El pasado 8 de agosto, en el programa Punto y Contrapunto de Genaro Lozano en ForoTV, la panelista Estefanía Veloz usó el término “pigmentocracia” para referirse a la Fórmula 1. “Es un tema de la pigmentocracia, tú entras al lugar y todo mundo es güerito, de ojo verde”, expresó. El punto era hacer una correlación entre eventos de élite (la F1 es un evento caro para el grueso de la población) y el color de la piel de sus asistentes. No obstante, el término “pigmentocracia” encendió las redes sociales como gasolina, y las respuestas fueron controvertidas para un país donde hablar de racismo es complicado por decir lo menos.
Oye, y si también queremos vacunas para el sarampión y plazas para doctores y becas para los deportistas ¿las tenemos que pagar también nosotros? ¿Eso me hace fifí? ¿Eso me hace “güerito”? pic.twitter.com/EmPrQ5crOA — CHUMIBEBÉ (@ChumelTorres) August 9, 2019
El término pigmentocracia, ocupado desde hace casi un siglo, se refiere a un orden social donde “el tono de piel de las personas tiene efectos fuertes e importantes sobre su posición socioeconómica y la estratificación social” explica Patricio Solís, profesor-investigador del Centro de Estudios Sociológicos del Colegio de México, así como Investigador Principal del PRODER (Proyecto Proyecto sobre Discriminación Étnico-Racial en México) basado en el COLMEX. México es un país con profunda desigualdad social, y este carácter tiene una correlación innegable con rasgos epidérmicos. Estudios de Oxfam, INEGI y PERLA, lo comprueban tanto así como la vida diaria, en donde es evidente que el rezago económico, social y profesional está concentrado en personas de tonalidad de piel más oscura. No obstante, Solís es puntual al señalar reservas académicas sobre el término: “Hay dos riesgos sobre utilizar la palabra pigmentocracia para definir el orden social racista que caracteriza nuestras sociedades y a México en particular: El primero es que supone que las personas discriminan sólo en función del tono de piel, como si ese fuese el factor físico fundamental. Sí es importante y quizá sea el más importante en términos de las características físicas racializadas, pero hay otras”. Algunos que Solís señala son el color de pelo, los ojos, entre otros, pero también podríamos agregar la forma del rostro y sus rasgos, el tamaño de las extremidades y otras características que también son fuente de discriminación. La segunda razón también es importante: “ nos hace pensar que la sociedad mexicana está organizada en torno al color de piel, y si bien es un factor que tiene efectos, no es el único ni el más importante.” Solís señala dos factores que, por ejemplo, tienen una incidencia relevante para la formación de un orden social: pertenecer a un grupo indígena y hablar una lengua indígena. De acuerdo al estudio de Oxfam, las mujeres indígenas pertenecen al estrato más discriminado y rezagado socialmente. En todas estas manifestaciones hay un vínculo al color de piel (usualmente más oscuro), pero estas precisiones no deben ser ignoradas, pues señalan que el problema racista de México es complejo, y no se limita a la propiedad de un color de piel. Solís explica: “Es una mezcla de características, no sólo en pigmento y tono de piel, sino características étnicas, culturales y físicas que incrementan el riesgo de que las personas sean vulnerables a la discriminación y racismo”. El historiador e incansable difusor contra el racismo, Federico Navarrete, dice algo muy similar en su artículo publicado en Horizontal sobre la “pigmentomanía”: “Mientras no conozcamos mejor los mecanismos y las prácticas que trasladan de manera efectiva el color de piel a estatus social, y viceversa, puede resultar prematuro e incluso peligroso aislar ese factor de las demás formas sociales de diferenciación y discriminación”.
El término pigmentocracia es académicamente cuestionable por su falta de matiz, pero cumple una función innegable: la visibilización de un problema profundo. El problema de racismo en México no sólo es complejo, sino que en ocasiones hasta es invisible. A través de una serie de focus groups, la socióloga Mónica G. Figueroa comprobó este carácter deslavado de la discriminación mexicana. En México el racismo es infravalorado, o inclusive negado, gracias a que la población del país se ha separado de la identidad racial, y todo se cataloga en términos de mestizaje. Solís también señala algo similar cuando dice que México es un país “donde las categorías raciales no configuran identidades fijas o claramente definidas”. Figueroa apunta que esta separación entre identidad y raza hace difícil señalar al racismo, ya que no hay una raza específica a la cual se señale el racismo, ni una raza que ejerza una reivindicación ante esta práctica. Tras el incidente en ForoTV, Estefanía Veloz recibió una cantidad inusitada de insultos y descalificaciones, la mayoría sin sustento, sobre las palabras que expresó en televisión. La respuesta tan negativa señala otro carácter del racismo en México, y es su reticencia a reconocerlo. Figueroa también apunta que la falta de conexión con nuestras características raciales hace que el racismo no sólo sea invisible, sino normalizado. Frases como “hay que mejorar la raza”, “de tez humilde”, “naco” entre otras, son tan comunes que señalar su carácter opresor es razón de escarnio, porque la gran mayoría poblacional no se identifica con su raza, y apelar a ello es apelar a una cuestión muy íntima de identificación, con la cual México definitivamente no está conectado. En ocasiones, señalar el racismo es tanto o más difícil que deshacerse de él. El escarnio es tan sólo una de las respuestas. Otra de las más frecuentes es la del “racismo/discriminación a la inversa”, que surge al señalar el racismo. Si bien, en situaciones específicas, la gente blanca se encuentra desfavorecida ante la población morena, estos contextos son pequeños al comparar la situación de ambos grupos. Solís aclara que racismo y discriminación son palabras políticamente cargadas, que hablan de relaciones de poder de un lado hacia otro. Es decir, estos términos no son intercambiables según el contexto, pues hablan exclusivamente de cómo un grupo de poder (blancos/mestizos) reproduce sus formas de exclusión hacia las personas morenas o desempoderadas. Por esas razones, la discriminación o el racismo hacia los blancos es un concepto no sólo difícil, sino imposible. “Pigmentocracia” es un término que definitivamente polariza, pero su intención no es tanto dar un detalle sino generar ruido. Ante un país indolente al racismo, y cuya propia constitución mestiza ayuda a esconder la existencia de un sistema discriminatorio, la visibilización es un arma invaluable. Por eso, independientemente de las declaraciones de José Antonio Meade Kuribreña o Chumel Torres, aunque puede ser una palabra de brocha gorda, que ignora una serie de matices importantes, el término “pigmentocracia” resulta una eficiente herramienta de difusión contra el racismo.
*Fotografía de portada: Partido Verde
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El pasado 8 de agosto, en el programa Punto y Contrapunto de Genaro Lozano en ForoTV, la panelista Estefanía Veloz usó el término “pigmentocracia” para referirse a la Fórmula 1. “Es un tema de la pigmentocracia, tú entras al lugar y todo mundo es güerito, de ojo verde”, expresó. El punto era hacer una correlación entre eventos de élite (la F1 es un evento caro para el grueso de la población) y el color de la piel de sus asistentes. No obstante, el término “pigmentocracia” encendió las redes sociales como gasolina, y las respuestas fueron controvertidas para un país donde hablar de racismo es complicado por decir lo menos.
Oye, y si también queremos vacunas para el sarampión y plazas para doctores y becas para los deportistas ¿las tenemos que pagar también nosotros? ¿Eso me hace fifí? ¿Eso me hace “güerito”? pic.twitter.com/EmPrQ5crOA — CHUMIBEBÉ (@ChumelTorres) August 9, 2019
El término pigmentocracia, ocupado desde hace casi un siglo, se refiere a un orden social donde “el tono de piel de las personas tiene efectos fuertes e importantes sobre su posición socioeconómica y la estratificación social” explica Patricio Solís, profesor-investigador del Centro de Estudios Sociológicos del Colegio de México, así como Investigador Principal del PRODER (Proyecto Proyecto sobre Discriminación Étnico-Racial en México) basado en el COLMEX. México es un país con profunda desigualdad social, y este carácter tiene una correlación innegable con rasgos epidérmicos. Estudios de Oxfam, INEGI y PERLA, lo comprueban tanto así como la vida diaria, en donde es evidente que el rezago económico, social y profesional está concentrado en personas de tonalidad de piel más oscura. No obstante, Solís es puntual al señalar reservas académicas sobre el término: “Hay dos riesgos sobre utilizar la palabra pigmentocracia para definir el orden social racista que caracteriza nuestras sociedades y a México en particular: El primero es que supone que las personas discriminan sólo en función del tono de piel, como si ese fuese el factor físico fundamental. Sí es importante y quizá sea el más importante en términos de las características físicas racializadas, pero hay otras”. Algunos que Solís señala son el color de pelo, los ojos, entre otros, pero también podríamos agregar la forma del rostro y sus rasgos, el tamaño de las extremidades y otras características que también son fuente de discriminación. La segunda razón también es importante: “ nos hace pensar que la sociedad mexicana está organizada en torno al color de piel, y si bien es un factor que tiene efectos, no es el único ni el más importante.” Solís señala dos factores que, por ejemplo, tienen una incidencia relevante para la formación de un orden social: pertenecer a un grupo indígena y hablar una lengua indígena. De acuerdo al estudio de Oxfam, las mujeres indígenas pertenecen al estrato más discriminado y rezagado socialmente. En todas estas manifestaciones hay un vínculo al color de piel (usualmente más oscuro), pero estas precisiones no deben ser ignoradas, pues señalan que el problema racista de México es complejo, y no se limita a la propiedad de un color de piel. Solís explica: “Es una mezcla de características, no sólo en pigmento y tono de piel, sino características étnicas, culturales y físicas que incrementan el riesgo de que las personas sean vulnerables a la discriminación y racismo”. El historiador e incansable difusor contra el racismo, Federico Navarrete, dice algo muy similar en su artículo publicado en Horizontal sobre la “pigmentomanía”: “Mientras no conozcamos mejor los mecanismos y las prácticas que trasladan de manera efectiva el color de piel a estatus social, y viceversa, puede resultar prematuro e incluso peligroso aislar ese factor de las demás formas sociales de diferenciación y discriminación”.
El término pigmentocracia es académicamente cuestionable por su falta de matiz, pero cumple una función innegable: la visibilización de un problema profundo. El problema de racismo en México no sólo es complejo, sino que en ocasiones hasta es invisible. A través de una serie de focus groups, la socióloga Mónica G. Figueroa comprobó este carácter deslavado de la discriminación mexicana. En México el racismo es infravalorado, o inclusive negado, gracias a que la población del país se ha separado de la identidad racial, y todo se cataloga en términos de mestizaje. Solís también señala algo similar cuando dice que México es un país “donde las categorías raciales no configuran identidades fijas o claramente definidas”. Figueroa apunta que esta separación entre identidad y raza hace difícil señalar al racismo, ya que no hay una raza específica a la cual se señale el racismo, ni una raza que ejerza una reivindicación ante esta práctica. Tras el incidente en ForoTV, Estefanía Veloz recibió una cantidad inusitada de insultos y descalificaciones, la mayoría sin sustento, sobre las palabras que expresó en televisión. La respuesta tan negativa señala otro carácter del racismo en México, y es su reticencia a reconocerlo. Figueroa también apunta que la falta de conexión con nuestras características raciales hace que el racismo no sólo sea invisible, sino normalizado. Frases como “hay que mejorar la raza”, “de tez humilde”, “naco” entre otras, son tan comunes que señalar su carácter opresor es razón de escarnio, porque la gran mayoría poblacional no se identifica con su raza, y apelar a ello es apelar a una cuestión muy íntima de identificación, con la cual México definitivamente no está conectado. En ocasiones, señalar el racismo es tanto o más difícil que deshacerse de él. El escarnio es tan sólo una de las respuestas. Otra de las más frecuentes es la del “racismo/discriminación a la inversa”, que surge al señalar el racismo. Si bien, en situaciones específicas, la gente blanca se encuentra desfavorecida ante la población morena, estos contextos son pequeños al comparar la situación de ambos grupos. Solís aclara que racismo y discriminación son palabras políticamente cargadas, que hablan de relaciones de poder de un lado hacia otro. Es decir, estos términos no son intercambiables según el contexto, pues hablan exclusivamente de cómo un grupo de poder (blancos/mestizos) reproduce sus formas de exclusión hacia las personas morenas o desempoderadas. Por esas razones, la discriminación o el racismo hacia los blancos es un concepto no sólo difícil, sino imposible. “Pigmentocracia” es un término que definitivamente polariza, pero su intención no es tanto dar un detalle sino generar ruido. Ante un país indolente al racismo, y cuya propia constitución mestiza ayuda a esconder la existencia de un sistema discriminatorio, la visibilización es un arma invaluable. Por eso, independientemente de las declaraciones de José Antonio Meade Kuribreña o Chumel Torres, aunque puede ser una palabra de brocha gorda, que ignora una serie de matices importantes, el término “pigmentocracia” resulta una eficiente herramienta de difusión contra el racismo.
*Fotografía de portada: Partido Verde
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Oye, y si también queremos vacunas para el sarampión y plazas para doctores y becas para los deportistas ¿las tenemos que pagar también nosotros? ¿Eso me hace fifí? ¿Eso me hace “güerito”? pic.twitter.com/EmPrQ5crOA — CHUMIBEBÉ (@ChumelTorres) August 9, 2019
El término pigmentocracia, ocupado desde hace casi un siglo, se refiere a un orden social donde “el tono de piel de las personas tiene efectos fuertes e importantes sobre su posición socioeconómica y la estratificación social” explica Patricio Solís, profesor-investigador del Centro de Estudios Sociológicos del Colegio de México, así como Investigador Principal del PRODER (Proyecto Proyecto sobre Discriminación Étnico-Racial en México) basado en el COLMEX. México es un país con profunda desigualdad social, y este carácter tiene una correlación innegable con rasgos epidérmicos. Estudios de Oxfam, INEGI y PERLA, lo comprueban tanto así como la vida diaria, en donde es evidente que el rezago económico, social y profesional está concentrado en personas de tonalidad de piel más oscura. No obstante, Solís es puntual al señalar reservas académicas sobre el término: “Hay dos riesgos sobre utilizar la palabra pigmentocracia para definir el orden social racista que caracteriza nuestras sociedades y a México en particular: El primero es que supone que las personas discriminan sólo en función del tono de piel, como si ese fuese el factor físico fundamental. Sí es importante y quizá sea el más importante en términos de las características físicas racializadas, pero hay otras”. Algunos que Solís señala son el color de pelo, los ojos, entre otros, pero también podríamos agregar la forma del rostro y sus rasgos, el tamaño de las extremidades y otras características que también son fuente de discriminación. La segunda razón también es importante: “ nos hace pensar que la sociedad mexicana está organizada en torno al color de piel, y si bien es un factor que tiene efectos, no es el único ni el más importante.” Solís señala dos factores que, por ejemplo, tienen una incidencia relevante para la formación de un orden social: pertenecer a un grupo indígena y hablar una lengua indígena. De acuerdo al estudio de Oxfam, las mujeres indígenas pertenecen al estrato más discriminado y rezagado socialmente. En todas estas manifestaciones hay un vínculo al color de piel (usualmente más oscuro), pero estas precisiones no deben ser ignoradas, pues señalan que el problema racista de México es complejo, y no se limita a la propiedad de un color de piel. Solís explica: “Es una mezcla de características, no sólo en pigmento y tono de piel, sino características étnicas, culturales y físicas que incrementan el riesgo de que las personas sean vulnerables a la discriminación y racismo”. El historiador e incansable difusor contra el racismo, Federico Navarrete, dice algo muy similar en su artículo publicado en Horizontal sobre la “pigmentomanía”: “Mientras no conozcamos mejor los mecanismos y las prácticas que trasladan de manera efectiva el color de piel a estatus social, y viceversa, puede resultar prematuro e incluso peligroso aislar ese factor de las demás formas sociales de diferenciación y discriminación”.
El término pigmentocracia es académicamente cuestionable por su falta de matiz, pero cumple una función innegable: la visibilización de un problema profundo. El problema de racismo en México no sólo es complejo, sino que en ocasiones hasta es invisible. A través de una serie de focus groups, la socióloga Mónica G. Figueroa comprobó este carácter deslavado de la discriminación mexicana. En México el racismo es infravalorado, o inclusive negado, gracias a que la población del país se ha separado de la identidad racial, y todo se cataloga en términos de mestizaje. Solís también señala algo similar cuando dice que México es un país “donde las categorías raciales no configuran identidades fijas o claramente definidas”. Figueroa apunta que esta separación entre identidad y raza hace difícil señalar al racismo, ya que no hay una raza específica a la cual se señale el racismo, ni una raza que ejerza una reivindicación ante esta práctica. Tras el incidente en ForoTV, Estefanía Veloz recibió una cantidad inusitada de insultos y descalificaciones, la mayoría sin sustento, sobre las palabras que expresó en televisión. La respuesta tan negativa señala otro carácter del racismo en México, y es su reticencia a reconocerlo. Figueroa también apunta que la falta de conexión con nuestras características raciales hace que el racismo no sólo sea invisible, sino normalizado. Frases como “hay que mejorar la raza”, “de tez humilde”, “naco” entre otras, son tan comunes que señalar su carácter opresor es razón de escarnio, porque la gran mayoría poblacional no se identifica con su raza, y apelar a ello es apelar a una cuestión muy íntima de identificación, con la cual México definitivamente no está conectado. En ocasiones, señalar el racismo es tanto o más difícil que deshacerse de él. El escarnio es tan sólo una de las respuestas. Otra de las más frecuentes es la del “racismo/discriminación a la inversa”, que surge al señalar el racismo. Si bien, en situaciones específicas, la gente blanca se encuentra desfavorecida ante la población morena, estos contextos son pequeños al comparar la situación de ambos grupos. Solís aclara que racismo y discriminación son palabras políticamente cargadas, que hablan de relaciones de poder de un lado hacia otro. Es decir, estos términos no son intercambiables según el contexto, pues hablan exclusivamente de cómo un grupo de poder (blancos/mestizos) reproduce sus formas de exclusión hacia las personas morenas o desempoderadas. Por esas razones, la discriminación o el racismo hacia los blancos es un concepto no sólo difícil, sino imposible. “Pigmentocracia” es un término que definitivamente polariza, pero su intención no es tanto dar un detalle sino generar ruido. Ante un país indolente al racismo, y cuya propia constitución mestiza ayuda a esconder la existencia de un sistema discriminatorio, la visibilización es un arma invaluable. Por eso, independientemente de las declaraciones de José Antonio Meade Kuribreña o Chumel Torres, aunque puede ser una palabra de brocha gorda, que ignora una serie de matices importantes, el término “pigmentocracia” resulta una eficiente herramienta de difusión contra el racismo.
*Fotografía de portada: Partido Verde
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Un polémico término que pone los reflectores un problema profundo.
El pasado 8 de agosto, en el programa Punto y Contrapunto de Genaro Lozano en ForoTV, la panelista Estefanía Veloz usó el término “pigmentocracia” para referirse a la Fórmula 1. “Es un tema de la pigmentocracia, tú entras al lugar y todo mundo es güerito, de ojo verde”, expresó. El punto era hacer una correlación entre eventos de élite (la F1 es un evento caro para el grueso de la población) y el color de la piel de sus asistentes. No obstante, el término “pigmentocracia” encendió las redes sociales como gasolina, y las respuestas fueron controvertidas para un país donde hablar de racismo es complicado por decir lo menos.
Oye, y si también queremos vacunas para el sarampión y plazas para doctores y becas para los deportistas ¿las tenemos que pagar también nosotros? ¿Eso me hace fifí? ¿Eso me hace “güerito”? pic.twitter.com/EmPrQ5crOA — CHUMIBEBÉ (@ChumelTorres) August 9, 2019
El término pigmentocracia, ocupado desde hace casi un siglo, se refiere a un orden social donde “el tono de piel de las personas tiene efectos fuertes e importantes sobre su posición socioeconómica y la estratificación social” explica Patricio Solís, profesor-investigador del Centro de Estudios Sociológicos del Colegio de México, así como Investigador Principal del PRODER (Proyecto Proyecto sobre Discriminación Étnico-Racial en México) basado en el COLMEX. México es un país con profunda desigualdad social, y este carácter tiene una correlación innegable con rasgos epidérmicos. Estudios de Oxfam, INEGI y PERLA, lo comprueban tanto así como la vida diaria, en donde es evidente que el rezago económico, social y profesional está concentrado en personas de tonalidad de piel más oscura. No obstante, Solís es puntual al señalar reservas académicas sobre el término: “Hay dos riesgos sobre utilizar la palabra pigmentocracia para definir el orden social racista que caracteriza nuestras sociedades y a México en particular: El primero es que supone que las personas discriminan sólo en función del tono de piel, como si ese fuese el factor físico fundamental. Sí es importante y quizá sea el más importante en términos de las características físicas racializadas, pero hay otras”. Algunos que Solís señala son el color de pelo, los ojos, entre otros, pero también podríamos agregar la forma del rostro y sus rasgos, el tamaño de las extremidades y otras características que también son fuente de discriminación. La segunda razón también es importante: “ nos hace pensar que la sociedad mexicana está organizada en torno al color de piel, y si bien es un factor que tiene efectos, no es el único ni el más importante.” Solís señala dos factores que, por ejemplo, tienen una incidencia relevante para la formación de un orden social: pertenecer a un grupo indígena y hablar una lengua indígena. De acuerdo al estudio de Oxfam, las mujeres indígenas pertenecen al estrato más discriminado y rezagado socialmente. En todas estas manifestaciones hay un vínculo al color de piel (usualmente más oscuro), pero estas precisiones no deben ser ignoradas, pues señalan que el problema racista de México es complejo, y no se limita a la propiedad de un color de piel. Solís explica: “Es una mezcla de características, no sólo en pigmento y tono de piel, sino características étnicas, culturales y físicas que incrementan el riesgo de que las personas sean vulnerables a la discriminación y racismo”. El historiador e incansable difusor contra el racismo, Federico Navarrete, dice algo muy similar en su artículo publicado en Horizontal sobre la “pigmentomanía”: “Mientras no conozcamos mejor los mecanismos y las prácticas que trasladan de manera efectiva el color de piel a estatus social, y viceversa, puede resultar prematuro e incluso peligroso aislar ese factor de las demás formas sociales de diferenciación y discriminación”.
El término pigmentocracia es académicamente cuestionable por su falta de matiz, pero cumple una función innegable: la visibilización de un problema profundo. El problema de racismo en México no sólo es complejo, sino que en ocasiones hasta es invisible. A través de una serie de focus groups, la socióloga Mónica G. Figueroa comprobó este carácter deslavado de la discriminación mexicana. En México el racismo es infravalorado, o inclusive negado, gracias a que la población del país se ha separado de la identidad racial, y todo se cataloga en términos de mestizaje. Solís también señala algo similar cuando dice que México es un país “donde las categorías raciales no configuran identidades fijas o claramente definidas”. Figueroa apunta que esta separación entre identidad y raza hace difícil señalar al racismo, ya que no hay una raza específica a la cual se señale el racismo, ni una raza que ejerza una reivindicación ante esta práctica. Tras el incidente en ForoTV, Estefanía Veloz recibió una cantidad inusitada de insultos y descalificaciones, la mayoría sin sustento, sobre las palabras que expresó en televisión. La respuesta tan negativa señala otro carácter del racismo en México, y es su reticencia a reconocerlo. Figueroa también apunta que la falta de conexión con nuestras características raciales hace que el racismo no sólo sea invisible, sino normalizado. Frases como “hay que mejorar la raza”, “de tez humilde”, “naco” entre otras, son tan comunes que señalar su carácter opresor es razón de escarnio, porque la gran mayoría poblacional no se identifica con su raza, y apelar a ello es apelar a una cuestión muy íntima de identificación, con la cual México definitivamente no está conectado. En ocasiones, señalar el racismo es tanto o más difícil que deshacerse de él. El escarnio es tan sólo una de las respuestas. Otra de las más frecuentes es la del “racismo/discriminación a la inversa”, que surge al señalar el racismo. Si bien, en situaciones específicas, la gente blanca se encuentra desfavorecida ante la población morena, estos contextos son pequeños al comparar la situación de ambos grupos. Solís aclara que racismo y discriminación son palabras políticamente cargadas, que hablan de relaciones de poder de un lado hacia otro. Es decir, estos términos no son intercambiables según el contexto, pues hablan exclusivamente de cómo un grupo de poder (blancos/mestizos) reproduce sus formas de exclusión hacia las personas morenas o desempoderadas. Por esas razones, la discriminación o el racismo hacia los blancos es un concepto no sólo difícil, sino imposible. “Pigmentocracia” es un término que definitivamente polariza, pero su intención no es tanto dar un detalle sino generar ruido. Ante un país indolente al racismo, y cuya propia constitución mestiza ayuda a esconder la existencia de un sistema discriminatorio, la visibilización es un arma invaluable. Por eso, independientemente de las declaraciones de José Antonio Meade Kuribreña o Chumel Torres, aunque puede ser una palabra de brocha gorda, que ignora una serie de matices importantes, el término “pigmentocracia” resulta una eficiente herramienta de difusión contra el racismo.
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Oye, y si también queremos vacunas para el sarampión y plazas para doctores y becas para los deportistas ¿las tenemos que pagar también nosotros? ¿Eso me hace fifí? ¿Eso me hace “güerito”? pic.twitter.com/EmPrQ5crOA — CHUMIBEBÉ (@ChumelTorres) August 9, 2019
El término pigmentocracia, ocupado desde hace casi un siglo, se refiere a un orden social donde “el tono de piel de las personas tiene efectos fuertes e importantes sobre su posición socioeconómica y la estratificación social” explica Patricio Solís, profesor-investigador del Centro de Estudios Sociológicos del Colegio de México, así como Investigador Principal del PRODER (Proyecto Proyecto sobre Discriminación Étnico-Racial en México) basado en el COLMEX. México es un país con profunda desigualdad social, y este carácter tiene una correlación innegable con rasgos epidérmicos. Estudios de Oxfam, INEGI y PERLA, lo comprueban tanto así como la vida diaria, en donde es evidente que el rezago económico, social y profesional está concentrado en personas de tonalidad de piel más oscura. No obstante, Solís es puntual al señalar reservas académicas sobre el término: “Hay dos riesgos sobre utilizar la palabra pigmentocracia para definir el orden social racista que caracteriza nuestras sociedades y a México en particular: El primero es que supone que las personas discriminan sólo en función del tono de piel, como si ese fuese el factor físico fundamental. Sí es importante y quizá sea el más importante en términos de las características físicas racializadas, pero hay otras”. Algunos que Solís señala son el color de pelo, los ojos, entre otros, pero también podríamos agregar la forma del rostro y sus rasgos, el tamaño de las extremidades y otras características que también son fuente de discriminación. La segunda razón también es importante: “ nos hace pensar que la sociedad mexicana está organizada en torno al color de piel, y si bien es un factor que tiene efectos, no es el único ni el más importante.” Solís señala dos factores que, por ejemplo, tienen una incidencia relevante para la formación de un orden social: pertenecer a un grupo indígena y hablar una lengua indígena. De acuerdo al estudio de Oxfam, las mujeres indígenas pertenecen al estrato más discriminado y rezagado socialmente. En todas estas manifestaciones hay un vínculo al color de piel (usualmente más oscuro), pero estas precisiones no deben ser ignoradas, pues señalan que el problema racista de México es complejo, y no se limita a la propiedad de un color de piel. Solís explica: “Es una mezcla de características, no sólo en pigmento y tono de piel, sino características étnicas, culturales y físicas que incrementan el riesgo de que las personas sean vulnerables a la discriminación y racismo”. El historiador e incansable difusor contra el racismo, Federico Navarrete, dice algo muy similar en su artículo publicado en Horizontal sobre la “pigmentomanía”: “Mientras no conozcamos mejor los mecanismos y las prácticas que trasladan de manera efectiva el color de piel a estatus social, y viceversa, puede resultar prematuro e incluso peligroso aislar ese factor de las demás formas sociales de diferenciación y discriminación”.
El término pigmentocracia es académicamente cuestionable por su falta de matiz, pero cumple una función innegable: la visibilización de un problema profundo. El problema de racismo en México no sólo es complejo, sino que en ocasiones hasta es invisible. A través de una serie de focus groups, la socióloga Mónica G. Figueroa comprobó este carácter deslavado de la discriminación mexicana. En México el racismo es infravalorado, o inclusive negado, gracias a que la población del país se ha separado de la identidad racial, y todo se cataloga en términos de mestizaje. Solís también señala algo similar cuando dice que México es un país “donde las categorías raciales no configuran identidades fijas o claramente definidas”. Figueroa apunta que esta separación entre identidad y raza hace difícil señalar al racismo, ya que no hay una raza específica a la cual se señale el racismo, ni una raza que ejerza una reivindicación ante esta práctica. Tras el incidente en ForoTV, Estefanía Veloz recibió una cantidad inusitada de insultos y descalificaciones, la mayoría sin sustento, sobre las palabras que expresó en televisión. La respuesta tan negativa señala otro carácter del racismo en México, y es su reticencia a reconocerlo. Figueroa también apunta que la falta de conexión con nuestras características raciales hace que el racismo no sólo sea invisible, sino normalizado. Frases como “hay que mejorar la raza”, “de tez humilde”, “naco” entre otras, son tan comunes que señalar su carácter opresor es razón de escarnio, porque la gran mayoría poblacional no se identifica con su raza, y apelar a ello es apelar a una cuestión muy íntima de identificación, con la cual México definitivamente no está conectado. En ocasiones, señalar el racismo es tanto o más difícil que deshacerse de él. El escarnio es tan sólo una de las respuestas. Otra de las más frecuentes es la del “racismo/discriminación a la inversa”, que surge al señalar el racismo. Si bien, en situaciones específicas, la gente blanca se encuentra desfavorecida ante la población morena, estos contextos son pequeños al comparar la situación de ambos grupos. Solís aclara que racismo y discriminación son palabras políticamente cargadas, que hablan de relaciones de poder de un lado hacia otro. Es decir, estos términos no son intercambiables según el contexto, pues hablan exclusivamente de cómo un grupo de poder (blancos/mestizos) reproduce sus formas de exclusión hacia las personas morenas o desempoderadas. Por esas razones, la discriminación o el racismo hacia los blancos es un concepto no sólo difícil, sino imposible. “Pigmentocracia” es un término que definitivamente polariza, pero su intención no es tanto dar un detalle sino generar ruido. Ante un país indolente al racismo, y cuya propia constitución mestiza ayuda a esconder la existencia de un sistema discriminatorio, la visibilización es un arma invaluable. Por eso, independientemente de las declaraciones de José Antonio Meade Kuribreña o Chumel Torres, aunque puede ser una palabra de brocha gorda, que ignora una serie de matices importantes, el término “pigmentocracia” resulta una eficiente herramienta de difusión contra el racismo.
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El pasado 8 de agosto, en el programa Punto y Contrapunto de Genaro Lozano en ForoTV, la panelista Estefanía Veloz usó el término “pigmentocracia” para referirse a la Fórmula 1. “Es un tema de la pigmentocracia, tú entras al lugar y todo mundo es güerito, de ojo verde”, expresó. El punto era hacer una correlación entre eventos de élite (la F1 es un evento caro para el grueso de la población) y el color de la piel de sus asistentes. No obstante, el término “pigmentocracia” encendió las redes sociales como gasolina, y las respuestas fueron controvertidas para un país donde hablar de racismo es complicado por decir lo menos.
Oye, y si también queremos vacunas para el sarampión y plazas para doctores y becas para los deportistas ¿las tenemos que pagar también nosotros? ¿Eso me hace fifí? ¿Eso me hace “güerito”? pic.twitter.com/EmPrQ5crOA — CHUMIBEBÉ (@ChumelTorres) August 9, 2019
El término pigmentocracia, ocupado desde hace casi un siglo, se refiere a un orden social donde “el tono de piel de las personas tiene efectos fuertes e importantes sobre su posición socioeconómica y la estratificación social” explica Patricio Solís, profesor-investigador del Centro de Estudios Sociológicos del Colegio de México, así como Investigador Principal del PRODER (Proyecto Proyecto sobre Discriminación Étnico-Racial en México) basado en el COLMEX. México es un país con profunda desigualdad social, y este carácter tiene una correlación innegable con rasgos epidérmicos. Estudios de Oxfam, INEGI y PERLA, lo comprueban tanto así como la vida diaria, en donde es evidente que el rezago económico, social y profesional está concentrado en personas de tonalidad de piel más oscura. No obstante, Solís es puntual al señalar reservas académicas sobre el término: “Hay dos riesgos sobre utilizar la palabra pigmentocracia para definir el orden social racista que caracteriza nuestras sociedades y a México en particular: El primero es que supone que las personas discriminan sólo en función del tono de piel, como si ese fuese el factor físico fundamental. Sí es importante y quizá sea el más importante en términos de las características físicas racializadas, pero hay otras”. Algunos que Solís señala son el color de pelo, los ojos, entre otros, pero también podríamos agregar la forma del rostro y sus rasgos, el tamaño de las extremidades y otras características que también son fuente de discriminación. La segunda razón también es importante: “ nos hace pensar que la sociedad mexicana está organizada en torno al color de piel, y si bien es un factor que tiene efectos, no es el único ni el más importante.” Solís señala dos factores que, por ejemplo, tienen una incidencia relevante para la formación de un orden social: pertenecer a un grupo indígena y hablar una lengua indígena. De acuerdo al estudio de Oxfam, las mujeres indígenas pertenecen al estrato más discriminado y rezagado socialmente. En todas estas manifestaciones hay un vínculo al color de piel (usualmente más oscuro), pero estas precisiones no deben ser ignoradas, pues señalan que el problema racista de México es complejo, y no se limita a la propiedad de un color de piel. Solís explica: “Es una mezcla de características, no sólo en pigmento y tono de piel, sino características étnicas, culturales y físicas que incrementan el riesgo de que las personas sean vulnerables a la discriminación y racismo”. El historiador e incansable difusor contra el racismo, Federico Navarrete, dice algo muy similar en su artículo publicado en Horizontal sobre la “pigmentomanía”: “Mientras no conozcamos mejor los mecanismos y las prácticas que trasladan de manera efectiva el color de piel a estatus social, y viceversa, puede resultar prematuro e incluso peligroso aislar ese factor de las demás formas sociales de diferenciación y discriminación”.
El término pigmentocracia es académicamente cuestionable por su falta de matiz, pero cumple una función innegable: la visibilización de un problema profundo. El problema de racismo en México no sólo es complejo, sino que en ocasiones hasta es invisible. A través de una serie de focus groups, la socióloga Mónica G. Figueroa comprobó este carácter deslavado de la discriminación mexicana. En México el racismo es infravalorado, o inclusive negado, gracias a que la población del país se ha separado de la identidad racial, y todo se cataloga en términos de mestizaje. Solís también señala algo similar cuando dice que México es un país “donde las categorías raciales no configuran identidades fijas o claramente definidas”. Figueroa apunta que esta separación entre identidad y raza hace difícil señalar al racismo, ya que no hay una raza específica a la cual se señale el racismo, ni una raza que ejerza una reivindicación ante esta práctica. Tras el incidente en ForoTV, Estefanía Veloz recibió una cantidad inusitada de insultos y descalificaciones, la mayoría sin sustento, sobre las palabras que expresó en televisión. La respuesta tan negativa señala otro carácter del racismo en México, y es su reticencia a reconocerlo. Figueroa también apunta que la falta de conexión con nuestras características raciales hace que el racismo no sólo sea invisible, sino normalizado. Frases como “hay que mejorar la raza”, “de tez humilde”, “naco” entre otras, son tan comunes que señalar su carácter opresor es razón de escarnio, porque la gran mayoría poblacional no se identifica con su raza, y apelar a ello es apelar a una cuestión muy íntima de identificación, con la cual México definitivamente no está conectado. En ocasiones, señalar el racismo es tanto o más difícil que deshacerse de él. El escarnio es tan sólo una de las respuestas. Otra de las más frecuentes es la del “racismo/discriminación a la inversa”, que surge al señalar el racismo. Si bien, en situaciones específicas, la gente blanca se encuentra desfavorecida ante la población morena, estos contextos son pequeños al comparar la situación de ambos grupos. Solís aclara que racismo y discriminación son palabras políticamente cargadas, que hablan de relaciones de poder de un lado hacia otro. Es decir, estos términos no son intercambiables según el contexto, pues hablan exclusivamente de cómo un grupo de poder (blancos/mestizos) reproduce sus formas de exclusión hacia las personas morenas o desempoderadas. Por esas razones, la discriminación o el racismo hacia los blancos es un concepto no sólo difícil, sino imposible. “Pigmentocracia” es un término que definitivamente polariza, pero su intención no es tanto dar un detalle sino generar ruido. Ante un país indolente al racismo, y cuya propia constitución mestiza ayuda a esconder la existencia de un sistema discriminatorio, la visibilización es un arma invaluable. Por eso, independientemente de las declaraciones de José Antonio Meade Kuribreña o Chumel Torres, aunque puede ser una palabra de brocha gorda, que ignora una serie de matices importantes, el término “pigmentocracia” resulta una eficiente herramienta de difusión contra el racismo.
*Fotografía de portada: Partido Verde
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