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Esto es una mirada de todos los días, no salgo de mi casa sin maquillarme, así que quise capturar una mirada de a diario en mi vida cotidiana. El estar maquillada me trae tranquilidad y afirmación de mi feminidad. Incluso yo siempre digo: “Yo sin mi delineado, no soy yo”.
La trama de vida de Emi no encaja en el género dramático con el que desafortunadamente podrían categorizarse las de la mayoría de mujeres trans de generaciones pasadas. La identidad de género no es el resultado de un pasado traumático, sino una condición natural de cada persona.
Emi camina por la plaza del centro de Coyoacán, en la Ciudad de México. Los olanes de su vestido ondean con el viento. Hace poco, la joven de 1.73 metros de altura estrenó su credencial para votar y comienza a familiarizarse con el uso de un vestido negro que luce por primera vez. En su rostro resaltan los ojos delineados y los labios pintados de rojo. Sus aretes brillan en la incipiente noche citadina.
La joven pasa desapercibida para muchas personas, pero otras no la pierden de vista. No está acostumbrada a llamar la atención, aunque ahora también a eso deberá acostumbrarse, a ser el centro de atención. Por acto reflejo aprieta contra su pecho el bolso que le ha prestado su madre, se siente insegura pero sonríe.
El día pierde calor en esta romería coyoacanense que recibe por miles a hordas de paseantes que dificultan el avance y complican por momentos la comunicación, por lo que antes de entrar en la laberíntica Plaza de Artesanos, los padres de Emi desisten y cambian el rumbo hacia un café. Sortean puestos ambulantes que venden elotes, dulces, artesanías y al fin llegan a un cafetín en el que piden bebidas y charlan sobre todo y nada.
Emi ha viajado desde Mérida, Yucatán, en donde vive con su padre y su madrastra para vacacionar con su mamá, su padrastro, sus hermanos y la familia materna. Con su voz templada describe lo que sintió la primera vez que se vistió como mujer, a los 18 años de edad. Recuerda que sus hermanas la maquillaron y el toque final fue ponerse un vestido de su mamá.
“Cuando me puse todo eso en conjunto y me vi al espejo, fue un shock. No me gustaba mucho tomarme fotos y en ese momento fue como un despertar. Me vi y lo primero que pensé fue ‘me siento bonita’. No fue un ‘me siento guapo’. No. Fue ‘me siento bonita’, no había otra palabra para describir el sentimiento”.
De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), entidad que en 2021 realizó por primera vez la Encuesta Nacional sobre Diversidad Sexual y de Género (ENDISEG), en México, 5.1 % de las 97.2 millones de personas de 15 años y más edad se autoidentifican como LGBTIQ+; es decir, 5 000 000 de personas de las que “el 81.8 % se asume parte de esta población por su orientación sexual, 7.6 %, por su identidad de género y 10.6 %, por ambas”.
En tanto, en el rubro de Orientación sexual e Identidad de género, el Inegi detalla en la misma encuesta que “de las personas que se autoidentifican como LGBTI+ por su orientación sexual, 2.3 millones son bisexuales, lo que representa 51.7 % del total de esta población. El 34.8 % es transgénero o transexual”.
Emi, que considera al episodio del vestido como revelador y desde el cual se identifica como mujer trans, bebe frente a mí una cerveza artesanal dorada en un restaurante de la colonia México, en el norte de Mérida, en donde vive desde los 11 años con su padre, tras el divorcio de éste con su madre, y luego de haber cursado un año escolar en Filadelfia, Estados Unidos. Ya no presta atención, como aquella ocasión en Ciudad de México, a las personas que desde otras mesas la observan de reojo y cuchichean.
De hablar pausado y seguro, sus dedos delicados juegan durante toda la plática con su pelo largo. Viste de negro: falda corta, botas industriales, una cadena alrededor de la cintura, usa piercings, un choker en el cuello con picos, y lleva los ojos delineados de negro y los labios pintados del mismo color.
Desde el episodio revelador, comenzó a experimentar. Compró ropa, se maquilló y le pidió a sus amigos que le empezaran a llamar con pronombres femeninos.
“Fue un proceso como de, ¿qué será?, dos años, en los que fui experimentando y en los que, pues, hablé con mis papás y todo eso”.
Reconoce que al inicio de su transición, su padre y su madrastra mostraron cierta resistencia a sus cambios; pero dice que con el tiempo eso ha ido cambiando. Ahora su padre es quien le da dinero para que se compre la ropa que a ella le gusta, siempre de color negro, estilo "urbana darketa", como ella se define.
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Emi nació en Peterborough, Canadá. La estancia de posgrado de su padre en una universidad de ese país propició fortuitamente que esa ciudad le diera la nacionalidad canadiense por nacimiento. Allí permanecieron sus padres hasta que el bebé cumplió seis meses.
Su madre cuenta que cuando nació Emi, la temperatura en Peterborough estaba por debajo de los 0 grados centígrados y que la labor de parto duró 18 horas, que se encontraba sola en esa ciudad y tuvo que ser asistida por una doula, quien por estar realizando sus prácticas profesionales sólo les cobró una cuota mínima.
También te puede interesar leer: "Un liceo para todes. La revolución de la educación incluyente en Chile"
La madre me comparte otros datos de primera mano mientras me muestra un baby book , una especie de libro–álbum muy común en tierras canadienses, que registra y cuenta la historia de un bebé, desde antes de su nacimiento, con fotografías, imágenes de ultrasonidos, referencias, mensajes de familiares y amistades de la familia, su árbol genealógico, y el registro de las huellas de manos, pies y otros detalles.
A lo largo de 72 páginas se puede atestiguar el amor con el que sus padres esperaron y recibieron a Emi. Gracias al baby book sabemos que se les avisó a 16 personas del nacimiento. Al abrirlo vemos un mechón de cabello de su primera visita al peluquero; también registra que nació un 23 de abril de 2003, a las 16:37 horas; que pesó 7 libras y 9.6 onzas; que tuvo una calificación Apgar de 8.9 puntos, que nació por parto natural y que de acuerdo con lo previsto con su doctor, el alumbramiento llegó siete días posteriores a la fecha programada.
“El doctor que me atendía me dijo que si no nacía ese fin de semana tendría que sacarlo, literalmente, porque estaba muy a gusto”, dice ella un poco divertida y nostálgica al contar esa historia que conoce muy bien.
Emocionada, su madre recuerda que Emi fue su segundo bebé porque antes perdió a uno por aborto espontáneo. “Este libro me pareció una estupenda idea para regalarle porque daba cuenta de información y detalles que yo podría darle cuando él creciera”.
Tal colección de recuerdos, asegura, “tiene que ver conmigo; a mí me hubiera gustado tener algo así”.
La madre aún se refiere a su “bebé” con su nombre de nacimiento: Emiliano, ese con el que actualmente, a la edad de 21 años, aún se le identifica en documentos oficiales, pero que gracias a la aprobación de la llamada Ley de Identidad de Género en Yucatán, pronto cambiará.
“Yo quería ponerle Alejandro, como uno de mis hermanos; el mayor, que falleció de manera trágica, pero una de mis hermanas me había dicho que se lo cambiara porque él debía tener su propia historia. De hecho Emi iba a nacer cerca de la fecha del cumpleaños de mi hermano, e incluso mi hermana lo predijo, que era un niño índigo, de esos que se sabe han venido a este plano a cambiar la historia”. Un amigo peruano y poeta de aquella época en Canadá, le sugirió el nombre: “Por qué buscan tanto el nombre, si en la historia de México hay tantos próceres”; entonces pensé: “Claro, este chico viene a revolucionar el mundo”. Le llamó como uno de los héroes revolucionarios de México más populares.
En el baby book de la vida de Emi se consigna que su signo zodiacal es Tauro; dice que los nacidos bajo este signo se caracterizan por ser personas que cuidan y protegen a los demás; que se preocupan por la gente y por su manera de pensar; que valoran mucho a la familia y que serán excelentes padres o madres, según sea el caso; no obstante, su carrera profesional es lo más importante, y también que el matrimonio y las relaciones interpersonales son bien favorecidas para los nacidos exactamente el 23 de abril.
La madre recuerda con claridad las noticias que en recortes de diarios locales de Peterborough pegó en este libro de memorias: “Estados Unidos pidió a Canadá que enviara efectivos para sumarse a las filas estadounidenses en su guerra contra Irak”; “El SARS fue declarado epidemia y emergencia nacional por el gobierno”.
A los 20 años de edad, ya en Mérida, su madre y su padrastro le organizaron una comida de cumpleaños a la que Emi invitó a sus amigos más cercanos, quienes le escribieron y dibujaron en el baby book mensajes de felicitación:
Emi, has sido mi amiga por aproximadamente siete años. Fuiste la primera persona en hablarme e integrarme a un nuevo lugar. Aunque a veces no hablemos tanto o ya no vaya a las reuniones, siempre estaré para ti. Eres mi hermana y te amo mucho.
Atentamente A.
Otra de sus personas más queridas le escribió:
Son pocas las personas por las cuales el cielo encuentra un propósito; para mí, su propósito es brillar en tus ojos. Sigue llenando de luz la vida de las personas. Tu amistad es sumamente valiosa para mí, robas mi soledad, pero, me brindas la mejor compañía.
Espero encuentres el espacio para ti en este mundo, si no lo encuentras, créalo. Eres más que capaz y fuerte para hacerlo.
Cuando lo hagas, voy a estar ahí, con todo el cariño del mundo. […]
TQM
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Pese a radicar en Mérida, una ciudad en la que gran parte de la sociedad aún es sumamente conservadora, la red familiar y de amistades que tiene le han ayudado a esta joven a resistir con éxito su primer año de transición social y vive una vida común y corriente. Va a la escuela, investiga en zonas marginales temas relacionados con la geografía, juega videojuegos, acude a fiestas con sus amigos de la universidad y con los de toda la vida, que la conocen desde su infancia y han visto su transformación en los años recientes.
Todos ellos la han acogido abiertamente y sin condiciones tal cual y como Emi se define a sí misma y en sus reuniones; la nombran y se dirigen a ella en femenino, como la joven que es, aunque de pronto ocurre que alguien la llama con un pronombre masculino, pero Emi asegura que no le genera ningún problema.
También te puede interesar leer: "Seis libros para conocer más sobre identidades LGBTTTIQ+"
Durante una reunión organizada por un amigo suyo en un paraje de la comisaría Dzitya, al norte de la capital yucateca, Emi y su familia conviven con la naturalidad de quien se sabe y se siente en familia, y si bien cuentan anécdotas de cuando ella era aún un chiquillo y la recuerdan como el hermano travieso y juguetón que todos trataron, hoy en día es una joven de estilo urbano, maquillada y vestida con falda y tops a la que como a cualquier otra le gustan los tatuajes, los gadgets, estudiar, la comida, viajar, la ropa de moda y la música de Kanye West.
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Es mediodía y Emi ingresa a una tienda de mascotas en The Harbor, una de las plazas con algunas de las marcas más exclusivas de Mérida, busca alimento para su gecko leopardo. Me explica, sin prisa pero sin pausa, que a su mascota no le gustan las cucarachas y sólo le da de comer tenebrios, unas larvas vivas que parece que le encantan.
En el trayecto de las escaleras eléctricas a la entrada de la tienda de mascotas, conté al menos a 10 personas que han mirado a Emi disimulada y abiertamente. Emi se despacha rápido, coge tres recipientes y se dirige a la caja, en donde una mujer menuda de pelo rubio y que le mira con asombro, escanea los vasos con larvas y sin pensarlo se dirige a ella con pronombres masculinos. La cajera pregunta como autómata si eso es todo lo que llevaremos. Emi paga y nos marchamos.
“Entiendo que hay gente a la que le cuesta trabajo hablarme como mujer u hombre; pero entiendo que no lo hacen de mala fe”, dice Emi excusando a la empleada.
Conocedora de que en nuestro país, y sobre todo en Mérida, la sociedad es muy conservadora hacia lo distinto y en su entendimiento sobre las personas de la comunidad sexodiversa, Emi comparte que tiene planes de continuar sus estudios de posgrado en Estados Unidos o Canadá, su país natal, y de quedarse a vivir allá.
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Otra tarde cualquiera en esta ciudad capital, de esas de 40 grados centígrados a la sombra, que huelen a humedad y provocan una sensación de sudor chicloso en la piel, charlo de nuevo con Emi, quien se disculpa porque le toma mucho tiempo explicarme lo relacionado con una investigación que realiza como parte de sus prácticas profesionales.
Planificadora e investigadora apasionada como es —de su padre científico sacó ese rasgo, dice— ya ha empezado a dar sus primeros pasos tras contactar y trabajar actualmente con un investigador de la Texas Tech University, en Estados Unidos, el doctor Carlos Portillo, y se ha sumado a su proyecto trazando mapas que diseña con Sistemas de Información Geográfica, algoritmos y satélites.
De hecho, Emi acaba de terminar un mapa sobre el impacto que genera el Tren Maya —multimillonario proyecto del actual gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador en el sureste mexicano—, en el llamado Tramo 7 que atraviesa la selva de Calakmul, en la reserva de la biósfera del estado de Campeche, al sur del país.
Luego de terminar su primer avance cartográfico, tras meses de preparación y en el que ha empleado gráficas e imágenes satelitales comparativas y que será expuesto en el Research Day en la institución universitaria, lo que sigue, asevera, es seguir haciendo estudios geográficos del impacto de la actividad humana en esa región. Sin embargo, recalca que eso lo tendrá que hacer un especialista en ecología y deberá incluir estudios sobre especies vegetales y animales cuyos hábitats quedarán divididos en norte y sur en ese trecho de selva en la que habita una megadiversidad de especies.
Comemos chicharrón en salsa verde, y la nobel investigadora no ha dejado ni rastro; entre sabores y aromas de cilantro, arroz y tortilla amarilla, y aunque siempre le apasiona hablar sobre “su tema”, Emi expresa sin emoción una conclusión a la que ha llegado: “No soy ecóloga, pero de algo estoy segura, ese tramo del Tren Maya sí generará un impacto en esa región megadiversa: ha partido en dos la selva de Calakmul”.
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Debido al calor infernal de esta ciudad, llamada T’Hó (Cinco Cerros) por los mayas, y cuyo origen se remonta a más 2 000 años, la vida ocurre muy de mañana o por las tardes y noches; es por ello que hemos venido a Plaza Galerías –uno de los centros comerciales más grandes y concurridos de esta urbe que ha crecido de manera exponencial en la última década– a charlar sobre otra de sus pasiones: la escritura de artículos científicos.
Y es que, además, la geógrafa ya cuenta con un artículo de divulgación titulado “La pandemia de los anfibios: el caso del hongo Batrachochytrium dendrobatidis”, sobre un hongo patógeno descubierto hace unos 20 años, pero que aún no es muy conocido y que ha provocado la desaparición de 200 especies. El patógeno se inserta en la piel de una gran cantidad de anfibios impidiéndoles respirar, lo que ha generado ya una pandemia que ha afectado a ese grupo animal y, por ende, a la biodiversidad del planeta.
Emi es firme al comentar que sus estudios serán a nivel posdoctoral, pero mientras se consuman ella continúa planificando su vida profesional: quiere enfocarse en Sistemas de Información Geográfica y en distribución de especies y revelar cuáles factores de sus territorios las afectan y modifican su distribución, o qué provoca la disminución de las poblaciones.
Las horas van pasando y mientras seguimos platicando el personal de servicio sigue limpiando y recogiendo la mesa de este lugar, una y otra vez. Limpian y preguntan si deseamos algo más, limpian y preguntan si todo está bien…
Convencida, Emi afirma que quiere ser una mujer trans importante. “Creo que el hecho de ser una mujer trans en el mundo de la ciencia y poder avanzar tanto como me gustaría, sería una forma de decirle al mundo que serlo no es una limitante, soy igual que todos ¿no?; creo que sería una forma también de demostrar que la comunidad trans es fuerte y puede lograr lo que sea; entonces creo que sí es una buena forma de empoderamiento”.
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Pero el hecho de que Emi pueda salir a las plazas meridanas sin ser molestada, más allá de las miradas y cuchicheos, tal y como lo que hacen otras jóvenes trans en la actualidad, es una libertad que tiene que ver con la lucha por los derechos fundamentales que viene de más atrás.
Esos esfuerzos a favor de las personas sexo diversas empezaron en la década de los setenta, explica Armando Rivas Lugo, antropólogo social especializado en materia de derechos humanos y políticas de gobierno, con personas como Germán Pasos, quien “vivió todas estas redadas” institucionales.
De igual manera, hasta hace poco tiempo el trabajo sexual ejercido por las personas trans era criminalizado; sin embargo, eso cambió tras las modificaciones al Bando de Buen Gobierno, logro alcanzado por los esfuerzos de activistas como Abigail Trillo de la asociación civil Yucatrans y otros organismos, como el Consejo contra la Discriminación del Ayuntamiento de Mérida, del que Rivas Lugo forma parte.
En Mérida, hasta antes de 2016, si dos personas del mismo sexo se besaban en público o se tomaban de la mano o se vestían de mujer y alguien “se sentía ofendido”, se le podía pedir a la policía que las detuviera “por faltas a la moral”, y se les llevaba a la cárcel, en donde eran revictimizadas, sus derechos nuevamente vulnerados e incluso corrían peligro de ser violadas.
No obstante, en el Bando de Policía y Buen Gobierno de Mérida se eliminó “la porción normativa donde decía que estaban prohibidas las faltas a la moral y a las buenas costumbres; eso lo eliminamos en el 2016 y fue algo histórico, muy importante; lo celebramos mucho porque con esa redacción en el pasado se detuvo, se molestó y se utilizó en contra de las personas LGBT porque era una redacción aparentemente neutral pero que se utilizaba en contra de alguien; o sea, una falta a la moral era una persona vestida de mujer porque así lo decían: ‘Un hombre vestido de mujer’”, agrega Armando Rivas.
Este año abril se le adelantó a mayo como el mes más caluroso hasta el momento. Una de esas tardes calurosas de abril Emi y su familia fueron de compras a la Gran Plaza, otro centro comercial al que la pandemia le arrebató su esplendor. Para sobrellevar el calor, Emi viste shorts y una playera ajustada que deja ver su tuch (ombligo en maya); en la parte posterior de sus muslos muestra un gran tatuaje —proyecto que tomó varios meses de ejecución— de un corazón partido en dos, cada una de las partes dibujada, y cuyo contorno está delineado por grecas neotribales en las que se aprecia una araña, un ciempiés y que en conjunto forman una mariposa. Cada vez esquiva menos las miradas porque cada vez le importan menos. Emi se disculpa para ir al baño y, antes de que otra cosa suceda, su madre interrumpe un sorbo de su bebida y se apresura a acompañarla.
En la Escuela Nacional de Estudios Superiores (ENES-UNAM) donde estudia Emi, hay una comisión de género para atender ese tema, Emi cuenta que sí hay baños de género: "pero también hay neutros y yo entro generalmente a esos, aunque también a los femeninos. Creo que el baño es un espacio que permite sentirte fuera de cualquier prejuicio y no tengo el miedo de que alguien me diga algo.
“En la ENES hay uno que era de hombres, pero los estudiantes rayaron eso y pusieron que era mixto. Antes me daba miedo entrar a los baños femeninos por si alguien me decía algo, pero ha sido lo contrario, a lo mucho una señora se me queda viendo feo o algo así, pero las chavas incluso de 30 (años) y más hasta me hacen plática en la fila”.
En los baños públicos hay una batalla que la comunidad trans ha ido ganando y, al mismo tiempo, ha vencido el miedo a que la gente les censure y les rechace.
La trama de vida de Emi no encaja en el género dramático con el que desafortunadamente podrían categorizarse las de la mayoría de mujeres trans de generaciones pasadas. La identidad de género no es el resultado de un pasado traumático, sino una condición natural de cada persona.
Emi camina por la plaza del centro de Coyoacán, en la Ciudad de México. Los olanes de su vestido ondean con el viento. Hace poco, la joven de 1.73 metros de altura estrenó su credencial para votar y comienza a familiarizarse con el uso de un vestido negro que luce por primera vez. En su rostro resaltan los ojos delineados y los labios pintados de rojo. Sus aretes brillan en la incipiente noche citadina.
La joven pasa desapercibida para muchas personas, pero otras no la pierden de vista. No está acostumbrada a llamar la atención, aunque ahora también a eso deberá acostumbrarse, a ser el centro de atención. Por acto reflejo aprieta contra su pecho el bolso que le ha prestado su madre, se siente insegura pero sonríe.
El día pierde calor en esta romería coyoacanense que recibe por miles a hordas de paseantes que dificultan el avance y complican por momentos la comunicación, por lo que antes de entrar en la laberíntica Plaza de Artesanos, los padres de Emi desisten y cambian el rumbo hacia un café. Sortean puestos ambulantes que venden elotes, dulces, artesanías y al fin llegan a un cafetín en el que piden bebidas y charlan sobre todo y nada.
Emi ha viajado desde Mérida, Yucatán, en donde vive con su padre y su madrastra para vacacionar con su mamá, su padrastro, sus hermanos y la familia materna. Con su voz templada describe lo que sintió la primera vez que se vistió como mujer, a los 18 años de edad. Recuerda que sus hermanas la maquillaron y el toque final fue ponerse un vestido de su mamá.
“Cuando me puse todo eso en conjunto y me vi al espejo, fue un shock. No me gustaba mucho tomarme fotos y en ese momento fue como un despertar. Me vi y lo primero que pensé fue ‘me siento bonita’. No fue un ‘me siento guapo’. No. Fue ‘me siento bonita’, no había otra palabra para describir el sentimiento”.
De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), entidad que en 2021 realizó por primera vez la Encuesta Nacional sobre Diversidad Sexual y de Género (ENDISEG), en México, 5.1 % de las 97.2 millones de personas de 15 años y más edad se autoidentifican como LGBTIQ+; es decir, 5 000 000 de personas de las que “el 81.8 % se asume parte de esta población por su orientación sexual, 7.6 %, por su identidad de género y 10.6 %, por ambas”.
En tanto, en el rubro de Orientación sexual e Identidad de género, el Inegi detalla en la misma encuesta que “de las personas que se autoidentifican como LGBTI+ por su orientación sexual, 2.3 millones son bisexuales, lo que representa 51.7 % del total de esta población. El 34.8 % es transgénero o transexual”.
Emi, que considera al episodio del vestido como revelador y desde el cual se identifica como mujer trans, bebe frente a mí una cerveza artesanal dorada en un restaurante de la colonia México, en el norte de Mérida, en donde vive desde los 11 años con su padre, tras el divorcio de éste con su madre, y luego de haber cursado un año escolar en Filadelfia, Estados Unidos. Ya no presta atención, como aquella ocasión en Ciudad de México, a las personas que desde otras mesas la observan de reojo y cuchichean.
De hablar pausado y seguro, sus dedos delicados juegan durante toda la plática con su pelo largo. Viste de negro: falda corta, botas industriales, una cadena alrededor de la cintura, usa piercings, un choker en el cuello con picos, y lleva los ojos delineados de negro y los labios pintados del mismo color.
Desde el episodio revelador, comenzó a experimentar. Compró ropa, se maquilló y le pidió a sus amigos que le empezaran a llamar con pronombres femeninos.
“Fue un proceso como de, ¿qué será?, dos años, en los que fui experimentando y en los que, pues, hablé con mis papás y todo eso”.
Reconoce que al inicio de su transición, su padre y su madrastra mostraron cierta resistencia a sus cambios; pero dice que con el tiempo eso ha ido cambiando. Ahora su padre es quien le da dinero para que se compre la ropa que a ella le gusta, siempre de color negro, estilo "urbana darketa", como ella se define.
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Emi nació en Peterborough, Canadá. La estancia de posgrado de su padre en una universidad de ese país propició fortuitamente que esa ciudad le diera la nacionalidad canadiense por nacimiento. Allí permanecieron sus padres hasta que el bebé cumplió seis meses.
Su madre cuenta que cuando nació Emi, la temperatura en Peterborough estaba por debajo de los 0 grados centígrados y que la labor de parto duró 18 horas, que se encontraba sola en esa ciudad y tuvo que ser asistida por una doula, quien por estar realizando sus prácticas profesionales sólo les cobró una cuota mínima.
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La madre me comparte otros datos de primera mano mientras me muestra un baby book , una especie de libro–álbum muy común en tierras canadienses, que registra y cuenta la historia de un bebé, desde antes de su nacimiento, con fotografías, imágenes de ultrasonidos, referencias, mensajes de familiares y amistades de la familia, su árbol genealógico, y el registro de las huellas de manos, pies y otros detalles.
A lo largo de 72 páginas se puede atestiguar el amor con el que sus padres esperaron y recibieron a Emi. Gracias al baby book sabemos que se les avisó a 16 personas del nacimiento. Al abrirlo vemos un mechón de cabello de su primera visita al peluquero; también registra que nació un 23 de abril de 2003, a las 16:37 horas; que pesó 7 libras y 9.6 onzas; que tuvo una calificación Apgar de 8.9 puntos, que nació por parto natural y que de acuerdo con lo previsto con su doctor, el alumbramiento llegó siete días posteriores a la fecha programada.
“El doctor que me atendía me dijo que si no nacía ese fin de semana tendría que sacarlo, literalmente, porque estaba muy a gusto”, dice ella un poco divertida y nostálgica al contar esa historia que conoce muy bien.
Emocionada, su madre recuerda que Emi fue su segundo bebé porque antes perdió a uno por aborto espontáneo. “Este libro me pareció una estupenda idea para regalarle porque daba cuenta de información y detalles que yo podría darle cuando él creciera”.
Tal colección de recuerdos, asegura, “tiene que ver conmigo; a mí me hubiera gustado tener algo así”.
La madre aún se refiere a su “bebé” con su nombre de nacimiento: Emiliano, ese con el que actualmente, a la edad de 21 años, aún se le identifica en documentos oficiales, pero que gracias a la aprobación de la llamada Ley de Identidad de Género en Yucatán, pronto cambiará.
“Yo quería ponerle Alejandro, como uno de mis hermanos; el mayor, que falleció de manera trágica, pero una de mis hermanas me había dicho que se lo cambiara porque él debía tener su propia historia. De hecho Emi iba a nacer cerca de la fecha del cumpleaños de mi hermano, e incluso mi hermana lo predijo, que era un niño índigo, de esos que se sabe han venido a este plano a cambiar la historia”. Un amigo peruano y poeta de aquella época en Canadá, le sugirió el nombre: “Por qué buscan tanto el nombre, si en la historia de México hay tantos próceres”; entonces pensé: “Claro, este chico viene a revolucionar el mundo”. Le llamó como uno de los héroes revolucionarios de México más populares.
En el baby book de la vida de Emi se consigna que su signo zodiacal es Tauro; dice que los nacidos bajo este signo se caracterizan por ser personas que cuidan y protegen a los demás; que se preocupan por la gente y por su manera de pensar; que valoran mucho a la familia y que serán excelentes padres o madres, según sea el caso; no obstante, su carrera profesional es lo más importante, y también que el matrimonio y las relaciones interpersonales son bien favorecidas para los nacidos exactamente el 23 de abril.
La madre recuerda con claridad las noticias que en recortes de diarios locales de Peterborough pegó en este libro de memorias: “Estados Unidos pidió a Canadá que enviara efectivos para sumarse a las filas estadounidenses en su guerra contra Irak”; “El SARS fue declarado epidemia y emergencia nacional por el gobierno”.
A los 20 años de edad, ya en Mérida, su madre y su padrastro le organizaron una comida de cumpleaños a la que Emi invitó a sus amigos más cercanos, quienes le escribieron y dibujaron en el baby book mensajes de felicitación:
Emi, has sido mi amiga por aproximadamente siete años. Fuiste la primera persona en hablarme e integrarme a un nuevo lugar. Aunque a veces no hablemos tanto o ya no vaya a las reuniones, siempre estaré para ti. Eres mi hermana y te amo mucho.
Atentamente A.
Otra de sus personas más queridas le escribió:
Son pocas las personas por las cuales el cielo encuentra un propósito; para mí, su propósito es brillar en tus ojos. Sigue llenando de luz la vida de las personas. Tu amistad es sumamente valiosa para mí, robas mi soledad, pero, me brindas la mejor compañía.
Espero encuentres el espacio para ti en este mundo, si no lo encuentras, créalo. Eres más que capaz y fuerte para hacerlo.
Cuando lo hagas, voy a estar ahí, con todo el cariño del mundo. […]
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Pese a radicar en Mérida, una ciudad en la que gran parte de la sociedad aún es sumamente conservadora, la red familiar y de amistades que tiene le han ayudado a esta joven a resistir con éxito su primer año de transición social y vive una vida común y corriente. Va a la escuela, investiga en zonas marginales temas relacionados con la geografía, juega videojuegos, acude a fiestas con sus amigos de la universidad y con los de toda la vida, que la conocen desde su infancia y han visto su transformación en los años recientes.
Todos ellos la han acogido abiertamente y sin condiciones tal cual y como Emi se define a sí misma y en sus reuniones; la nombran y se dirigen a ella en femenino, como la joven que es, aunque de pronto ocurre que alguien la llama con un pronombre masculino, pero Emi asegura que no le genera ningún problema.
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Durante una reunión organizada por un amigo suyo en un paraje de la comisaría Dzitya, al norte de la capital yucateca, Emi y su familia conviven con la naturalidad de quien se sabe y se siente en familia, y si bien cuentan anécdotas de cuando ella era aún un chiquillo y la recuerdan como el hermano travieso y juguetón que todos trataron, hoy en día es una joven de estilo urbano, maquillada y vestida con falda y tops a la que como a cualquier otra le gustan los tatuajes, los gadgets, estudiar, la comida, viajar, la ropa de moda y la música de Kanye West.
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Es mediodía y Emi ingresa a una tienda de mascotas en The Harbor, una de las plazas con algunas de las marcas más exclusivas de Mérida, busca alimento para su gecko leopardo. Me explica, sin prisa pero sin pausa, que a su mascota no le gustan las cucarachas y sólo le da de comer tenebrios, unas larvas vivas que parece que le encantan.
En el trayecto de las escaleras eléctricas a la entrada de la tienda de mascotas, conté al menos a 10 personas que han mirado a Emi disimulada y abiertamente. Emi se despacha rápido, coge tres recipientes y se dirige a la caja, en donde una mujer menuda de pelo rubio y que le mira con asombro, escanea los vasos con larvas y sin pensarlo se dirige a ella con pronombres masculinos. La cajera pregunta como autómata si eso es todo lo que llevaremos. Emi paga y nos marchamos.
“Entiendo que hay gente a la que le cuesta trabajo hablarme como mujer u hombre; pero entiendo que no lo hacen de mala fe”, dice Emi excusando a la empleada.
Conocedora de que en nuestro país, y sobre todo en Mérida, la sociedad es muy conservadora hacia lo distinto y en su entendimiento sobre las personas de la comunidad sexodiversa, Emi comparte que tiene planes de continuar sus estudios de posgrado en Estados Unidos o Canadá, su país natal, y de quedarse a vivir allá.
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Otra tarde cualquiera en esta ciudad capital, de esas de 40 grados centígrados a la sombra, que huelen a humedad y provocan una sensación de sudor chicloso en la piel, charlo de nuevo con Emi, quien se disculpa porque le toma mucho tiempo explicarme lo relacionado con una investigación que realiza como parte de sus prácticas profesionales.
Planificadora e investigadora apasionada como es —de su padre científico sacó ese rasgo, dice— ya ha empezado a dar sus primeros pasos tras contactar y trabajar actualmente con un investigador de la Texas Tech University, en Estados Unidos, el doctor Carlos Portillo, y se ha sumado a su proyecto trazando mapas que diseña con Sistemas de Información Geográfica, algoritmos y satélites.
De hecho, Emi acaba de terminar un mapa sobre el impacto que genera el Tren Maya —multimillonario proyecto del actual gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador en el sureste mexicano—, en el llamado Tramo 7 que atraviesa la selva de Calakmul, en la reserva de la biósfera del estado de Campeche, al sur del país.
Luego de terminar su primer avance cartográfico, tras meses de preparación y en el que ha empleado gráficas e imágenes satelitales comparativas y que será expuesto en el Research Day en la institución universitaria, lo que sigue, asevera, es seguir haciendo estudios geográficos del impacto de la actividad humana en esa región. Sin embargo, recalca que eso lo tendrá que hacer un especialista en ecología y deberá incluir estudios sobre especies vegetales y animales cuyos hábitats quedarán divididos en norte y sur en ese trecho de selva en la que habita una megadiversidad de especies.
Comemos chicharrón en salsa verde, y la nobel investigadora no ha dejado ni rastro; entre sabores y aromas de cilantro, arroz y tortilla amarilla, y aunque siempre le apasiona hablar sobre “su tema”, Emi expresa sin emoción una conclusión a la que ha llegado: “No soy ecóloga, pero de algo estoy segura, ese tramo del Tren Maya sí generará un impacto en esa región megadiversa: ha partido en dos la selva de Calakmul”.
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Debido al calor infernal de esta ciudad, llamada T’Hó (Cinco Cerros) por los mayas, y cuyo origen se remonta a más 2 000 años, la vida ocurre muy de mañana o por las tardes y noches; es por ello que hemos venido a Plaza Galerías –uno de los centros comerciales más grandes y concurridos de esta urbe que ha crecido de manera exponencial en la última década– a charlar sobre otra de sus pasiones: la escritura de artículos científicos.
Y es que, además, la geógrafa ya cuenta con un artículo de divulgación titulado “La pandemia de los anfibios: el caso del hongo Batrachochytrium dendrobatidis”, sobre un hongo patógeno descubierto hace unos 20 años, pero que aún no es muy conocido y que ha provocado la desaparición de 200 especies. El patógeno se inserta en la piel de una gran cantidad de anfibios impidiéndoles respirar, lo que ha generado ya una pandemia que ha afectado a ese grupo animal y, por ende, a la biodiversidad del planeta.
Emi es firme al comentar que sus estudios serán a nivel posdoctoral, pero mientras se consuman ella continúa planificando su vida profesional: quiere enfocarse en Sistemas de Información Geográfica y en distribución de especies y revelar cuáles factores de sus territorios las afectan y modifican su distribución, o qué provoca la disminución de las poblaciones.
Las horas van pasando y mientras seguimos platicando el personal de servicio sigue limpiando y recogiendo la mesa de este lugar, una y otra vez. Limpian y preguntan si deseamos algo más, limpian y preguntan si todo está bien…
Convencida, Emi afirma que quiere ser una mujer trans importante. “Creo que el hecho de ser una mujer trans en el mundo de la ciencia y poder avanzar tanto como me gustaría, sería una forma de decirle al mundo que serlo no es una limitante, soy igual que todos ¿no?; creo que sería una forma también de demostrar que la comunidad trans es fuerte y puede lograr lo que sea; entonces creo que sí es una buena forma de empoderamiento”.
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Pero el hecho de que Emi pueda salir a las plazas meridanas sin ser molestada, más allá de las miradas y cuchicheos, tal y como lo que hacen otras jóvenes trans en la actualidad, es una libertad que tiene que ver con la lucha por los derechos fundamentales que viene de más atrás.
Esos esfuerzos a favor de las personas sexo diversas empezaron en la década de los setenta, explica Armando Rivas Lugo, antropólogo social especializado en materia de derechos humanos y políticas de gobierno, con personas como Germán Pasos, quien “vivió todas estas redadas” institucionales.
De igual manera, hasta hace poco tiempo el trabajo sexual ejercido por las personas trans era criminalizado; sin embargo, eso cambió tras las modificaciones al Bando de Buen Gobierno, logro alcanzado por los esfuerzos de activistas como Abigail Trillo de la asociación civil Yucatrans y otros organismos, como el Consejo contra la Discriminación del Ayuntamiento de Mérida, del que Rivas Lugo forma parte.
En Mérida, hasta antes de 2016, si dos personas del mismo sexo se besaban en público o se tomaban de la mano o se vestían de mujer y alguien “se sentía ofendido”, se le podía pedir a la policía que las detuviera “por faltas a la moral”, y se les llevaba a la cárcel, en donde eran revictimizadas, sus derechos nuevamente vulnerados e incluso corrían peligro de ser violadas.
No obstante, en el Bando de Policía y Buen Gobierno de Mérida se eliminó “la porción normativa donde decía que estaban prohibidas las faltas a la moral y a las buenas costumbres; eso lo eliminamos en el 2016 y fue algo histórico, muy importante; lo celebramos mucho porque con esa redacción en el pasado se detuvo, se molestó y se utilizó en contra de las personas LGBT porque era una redacción aparentemente neutral pero que se utilizaba en contra de alguien; o sea, una falta a la moral era una persona vestida de mujer porque así lo decían: ‘Un hombre vestido de mujer’”, agrega Armando Rivas.
Este año abril se le adelantó a mayo como el mes más caluroso hasta el momento. Una de esas tardes calurosas de abril Emi y su familia fueron de compras a la Gran Plaza, otro centro comercial al que la pandemia le arrebató su esplendor. Para sobrellevar el calor, Emi viste shorts y una playera ajustada que deja ver su tuch (ombligo en maya); en la parte posterior de sus muslos muestra un gran tatuaje —proyecto que tomó varios meses de ejecución— de un corazón partido en dos, cada una de las partes dibujada, y cuyo contorno está delineado por grecas neotribales en las que se aprecia una araña, un ciempiés y que en conjunto forman una mariposa. Cada vez esquiva menos las miradas porque cada vez le importan menos. Emi se disculpa para ir al baño y, antes de que otra cosa suceda, su madre interrumpe un sorbo de su bebida y se apresura a acompañarla.
En la Escuela Nacional de Estudios Superiores (ENES-UNAM) donde estudia Emi, hay una comisión de género para atender ese tema, Emi cuenta que sí hay baños de género: "pero también hay neutros y yo entro generalmente a esos, aunque también a los femeninos. Creo que el baño es un espacio que permite sentirte fuera de cualquier prejuicio y no tengo el miedo de que alguien me diga algo.
“En la ENES hay uno que era de hombres, pero los estudiantes rayaron eso y pusieron que era mixto. Antes me daba miedo entrar a los baños femeninos por si alguien me decía algo, pero ha sido lo contrario, a lo mucho una señora se me queda viendo feo o algo así, pero las chavas incluso de 30 (años) y más hasta me hacen plática en la fila”.
En los baños públicos hay una batalla que la comunidad trans ha ido ganando y, al mismo tiempo, ha vencido el miedo a que la gente les censure y les rechace.
Esto es una mirada de todos los días, no salgo de mi casa sin maquillarme, así que quise capturar una mirada de a diario en mi vida cotidiana. El estar maquillada me trae tranquilidad y afirmación de mi feminidad. Incluso yo siempre digo: “Yo sin mi delineado, no soy yo”.
La trama de vida de Emi no encaja en el género dramático con el que desafortunadamente podrían categorizarse las de la mayoría de mujeres trans de generaciones pasadas. La identidad de género no es el resultado de un pasado traumático, sino una condición natural de cada persona.
Emi camina por la plaza del centro de Coyoacán, en la Ciudad de México. Los olanes de su vestido ondean con el viento. Hace poco, la joven de 1.73 metros de altura estrenó su credencial para votar y comienza a familiarizarse con el uso de un vestido negro que luce por primera vez. En su rostro resaltan los ojos delineados y los labios pintados de rojo. Sus aretes brillan en la incipiente noche citadina.
La joven pasa desapercibida para muchas personas, pero otras no la pierden de vista. No está acostumbrada a llamar la atención, aunque ahora también a eso deberá acostumbrarse, a ser el centro de atención. Por acto reflejo aprieta contra su pecho el bolso que le ha prestado su madre, se siente insegura pero sonríe.
El día pierde calor en esta romería coyoacanense que recibe por miles a hordas de paseantes que dificultan el avance y complican por momentos la comunicación, por lo que antes de entrar en la laberíntica Plaza de Artesanos, los padres de Emi desisten y cambian el rumbo hacia un café. Sortean puestos ambulantes que venden elotes, dulces, artesanías y al fin llegan a un cafetín en el que piden bebidas y charlan sobre todo y nada.
Emi ha viajado desde Mérida, Yucatán, en donde vive con su padre y su madrastra para vacacionar con su mamá, su padrastro, sus hermanos y la familia materna. Con su voz templada describe lo que sintió la primera vez que se vistió como mujer, a los 18 años de edad. Recuerda que sus hermanas la maquillaron y el toque final fue ponerse un vestido de su mamá.
“Cuando me puse todo eso en conjunto y me vi al espejo, fue un shock. No me gustaba mucho tomarme fotos y en ese momento fue como un despertar. Me vi y lo primero que pensé fue ‘me siento bonita’. No fue un ‘me siento guapo’. No. Fue ‘me siento bonita’, no había otra palabra para describir el sentimiento”.
De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), entidad que en 2021 realizó por primera vez la Encuesta Nacional sobre Diversidad Sexual y de Género (ENDISEG), en México, 5.1 % de las 97.2 millones de personas de 15 años y más edad se autoidentifican como LGBTIQ+; es decir, 5 000 000 de personas de las que “el 81.8 % se asume parte de esta población por su orientación sexual, 7.6 %, por su identidad de género y 10.6 %, por ambas”.
En tanto, en el rubro de Orientación sexual e Identidad de género, el Inegi detalla en la misma encuesta que “de las personas que se autoidentifican como LGBTI+ por su orientación sexual, 2.3 millones son bisexuales, lo que representa 51.7 % del total de esta población. El 34.8 % es transgénero o transexual”.
Emi, que considera al episodio del vestido como revelador y desde el cual se identifica como mujer trans, bebe frente a mí una cerveza artesanal dorada en un restaurante de la colonia México, en el norte de Mérida, en donde vive desde los 11 años con su padre, tras el divorcio de éste con su madre, y luego de haber cursado un año escolar en Filadelfia, Estados Unidos. Ya no presta atención, como aquella ocasión en Ciudad de México, a las personas que desde otras mesas la observan de reojo y cuchichean.
De hablar pausado y seguro, sus dedos delicados juegan durante toda la plática con su pelo largo. Viste de negro: falda corta, botas industriales, una cadena alrededor de la cintura, usa piercings, un choker en el cuello con picos, y lleva los ojos delineados de negro y los labios pintados del mismo color.
Desde el episodio revelador, comenzó a experimentar. Compró ropa, se maquilló y le pidió a sus amigos que le empezaran a llamar con pronombres femeninos.
“Fue un proceso como de, ¿qué será?, dos años, en los que fui experimentando y en los que, pues, hablé con mis papás y todo eso”.
Reconoce que al inicio de su transición, su padre y su madrastra mostraron cierta resistencia a sus cambios; pero dice que con el tiempo eso ha ido cambiando. Ahora su padre es quien le da dinero para que se compre la ropa que a ella le gusta, siempre de color negro, estilo "urbana darketa", como ella se define.
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Emi nació en Peterborough, Canadá. La estancia de posgrado de su padre en una universidad de ese país propició fortuitamente que esa ciudad le diera la nacionalidad canadiense por nacimiento. Allí permanecieron sus padres hasta que el bebé cumplió seis meses.
Su madre cuenta que cuando nació Emi, la temperatura en Peterborough estaba por debajo de los 0 grados centígrados y que la labor de parto duró 18 horas, que se encontraba sola en esa ciudad y tuvo que ser asistida por una doula, quien por estar realizando sus prácticas profesionales sólo les cobró una cuota mínima.
También te puede interesar leer: "Un liceo para todes. La revolución de la educación incluyente en Chile"
La madre me comparte otros datos de primera mano mientras me muestra un baby book , una especie de libro–álbum muy común en tierras canadienses, que registra y cuenta la historia de un bebé, desde antes de su nacimiento, con fotografías, imágenes de ultrasonidos, referencias, mensajes de familiares y amistades de la familia, su árbol genealógico, y el registro de las huellas de manos, pies y otros detalles.
A lo largo de 72 páginas se puede atestiguar el amor con el que sus padres esperaron y recibieron a Emi. Gracias al baby book sabemos que se les avisó a 16 personas del nacimiento. Al abrirlo vemos un mechón de cabello de su primera visita al peluquero; también registra que nació un 23 de abril de 2003, a las 16:37 horas; que pesó 7 libras y 9.6 onzas; que tuvo una calificación Apgar de 8.9 puntos, que nació por parto natural y que de acuerdo con lo previsto con su doctor, el alumbramiento llegó siete días posteriores a la fecha programada.
“El doctor que me atendía me dijo que si no nacía ese fin de semana tendría que sacarlo, literalmente, porque estaba muy a gusto”, dice ella un poco divertida y nostálgica al contar esa historia que conoce muy bien.
Emocionada, su madre recuerda que Emi fue su segundo bebé porque antes perdió a uno por aborto espontáneo. “Este libro me pareció una estupenda idea para regalarle porque daba cuenta de información y detalles que yo podría darle cuando él creciera”.
Tal colección de recuerdos, asegura, “tiene que ver conmigo; a mí me hubiera gustado tener algo así”.
La madre aún se refiere a su “bebé” con su nombre de nacimiento: Emiliano, ese con el que actualmente, a la edad de 21 años, aún se le identifica en documentos oficiales, pero que gracias a la aprobación de la llamada Ley de Identidad de Género en Yucatán, pronto cambiará.
“Yo quería ponerle Alejandro, como uno de mis hermanos; el mayor, que falleció de manera trágica, pero una de mis hermanas me había dicho que se lo cambiara porque él debía tener su propia historia. De hecho Emi iba a nacer cerca de la fecha del cumpleaños de mi hermano, e incluso mi hermana lo predijo, que era un niño índigo, de esos que se sabe han venido a este plano a cambiar la historia”. Un amigo peruano y poeta de aquella época en Canadá, le sugirió el nombre: “Por qué buscan tanto el nombre, si en la historia de México hay tantos próceres”; entonces pensé: “Claro, este chico viene a revolucionar el mundo”. Le llamó como uno de los héroes revolucionarios de México más populares.
En el baby book de la vida de Emi se consigna que su signo zodiacal es Tauro; dice que los nacidos bajo este signo se caracterizan por ser personas que cuidan y protegen a los demás; que se preocupan por la gente y por su manera de pensar; que valoran mucho a la familia y que serán excelentes padres o madres, según sea el caso; no obstante, su carrera profesional es lo más importante, y también que el matrimonio y las relaciones interpersonales son bien favorecidas para los nacidos exactamente el 23 de abril.
La madre recuerda con claridad las noticias que en recortes de diarios locales de Peterborough pegó en este libro de memorias: “Estados Unidos pidió a Canadá que enviara efectivos para sumarse a las filas estadounidenses en su guerra contra Irak”; “El SARS fue declarado epidemia y emergencia nacional por el gobierno”.
A los 20 años de edad, ya en Mérida, su madre y su padrastro le organizaron una comida de cumpleaños a la que Emi invitó a sus amigos más cercanos, quienes le escribieron y dibujaron en el baby book mensajes de felicitación:
Emi, has sido mi amiga por aproximadamente siete años. Fuiste la primera persona en hablarme e integrarme a un nuevo lugar. Aunque a veces no hablemos tanto o ya no vaya a las reuniones, siempre estaré para ti. Eres mi hermana y te amo mucho.
Atentamente A.
Otra de sus personas más queridas le escribió:
Son pocas las personas por las cuales el cielo encuentra un propósito; para mí, su propósito es brillar en tus ojos. Sigue llenando de luz la vida de las personas. Tu amistad es sumamente valiosa para mí, robas mi soledad, pero, me brindas la mejor compañía.
Espero encuentres el espacio para ti en este mundo, si no lo encuentras, créalo. Eres más que capaz y fuerte para hacerlo.
Cuando lo hagas, voy a estar ahí, con todo el cariño del mundo. […]
TQM
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Pese a radicar en Mérida, una ciudad en la que gran parte de la sociedad aún es sumamente conservadora, la red familiar y de amistades que tiene le han ayudado a esta joven a resistir con éxito su primer año de transición social y vive una vida común y corriente. Va a la escuela, investiga en zonas marginales temas relacionados con la geografía, juega videojuegos, acude a fiestas con sus amigos de la universidad y con los de toda la vida, que la conocen desde su infancia y han visto su transformación en los años recientes.
Todos ellos la han acogido abiertamente y sin condiciones tal cual y como Emi se define a sí misma y en sus reuniones; la nombran y se dirigen a ella en femenino, como la joven que es, aunque de pronto ocurre que alguien la llama con un pronombre masculino, pero Emi asegura que no le genera ningún problema.
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Durante una reunión organizada por un amigo suyo en un paraje de la comisaría Dzitya, al norte de la capital yucateca, Emi y su familia conviven con la naturalidad de quien se sabe y se siente en familia, y si bien cuentan anécdotas de cuando ella era aún un chiquillo y la recuerdan como el hermano travieso y juguetón que todos trataron, hoy en día es una joven de estilo urbano, maquillada y vestida con falda y tops a la que como a cualquier otra le gustan los tatuajes, los gadgets, estudiar, la comida, viajar, la ropa de moda y la música de Kanye West.
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Es mediodía y Emi ingresa a una tienda de mascotas en The Harbor, una de las plazas con algunas de las marcas más exclusivas de Mérida, busca alimento para su gecko leopardo. Me explica, sin prisa pero sin pausa, que a su mascota no le gustan las cucarachas y sólo le da de comer tenebrios, unas larvas vivas que parece que le encantan.
En el trayecto de las escaleras eléctricas a la entrada de la tienda de mascotas, conté al menos a 10 personas que han mirado a Emi disimulada y abiertamente. Emi se despacha rápido, coge tres recipientes y se dirige a la caja, en donde una mujer menuda de pelo rubio y que le mira con asombro, escanea los vasos con larvas y sin pensarlo se dirige a ella con pronombres masculinos. La cajera pregunta como autómata si eso es todo lo que llevaremos. Emi paga y nos marchamos.
“Entiendo que hay gente a la que le cuesta trabajo hablarme como mujer u hombre; pero entiendo que no lo hacen de mala fe”, dice Emi excusando a la empleada.
Conocedora de que en nuestro país, y sobre todo en Mérida, la sociedad es muy conservadora hacia lo distinto y en su entendimiento sobre las personas de la comunidad sexodiversa, Emi comparte que tiene planes de continuar sus estudios de posgrado en Estados Unidos o Canadá, su país natal, y de quedarse a vivir allá.
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Otra tarde cualquiera en esta ciudad capital, de esas de 40 grados centígrados a la sombra, que huelen a humedad y provocan una sensación de sudor chicloso en la piel, charlo de nuevo con Emi, quien se disculpa porque le toma mucho tiempo explicarme lo relacionado con una investigación que realiza como parte de sus prácticas profesionales.
Planificadora e investigadora apasionada como es —de su padre científico sacó ese rasgo, dice— ya ha empezado a dar sus primeros pasos tras contactar y trabajar actualmente con un investigador de la Texas Tech University, en Estados Unidos, el doctor Carlos Portillo, y se ha sumado a su proyecto trazando mapas que diseña con Sistemas de Información Geográfica, algoritmos y satélites.
De hecho, Emi acaba de terminar un mapa sobre el impacto que genera el Tren Maya —multimillonario proyecto del actual gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador en el sureste mexicano—, en el llamado Tramo 7 que atraviesa la selva de Calakmul, en la reserva de la biósfera del estado de Campeche, al sur del país.
Luego de terminar su primer avance cartográfico, tras meses de preparación y en el que ha empleado gráficas e imágenes satelitales comparativas y que será expuesto en el Research Day en la institución universitaria, lo que sigue, asevera, es seguir haciendo estudios geográficos del impacto de la actividad humana en esa región. Sin embargo, recalca que eso lo tendrá que hacer un especialista en ecología y deberá incluir estudios sobre especies vegetales y animales cuyos hábitats quedarán divididos en norte y sur en ese trecho de selva en la que habita una megadiversidad de especies.
Comemos chicharrón en salsa verde, y la nobel investigadora no ha dejado ni rastro; entre sabores y aromas de cilantro, arroz y tortilla amarilla, y aunque siempre le apasiona hablar sobre “su tema”, Emi expresa sin emoción una conclusión a la que ha llegado: “No soy ecóloga, pero de algo estoy segura, ese tramo del Tren Maya sí generará un impacto en esa región megadiversa: ha partido en dos la selva de Calakmul”.
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Debido al calor infernal de esta ciudad, llamada T’Hó (Cinco Cerros) por los mayas, y cuyo origen se remonta a más 2 000 años, la vida ocurre muy de mañana o por las tardes y noches; es por ello que hemos venido a Plaza Galerías –uno de los centros comerciales más grandes y concurridos de esta urbe que ha crecido de manera exponencial en la última década– a charlar sobre otra de sus pasiones: la escritura de artículos científicos.
Y es que, además, la geógrafa ya cuenta con un artículo de divulgación titulado “La pandemia de los anfibios: el caso del hongo Batrachochytrium dendrobatidis”, sobre un hongo patógeno descubierto hace unos 20 años, pero que aún no es muy conocido y que ha provocado la desaparición de 200 especies. El patógeno se inserta en la piel de una gran cantidad de anfibios impidiéndoles respirar, lo que ha generado ya una pandemia que ha afectado a ese grupo animal y, por ende, a la biodiversidad del planeta.
Emi es firme al comentar que sus estudios serán a nivel posdoctoral, pero mientras se consuman ella continúa planificando su vida profesional: quiere enfocarse en Sistemas de Información Geográfica y en distribución de especies y revelar cuáles factores de sus territorios las afectan y modifican su distribución, o qué provoca la disminución de las poblaciones.
Las horas van pasando y mientras seguimos platicando el personal de servicio sigue limpiando y recogiendo la mesa de este lugar, una y otra vez. Limpian y preguntan si deseamos algo más, limpian y preguntan si todo está bien…
Convencida, Emi afirma que quiere ser una mujer trans importante. “Creo que el hecho de ser una mujer trans en el mundo de la ciencia y poder avanzar tanto como me gustaría, sería una forma de decirle al mundo que serlo no es una limitante, soy igual que todos ¿no?; creo que sería una forma también de demostrar que la comunidad trans es fuerte y puede lograr lo que sea; entonces creo que sí es una buena forma de empoderamiento”.
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Pero el hecho de que Emi pueda salir a las plazas meridanas sin ser molestada, más allá de las miradas y cuchicheos, tal y como lo que hacen otras jóvenes trans en la actualidad, es una libertad que tiene que ver con la lucha por los derechos fundamentales que viene de más atrás.
Esos esfuerzos a favor de las personas sexo diversas empezaron en la década de los setenta, explica Armando Rivas Lugo, antropólogo social especializado en materia de derechos humanos y políticas de gobierno, con personas como Germán Pasos, quien “vivió todas estas redadas” institucionales.
De igual manera, hasta hace poco tiempo el trabajo sexual ejercido por las personas trans era criminalizado; sin embargo, eso cambió tras las modificaciones al Bando de Buen Gobierno, logro alcanzado por los esfuerzos de activistas como Abigail Trillo de la asociación civil Yucatrans y otros organismos, como el Consejo contra la Discriminación del Ayuntamiento de Mérida, del que Rivas Lugo forma parte.
En Mérida, hasta antes de 2016, si dos personas del mismo sexo se besaban en público o se tomaban de la mano o se vestían de mujer y alguien “se sentía ofendido”, se le podía pedir a la policía que las detuviera “por faltas a la moral”, y se les llevaba a la cárcel, en donde eran revictimizadas, sus derechos nuevamente vulnerados e incluso corrían peligro de ser violadas.
No obstante, en el Bando de Policía y Buen Gobierno de Mérida se eliminó “la porción normativa donde decía que estaban prohibidas las faltas a la moral y a las buenas costumbres; eso lo eliminamos en el 2016 y fue algo histórico, muy importante; lo celebramos mucho porque con esa redacción en el pasado se detuvo, se molestó y se utilizó en contra de las personas LGBT porque era una redacción aparentemente neutral pero que se utilizaba en contra de alguien; o sea, una falta a la moral era una persona vestida de mujer porque así lo decían: ‘Un hombre vestido de mujer’”, agrega Armando Rivas.
Este año abril se le adelantó a mayo como el mes más caluroso hasta el momento. Una de esas tardes calurosas de abril Emi y su familia fueron de compras a la Gran Plaza, otro centro comercial al que la pandemia le arrebató su esplendor. Para sobrellevar el calor, Emi viste shorts y una playera ajustada que deja ver su tuch (ombligo en maya); en la parte posterior de sus muslos muestra un gran tatuaje —proyecto que tomó varios meses de ejecución— de un corazón partido en dos, cada una de las partes dibujada, y cuyo contorno está delineado por grecas neotribales en las que se aprecia una araña, un ciempiés y que en conjunto forman una mariposa. Cada vez esquiva menos las miradas porque cada vez le importan menos. Emi se disculpa para ir al baño y, antes de que otra cosa suceda, su madre interrumpe un sorbo de su bebida y se apresura a acompañarla.
En la Escuela Nacional de Estudios Superiores (ENES-UNAM) donde estudia Emi, hay una comisión de género para atender ese tema, Emi cuenta que sí hay baños de género: "pero también hay neutros y yo entro generalmente a esos, aunque también a los femeninos. Creo que el baño es un espacio que permite sentirte fuera de cualquier prejuicio y no tengo el miedo de que alguien me diga algo.
“En la ENES hay uno que era de hombres, pero los estudiantes rayaron eso y pusieron que era mixto. Antes me daba miedo entrar a los baños femeninos por si alguien me decía algo, pero ha sido lo contrario, a lo mucho una señora se me queda viendo feo o algo así, pero las chavas incluso de 30 (años) y más hasta me hacen plática en la fila”.
En los baños públicos hay una batalla que la comunidad trans ha ido ganando y, al mismo tiempo, ha vencido el miedo a que la gente les censure y les rechace.
La trama de vida de Emi no encaja en el género dramático con el que desafortunadamente podrían categorizarse las de la mayoría de mujeres trans de generaciones pasadas. La identidad de género no es el resultado de un pasado traumático, sino una condición natural de cada persona.
Emi camina por la plaza del centro de Coyoacán, en la Ciudad de México. Los olanes de su vestido ondean con el viento. Hace poco, la joven de 1.73 metros de altura estrenó su credencial para votar y comienza a familiarizarse con el uso de un vestido negro que luce por primera vez. En su rostro resaltan los ojos delineados y los labios pintados de rojo. Sus aretes brillan en la incipiente noche citadina.
La joven pasa desapercibida para muchas personas, pero otras no la pierden de vista. No está acostumbrada a llamar la atención, aunque ahora también a eso deberá acostumbrarse, a ser el centro de atención. Por acto reflejo aprieta contra su pecho el bolso que le ha prestado su madre, se siente insegura pero sonríe.
El día pierde calor en esta romería coyoacanense que recibe por miles a hordas de paseantes que dificultan el avance y complican por momentos la comunicación, por lo que antes de entrar en la laberíntica Plaza de Artesanos, los padres de Emi desisten y cambian el rumbo hacia un café. Sortean puestos ambulantes que venden elotes, dulces, artesanías y al fin llegan a un cafetín en el que piden bebidas y charlan sobre todo y nada.
Emi ha viajado desde Mérida, Yucatán, en donde vive con su padre y su madrastra para vacacionar con su mamá, su padrastro, sus hermanos y la familia materna. Con su voz templada describe lo que sintió la primera vez que se vistió como mujer, a los 18 años de edad. Recuerda que sus hermanas la maquillaron y el toque final fue ponerse un vestido de su mamá.
“Cuando me puse todo eso en conjunto y me vi al espejo, fue un shock. No me gustaba mucho tomarme fotos y en ese momento fue como un despertar. Me vi y lo primero que pensé fue ‘me siento bonita’. No fue un ‘me siento guapo’. No. Fue ‘me siento bonita’, no había otra palabra para describir el sentimiento”.
De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), entidad que en 2021 realizó por primera vez la Encuesta Nacional sobre Diversidad Sexual y de Género (ENDISEG), en México, 5.1 % de las 97.2 millones de personas de 15 años y más edad se autoidentifican como LGBTIQ+; es decir, 5 000 000 de personas de las que “el 81.8 % se asume parte de esta población por su orientación sexual, 7.6 %, por su identidad de género y 10.6 %, por ambas”.
En tanto, en el rubro de Orientación sexual e Identidad de género, el Inegi detalla en la misma encuesta que “de las personas que se autoidentifican como LGBTI+ por su orientación sexual, 2.3 millones son bisexuales, lo que representa 51.7 % del total de esta población. El 34.8 % es transgénero o transexual”.
Emi, que considera al episodio del vestido como revelador y desde el cual se identifica como mujer trans, bebe frente a mí una cerveza artesanal dorada en un restaurante de la colonia México, en el norte de Mérida, en donde vive desde los 11 años con su padre, tras el divorcio de éste con su madre, y luego de haber cursado un año escolar en Filadelfia, Estados Unidos. Ya no presta atención, como aquella ocasión en Ciudad de México, a las personas que desde otras mesas la observan de reojo y cuchichean.
De hablar pausado y seguro, sus dedos delicados juegan durante toda la plática con su pelo largo. Viste de negro: falda corta, botas industriales, una cadena alrededor de la cintura, usa piercings, un choker en el cuello con picos, y lleva los ojos delineados de negro y los labios pintados del mismo color.
Desde el episodio revelador, comenzó a experimentar. Compró ropa, se maquilló y le pidió a sus amigos que le empezaran a llamar con pronombres femeninos.
“Fue un proceso como de, ¿qué será?, dos años, en los que fui experimentando y en los que, pues, hablé con mis papás y todo eso”.
Reconoce que al inicio de su transición, su padre y su madrastra mostraron cierta resistencia a sus cambios; pero dice que con el tiempo eso ha ido cambiando. Ahora su padre es quien le da dinero para que se compre la ropa que a ella le gusta, siempre de color negro, estilo "urbana darketa", como ella se define.
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Emi nació en Peterborough, Canadá. La estancia de posgrado de su padre en una universidad de ese país propició fortuitamente que esa ciudad le diera la nacionalidad canadiense por nacimiento. Allí permanecieron sus padres hasta que el bebé cumplió seis meses.
Su madre cuenta que cuando nació Emi, la temperatura en Peterborough estaba por debajo de los 0 grados centígrados y que la labor de parto duró 18 horas, que se encontraba sola en esa ciudad y tuvo que ser asistida por una doula, quien por estar realizando sus prácticas profesionales sólo les cobró una cuota mínima.
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La madre me comparte otros datos de primera mano mientras me muestra un baby book , una especie de libro–álbum muy común en tierras canadienses, que registra y cuenta la historia de un bebé, desde antes de su nacimiento, con fotografías, imágenes de ultrasonidos, referencias, mensajes de familiares y amistades de la familia, su árbol genealógico, y el registro de las huellas de manos, pies y otros detalles.
A lo largo de 72 páginas se puede atestiguar el amor con el que sus padres esperaron y recibieron a Emi. Gracias al baby book sabemos que se les avisó a 16 personas del nacimiento. Al abrirlo vemos un mechón de cabello de su primera visita al peluquero; también registra que nació un 23 de abril de 2003, a las 16:37 horas; que pesó 7 libras y 9.6 onzas; que tuvo una calificación Apgar de 8.9 puntos, que nació por parto natural y que de acuerdo con lo previsto con su doctor, el alumbramiento llegó siete días posteriores a la fecha programada.
“El doctor que me atendía me dijo que si no nacía ese fin de semana tendría que sacarlo, literalmente, porque estaba muy a gusto”, dice ella un poco divertida y nostálgica al contar esa historia que conoce muy bien.
Emocionada, su madre recuerda que Emi fue su segundo bebé porque antes perdió a uno por aborto espontáneo. “Este libro me pareció una estupenda idea para regalarle porque daba cuenta de información y detalles que yo podría darle cuando él creciera”.
Tal colección de recuerdos, asegura, “tiene que ver conmigo; a mí me hubiera gustado tener algo así”.
La madre aún se refiere a su “bebé” con su nombre de nacimiento: Emiliano, ese con el que actualmente, a la edad de 21 años, aún se le identifica en documentos oficiales, pero que gracias a la aprobación de la llamada Ley de Identidad de Género en Yucatán, pronto cambiará.
“Yo quería ponerle Alejandro, como uno de mis hermanos; el mayor, que falleció de manera trágica, pero una de mis hermanas me había dicho que se lo cambiara porque él debía tener su propia historia. De hecho Emi iba a nacer cerca de la fecha del cumpleaños de mi hermano, e incluso mi hermana lo predijo, que era un niño índigo, de esos que se sabe han venido a este plano a cambiar la historia”. Un amigo peruano y poeta de aquella época en Canadá, le sugirió el nombre: “Por qué buscan tanto el nombre, si en la historia de México hay tantos próceres”; entonces pensé: “Claro, este chico viene a revolucionar el mundo”. Le llamó como uno de los héroes revolucionarios de México más populares.
En el baby book de la vida de Emi se consigna que su signo zodiacal es Tauro; dice que los nacidos bajo este signo se caracterizan por ser personas que cuidan y protegen a los demás; que se preocupan por la gente y por su manera de pensar; que valoran mucho a la familia y que serán excelentes padres o madres, según sea el caso; no obstante, su carrera profesional es lo más importante, y también que el matrimonio y las relaciones interpersonales son bien favorecidas para los nacidos exactamente el 23 de abril.
La madre recuerda con claridad las noticias que en recortes de diarios locales de Peterborough pegó en este libro de memorias: “Estados Unidos pidió a Canadá que enviara efectivos para sumarse a las filas estadounidenses en su guerra contra Irak”; “El SARS fue declarado epidemia y emergencia nacional por el gobierno”.
A los 20 años de edad, ya en Mérida, su madre y su padrastro le organizaron una comida de cumpleaños a la que Emi invitó a sus amigos más cercanos, quienes le escribieron y dibujaron en el baby book mensajes de felicitación:
Emi, has sido mi amiga por aproximadamente siete años. Fuiste la primera persona en hablarme e integrarme a un nuevo lugar. Aunque a veces no hablemos tanto o ya no vaya a las reuniones, siempre estaré para ti. Eres mi hermana y te amo mucho.
Atentamente A.
Otra de sus personas más queridas le escribió:
Son pocas las personas por las cuales el cielo encuentra un propósito; para mí, su propósito es brillar en tus ojos. Sigue llenando de luz la vida de las personas. Tu amistad es sumamente valiosa para mí, robas mi soledad, pero, me brindas la mejor compañía.
Espero encuentres el espacio para ti en este mundo, si no lo encuentras, créalo. Eres más que capaz y fuerte para hacerlo.
Cuando lo hagas, voy a estar ahí, con todo el cariño del mundo. […]
TQM
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Pese a radicar en Mérida, una ciudad en la que gran parte de la sociedad aún es sumamente conservadora, la red familiar y de amistades que tiene le han ayudado a esta joven a resistir con éxito su primer año de transición social y vive una vida común y corriente. Va a la escuela, investiga en zonas marginales temas relacionados con la geografía, juega videojuegos, acude a fiestas con sus amigos de la universidad y con los de toda la vida, que la conocen desde su infancia y han visto su transformación en los años recientes.
Todos ellos la han acogido abiertamente y sin condiciones tal cual y como Emi se define a sí misma y en sus reuniones; la nombran y se dirigen a ella en femenino, como la joven que es, aunque de pronto ocurre que alguien la llama con un pronombre masculino, pero Emi asegura que no le genera ningún problema.
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Durante una reunión organizada por un amigo suyo en un paraje de la comisaría Dzitya, al norte de la capital yucateca, Emi y su familia conviven con la naturalidad de quien se sabe y se siente en familia, y si bien cuentan anécdotas de cuando ella era aún un chiquillo y la recuerdan como el hermano travieso y juguetón que todos trataron, hoy en día es una joven de estilo urbano, maquillada y vestida con falda y tops a la que como a cualquier otra le gustan los tatuajes, los gadgets, estudiar, la comida, viajar, la ropa de moda y la música de Kanye West.
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Es mediodía y Emi ingresa a una tienda de mascotas en The Harbor, una de las plazas con algunas de las marcas más exclusivas de Mérida, busca alimento para su gecko leopardo. Me explica, sin prisa pero sin pausa, que a su mascota no le gustan las cucarachas y sólo le da de comer tenebrios, unas larvas vivas que parece que le encantan.
En el trayecto de las escaleras eléctricas a la entrada de la tienda de mascotas, conté al menos a 10 personas que han mirado a Emi disimulada y abiertamente. Emi se despacha rápido, coge tres recipientes y se dirige a la caja, en donde una mujer menuda de pelo rubio y que le mira con asombro, escanea los vasos con larvas y sin pensarlo se dirige a ella con pronombres masculinos. La cajera pregunta como autómata si eso es todo lo que llevaremos. Emi paga y nos marchamos.
“Entiendo que hay gente a la que le cuesta trabajo hablarme como mujer u hombre; pero entiendo que no lo hacen de mala fe”, dice Emi excusando a la empleada.
Conocedora de que en nuestro país, y sobre todo en Mérida, la sociedad es muy conservadora hacia lo distinto y en su entendimiento sobre las personas de la comunidad sexodiversa, Emi comparte que tiene planes de continuar sus estudios de posgrado en Estados Unidos o Canadá, su país natal, y de quedarse a vivir allá.
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Otra tarde cualquiera en esta ciudad capital, de esas de 40 grados centígrados a la sombra, que huelen a humedad y provocan una sensación de sudor chicloso en la piel, charlo de nuevo con Emi, quien se disculpa porque le toma mucho tiempo explicarme lo relacionado con una investigación que realiza como parte de sus prácticas profesionales.
Planificadora e investigadora apasionada como es —de su padre científico sacó ese rasgo, dice— ya ha empezado a dar sus primeros pasos tras contactar y trabajar actualmente con un investigador de la Texas Tech University, en Estados Unidos, el doctor Carlos Portillo, y se ha sumado a su proyecto trazando mapas que diseña con Sistemas de Información Geográfica, algoritmos y satélites.
De hecho, Emi acaba de terminar un mapa sobre el impacto que genera el Tren Maya —multimillonario proyecto del actual gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador en el sureste mexicano—, en el llamado Tramo 7 que atraviesa la selva de Calakmul, en la reserva de la biósfera del estado de Campeche, al sur del país.
Luego de terminar su primer avance cartográfico, tras meses de preparación y en el que ha empleado gráficas e imágenes satelitales comparativas y que será expuesto en el Research Day en la institución universitaria, lo que sigue, asevera, es seguir haciendo estudios geográficos del impacto de la actividad humana en esa región. Sin embargo, recalca que eso lo tendrá que hacer un especialista en ecología y deberá incluir estudios sobre especies vegetales y animales cuyos hábitats quedarán divididos en norte y sur en ese trecho de selva en la que habita una megadiversidad de especies.
Comemos chicharrón en salsa verde, y la nobel investigadora no ha dejado ni rastro; entre sabores y aromas de cilantro, arroz y tortilla amarilla, y aunque siempre le apasiona hablar sobre “su tema”, Emi expresa sin emoción una conclusión a la que ha llegado: “No soy ecóloga, pero de algo estoy segura, ese tramo del Tren Maya sí generará un impacto en esa región megadiversa: ha partido en dos la selva de Calakmul”.
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Debido al calor infernal de esta ciudad, llamada T’Hó (Cinco Cerros) por los mayas, y cuyo origen se remonta a más 2 000 años, la vida ocurre muy de mañana o por las tardes y noches; es por ello que hemos venido a Plaza Galerías –uno de los centros comerciales más grandes y concurridos de esta urbe que ha crecido de manera exponencial en la última década– a charlar sobre otra de sus pasiones: la escritura de artículos científicos.
Y es que, además, la geógrafa ya cuenta con un artículo de divulgación titulado “La pandemia de los anfibios: el caso del hongo Batrachochytrium dendrobatidis”, sobre un hongo patógeno descubierto hace unos 20 años, pero que aún no es muy conocido y que ha provocado la desaparición de 200 especies. El patógeno se inserta en la piel de una gran cantidad de anfibios impidiéndoles respirar, lo que ha generado ya una pandemia que ha afectado a ese grupo animal y, por ende, a la biodiversidad del planeta.
Emi es firme al comentar que sus estudios serán a nivel posdoctoral, pero mientras se consuman ella continúa planificando su vida profesional: quiere enfocarse en Sistemas de Información Geográfica y en distribución de especies y revelar cuáles factores de sus territorios las afectan y modifican su distribución, o qué provoca la disminución de las poblaciones.
Las horas van pasando y mientras seguimos platicando el personal de servicio sigue limpiando y recogiendo la mesa de este lugar, una y otra vez. Limpian y preguntan si deseamos algo más, limpian y preguntan si todo está bien…
Convencida, Emi afirma que quiere ser una mujer trans importante. “Creo que el hecho de ser una mujer trans en el mundo de la ciencia y poder avanzar tanto como me gustaría, sería una forma de decirle al mundo que serlo no es una limitante, soy igual que todos ¿no?; creo que sería una forma también de demostrar que la comunidad trans es fuerte y puede lograr lo que sea; entonces creo que sí es una buena forma de empoderamiento”.
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Pero el hecho de que Emi pueda salir a las plazas meridanas sin ser molestada, más allá de las miradas y cuchicheos, tal y como lo que hacen otras jóvenes trans en la actualidad, es una libertad que tiene que ver con la lucha por los derechos fundamentales que viene de más atrás.
Esos esfuerzos a favor de las personas sexo diversas empezaron en la década de los setenta, explica Armando Rivas Lugo, antropólogo social especializado en materia de derechos humanos y políticas de gobierno, con personas como Germán Pasos, quien “vivió todas estas redadas” institucionales.
De igual manera, hasta hace poco tiempo el trabajo sexual ejercido por las personas trans era criminalizado; sin embargo, eso cambió tras las modificaciones al Bando de Buen Gobierno, logro alcanzado por los esfuerzos de activistas como Abigail Trillo de la asociación civil Yucatrans y otros organismos, como el Consejo contra la Discriminación del Ayuntamiento de Mérida, del que Rivas Lugo forma parte.
En Mérida, hasta antes de 2016, si dos personas del mismo sexo se besaban en público o se tomaban de la mano o se vestían de mujer y alguien “se sentía ofendido”, se le podía pedir a la policía que las detuviera “por faltas a la moral”, y se les llevaba a la cárcel, en donde eran revictimizadas, sus derechos nuevamente vulnerados e incluso corrían peligro de ser violadas.
No obstante, en el Bando de Policía y Buen Gobierno de Mérida se eliminó “la porción normativa donde decía que estaban prohibidas las faltas a la moral y a las buenas costumbres; eso lo eliminamos en el 2016 y fue algo histórico, muy importante; lo celebramos mucho porque con esa redacción en el pasado se detuvo, se molestó y se utilizó en contra de las personas LGBT porque era una redacción aparentemente neutral pero que se utilizaba en contra de alguien; o sea, una falta a la moral era una persona vestida de mujer porque así lo decían: ‘Un hombre vestido de mujer’”, agrega Armando Rivas.
Este año abril se le adelantó a mayo como el mes más caluroso hasta el momento. Una de esas tardes calurosas de abril Emi y su familia fueron de compras a la Gran Plaza, otro centro comercial al que la pandemia le arrebató su esplendor. Para sobrellevar el calor, Emi viste shorts y una playera ajustada que deja ver su tuch (ombligo en maya); en la parte posterior de sus muslos muestra un gran tatuaje —proyecto que tomó varios meses de ejecución— de un corazón partido en dos, cada una de las partes dibujada, y cuyo contorno está delineado por grecas neotribales en las que se aprecia una araña, un ciempiés y que en conjunto forman una mariposa. Cada vez esquiva menos las miradas porque cada vez le importan menos. Emi se disculpa para ir al baño y, antes de que otra cosa suceda, su madre interrumpe un sorbo de su bebida y se apresura a acompañarla.
En la Escuela Nacional de Estudios Superiores (ENES-UNAM) donde estudia Emi, hay una comisión de género para atender ese tema, Emi cuenta que sí hay baños de género: "pero también hay neutros y yo entro generalmente a esos, aunque también a los femeninos. Creo que el baño es un espacio que permite sentirte fuera de cualquier prejuicio y no tengo el miedo de que alguien me diga algo.
“En la ENES hay uno que era de hombres, pero los estudiantes rayaron eso y pusieron que era mixto. Antes me daba miedo entrar a los baños femeninos por si alguien me decía algo, pero ha sido lo contrario, a lo mucho una señora se me queda viendo feo o algo así, pero las chavas incluso de 30 (años) y más hasta me hacen plática en la fila”.
En los baños públicos hay una batalla que la comunidad trans ha ido ganando y, al mismo tiempo, ha vencido el miedo a que la gente les censure y les rechace.
Esto es una mirada de todos los días, no salgo de mi casa sin maquillarme, así que quise capturar una mirada de a diario en mi vida cotidiana. El estar maquillada me trae tranquilidad y afirmación de mi feminidad. Incluso yo siempre digo: “Yo sin mi delineado, no soy yo”.
La trama de vida de Emi no encaja en el género dramático con el que desafortunadamente podrían categorizarse las de la mayoría de mujeres trans de generaciones pasadas. La identidad de género no es el resultado de un pasado traumático, sino una condición natural de cada persona.
Emi camina por la plaza del centro de Coyoacán, en la Ciudad de México. Los olanes de su vestido ondean con el viento. Hace poco, la joven de 1.73 metros de altura estrenó su credencial para votar y comienza a familiarizarse con el uso de un vestido negro que luce por primera vez. En su rostro resaltan los ojos delineados y los labios pintados de rojo. Sus aretes brillan en la incipiente noche citadina.
La joven pasa desapercibida para muchas personas, pero otras no la pierden de vista. No está acostumbrada a llamar la atención, aunque ahora también a eso deberá acostumbrarse, a ser el centro de atención. Por acto reflejo aprieta contra su pecho el bolso que le ha prestado su madre, se siente insegura pero sonríe.
El día pierde calor en esta romería coyoacanense que recibe por miles a hordas de paseantes que dificultan el avance y complican por momentos la comunicación, por lo que antes de entrar en la laberíntica Plaza de Artesanos, los padres de Emi desisten y cambian el rumbo hacia un café. Sortean puestos ambulantes que venden elotes, dulces, artesanías y al fin llegan a un cafetín en el que piden bebidas y charlan sobre todo y nada.
Emi ha viajado desde Mérida, Yucatán, en donde vive con su padre y su madrastra para vacacionar con su mamá, su padrastro, sus hermanos y la familia materna. Con su voz templada describe lo que sintió la primera vez que se vistió como mujer, a los 18 años de edad. Recuerda que sus hermanas la maquillaron y el toque final fue ponerse un vestido de su mamá.
“Cuando me puse todo eso en conjunto y me vi al espejo, fue un shock. No me gustaba mucho tomarme fotos y en ese momento fue como un despertar. Me vi y lo primero que pensé fue ‘me siento bonita’. No fue un ‘me siento guapo’. No. Fue ‘me siento bonita’, no había otra palabra para describir el sentimiento”.
De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), entidad que en 2021 realizó por primera vez la Encuesta Nacional sobre Diversidad Sexual y de Género (ENDISEG), en México, 5.1 % de las 97.2 millones de personas de 15 años y más edad se autoidentifican como LGBTIQ+; es decir, 5 000 000 de personas de las que “el 81.8 % se asume parte de esta población por su orientación sexual, 7.6 %, por su identidad de género y 10.6 %, por ambas”.
En tanto, en el rubro de Orientación sexual e Identidad de género, el Inegi detalla en la misma encuesta que “de las personas que se autoidentifican como LGBTI+ por su orientación sexual, 2.3 millones son bisexuales, lo que representa 51.7 % del total de esta población. El 34.8 % es transgénero o transexual”.
Emi, que considera al episodio del vestido como revelador y desde el cual se identifica como mujer trans, bebe frente a mí una cerveza artesanal dorada en un restaurante de la colonia México, en el norte de Mérida, en donde vive desde los 11 años con su padre, tras el divorcio de éste con su madre, y luego de haber cursado un año escolar en Filadelfia, Estados Unidos. Ya no presta atención, como aquella ocasión en Ciudad de México, a las personas que desde otras mesas la observan de reojo y cuchichean.
De hablar pausado y seguro, sus dedos delicados juegan durante toda la plática con su pelo largo. Viste de negro: falda corta, botas industriales, una cadena alrededor de la cintura, usa piercings, un choker en el cuello con picos, y lleva los ojos delineados de negro y los labios pintados del mismo color.
Desde el episodio revelador, comenzó a experimentar. Compró ropa, se maquilló y le pidió a sus amigos que le empezaran a llamar con pronombres femeninos.
“Fue un proceso como de, ¿qué será?, dos años, en los que fui experimentando y en los que, pues, hablé con mis papás y todo eso”.
Reconoce que al inicio de su transición, su padre y su madrastra mostraron cierta resistencia a sus cambios; pero dice que con el tiempo eso ha ido cambiando. Ahora su padre es quien le da dinero para que se compre la ropa que a ella le gusta, siempre de color negro, estilo "urbana darketa", como ella se define.
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Emi nació en Peterborough, Canadá. La estancia de posgrado de su padre en una universidad de ese país propició fortuitamente que esa ciudad le diera la nacionalidad canadiense por nacimiento. Allí permanecieron sus padres hasta que el bebé cumplió seis meses.
Su madre cuenta que cuando nació Emi, la temperatura en Peterborough estaba por debajo de los 0 grados centígrados y que la labor de parto duró 18 horas, que se encontraba sola en esa ciudad y tuvo que ser asistida por una doula, quien por estar realizando sus prácticas profesionales sólo les cobró una cuota mínima.
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La madre me comparte otros datos de primera mano mientras me muestra un baby book , una especie de libro–álbum muy común en tierras canadienses, que registra y cuenta la historia de un bebé, desde antes de su nacimiento, con fotografías, imágenes de ultrasonidos, referencias, mensajes de familiares y amistades de la familia, su árbol genealógico, y el registro de las huellas de manos, pies y otros detalles.
A lo largo de 72 páginas se puede atestiguar el amor con el que sus padres esperaron y recibieron a Emi. Gracias al baby book sabemos que se les avisó a 16 personas del nacimiento. Al abrirlo vemos un mechón de cabello de su primera visita al peluquero; también registra que nació un 23 de abril de 2003, a las 16:37 horas; que pesó 7 libras y 9.6 onzas; que tuvo una calificación Apgar de 8.9 puntos, que nació por parto natural y que de acuerdo con lo previsto con su doctor, el alumbramiento llegó siete días posteriores a la fecha programada.
“El doctor que me atendía me dijo que si no nacía ese fin de semana tendría que sacarlo, literalmente, porque estaba muy a gusto”, dice ella un poco divertida y nostálgica al contar esa historia que conoce muy bien.
Emocionada, su madre recuerda que Emi fue su segundo bebé porque antes perdió a uno por aborto espontáneo. “Este libro me pareció una estupenda idea para regalarle porque daba cuenta de información y detalles que yo podría darle cuando él creciera”.
Tal colección de recuerdos, asegura, “tiene que ver conmigo; a mí me hubiera gustado tener algo así”.
La madre aún se refiere a su “bebé” con su nombre de nacimiento: Emiliano, ese con el que actualmente, a la edad de 21 años, aún se le identifica en documentos oficiales, pero que gracias a la aprobación de la llamada Ley de Identidad de Género en Yucatán, pronto cambiará.
“Yo quería ponerle Alejandro, como uno de mis hermanos; el mayor, que falleció de manera trágica, pero una de mis hermanas me había dicho que se lo cambiara porque él debía tener su propia historia. De hecho Emi iba a nacer cerca de la fecha del cumpleaños de mi hermano, e incluso mi hermana lo predijo, que era un niño índigo, de esos que se sabe han venido a este plano a cambiar la historia”. Un amigo peruano y poeta de aquella época en Canadá, le sugirió el nombre: “Por qué buscan tanto el nombre, si en la historia de México hay tantos próceres”; entonces pensé: “Claro, este chico viene a revolucionar el mundo”. Le llamó como uno de los héroes revolucionarios de México más populares.
En el baby book de la vida de Emi se consigna que su signo zodiacal es Tauro; dice que los nacidos bajo este signo se caracterizan por ser personas que cuidan y protegen a los demás; que se preocupan por la gente y por su manera de pensar; que valoran mucho a la familia y que serán excelentes padres o madres, según sea el caso; no obstante, su carrera profesional es lo más importante, y también que el matrimonio y las relaciones interpersonales son bien favorecidas para los nacidos exactamente el 23 de abril.
La madre recuerda con claridad las noticias que en recortes de diarios locales de Peterborough pegó en este libro de memorias: “Estados Unidos pidió a Canadá que enviara efectivos para sumarse a las filas estadounidenses en su guerra contra Irak”; “El SARS fue declarado epidemia y emergencia nacional por el gobierno”.
A los 20 años de edad, ya en Mérida, su madre y su padrastro le organizaron una comida de cumpleaños a la que Emi invitó a sus amigos más cercanos, quienes le escribieron y dibujaron en el baby book mensajes de felicitación:
Emi, has sido mi amiga por aproximadamente siete años. Fuiste la primera persona en hablarme e integrarme a un nuevo lugar. Aunque a veces no hablemos tanto o ya no vaya a las reuniones, siempre estaré para ti. Eres mi hermana y te amo mucho.
Atentamente A.
Otra de sus personas más queridas le escribió:
Son pocas las personas por las cuales el cielo encuentra un propósito; para mí, su propósito es brillar en tus ojos. Sigue llenando de luz la vida de las personas. Tu amistad es sumamente valiosa para mí, robas mi soledad, pero, me brindas la mejor compañía.
Espero encuentres el espacio para ti en este mundo, si no lo encuentras, créalo. Eres más que capaz y fuerte para hacerlo.
Cuando lo hagas, voy a estar ahí, con todo el cariño del mundo. […]
TQM
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Pese a radicar en Mérida, una ciudad en la que gran parte de la sociedad aún es sumamente conservadora, la red familiar y de amistades que tiene le han ayudado a esta joven a resistir con éxito su primer año de transición social y vive una vida común y corriente. Va a la escuela, investiga en zonas marginales temas relacionados con la geografía, juega videojuegos, acude a fiestas con sus amigos de la universidad y con los de toda la vida, que la conocen desde su infancia y han visto su transformación en los años recientes.
Todos ellos la han acogido abiertamente y sin condiciones tal cual y como Emi se define a sí misma y en sus reuniones; la nombran y se dirigen a ella en femenino, como la joven que es, aunque de pronto ocurre que alguien la llama con un pronombre masculino, pero Emi asegura que no le genera ningún problema.
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Durante una reunión organizada por un amigo suyo en un paraje de la comisaría Dzitya, al norte de la capital yucateca, Emi y su familia conviven con la naturalidad de quien se sabe y se siente en familia, y si bien cuentan anécdotas de cuando ella era aún un chiquillo y la recuerdan como el hermano travieso y juguetón que todos trataron, hoy en día es una joven de estilo urbano, maquillada y vestida con falda y tops a la que como a cualquier otra le gustan los tatuajes, los gadgets, estudiar, la comida, viajar, la ropa de moda y la música de Kanye West.
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Es mediodía y Emi ingresa a una tienda de mascotas en The Harbor, una de las plazas con algunas de las marcas más exclusivas de Mérida, busca alimento para su gecko leopardo. Me explica, sin prisa pero sin pausa, que a su mascota no le gustan las cucarachas y sólo le da de comer tenebrios, unas larvas vivas que parece que le encantan.
En el trayecto de las escaleras eléctricas a la entrada de la tienda de mascotas, conté al menos a 10 personas que han mirado a Emi disimulada y abiertamente. Emi se despacha rápido, coge tres recipientes y se dirige a la caja, en donde una mujer menuda de pelo rubio y que le mira con asombro, escanea los vasos con larvas y sin pensarlo se dirige a ella con pronombres masculinos. La cajera pregunta como autómata si eso es todo lo que llevaremos. Emi paga y nos marchamos.
“Entiendo que hay gente a la que le cuesta trabajo hablarme como mujer u hombre; pero entiendo que no lo hacen de mala fe”, dice Emi excusando a la empleada.
Conocedora de que en nuestro país, y sobre todo en Mérida, la sociedad es muy conservadora hacia lo distinto y en su entendimiento sobre las personas de la comunidad sexodiversa, Emi comparte que tiene planes de continuar sus estudios de posgrado en Estados Unidos o Canadá, su país natal, y de quedarse a vivir allá.
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Otra tarde cualquiera en esta ciudad capital, de esas de 40 grados centígrados a la sombra, que huelen a humedad y provocan una sensación de sudor chicloso en la piel, charlo de nuevo con Emi, quien se disculpa porque le toma mucho tiempo explicarme lo relacionado con una investigación que realiza como parte de sus prácticas profesionales.
Planificadora e investigadora apasionada como es —de su padre científico sacó ese rasgo, dice— ya ha empezado a dar sus primeros pasos tras contactar y trabajar actualmente con un investigador de la Texas Tech University, en Estados Unidos, el doctor Carlos Portillo, y se ha sumado a su proyecto trazando mapas que diseña con Sistemas de Información Geográfica, algoritmos y satélites.
De hecho, Emi acaba de terminar un mapa sobre el impacto que genera el Tren Maya —multimillonario proyecto del actual gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador en el sureste mexicano—, en el llamado Tramo 7 que atraviesa la selva de Calakmul, en la reserva de la biósfera del estado de Campeche, al sur del país.
Luego de terminar su primer avance cartográfico, tras meses de preparación y en el que ha empleado gráficas e imágenes satelitales comparativas y que será expuesto en el Research Day en la institución universitaria, lo que sigue, asevera, es seguir haciendo estudios geográficos del impacto de la actividad humana en esa región. Sin embargo, recalca que eso lo tendrá que hacer un especialista en ecología y deberá incluir estudios sobre especies vegetales y animales cuyos hábitats quedarán divididos en norte y sur en ese trecho de selva en la que habita una megadiversidad de especies.
Comemos chicharrón en salsa verde, y la nobel investigadora no ha dejado ni rastro; entre sabores y aromas de cilantro, arroz y tortilla amarilla, y aunque siempre le apasiona hablar sobre “su tema”, Emi expresa sin emoción una conclusión a la que ha llegado: “No soy ecóloga, pero de algo estoy segura, ese tramo del Tren Maya sí generará un impacto en esa región megadiversa: ha partido en dos la selva de Calakmul”.
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Debido al calor infernal de esta ciudad, llamada T’Hó (Cinco Cerros) por los mayas, y cuyo origen se remonta a más 2 000 años, la vida ocurre muy de mañana o por las tardes y noches; es por ello que hemos venido a Plaza Galerías –uno de los centros comerciales más grandes y concurridos de esta urbe que ha crecido de manera exponencial en la última década– a charlar sobre otra de sus pasiones: la escritura de artículos científicos.
Y es que, además, la geógrafa ya cuenta con un artículo de divulgación titulado “La pandemia de los anfibios: el caso del hongo Batrachochytrium dendrobatidis”, sobre un hongo patógeno descubierto hace unos 20 años, pero que aún no es muy conocido y que ha provocado la desaparición de 200 especies. El patógeno se inserta en la piel de una gran cantidad de anfibios impidiéndoles respirar, lo que ha generado ya una pandemia que ha afectado a ese grupo animal y, por ende, a la biodiversidad del planeta.
Emi es firme al comentar que sus estudios serán a nivel posdoctoral, pero mientras se consuman ella continúa planificando su vida profesional: quiere enfocarse en Sistemas de Información Geográfica y en distribución de especies y revelar cuáles factores de sus territorios las afectan y modifican su distribución, o qué provoca la disminución de las poblaciones.
Las horas van pasando y mientras seguimos platicando el personal de servicio sigue limpiando y recogiendo la mesa de este lugar, una y otra vez. Limpian y preguntan si deseamos algo más, limpian y preguntan si todo está bien…
Convencida, Emi afirma que quiere ser una mujer trans importante. “Creo que el hecho de ser una mujer trans en el mundo de la ciencia y poder avanzar tanto como me gustaría, sería una forma de decirle al mundo que serlo no es una limitante, soy igual que todos ¿no?; creo que sería una forma también de demostrar que la comunidad trans es fuerte y puede lograr lo que sea; entonces creo que sí es una buena forma de empoderamiento”.
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Pero el hecho de que Emi pueda salir a las plazas meridanas sin ser molestada, más allá de las miradas y cuchicheos, tal y como lo que hacen otras jóvenes trans en la actualidad, es una libertad que tiene que ver con la lucha por los derechos fundamentales que viene de más atrás.
Esos esfuerzos a favor de las personas sexo diversas empezaron en la década de los setenta, explica Armando Rivas Lugo, antropólogo social especializado en materia de derechos humanos y políticas de gobierno, con personas como Germán Pasos, quien “vivió todas estas redadas” institucionales.
De igual manera, hasta hace poco tiempo el trabajo sexual ejercido por las personas trans era criminalizado; sin embargo, eso cambió tras las modificaciones al Bando de Buen Gobierno, logro alcanzado por los esfuerzos de activistas como Abigail Trillo de la asociación civil Yucatrans y otros organismos, como el Consejo contra la Discriminación del Ayuntamiento de Mérida, del que Rivas Lugo forma parte.
En Mérida, hasta antes de 2016, si dos personas del mismo sexo se besaban en público o se tomaban de la mano o se vestían de mujer y alguien “se sentía ofendido”, se le podía pedir a la policía que las detuviera “por faltas a la moral”, y se les llevaba a la cárcel, en donde eran revictimizadas, sus derechos nuevamente vulnerados e incluso corrían peligro de ser violadas.
No obstante, en el Bando de Policía y Buen Gobierno de Mérida se eliminó “la porción normativa donde decía que estaban prohibidas las faltas a la moral y a las buenas costumbres; eso lo eliminamos en el 2016 y fue algo histórico, muy importante; lo celebramos mucho porque con esa redacción en el pasado se detuvo, se molestó y se utilizó en contra de las personas LGBT porque era una redacción aparentemente neutral pero que se utilizaba en contra de alguien; o sea, una falta a la moral era una persona vestida de mujer porque así lo decían: ‘Un hombre vestido de mujer’”, agrega Armando Rivas.
Este año abril se le adelantó a mayo como el mes más caluroso hasta el momento. Una de esas tardes calurosas de abril Emi y su familia fueron de compras a la Gran Plaza, otro centro comercial al que la pandemia le arrebató su esplendor. Para sobrellevar el calor, Emi viste shorts y una playera ajustada que deja ver su tuch (ombligo en maya); en la parte posterior de sus muslos muestra un gran tatuaje —proyecto que tomó varios meses de ejecución— de un corazón partido en dos, cada una de las partes dibujada, y cuyo contorno está delineado por grecas neotribales en las que se aprecia una araña, un ciempiés y que en conjunto forman una mariposa. Cada vez esquiva menos las miradas porque cada vez le importan menos. Emi se disculpa para ir al baño y, antes de que otra cosa suceda, su madre interrumpe un sorbo de su bebida y se apresura a acompañarla.
En la Escuela Nacional de Estudios Superiores (ENES-UNAM) donde estudia Emi, hay una comisión de género para atender ese tema, Emi cuenta que sí hay baños de género: "pero también hay neutros y yo entro generalmente a esos, aunque también a los femeninos. Creo que el baño es un espacio que permite sentirte fuera de cualquier prejuicio y no tengo el miedo de que alguien me diga algo.
“En la ENES hay uno que era de hombres, pero los estudiantes rayaron eso y pusieron que era mixto. Antes me daba miedo entrar a los baños femeninos por si alguien me decía algo, pero ha sido lo contrario, a lo mucho una señora se me queda viendo feo o algo así, pero las chavas incluso de 30 (años) y más hasta me hacen plática en la fila”.
En los baños públicos hay una batalla que la comunidad trans ha ido ganando y, al mismo tiempo, ha vencido el miedo a que la gente les censure y les rechace.
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