitantes a llegar a sus casas, un enorme camión gris de la Secretaría de Marina y un pequeño Nissan blanco con el agua a la mitad que es impactado por el camión.
Mientras jala las mangueras, los demás avisan a Luis Antonio que ya le pegaron a su vehículo. Se enoja, aunque no por mucho tiempo porque ya lo da por perdido. “Lo tenía estacionado afuera de la casa. Empezó a llover y se le metió el agua. Se metió a los asientos, al parabrisas y todo. El motor ya no sirve. Es pérdida total, no creo que prenda, ya lleva mes y medio ahí inundado”.
La tienda esotérica de Silvia
Ha pasado un mes de inundaciones en Culturas de México y las autoridades lo atribuyen a la basura que tiene tapado el sistema de drenaje. Las escuelas no tienen clases, los comercios no están abiertos y la gente fue desalojada de la mayoría de las casas. Es difícil mantener una buena actitud frente a un escenario así, pero Silvia la tiene: está parada en el filo de unos tabiques frente a su negocio observando cómo pasan camiones con policía estatal e intentando que las olas que genera el vehículo no lleguen a su tienda esotérica.
Cometo el error de preguntarle cómo llegó al mundo del esoterismo y me corrige de inmediato para indicarme que es algo que viene de nacimiento, que no se estudia. Al decirlo, el turbante blanco que lleva en la cabeza permanece intacto y la curiosidad avanza.
–¿Qué tipo de gente viene a su tienda?
–Viene todo tipo, pero yo me inclino más en ayudar a la gente para que esté bien. El daño cualquiera lo puede hacer, pero me inclino más a hacer el bien.
–¿Qué puede hacer usted por la gente para que le vaya bien?
–Abrirle los caminos para que tengan trabajo, para que no se enfermen; de hecho, hasta para las cirugías, para que salgan bien. La oración es lo más potente.
Las inundaciones arruinaron cajas completas de veladoras, muebles, cirios. “Se tiraron muchas cosas porque todo estaba lleno ya de suciedad, de gusanos, de lombrices. Fue una pérdida grande”. Además, su casa también se inundó y perdió todas las pertenencias que tenía en la planta baja; ahora sólo le queda un cuarto arriba, donde pudo rescatar una televisión y un colchón. “Años para comprar vitrinas, comedor, cocina, estufa, sala. Tardamos años y mucho sacrificio. Estamos todos en el mismo barco”.
Las camitas de Cloey y Nena
Hace tres años llegó Cloey a la vida de Rocío. Es una pequeña perrita con manchas blancas y negras que esta tarde juguetea en los restos de la inundación del patio de una propiedad, donde viven siete familias. Corretea una mosca que se le pierde en unas hierbas verdes, luego sigue a su dueña; luego, cuando intentamos fotografiarla, se orina y tiembla del miedo.
Dicen que los perros son criaturas de rutinas y Cloey también perdió su cotidianidad, una pequeña tragedia que la hermana con Nena, otra perrita que vive en este predio de la calle Chalchihueiticue. A pesar de que a las camitas de ambas las pusieron en tabiques, el agua negra también las alcanzó. Estas semanas duermen en una almohada.
También te puede interesar leer: "Un chaleco antibalas para reportar desde Venezuela".
“Ahorita con todo esto también andan nerviosas y pues sí les afecta mucho”, dice Rocío, a quien le preguntamos si sus mascotas han recibido algún apoyo. “Sí, a ellos, gracias a Dios, les han dado croquetas porque mi niña tiene una discapacidad y yo creo que les da ternura, no sé; los de allá afuera le dicen ‘ten para tu perrito’”.
Una cartulina que reclama ayuda al presidente de la República está pegada al exterior de este predio, en el que las habitantes dicen que no han venido a censarlas para evaluar sus daños, hecho que no las detiene porque dentro hay otra cartulina que anuncia la rutina de limpieza de toda la semana: el lunes le toca a Cristian, el martes a Viridiana, el miércoles a Nely, el jueves a Selene, el viernes a Rocío, el sábado a Marlen y el domingo a Nancy.
Aún quedan varios cuartos con un nivel de agua de aproximadamente cinco centímetros, así que la limpieza es una labor indispensable para que no sigan picando los moscos a los muchos niños que viven aquí.
Las clases en la secundaria 627
La vida permanece suspendida en Culturas de México, el deportivo donde deberían ejercitarse las personas es ahora de la Marina y el Ejército que han instalado carpas de atención médica, una cocina y una planta potabilizadora. La que debería ser la Escuela Secundaria Núm. 627 es ahora un centro de operaciones en el que se ofrecen vacunas, se reparte agua y entran y salen funcionarios estatales que, vestidos con chalecos, van recogiendo datos de la gente.
Entre ruidos de bombas de agua y esquivando las decenas de mangueras que van de las inundaciones a las coladeras, permanece el triciclo de Eloy Rafael, quien ofrece frituras de color naranja en bolsitas. La secundaria era la zona donde más vendía y hoy el agua —a la que le decimos negra, pero en realidad es verde— está afectando su bicicleta: “Nos daña lo que es la llanta y las cubetas que traemos. Ayer llovió, y pues se vino con todo. Nos está afectando porque hay mucho mosco, el agua contaminada nos afecta en la salud, la gripa y todo eso”.
Las mangueras del camión que maneja Israel
Israel se refugia un momento del sol bajo una lona que instaló en el enorme camión amarillo que maneja con los logos del Gobierno de la Ciudad de México. Su papá también trabajaba en el mantenimiento de la capital y le heredó la plaza hace algún tiempo. “Normalmente hacemos mantenimiento a las lumbreras en general o podemos estar soldando. Podemos estar haciendo diferentes cosas, pero hoy nos pidieron apoyo aquí en Chalco”, cuenta al pie de la caja del camión. Empezó a trabajar a las 7 de la mañana y se quedará hasta el día siguiente.
Está molesto porque ha puesto señalizaciones para que los automóviles no rompan las mangueras con las que sacan el agua los motores de su enorme camión. Mientras conversamos, un automóvil ignora las señales y las daña, provocando un agujero por donde el agua que debería regresar al drenaje vuelve a las calles de Culturas de México.
“Deberían de saber que al estar nosotros aquí bombeando deberían tener respeto porque hay veces que no saben el trabajo de nosotros y nos restan importancia”, se lamenta mientras mira a un grupo de hombres que se ha reunido para abuchear al conductor del automóvil. Parece que no es la primera vez que le pasa algo así a Israel.
Las cosas de Marlén y sus tres hijos
Marlén es empleada de una feria, un trabajo con el que quizá alguna vez los niños soñamos, hasta que ya de adultos lo pensamos mejor. Su labor se lleva a cabo en las noches, en lugares lejanos y dura hasta la madrugada, lejos de sus tres hijos que, como madre autónoma, tiene que encargar con alguien más.
“Yo le digo a mis hijos ‘me voy a la feria’, dicen ‘¡ay, qué bueno!’, porque a lo mejor piensan que me voy a subir o me voy a divertir, pero no, trabajamos aunque esté lloviendo. La verdad es muy difícil trabajar en ese lugar. Nos pagan muy poquito”, se queja sin mucha esperanza de volver pronto a su trabajo. El dinero se le ha agotado, perdió todas sus cosas, ahora ya no puede ni cocinar y espera las despensas tanto del gobierno como de civiles y empresas que se han sumado a ayudar. Además, ella y sus vecinas comparten algo de arroz y café.
El baño también es una dificultad porque no se pueden duchar ni jalar la palanca del retrete, por el temor a que el agua residual no se desagüe y se regrese. A pesar de que su calle ya está seca, en el interior de las viviendas la historia es otra. “La verdad huele muy feo, hay muchos moscos. Se sube toda la suciedad por arriba de las coladeras. Es algo difícil y asqueroso, la verdad. Nos enfermamos de gastroenteritis, duramos más de una semana con calenturas, vómitos, diarreas y apenas ahí vamos saliendo”.
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Por ahora, la promesa de los gobiernos federal y estatal es una inversión de 115 millones de pesos para el rescate del drenaje en Chalco, el reinicio de las obras del colector Solidaridad y la construcción de un túnel adicional de 4 kilómetros para evitar inundaciones futuras.
En <i>Gatopardo</i> te presentamos siete estampas de las inundaciones que han alterado la vida de los vecinos de Chalco, en el Estado de México.
Casi un mes después de que el drenaje en la parte oriental de la cuenca del Valle de México dejara de dar de sí, y de que centenares de viviendas en los municipios de Valle de Chalco Solidaridad y Chalco de Díaz Covarrubias quedaran por completo inundadas —con metro y medio de agua, en algunas zonas—, no se sabe todavía con precisión la magnitud de la tragedia. Se prevé una subida en la incidencia de enfermedades infecciosas, desplazamiento de miles de personas y costos estratosféricos en reparación de infraestructura. Se alega y discute lo que se ha dicho siempre: gestión desastrosa del agua y falta de coordinación política. Sin embargo, si se quiere comprender lo que realmente se perdió en Chalco, esto que vimos el 29 de agosto es apenas el comienzo.
La casa que compró Natividad hace 40 años
Natividad está sentada junto a otras dos mujeres de su familia, mientras los pares de botas de hule se secan. A algunos habitantes de la colonia Culturas de México, la zona cero de las inundaciones de Chalco, les han regalado botas las decenas de personas de los tres niveles de gobierno que trabajan aquí, pero a Natividad y su familia no. Ellas las compraron con su propio dinero, así como Natividad compró la casa en la que viven desde hace 40 años, cuando este lugar era un sembradío, había ganado y no se inundaba.
“Cada año es lo mismo. Este año ya perdimos todo. Todavía no tenemos nada de cosas. No tenemos apoyo. No se vale, ya no tenemos ni camas donde dormir”, dice Natividad, que se muestra preocupada por el tiempo que seguirá alojándose con una de sus hijas porque no puede volver a su hogar. “¿Qué va a pasar? Yo me estoy alojando con mi hija, pero me cuestan los pasajes y yo no tengo dinero, yo no genero dinero para estar allá”.
El taxi de Luis Antonio
Luis Antonio trabaja una tarde de jueves ayudando a jalar las mangueras de bombeo que han colocado para sacar agua de su colonia y llevarla hacia el drenaje el cual, como no se ha terminado de limpiar, con cada día de lluvia vuelve a inundarse más. Al fondo se observan tres escenas: una lancha empujada por varios marinos que ayudan a los habitantes a llegar a sus casas, un enorme camión gris de la Secretaría de Marina y un pequeño Nissan blanco con el agua a la mitad que es impactado por el camión.
Mientras jala las mangueras, los demás avisan a Luis Antonio que ya le pegaron a su vehículo. Se enoja, aunque no por mucho tiempo porque ya lo da por perdido. “Lo tenía estacionado afuera de la casa. Empezó a llover y se le metió el agua. Se metió a los asientos, al parabrisas y todo. El motor ya no sirve. Es pérdida total, no creo que prenda, ya lleva mes y medio ahí inundado”.
La tienda esotérica de Silvia
Ha pasado un mes de inundaciones en Culturas de México y las autoridades lo atribuyen a la basura que tiene tapado el sistema de drenaje. Las escuelas no tienen clases, los comercios no están abiertos y la gente fue desalojada de la mayoría de las casas. Es difícil mantener una buena actitud frente a un escenario así, pero Silvia la tiene: está parada en el filo de unos tabiques frente a su negocio observando cómo pasan camiones con policía estatal e intentando que las olas que genera el vehículo no lleguen a su tienda esotérica.
Cometo el error de preguntarle cómo llegó al mundo del esoterismo y me corrige de inmediato para indicarme que es algo que viene de nacimiento, que no se estudia. Al decirlo, el turbante blanco que lleva en la cabeza permanece intacto y la curiosidad avanza.
–¿Qué tipo de gente viene a su tienda?
–Viene todo tipo, pero yo me inclino más en ayudar a la gente para que esté bien. El daño cualquiera lo puede hacer, pero me inclino más a hacer el bien.
–¿Qué puede hacer usted por la gente para que le vaya bien?
–Abrirle los caminos para que tengan trabajo, para que no se enfermen; de hecho, hasta para las cirugías, para que salgan bien. La oración es lo más potente.
Las inundaciones arruinaron cajas completas de veladoras, muebles, cirios. “Se tiraron muchas cosas porque todo estaba lleno ya de suciedad, de gusanos, de lombrices. Fue una pérdida grande”. Además, su casa también se inundó y perdió todas las pertenencias que tenía en la planta baja; ahora sólo le queda un cuarto arriba, donde pudo rescatar una televisión y un colchón. “Años para comprar vitrinas, comedor, cocina, estufa, sala. Tardamos años y mucho sacrificio. Estamos todos en el mismo barco”.
Las camitas de Cloey y Nena
Hace tres años llegó Cloey a la vida de Rocío. Es una pequeña perrita con manchas blancas y negras que esta tarde juguetea en los restos de la inundación del patio de una propiedad, donde viven siete familias. Corretea una mosca que se le pierde en unas hierbas verdes, luego sigue a su dueña; luego, cuando intentamos fotografiarla, se orina y tiembla del miedo.
Dicen que los perros son criaturas de rutinas y Cloey también perdió su cotidianidad, una pequeña tragedia que la hermana con Nena, otra perrita que vive en este predio de la calle Chalchihueiticue. A pesar de que a las camitas de ambas las pusieron en tabiques, el agua negra también las alcanzó. Estas semanas duermen en una almohada.
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“Ahorita con todo esto también andan nerviosas y pues sí les afecta mucho”, dice Rocío, a quien le preguntamos si sus mascotas han recibido algún apoyo. “Sí, a ellos, gracias a Dios, les han dado croquetas porque mi niña tiene una discapacidad y yo creo que les da ternura, no sé; los de allá afuera le dicen ‘ten para tu perrito’”.
Una cartulina que reclama ayuda al presidente de la República está pegada al exterior de este predio, en el que las habitantes dicen que no han venido a censarlas para evaluar sus daños, hecho que no las detiene porque dentro hay otra cartulina que anuncia la rutina de limpieza de toda la semana: el lunes le toca a Cristian, el martes a Viridiana, el miércoles a Nely, el jueves a Selene, el viernes a Rocío, el sábado a Marlen y el domingo a Nancy.
Aún quedan varios cuartos con un nivel de agua de aproximadamente cinco centímetros, así que la limpieza es una labor indispensable para que no sigan picando los moscos a los muchos niños que viven aquí.
Las clases en la secundaria 627
La vida permanece suspendida en Culturas de México, el deportivo donde deberían ejercitarse las personas es ahora de la Marina y el Ejército que han instalado carpas de atención médica, una cocina y una planta potabilizadora. La que debería ser la Escuela Secundaria Núm. 627 es ahora un centro de operaciones en el que se ofrecen vacunas, se reparte agua y entran y salen funcionarios estatales que, vestidos con chalecos, van recogiendo datos de la gente.
Entre ruidos de bombas de agua y esquivando las decenas de mangueras que van de las inundaciones a las coladeras, permanece el triciclo de Eloy Rafael, quien ofrece frituras de color naranja en bolsitas. La secundaria era la zona donde más vendía y hoy el agua —a la que le decimos negra, pero en realidad es verde— está afectando su bicicleta: “Nos daña lo que es la llanta y las cubetas que traemos. Ayer llovió, y pues se vino con todo. Nos está afectando porque hay mucho mosco, el agua contaminada nos afecta en la salud, la gripa y todo eso”.
Las mangueras del camión que maneja Israel
Israel se refugia un momento del sol bajo una lona que instaló en el enorme camión amarillo que maneja con los logos del Gobierno de la Ciudad de México. Su papá también trabajaba en el mantenimiento de la capital y le heredó la plaza hace algún tiempo. “Normalmente hacemos mantenimiento a las lumbreras en general o podemos estar soldando. Podemos estar haciendo diferentes cosas, pero hoy nos pidieron apoyo aquí en Chalco”, cuenta al pie de la caja del camión. Empezó a trabajar a las 7 de la mañana y se quedará hasta el día siguiente.
Está molesto porque ha puesto señalizaciones para que los automóviles no rompan las mangueras con las que sacan el agua los motores de su enorme camión. Mientras conversamos, un automóvil ignora las señales y las daña, provocando un agujero por donde el agua que debería regresar al drenaje vuelve a las calles de Culturas de México.
“Deberían de saber que al estar nosotros aquí bombeando deberían tener respeto porque hay veces que no saben el trabajo de nosotros y nos restan importancia”, se lamenta mientras mira a un grupo de hombres que se ha reunido para abuchear al conductor del automóvil. Parece que no es la primera vez que le pasa algo así a Israel.
Las cosas de Marlén y sus tres hijos
Marlén es empleada de una feria, un trabajo con el que quizá alguna vez los niños soñamos, hasta que ya de adultos lo pensamos mejor. Su labor se lleva a cabo en las noches, en lugares lejanos y dura hasta la madrugada, lejos de sus tres hijos que, como madre autónoma, tiene que encargar con alguien más.
“Yo le digo a mis hijos ‘me voy a la feria’, dicen ‘¡ay, qué bueno!’, porque a lo mejor piensan que me voy a subir o me voy a divertir, pero no, trabajamos aunque esté lloviendo. La verdad es muy difícil trabajar en ese lugar. Nos pagan muy poquito”, se queja sin mucha esperanza de volver pronto a su trabajo. El dinero se le ha agotado, perdió todas sus cosas, ahora ya no puede ni cocinar y espera las despensas tanto del gobierno como de civiles y empresas que se han sumado a ayudar. Además, ella y sus vecinas comparten algo de arroz y café.
El baño también es una dificultad porque no se pueden duchar ni jalar la palanca del retrete, por el temor a que el agua residual no se desagüe y se regrese. A pesar de que su calle ya está seca, en el interior de las viviendas la historia es otra. “La verdad huele muy feo, hay muchos moscos. Se sube toda la suciedad por arriba de las coladeras. Es algo difícil y asqueroso, la verdad. Nos enfermamos de gastroenteritis, duramos más de una semana con calenturas, vómitos, diarreas y apenas ahí vamos saliendo”.
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Por ahora, la promesa de los gobiernos federal y estatal es una inversión de 115 millones de pesos para el rescate del drenaje en Chalco, el reinicio de las obras del colector Solidaridad y la construcción de un túnel adicional de 4 kilómetros para evitar inundaciones futuras.
Toma de las afectaciones por inundación en Chalco.
Casi un mes después de que el drenaje en la parte oriental de la cuenca del Valle de México dejara de dar de sí, y de que centenares de viviendas en los municipios de Valle de Chalco Solidaridad y Chalco de Díaz Covarrubias quedaran por completo inundadas —con metro y medio de agua, en algunas zonas—, no se sabe todavía con precisión la magnitud de la tragedia. Se prevé una subida en la incidencia de enfermedades infecciosas, desplazamiento de miles de personas y costos estratosféricos en reparación de infraestructura. Se alega y discute lo que se ha dicho siempre: gestión desastrosa del agua y falta de coordinación política. Sin embargo, si se quiere comprender lo que realmente se perdió en Chalco, esto que vimos el 29 de agosto es apenas el comienzo.
La casa que compró Natividad hace 40 años
Natividad está sentada junto a otras dos mujeres de su familia, mientras los pares de botas de hule se secan. A algunos habitantes de la colonia Culturas de México, la zona cero de las inundaciones de Chalco, les han regalado botas las decenas de personas de los tres niveles de gobierno que trabajan aquí, pero a Natividad y su familia no. Ellas las compraron con su propio dinero, así como Natividad compró la casa en la que viven desde hace 40 años, cuando este lugar era un sembradío, había ganado y no se inundaba.
“Cada año es lo mismo. Este año ya perdimos todo. Todavía no tenemos nada de cosas. No tenemos apoyo. No se vale, ya no tenemos ni camas donde dormir”, dice Natividad, que se muestra preocupada por el tiempo que seguirá alojándose con una de sus hijas porque no puede volver a su hogar. “¿Qué va a pasar? Yo me estoy alojando con mi hija, pero me cuestan los pasajes y yo no tengo dinero, yo no genero dinero para estar allá”.
El taxi de Luis Antonio
Luis Antonio trabaja una tarde de jueves ayudando a jalar las mangueras de bombeo que han colocado para sacar agua de su colonia y llevarla hacia el drenaje el cual, como no se ha terminado de limpiar, con cada día de lluvia vuelve a inundarse más. Al fondo se observan tres escenas: una lancha empujada por varios marinos que ayudan a los habitantes a llegar a sus casas, un enorme camión gris de la Secretaría de Marina y un pequeño Nissan blanco con el agua a la mitad que es impactado por el camión.
Mientras jala las mangueras, los demás avisan a Luis Antonio que ya le pegaron a su vehículo. Se enoja, aunque no por mucho tiempo porque ya lo da por perdido. “Lo tenía estacionado afuera de la casa. Empezó a llover y se le metió el agua. Se metió a los asientos, al parabrisas y todo. El motor ya no sirve. Es pérdida total, no creo que prenda, ya lleva mes y medio ahí inundado”.
La tienda esotérica de Silvia
Ha pasado un mes de inundaciones en Culturas de México y las autoridades lo atribuyen a la basura que tiene tapado el sistema de drenaje. Las escuelas no tienen clases, los comercios no están abiertos y la gente fue desalojada de la mayoría de las casas. Es difícil mantener una buena actitud frente a un escenario así, pero Silvia la tiene: está parada en el filo de unos tabiques frente a su negocio observando cómo pasan camiones con policía estatal e intentando que las olas que genera el vehículo no lleguen a su tienda esotérica.
Cometo el error de preguntarle cómo llegó al mundo del esoterismo y me corrige de inmediato para indicarme que es algo que viene de nacimiento, que no se estudia. Al decirlo, el turbante blanco que lleva en la cabeza permanece intacto y la curiosidad avanza.
–¿Qué tipo de gente viene a su tienda?
–Viene todo tipo, pero yo me inclino más en ayudar a la gente para que esté bien. El daño cualquiera lo puede hacer, pero me inclino más a hacer el bien.
–¿Qué puede hacer usted por la gente para que le vaya bien?
–Abrirle los caminos para que tengan trabajo, para que no se enfermen; de hecho, hasta para las cirugías, para que salgan bien. La oración es lo más potente.
Las inundaciones arruinaron cajas completas de veladoras, muebles, cirios. “Se tiraron muchas cosas porque todo estaba lleno ya de suciedad, de gusanos, de lombrices. Fue una pérdida grande”. Además, su casa también se inundó y perdió todas las pertenencias que tenía en la planta baja; ahora sólo le queda un cuarto arriba, donde pudo rescatar una televisión y un colchón. “Años para comprar vitrinas, comedor, cocina, estufa, sala. Tardamos años y mucho sacrificio. Estamos todos en el mismo barco”.
Las camitas de Cloey y Nena
Hace tres años llegó Cloey a la vida de Rocío. Es una pequeña perrita con manchas blancas y negras que esta tarde juguetea en los restos de la inundación del patio de una propiedad, donde viven siete familias. Corretea una mosca que se le pierde en unas hierbas verdes, luego sigue a su dueña; luego, cuando intentamos fotografiarla, se orina y tiembla del miedo.
Dicen que los perros son criaturas de rutinas y Cloey también perdió su cotidianidad, una pequeña tragedia que la hermana con Nena, otra perrita que vive en este predio de la calle Chalchihueiticue. A pesar de que a las camitas de ambas las pusieron en tabiques, el agua negra también las alcanzó. Estas semanas duermen en una almohada.
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“Ahorita con todo esto también andan nerviosas y pues sí les afecta mucho”, dice Rocío, a quien le preguntamos si sus mascotas han recibido algún apoyo. “Sí, a ellos, gracias a Dios, les han dado croquetas porque mi niña tiene una discapacidad y yo creo que les da ternura, no sé; los de allá afuera le dicen ‘ten para tu perrito’”.
Una cartulina que reclama ayuda al presidente de la República está pegada al exterior de este predio, en el que las habitantes dicen que no han venido a censarlas para evaluar sus daños, hecho que no las detiene porque dentro hay otra cartulina que anuncia la rutina de limpieza de toda la semana: el lunes le toca a Cristian, el martes a Viridiana, el miércoles a Nely, el jueves a Selene, el viernes a Rocío, el sábado a Marlen y el domingo a Nancy.
Aún quedan varios cuartos con un nivel de agua de aproximadamente cinco centímetros, así que la limpieza es una labor indispensable para que no sigan picando los moscos a los muchos niños que viven aquí.
Las clases en la secundaria 627
La vida permanece suspendida en Culturas de México, el deportivo donde deberían ejercitarse las personas es ahora de la Marina y el Ejército que han instalado carpas de atención médica, una cocina y una planta potabilizadora. La que debería ser la Escuela Secundaria Núm. 627 es ahora un centro de operaciones en el que se ofrecen vacunas, se reparte agua y entran y salen funcionarios estatales que, vestidos con chalecos, van recogiendo datos de la gente.
Entre ruidos de bombas de agua y esquivando las decenas de mangueras que van de las inundaciones a las coladeras, permanece el triciclo de Eloy Rafael, quien ofrece frituras de color naranja en bolsitas. La secundaria era la zona donde más vendía y hoy el agua —a la que le decimos negra, pero en realidad es verde— está afectando su bicicleta: “Nos daña lo que es la llanta y las cubetas que traemos. Ayer llovió, y pues se vino con todo. Nos está afectando porque hay mucho mosco, el agua contaminada nos afecta en la salud, la gripa y todo eso”.
Las mangueras del camión que maneja Israel
Israel se refugia un momento del sol bajo una lona que instaló en el enorme camión amarillo que maneja con los logos del Gobierno de la Ciudad de México. Su papá también trabajaba en el mantenimiento de la capital y le heredó la plaza hace algún tiempo. “Normalmente hacemos mantenimiento a las lumbreras en general o podemos estar soldando. Podemos estar haciendo diferentes cosas, pero hoy nos pidieron apoyo aquí en Chalco”, cuenta al pie de la caja del camión. Empezó a trabajar a las 7 de la mañana y se quedará hasta el día siguiente.
Está molesto porque ha puesto señalizaciones para que los automóviles no rompan las mangueras con las que sacan el agua los motores de su enorme camión. Mientras conversamos, un automóvil ignora las señales y las daña, provocando un agujero por donde el agua que debería regresar al drenaje vuelve a las calles de Culturas de México.
“Deberían de saber que al estar nosotros aquí bombeando deberían tener respeto porque hay veces que no saben el trabajo de nosotros y nos restan importancia”, se lamenta mientras mira a un grupo de hombres que se ha reunido para abuchear al conductor del automóvil. Parece que no es la primera vez que le pasa algo así a Israel.
Las cosas de Marlén y sus tres hijos
Marlén es empleada de una feria, un trabajo con el que quizá alguna vez los niños soñamos, hasta que ya de adultos lo pensamos mejor. Su labor se lleva a cabo en las noches, en lugares lejanos y dura hasta la madrugada, lejos de sus tres hijos que, como madre autónoma, tiene que encargar con alguien más.
“Yo le digo a mis hijos ‘me voy a la feria’, dicen ‘¡ay, qué bueno!’, porque a lo mejor piensan que me voy a subir o me voy a divertir, pero no, trabajamos aunque esté lloviendo. La verdad es muy difícil trabajar en ese lugar. Nos pagan muy poquito”, se queja sin mucha esperanza de volver pronto a su trabajo. El dinero se le ha agotado, perdió todas sus cosas, ahora ya no puede ni cocinar y espera las despensas tanto del gobierno como de civiles y empresas que se han sumado a ayudar. Además, ella y sus vecinas comparten algo de arroz y café.
El baño también es una dificultad porque no se pueden duchar ni jalar la palanca del retrete, por el temor a que el agua residual no se desagüe y se regrese. A pesar de que su calle ya está seca, en el interior de las viviendas la historia es otra. “La verdad huele muy feo, hay muchos moscos. Se sube toda la suciedad por arriba de las coladeras. Es algo difícil y asqueroso, la verdad. Nos enfermamos de gastroenteritis, duramos más de una semana con calenturas, vómitos, diarreas y apenas ahí vamos saliendo”.
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Por ahora, la promesa de los gobiernos federal y estatal es una inversión de 115 millones de pesos para el rescate del drenaje en Chalco, el reinicio de las obras del colector Solidaridad y la construcción de un túnel adicional de 4 kilómetros para evitar inundaciones futuras.
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