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Traducir a Donald Trump es un dilema ético e intelectual sobre el que ya se han escrito manuales. Los intérpretes del mundo lo traducen bajo el riesgo de quedar como unos estúpidos, ofender a sus oyentes o ayudarle a expandir su discurso violento y racista.
Entre la infinidad de cuestiones que ha detonado en el mundo la llegada de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos, el reto de traducir las barbaridades que dice podría parecer marginal. De por sí la traducción es un oficio por lo general poco reconocido. Pero sin los traductores no tendríamos literatura universal, ni congresos internacionales; viviríamos en una burbuja monolingüe, limitados (¿condenados?) a comprender solamente los idiomas que podemos hablar o leer. No es suficiente ser bilingüe para ser traductor, como lo puede comprobar cualquier persona que hable dos idiomas e intente traducir un texto, hasta el más sencillo. Nadie lee o escucha con la empatía, comprensión y precisión de un traductor experimentado, y su trabajo facilita el entendimiento entre los seres humanos. Disculpen por este encomio al traductor, pero es que es verdad. Estoy estudiando una maestría en traducción y, paradójicamente, la traducción me resulta cada vez más compleja.
Recientemente tuve que enfrentarme a Trump como parte de una tarea de traducción audiovisual. El maestro nos pasó tres clips de distintos registros y medios: un discurso formal en el World Economic Forum en Davos, Suiza; una declaración ante la prensa sobre Covid-19, y por último, unas palabras informales que intercambió con unos científicos en un laboratorio médico. Al igual que yo, todas mis compañeras de maestría imaginaron que la Trumpslation sería fácil, dado su limitado vocabulario y su gramática de 5º de primaria. Sin embargo, la misión nos volvió locas.
Es cierto que su uso del lenguaje no es complejo, pero tampoco tiene mucho sentido. Además, buena parte de lo que dice es simplemente inverosímil. Esta es una traducción interlinear de la respuesta de Trump a un reportero que le preguntó qué lecciones hemos aprendido durante la pandemia:
Now, the one thing that the pandemic has taught us is that I was right.
Ahora, la única cosa que la pandemia nos ha enseñado es que yo tenía razón.
You know, I had people say, “no, no, it´s good. You keep – you do this and that”.
Sabes, yo tenía gente que me decía, “no, no, está bien. Tú sigue – tú haz esto y lo otro”.
Now, those people are really agreeing with me.
Ahora, esa gente está de veras de acuerdo conmigo.
And that includes medicine and other things, you know.
Y eso incluye a la medicina y otras cosas, sabes.
Esta falta de coherencia es problemática sobre todo para los intérpretes simultáneos. Cuando se está traduciendo en tiempo real un traductor, puede, y debe, adelantarse al discurso de quien habla. No es que sean adivinos y sepan lo que los oradores van a decir antes que ellos, pero en la mayoría de los casos es posible adelantarse a las palabras, porque los discursos siguen una lógica que permite esta estrategia. Sin embargo, con Trump no pueden hacerlo, porque nunca se sabe qué ruta va a tomar. Traducirlo es como caminar en una cuerda floja. En cualquier momento puede soltar una palabra o un nombre propio que despista a los intérpretes y los deja volando. Inténtelo usted mismo: “ there is no collusion between certainly myself and my campaign, but I can always speak for myself — and the Russians, zero.”
"I do tremendously swear...". Ilustración de Nate Beeler para The Colombus Dispach.
Aún antes de que llegara a la presidencia, los traductores del mundo ya empezaban a sufrir dificultades. Una alarma temprana sonó cuando, durante su primera campaña presidencial, se enfrentaron a la famosa frase grabada en una conversación privada entre amigos: “you can grab them by the pussy” (“les puedes agarrar de la panocha”). Los genitales femeninos en muchas culturas son un tabú, y los traductores tuvieron que tomar decisiones: ¿traduces lo que dijo tal cual, o intentas suavizarlo un poco para no ofender a las audiencias de tu país? En chino, por ejemplo, como apunta el lingüista David Moser, no hay una palabra equivalente a “pussy” que describa esa parte del cuerpo y que al mismo tiempo sea lasciva. En la mayoría de las traducciones al chino quedó como “les puedes agarrar de las partes inferiores”, que no tiene la misma connotación grosera que “pussy”. Por lo general, Trump no suena tan ofensivo en otros idiomas.
Si los angloparlantes se quedan perplejos con las cosas que dice su presidente, imagínense lo complicado que es tratar de, al menos, parafrasearlo en otro idioma. ¿Cómo traduces “shithole countries”, o “nut-case job”, o sin ir más lejos, “Make America Great Again”? ¿”Hagamos que regrese la grandeza de Estados Unidos”? ¿”Que vivan los Estados Unidos”? En un artículo de 2016 de El País en el que varios traductores de habla hispana debaten diferentes maneras de traducir este eslogan, el mexicano Juan Luis de la Mora apunta la posibilidad de que es sencillamente intraducible. No admite una equivalencia extranjera. O tal vez requiera de un trabajo más complejo de “transcreación”, que es como hoy en día se denomina la traducción de publicidad. Pero eso no es posible en tiempo real y tal vez eso sea parte del problema: Trump parece considerar “América” como una marca y usa el lenguaje publicitario basado en las emociones para promocionarla. Utiliza frases cortas, hipérboles, repeticiones, y abusa de adjetivos que nos traen a todos fritos, pero que al parecer funcionan: “realmente increíble”, “poderoso”, “extraordinario”, “el más grande”, etc. Una de las principales dificultades de la traducción de publicidad es que a menudo se basa en una intertextualidad que hace referencia a elementos culturales en ocasiones esotéricos para los extranjeros. Los productos nacionales suelen utilizar mucho la intertextualidad, subrayando mensajes como: “esto es orgullosamente nuestro”. Un ejemplo es el anuncio de Bachoco en el que aparece un huevo debajo de unas escaleras, con el eslogan “huevo salado”. Un español nunca entendería la broma, porque alguien “salado” en España tiene gracia y salero, y no mala suerte. Esta es una de las razones por las cuales es tan difícil traducir “Make America Great Again”, como casi todo lo que sale de la boca de Trump. Su manera de expresarse llega a los corazones de muchos estadounidenses, pero el resto del mundo no logra comprender, ni su léxico, ni dónde está el poder de su discurso.
"La traducción, dicen algunos teóricos, es imposible, pero sin embargo traducimos. Algo (¿sentido? ¿significado? ¿estilo?) del texto original se logra decir de otra manera en el texto traducido".
"My team of advisers...". Ilustración del New Yorker.
La traducción, dicen algunos teóricos, es imposible, pero sin embargo traducimos. Algo (¿sentido? ¿significado? ¿estilo?) del texto original se logra decir de otra manera en el texto traducido. Es imposible pero lo intentamos. El filósofo Paul Ricoeur ofrece una descripción de la traducción que me parece oportuna: “En efecto, la traducción no sólo es una labor intelectual, teórica o práctica, sino también un problema ético. Al acercar el autor al lector, o al acercar el lector al autor, siempre se corre el riesgo de traicionar o servir a dos amos: la traducción es practicar lo que yo llamo hospitalidad lingüística.” Para que sea posible la traducción, la primera premisa es tratar de entender lo extranjero y admitir que nunca se puede entender del todo; y después, es necesario invitar a lo extranjero en lo propio (en la propia lengua). Las traducciones contaminan el idioma. Hay que renunciar a la traducción perfecta, dice Ricoeur un poco más adelante, pero nunca a la traducción. Sin embargo, practicar esta hospitalidad lingüística con los “textos” que profiere Trump presenta un dilema ético gigantesco.
Para nosotras fue un ejercicio inconsecuente y desagradable, aunque interesante. Analizar el discurso autoritario de Trump requiere profundizar en el efecto que produce, en qué estrategias utiliza y por qué funcionan. Sus palabras (¿o campañas publicitarias?) tienen acceso a las plataformas más privilegiadas de diseminación, se introducen en nuestra mente, nos manipulan. A través de su lenguaje, Trump esparce su ideología racista y su capitalismo extremo, pero lo hace a partir de las emociones que provoca, sin realmente exponer sus verdaderas ideas. En el discurso que dio en Davos, con Greta Thunberg entre los miembros de la audiencia, nombró a los activistas del clima y a los científicos como “los eternos profetas del apocalipsis” y “herederos de los falsos adivinos del pasado”. A la fracturación hidráulica o fracking, un proceso muy criticado por expertos ambientalistas, la llama “la revolución energética estadounidense”. Cuando con una mano en la cintura dice que él sabe mucho de ciencia, cuando insulta a los periodistas y a los legisladores que lo cuestionan o critican, cuando declara que los Estados Unidos es el mejor país del mundo, los corazones de sus seguidores se derriten. Los que le apoyan no son estrictamente sus partidarios, sino sus fans incondicionales. Lo aman precisamente por lo que dice, por cómo lo dice, aunque sea una sarta de mentiras o una incoherente ensalada de palabras (dicen algunos psiquiatras que es probable que sufra de una demencia incipiente, entre otras patologías psiquiátricas).
"White House press conference..." Ilustración de Jeffrey Koterba para el Omaha World-Herald.
Los traductores e interpretes del mundo siguen traduciendo a Trump bajo el riesgo de quedar como unos estúpidos, de ofender a sus oyentes o lectores, o de parecer malos traductores. Pronunciar las mentiras de otro con su propia voz es parte de su trabajo. Algunos, como la traductora del presidente italiano Mattarella, en una reunión en la Casa Blanca, simplemente no logran reprimir la cara de asombro. Quienes trabajan en contextos como ese se apoyan mutuamente describiendo a detalle su manera de hablar, y comparten estrategias para traducirlo. Después de cuatro años de sobresaltos y malos tragos, ya hay manuales y textos académicos sobre “Trumpslation”. El consenso general es que si Trump dice barbaridades, tú traduces barbaridades, pero algunos siguen optando por modificar el discurso en la medida de lo posible para hacerlo más comprensible y menos insultante a sus audiencias.
La japonesa Kumiko Torikay, doctora en estudios de interpretación de la universidad Rikkyo, renunció a su trabajo en 1983 para dedicarse a la academia. No pudo soportar el dilema ético que representaba para ella traducir a oradores con los que no estaba de acuerdo políticamente o éticamente: “Como intérprete, tu trabajo es traducir las palabras del orador exactamente como las dice, no importa lo atroces que te parezcan sus mentiras. Dejas a un lado tus emociones y te transformas en el orador mismo. Es muy duro no poder mostrar tu propio juicio sobre lo que te parece que está mal o bien. Por eso renuncié.” Esta disyuntiva es cotidiana para los intérpretes, y es una situación análoga a la enfrentan los fotógrafos de guerra y de crisis humanitarias, un trabajo “sucio” que alguien tiene que hacer para que todos podamos saber cómo está la cosa, y así fomentar y abrir paso a la resistencia contra el poder absoluto y a la solidaridad. Hay que tener una gran vocación para soportarlo.
El dilema está entre honrar tu código de intérprete y traducir lo que dice Trump al pie de la letra, modificarlo para hacerlo menos ofensivo, o de plano renunciar a tu trabajo. ¿Tú qué harías?
Traducir a Donald Trump es un dilema ético e intelectual sobre el que ya se han escrito manuales. Los intérpretes del mundo lo traducen bajo el riesgo de quedar como unos estúpidos, ofender a sus oyentes o ayudarle a expandir su discurso violento y racista.
Entre la infinidad de cuestiones que ha detonado en el mundo la llegada de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos, el reto de traducir las barbaridades que dice podría parecer marginal. De por sí la traducción es un oficio por lo general poco reconocido. Pero sin los traductores no tendríamos literatura universal, ni congresos internacionales; viviríamos en una burbuja monolingüe, limitados (¿condenados?) a comprender solamente los idiomas que podemos hablar o leer. No es suficiente ser bilingüe para ser traductor, como lo puede comprobar cualquier persona que hable dos idiomas e intente traducir un texto, hasta el más sencillo. Nadie lee o escucha con la empatía, comprensión y precisión de un traductor experimentado, y su trabajo facilita el entendimiento entre los seres humanos. Disculpen por este encomio al traductor, pero es que es verdad. Estoy estudiando una maestría en traducción y, paradójicamente, la traducción me resulta cada vez más compleja.
Recientemente tuve que enfrentarme a Trump como parte de una tarea de traducción audiovisual. El maestro nos pasó tres clips de distintos registros y medios: un discurso formal en el World Economic Forum en Davos, Suiza; una declaración ante la prensa sobre Covid-19, y por último, unas palabras informales que intercambió con unos científicos en un laboratorio médico. Al igual que yo, todas mis compañeras de maestría imaginaron que la Trumpslation sería fácil, dado su limitado vocabulario y su gramática de 5º de primaria. Sin embargo, la misión nos volvió locas.
Es cierto que su uso del lenguaje no es complejo, pero tampoco tiene mucho sentido. Además, buena parte de lo que dice es simplemente inverosímil. Esta es una traducción interlinear de la respuesta de Trump a un reportero que le preguntó qué lecciones hemos aprendido durante la pandemia:
Now, the one thing that the pandemic has taught us is that I was right.
Ahora, la única cosa que la pandemia nos ha enseñado es que yo tenía razón.
You know, I had people say, “no, no, it´s good. You keep – you do this and that”.
Sabes, yo tenía gente que me decía, “no, no, está bien. Tú sigue – tú haz esto y lo otro”.
Now, those people are really agreeing with me.
Ahora, esa gente está de veras de acuerdo conmigo.
And that includes medicine and other things, you know.
Y eso incluye a la medicina y otras cosas, sabes.
Esta falta de coherencia es problemática sobre todo para los intérpretes simultáneos. Cuando se está traduciendo en tiempo real un traductor, puede, y debe, adelantarse al discurso de quien habla. No es que sean adivinos y sepan lo que los oradores van a decir antes que ellos, pero en la mayoría de los casos es posible adelantarse a las palabras, porque los discursos siguen una lógica que permite esta estrategia. Sin embargo, con Trump no pueden hacerlo, porque nunca se sabe qué ruta va a tomar. Traducirlo es como caminar en una cuerda floja. En cualquier momento puede soltar una palabra o un nombre propio que despista a los intérpretes y los deja volando. Inténtelo usted mismo: “ there is no collusion between certainly myself and my campaign, but I can always speak for myself — and the Russians, zero.”
"I do tremendously swear...". Ilustración de Nate Beeler para The Colombus Dispach.
Aún antes de que llegara a la presidencia, los traductores del mundo ya empezaban a sufrir dificultades. Una alarma temprana sonó cuando, durante su primera campaña presidencial, se enfrentaron a la famosa frase grabada en una conversación privada entre amigos: “you can grab them by the pussy” (“les puedes agarrar de la panocha”). Los genitales femeninos en muchas culturas son un tabú, y los traductores tuvieron que tomar decisiones: ¿traduces lo que dijo tal cual, o intentas suavizarlo un poco para no ofender a las audiencias de tu país? En chino, por ejemplo, como apunta el lingüista David Moser, no hay una palabra equivalente a “pussy” que describa esa parte del cuerpo y que al mismo tiempo sea lasciva. En la mayoría de las traducciones al chino quedó como “les puedes agarrar de las partes inferiores”, que no tiene la misma connotación grosera que “pussy”. Por lo general, Trump no suena tan ofensivo en otros idiomas.
Si los angloparlantes se quedan perplejos con las cosas que dice su presidente, imagínense lo complicado que es tratar de, al menos, parafrasearlo en otro idioma. ¿Cómo traduces “shithole countries”, o “nut-case job”, o sin ir más lejos, “Make America Great Again”? ¿”Hagamos que regrese la grandeza de Estados Unidos”? ¿”Que vivan los Estados Unidos”? En un artículo de 2016 de El País en el que varios traductores de habla hispana debaten diferentes maneras de traducir este eslogan, el mexicano Juan Luis de la Mora apunta la posibilidad de que es sencillamente intraducible. No admite una equivalencia extranjera. O tal vez requiera de un trabajo más complejo de “transcreación”, que es como hoy en día se denomina la traducción de publicidad. Pero eso no es posible en tiempo real y tal vez eso sea parte del problema: Trump parece considerar “América” como una marca y usa el lenguaje publicitario basado en las emociones para promocionarla. Utiliza frases cortas, hipérboles, repeticiones, y abusa de adjetivos que nos traen a todos fritos, pero que al parecer funcionan: “realmente increíble”, “poderoso”, “extraordinario”, “el más grande”, etc. Una de las principales dificultades de la traducción de publicidad es que a menudo se basa en una intertextualidad que hace referencia a elementos culturales en ocasiones esotéricos para los extranjeros. Los productos nacionales suelen utilizar mucho la intertextualidad, subrayando mensajes como: “esto es orgullosamente nuestro”. Un ejemplo es el anuncio de Bachoco en el que aparece un huevo debajo de unas escaleras, con el eslogan “huevo salado”. Un español nunca entendería la broma, porque alguien “salado” en España tiene gracia y salero, y no mala suerte. Esta es una de las razones por las cuales es tan difícil traducir “Make America Great Again”, como casi todo lo que sale de la boca de Trump. Su manera de expresarse llega a los corazones de muchos estadounidenses, pero el resto del mundo no logra comprender, ni su léxico, ni dónde está el poder de su discurso.
"La traducción, dicen algunos teóricos, es imposible, pero sin embargo traducimos. Algo (¿sentido? ¿significado? ¿estilo?) del texto original se logra decir de otra manera en el texto traducido".
"My team of advisers...". Ilustración del New Yorker.
La traducción, dicen algunos teóricos, es imposible, pero sin embargo traducimos. Algo (¿sentido? ¿significado? ¿estilo?) del texto original se logra decir de otra manera en el texto traducido. Es imposible pero lo intentamos. El filósofo Paul Ricoeur ofrece una descripción de la traducción que me parece oportuna: “En efecto, la traducción no sólo es una labor intelectual, teórica o práctica, sino también un problema ético. Al acercar el autor al lector, o al acercar el lector al autor, siempre se corre el riesgo de traicionar o servir a dos amos: la traducción es practicar lo que yo llamo hospitalidad lingüística.” Para que sea posible la traducción, la primera premisa es tratar de entender lo extranjero y admitir que nunca se puede entender del todo; y después, es necesario invitar a lo extranjero en lo propio (en la propia lengua). Las traducciones contaminan el idioma. Hay que renunciar a la traducción perfecta, dice Ricoeur un poco más adelante, pero nunca a la traducción. Sin embargo, practicar esta hospitalidad lingüística con los “textos” que profiere Trump presenta un dilema ético gigantesco.
Para nosotras fue un ejercicio inconsecuente y desagradable, aunque interesante. Analizar el discurso autoritario de Trump requiere profundizar en el efecto que produce, en qué estrategias utiliza y por qué funcionan. Sus palabras (¿o campañas publicitarias?) tienen acceso a las plataformas más privilegiadas de diseminación, se introducen en nuestra mente, nos manipulan. A través de su lenguaje, Trump esparce su ideología racista y su capitalismo extremo, pero lo hace a partir de las emociones que provoca, sin realmente exponer sus verdaderas ideas. En el discurso que dio en Davos, con Greta Thunberg entre los miembros de la audiencia, nombró a los activistas del clima y a los científicos como “los eternos profetas del apocalipsis” y “herederos de los falsos adivinos del pasado”. A la fracturación hidráulica o fracking, un proceso muy criticado por expertos ambientalistas, la llama “la revolución energética estadounidense”. Cuando con una mano en la cintura dice que él sabe mucho de ciencia, cuando insulta a los periodistas y a los legisladores que lo cuestionan o critican, cuando declara que los Estados Unidos es el mejor país del mundo, los corazones de sus seguidores se derriten. Los que le apoyan no son estrictamente sus partidarios, sino sus fans incondicionales. Lo aman precisamente por lo que dice, por cómo lo dice, aunque sea una sarta de mentiras o una incoherente ensalada de palabras (dicen algunos psiquiatras que es probable que sufra de una demencia incipiente, entre otras patologías psiquiátricas).
"White House press conference..." Ilustración de Jeffrey Koterba para el Omaha World-Herald.
Los traductores e interpretes del mundo siguen traduciendo a Trump bajo el riesgo de quedar como unos estúpidos, de ofender a sus oyentes o lectores, o de parecer malos traductores. Pronunciar las mentiras de otro con su propia voz es parte de su trabajo. Algunos, como la traductora del presidente italiano Mattarella, en una reunión en la Casa Blanca, simplemente no logran reprimir la cara de asombro. Quienes trabajan en contextos como ese se apoyan mutuamente describiendo a detalle su manera de hablar, y comparten estrategias para traducirlo. Después de cuatro años de sobresaltos y malos tragos, ya hay manuales y textos académicos sobre “Trumpslation”. El consenso general es que si Trump dice barbaridades, tú traduces barbaridades, pero algunos siguen optando por modificar el discurso en la medida de lo posible para hacerlo más comprensible y menos insultante a sus audiencias.
La japonesa Kumiko Torikay, doctora en estudios de interpretación de la universidad Rikkyo, renunció a su trabajo en 1983 para dedicarse a la academia. No pudo soportar el dilema ético que representaba para ella traducir a oradores con los que no estaba de acuerdo políticamente o éticamente: “Como intérprete, tu trabajo es traducir las palabras del orador exactamente como las dice, no importa lo atroces que te parezcan sus mentiras. Dejas a un lado tus emociones y te transformas en el orador mismo. Es muy duro no poder mostrar tu propio juicio sobre lo que te parece que está mal o bien. Por eso renuncié.” Esta disyuntiva es cotidiana para los intérpretes, y es una situación análoga a la enfrentan los fotógrafos de guerra y de crisis humanitarias, un trabajo “sucio” que alguien tiene que hacer para que todos podamos saber cómo está la cosa, y así fomentar y abrir paso a la resistencia contra el poder absoluto y a la solidaridad. Hay que tener una gran vocación para soportarlo.
El dilema está entre honrar tu código de intérprete y traducir lo que dice Trump al pie de la letra, modificarlo para hacerlo menos ofensivo, o de plano renunciar a tu trabajo. ¿Tú qué harías?
Traducir a Donald Trump es un dilema ético e intelectual sobre el que ya se han escrito manuales. Los intérpretes del mundo lo traducen bajo el riesgo de quedar como unos estúpidos, ofender a sus oyentes o ayudarle a expandir su discurso violento y racista.
Entre la infinidad de cuestiones que ha detonado en el mundo la llegada de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos, el reto de traducir las barbaridades que dice podría parecer marginal. De por sí la traducción es un oficio por lo general poco reconocido. Pero sin los traductores no tendríamos literatura universal, ni congresos internacionales; viviríamos en una burbuja monolingüe, limitados (¿condenados?) a comprender solamente los idiomas que podemos hablar o leer. No es suficiente ser bilingüe para ser traductor, como lo puede comprobar cualquier persona que hable dos idiomas e intente traducir un texto, hasta el más sencillo. Nadie lee o escucha con la empatía, comprensión y precisión de un traductor experimentado, y su trabajo facilita el entendimiento entre los seres humanos. Disculpen por este encomio al traductor, pero es que es verdad. Estoy estudiando una maestría en traducción y, paradójicamente, la traducción me resulta cada vez más compleja.
Recientemente tuve que enfrentarme a Trump como parte de una tarea de traducción audiovisual. El maestro nos pasó tres clips de distintos registros y medios: un discurso formal en el World Economic Forum en Davos, Suiza; una declaración ante la prensa sobre Covid-19, y por último, unas palabras informales que intercambió con unos científicos en un laboratorio médico. Al igual que yo, todas mis compañeras de maestría imaginaron que la Trumpslation sería fácil, dado su limitado vocabulario y su gramática de 5º de primaria. Sin embargo, la misión nos volvió locas.
Es cierto que su uso del lenguaje no es complejo, pero tampoco tiene mucho sentido. Además, buena parte de lo que dice es simplemente inverosímil. Esta es una traducción interlinear de la respuesta de Trump a un reportero que le preguntó qué lecciones hemos aprendido durante la pandemia:
Now, the one thing that the pandemic has taught us is that I was right.
Ahora, la única cosa que la pandemia nos ha enseñado es que yo tenía razón.
You know, I had people say, “no, no, it´s good. You keep – you do this and that”.
Sabes, yo tenía gente que me decía, “no, no, está bien. Tú sigue – tú haz esto y lo otro”.
Now, those people are really agreeing with me.
Ahora, esa gente está de veras de acuerdo conmigo.
And that includes medicine and other things, you know.
Y eso incluye a la medicina y otras cosas, sabes.
Esta falta de coherencia es problemática sobre todo para los intérpretes simultáneos. Cuando se está traduciendo en tiempo real un traductor, puede, y debe, adelantarse al discurso de quien habla. No es que sean adivinos y sepan lo que los oradores van a decir antes que ellos, pero en la mayoría de los casos es posible adelantarse a las palabras, porque los discursos siguen una lógica que permite esta estrategia. Sin embargo, con Trump no pueden hacerlo, porque nunca se sabe qué ruta va a tomar. Traducirlo es como caminar en una cuerda floja. En cualquier momento puede soltar una palabra o un nombre propio que despista a los intérpretes y los deja volando. Inténtelo usted mismo: “ there is no collusion between certainly myself and my campaign, but I can always speak for myself — and the Russians, zero.”
"I do tremendously swear...". Ilustración de Nate Beeler para The Colombus Dispach.
Aún antes de que llegara a la presidencia, los traductores del mundo ya empezaban a sufrir dificultades. Una alarma temprana sonó cuando, durante su primera campaña presidencial, se enfrentaron a la famosa frase grabada en una conversación privada entre amigos: “you can grab them by the pussy” (“les puedes agarrar de la panocha”). Los genitales femeninos en muchas culturas son un tabú, y los traductores tuvieron que tomar decisiones: ¿traduces lo que dijo tal cual, o intentas suavizarlo un poco para no ofender a las audiencias de tu país? En chino, por ejemplo, como apunta el lingüista David Moser, no hay una palabra equivalente a “pussy” que describa esa parte del cuerpo y que al mismo tiempo sea lasciva. En la mayoría de las traducciones al chino quedó como “les puedes agarrar de las partes inferiores”, que no tiene la misma connotación grosera que “pussy”. Por lo general, Trump no suena tan ofensivo en otros idiomas.
Si los angloparlantes se quedan perplejos con las cosas que dice su presidente, imagínense lo complicado que es tratar de, al menos, parafrasearlo en otro idioma. ¿Cómo traduces “shithole countries”, o “nut-case job”, o sin ir más lejos, “Make America Great Again”? ¿”Hagamos que regrese la grandeza de Estados Unidos”? ¿”Que vivan los Estados Unidos”? En un artículo de 2016 de El País en el que varios traductores de habla hispana debaten diferentes maneras de traducir este eslogan, el mexicano Juan Luis de la Mora apunta la posibilidad de que es sencillamente intraducible. No admite una equivalencia extranjera. O tal vez requiera de un trabajo más complejo de “transcreación”, que es como hoy en día se denomina la traducción de publicidad. Pero eso no es posible en tiempo real y tal vez eso sea parte del problema: Trump parece considerar “América” como una marca y usa el lenguaje publicitario basado en las emociones para promocionarla. Utiliza frases cortas, hipérboles, repeticiones, y abusa de adjetivos que nos traen a todos fritos, pero que al parecer funcionan: “realmente increíble”, “poderoso”, “extraordinario”, “el más grande”, etc. Una de las principales dificultades de la traducción de publicidad es que a menudo se basa en una intertextualidad que hace referencia a elementos culturales en ocasiones esotéricos para los extranjeros. Los productos nacionales suelen utilizar mucho la intertextualidad, subrayando mensajes como: “esto es orgullosamente nuestro”. Un ejemplo es el anuncio de Bachoco en el que aparece un huevo debajo de unas escaleras, con el eslogan “huevo salado”. Un español nunca entendería la broma, porque alguien “salado” en España tiene gracia y salero, y no mala suerte. Esta es una de las razones por las cuales es tan difícil traducir “Make America Great Again”, como casi todo lo que sale de la boca de Trump. Su manera de expresarse llega a los corazones de muchos estadounidenses, pero el resto del mundo no logra comprender, ni su léxico, ni dónde está el poder de su discurso.
"La traducción, dicen algunos teóricos, es imposible, pero sin embargo traducimos. Algo (¿sentido? ¿significado? ¿estilo?) del texto original se logra decir de otra manera en el texto traducido".
"My team of advisers...". Ilustración del New Yorker.
La traducción, dicen algunos teóricos, es imposible, pero sin embargo traducimos. Algo (¿sentido? ¿significado? ¿estilo?) del texto original se logra decir de otra manera en el texto traducido. Es imposible pero lo intentamos. El filósofo Paul Ricoeur ofrece una descripción de la traducción que me parece oportuna: “En efecto, la traducción no sólo es una labor intelectual, teórica o práctica, sino también un problema ético. Al acercar el autor al lector, o al acercar el lector al autor, siempre se corre el riesgo de traicionar o servir a dos amos: la traducción es practicar lo que yo llamo hospitalidad lingüística.” Para que sea posible la traducción, la primera premisa es tratar de entender lo extranjero y admitir que nunca se puede entender del todo; y después, es necesario invitar a lo extranjero en lo propio (en la propia lengua). Las traducciones contaminan el idioma. Hay que renunciar a la traducción perfecta, dice Ricoeur un poco más adelante, pero nunca a la traducción. Sin embargo, practicar esta hospitalidad lingüística con los “textos” que profiere Trump presenta un dilema ético gigantesco.
Para nosotras fue un ejercicio inconsecuente y desagradable, aunque interesante. Analizar el discurso autoritario de Trump requiere profundizar en el efecto que produce, en qué estrategias utiliza y por qué funcionan. Sus palabras (¿o campañas publicitarias?) tienen acceso a las plataformas más privilegiadas de diseminación, se introducen en nuestra mente, nos manipulan. A través de su lenguaje, Trump esparce su ideología racista y su capitalismo extremo, pero lo hace a partir de las emociones que provoca, sin realmente exponer sus verdaderas ideas. En el discurso que dio en Davos, con Greta Thunberg entre los miembros de la audiencia, nombró a los activistas del clima y a los científicos como “los eternos profetas del apocalipsis” y “herederos de los falsos adivinos del pasado”. A la fracturación hidráulica o fracking, un proceso muy criticado por expertos ambientalistas, la llama “la revolución energética estadounidense”. Cuando con una mano en la cintura dice que él sabe mucho de ciencia, cuando insulta a los periodistas y a los legisladores que lo cuestionan o critican, cuando declara que los Estados Unidos es el mejor país del mundo, los corazones de sus seguidores se derriten. Los que le apoyan no son estrictamente sus partidarios, sino sus fans incondicionales. Lo aman precisamente por lo que dice, por cómo lo dice, aunque sea una sarta de mentiras o una incoherente ensalada de palabras (dicen algunos psiquiatras que es probable que sufra de una demencia incipiente, entre otras patologías psiquiátricas).
"White House press conference..." Ilustración de Jeffrey Koterba para el Omaha World-Herald.
Los traductores e interpretes del mundo siguen traduciendo a Trump bajo el riesgo de quedar como unos estúpidos, de ofender a sus oyentes o lectores, o de parecer malos traductores. Pronunciar las mentiras de otro con su propia voz es parte de su trabajo. Algunos, como la traductora del presidente italiano Mattarella, en una reunión en la Casa Blanca, simplemente no logran reprimir la cara de asombro. Quienes trabajan en contextos como ese se apoyan mutuamente describiendo a detalle su manera de hablar, y comparten estrategias para traducirlo. Después de cuatro años de sobresaltos y malos tragos, ya hay manuales y textos académicos sobre “Trumpslation”. El consenso general es que si Trump dice barbaridades, tú traduces barbaridades, pero algunos siguen optando por modificar el discurso en la medida de lo posible para hacerlo más comprensible y menos insultante a sus audiencias.
La japonesa Kumiko Torikay, doctora en estudios de interpretación de la universidad Rikkyo, renunció a su trabajo en 1983 para dedicarse a la academia. No pudo soportar el dilema ético que representaba para ella traducir a oradores con los que no estaba de acuerdo políticamente o éticamente: “Como intérprete, tu trabajo es traducir las palabras del orador exactamente como las dice, no importa lo atroces que te parezcan sus mentiras. Dejas a un lado tus emociones y te transformas en el orador mismo. Es muy duro no poder mostrar tu propio juicio sobre lo que te parece que está mal o bien. Por eso renuncié.” Esta disyuntiva es cotidiana para los intérpretes, y es una situación análoga a la enfrentan los fotógrafos de guerra y de crisis humanitarias, un trabajo “sucio” que alguien tiene que hacer para que todos podamos saber cómo está la cosa, y así fomentar y abrir paso a la resistencia contra el poder absoluto y a la solidaridad. Hay que tener una gran vocación para soportarlo.
El dilema está entre honrar tu código de intérprete y traducir lo que dice Trump al pie de la letra, modificarlo para hacerlo menos ofensivo, o de plano renunciar a tu trabajo. ¿Tú qué harías?
Traducir a Donald Trump es un dilema ético e intelectual sobre el que ya se han escrito manuales. Los intérpretes del mundo lo traducen bajo el riesgo de quedar como unos estúpidos, ofender a sus oyentes o ayudarle a expandir su discurso violento y racista.
Entre la infinidad de cuestiones que ha detonado en el mundo la llegada de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos, el reto de traducir las barbaridades que dice podría parecer marginal. De por sí la traducción es un oficio por lo general poco reconocido. Pero sin los traductores no tendríamos literatura universal, ni congresos internacionales; viviríamos en una burbuja monolingüe, limitados (¿condenados?) a comprender solamente los idiomas que podemos hablar o leer. No es suficiente ser bilingüe para ser traductor, como lo puede comprobar cualquier persona que hable dos idiomas e intente traducir un texto, hasta el más sencillo. Nadie lee o escucha con la empatía, comprensión y precisión de un traductor experimentado, y su trabajo facilita el entendimiento entre los seres humanos. Disculpen por este encomio al traductor, pero es que es verdad. Estoy estudiando una maestría en traducción y, paradójicamente, la traducción me resulta cada vez más compleja.
Recientemente tuve que enfrentarme a Trump como parte de una tarea de traducción audiovisual. El maestro nos pasó tres clips de distintos registros y medios: un discurso formal en el World Economic Forum en Davos, Suiza; una declaración ante la prensa sobre Covid-19, y por último, unas palabras informales que intercambió con unos científicos en un laboratorio médico. Al igual que yo, todas mis compañeras de maestría imaginaron que la Trumpslation sería fácil, dado su limitado vocabulario y su gramática de 5º de primaria. Sin embargo, la misión nos volvió locas.
Es cierto que su uso del lenguaje no es complejo, pero tampoco tiene mucho sentido. Además, buena parte de lo que dice es simplemente inverosímil. Esta es una traducción interlinear de la respuesta de Trump a un reportero que le preguntó qué lecciones hemos aprendido durante la pandemia:
Now, the one thing that the pandemic has taught us is that I was right.
Ahora, la única cosa que la pandemia nos ha enseñado es que yo tenía razón.
You know, I had people say, “no, no, it´s good. You keep – you do this and that”.
Sabes, yo tenía gente que me decía, “no, no, está bien. Tú sigue – tú haz esto y lo otro”.
Now, those people are really agreeing with me.
Ahora, esa gente está de veras de acuerdo conmigo.
And that includes medicine and other things, you know.
Y eso incluye a la medicina y otras cosas, sabes.
Esta falta de coherencia es problemática sobre todo para los intérpretes simultáneos. Cuando se está traduciendo en tiempo real un traductor, puede, y debe, adelantarse al discurso de quien habla. No es que sean adivinos y sepan lo que los oradores van a decir antes que ellos, pero en la mayoría de los casos es posible adelantarse a las palabras, porque los discursos siguen una lógica que permite esta estrategia. Sin embargo, con Trump no pueden hacerlo, porque nunca se sabe qué ruta va a tomar. Traducirlo es como caminar en una cuerda floja. En cualquier momento puede soltar una palabra o un nombre propio que despista a los intérpretes y los deja volando. Inténtelo usted mismo: “ there is no collusion between certainly myself and my campaign, but I can always speak for myself — and the Russians, zero.”
"I do tremendously swear...". Ilustración de Nate Beeler para The Colombus Dispach.
Aún antes de que llegara a la presidencia, los traductores del mundo ya empezaban a sufrir dificultades. Una alarma temprana sonó cuando, durante su primera campaña presidencial, se enfrentaron a la famosa frase grabada en una conversación privada entre amigos: “you can grab them by the pussy” (“les puedes agarrar de la panocha”). Los genitales femeninos en muchas culturas son un tabú, y los traductores tuvieron que tomar decisiones: ¿traduces lo que dijo tal cual, o intentas suavizarlo un poco para no ofender a las audiencias de tu país? En chino, por ejemplo, como apunta el lingüista David Moser, no hay una palabra equivalente a “pussy” que describa esa parte del cuerpo y que al mismo tiempo sea lasciva. En la mayoría de las traducciones al chino quedó como “les puedes agarrar de las partes inferiores”, que no tiene la misma connotación grosera que “pussy”. Por lo general, Trump no suena tan ofensivo en otros idiomas.
Si los angloparlantes se quedan perplejos con las cosas que dice su presidente, imagínense lo complicado que es tratar de, al menos, parafrasearlo en otro idioma. ¿Cómo traduces “shithole countries”, o “nut-case job”, o sin ir más lejos, “Make America Great Again”? ¿”Hagamos que regrese la grandeza de Estados Unidos”? ¿”Que vivan los Estados Unidos”? En un artículo de 2016 de El País en el que varios traductores de habla hispana debaten diferentes maneras de traducir este eslogan, el mexicano Juan Luis de la Mora apunta la posibilidad de que es sencillamente intraducible. No admite una equivalencia extranjera. O tal vez requiera de un trabajo más complejo de “transcreación”, que es como hoy en día se denomina la traducción de publicidad. Pero eso no es posible en tiempo real y tal vez eso sea parte del problema: Trump parece considerar “América” como una marca y usa el lenguaje publicitario basado en las emociones para promocionarla. Utiliza frases cortas, hipérboles, repeticiones, y abusa de adjetivos que nos traen a todos fritos, pero que al parecer funcionan: “realmente increíble”, “poderoso”, “extraordinario”, “el más grande”, etc. Una de las principales dificultades de la traducción de publicidad es que a menudo se basa en una intertextualidad que hace referencia a elementos culturales en ocasiones esotéricos para los extranjeros. Los productos nacionales suelen utilizar mucho la intertextualidad, subrayando mensajes como: “esto es orgullosamente nuestro”. Un ejemplo es el anuncio de Bachoco en el que aparece un huevo debajo de unas escaleras, con el eslogan “huevo salado”. Un español nunca entendería la broma, porque alguien “salado” en España tiene gracia y salero, y no mala suerte. Esta es una de las razones por las cuales es tan difícil traducir “Make America Great Again”, como casi todo lo que sale de la boca de Trump. Su manera de expresarse llega a los corazones de muchos estadounidenses, pero el resto del mundo no logra comprender, ni su léxico, ni dónde está el poder de su discurso.
"La traducción, dicen algunos teóricos, es imposible, pero sin embargo traducimos. Algo (¿sentido? ¿significado? ¿estilo?) del texto original se logra decir de otra manera en el texto traducido".
"My team of advisers...". Ilustración del New Yorker.
La traducción, dicen algunos teóricos, es imposible, pero sin embargo traducimos. Algo (¿sentido? ¿significado? ¿estilo?) del texto original se logra decir de otra manera en el texto traducido. Es imposible pero lo intentamos. El filósofo Paul Ricoeur ofrece una descripción de la traducción que me parece oportuna: “En efecto, la traducción no sólo es una labor intelectual, teórica o práctica, sino también un problema ético. Al acercar el autor al lector, o al acercar el lector al autor, siempre se corre el riesgo de traicionar o servir a dos amos: la traducción es practicar lo que yo llamo hospitalidad lingüística.” Para que sea posible la traducción, la primera premisa es tratar de entender lo extranjero y admitir que nunca se puede entender del todo; y después, es necesario invitar a lo extranjero en lo propio (en la propia lengua). Las traducciones contaminan el idioma. Hay que renunciar a la traducción perfecta, dice Ricoeur un poco más adelante, pero nunca a la traducción. Sin embargo, practicar esta hospitalidad lingüística con los “textos” que profiere Trump presenta un dilema ético gigantesco.
Para nosotras fue un ejercicio inconsecuente y desagradable, aunque interesante. Analizar el discurso autoritario de Trump requiere profundizar en el efecto que produce, en qué estrategias utiliza y por qué funcionan. Sus palabras (¿o campañas publicitarias?) tienen acceso a las plataformas más privilegiadas de diseminación, se introducen en nuestra mente, nos manipulan. A través de su lenguaje, Trump esparce su ideología racista y su capitalismo extremo, pero lo hace a partir de las emociones que provoca, sin realmente exponer sus verdaderas ideas. En el discurso que dio en Davos, con Greta Thunberg entre los miembros de la audiencia, nombró a los activistas del clima y a los científicos como “los eternos profetas del apocalipsis” y “herederos de los falsos adivinos del pasado”. A la fracturación hidráulica o fracking, un proceso muy criticado por expertos ambientalistas, la llama “la revolución energética estadounidense”. Cuando con una mano en la cintura dice que él sabe mucho de ciencia, cuando insulta a los periodistas y a los legisladores que lo cuestionan o critican, cuando declara que los Estados Unidos es el mejor país del mundo, los corazones de sus seguidores se derriten. Los que le apoyan no son estrictamente sus partidarios, sino sus fans incondicionales. Lo aman precisamente por lo que dice, por cómo lo dice, aunque sea una sarta de mentiras o una incoherente ensalada de palabras (dicen algunos psiquiatras que es probable que sufra de una demencia incipiente, entre otras patologías psiquiátricas).
"White House press conference..." Ilustración de Jeffrey Koterba para el Omaha World-Herald.
Los traductores e interpretes del mundo siguen traduciendo a Trump bajo el riesgo de quedar como unos estúpidos, de ofender a sus oyentes o lectores, o de parecer malos traductores. Pronunciar las mentiras de otro con su propia voz es parte de su trabajo. Algunos, como la traductora del presidente italiano Mattarella, en una reunión en la Casa Blanca, simplemente no logran reprimir la cara de asombro. Quienes trabajan en contextos como ese se apoyan mutuamente describiendo a detalle su manera de hablar, y comparten estrategias para traducirlo. Después de cuatro años de sobresaltos y malos tragos, ya hay manuales y textos académicos sobre “Trumpslation”. El consenso general es que si Trump dice barbaridades, tú traduces barbaridades, pero algunos siguen optando por modificar el discurso en la medida de lo posible para hacerlo más comprensible y menos insultante a sus audiencias.
La japonesa Kumiko Torikay, doctora en estudios de interpretación de la universidad Rikkyo, renunció a su trabajo en 1983 para dedicarse a la academia. No pudo soportar el dilema ético que representaba para ella traducir a oradores con los que no estaba de acuerdo políticamente o éticamente: “Como intérprete, tu trabajo es traducir las palabras del orador exactamente como las dice, no importa lo atroces que te parezcan sus mentiras. Dejas a un lado tus emociones y te transformas en el orador mismo. Es muy duro no poder mostrar tu propio juicio sobre lo que te parece que está mal o bien. Por eso renuncié.” Esta disyuntiva es cotidiana para los intérpretes, y es una situación análoga a la enfrentan los fotógrafos de guerra y de crisis humanitarias, un trabajo “sucio” que alguien tiene que hacer para que todos podamos saber cómo está la cosa, y así fomentar y abrir paso a la resistencia contra el poder absoluto y a la solidaridad. Hay que tener una gran vocación para soportarlo.
El dilema está entre honrar tu código de intérprete y traducir lo que dice Trump al pie de la letra, modificarlo para hacerlo menos ofensivo, o de plano renunciar a tu trabajo. ¿Tú qué harías?
Traducir a Donald Trump es un dilema ético e intelectual sobre el que ya se han escrito manuales. Los intérpretes del mundo lo traducen bajo el riesgo de quedar como unos estúpidos, ofender a sus oyentes o ayudarle a expandir su discurso violento y racista.
Entre la infinidad de cuestiones que ha detonado en el mundo la llegada de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos, el reto de traducir las barbaridades que dice podría parecer marginal. De por sí la traducción es un oficio por lo general poco reconocido. Pero sin los traductores no tendríamos literatura universal, ni congresos internacionales; viviríamos en una burbuja monolingüe, limitados (¿condenados?) a comprender solamente los idiomas que podemos hablar o leer. No es suficiente ser bilingüe para ser traductor, como lo puede comprobar cualquier persona que hable dos idiomas e intente traducir un texto, hasta el más sencillo. Nadie lee o escucha con la empatía, comprensión y precisión de un traductor experimentado, y su trabajo facilita el entendimiento entre los seres humanos. Disculpen por este encomio al traductor, pero es que es verdad. Estoy estudiando una maestría en traducción y, paradójicamente, la traducción me resulta cada vez más compleja.
Recientemente tuve que enfrentarme a Trump como parte de una tarea de traducción audiovisual. El maestro nos pasó tres clips de distintos registros y medios: un discurso formal en el World Economic Forum en Davos, Suiza; una declaración ante la prensa sobre Covid-19, y por último, unas palabras informales que intercambió con unos científicos en un laboratorio médico. Al igual que yo, todas mis compañeras de maestría imaginaron que la Trumpslation sería fácil, dado su limitado vocabulario y su gramática de 5º de primaria. Sin embargo, la misión nos volvió locas.
Es cierto que su uso del lenguaje no es complejo, pero tampoco tiene mucho sentido. Además, buena parte de lo que dice es simplemente inverosímil. Esta es una traducción interlinear de la respuesta de Trump a un reportero que le preguntó qué lecciones hemos aprendido durante la pandemia:
Now, the one thing that the pandemic has taught us is that I was right.
Ahora, la única cosa que la pandemia nos ha enseñado es que yo tenía razón.
You know, I had people say, “no, no, it´s good. You keep – you do this and that”.
Sabes, yo tenía gente que me decía, “no, no, está bien. Tú sigue – tú haz esto y lo otro”.
Now, those people are really agreeing with me.
Ahora, esa gente está de veras de acuerdo conmigo.
And that includes medicine and other things, you know.
Y eso incluye a la medicina y otras cosas, sabes.
Esta falta de coherencia es problemática sobre todo para los intérpretes simultáneos. Cuando se está traduciendo en tiempo real un traductor, puede, y debe, adelantarse al discurso de quien habla. No es que sean adivinos y sepan lo que los oradores van a decir antes que ellos, pero en la mayoría de los casos es posible adelantarse a las palabras, porque los discursos siguen una lógica que permite esta estrategia. Sin embargo, con Trump no pueden hacerlo, porque nunca se sabe qué ruta va a tomar. Traducirlo es como caminar en una cuerda floja. En cualquier momento puede soltar una palabra o un nombre propio que despista a los intérpretes y los deja volando. Inténtelo usted mismo: “ there is no collusion between certainly myself and my campaign, but I can always speak for myself — and the Russians, zero.”
"I do tremendously swear...". Ilustración de Nate Beeler para The Colombus Dispach.
Aún antes de que llegara a la presidencia, los traductores del mundo ya empezaban a sufrir dificultades. Una alarma temprana sonó cuando, durante su primera campaña presidencial, se enfrentaron a la famosa frase grabada en una conversación privada entre amigos: “you can grab them by the pussy” (“les puedes agarrar de la panocha”). Los genitales femeninos en muchas culturas son un tabú, y los traductores tuvieron que tomar decisiones: ¿traduces lo que dijo tal cual, o intentas suavizarlo un poco para no ofender a las audiencias de tu país? En chino, por ejemplo, como apunta el lingüista David Moser, no hay una palabra equivalente a “pussy” que describa esa parte del cuerpo y que al mismo tiempo sea lasciva. En la mayoría de las traducciones al chino quedó como “les puedes agarrar de las partes inferiores”, que no tiene la misma connotación grosera que “pussy”. Por lo general, Trump no suena tan ofensivo en otros idiomas.
Si los angloparlantes se quedan perplejos con las cosas que dice su presidente, imagínense lo complicado que es tratar de, al menos, parafrasearlo en otro idioma. ¿Cómo traduces “shithole countries”, o “nut-case job”, o sin ir más lejos, “Make America Great Again”? ¿”Hagamos que regrese la grandeza de Estados Unidos”? ¿”Que vivan los Estados Unidos”? En un artículo de 2016 de El País en el que varios traductores de habla hispana debaten diferentes maneras de traducir este eslogan, el mexicano Juan Luis de la Mora apunta la posibilidad de que es sencillamente intraducible. No admite una equivalencia extranjera. O tal vez requiera de un trabajo más complejo de “transcreación”, que es como hoy en día se denomina la traducción de publicidad. Pero eso no es posible en tiempo real y tal vez eso sea parte del problema: Trump parece considerar “América” como una marca y usa el lenguaje publicitario basado en las emociones para promocionarla. Utiliza frases cortas, hipérboles, repeticiones, y abusa de adjetivos que nos traen a todos fritos, pero que al parecer funcionan: “realmente increíble”, “poderoso”, “extraordinario”, “el más grande”, etc. Una de las principales dificultades de la traducción de publicidad es que a menudo se basa en una intertextualidad que hace referencia a elementos culturales en ocasiones esotéricos para los extranjeros. Los productos nacionales suelen utilizar mucho la intertextualidad, subrayando mensajes como: “esto es orgullosamente nuestro”. Un ejemplo es el anuncio de Bachoco en el que aparece un huevo debajo de unas escaleras, con el eslogan “huevo salado”. Un español nunca entendería la broma, porque alguien “salado” en España tiene gracia y salero, y no mala suerte. Esta es una de las razones por las cuales es tan difícil traducir “Make America Great Again”, como casi todo lo que sale de la boca de Trump. Su manera de expresarse llega a los corazones de muchos estadounidenses, pero el resto del mundo no logra comprender, ni su léxico, ni dónde está el poder de su discurso.
"La traducción, dicen algunos teóricos, es imposible, pero sin embargo traducimos. Algo (¿sentido? ¿significado? ¿estilo?) del texto original se logra decir de otra manera en el texto traducido".
"My team of advisers...". Ilustración del New Yorker.
La traducción, dicen algunos teóricos, es imposible, pero sin embargo traducimos. Algo (¿sentido? ¿significado? ¿estilo?) del texto original se logra decir de otra manera en el texto traducido. Es imposible pero lo intentamos. El filósofo Paul Ricoeur ofrece una descripción de la traducción que me parece oportuna: “En efecto, la traducción no sólo es una labor intelectual, teórica o práctica, sino también un problema ético. Al acercar el autor al lector, o al acercar el lector al autor, siempre se corre el riesgo de traicionar o servir a dos amos: la traducción es practicar lo que yo llamo hospitalidad lingüística.” Para que sea posible la traducción, la primera premisa es tratar de entender lo extranjero y admitir que nunca se puede entender del todo; y después, es necesario invitar a lo extranjero en lo propio (en la propia lengua). Las traducciones contaminan el idioma. Hay que renunciar a la traducción perfecta, dice Ricoeur un poco más adelante, pero nunca a la traducción. Sin embargo, practicar esta hospitalidad lingüística con los “textos” que profiere Trump presenta un dilema ético gigantesco.
Para nosotras fue un ejercicio inconsecuente y desagradable, aunque interesante. Analizar el discurso autoritario de Trump requiere profundizar en el efecto que produce, en qué estrategias utiliza y por qué funcionan. Sus palabras (¿o campañas publicitarias?) tienen acceso a las plataformas más privilegiadas de diseminación, se introducen en nuestra mente, nos manipulan. A través de su lenguaje, Trump esparce su ideología racista y su capitalismo extremo, pero lo hace a partir de las emociones que provoca, sin realmente exponer sus verdaderas ideas. En el discurso que dio en Davos, con Greta Thunberg entre los miembros de la audiencia, nombró a los activistas del clima y a los científicos como “los eternos profetas del apocalipsis” y “herederos de los falsos adivinos del pasado”. A la fracturación hidráulica o fracking, un proceso muy criticado por expertos ambientalistas, la llama “la revolución energética estadounidense”. Cuando con una mano en la cintura dice que él sabe mucho de ciencia, cuando insulta a los periodistas y a los legisladores que lo cuestionan o critican, cuando declara que los Estados Unidos es el mejor país del mundo, los corazones de sus seguidores se derriten. Los que le apoyan no son estrictamente sus partidarios, sino sus fans incondicionales. Lo aman precisamente por lo que dice, por cómo lo dice, aunque sea una sarta de mentiras o una incoherente ensalada de palabras (dicen algunos psiquiatras que es probable que sufra de una demencia incipiente, entre otras patologías psiquiátricas).
"White House press conference..." Ilustración de Jeffrey Koterba para el Omaha World-Herald.
Los traductores e interpretes del mundo siguen traduciendo a Trump bajo el riesgo de quedar como unos estúpidos, de ofender a sus oyentes o lectores, o de parecer malos traductores. Pronunciar las mentiras de otro con su propia voz es parte de su trabajo. Algunos, como la traductora del presidente italiano Mattarella, en una reunión en la Casa Blanca, simplemente no logran reprimir la cara de asombro. Quienes trabajan en contextos como ese se apoyan mutuamente describiendo a detalle su manera de hablar, y comparten estrategias para traducirlo. Después de cuatro años de sobresaltos y malos tragos, ya hay manuales y textos académicos sobre “Trumpslation”. El consenso general es que si Trump dice barbaridades, tú traduces barbaridades, pero algunos siguen optando por modificar el discurso en la medida de lo posible para hacerlo más comprensible y menos insultante a sus audiencias.
La japonesa Kumiko Torikay, doctora en estudios de interpretación de la universidad Rikkyo, renunció a su trabajo en 1983 para dedicarse a la academia. No pudo soportar el dilema ético que representaba para ella traducir a oradores con los que no estaba de acuerdo políticamente o éticamente: “Como intérprete, tu trabajo es traducir las palabras del orador exactamente como las dice, no importa lo atroces que te parezcan sus mentiras. Dejas a un lado tus emociones y te transformas en el orador mismo. Es muy duro no poder mostrar tu propio juicio sobre lo que te parece que está mal o bien. Por eso renuncié.” Esta disyuntiva es cotidiana para los intérpretes, y es una situación análoga a la enfrentan los fotógrafos de guerra y de crisis humanitarias, un trabajo “sucio” que alguien tiene que hacer para que todos podamos saber cómo está la cosa, y así fomentar y abrir paso a la resistencia contra el poder absoluto y a la solidaridad. Hay que tener una gran vocación para soportarlo.
El dilema está entre honrar tu código de intérprete y traducir lo que dice Trump al pie de la letra, modificarlo para hacerlo menos ofensivo, o de plano renunciar a tu trabajo. ¿Tú qué harías?
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