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El ruido en la Ciudad de México: vidas sumergidas en el caos

El ruido en la Ciudad de México: vidas sumergidas en el caos

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
Ilustración de Fernanda Jiménez.
26
.
04
.
24
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

La CDMX es una de las ciudades más ruidosas del mundo y esto ocasiona conflictos directos en el entorno de sus habitantes. ¿Cómo somos capaces de vivir con él, día a día y noche a noche, en el espacio público, frente a nuestros hogares y lugares de trabajo?

Durante dos años Esperanza Nava dedicó sus fuerzas a luchar contra el ruido excesivo que provocaba uno de sus vecinos. En ese tiempo, la joven de 28 años no pudo estudiar ni trabajar; se enfocó en ganar el juicio que interpuso contra Arturo Said, después de que éste la agrediera en su propia casa. Seguramente recuerdas el caso porque fue una bomba en redes sociales, pero quizá no tengas tan claro cuál fue el origen del escándalo.

Lo que le pasó a Esperanza no es raro. Entre los adultos habitantes de la Ciudad de México que reconocen haber tenido enfrentamientos directos causados por conducta antisocial en su entorno, la gran mayoría, el 72%, señala a sus vecinos como partícipes del conflicto. Y entre las ‘causas’ puntuales del conflicto, se destaca el ruido —11.8% de las mujeres y 11.1% de los hombres lo mencionan—. Todo eso se lee en la Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi).

La pesadilla de Esperanza Nava comenzó en junio de 2018, cuando desde la puerta de su departamento grabó la agresión de Arturo Said en contra de una mujer. Después de interponer diversas denuncias contra él, en 2019 continuaron las amenazas, hasta que un día la agredió físicamente. “Me di cuenta que él sabía que yo me había quejado del ruido, y lo empezó a usar como forma de violencia, subía todo el volumen a la música y gritaba mi nombre”, dice la estudiante a Gatopardo. Tuvieron que pasar cuatro años para que Arturo Said fuera sentenciado.

Como se ve, este tema trata sobre los límites, así que empecemos con las definiciones básicas. ¿Cuándo un sonido se puede convertir en ruido? ¿Qué es la contaminación acústica? ¿Cómo cruza la frontera y afecta la vida de las personas? ¿Qué legislación en materia de ruido existe en la Ciudad de México?

La Ley Ambiental de Protección a la Tierra en la Ciudad de México define el ruido como “sonido indeseable en niveles que produce alteraciones, vibraciones, molestias, riesgos o daños para la salud de las personas y sus bienes, o que causen impactos negativos sobre el ambiente”.

Jesús Pérez Ruiz, investigador en el Laboratorio Acústica y Vibraciones del Instituto de Ciencias Aplicadas y Desarrollo Tecnológico de la UNAM, introduce un primer diferenciador: la escala. “Considerar un sonido como ruido, a nivel individual, tiene que ver con la interferencia con alguna actividad. Para una cuestión poblacional, se manifiesta en las perturbaciones en el ámbito en que esté incidiendo fuertemente; por ejemplo, en el espacio laboral, educativo, de descanso”, explica.

El ámbito de Alejandra afectado por el ruido es el de su vida entera. Y es que convive con el ruido de los cláxones, motores y de llantas que derrapan contra el pavimento; las sirenas de las ambulancias y patrullas, el ensordecedor sonido de los aviones y helicópteros. En su departamento ubicado en Lomas de Chapultepec este mar de ruidos solo se apacigua los fines de semana. Tanta contaminación acústica ha provocado que piense incluso en mudarse. “Tengo un problema de depresión, amnesia, anorexia, agorafobia y tenía insomnio. Estoy segura de que el ruido exterior y el estrés que se vive a pie de calle no han ayudado nada. Llevo ocho años lidiando con todo esto, y aunque sé que es multifactorial, el ruido constante y sin tregua no ayuda”, nos comparte.

Alejandra no exagera. Para la académica de la Universidad Iberoamericana, Jimena de Gortari Ludlow, cualquier sonido que de alguna manera cause un daño es considerado contaminación acústica. “Está relacionado con los decibeles, o sea, la intensidad del sonido que percibes. Pero también está relacionado con el tiempo de exposición [a ese sonido]”, puntualiza.

El tiempo de exposición, entonces, es el otro elemento clave. “Estamos expuestos de manera permanente; el oído está abierto las 24 horas del día. Siempre estamos escuchando, aunque no siempre prestamos atención a los sonidos, sin embargo, el oído está de manera permanente recibiendo información y eso hace que estés muy cansado”, explica la académica de la Ibero.

Ilustración de Fernanda Jiménez.

Contrario a lo que mucha gente cree, el ruido en exceso sí puede perjudicar la salud gravemente. La propia Organización Mundial de la Salud ha estudiado los diferentes grados de afectación, que dependen de la intensidad del ruido, la exposición y la proximidad con la fuente.

Los efectos perjudiciales del ruido, en general, se clasifican en primarios y secundarios. Los primeros ocurren inmediatamente después de la exposición al ruido, y pueden ir desde dolores de cabeza hasta ensordecimiento por ochos horas. Los secundarios engloban las afectaciones a largo plazo, como la hipertensión, depresión, diversos grados de sordera, cardiopatía, entre otros.

“Hay [otra] cosa que la gente no tiene asociada: el cansancio permanente que sentimos muchas de las personas que habitamos la ciudad. Esto va más allá de la condición de si duermes bien o no”, subraya de Gortari Ludlow.

Entradas y salidas del caos

El ruido está relacionado, por supuesto, con la actividad humana y nuestras formas de organización. No es casual que Pérez Ruiz, el investigador de la UNAM, señale que hoy los ruidos más contaminantes en Ciudad de México son el transporte, motocicletas, aviones.

“Lo que se sabe actualmente es que en los grandes espacios urbanos aumenta la concentración de personas y las necesidades de transporte, eso genera un ruido por las necesidades de movilidad y eso toda la población lo está soportando. Si no hay descanso eso te puede provocar a la larga un problema auditivo o no auditivo de salud”, describe Pérez Ruiz.

Hace seis meses, Andrea se mudó de Cuautitlán Izcalli, Estado de México, a la alcaldía Azcapotzalco en CDMX. Aunque su mudanza le ha permitido trasladarse con más facilidad a su trabajo, también ha significado perder la tranquilidad del silencio. “He notado que desde que llegué a la ciudad me cuesta mucho concentrarme y me distraigo con más facilidad porque todo el tiempo escucho a mis vecinos, los niños gritando en el patio, las personas gritando en la calle, Me estreso muchísimo”, comparte.

Algo similar le pasó a Zuri. Vivió seis años en la colonia San Rafael, y hace dos se mudó cerca de Tepito. “Aunque sí pasaban carros, las calles eran un poco menos transitadas, pero todo cambió cuando me mude a la entrada de Tepito. Al lado de mi edificio hay un tiradero y todos los días llegan camiones de basura a las cinco de la mañana, hacen mucho ruido, ponen música muy fuerte”, dice.

La joven de 26 años comenta que en su día a día los ruidos que más le molestan son los producidos por el metrobús y las motocicletas. “Es un sobreestímulo constante […]. Aunque suelo estar mucho en el Centro, es un ruido diferente; escucho a gente hablando, los organilleros… Pienso que son espacios con esa dinámica; sin embargo, en mi casa, cuando estoy cansada, no tengo esa misma disposición para escucharlos”.

La mudanza, en ocasiones, es la única salida del caos. Tamara Cervantes se ha mudado en dos ocasiones a consecuencia del ruido. En un punto resultó tan estresante que su pulso cambiaba, sudaba frío y le provocaba ataques de ansiedad.

“[En su anterior colonia] escuchaba a diario al de los fierros viejos; era el ruido más persistente y molesto porque tenía un volumen muy fuerte. Incluso a veces pasaban dos o tres camionetas a la vez desde las nueve de la mañana hasta las cinco de la tarde”, recuerda.

Rocío vive en la colonia Juárez. Además de la contaminación auditiva ‘usual’, el puesto de jugos que utiliza la licuadora durante toda la mañana, tiene que soportar los efectos del boom inmobiliario que experimenta la zona.

“Convivo prácticamente todo el día con el ruido de una construcción que está justo en la esquina de mi calle. Es un ruido ensordecedor de montacargas, máquinas, camiones descargando material las 24 horas del día”, denuncia Rocío.

Por supuesto que Rocío ha pensado en mudarse. Su principal limitante: la falta de recursos económicos.

Con esa pared también se topó Esperanza Nava, cansada del ruido que no la dejaba estudiar ni concentrarse, y, peor, temerosa de las agresiones de su vecino, le propuso a su mamá mudarse, pero la falta de dinero se los impidió. “Mudarse es muy caro, por eso tuve que buscar maneras creativas de reducir el ruido en mi edificio. Instalé una alarma que suena cada vez que alguien sobrepasa los decibeles permitidos”, dice.

Tamara Cervantes menciona la estrategia usual: “Si me quiero concentrar en algo necesito forzosamente usar audífonos, que me aíslen de tantos sonidos […]. Cada vez debe ser más fuerte el volumen de la música para que sea efectiva contra el ruido”.

Los expertos advierten, sin embargo, que utilizar audífonos como aislante de ruido resulta contraproducente, ya que se suelen utilizar en niveles de muy alto volumen (y recordemos que los efectos del sonido depende de la proximidad y la frecuencia). “Hemos encontrado que jóvenes de 20 a 24 años tienen una audición de una persona de 50 o 55 años”, recuerda Jesús Pérez Ruiz.

¿Qué tanto es tantísimo? Según una escala para medir el ruido, elaborada por la UNAM, el tráfico de una ciudad alcanza 85 decibeles; una motocicleta con un escape ruidoso alcanza 95; un taladro llega a 100; el reproductor de música a volumen alto, 105; las sirenas (de una ambulancia, por ejemplo), 120, y el despegue de avión, 140 decibeles.

La fiesta eterna y demás impulsos

La Procuraduría Ambiental y del Ordenamiento Territorial de Ciudad de México (PAOT) señala que las fuentes del ruido se dividen en fijas o móviles. Las primeras son los establecimientos mercantiles, fábricas, construcciones, entre otros; las segundas se refieren a camiones de basura, motocicletas, camiones de carga, transporte.

Sin embargo, Pérez Ruiz, de la UNAM, identifica una tercera clasificación: los ruidos impulsivos, es decir, los que no necesitan ser frecuentes o de un nivel elevado para ser peligrosos, como los producidos por la pirotecnia.

La Ciudad de México es tan grande y diversa que cada rincón tiene ‘impulsos’ diferentes. Por un lado, las fiestas patronales de los antiguos barrios, con sus cohetones; por otro, los antros nocturnos y los vítores de sus asistentes.

Daniel vive en Zona Rosa, un lugar emblemático de la ciudad, por la vida nocturna que ofrece. Durante el día, dada la cercanía con Paseo de la Reforma, puede escuchar el sonido de manifestaciones, desfiles, eventos deportivos y de los domingos, los semáforos anunciando a las personas que pueden cruzar la calle. Pero el verdadero problema viene en la noche, de los antros de la calle Amberes.

El insomne Daniel tiene estudiado el problema: “De acuerdo con estándares internacionales, incluso los 60 decibeles permitidos en horario nocturno están fuera de lo recomendado para evitar afectaciones a la salud”.

Daniel ha denunciado en reiteradas ocasiones este problema a las autoridades, sin solución. Únicamente cuando se realizan inspecciones sorpresa en los clubes nocturnos se baja el volumen de la música, afirma.

Pedro, de 30 años, sufre el mismo problema. Vive a dos cuadras del Zócalo de la capital y se despierta con el grito “¡Arriba el América!”, seguido del himno del club de fútbol. Ya entrada la mañana escucha el ruido de las cortinas de hierro de los negocios, los chiflidos y gritos de los comerciantes mientras venden sus productos.

“Existe en el callejón Tabaqueros el antro Sunday Sunday que, inicialmente, pone música de DJ de las cuatro de la tarde del domingo a la 1 de la mañana. Dormirse todos los lunes hasta la una o dos de la mañana para ir a trabajar al otro día temprano es algo muy pesado”, expresa.

En efecto, Ciudad de México es una de las peores ciudades del mundo para dormir. El estudio realizado por CIA Landlords Insurance, una firma internacional de seguros para propietarios de inmuebles, la coloca en el séptimo lugar (Bogotá es la peor, por cierto). Para el ranking se toman en cuenta factores como la contaminación del aire, la tranquilidad de la noche, las horas trabajadas y, claro, el nivel de ruido.

El marco legal del ruido

En lo que va de 2024 se han registrado, sorprendentemente, solo 27 denuncias ciudadanas que tienen que ver con el ruido, si atendemos a lo que publica la PAOT.  El micrositio arrojó que durante 2023 se recibieron 53 denuncias, una cifra muy lejana a lo reportado por El Universal: según el diario esta institución admitió 1,374 denuncias por ruido excesivo. En todo caso, en la mayoría de ellas se reporta que la contaminación acústica proviene de establecimientos mercantiles como barberías, tortillerías y bares.

En la Ciudad de México existen diversas leyes en materia de ruido. La ya mencionada Ley Ambiental de Protección a la Tierra en la Ciudad de México establece que los ciudadanos tienen que cumplir con una serie de requisitos y límites máximos permisibles (LMP) de sonidos. Esta misma ley menciona que los dueños de establecimientos mercantiles deben instalar mecanismos de control si su establecimiento genera ruido al exterior.

También cuenta con la Ley de Establecimientos Mercantiles para la Ciudad de México y Ley de Cultura Cívica de la Ciudad de México, que establece que los dueños de estos espacios comerciales tienen la obligación de no generar ruidos que afecten a otras personas.

Por otro lado, la Ley de Cultura Cívica impone infracciones a quien produzca o cause ruidos que atenten contra la tranquilidad de las personas o que sean consideradas un riesgo para la salud. Los expertos coinciden en que esta normativa es insuficiente.

“Sí tenemos leyes, el problema es que no se instrumentalizan. No hay nadie en realidad que tenga o que sepa asociar decibeles y saber qué se tiene que hacer y cómo se puede medir. Una de las exigencias en política pública tendría que ser justamente tener una ley que asocie ruido con contaminación acústica y el tema de salud”, explica Jimena de Gortari Ludlow.

También te podría interesar leer: "En defensa de la música de banda".

Ilustración de Fernanda Jiménez.

Una identidad sonora se desvanece

Para la investigadora de la Ibero, hoy la Ciudad de México suena a caos. O, más bien, “a una banda sonora que se va intensificando”. Su sinfonía del día, describe, tiene altos y bajos tremendos. Empieza como en una línea muy tenue (“me despierto con los pájaros”), y de pronto tiene picos. Los cláxones, el camión de la basura…“Suena a falta de coordinación, a una ciudad desequilibrada”.

Cuando Jimena de Gortari Ludlow era más joven, la Ciudad de México, particularmente Coyoacán, donde creció, no era especialmente silenciosa. Sonaba al heladero, el tamalero, el señor del gas y de la basura, el ropavejero, al afilador, el velador de noche “que tenían sonidos tenebrosos; no querías salir de tu casa porque era como un silbido muy particular, y él se situaba justamente en una zona donde sabía que todo mundo lo iba a escuchar”.

Su pasión por los sonidos llevó a la investigadora a crear un Diario Sonoro de la Ciudad de México, para recordar cuáles son sus ritmos característicos. Durante varios años ha llevado una bitácora y registro de los sonidos que escucha. Este experimento le ayuda a entender que una misma fuente sonora se escucha distinta dependiendo del entorno en el que te encuentres.

“Yo siempre digo que hay que asociar la fuente sonora con la forma urbana. O sea, el entorno ambiental o natural no se va a escuchar nunca igual, más allá de que el pájaro sea el mismo, no hay forma”, detalla.

La creadora del Diario Sonoro recuerda que hay sonidos de la Ciudad de México que no necesariamente son del gusto de todo el mundo, pero son identitarios del lugar. Hace unos meses Breanna Claye, estadounidense, se quejó en redes sociales del sonido que producen los organilleros en la ciudad, y se formó una gran polémica.

Sobre esa línea aparentemente delgada entre el ruido y la identidad de una ciudad, Jimena de Gortari Ludlow tiene algo que decir. A lo largo de la historia la ciudad siempre ha producido sonidos… se han ido desvaneciendo entre los ruidos asociados a la prisa y la productividad. Ahora solo oímos el sonido de los coches. Con la desaparición de ciertos ruidos, la crónica de la ciudad va a ser distinta”.

Esta desaparición de los sonidos (o su ‘enmascaramiento’ tras los producidos por el tráfico o los aviones) implica un costo elevado para los habitantes de la Ciudad de México, pues atenta contra la memoria. Y es que los ruidos—los no insanos, los moderados—  van creando la historia de la ciudad. Un sonido siempre puede recordarte una sensación vieja, y la percepción que tuviste utilizando todos tus sentidos.

Todos los barrios y zonas de la Ciudad de México suenan muy distintas entre sí. Y eso es muy diferente al caos (o cacofonía) de la contaminación acústica.

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26
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Tiempo de Lectura: 00 min

La CDMX es una de las ciudades más ruidosas del mundo y esto ocasiona conflictos directos en el entorno de sus habitantes. ¿Cómo somos capaces de vivir con él, día a día y noche a noche, en el espacio público, frente a nuestros hogares y lugares de trabajo?

Durante dos años Esperanza Nava dedicó sus fuerzas a luchar contra el ruido excesivo que provocaba uno de sus vecinos. En ese tiempo, la joven de 28 años no pudo estudiar ni trabajar; se enfocó en ganar el juicio que interpuso contra Arturo Said, después de que éste la agrediera en su propia casa. Seguramente recuerdas el caso porque fue una bomba en redes sociales, pero quizá no tengas tan claro cuál fue el origen del escándalo.

Lo que le pasó a Esperanza no es raro. Entre los adultos habitantes de la Ciudad de México que reconocen haber tenido enfrentamientos directos causados por conducta antisocial en su entorno, la gran mayoría, el 72%, señala a sus vecinos como partícipes del conflicto. Y entre las ‘causas’ puntuales del conflicto, se destaca el ruido —11.8% de las mujeres y 11.1% de los hombres lo mencionan—. Todo eso se lee en la Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi).

La pesadilla de Esperanza Nava comenzó en junio de 2018, cuando desde la puerta de su departamento grabó la agresión de Arturo Said en contra de una mujer. Después de interponer diversas denuncias contra él, en 2019 continuaron las amenazas, hasta que un día la agredió físicamente. “Me di cuenta que él sabía que yo me había quejado del ruido, y lo empezó a usar como forma de violencia, subía todo el volumen a la música y gritaba mi nombre”, dice la estudiante a Gatopardo. Tuvieron que pasar cuatro años para que Arturo Said fuera sentenciado.

Como se ve, este tema trata sobre los límites, así que empecemos con las definiciones básicas. ¿Cuándo un sonido se puede convertir en ruido? ¿Qué es la contaminación acústica? ¿Cómo cruza la frontera y afecta la vida de las personas? ¿Qué legislación en materia de ruido existe en la Ciudad de México?

La Ley Ambiental de Protección a la Tierra en la Ciudad de México define el ruido como “sonido indeseable en niveles que produce alteraciones, vibraciones, molestias, riesgos o daños para la salud de las personas y sus bienes, o que causen impactos negativos sobre el ambiente”.

Jesús Pérez Ruiz, investigador en el Laboratorio Acústica y Vibraciones del Instituto de Ciencias Aplicadas y Desarrollo Tecnológico de la UNAM, introduce un primer diferenciador: la escala. “Considerar un sonido como ruido, a nivel individual, tiene que ver con la interferencia con alguna actividad. Para una cuestión poblacional, se manifiesta en las perturbaciones en el ámbito en que esté incidiendo fuertemente; por ejemplo, en el espacio laboral, educativo, de descanso”, explica.

El ámbito de Alejandra afectado por el ruido es el de su vida entera. Y es que convive con el ruido de los cláxones, motores y de llantas que derrapan contra el pavimento; las sirenas de las ambulancias y patrullas, el ensordecedor sonido de los aviones y helicópteros. En su departamento ubicado en Lomas de Chapultepec este mar de ruidos solo se apacigua los fines de semana. Tanta contaminación acústica ha provocado que piense incluso en mudarse. “Tengo un problema de depresión, amnesia, anorexia, agorafobia y tenía insomnio. Estoy segura de que el ruido exterior y el estrés que se vive a pie de calle no han ayudado nada. Llevo ocho años lidiando con todo esto, y aunque sé que es multifactorial, el ruido constante y sin tregua no ayuda”, nos comparte.

Alejandra no exagera. Para la académica de la Universidad Iberoamericana, Jimena de Gortari Ludlow, cualquier sonido que de alguna manera cause un daño es considerado contaminación acústica. “Está relacionado con los decibeles, o sea, la intensidad del sonido que percibes. Pero también está relacionado con el tiempo de exposición [a ese sonido]”, puntualiza.

El tiempo de exposición, entonces, es el otro elemento clave. “Estamos expuestos de manera permanente; el oído está abierto las 24 horas del día. Siempre estamos escuchando, aunque no siempre prestamos atención a los sonidos, sin embargo, el oído está de manera permanente recibiendo información y eso hace que estés muy cansado”, explica la académica de la Ibero.

Ilustración de Fernanda Jiménez.

Contrario a lo que mucha gente cree, el ruido en exceso sí puede perjudicar la salud gravemente. La propia Organización Mundial de la Salud ha estudiado los diferentes grados de afectación, que dependen de la intensidad del ruido, la exposición y la proximidad con la fuente.

Los efectos perjudiciales del ruido, en general, se clasifican en primarios y secundarios. Los primeros ocurren inmediatamente después de la exposición al ruido, y pueden ir desde dolores de cabeza hasta ensordecimiento por ochos horas. Los secundarios engloban las afectaciones a largo plazo, como la hipertensión, depresión, diversos grados de sordera, cardiopatía, entre otros.

“Hay [otra] cosa que la gente no tiene asociada: el cansancio permanente que sentimos muchas de las personas que habitamos la ciudad. Esto va más allá de la condición de si duermes bien o no”, subraya de Gortari Ludlow.

Entradas y salidas del caos

El ruido está relacionado, por supuesto, con la actividad humana y nuestras formas de organización. No es casual que Pérez Ruiz, el investigador de la UNAM, señale que hoy los ruidos más contaminantes en Ciudad de México son el transporte, motocicletas, aviones.

“Lo que se sabe actualmente es que en los grandes espacios urbanos aumenta la concentración de personas y las necesidades de transporte, eso genera un ruido por las necesidades de movilidad y eso toda la población lo está soportando. Si no hay descanso eso te puede provocar a la larga un problema auditivo o no auditivo de salud”, describe Pérez Ruiz.

Hace seis meses, Andrea se mudó de Cuautitlán Izcalli, Estado de México, a la alcaldía Azcapotzalco en CDMX. Aunque su mudanza le ha permitido trasladarse con más facilidad a su trabajo, también ha significado perder la tranquilidad del silencio. “He notado que desde que llegué a la ciudad me cuesta mucho concentrarme y me distraigo con más facilidad porque todo el tiempo escucho a mis vecinos, los niños gritando en el patio, las personas gritando en la calle, Me estreso muchísimo”, comparte.

Algo similar le pasó a Zuri. Vivió seis años en la colonia San Rafael, y hace dos se mudó cerca de Tepito. “Aunque sí pasaban carros, las calles eran un poco menos transitadas, pero todo cambió cuando me mude a la entrada de Tepito. Al lado de mi edificio hay un tiradero y todos los días llegan camiones de basura a las cinco de la mañana, hacen mucho ruido, ponen música muy fuerte”, dice.

La joven de 26 años comenta que en su día a día los ruidos que más le molestan son los producidos por el metrobús y las motocicletas. “Es un sobreestímulo constante […]. Aunque suelo estar mucho en el Centro, es un ruido diferente; escucho a gente hablando, los organilleros… Pienso que son espacios con esa dinámica; sin embargo, en mi casa, cuando estoy cansada, no tengo esa misma disposición para escucharlos”.

La mudanza, en ocasiones, es la única salida del caos. Tamara Cervantes se ha mudado en dos ocasiones a consecuencia del ruido. En un punto resultó tan estresante que su pulso cambiaba, sudaba frío y le provocaba ataques de ansiedad.

“[En su anterior colonia] escuchaba a diario al de los fierros viejos; era el ruido más persistente y molesto porque tenía un volumen muy fuerte. Incluso a veces pasaban dos o tres camionetas a la vez desde las nueve de la mañana hasta las cinco de la tarde”, recuerda.

Rocío vive en la colonia Juárez. Además de la contaminación auditiva ‘usual’, el puesto de jugos que utiliza la licuadora durante toda la mañana, tiene que soportar los efectos del boom inmobiliario que experimenta la zona.

“Convivo prácticamente todo el día con el ruido de una construcción que está justo en la esquina de mi calle. Es un ruido ensordecedor de montacargas, máquinas, camiones descargando material las 24 horas del día”, denuncia Rocío.

Por supuesto que Rocío ha pensado en mudarse. Su principal limitante: la falta de recursos económicos.

Con esa pared también se topó Esperanza Nava, cansada del ruido que no la dejaba estudiar ni concentrarse, y, peor, temerosa de las agresiones de su vecino, le propuso a su mamá mudarse, pero la falta de dinero se los impidió. “Mudarse es muy caro, por eso tuve que buscar maneras creativas de reducir el ruido en mi edificio. Instalé una alarma que suena cada vez que alguien sobrepasa los decibeles permitidos”, dice.

Tamara Cervantes menciona la estrategia usual: “Si me quiero concentrar en algo necesito forzosamente usar audífonos, que me aíslen de tantos sonidos […]. Cada vez debe ser más fuerte el volumen de la música para que sea efectiva contra el ruido”.

Los expertos advierten, sin embargo, que utilizar audífonos como aislante de ruido resulta contraproducente, ya que se suelen utilizar en niveles de muy alto volumen (y recordemos que los efectos del sonido depende de la proximidad y la frecuencia). “Hemos encontrado que jóvenes de 20 a 24 años tienen una audición de una persona de 50 o 55 años”, recuerda Jesús Pérez Ruiz.

¿Qué tanto es tantísimo? Según una escala para medir el ruido, elaborada por la UNAM, el tráfico de una ciudad alcanza 85 decibeles; una motocicleta con un escape ruidoso alcanza 95; un taladro llega a 100; el reproductor de música a volumen alto, 105; las sirenas (de una ambulancia, por ejemplo), 120, y el despegue de avión, 140 decibeles.

La fiesta eterna y demás impulsos

La Procuraduría Ambiental y del Ordenamiento Territorial de Ciudad de México (PAOT) señala que las fuentes del ruido se dividen en fijas o móviles. Las primeras son los establecimientos mercantiles, fábricas, construcciones, entre otros; las segundas se refieren a camiones de basura, motocicletas, camiones de carga, transporte.

Sin embargo, Pérez Ruiz, de la UNAM, identifica una tercera clasificación: los ruidos impulsivos, es decir, los que no necesitan ser frecuentes o de un nivel elevado para ser peligrosos, como los producidos por la pirotecnia.

La Ciudad de México es tan grande y diversa que cada rincón tiene ‘impulsos’ diferentes. Por un lado, las fiestas patronales de los antiguos barrios, con sus cohetones; por otro, los antros nocturnos y los vítores de sus asistentes.

Daniel vive en Zona Rosa, un lugar emblemático de la ciudad, por la vida nocturna que ofrece. Durante el día, dada la cercanía con Paseo de la Reforma, puede escuchar el sonido de manifestaciones, desfiles, eventos deportivos y de los domingos, los semáforos anunciando a las personas que pueden cruzar la calle. Pero el verdadero problema viene en la noche, de los antros de la calle Amberes.

El insomne Daniel tiene estudiado el problema: “De acuerdo con estándares internacionales, incluso los 60 decibeles permitidos en horario nocturno están fuera de lo recomendado para evitar afectaciones a la salud”.

Daniel ha denunciado en reiteradas ocasiones este problema a las autoridades, sin solución. Únicamente cuando se realizan inspecciones sorpresa en los clubes nocturnos se baja el volumen de la música, afirma.

Pedro, de 30 años, sufre el mismo problema. Vive a dos cuadras del Zócalo de la capital y se despierta con el grito “¡Arriba el América!”, seguido del himno del club de fútbol. Ya entrada la mañana escucha el ruido de las cortinas de hierro de los negocios, los chiflidos y gritos de los comerciantes mientras venden sus productos.

“Existe en el callejón Tabaqueros el antro Sunday Sunday que, inicialmente, pone música de DJ de las cuatro de la tarde del domingo a la 1 de la mañana. Dormirse todos los lunes hasta la una o dos de la mañana para ir a trabajar al otro día temprano es algo muy pesado”, expresa.

En efecto, Ciudad de México es una de las peores ciudades del mundo para dormir. El estudio realizado por CIA Landlords Insurance, una firma internacional de seguros para propietarios de inmuebles, la coloca en el séptimo lugar (Bogotá es la peor, por cierto). Para el ranking se toman en cuenta factores como la contaminación del aire, la tranquilidad de la noche, las horas trabajadas y, claro, el nivel de ruido.

El marco legal del ruido

En lo que va de 2024 se han registrado, sorprendentemente, solo 27 denuncias ciudadanas que tienen que ver con el ruido, si atendemos a lo que publica la PAOT.  El micrositio arrojó que durante 2023 se recibieron 53 denuncias, una cifra muy lejana a lo reportado por El Universal: según el diario esta institución admitió 1,374 denuncias por ruido excesivo. En todo caso, en la mayoría de ellas se reporta que la contaminación acústica proviene de establecimientos mercantiles como barberías, tortillerías y bares.

En la Ciudad de México existen diversas leyes en materia de ruido. La ya mencionada Ley Ambiental de Protección a la Tierra en la Ciudad de México establece que los ciudadanos tienen que cumplir con una serie de requisitos y límites máximos permisibles (LMP) de sonidos. Esta misma ley menciona que los dueños de establecimientos mercantiles deben instalar mecanismos de control si su establecimiento genera ruido al exterior.

También cuenta con la Ley de Establecimientos Mercantiles para la Ciudad de México y Ley de Cultura Cívica de la Ciudad de México, que establece que los dueños de estos espacios comerciales tienen la obligación de no generar ruidos que afecten a otras personas.

Por otro lado, la Ley de Cultura Cívica impone infracciones a quien produzca o cause ruidos que atenten contra la tranquilidad de las personas o que sean consideradas un riesgo para la salud. Los expertos coinciden en que esta normativa es insuficiente.

“Sí tenemos leyes, el problema es que no se instrumentalizan. No hay nadie en realidad que tenga o que sepa asociar decibeles y saber qué se tiene que hacer y cómo se puede medir. Una de las exigencias en política pública tendría que ser justamente tener una ley que asocie ruido con contaminación acústica y el tema de salud”, explica Jimena de Gortari Ludlow.

También te podría interesar leer: "En defensa de la música de banda".

Ilustración de Fernanda Jiménez.

Una identidad sonora se desvanece

Para la investigadora de la Ibero, hoy la Ciudad de México suena a caos. O, más bien, “a una banda sonora que se va intensificando”. Su sinfonía del día, describe, tiene altos y bajos tremendos. Empieza como en una línea muy tenue (“me despierto con los pájaros”), y de pronto tiene picos. Los cláxones, el camión de la basura…“Suena a falta de coordinación, a una ciudad desequilibrada”.

Cuando Jimena de Gortari Ludlow era más joven, la Ciudad de México, particularmente Coyoacán, donde creció, no era especialmente silenciosa. Sonaba al heladero, el tamalero, el señor del gas y de la basura, el ropavejero, al afilador, el velador de noche “que tenían sonidos tenebrosos; no querías salir de tu casa porque era como un silbido muy particular, y él se situaba justamente en una zona donde sabía que todo mundo lo iba a escuchar”.

Su pasión por los sonidos llevó a la investigadora a crear un Diario Sonoro de la Ciudad de México, para recordar cuáles son sus ritmos característicos. Durante varios años ha llevado una bitácora y registro de los sonidos que escucha. Este experimento le ayuda a entender que una misma fuente sonora se escucha distinta dependiendo del entorno en el que te encuentres.

“Yo siempre digo que hay que asociar la fuente sonora con la forma urbana. O sea, el entorno ambiental o natural no se va a escuchar nunca igual, más allá de que el pájaro sea el mismo, no hay forma”, detalla.

La creadora del Diario Sonoro recuerda que hay sonidos de la Ciudad de México que no necesariamente son del gusto de todo el mundo, pero son identitarios del lugar. Hace unos meses Breanna Claye, estadounidense, se quejó en redes sociales del sonido que producen los organilleros en la ciudad, y se formó una gran polémica.

Sobre esa línea aparentemente delgada entre el ruido y la identidad de una ciudad, Jimena de Gortari Ludlow tiene algo que decir. A lo largo de la historia la ciudad siempre ha producido sonidos… se han ido desvaneciendo entre los ruidos asociados a la prisa y la productividad. Ahora solo oímos el sonido de los coches. Con la desaparición de ciertos ruidos, la crónica de la ciudad va a ser distinta”.

Esta desaparición de los sonidos (o su ‘enmascaramiento’ tras los producidos por el tráfico o los aviones) implica un costo elevado para los habitantes de la Ciudad de México, pues atenta contra la memoria. Y es que los ruidos—los no insanos, los moderados—  van creando la historia de la ciudad. Un sonido siempre puede recordarte una sensación vieja, y la percepción que tuviste utilizando todos tus sentidos.

Todos los barrios y zonas de la Ciudad de México suenan muy distintas entre sí. Y eso es muy diferente al caos (o cacofonía) de la contaminación acústica.

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El ruido en la Ciudad de México: vidas sumergidas en el caos

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La CDMX es una de las ciudades más ruidosas del mundo y esto ocasiona conflictos directos en el entorno de sus habitantes. ¿Cómo somos capaces de vivir con él, día a día y noche a noche, en el espacio público, frente a nuestros hogares y lugares de trabajo?

Durante dos años Esperanza Nava dedicó sus fuerzas a luchar contra el ruido excesivo que provocaba uno de sus vecinos. En ese tiempo, la joven de 28 años no pudo estudiar ni trabajar; se enfocó en ganar el juicio que interpuso contra Arturo Said, después de que éste la agrediera en su propia casa. Seguramente recuerdas el caso porque fue una bomba en redes sociales, pero quizá no tengas tan claro cuál fue el origen del escándalo.

Lo que le pasó a Esperanza no es raro. Entre los adultos habitantes de la Ciudad de México que reconocen haber tenido enfrentamientos directos causados por conducta antisocial en su entorno, la gran mayoría, el 72%, señala a sus vecinos como partícipes del conflicto. Y entre las ‘causas’ puntuales del conflicto, se destaca el ruido —11.8% de las mujeres y 11.1% de los hombres lo mencionan—. Todo eso se lee en la Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi).

La pesadilla de Esperanza Nava comenzó en junio de 2018, cuando desde la puerta de su departamento grabó la agresión de Arturo Said en contra de una mujer. Después de interponer diversas denuncias contra él, en 2019 continuaron las amenazas, hasta que un día la agredió físicamente. “Me di cuenta que él sabía que yo me había quejado del ruido, y lo empezó a usar como forma de violencia, subía todo el volumen a la música y gritaba mi nombre”, dice la estudiante a Gatopardo. Tuvieron que pasar cuatro años para que Arturo Said fuera sentenciado.

Como se ve, este tema trata sobre los límites, así que empecemos con las definiciones básicas. ¿Cuándo un sonido se puede convertir en ruido? ¿Qué es la contaminación acústica? ¿Cómo cruza la frontera y afecta la vida de las personas? ¿Qué legislación en materia de ruido existe en la Ciudad de México?

La Ley Ambiental de Protección a la Tierra en la Ciudad de México define el ruido como “sonido indeseable en niveles que produce alteraciones, vibraciones, molestias, riesgos o daños para la salud de las personas y sus bienes, o que causen impactos negativos sobre el ambiente”.

Jesús Pérez Ruiz, investigador en el Laboratorio Acústica y Vibraciones del Instituto de Ciencias Aplicadas y Desarrollo Tecnológico de la UNAM, introduce un primer diferenciador: la escala. “Considerar un sonido como ruido, a nivel individual, tiene que ver con la interferencia con alguna actividad. Para una cuestión poblacional, se manifiesta en las perturbaciones en el ámbito en que esté incidiendo fuertemente; por ejemplo, en el espacio laboral, educativo, de descanso”, explica.

El ámbito de Alejandra afectado por el ruido es el de su vida entera. Y es que convive con el ruido de los cláxones, motores y de llantas que derrapan contra el pavimento; las sirenas de las ambulancias y patrullas, el ensordecedor sonido de los aviones y helicópteros. En su departamento ubicado en Lomas de Chapultepec este mar de ruidos solo se apacigua los fines de semana. Tanta contaminación acústica ha provocado que piense incluso en mudarse. “Tengo un problema de depresión, amnesia, anorexia, agorafobia y tenía insomnio. Estoy segura de que el ruido exterior y el estrés que se vive a pie de calle no han ayudado nada. Llevo ocho años lidiando con todo esto, y aunque sé que es multifactorial, el ruido constante y sin tregua no ayuda”, nos comparte.

Alejandra no exagera. Para la académica de la Universidad Iberoamericana, Jimena de Gortari Ludlow, cualquier sonido que de alguna manera cause un daño es considerado contaminación acústica. “Está relacionado con los decibeles, o sea, la intensidad del sonido que percibes. Pero también está relacionado con el tiempo de exposición [a ese sonido]”, puntualiza.

El tiempo de exposición, entonces, es el otro elemento clave. “Estamos expuestos de manera permanente; el oído está abierto las 24 horas del día. Siempre estamos escuchando, aunque no siempre prestamos atención a los sonidos, sin embargo, el oído está de manera permanente recibiendo información y eso hace que estés muy cansado”, explica la académica de la Ibero.

Ilustración de Fernanda Jiménez.

Contrario a lo que mucha gente cree, el ruido en exceso sí puede perjudicar la salud gravemente. La propia Organización Mundial de la Salud ha estudiado los diferentes grados de afectación, que dependen de la intensidad del ruido, la exposición y la proximidad con la fuente.

Los efectos perjudiciales del ruido, en general, se clasifican en primarios y secundarios. Los primeros ocurren inmediatamente después de la exposición al ruido, y pueden ir desde dolores de cabeza hasta ensordecimiento por ochos horas. Los secundarios engloban las afectaciones a largo plazo, como la hipertensión, depresión, diversos grados de sordera, cardiopatía, entre otros.

“Hay [otra] cosa que la gente no tiene asociada: el cansancio permanente que sentimos muchas de las personas que habitamos la ciudad. Esto va más allá de la condición de si duermes bien o no”, subraya de Gortari Ludlow.

Entradas y salidas del caos

El ruido está relacionado, por supuesto, con la actividad humana y nuestras formas de organización. No es casual que Pérez Ruiz, el investigador de la UNAM, señale que hoy los ruidos más contaminantes en Ciudad de México son el transporte, motocicletas, aviones.

“Lo que se sabe actualmente es que en los grandes espacios urbanos aumenta la concentración de personas y las necesidades de transporte, eso genera un ruido por las necesidades de movilidad y eso toda la población lo está soportando. Si no hay descanso eso te puede provocar a la larga un problema auditivo o no auditivo de salud”, describe Pérez Ruiz.

Hace seis meses, Andrea se mudó de Cuautitlán Izcalli, Estado de México, a la alcaldía Azcapotzalco en CDMX. Aunque su mudanza le ha permitido trasladarse con más facilidad a su trabajo, también ha significado perder la tranquilidad del silencio. “He notado que desde que llegué a la ciudad me cuesta mucho concentrarme y me distraigo con más facilidad porque todo el tiempo escucho a mis vecinos, los niños gritando en el patio, las personas gritando en la calle, Me estreso muchísimo”, comparte.

Algo similar le pasó a Zuri. Vivió seis años en la colonia San Rafael, y hace dos se mudó cerca de Tepito. “Aunque sí pasaban carros, las calles eran un poco menos transitadas, pero todo cambió cuando me mude a la entrada de Tepito. Al lado de mi edificio hay un tiradero y todos los días llegan camiones de basura a las cinco de la mañana, hacen mucho ruido, ponen música muy fuerte”, dice.

La joven de 26 años comenta que en su día a día los ruidos que más le molestan son los producidos por el metrobús y las motocicletas. “Es un sobreestímulo constante […]. Aunque suelo estar mucho en el Centro, es un ruido diferente; escucho a gente hablando, los organilleros… Pienso que son espacios con esa dinámica; sin embargo, en mi casa, cuando estoy cansada, no tengo esa misma disposición para escucharlos”.

La mudanza, en ocasiones, es la única salida del caos. Tamara Cervantes se ha mudado en dos ocasiones a consecuencia del ruido. En un punto resultó tan estresante que su pulso cambiaba, sudaba frío y le provocaba ataques de ansiedad.

“[En su anterior colonia] escuchaba a diario al de los fierros viejos; era el ruido más persistente y molesto porque tenía un volumen muy fuerte. Incluso a veces pasaban dos o tres camionetas a la vez desde las nueve de la mañana hasta las cinco de la tarde”, recuerda.

Rocío vive en la colonia Juárez. Además de la contaminación auditiva ‘usual’, el puesto de jugos que utiliza la licuadora durante toda la mañana, tiene que soportar los efectos del boom inmobiliario que experimenta la zona.

“Convivo prácticamente todo el día con el ruido de una construcción que está justo en la esquina de mi calle. Es un ruido ensordecedor de montacargas, máquinas, camiones descargando material las 24 horas del día”, denuncia Rocío.

Por supuesto que Rocío ha pensado en mudarse. Su principal limitante: la falta de recursos económicos.

Con esa pared también se topó Esperanza Nava, cansada del ruido que no la dejaba estudiar ni concentrarse, y, peor, temerosa de las agresiones de su vecino, le propuso a su mamá mudarse, pero la falta de dinero se los impidió. “Mudarse es muy caro, por eso tuve que buscar maneras creativas de reducir el ruido en mi edificio. Instalé una alarma que suena cada vez que alguien sobrepasa los decibeles permitidos”, dice.

Tamara Cervantes menciona la estrategia usual: “Si me quiero concentrar en algo necesito forzosamente usar audífonos, que me aíslen de tantos sonidos […]. Cada vez debe ser más fuerte el volumen de la música para que sea efectiva contra el ruido”.

Los expertos advierten, sin embargo, que utilizar audífonos como aislante de ruido resulta contraproducente, ya que se suelen utilizar en niveles de muy alto volumen (y recordemos que los efectos del sonido depende de la proximidad y la frecuencia). “Hemos encontrado que jóvenes de 20 a 24 años tienen una audición de una persona de 50 o 55 años”, recuerda Jesús Pérez Ruiz.

¿Qué tanto es tantísimo? Según una escala para medir el ruido, elaborada por la UNAM, el tráfico de una ciudad alcanza 85 decibeles; una motocicleta con un escape ruidoso alcanza 95; un taladro llega a 100; el reproductor de música a volumen alto, 105; las sirenas (de una ambulancia, por ejemplo), 120, y el despegue de avión, 140 decibeles.

La fiesta eterna y demás impulsos

La Procuraduría Ambiental y del Ordenamiento Territorial de Ciudad de México (PAOT) señala que las fuentes del ruido se dividen en fijas o móviles. Las primeras son los establecimientos mercantiles, fábricas, construcciones, entre otros; las segundas se refieren a camiones de basura, motocicletas, camiones de carga, transporte.

Sin embargo, Pérez Ruiz, de la UNAM, identifica una tercera clasificación: los ruidos impulsivos, es decir, los que no necesitan ser frecuentes o de un nivel elevado para ser peligrosos, como los producidos por la pirotecnia.

La Ciudad de México es tan grande y diversa que cada rincón tiene ‘impulsos’ diferentes. Por un lado, las fiestas patronales de los antiguos barrios, con sus cohetones; por otro, los antros nocturnos y los vítores de sus asistentes.

Daniel vive en Zona Rosa, un lugar emblemático de la ciudad, por la vida nocturna que ofrece. Durante el día, dada la cercanía con Paseo de la Reforma, puede escuchar el sonido de manifestaciones, desfiles, eventos deportivos y de los domingos, los semáforos anunciando a las personas que pueden cruzar la calle. Pero el verdadero problema viene en la noche, de los antros de la calle Amberes.

El insomne Daniel tiene estudiado el problema: “De acuerdo con estándares internacionales, incluso los 60 decibeles permitidos en horario nocturno están fuera de lo recomendado para evitar afectaciones a la salud”.

Daniel ha denunciado en reiteradas ocasiones este problema a las autoridades, sin solución. Únicamente cuando se realizan inspecciones sorpresa en los clubes nocturnos se baja el volumen de la música, afirma.

Pedro, de 30 años, sufre el mismo problema. Vive a dos cuadras del Zócalo de la capital y se despierta con el grito “¡Arriba el América!”, seguido del himno del club de fútbol. Ya entrada la mañana escucha el ruido de las cortinas de hierro de los negocios, los chiflidos y gritos de los comerciantes mientras venden sus productos.

“Existe en el callejón Tabaqueros el antro Sunday Sunday que, inicialmente, pone música de DJ de las cuatro de la tarde del domingo a la 1 de la mañana. Dormirse todos los lunes hasta la una o dos de la mañana para ir a trabajar al otro día temprano es algo muy pesado”, expresa.

En efecto, Ciudad de México es una de las peores ciudades del mundo para dormir. El estudio realizado por CIA Landlords Insurance, una firma internacional de seguros para propietarios de inmuebles, la coloca en el séptimo lugar (Bogotá es la peor, por cierto). Para el ranking se toman en cuenta factores como la contaminación del aire, la tranquilidad de la noche, las horas trabajadas y, claro, el nivel de ruido.

El marco legal del ruido

En lo que va de 2024 se han registrado, sorprendentemente, solo 27 denuncias ciudadanas que tienen que ver con el ruido, si atendemos a lo que publica la PAOT.  El micrositio arrojó que durante 2023 se recibieron 53 denuncias, una cifra muy lejana a lo reportado por El Universal: según el diario esta institución admitió 1,374 denuncias por ruido excesivo. En todo caso, en la mayoría de ellas se reporta que la contaminación acústica proviene de establecimientos mercantiles como barberías, tortillerías y bares.

En la Ciudad de México existen diversas leyes en materia de ruido. La ya mencionada Ley Ambiental de Protección a la Tierra en la Ciudad de México establece que los ciudadanos tienen que cumplir con una serie de requisitos y límites máximos permisibles (LMP) de sonidos. Esta misma ley menciona que los dueños de establecimientos mercantiles deben instalar mecanismos de control si su establecimiento genera ruido al exterior.

También cuenta con la Ley de Establecimientos Mercantiles para la Ciudad de México y Ley de Cultura Cívica de la Ciudad de México, que establece que los dueños de estos espacios comerciales tienen la obligación de no generar ruidos que afecten a otras personas.

Por otro lado, la Ley de Cultura Cívica impone infracciones a quien produzca o cause ruidos que atenten contra la tranquilidad de las personas o que sean consideradas un riesgo para la salud. Los expertos coinciden en que esta normativa es insuficiente.

“Sí tenemos leyes, el problema es que no se instrumentalizan. No hay nadie en realidad que tenga o que sepa asociar decibeles y saber qué se tiene que hacer y cómo se puede medir. Una de las exigencias en política pública tendría que ser justamente tener una ley que asocie ruido con contaminación acústica y el tema de salud”, explica Jimena de Gortari Ludlow.

También te podría interesar leer: "En defensa de la música de banda".

Ilustración de Fernanda Jiménez.

Una identidad sonora se desvanece

Para la investigadora de la Ibero, hoy la Ciudad de México suena a caos. O, más bien, “a una banda sonora que se va intensificando”. Su sinfonía del día, describe, tiene altos y bajos tremendos. Empieza como en una línea muy tenue (“me despierto con los pájaros”), y de pronto tiene picos. Los cláxones, el camión de la basura…“Suena a falta de coordinación, a una ciudad desequilibrada”.

Cuando Jimena de Gortari Ludlow era más joven, la Ciudad de México, particularmente Coyoacán, donde creció, no era especialmente silenciosa. Sonaba al heladero, el tamalero, el señor del gas y de la basura, el ropavejero, al afilador, el velador de noche “que tenían sonidos tenebrosos; no querías salir de tu casa porque era como un silbido muy particular, y él se situaba justamente en una zona donde sabía que todo mundo lo iba a escuchar”.

Su pasión por los sonidos llevó a la investigadora a crear un Diario Sonoro de la Ciudad de México, para recordar cuáles son sus ritmos característicos. Durante varios años ha llevado una bitácora y registro de los sonidos que escucha. Este experimento le ayuda a entender que una misma fuente sonora se escucha distinta dependiendo del entorno en el que te encuentres.

“Yo siempre digo que hay que asociar la fuente sonora con la forma urbana. O sea, el entorno ambiental o natural no se va a escuchar nunca igual, más allá de que el pájaro sea el mismo, no hay forma”, detalla.

La creadora del Diario Sonoro recuerda que hay sonidos de la Ciudad de México que no necesariamente son del gusto de todo el mundo, pero son identitarios del lugar. Hace unos meses Breanna Claye, estadounidense, se quejó en redes sociales del sonido que producen los organilleros en la ciudad, y se formó una gran polémica.

Sobre esa línea aparentemente delgada entre el ruido y la identidad de una ciudad, Jimena de Gortari Ludlow tiene algo que decir. A lo largo de la historia la ciudad siempre ha producido sonidos… se han ido desvaneciendo entre los ruidos asociados a la prisa y la productividad. Ahora solo oímos el sonido de los coches. Con la desaparición de ciertos ruidos, la crónica de la ciudad va a ser distinta”.

Esta desaparición de los sonidos (o su ‘enmascaramiento’ tras los producidos por el tráfico o los aviones) implica un costo elevado para los habitantes de la Ciudad de México, pues atenta contra la memoria. Y es que los ruidos—los no insanos, los moderados—  van creando la historia de la ciudad. Un sonido siempre puede recordarte una sensación vieja, y la percepción que tuviste utilizando todos tus sentidos.

Todos los barrios y zonas de la Ciudad de México suenan muy distintas entre sí. Y eso es muy diferente al caos (o cacofonía) de la contaminación acústica.

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El ruido en la Ciudad de México: vidas sumergidas en el caos

El ruido en la Ciudad de México: vidas sumergidas en el caos

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24
2024
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La CDMX es una de las ciudades más ruidosas del mundo y esto ocasiona conflictos directos en el entorno de sus habitantes. ¿Cómo somos capaces de vivir con él, día a día y noche a noche, en el espacio público, frente a nuestros hogares y lugares de trabajo?

Durante dos años Esperanza Nava dedicó sus fuerzas a luchar contra el ruido excesivo que provocaba uno de sus vecinos. En ese tiempo, la joven de 28 años no pudo estudiar ni trabajar; se enfocó en ganar el juicio que interpuso contra Arturo Said, después de que éste la agrediera en su propia casa. Seguramente recuerdas el caso porque fue una bomba en redes sociales, pero quizá no tengas tan claro cuál fue el origen del escándalo.

Lo que le pasó a Esperanza no es raro. Entre los adultos habitantes de la Ciudad de México que reconocen haber tenido enfrentamientos directos causados por conducta antisocial en su entorno, la gran mayoría, el 72%, señala a sus vecinos como partícipes del conflicto. Y entre las ‘causas’ puntuales del conflicto, se destaca el ruido —11.8% de las mujeres y 11.1% de los hombres lo mencionan—. Todo eso se lee en la Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi).

La pesadilla de Esperanza Nava comenzó en junio de 2018, cuando desde la puerta de su departamento grabó la agresión de Arturo Said en contra de una mujer. Después de interponer diversas denuncias contra él, en 2019 continuaron las amenazas, hasta que un día la agredió físicamente. “Me di cuenta que él sabía que yo me había quejado del ruido, y lo empezó a usar como forma de violencia, subía todo el volumen a la música y gritaba mi nombre”, dice la estudiante a Gatopardo. Tuvieron que pasar cuatro años para que Arturo Said fuera sentenciado.

Como se ve, este tema trata sobre los límites, así que empecemos con las definiciones básicas. ¿Cuándo un sonido se puede convertir en ruido? ¿Qué es la contaminación acústica? ¿Cómo cruza la frontera y afecta la vida de las personas? ¿Qué legislación en materia de ruido existe en la Ciudad de México?

La Ley Ambiental de Protección a la Tierra en la Ciudad de México define el ruido como “sonido indeseable en niveles que produce alteraciones, vibraciones, molestias, riesgos o daños para la salud de las personas y sus bienes, o que causen impactos negativos sobre el ambiente”.

Jesús Pérez Ruiz, investigador en el Laboratorio Acústica y Vibraciones del Instituto de Ciencias Aplicadas y Desarrollo Tecnológico de la UNAM, introduce un primer diferenciador: la escala. “Considerar un sonido como ruido, a nivel individual, tiene que ver con la interferencia con alguna actividad. Para una cuestión poblacional, se manifiesta en las perturbaciones en el ámbito en que esté incidiendo fuertemente; por ejemplo, en el espacio laboral, educativo, de descanso”, explica.

El ámbito de Alejandra afectado por el ruido es el de su vida entera. Y es que convive con el ruido de los cláxones, motores y de llantas que derrapan contra el pavimento; las sirenas de las ambulancias y patrullas, el ensordecedor sonido de los aviones y helicópteros. En su departamento ubicado en Lomas de Chapultepec este mar de ruidos solo se apacigua los fines de semana. Tanta contaminación acústica ha provocado que piense incluso en mudarse. “Tengo un problema de depresión, amnesia, anorexia, agorafobia y tenía insomnio. Estoy segura de que el ruido exterior y el estrés que se vive a pie de calle no han ayudado nada. Llevo ocho años lidiando con todo esto, y aunque sé que es multifactorial, el ruido constante y sin tregua no ayuda”, nos comparte.

Alejandra no exagera. Para la académica de la Universidad Iberoamericana, Jimena de Gortari Ludlow, cualquier sonido que de alguna manera cause un daño es considerado contaminación acústica. “Está relacionado con los decibeles, o sea, la intensidad del sonido que percibes. Pero también está relacionado con el tiempo de exposición [a ese sonido]”, puntualiza.

El tiempo de exposición, entonces, es el otro elemento clave. “Estamos expuestos de manera permanente; el oído está abierto las 24 horas del día. Siempre estamos escuchando, aunque no siempre prestamos atención a los sonidos, sin embargo, el oído está de manera permanente recibiendo información y eso hace que estés muy cansado”, explica la académica de la Ibero.

Ilustración de Fernanda Jiménez.

Contrario a lo que mucha gente cree, el ruido en exceso sí puede perjudicar la salud gravemente. La propia Organización Mundial de la Salud ha estudiado los diferentes grados de afectación, que dependen de la intensidad del ruido, la exposición y la proximidad con la fuente.

Los efectos perjudiciales del ruido, en general, se clasifican en primarios y secundarios. Los primeros ocurren inmediatamente después de la exposición al ruido, y pueden ir desde dolores de cabeza hasta ensordecimiento por ochos horas. Los secundarios engloban las afectaciones a largo plazo, como la hipertensión, depresión, diversos grados de sordera, cardiopatía, entre otros.

“Hay [otra] cosa que la gente no tiene asociada: el cansancio permanente que sentimos muchas de las personas que habitamos la ciudad. Esto va más allá de la condición de si duermes bien o no”, subraya de Gortari Ludlow.

Entradas y salidas del caos

El ruido está relacionado, por supuesto, con la actividad humana y nuestras formas de organización. No es casual que Pérez Ruiz, el investigador de la UNAM, señale que hoy los ruidos más contaminantes en Ciudad de México son el transporte, motocicletas, aviones.

“Lo que se sabe actualmente es que en los grandes espacios urbanos aumenta la concentración de personas y las necesidades de transporte, eso genera un ruido por las necesidades de movilidad y eso toda la población lo está soportando. Si no hay descanso eso te puede provocar a la larga un problema auditivo o no auditivo de salud”, describe Pérez Ruiz.

Hace seis meses, Andrea se mudó de Cuautitlán Izcalli, Estado de México, a la alcaldía Azcapotzalco en CDMX. Aunque su mudanza le ha permitido trasladarse con más facilidad a su trabajo, también ha significado perder la tranquilidad del silencio. “He notado que desde que llegué a la ciudad me cuesta mucho concentrarme y me distraigo con más facilidad porque todo el tiempo escucho a mis vecinos, los niños gritando en el patio, las personas gritando en la calle, Me estreso muchísimo”, comparte.

Algo similar le pasó a Zuri. Vivió seis años en la colonia San Rafael, y hace dos se mudó cerca de Tepito. “Aunque sí pasaban carros, las calles eran un poco menos transitadas, pero todo cambió cuando me mude a la entrada de Tepito. Al lado de mi edificio hay un tiradero y todos los días llegan camiones de basura a las cinco de la mañana, hacen mucho ruido, ponen música muy fuerte”, dice.

La joven de 26 años comenta que en su día a día los ruidos que más le molestan son los producidos por el metrobús y las motocicletas. “Es un sobreestímulo constante […]. Aunque suelo estar mucho en el Centro, es un ruido diferente; escucho a gente hablando, los organilleros… Pienso que son espacios con esa dinámica; sin embargo, en mi casa, cuando estoy cansada, no tengo esa misma disposición para escucharlos”.

La mudanza, en ocasiones, es la única salida del caos. Tamara Cervantes se ha mudado en dos ocasiones a consecuencia del ruido. En un punto resultó tan estresante que su pulso cambiaba, sudaba frío y le provocaba ataques de ansiedad.

“[En su anterior colonia] escuchaba a diario al de los fierros viejos; era el ruido más persistente y molesto porque tenía un volumen muy fuerte. Incluso a veces pasaban dos o tres camionetas a la vez desde las nueve de la mañana hasta las cinco de la tarde”, recuerda.

Rocío vive en la colonia Juárez. Además de la contaminación auditiva ‘usual’, el puesto de jugos que utiliza la licuadora durante toda la mañana, tiene que soportar los efectos del boom inmobiliario que experimenta la zona.

“Convivo prácticamente todo el día con el ruido de una construcción que está justo en la esquina de mi calle. Es un ruido ensordecedor de montacargas, máquinas, camiones descargando material las 24 horas del día”, denuncia Rocío.

Por supuesto que Rocío ha pensado en mudarse. Su principal limitante: la falta de recursos económicos.

Con esa pared también se topó Esperanza Nava, cansada del ruido que no la dejaba estudiar ni concentrarse, y, peor, temerosa de las agresiones de su vecino, le propuso a su mamá mudarse, pero la falta de dinero se los impidió. “Mudarse es muy caro, por eso tuve que buscar maneras creativas de reducir el ruido en mi edificio. Instalé una alarma que suena cada vez que alguien sobrepasa los decibeles permitidos”, dice.

Tamara Cervantes menciona la estrategia usual: “Si me quiero concentrar en algo necesito forzosamente usar audífonos, que me aíslen de tantos sonidos […]. Cada vez debe ser más fuerte el volumen de la música para que sea efectiva contra el ruido”.

Los expertos advierten, sin embargo, que utilizar audífonos como aislante de ruido resulta contraproducente, ya que se suelen utilizar en niveles de muy alto volumen (y recordemos que los efectos del sonido depende de la proximidad y la frecuencia). “Hemos encontrado que jóvenes de 20 a 24 años tienen una audición de una persona de 50 o 55 años”, recuerda Jesús Pérez Ruiz.

¿Qué tanto es tantísimo? Según una escala para medir el ruido, elaborada por la UNAM, el tráfico de una ciudad alcanza 85 decibeles; una motocicleta con un escape ruidoso alcanza 95; un taladro llega a 100; el reproductor de música a volumen alto, 105; las sirenas (de una ambulancia, por ejemplo), 120, y el despegue de avión, 140 decibeles.

La fiesta eterna y demás impulsos

La Procuraduría Ambiental y del Ordenamiento Territorial de Ciudad de México (PAOT) señala que las fuentes del ruido se dividen en fijas o móviles. Las primeras son los establecimientos mercantiles, fábricas, construcciones, entre otros; las segundas se refieren a camiones de basura, motocicletas, camiones de carga, transporte.

Sin embargo, Pérez Ruiz, de la UNAM, identifica una tercera clasificación: los ruidos impulsivos, es decir, los que no necesitan ser frecuentes o de un nivel elevado para ser peligrosos, como los producidos por la pirotecnia.

La Ciudad de México es tan grande y diversa que cada rincón tiene ‘impulsos’ diferentes. Por un lado, las fiestas patronales de los antiguos barrios, con sus cohetones; por otro, los antros nocturnos y los vítores de sus asistentes.

Daniel vive en Zona Rosa, un lugar emblemático de la ciudad, por la vida nocturna que ofrece. Durante el día, dada la cercanía con Paseo de la Reforma, puede escuchar el sonido de manifestaciones, desfiles, eventos deportivos y de los domingos, los semáforos anunciando a las personas que pueden cruzar la calle. Pero el verdadero problema viene en la noche, de los antros de la calle Amberes.

El insomne Daniel tiene estudiado el problema: “De acuerdo con estándares internacionales, incluso los 60 decibeles permitidos en horario nocturno están fuera de lo recomendado para evitar afectaciones a la salud”.

Daniel ha denunciado en reiteradas ocasiones este problema a las autoridades, sin solución. Únicamente cuando se realizan inspecciones sorpresa en los clubes nocturnos se baja el volumen de la música, afirma.

Pedro, de 30 años, sufre el mismo problema. Vive a dos cuadras del Zócalo de la capital y se despierta con el grito “¡Arriba el América!”, seguido del himno del club de fútbol. Ya entrada la mañana escucha el ruido de las cortinas de hierro de los negocios, los chiflidos y gritos de los comerciantes mientras venden sus productos.

“Existe en el callejón Tabaqueros el antro Sunday Sunday que, inicialmente, pone música de DJ de las cuatro de la tarde del domingo a la 1 de la mañana. Dormirse todos los lunes hasta la una o dos de la mañana para ir a trabajar al otro día temprano es algo muy pesado”, expresa.

En efecto, Ciudad de México es una de las peores ciudades del mundo para dormir. El estudio realizado por CIA Landlords Insurance, una firma internacional de seguros para propietarios de inmuebles, la coloca en el séptimo lugar (Bogotá es la peor, por cierto). Para el ranking se toman en cuenta factores como la contaminación del aire, la tranquilidad de la noche, las horas trabajadas y, claro, el nivel de ruido.

El marco legal del ruido

En lo que va de 2024 se han registrado, sorprendentemente, solo 27 denuncias ciudadanas que tienen que ver con el ruido, si atendemos a lo que publica la PAOT.  El micrositio arrojó que durante 2023 se recibieron 53 denuncias, una cifra muy lejana a lo reportado por El Universal: según el diario esta institución admitió 1,374 denuncias por ruido excesivo. En todo caso, en la mayoría de ellas se reporta que la contaminación acústica proviene de establecimientos mercantiles como barberías, tortillerías y bares.

En la Ciudad de México existen diversas leyes en materia de ruido. La ya mencionada Ley Ambiental de Protección a la Tierra en la Ciudad de México establece que los ciudadanos tienen que cumplir con una serie de requisitos y límites máximos permisibles (LMP) de sonidos. Esta misma ley menciona que los dueños de establecimientos mercantiles deben instalar mecanismos de control si su establecimiento genera ruido al exterior.

También cuenta con la Ley de Establecimientos Mercantiles para la Ciudad de México y Ley de Cultura Cívica de la Ciudad de México, que establece que los dueños de estos espacios comerciales tienen la obligación de no generar ruidos que afecten a otras personas.

Por otro lado, la Ley de Cultura Cívica impone infracciones a quien produzca o cause ruidos que atenten contra la tranquilidad de las personas o que sean consideradas un riesgo para la salud. Los expertos coinciden en que esta normativa es insuficiente.

“Sí tenemos leyes, el problema es que no se instrumentalizan. No hay nadie en realidad que tenga o que sepa asociar decibeles y saber qué se tiene que hacer y cómo se puede medir. Una de las exigencias en política pública tendría que ser justamente tener una ley que asocie ruido con contaminación acústica y el tema de salud”, explica Jimena de Gortari Ludlow.

También te podría interesar leer: "En defensa de la música de banda".

Ilustración de Fernanda Jiménez.

Una identidad sonora se desvanece

Para la investigadora de la Ibero, hoy la Ciudad de México suena a caos. O, más bien, “a una banda sonora que se va intensificando”. Su sinfonía del día, describe, tiene altos y bajos tremendos. Empieza como en una línea muy tenue (“me despierto con los pájaros”), y de pronto tiene picos. Los cláxones, el camión de la basura…“Suena a falta de coordinación, a una ciudad desequilibrada”.

Cuando Jimena de Gortari Ludlow era más joven, la Ciudad de México, particularmente Coyoacán, donde creció, no era especialmente silenciosa. Sonaba al heladero, el tamalero, el señor del gas y de la basura, el ropavejero, al afilador, el velador de noche “que tenían sonidos tenebrosos; no querías salir de tu casa porque era como un silbido muy particular, y él se situaba justamente en una zona donde sabía que todo mundo lo iba a escuchar”.

Su pasión por los sonidos llevó a la investigadora a crear un Diario Sonoro de la Ciudad de México, para recordar cuáles son sus ritmos característicos. Durante varios años ha llevado una bitácora y registro de los sonidos que escucha. Este experimento le ayuda a entender que una misma fuente sonora se escucha distinta dependiendo del entorno en el que te encuentres.

“Yo siempre digo que hay que asociar la fuente sonora con la forma urbana. O sea, el entorno ambiental o natural no se va a escuchar nunca igual, más allá de que el pájaro sea el mismo, no hay forma”, detalla.

La creadora del Diario Sonoro recuerda que hay sonidos de la Ciudad de México que no necesariamente son del gusto de todo el mundo, pero son identitarios del lugar. Hace unos meses Breanna Claye, estadounidense, se quejó en redes sociales del sonido que producen los organilleros en la ciudad, y se formó una gran polémica.

Sobre esa línea aparentemente delgada entre el ruido y la identidad de una ciudad, Jimena de Gortari Ludlow tiene algo que decir. A lo largo de la historia la ciudad siempre ha producido sonidos… se han ido desvaneciendo entre los ruidos asociados a la prisa y la productividad. Ahora solo oímos el sonido de los coches. Con la desaparición de ciertos ruidos, la crónica de la ciudad va a ser distinta”.

Esta desaparición de los sonidos (o su ‘enmascaramiento’ tras los producidos por el tráfico o los aviones) implica un costo elevado para los habitantes de la Ciudad de México, pues atenta contra la memoria. Y es que los ruidos—los no insanos, los moderados—  van creando la historia de la ciudad. Un sonido siempre puede recordarte una sensación vieja, y la percepción que tuviste utilizando todos tus sentidos.

Todos los barrios y zonas de la Ciudad de México suenan muy distintas entre sí. Y eso es muy diferente al caos (o cacofonía) de la contaminación acústica.

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El ruido en la Ciudad de México: vidas sumergidas en el caos

El ruido en la Ciudad de México: vidas sumergidas en el caos

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Tiempo de Lectura: 00 min

La CDMX es una de las ciudades más ruidosas del mundo y esto ocasiona conflictos directos en el entorno de sus habitantes. ¿Cómo somos capaces de vivir con él, día a día y noche a noche, en el espacio público, frente a nuestros hogares y lugares de trabajo?

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de

Durante dos años Esperanza Nava dedicó sus fuerzas a luchar contra el ruido excesivo que provocaba uno de sus vecinos. En ese tiempo, la joven de 28 años no pudo estudiar ni trabajar; se enfocó en ganar el juicio que interpuso contra Arturo Said, después de que éste la agrediera en su propia casa. Seguramente recuerdas el caso porque fue una bomba en redes sociales, pero quizá no tengas tan claro cuál fue el origen del escándalo.

Lo que le pasó a Esperanza no es raro. Entre los adultos habitantes de la Ciudad de México que reconocen haber tenido enfrentamientos directos causados por conducta antisocial en su entorno, la gran mayoría, el 72%, señala a sus vecinos como partícipes del conflicto. Y entre las ‘causas’ puntuales del conflicto, se destaca el ruido —11.8% de las mujeres y 11.1% de los hombres lo mencionan—. Todo eso se lee en la Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi).

La pesadilla de Esperanza Nava comenzó en junio de 2018, cuando desde la puerta de su departamento grabó la agresión de Arturo Said en contra de una mujer. Después de interponer diversas denuncias contra él, en 2019 continuaron las amenazas, hasta que un día la agredió físicamente. “Me di cuenta que él sabía que yo me había quejado del ruido, y lo empezó a usar como forma de violencia, subía todo el volumen a la música y gritaba mi nombre”, dice la estudiante a Gatopardo. Tuvieron que pasar cuatro años para que Arturo Said fuera sentenciado.

Como se ve, este tema trata sobre los límites, así que empecemos con las definiciones básicas. ¿Cuándo un sonido se puede convertir en ruido? ¿Qué es la contaminación acústica? ¿Cómo cruza la frontera y afecta la vida de las personas? ¿Qué legislación en materia de ruido existe en la Ciudad de México?

La Ley Ambiental de Protección a la Tierra en la Ciudad de México define el ruido como “sonido indeseable en niveles que produce alteraciones, vibraciones, molestias, riesgos o daños para la salud de las personas y sus bienes, o que causen impactos negativos sobre el ambiente”.

Jesús Pérez Ruiz, investigador en el Laboratorio Acústica y Vibraciones del Instituto de Ciencias Aplicadas y Desarrollo Tecnológico de la UNAM, introduce un primer diferenciador: la escala. “Considerar un sonido como ruido, a nivel individual, tiene que ver con la interferencia con alguna actividad. Para una cuestión poblacional, se manifiesta en las perturbaciones en el ámbito en que esté incidiendo fuertemente; por ejemplo, en el espacio laboral, educativo, de descanso”, explica.

El ámbito de Alejandra afectado por el ruido es el de su vida entera. Y es que convive con el ruido de los cláxones, motores y de llantas que derrapan contra el pavimento; las sirenas de las ambulancias y patrullas, el ensordecedor sonido de los aviones y helicópteros. En su departamento ubicado en Lomas de Chapultepec este mar de ruidos solo se apacigua los fines de semana. Tanta contaminación acústica ha provocado que piense incluso en mudarse. “Tengo un problema de depresión, amnesia, anorexia, agorafobia y tenía insomnio. Estoy segura de que el ruido exterior y el estrés que se vive a pie de calle no han ayudado nada. Llevo ocho años lidiando con todo esto, y aunque sé que es multifactorial, el ruido constante y sin tregua no ayuda”, nos comparte.

Alejandra no exagera. Para la académica de la Universidad Iberoamericana, Jimena de Gortari Ludlow, cualquier sonido que de alguna manera cause un daño es considerado contaminación acústica. “Está relacionado con los decibeles, o sea, la intensidad del sonido que percibes. Pero también está relacionado con el tiempo de exposición [a ese sonido]”, puntualiza.

El tiempo de exposición, entonces, es el otro elemento clave. “Estamos expuestos de manera permanente; el oído está abierto las 24 horas del día. Siempre estamos escuchando, aunque no siempre prestamos atención a los sonidos, sin embargo, el oído está de manera permanente recibiendo información y eso hace que estés muy cansado”, explica la académica de la Ibero.

Ilustración de Fernanda Jiménez.

Contrario a lo que mucha gente cree, el ruido en exceso sí puede perjudicar la salud gravemente. La propia Organización Mundial de la Salud ha estudiado los diferentes grados de afectación, que dependen de la intensidad del ruido, la exposición y la proximidad con la fuente.

Los efectos perjudiciales del ruido, en general, se clasifican en primarios y secundarios. Los primeros ocurren inmediatamente después de la exposición al ruido, y pueden ir desde dolores de cabeza hasta ensordecimiento por ochos horas. Los secundarios engloban las afectaciones a largo plazo, como la hipertensión, depresión, diversos grados de sordera, cardiopatía, entre otros.

“Hay [otra] cosa que la gente no tiene asociada: el cansancio permanente que sentimos muchas de las personas que habitamos la ciudad. Esto va más allá de la condición de si duermes bien o no”, subraya de Gortari Ludlow.

Entradas y salidas del caos

El ruido está relacionado, por supuesto, con la actividad humana y nuestras formas de organización. No es casual que Pérez Ruiz, el investigador de la UNAM, señale que hoy los ruidos más contaminantes en Ciudad de México son el transporte, motocicletas, aviones.

“Lo que se sabe actualmente es que en los grandes espacios urbanos aumenta la concentración de personas y las necesidades de transporte, eso genera un ruido por las necesidades de movilidad y eso toda la población lo está soportando. Si no hay descanso eso te puede provocar a la larga un problema auditivo o no auditivo de salud”, describe Pérez Ruiz.

Hace seis meses, Andrea se mudó de Cuautitlán Izcalli, Estado de México, a la alcaldía Azcapotzalco en CDMX. Aunque su mudanza le ha permitido trasladarse con más facilidad a su trabajo, también ha significado perder la tranquilidad del silencio. “He notado que desde que llegué a la ciudad me cuesta mucho concentrarme y me distraigo con más facilidad porque todo el tiempo escucho a mis vecinos, los niños gritando en el patio, las personas gritando en la calle, Me estreso muchísimo”, comparte.

Algo similar le pasó a Zuri. Vivió seis años en la colonia San Rafael, y hace dos se mudó cerca de Tepito. “Aunque sí pasaban carros, las calles eran un poco menos transitadas, pero todo cambió cuando me mude a la entrada de Tepito. Al lado de mi edificio hay un tiradero y todos los días llegan camiones de basura a las cinco de la mañana, hacen mucho ruido, ponen música muy fuerte”, dice.

La joven de 26 años comenta que en su día a día los ruidos que más le molestan son los producidos por el metrobús y las motocicletas. “Es un sobreestímulo constante […]. Aunque suelo estar mucho en el Centro, es un ruido diferente; escucho a gente hablando, los organilleros… Pienso que son espacios con esa dinámica; sin embargo, en mi casa, cuando estoy cansada, no tengo esa misma disposición para escucharlos”.

La mudanza, en ocasiones, es la única salida del caos. Tamara Cervantes se ha mudado en dos ocasiones a consecuencia del ruido. En un punto resultó tan estresante que su pulso cambiaba, sudaba frío y le provocaba ataques de ansiedad.

“[En su anterior colonia] escuchaba a diario al de los fierros viejos; era el ruido más persistente y molesto porque tenía un volumen muy fuerte. Incluso a veces pasaban dos o tres camionetas a la vez desde las nueve de la mañana hasta las cinco de la tarde”, recuerda.

Rocío vive en la colonia Juárez. Además de la contaminación auditiva ‘usual’, el puesto de jugos que utiliza la licuadora durante toda la mañana, tiene que soportar los efectos del boom inmobiliario que experimenta la zona.

“Convivo prácticamente todo el día con el ruido de una construcción que está justo en la esquina de mi calle. Es un ruido ensordecedor de montacargas, máquinas, camiones descargando material las 24 horas del día”, denuncia Rocío.

Por supuesto que Rocío ha pensado en mudarse. Su principal limitante: la falta de recursos económicos.

Con esa pared también se topó Esperanza Nava, cansada del ruido que no la dejaba estudiar ni concentrarse, y, peor, temerosa de las agresiones de su vecino, le propuso a su mamá mudarse, pero la falta de dinero se los impidió. “Mudarse es muy caro, por eso tuve que buscar maneras creativas de reducir el ruido en mi edificio. Instalé una alarma que suena cada vez que alguien sobrepasa los decibeles permitidos”, dice.

Tamara Cervantes menciona la estrategia usual: “Si me quiero concentrar en algo necesito forzosamente usar audífonos, que me aíslen de tantos sonidos […]. Cada vez debe ser más fuerte el volumen de la música para que sea efectiva contra el ruido”.

Los expertos advierten, sin embargo, que utilizar audífonos como aislante de ruido resulta contraproducente, ya que se suelen utilizar en niveles de muy alto volumen (y recordemos que los efectos del sonido depende de la proximidad y la frecuencia). “Hemos encontrado que jóvenes de 20 a 24 años tienen una audición de una persona de 50 o 55 años”, recuerda Jesús Pérez Ruiz.

¿Qué tanto es tantísimo? Según una escala para medir el ruido, elaborada por la UNAM, el tráfico de una ciudad alcanza 85 decibeles; una motocicleta con un escape ruidoso alcanza 95; un taladro llega a 100; el reproductor de música a volumen alto, 105; las sirenas (de una ambulancia, por ejemplo), 120, y el despegue de avión, 140 decibeles.

La fiesta eterna y demás impulsos

La Procuraduría Ambiental y del Ordenamiento Territorial de Ciudad de México (PAOT) señala que las fuentes del ruido se dividen en fijas o móviles. Las primeras son los establecimientos mercantiles, fábricas, construcciones, entre otros; las segundas se refieren a camiones de basura, motocicletas, camiones de carga, transporte.

Sin embargo, Pérez Ruiz, de la UNAM, identifica una tercera clasificación: los ruidos impulsivos, es decir, los que no necesitan ser frecuentes o de un nivel elevado para ser peligrosos, como los producidos por la pirotecnia.

La Ciudad de México es tan grande y diversa que cada rincón tiene ‘impulsos’ diferentes. Por un lado, las fiestas patronales de los antiguos barrios, con sus cohetones; por otro, los antros nocturnos y los vítores de sus asistentes.

Daniel vive en Zona Rosa, un lugar emblemático de la ciudad, por la vida nocturna que ofrece. Durante el día, dada la cercanía con Paseo de la Reforma, puede escuchar el sonido de manifestaciones, desfiles, eventos deportivos y de los domingos, los semáforos anunciando a las personas que pueden cruzar la calle. Pero el verdadero problema viene en la noche, de los antros de la calle Amberes.

El insomne Daniel tiene estudiado el problema: “De acuerdo con estándares internacionales, incluso los 60 decibeles permitidos en horario nocturno están fuera de lo recomendado para evitar afectaciones a la salud”.

Daniel ha denunciado en reiteradas ocasiones este problema a las autoridades, sin solución. Únicamente cuando se realizan inspecciones sorpresa en los clubes nocturnos se baja el volumen de la música, afirma.

Pedro, de 30 años, sufre el mismo problema. Vive a dos cuadras del Zócalo de la capital y se despierta con el grito “¡Arriba el América!”, seguido del himno del club de fútbol. Ya entrada la mañana escucha el ruido de las cortinas de hierro de los negocios, los chiflidos y gritos de los comerciantes mientras venden sus productos.

“Existe en el callejón Tabaqueros el antro Sunday Sunday que, inicialmente, pone música de DJ de las cuatro de la tarde del domingo a la 1 de la mañana. Dormirse todos los lunes hasta la una o dos de la mañana para ir a trabajar al otro día temprano es algo muy pesado”, expresa.

En efecto, Ciudad de México es una de las peores ciudades del mundo para dormir. El estudio realizado por CIA Landlords Insurance, una firma internacional de seguros para propietarios de inmuebles, la coloca en el séptimo lugar (Bogotá es la peor, por cierto). Para el ranking se toman en cuenta factores como la contaminación del aire, la tranquilidad de la noche, las horas trabajadas y, claro, el nivel de ruido.

El marco legal del ruido

En lo que va de 2024 se han registrado, sorprendentemente, solo 27 denuncias ciudadanas que tienen que ver con el ruido, si atendemos a lo que publica la PAOT.  El micrositio arrojó que durante 2023 se recibieron 53 denuncias, una cifra muy lejana a lo reportado por El Universal: según el diario esta institución admitió 1,374 denuncias por ruido excesivo. En todo caso, en la mayoría de ellas se reporta que la contaminación acústica proviene de establecimientos mercantiles como barberías, tortillerías y bares.

En la Ciudad de México existen diversas leyes en materia de ruido. La ya mencionada Ley Ambiental de Protección a la Tierra en la Ciudad de México establece que los ciudadanos tienen que cumplir con una serie de requisitos y límites máximos permisibles (LMP) de sonidos. Esta misma ley menciona que los dueños de establecimientos mercantiles deben instalar mecanismos de control si su establecimiento genera ruido al exterior.

También cuenta con la Ley de Establecimientos Mercantiles para la Ciudad de México y Ley de Cultura Cívica de la Ciudad de México, que establece que los dueños de estos espacios comerciales tienen la obligación de no generar ruidos que afecten a otras personas.

Por otro lado, la Ley de Cultura Cívica impone infracciones a quien produzca o cause ruidos que atenten contra la tranquilidad de las personas o que sean consideradas un riesgo para la salud. Los expertos coinciden en que esta normativa es insuficiente.

“Sí tenemos leyes, el problema es que no se instrumentalizan. No hay nadie en realidad que tenga o que sepa asociar decibeles y saber qué se tiene que hacer y cómo se puede medir. Una de las exigencias en política pública tendría que ser justamente tener una ley que asocie ruido con contaminación acústica y el tema de salud”, explica Jimena de Gortari Ludlow.

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Ilustración de Fernanda Jiménez.

Una identidad sonora se desvanece

Para la investigadora de la Ibero, hoy la Ciudad de México suena a caos. O, más bien, “a una banda sonora que se va intensificando”. Su sinfonía del día, describe, tiene altos y bajos tremendos. Empieza como en una línea muy tenue (“me despierto con los pájaros”), y de pronto tiene picos. Los cláxones, el camión de la basura…“Suena a falta de coordinación, a una ciudad desequilibrada”.

Cuando Jimena de Gortari Ludlow era más joven, la Ciudad de México, particularmente Coyoacán, donde creció, no era especialmente silenciosa. Sonaba al heladero, el tamalero, el señor del gas y de la basura, el ropavejero, al afilador, el velador de noche “que tenían sonidos tenebrosos; no querías salir de tu casa porque era como un silbido muy particular, y él se situaba justamente en una zona donde sabía que todo mundo lo iba a escuchar”.

Su pasión por los sonidos llevó a la investigadora a crear un Diario Sonoro de la Ciudad de México, para recordar cuáles son sus ritmos característicos. Durante varios años ha llevado una bitácora y registro de los sonidos que escucha. Este experimento le ayuda a entender que una misma fuente sonora se escucha distinta dependiendo del entorno en el que te encuentres.

“Yo siempre digo que hay que asociar la fuente sonora con la forma urbana. O sea, el entorno ambiental o natural no se va a escuchar nunca igual, más allá de que el pájaro sea el mismo, no hay forma”, detalla.

La creadora del Diario Sonoro recuerda que hay sonidos de la Ciudad de México que no necesariamente son del gusto de todo el mundo, pero son identitarios del lugar. Hace unos meses Breanna Claye, estadounidense, se quejó en redes sociales del sonido que producen los organilleros en la ciudad, y se formó una gran polémica.

Sobre esa línea aparentemente delgada entre el ruido y la identidad de una ciudad, Jimena de Gortari Ludlow tiene algo que decir. A lo largo de la historia la ciudad siempre ha producido sonidos… se han ido desvaneciendo entre los ruidos asociados a la prisa y la productividad. Ahora solo oímos el sonido de los coches. Con la desaparición de ciertos ruidos, la crónica de la ciudad va a ser distinta”.

Esta desaparición de los sonidos (o su ‘enmascaramiento’ tras los producidos por el tráfico o los aviones) implica un costo elevado para los habitantes de la Ciudad de México, pues atenta contra la memoria. Y es que los ruidos—los no insanos, los moderados—  van creando la historia de la ciudad. Un sonido siempre puede recordarte una sensación vieja, y la percepción que tuviste utilizando todos tus sentidos.

Todos los barrios y zonas de la Ciudad de México suenan muy distintas entre sí. Y eso es muy diferente al caos (o cacofonía) de la contaminación acústica.

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