Parir en la Pandemia: Crónica de un nacimiento en tiempos de coronavirus

Parir en la pandemia

Mientras el coronavirus se abría paso en el país, Martina, instalada en su cuarentena uterina, se negaba a nacer. Su padre escribió está crónica entre la angustia y la alegría que significó recibirla en tiempos de emergencia sanitaria.

Tiempo de lectura: 20 minutos

1.

El 15 de marzo pasado la Negra, mi pareja, cumplía 9 meses de embarazo. En su interior se había formado un ser humano llamado Pipi de manera provisoria, pues su madre había decidido que no quería saber el sexo de la criatura. Un día, bajo la obligación socio comunicativa de nombrarle, alguien le dijo Pipi y así se quedó. Era un nombre funcional que al no tener género, le otorgaba el derecho de ser lo que quisiera. El problema surgía con el diminutivo, empleado muy frecuentemente dado el pequeño tamaño del ser en cuestión. Que Pipina para acá, que Pipino para allá, o que Pipine no sé qué.

Ese 15 de marzo Pipi cumplía 40 semanas ahí adentro y no mostraba señal alguna de querer salir. La decisión de cuándo hacerlo era únicamente suya, ya que habíamos decidido que sería un parto natural, o humanizado, como le dicen en México a los que suceden fuera del quirófano. Quisimos disfrutar el nacimiento del nuevo integrante y no pedirle a un doctor que mirara su agenda y nos dijera qué día tenía libre para desenfundar su bisturí y sacarle de ahí. Todo de tal forma que el críe, dando vueltas en su líquido amniótico, como si estuviese en el espacio, fuera quien decidiera cuándo tocar la puerta para que le abrieran. En cuanto eso sucediera nosotros tendríamos que salir disparados rumbo al hospital. Además de los nervios y los dolores, había que considerar  que en la Ciudad de México las distancias no se miden en metros, sino en tráfico. Es decir, el espacio se mide en tiempo, aunque Hawking se retuerza en su tumba.

Cuando las contracciones se repitan cada equis tiempo, y duren no sé cuántos minutos, nos dijo el ginecólogo, significa que la dilatación es de no sé cuántos centímetros. Pipi va a salir cuando la dilatación sea de diez, por lo cual, ustedes tienen que llegar al hospital con ocho centímetros. Como muchas otras instituciones privadas de salud, ese hospital cobra una fortuna por día, así que si decides llegar antes y esperar ahí, es problema tuyo.

Volviendo al tema del tiempo, a las 2 de la mañana el hospital queda a 20 minutos de la casa, pero a las 6 de la tarde, queda a una hora. Por lo que, de sólo pensar en la posibilidad de que las contracciones llegaran a 8 centímetros de dilatación a las 6 de la tarde, un viernes, digamos, pa ponernos un poco dramáticos… o mejor no, lo mejor es decirle al ginecólogo que sí a todo y a otra cosa mariposa. La imagen de un parto en el auto es, simplemente, escalofriante. Julito Cortázar y su autopista al sur son un poroto en la Ciudad de México. O sea, un frijol. Como Pipi hace 38 semanas.

Todo iba a suceder en el Hospital Durango de la colonia Roma, donde hay una sala llamada LPR: Labor, Parto y Recuperación, que tiene la cualidad de funcionar de manera opuesta al resto de los hospitales de país. Es decir, que no considera el embarazo como una enfermedad, ni el parto como una operación. En todo México, que no es justamente una aldea, sino una inmensa bestia feroz, sólo hay tres hospitales con dichas salas. En el resto, el 98% de los partos son por cesárea. Doctor, agenda, fecha, camilla, piernas pa´rriba, epidural, bisturí, puje-señora-puje, y apúrese un poquito por favor que la siguiente cesárea es en media hora, sale el bebé y antes de que la madre pueda tocarlo, la enfermera malvada se lo lleva a la sala de cunas, le dan leche de formula (la Maruchan de las leches, digamos) y punto pelota. Después, al día siguiente, si la madre se portó bien, le pasan un rato a su hije. O sea, un sistema médico súmamente violento, autoritario y anti natural. Y el padre… bien gracias. El boludo de turno.

Las salas LPR, en cambio, se adaptan a todos los gustos y se equipan con accesorios diversos. Una pelota de plástico gigante, un fular colgado del techo para parir como un Tarzán tlaxcalteca, un banquito para hacerlo en cuclillas como las indias en la selva Lacandona, o un jacuzzi. Ese nos gustó a nosotros. Pipi iba a nacer en agua, y no fuimos más cancheros porque no tuvimos tiempo.

Pasando a otro punto, los nacimientos no son en el mes nueve como dicen los cuentitos, sino dentro de un margen comprendido entra la semana 38 y la 42. El día 15 de marzo, el estimado para que naciera Pipi, era el día promedio. Llegó el día y no había ni contracciones, ni dilatación, ni nada, solo tráfico y un pequeño detalle añadido: un virus global tremendamente hijo de puta llamado coronavirus.

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