Tiempo de lectura: 5 minutosCuando cae la noche Jorge Ángeles entra a una cápsula gigante. Luego se dirige directo al vestidor, donde el médico internista se cubre de pies a cabeza con un overol impermeable. Después pone sobre su cabeza una tela que le aplaca el cabello chino y que junto al cubrebocas N95 deja como único rasgo identificable sus ojos negros, que luego protege con goggles gruesos. También se cubre los zapatos con un par cubrebotas antes de colocarse un doble par de guantes de látex que le comprimen los dedos, para que si el SARS-COV2 llega a alcanzar sus manos, tenga una segunda oportunidad de dejarlo en el primer par de guantes y no llevárselo al volver a su casa, luego de una jornada de 12 horas en el hospital de respuesta inmediata de la ciudad de Pachuca.
Aunque se habla mucho de la escasez de equipo de protección en los hospitales del país, Jorge Ángeles y sus colegas del hospital inflable corren la suerte de poder cambiarse la vestimenta protectora todos los días, pues es desechable y la tiran al terminar cada turno. Sin embargo, en el sondeo realizado por la Asamblea Nacional de Médicos Residentes entre el 22 y 23 de marzo de 2020 a enfermeras, residentes, médicos y personal técnico de 217 hospitales en el país, 83% de los entrevistados reportó la carencia de cubrebocas N95, 71% indicó no contar con guantes y 56% con goggles protectores.
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Cuando Jorge Ángeles estudió medicina en la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo se decidió por una especialidad que le permitiera dar diagnósticos integrales a aquellos pacientes que fueran sorprendidos con afectaciones cardiacas, renales, pulmonares o cerebrales. Eligió la medicina interna, esa que de acuerdo con el médico de 28 años, “da tratamiento a las funciones del cuerpo, mientras no requieran operación”.
Trabajó como médico residente del Hospital General de Pachuca hasta el 19 de marzo, cuando la pandemia de Covid-19 llegó a su estado y tuvo que mudarse junto a varios colegas a esta burbuja blanca que se levantó en tres días, a partir de bases de metal de 2,500 metros de largo, que después es cubrieron con una lona que conectada a bombas de aire muy potentes toma ocho minutos en inflarse, hasta convertirse así en el hospital de respuesta inmediata que fue colocado en medio de la Plaza Bicentenario, una plancha de cemento que hasta antes de esta amenaza servía a los recién graduados de las universidades para retratarse el día de su titulación. Este espacio provisional fue adquirido tiempo atrás, en 2013, por el gobierno de Hidalgo para atender un brote de cólera que se había extendido en la población. Ahora sirve para tratar a los pacientes de Covid -19, la enfermedad que orilló al gobierno mexicano a declarar emergencia sanitaria el 30 de marzo, a casi un mes de que el virus llegara a México el 28 de febrero de 2020, en el cuerpo de un hombre residente de la Ciudad de México que viajó a Italia, infectándose del virus SARS-COV2.
Desde entonces el médico, de formalidad irrestricta, recorre las tres salas de esta estructura desmontable atendiendo un paciente tras otro.
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Fotografía de Henry Romero / Reuters.
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Jorge Ángeles sale del vestidor para reunirse con sus compañeros médicos, que lo mismo son epidemiólogos, neumólogos e internistas como él, y que enfundados en sus trajes recuerdan los relatos de astronautas aislados en el espacio, al igual que ellos en esa burbuja gigante en la que impera la emergencia de salvar vidas.
El proceso de atención comienza en un cubículo en el que personal de enfermería monitorea los signos vitales y registra los datos del paciente. Posteriormente pasa al área de triage, en la que se le pregunta sus antecedentes: si padece de hipertensión o diabetes, si fuma o no, los medicamentos que toma, etc. Luego se le cuestiona sobre el padecimiento: cómo fue que empezó y con qué síntomas.
El triage es un sistema que selecciona y clasifica a los pacientes dependiendo de la urgencia con la que tienen que ser atendidos. También funciona como método de control de la propagación del virus, separando a aquellos que necesitan atención, pero que pueden esperar, de los que no representan mayor riesgo y pueden volver a sus hogares.
Si en los últimos días un paciente ha tenido fiebre, tos y dolor de cabeza, acompañado de falta de aire, ojos llorosos, dolor de huesos, dolor de articulaciones y dolor de pecho, entre otros síntomas, se le monitoriza la saturación de oxígeno. Si esta se encuentra por debajo de lo normal, que sería de 90 a 92%, el enfermo pasa otra área para que se le realice una radiografía de tórax.
Ahí se valora si tiene datos sugerentes de la enfermedad y de ser así, se le toma una muestra de exudado farinoso con un hisopo y posteriormente entrará a hospitalización.
Por otro lado, si la radiografía no revela datos que sugieran Covid-19, el paciente regresa a su casa y se le brinda información para acompañar su recuperación desde ahí. De acuerdo con Jorge Ángeles, lo que la radiografía de tórax revela, es si se trata de una neumonía típica o atípica.
“La neumonía típica generalmente se manifiesta en una zona muy focalizada de afectación pulmonar, mientras que una neumonía atípica daña todas las partes del pulmón, pero con un aspecto parchado. Aquí ingresan quienes son diagnosticados con neumonía atípica. Las diferencias clínicas son que una neumonía típica presenta mucha tos con flema, mucha fiebre, tiene un inicio un poco más rápido y generalmente no tiene muchos síntomas digestivos: diarrea, dolor abdominal, nauseas, cefalea. Mientras que una neumonía atípica tiene un inicio un poco menos agudo y con sintomatología fuera del aparato respiratorio, esto puede ser diarrea, dolor abdominal, dolor de músculos, etc.”
Fotografía de Henry Romero / Reuters.
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En una noche de turno pasa con cada paciente a medirle la temperatura, tomarle la presión, indicarle el medicamento, y a hacerle las preguntas obligadas: “¿se siente mejor o peor que ayer?, ¿le falta más o menos el aire?”. Es la única forma de ir midiendo su recuperación.
Aislados de sus familiares y amigos, a los enfermos les queda como único diálogo ese intercambio de preguntas y respuestas con médicos y enfermeros. De todas formas, de su parte no hay fuerza para las pláticas y del lado de los médicos, lo que no hay es tiempo. Sin embargo, de acuerdo con el joven internista, es difícil evitar que se genere un cierto vínculo con ellos, aunque intenta que no suceda. Tiene presente la ética de la que le hablaron en la escuela: “no soy indiferente y mucho menos grosero, pero tampoco traspaso el límite de confianza. Tengo que mantenerme al margen porque el paciente se puede complicar en cualquier momento y el desenlace puede ser fatal. Desafortunadamente, historias como esa van a repetirse cada vez más en las próximas semanas”.
La estabilidad de los pacientes se mide por colores, algo parecido a un semáforo de gravedad: “En el área verde están las personas estables, que generalmente sólo requieren medicamentos para la fiebre, antibiótico y tal vez un poco de oxígeno, sus camas tienen un monitor de signos vitales; en el área amarilla hay pacientes un poco más delicados, ahí algunas camas tienen ventilador mecánico; y en el área roja, que es de terapia intensiva, está la gente grave, donde las camas tienen ventilador mecánico y monitor de signos vitales”, explica.
Si este tipo de coronavirus está causando tanta alarma, es porque no hay una vacuna contra él, ni medicamentos que lo erradiquen, así que los tratamientos están enfocados a aliviar lo síntomas que generan. Aún no está bien descrito el daño pulmonar que provocan, pero la falta de oxígeno que presentan en algún punto los diagnosticados, requiere de la ayuda de ventiladores mecánicos, que ante la inmensa demanda de ellos que existe en el mundo, no hay número que alcance.
“Cuando el virus ataca los pulmones estos se inflaman demasiado, haciendo que el oxígeno no pueda llegar bien a la sangre. Eventualmente el cuerpo se cansará, porque los músculos de la respiración, como todos los demás, tienen cierto límite. Nuestro cuerpo respira normalmente de 12 a 20 veces por minuto, y los pacientes que tienen falta de oxígeno pueden llegar a a hacer un esfuerzo por inhalar de 50 o 60 veces por minuto. A este ritmo, la capacidad de los pulmones se agota y se vuelven dependientes de un ventilador, que les brinda mayor oxígeno a mayor presión”, explica Jorge Ángeles. A ese punto, la condición de la mayoría de los pacientes es crítica y muchos de ellos no vuelven a ver a sus familias. “Todos tenemos miedo, este es une escenario catastrófico. En verdad, quienes están sanos, tienen que quedarse en casa”.