Tras veinticuatro años de lucha, Valeria Souza se va de Cuatro Ciénegas
«Ante la perspectiva de que al resto del valle le quedan más o menos cinco años más de vida, decidí hacer algo drástico: despedirme de Cuatro Ciénegas y dejarle todo lo aprendido a los niños del municipio».
El oasis de Cuatro Ciénegas, en Coahuila, ha sido un punto focal de mi trabajo científico desde 1999. También es el sitio que me transformó, de ser una investigadora y maestra promedio de la facultad de Ciencias de la UNAM, en una fiera de la conservación a partir del 2002, cuando me di cuenta de que estaba en peligro de desaparecer si no hacía algo al respecto.
Se trata de un lugar importantísimo para la ciencia, que nos ha brindado lecciones fascinantes sobre el pasado remoto del planeta y evidencia de que la vida ha logrado abrirse paso sobre cualquier obstáculo, excepto el que le ha planteado la humanidad y sus malas decisiones.
En este lugar tan especial, las graves señales de deterioro aparecieron gradualmente, primero dejó de correr el agua por las acequias del pueblo y los nogales empezaron a morir, debido a que el agua del humedal se estaba desviando por un canal construido en 1970 para impulsar el desarrollo agrícola masivo en dos valles vecinos: al norte, el de Ocampo-Calaveras y al sur, el Hundido. Con el tiempo, las señales avanzaron más rápidamente, dejando muerte a su paso.
Para luchar contra la desaparición del humedal de Cuatro Ciénegas, no solo aprendí geología e hidrología (soy bióloga), sino que además fui parte de un equipo que desarrolló las primeras pruebas de ADN ambiental que demostraron, no solo la conexión inequívoca entre los valles de la zona, sino que la enorme diversidad microbiana de este oasis conservó las condiciones del mar ancestral en una montaña llamada San Marcos y Pinos, que corta cual flecha este valle en forma de mariposa. Nuestra investigación demostró que San Marcos y sus sedimentos marinos profundos formaron tapetes microbianos llamados estromatolitos, que son nada más y nada menos, que la evidencia más antigua de vida en el planeta.
Mi voz, en defensa del humedal, apareció cada vez más en la prensa y la televisión, y logramos, en tres ocasiones, que se publicaran vedas a la extracción del agua en el Diario Oficial de la Federación, una por cada valle, pero de nada sirvieron, ya que CONAGUA no administra ni regula, solo vende el derecho a usar el agua e impide que alguien más intente regularla.
Fui testigo de la muerte de la laguna Grande en 2006, y en 2011 de la muerte de las tortugas y los peces en la laguna del Churince; pero dos años después también fui testigo de que salvar aquello era posible, cuando Luis Fueyo, excomisionado de Áreas Protegidas, cerró el canal de la Becerra, en la primavera de 2013, y esto permitió que el agua regresara a la laguna del Churince. De cualquier forma, la presión de los agricultores terminó por abrir de nuevo el canal y el sistema hidrológico retomó su camino a la muerte, terminando su agonía en 2016.
El aprendizaje adquirido nos marcó el camino para que, ante la inacción de las autoridades, en octubre 2020, junto con Mauricio de la Maza, de Pronatura Noreste, y dinero de donaciones, lográramos cerrar el canal Saca Salada y que el rio Mezquites, que había muerto 100 años atrás, renaciera. Las tortugas regresaron felices a poner sus huevos. Sin embargo, como ya lo denuncié en su momento en Gatopardo, ese río volvió a morir el 5 de mayo 2021, cuando huestes de campesinos del municipio de Frontera (80 km al este del valle), llegaron en camiones nuevecitos y con machete en mano a romper el dique que habíamos construido. La noticia fue un duro golpe que se concretó cuando en nuestro viaje de campo en 2022, constatamos que el humedal estaba más seco que nunca, al igual que el manantial de la Becerra, a pesar de que el responsable, Arturo González, del Museo del Desierto, tenía desde hace tiempo una compuerta lista para colocarse y frenar el desvío del agua, pero le fue imposible porque cuando lo intentaba, 30 productores de alfalfa se le amotinaban y deshacían cualquier obra de conservación.
Ante la perspectiva de que al resto del valle le quedan más o menos cinco años más de vida, decidí hacer algo drástico: despedirme de Cuatro Ciénegas, tomar la última muestra de la poza que estamos estudiando y darle todo lo aprendido a los niños del municipio. La razón viene en parte de la cobardía, no quiero ser testigo de la muerte de más tortugas y peces, mi corazón no aguanta tanto dolor. También, en parte, es económica, pues la UNAM ya no tiene dinero para la investigación y de CONACyT, ni hablamos. Pero la parte más importante es entender que hay que dejar la responsabilidad de cuidar el ecosistema a los futuros dueños de la tierra, los niños y jóvenes del municipio.
Con todo esto en mente, mi equipo de trabajo y yo nos despedimos de este sitio extraordinario entre el 13 y el 16 de marzo de este año. El propósito de esta despedida fue precisamente entregar las herramientas de la ciencia y la responsabilidad de la conservación a las futuras generaciones de cieneguénses. Para concretar la transición, primero decidimos hacer un encuentro en el auditorio del Bachillerato CBTA 22. El lunes 13 de marzo, a las 9:30, di una conferencia que se llamó, “Cuatro Ciénegas: 24 años de ciencia y activismo ¿Qué hemos aprendido?”. Después de las preguntas del público, en su mayoría estudiantes, continuó Luis Eguiarte, mi compañero de vida y de ciencia, lidereando la mesa redonda: “El agua es el elefante en el cuarto. ¿Hacia dónde vamos en Cuatro Ciénegas?”. Participó el presidente de la Federación Mexicana de Asociaciones Turísticas en Coahuila, Luis Gilberto González Arocha, quien representa a los hoteleros del valle y del estado, mismos que dan empleo al 80% de la población. También estuvieron presentes, el presidente municipal Alberto Villareal, del PRI, que además es ingeniero agrónomo experto en agua; Juan Carlos Ibarra, ahora exdirector del Área Protegida de Flora y Fauna de Cuatro Ciénegas, por parte de la autoridad federal; y la Dra. Gabriela Olmedo, del CINVESTAV Irapuato, representando a la academia y a todo nuestro equipo. Además, fue muy importante que estuvieran ahí los propietarios de grandes extensiones de tierra dedicadas a la conservación, entre ellos las ONGs que forman parte de la Unidad Monitoreo Ambiental (UMA) de la hoy desaparecida laguna de Churince, que pertenece a Fundación Slim y que dirige Laura Gómez. Ahí estuvo también Rosario Álvarez, directora de Pronatura Noreste, dueña del extraordinariamente bien conservado rancho de Pozas Azules; y Arturo González, que como mencioné, tiene a cargo la poza de la Becerra, el manantial principal de este oasis. Sin embargo, la presencia más importante para mí en esta discusión fue la de los chicos del CBTA22 y más especialmente la del Dr. Héctor Arocha, quien ahora es el director del proyecto de bioprospección local, junto con los chicos que utilizarán la ecología molecular y la microbiología para intentar salvar este tesoro. Es a él a quien le entregamos el futuro de este sitio. Héctor fue uno de los primeros chavos del CBTA22, a quien le expliqué, hace 20 años, qué son los estromatolitos y por qué hay que salvarlos. Ahora es el científico a cargo del plan Cuatro Ciénegas 2040, que por cierto ya inauguró un museo increíble sobre el origen de la diversidad en el mundo, se llama Génesis y es ahí donde está el laboratorio de microbiología molecular de Héctor. Su familia es, además, dueña de una parte importante del valle, incluyendo un sitio mega diverso en microbios, llamado Pozas Rojas.
El plan 2040, esperemos, será ejemplo a seguir en la implementación del tratado de Nagoya en México, ya que Héctor y los chicos del CBTA están buscando nuevos antibióticos, probióticos y antitumorales para proteger las plantas, con apoyo de la Dra. Susana de la Torre, de la Universidad Autónoma de Nuevo León. Rumbo al 2040 la nueva organización tiene el compromiso de transformar el futuro de cada niño que nace en este municipio para que tengan salud y educación, así como mejores oportunidades de vida en su futuro. Al educar a Héctor cuando tenía 15 años, sin saberlo, contagié a toda su familia, que se volcó entera a transformar a la sociedad donde ellos nacieron.
La mesa redonda de la que les hable llegó a un acuerdo unánime, por primera vez en los 24 años que llevamos trabajando con este oasis amenazado. Quedó claro que que el cultivo de alfalfa es una amenaza que consume demasiada agua, que hay que sustituirla por otros cultivos, además de regarla de otra manera; pero sobre todo, y lo más importante, es que hay que parar de drenar del agua del humedal a través de los canales, siendo el Saca Salada (del cual ya he hablado en esta columna), el que urge cancelar primero. Es fundamental aceptar que hay que darle tiempo al humedal para recargarse de agua si se pretende salvarlo. Al día siguiente ocurrió el evento más importante, que se llamó, “Pregúntale a un científico”, para el que preparamos material didáctico con la información más importante sobre el Valle: ¿qué hemos descubierto en tantos años de estudio? Y ¿por qué se está acabando el agua?
Los chicos del CBTA le explicaron todo esto, junto con nosotros, los científicos, a decenas de niños de primaria, que llegaron puntuales a las 8:30 de la mañana junto con sus maestras. Fue realmente lindo ver que los niños sí están entusiasmados por aprender y conservar. Después nos fuimos a Pozas Azules con Rosario Álvarez y vimos que nuestra poza, misma que llamamos Domos del Arqueano, porque es la que nos conecta con la diversidad más profunda de la montaña, estaba casi totalmente seca, el agua había bajado 25 cm en muy poco tiempo. Después, fuimos con todos los invitados a la zona de El Churince y discutimos con Laura Gómez posibilidades de rescatar sus lagunas. Llegamos a la conclusión de que es urgente cerrar pozos en el Hundido, pero también que la parte más inmediata de esta necesidad está en la poza de la Becerra. Ahí le mostramos a Juan Carlos Ibarra, el entonces director del Área Protegida de Flora y Fauna de Cuatro Ciénegas, las estrategias a seguir para que el agua regrese al humedal, y que a los ejidatarios les toque usar el agua solo después de la recarga que demanda la naturaleza del lugar. Insistimos en que solamente cerrando los canales es posible rescatar al oasis. Por otro lado, claro, no estaría mal que alguien cerrara los rondines de alfalfa ilegales que pululan en el valle del Hundido y en Ocampo. Finalmente, hicimos mucho énfasis en que ya existe el permiso para tratar el agua de desagüe del pueblo y la posibilidad de reusar esa agua para la agricultura, algo que nos confirmó el presidente municipal, y se están buscando recursos para que esto sea posible.
Tres meses después de ese importante evento, tengo esperanzas de que en ese oasis moribundo de Cuatro Ciénegas, finalmente la CONAGUA esté dialogando con la Dirección de Áreas Protegidas y los dueños de la tierra. Esperemos que como producto de esta reunión se revise quién es dueño de qué concesión y que se aplique la veda, como indica la ley. Se vale soñar, lo que está en juego es demasiado importante para no empujarlo con todas nuestras fuerzas. Sabemos que el Instituto Mexicano de Tecnología del Agua (IMTA) ya visitó el sitio a instancias de CONAGUA y que están haciendo un plan. Esperemos que no sea otro espejismo.
A mí, por lo pronto, ya no me duele la espalda, pues me di cuenta de que la piedra que estuve cargando por más de 20 años, la responsabilidad de salvar el paraíso, no es mía, sino de todos y principalmente de los niños que han crecido ahí y que podrían convertirse en los mejores guardianes de su tesoro.
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