No hay música en la plaza de Garibaldi. No se escucha el arpegio de una sola guitarra, o la insinuación de una voz en calentamiento. Lo que antes era el punto de encuentro para docenas de mariachis alistándose para otra noche de juerga, tiene hoy apenas un atisbo de osadía, representado por un pequeño grupo de músicos a la espera de algún cliente. El dúo retratado se llama Mexica. Me cuentan que su negocio ha caído entre 90 y 98 por ciento, pues la mayoría de los días no hay para quién cantar. Ellos, que forman parte de la resistencia, regresan cada noche a esta plaza estática y vacía, donde el viento levanta el polvo y las envolturas de dulces que quedaron sobre el concreto, y que al volar producen el único sonido perceptible. Cuando les pregunto qué tipo de clientes son los que han aparecido en los últimos días, responden que son solo aquellos que no creen en el coronavirus. "Hay fiestas en patios repletos de gente, donde los únicos que usan tapabocas somos nosotros", me cuentan. Luego empiezan a cantarme "Volver Volver", alzando la voz a través de las mascarillas. La canción suena distorsionada y débil, pero alcanzo a notar que les brota una sonrisa, que a pesar de estar oculta, es señal de que piensan en tiempos mejores.
Cuando les pregunto qué tipo de clientes son los que han aparecido en los últimos días, responden que son solo aquellos que no creen en el coronavirus.
No hay música en la plaza de Garibaldi. No se escucha el arpegio de una sola guitarra, o la insinuación de una voz en calentamiento. Lo que antes era el punto de encuentro para docenas de mariachis alistándose para otra noche de juerga, tiene hoy apenas un atisbo de osadía, representado por un pequeño grupo de músicos a la espera de algún cliente. El dúo retratado se llama Mexica. Me cuentan que su negocio ha caído entre 90 y 98 por ciento, pues la mayoría de los días no hay para quién cantar. Ellos, que forman parte de la resistencia, regresan cada noche a esta plaza estática y vacía, donde el viento levanta el polvo y las envolturas de dulces que quedaron sobre el concreto, y que al volar producen el único sonido perceptible. Cuando les pregunto qué tipo de clientes son los que han aparecido en los últimos días, responden que son solo aquellos que no creen en el coronavirus. "Hay fiestas en patios repletos de gente, donde los únicos que usan tapabocas somos nosotros", me cuentan. Luego empiezan a cantarme "Volver Volver", alzando la voz a través de las mascarillas. La canción suena distorsionada y débil, pero alcanzo a notar que les brota una sonrisa, que a pesar de estar oculta, es señal de que piensan en tiempos mejores.
No hay música en la plaza de Garibaldi. No se escucha el arpegio de una sola guitarra, o la insinuación de una voz en calentamiento. Lo que antes era el punto de encuentro para docenas de mariachis alistándose para otra noche de juerga, tiene hoy apenas un atisbo de osadía, representado por un pequeño grupo de músicos a la espera de algún cliente. El dúo retratado se llama Mexica. Me cuentan que su negocio ha caído entre 90 y 98 por ciento, pues la mayoría de los días no hay para quién cantar. Ellos, que forman parte de la resistencia, regresan cada noche a esta plaza estática y vacía, donde el viento levanta el polvo y las envolturas de dulces que quedaron sobre el concreto, y que al volar producen el único sonido perceptible. Cuando les pregunto qué tipo de clientes son los que han aparecido en los últimos días, responden que son solo aquellos que no creen en el coronavirus. "Hay fiestas en patios repletos de gente, donde los únicos que usan tapabocas somos nosotros", me cuentan. Luego empiezan a cantarme "Volver Volver", alzando la voz a través de las mascarillas. La canción suena distorsionada y débil, pero alcanzo a notar que les brota una sonrisa, que a pesar de estar oculta, es señal de que piensan en tiempos mejores.
Cuando les pregunto qué tipo de clientes son los que han aparecido en los últimos días, responden que son solo aquellos que no creen en el coronavirus.
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No hay música en la plaza de Garibaldi. No se escucha el arpegio de una sola guitarra, o la insinuación de una voz en calentamiento. Lo que antes era el punto de encuentro para docenas de mariachis alistándose para otra noche de juerga, tiene hoy apenas un atisbo de osadía, representado por un pequeño grupo de músicos a la espera de algún cliente. El dúo retratado se llama Mexica. Me cuentan que su negocio ha caído entre 90 y 98 por ciento, pues la mayoría de los días no hay para quién cantar. Ellos, que forman parte de la resistencia, regresan cada noche a esta plaza estática y vacía, donde el viento levanta el polvo y las envolturas de dulces que quedaron sobre el concreto, y que al volar producen el único sonido perceptible. Cuando les pregunto qué tipo de clientes son los que han aparecido en los últimos días, responden que son solo aquellos que no creen en el coronavirus. "Hay fiestas en patios repletos de gente, donde los únicos que usan tapabocas somos nosotros", me cuentan. Luego empiezan a cantarme "Volver Volver", alzando la voz a través de las mascarillas. La canción suena distorsionada y débil, pero alcanzo a notar que les brota una sonrisa, que a pesar de estar oculta, es señal de que piensan en tiempos mejores.
Cuando les pregunto qué tipo de clientes son los que han aparecido en los últimos días, responden que son solo aquellos que no creen en el coronavirus.
No hay música en la plaza de Garibaldi. No se escucha el arpegio de una sola guitarra, o la insinuación de una voz en calentamiento. Lo que antes era el punto de encuentro para docenas de mariachis alistándose para otra noche de juerga, tiene hoy apenas un atisbo de osadía, representado por un pequeño grupo de músicos a la espera de algún cliente. El dúo retratado se llama Mexica. Me cuentan que su negocio ha caído entre 90 y 98 por ciento, pues la mayoría de los días no hay para quién cantar. Ellos, que forman parte de la resistencia, regresan cada noche a esta plaza estática y vacía, donde el viento levanta el polvo y las envolturas de dulces que quedaron sobre el concreto, y que al volar producen el único sonido perceptible. Cuando les pregunto qué tipo de clientes son los que han aparecido en los últimos días, responden que son solo aquellos que no creen en el coronavirus. "Hay fiestas en patios repletos de gente, donde los únicos que usan tapabocas somos nosotros", me cuentan. Luego empiezan a cantarme "Volver Volver", alzando la voz a través de las mascarillas. La canción suena distorsionada y débil, pero alcanzo a notar que les brota una sonrisa, que a pesar de estar oculta, es señal de que piensan en tiempos mejores.
Cuando les pregunto qué tipo de clientes son los que han aparecido en los últimos días, responden que son solo aquellos que no creen en el coronavirus.
No hay música en la plaza de Garibaldi. No se escucha el arpegio de una sola guitarra, o la insinuación de una voz en calentamiento. Lo que antes era el punto de encuentro para docenas de mariachis alistándose para otra noche de juerga, tiene hoy apenas un atisbo de osadía, representado por un pequeño grupo de músicos a la espera de algún cliente. El dúo retratado se llama Mexica. Me cuentan que su negocio ha caído entre 90 y 98 por ciento, pues la mayoría de los días no hay para quién cantar. Ellos, que forman parte de la resistencia, regresan cada noche a esta plaza estática y vacía, donde el viento levanta el polvo y las envolturas de dulces que quedaron sobre el concreto, y que al volar producen el único sonido perceptible. Cuando les pregunto qué tipo de clientes son los que han aparecido en los últimos días, responden que son solo aquellos que no creen en el coronavirus. "Hay fiestas en patios repletos de gente, donde los únicos que usan tapabocas somos nosotros", me cuentan. Luego empiezan a cantarme "Volver Volver", alzando la voz a través de las mascarillas. La canción suena distorsionada y débil, pero alcanzo a notar que les brota una sonrisa, que a pesar de estar oculta, es señal de que piensan en tiempos mejores.
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No hay música en la plaza de Garibaldi. No se escucha el arpegio de una sola guitarra, o la insinuación de una voz en calentamiento. Lo que antes era el punto de encuentro para docenas de mariachis alistándose para otra noche de juerga, tiene hoy apenas un atisbo de osadía, representado por un pequeño grupo de músicos a la espera de algún cliente. El dúo retratado se llama Mexica. Me cuentan que su negocio ha caído entre 90 y 98 por ciento, pues la mayoría de los días no hay para quién cantar. Ellos, que forman parte de la resistencia, regresan cada noche a esta plaza estática y vacía, donde el viento levanta el polvo y las envolturas de dulces que quedaron sobre el concreto, y que al volar producen el único sonido perceptible. Cuando les pregunto qué tipo de clientes son los que han aparecido en los últimos días, responden que son solo aquellos que no creen en el coronavirus. "Hay fiestas en patios repletos de gente, donde los únicos que usan tapabocas somos nosotros", me cuentan. Luego empiezan a cantarme "Volver Volver", alzando la voz a través de las mascarillas. La canción suena distorsionada y débil, pero alcanzo a notar que les brota una sonrisa, que a pesar de estar oculta, es señal de que piensan en tiempos mejores.
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