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Ilustración de Fernanda Jiménez Aguilar.
De todas las desigualdades que padece México, la regional es una de las más aberrantes: en este aspecto estamos peor que Chile y Colombia. La Ciudad de México es casi siete veces más rica ahora que Chiapas. Si la tendencia persiste, en cincuenta años la capital mexicana podría ser 14 veces más rica que aquel estado del sur. Tanta desigualdad pone en riesgo la unión del país, que podría dividirse a causa de ella.
He empezado a presentar mi libro Desigualdades: Por qué nos beneficia un país más igualitario (editado por Grano de Sal y el CEEY) en diferentes lugares y uno de los aspectos que más ha llamado la atención de los lectores es la gran desigualdad regional que hay en México. Debo decir que para mí también es uno de los rasgos más aberrantes de todas las desigualdades que padecemos. Aunque muchas personas saben que el sur del país tiene ingresos menores que el norte —y pueden nombrar a Chiapas como uno de los estados más afectados por ello—, al conocer la magnitud de estas diferencias y, sobre todo, al enterarse de cuánto tiempo se han mantenido, la información les causa mucha sorpresa.
Tal vez debamos empezar por averiguar si lo que sucede en México se observa en otros países. La OCDE se ha esforzado en medir el bienestar económico en términos de ingreso, salud, empleo y otras condiciones para cada región dentro de los países miembros, con el objetivo de que el crecimiento económico sea incluyente y llegue a todas las regiones. Idealmente, cada Estado está presente en el territorio completo del país que gobierna, de modo que dónde nace una persona no debería importar: por derecho cada ciudadano debería tener acceso a un sistema de provisión de servicios públicos de la misma calidad (en educación, salud, transportación). Sin embargo, cada Estado-nación presenta diferencias enormes en esa provisión.
México sorprende por ser de los países con más desigualdad en términos regionales y porque su Estado es uno de los menos efectivos en proveer servicios públicos de la misma calidad a lo largo de su territorio. Sabemos, por ejemplo, que el norte y el sur de Italia son muy desiguales, así como el occidente y el oriente de Alemania, pero ambos se quedan cortos cuando se analizan las diferencias regionales en México. De acuerdo con la OCDE, las regiones más ricas en nuestro país tienen un ingreso 3.5 veces mayor que las más pobres; en Italia esa diferencia es de dos veces y en Alemania de 1.5. Aunque Colombia y Chile también son países muy desiguales, en términos de desigualdad regional no lo son tanto como México. Lo que sucede aquí es una aberración. Si calificamos al Estado mexicano, en comparación con otros, respecto a qué tanto brinda las mismas oportunidades, independientemente de dónde nacen sus ciudadanos, salimos en último lugar.
Lo peor de todo es que en lugar de cerrar esa brecha, la estamos ampliando. El Inegi publica el PIB por entidad federativa desde 1980. Usando sus datos y los de la Conapo, podemos obtener la población de cada entidad y calcular el PIB per cápita o el ingreso por habitante, una medida que aproxima el bienestar de las personas en cada estado. En 1980 Chiapas tenía un ingreso por habitante cercano a los 74 mil pesos, mientras que en la Ciudad de México era de 154 mil y en Nuevo León de 152 mil (ajustados por inflación para el año 2013). En otras palabras, la Ciudad de México y Nuevo León tenían el doble de ingreso por habitante que Chiapas. Para 2021, la Ciudad de México tiene un ingreso por habitante de 321 mil pesos, Nuevo León de 240 mil y Chiapas de 47 mil.* Es decir, Chiapas es más pobre hoy de lo que era en 1980, hace más de cuarenta años, y la Ciudad de México es ahora casi siete veces más rica que Chiapas y Nuevo León es cinco veces más rico que Chiapas.
Nota: Gráfica creada por el autor. El eje “y” mide qué tan rica o pobre es cada entidad con respecto a 1980. Si la línea crece por arriba de cien, el estado es más rico ahora y si la línea está debajo, es más pobre respecto a 1980.
Como muestra la gráfica 1, estos datos no se refieren a un año en particular. Las entidades del sur, como Chiapas, Guerrero y Oaxaca, se han mantenido en un estancamiento bastante prolongado. Este es un problema muy grave. Los estados donde se concentra la mayor incidencia de pobreza tienen un crecimiento económico nulo o negativo. Así no se puede reducir la pobreza ni la desigualdad.
Algunos pueden pensar que esto se debe al neoliberalismo reciente. Sin embargo, en trabajos que he realizado con Roberto Vélez (del CEEY), Cristóbal Domínguez (de la Comisión Nacional Bancaria y de Valores) y Graciela Márquez (del Inegi), hemos calculado una medida de bienestar para cada entidad federativa desde 1895, cuando se realizó el primer censo de población, basada en indicadores de salud, educación y urbanización. Usando esta medida de bienestar encontramos que el sur del país siempre ha estado más rezagado que el resto. Es decir, ni el Porfiriato ni la Revolución mexicana ni la industrialización ni el desarrollo estabilizador ni el populismo ni el neoliberalismo ni la Cuarta Transformación (hasta el momento y de acuerdo con la gráfica 1) han podido hacer que el sur de México se acerque al nivel del bienestar que tienen las entidades del norte.
El panorama futuro no es halagüeño. Si el ingreso por habitante en la Ciudad de México o en Nuevo León crece a una tasa del 1.5% anual durante un periodo de cincuenta años, y si Chiapas se mantiene igual que ahora (no es un supuesto muy radical, dado que los últimos cuarenta años han sido negativos), entonces la desigualdad crecería sustancialmente: la Ciudad de México sería alrededor de catorce veces más rica que Chiapas, y Nuevo León lo sería en casi once veces. La desigualdad crecería poco más del doble.
Cada día que pasa se vuelve más difícil actuar contra las desigualdades regionales. Una de las implicaciones de tener desigualdad excesiva es que se complica mucho ponerse de acuerdo sobre el tipo de inversiones requeridas. Se puede anticipar que las demandas por estas inversiones serán cada vez más distintas en Nuevo León, la Ciudad de México y Chiapas. Si las regiones no comparten necesidades ni aspiraciones, se pone en riesgo la estabilidad del país e, incluso, la unión territorial. Lo he escrito antes: si no avanzamos en resolver la desigualdad, México podría dividirse, podría no mantener el territorio que hoy tiene. Esa es solo una de las razones principales sobre por qué la desigualdad nos termina afectando a todos, y no solo a unos cuantos.
Se puede leer un adelanto del libro Desigualdades. Por qué nos beneficia un país más igualitario en este link.
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Este texto fue posible gracias al apoyo de la Fundación Ford.
* El Inegi solo publica la serie del PIB por entidad federativa hasta 2020. Sin embargo, el indicador trimestral de la actividad económica estatal (ITAEE) está muy correlacionado con el PIB. Por tanto, para 2021 uso el crecimiento del ITAEE con respecto a 2020, y ese crecimiento se aplica al PIB por entidad para obtener un estimado del PIB en 2021.
De todas las desigualdades que padece México, la regional es una de las más aberrantes: en este aspecto estamos peor que Chile y Colombia. La Ciudad de México es casi siete veces más rica ahora que Chiapas. Si la tendencia persiste, en cincuenta años la capital mexicana podría ser 14 veces más rica que aquel estado del sur. Tanta desigualdad pone en riesgo la unión del país, que podría dividirse a causa de ella.
He empezado a presentar mi libro Desigualdades: Por qué nos beneficia un país más igualitario (editado por Grano de Sal y el CEEY) en diferentes lugares y uno de los aspectos que más ha llamado la atención de los lectores es la gran desigualdad regional que hay en México. Debo decir que para mí también es uno de los rasgos más aberrantes de todas las desigualdades que padecemos. Aunque muchas personas saben que el sur del país tiene ingresos menores que el norte —y pueden nombrar a Chiapas como uno de los estados más afectados por ello—, al conocer la magnitud de estas diferencias y, sobre todo, al enterarse de cuánto tiempo se han mantenido, la información les causa mucha sorpresa.
Tal vez debamos empezar por averiguar si lo que sucede en México se observa en otros países. La OCDE se ha esforzado en medir el bienestar económico en términos de ingreso, salud, empleo y otras condiciones para cada región dentro de los países miembros, con el objetivo de que el crecimiento económico sea incluyente y llegue a todas las regiones. Idealmente, cada Estado está presente en el territorio completo del país que gobierna, de modo que dónde nace una persona no debería importar: por derecho cada ciudadano debería tener acceso a un sistema de provisión de servicios públicos de la misma calidad (en educación, salud, transportación). Sin embargo, cada Estado-nación presenta diferencias enormes en esa provisión.
México sorprende por ser de los países con más desigualdad en términos regionales y porque su Estado es uno de los menos efectivos en proveer servicios públicos de la misma calidad a lo largo de su territorio. Sabemos, por ejemplo, que el norte y el sur de Italia son muy desiguales, así como el occidente y el oriente de Alemania, pero ambos se quedan cortos cuando se analizan las diferencias regionales en México. De acuerdo con la OCDE, las regiones más ricas en nuestro país tienen un ingreso 3.5 veces mayor que las más pobres; en Italia esa diferencia es de dos veces y en Alemania de 1.5. Aunque Colombia y Chile también son países muy desiguales, en términos de desigualdad regional no lo son tanto como México. Lo que sucede aquí es una aberración. Si calificamos al Estado mexicano, en comparación con otros, respecto a qué tanto brinda las mismas oportunidades, independientemente de dónde nacen sus ciudadanos, salimos en último lugar.
Lo peor de todo es que en lugar de cerrar esa brecha, la estamos ampliando. El Inegi publica el PIB por entidad federativa desde 1980. Usando sus datos y los de la Conapo, podemos obtener la población de cada entidad y calcular el PIB per cápita o el ingreso por habitante, una medida que aproxima el bienestar de las personas en cada estado. En 1980 Chiapas tenía un ingreso por habitante cercano a los 74 mil pesos, mientras que en la Ciudad de México era de 154 mil y en Nuevo León de 152 mil (ajustados por inflación para el año 2013). En otras palabras, la Ciudad de México y Nuevo León tenían el doble de ingreso por habitante que Chiapas. Para 2021, la Ciudad de México tiene un ingreso por habitante de 321 mil pesos, Nuevo León de 240 mil y Chiapas de 47 mil.* Es decir, Chiapas es más pobre hoy de lo que era en 1980, hace más de cuarenta años, y la Ciudad de México es ahora casi siete veces más rica que Chiapas y Nuevo León es cinco veces más rico que Chiapas.
Nota: Gráfica creada por el autor. El eje “y” mide qué tan rica o pobre es cada entidad con respecto a 1980. Si la línea crece por arriba de cien, el estado es más rico ahora y si la línea está debajo, es más pobre respecto a 1980.
Como muestra la gráfica 1, estos datos no se refieren a un año en particular. Las entidades del sur, como Chiapas, Guerrero y Oaxaca, se han mantenido en un estancamiento bastante prolongado. Este es un problema muy grave. Los estados donde se concentra la mayor incidencia de pobreza tienen un crecimiento económico nulo o negativo. Así no se puede reducir la pobreza ni la desigualdad.
Algunos pueden pensar que esto se debe al neoliberalismo reciente. Sin embargo, en trabajos que he realizado con Roberto Vélez (del CEEY), Cristóbal Domínguez (de la Comisión Nacional Bancaria y de Valores) y Graciela Márquez (del Inegi), hemos calculado una medida de bienestar para cada entidad federativa desde 1895, cuando se realizó el primer censo de población, basada en indicadores de salud, educación y urbanización. Usando esta medida de bienestar encontramos que el sur del país siempre ha estado más rezagado que el resto. Es decir, ni el Porfiriato ni la Revolución mexicana ni la industrialización ni el desarrollo estabilizador ni el populismo ni el neoliberalismo ni la Cuarta Transformación (hasta el momento y de acuerdo con la gráfica 1) han podido hacer que el sur de México se acerque al nivel del bienestar que tienen las entidades del norte.
El panorama futuro no es halagüeño. Si el ingreso por habitante en la Ciudad de México o en Nuevo León crece a una tasa del 1.5% anual durante un periodo de cincuenta años, y si Chiapas se mantiene igual que ahora (no es un supuesto muy radical, dado que los últimos cuarenta años han sido negativos), entonces la desigualdad crecería sustancialmente: la Ciudad de México sería alrededor de catorce veces más rica que Chiapas, y Nuevo León lo sería en casi once veces. La desigualdad crecería poco más del doble.
Cada día que pasa se vuelve más difícil actuar contra las desigualdades regionales. Una de las implicaciones de tener desigualdad excesiva es que se complica mucho ponerse de acuerdo sobre el tipo de inversiones requeridas. Se puede anticipar que las demandas por estas inversiones serán cada vez más distintas en Nuevo León, la Ciudad de México y Chiapas. Si las regiones no comparten necesidades ni aspiraciones, se pone en riesgo la estabilidad del país e, incluso, la unión territorial. Lo he escrito antes: si no avanzamos en resolver la desigualdad, México podría dividirse, podría no mantener el territorio que hoy tiene. Esa es solo una de las razones principales sobre por qué la desigualdad nos termina afectando a todos, y no solo a unos cuantos.
Se puede leer un adelanto del libro Desigualdades. Por qué nos beneficia un país más igualitario en este link.
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Este texto fue posible gracias al apoyo de la Fundación Ford.
* El Inegi solo publica la serie del PIB por entidad federativa hasta 2020. Sin embargo, el indicador trimestral de la actividad económica estatal (ITAEE) está muy correlacionado con el PIB. Por tanto, para 2021 uso el crecimiento del ITAEE con respecto a 2020, y ese crecimiento se aplica al PIB por entidad para obtener un estimado del PIB en 2021.
Ilustración de Fernanda Jiménez Aguilar.
De todas las desigualdades que padece México, la regional es una de las más aberrantes: en este aspecto estamos peor que Chile y Colombia. La Ciudad de México es casi siete veces más rica ahora que Chiapas. Si la tendencia persiste, en cincuenta años la capital mexicana podría ser 14 veces más rica que aquel estado del sur. Tanta desigualdad pone en riesgo la unión del país, que podría dividirse a causa de ella.
He empezado a presentar mi libro Desigualdades: Por qué nos beneficia un país más igualitario (editado por Grano de Sal y el CEEY) en diferentes lugares y uno de los aspectos que más ha llamado la atención de los lectores es la gran desigualdad regional que hay en México. Debo decir que para mí también es uno de los rasgos más aberrantes de todas las desigualdades que padecemos. Aunque muchas personas saben que el sur del país tiene ingresos menores que el norte —y pueden nombrar a Chiapas como uno de los estados más afectados por ello—, al conocer la magnitud de estas diferencias y, sobre todo, al enterarse de cuánto tiempo se han mantenido, la información les causa mucha sorpresa.
Tal vez debamos empezar por averiguar si lo que sucede en México se observa en otros países. La OCDE se ha esforzado en medir el bienestar económico en términos de ingreso, salud, empleo y otras condiciones para cada región dentro de los países miembros, con el objetivo de que el crecimiento económico sea incluyente y llegue a todas las regiones. Idealmente, cada Estado está presente en el territorio completo del país que gobierna, de modo que dónde nace una persona no debería importar: por derecho cada ciudadano debería tener acceso a un sistema de provisión de servicios públicos de la misma calidad (en educación, salud, transportación). Sin embargo, cada Estado-nación presenta diferencias enormes en esa provisión.
México sorprende por ser de los países con más desigualdad en términos regionales y porque su Estado es uno de los menos efectivos en proveer servicios públicos de la misma calidad a lo largo de su territorio. Sabemos, por ejemplo, que el norte y el sur de Italia son muy desiguales, así como el occidente y el oriente de Alemania, pero ambos se quedan cortos cuando se analizan las diferencias regionales en México. De acuerdo con la OCDE, las regiones más ricas en nuestro país tienen un ingreso 3.5 veces mayor que las más pobres; en Italia esa diferencia es de dos veces y en Alemania de 1.5. Aunque Colombia y Chile también son países muy desiguales, en términos de desigualdad regional no lo son tanto como México. Lo que sucede aquí es una aberración. Si calificamos al Estado mexicano, en comparación con otros, respecto a qué tanto brinda las mismas oportunidades, independientemente de dónde nacen sus ciudadanos, salimos en último lugar.
Lo peor de todo es que en lugar de cerrar esa brecha, la estamos ampliando. El Inegi publica el PIB por entidad federativa desde 1980. Usando sus datos y los de la Conapo, podemos obtener la población de cada entidad y calcular el PIB per cápita o el ingreso por habitante, una medida que aproxima el bienestar de las personas en cada estado. En 1980 Chiapas tenía un ingreso por habitante cercano a los 74 mil pesos, mientras que en la Ciudad de México era de 154 mil y en Nuevo León de 152 mil (ajustados por inflación para el año 2013). En otras palabras, la Ciudad de México y Nuevo León tenían el doble de ingreso por habitante que Chiapas. Para 2021, la Ciudad de México tiene un ingreso por habitante de 321 mil pesos, Nuevo León de 240 mil y Chiapas de 47 mil.* Es decir, Chiapas es más pobre hoy de lo que era en 1980, hace más de cuarenta años, y la Ciudad de México es ahora casi siete veces más rica que Chiapas y Nuevo León es cinco veces más rico que Chiapas.
Nota: Gráfica creada por el autor. El eje “y” mide qué tan rica o pobre es cada entidad con respecto a 1980. Si la línea crece por arriba de cien, el estado es más rico ahora y si la línea está debajo, es más pobre respecto a 1980.
Como muestra la gráfica 1, estos datos no se refieren a un año en particular. Las entidades del sur, como Chiapas, Guerrero y Oaxaca, se han mantenido en un estancamiento bastante prolongado. Este es un problema muy grave. Los estados donde se concentra la mayor incidencia de pobreza tienen un crecimiento económico nulo o negativo. Así no se puede reducir la pobreza ni la desigualdad.
Algunos pueden pensar que esto se debe al neoliberalismo reciente. Sin embargo, en trabajos que he realizado con Roberto Vélez (del CEEY), Cristóbal Domínguez (de la Comisión Nacional Bancaria y de Valores) y Graciela Márquez (del Inegi), hemos calculado una medida de bienestar para cada entidad federativa desde 1895, cuando se realizó el primer censo de población, basada en indicadores de salud, educación y urbanización. Usando esta medida de bienestar encontramos que el sur del país siempre ha estado más rezagado que el resto. Es decir, ni el Porfiriato ni la Revolución mexicana ni la industrialización ni el desarrollo estabilizador ni el populismo ni el neoliberalismo ni la Cuarta Transformación (hasta el momento y de acuerdo con la gráfica 1) han podido hacer que el sur de México se acerque al nivel del bienestar que tienen las entidades del norte.
El panorama futuro no es halagüeño. Si el ingreso por habitante en la Ciudad de México o en Nuevo León crece a una tasa del 1.5% anual durante un periodo de cincuenta años, y si Chiapas se mantiene igual que ahora (no es un supuesto muy radical, dado que los últimos cuarenta años han sido negativos), entonces la desigualdad crecería sustancialmente: la Ciudad de México sería alrededor de catorce veces más rica que Chiapas, y Nuevo León lo sería en casi once veces. La desigualdad crecería poco más del doble.
Cada día que pasa se vuelve más difícil actuar contra las desigualdades regionales. Una de las implicaciones de tener desigualdad excesiva es que se complica mucho ponerse de acuerdo sobre el tipo de inversiones requeridas. Se puede anticipar que las demandas por estas inversiones serán cada vez más distintas en Nuevo León, la Ciudad de México y Chiapas. Si las regiones no comparten necesidades ni aspiraciones, se pone en riesgo la estabilidad del país e, incluso, la unión territorial. Lo he escrito antes: si no avanzamos en resolver la desigualdad, México podría dividirse, podría no mantener el territorio que hoy tiene. Esa es solo una de las razones principales sobre por qué la desigualdad nos termina afectando a todos, y no solo a unos cuantos.
Se puede leer un adelanto del libro Desigualdades. Por qué nos beneficia un país más igualitario en este link.
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Este texto fue posible gracias al apoyo de la Fundación Ford.
* El Inegi solo publica la serie del PIB por entidad federativa hasta 2020. Sin embargo, el indicador trimestral de la actividad económica estatal (ITAEE) está muy correlacionado con el PIB. Por tanto, para 2021 uso el crecimiento del ITAEE con respecto a 2020, y ese crecimiento se aplica al PIB por entidad para obtener un estimado del PIB en 2021.
De todas las desigualdades que padece México, la regional es una de las más aberrantes: en este aspecto estamos peor que Chile y Colombia. La Ciudad de México es casi siete veces más rica ahora que Chiapas. Si la tendencia persiste, en cincuenta años la capital mexicana podría ser 14 veces más rica que aquel estado del sur. Tanta desigualdad pone en riesgo la unión del país, que podría dividirse a causa de ella.
He empezado a presentar mi libro Desigualdades: Por qué nos beneficia un país más igualitario (editado por Grano de Sal y el CEEY) en diferentes lugares y uno de los aspectos que más ha llamado la atención de los lectores es la gran desigualdad regional que hay en México. Debo decir que para mí también es uno de los rasgos más aberrantes de todas las desigualdades que padecemos. Aunque muchas personas saben que el sur del país tiene ingresos menores que el norte —y pueden nombrar a Chiapas como uno de los estados más afectados por ello—, al conocer la magnitud de estas diferencias y, sobre todo, al enterarse de cuánto tiempo se han mantenido, la información les causa mucha sorpresa.
Tal vez debamos empezar por averiguar si lo que sucede en México se observa en otros países. La OCDE se ha esforzado en medir el bienestar económico en términos de ingreso, salud, empleo y otras condiciones para cada región dentro de los países miembros, con el objetivo de que el crecimiento económico sea incluyente y llegue a todas las regiones. Idealmente, cada Estado está presente en el territorio completo del país que gobierna, de modo que dónde nace una persona no debería importar: por derecho cada ciudadano debería tener acceso a un sistema de provisión de servicios públicos de la misma calidad (en educación, salud, transportación). Sin embargo, cada Estado-nación presenta diferencias enormes en esa provisión.
México sorprende por ser de los países con más desigualdad en términos regionales y porque su Estado es uno de los menos efectivos en proveer servicios públicos de la misma calidad a lo largo de su territorio. Sabemos, por ejemplo, que el norte y el sur de Italia son muy desiguales, así como el occidente y el oriente de Alemania, pero ambos se quedan cortos cuando se analizan las diferencias regionales en México. De acuerdo con la OCDE, las regiones más ricas en nuestro país tienen un ingreso 3.5 veces mayor que las más pobres; en Italia esa diferencia es de dos veces y en Alemania de 1.5. Aunque Colombia y Chile también son países muy desiguales, en términos de desigualdad regional no lo son tanto como México. Lo que sucede aquí es una aberración. Si calificamos al Estado mexicano, en comparación con otros, respecto a qué tanto brinda las mismas oportunidades, independientemente de dónde nacen sus ciudadanos, salimos en último lugar.
Lo peor de todo es que en lugar de cerrar esa brecha, la estamos ampliando. El Inegi publica el PIB por entidad federativa desde 1980. Usando sus datos y los de la Conapo, podemos obtener la población de cada entidad y calcular el PIB per cápita o el ingreso por habitante, una medida que aproxima el bienestar de las personas en cada estado. En 1980 Chiapas tenía un ingreso por habitante cercano a los 74 mil pesos, mientras que en la Ciudad de México era de 154 mil y en Nuevo León de 152 mil (ajustados por inflación para el año 2013). En otras palabras, la Ciudad de México y Nuevo León tenían el doble de ingreso por habitante que Chiapas. Para 2021, la Ciudad de México tiene un ingreso por habitante de 321 mil pesos, Nuevo León de 240 mil y Chiapas de 47 mil.* Es decir, Chiapas es más pobre hoy de lo que era en 1980, hace más de cuarenta años, y la Ciudad de México es ahora casi siete veces más rica que Chiapas y Nuevo León es cinco veces más rico que Chiapas.
Nota: Gráfica creada por el autor. El eje “y” mide qué tan rica o pobre es cada entidad con respecto a 1980. Si la línea crece por arriba de cien, el estado es más rico ahora y si la línea está debajo, es más pobre respecto a 1980.
Como muestra la gráfica 1, estos datos no se refieren a un año en particular. Las entidades del sur, como Chiapas, Guerrero y Oaxaca, se han mantenido en un estancamiento bastante prolongado. Este es un problema muy grave. Los estados donde se concentra la mayor incidencia de pobreza tienen un crecimiento económico nulo o negativo. Así no se puede reducir la pobreza ni la desigualdad.
Algunos pueden pensar que esto se debe al neoliberalismo reciente. Sin embargo, en trabajos que he realizado con Roberto Vélez (del CEEY), Cristóbal Domínguez (de la Comisión Nacional Bancaria y de Valores) y Graciela Márquez (del Inegi), hemos calculado una medida de bienestar para cada entidad federativa desde 1895, cuando se realizó el primer censo de población, basada en indicadores de salud, educación y urbanización. Usando esta medida de bienestar encontramos que el sur del país siempre ha estado más rezagado que el resto. Es decir, ni el Porfiriato ni la Revolución mexicana ni la industrialización ni el desarrollo estabilizador ni el populismo ni el neoliberalismo ni la Cuarta Transformación (hasta el momento y de acuerdo con la gráfica 1) han podido hacer que el sur de México se acerque al nivel del bienestar que tienen las entidades del norte.
El panorama futuro no es halagüeño. Si el ingreso por habitante en la Ciudad de México o en Nuevo León crece a una tasa del 1.5% anual durante un periodo de cincuenta años, y si Chiapas se mantiene igual que ahora (no es un supuesto muy radical, dado que los últimos cuarenta años han sido negativos), entonces la desigualdad crecería sustancialmente: la Ciudad de México sería alrededor de catorce veces más rica que Chiapas, y Nuevo León lo sería en casi once veces. La desigualdad crecería poco más del doble.
Cada día que pasa se vuelve más difícil actuar contra las desigualdades regionales. Una de las implicaciones de tener desigualdad excesiva es que se complica mucho ponerse de acuerdo sobre el tipo de inversiones requeridas. Se puede anticipar que las demandas por estas inversiones serán cada vez más distintas en Nuevo León, la Ciudad de México y Chiapas. Si las regiones no comparten necesidades ni aspiraciones, se pone en riesgo la estabilidad del país e, incluso, la unión territorial. Lo he escrito antes: si no avanzamos en resolver la desigualdad, México podría dividirse, podría no mantener el territorio que hoy tiene. Esa es solo una de las razones principales sobre por qué la desigualdad nos termina afectando a todos, y no solo a unos cuantos.
Se puede leer un adelanto del libro Desigualdades. Por qué nos beneficia un país más igualitario en este link.
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Este texto fue posible gracias al apoyo de la Fundación Ford.
* El Inegi solo publica la serie del PIB por entidad federativa hasta 2020. Sin embargo, el indicador trimestral de la actividad económica estatal (ITAEE) está muy correlacionado con el PIB. Por tanto, para 2021 uso el crecimiento del ITAEE con respecto a 2020, y ese crecimiento se aplica al PIB por entidad para obtener un estimado del PIB en 2021.
Ilustración de Fernanda Jiménez Aguilar.
De todas las desigualdades que padece México, la regional es una de las más aberrantes: en este aspecto estamos peor que Chile y Colombia. La Ciudad de México es casi siete veces más rica ahora que Chiapas. Si la tendencia persiste, en cincuenta años la capital mexicana podría ser 14 veces más rica que aquel estado del sur. Tanta desigualdad pone en riesgo la unión del país, que podría dividirse a causa de ella.
He empezado a presentar mi libro Desigualdades: Por qué nos beneficia un país más igualitario (editado por Grano de Sal y el CEEY) en diferentes lugares y uno de los aspectos que más ha llamado la atención de los lectores es la gran desigualdad regional que hay en México. Debo decir que para mí también es uno de los rasgos más aberrantes de todas las desigualdades que padecemos. Aunque muchas personas saben que el sur del país tiene ingresos menores que el norte —y pueden nombrar a Chiapas como uno de los estados más afectados por ello—, al conocer la magnitud de estas diferencias y, sobre todo, al enterarse de cuánto tiempo se han mantenido, la información les causa mucha sorpresa.
Tal vez debamos empezar por averiguar si lo que sucede en México se observa en otros países. La OCDE se ha esforzado en medir el bienestar económico en términos de ingreso, salud, empleo y otras condiciones para cada región dentro de los países miembros, con el objetivo de que el crecimiento económico sea incluyente y llegue a todas las regiones. Idealmente, cada Estado está presente en el territorio completo del país que gobierna, de modo que dónde nace una persona no debería importar: por derecho cada ciudadano debería tener acceso a un sistema de provisión de servicios públicos de la misma calidad (en educación, salud, transportación). Sin embargo, cada Estado-nación presenta diferencias enormes en esa provisión.
México sorprende por ser de los países con más desigualdad en términos regionales y porque su Estado es uno de los menos efectivos en proveer servicios públicos de la misma calidad a lo largo de su territorio. Sabemos, por ejemplo, que el norte y el sur de Italia son muy desiguales, así como el occidente y el oriente de Alemania, pero ambos se quedan cortos cuando se analizan las diferencias regionales en México. De acuerdo con la OCDE, las regiones más ricas en nuestro país tienen un ingreso 3.5 veces mayor que las más pobres; en Italia esa diferencia es de dos veces y en Alemania de 1.5. Aunque Colombia y Chile también son países muy desiguales, en términos de desigualdad regional no lo son tanto como México. Lo que sucede aquí es una aberración. Si calificamos al Estado mexicano, en comparación con otros, respecto a qué tanto brinda las mismas oportunidades, independientemente de dónde nacen sus ciudadanos, salimos en último lugar.
Lo peor de todo es que en lugar de cerrar esa brecha, la estamos ampliando. El Inegi publica el PIB por entidad federativa desde 1980. Usando sus datos y los de la Conapo, podemos obtener la población de cada entidad y calcular el PIB per cápita o el ingreso por habitante, una medida que aproxima el bienestar de las personas en cada estado. En 1980 Chiapas tenía un ingreso por habitante cercano a los 74 mil pesos, mientras que en la Ciudad de México era de 154 mil y en Nuevo León de 152 mil (ajustados por inflación para el año 2013). En otras palabras, la Ciudad de México y Nuevo León tenían el doble de ingreso por habitante que Chiapas. Para 2021, la Ciudad de México tiene un ingreso por habitante de 321 mil pesos, Nuevo León de 240 mil y Chiapas de 47 mil.* Es decir, Chiapas es más pobre hoy de lo que era en 1980, hace más de cuarenta años, y la Ciudad de México es ahora casi siete veces más rica que Chiapas y Nuevo León es cinco veces más rico que Chiapas.
Nota: Gráfica creada por el autor. El eje “y” mide qué tan rica o pobre es cada entidad con respecto a 1980. Si la línea crece por arriba de cien, el estado es más rico ahora y si la línea está debajo, es más pobre respecto a 1980.
Como muestra la gráfica 1, estos datos no se refieren a un año en particular. Las entidades del sur, como Chiapas, Guerrero y Oaxaca, se han mantenido en un estancamiento bastante prolongado. Este es un problema muy grave. Los estados donde se concentra la mayor incidencia de pobreza tienen un crecimiento económico nulo o negativo. Así no se puede reducir la pobreza ni la desigualdad.
Algunos pueden pensar que esto se debe al neoliberalismo reciente. Sin embargo, en trabajos que he realizado con Roberto Vélez (del CEEY), Cristóbal Domínguez (de la Comisión Nacional Bancaria y de Valores) y Graciela Márquez (del Inegi), hemos calculado una medida de bienestar para cada entidad federativa desde 1895, cuando se realizó el primer censo de población, basada en indicadores de salud, educación y urbanización. Usando esta medida de bienestar encontramos que el sur del país siempre ha estado más rezagado que el resto. Es decir, ni el Porfiriato ni la Revolución mexicana ni la industrialización ni el desarrollo estabilizador ni el populismo ni el neoliberalismo ni la Cuarta Transformación (hasta el momento y de acuerdo con la gráfica 1) han podido hacer que el sur de México se acerque al nivel del bienestar que tienen las entidades del norte.
El panorama futuro no es halagüeño. Si el ingreso por habitante en la Ciudad de México o en Nuevo León crece a una tasa del 1.5% anual durante un periodo de cincuenta años, y si Chiapas se mantiene igual que ahora (no es un supuesto muy radical, dado que los últimos cuarenta años han sido negativos), entonces la desigualdad crecería sustancialmente: la Ciudad de México sería alrededor de catorce veces más rica que Chiapas, y Nuevo León lo sería en casi once veces. La desigualdad crecería poco más del doble.
Cada día que pasa se vuelve más difícil actuar contra las desigualdades regionales. Una de las implicaciones de tener desigualdad excesiva es que se complica mucho ponerse de acuerdo sobre el tipo de inversiones requeridas. Se puede anticipar que las demandas por estas inversiones serán cada vez más distintas en Nuevo León, la Ciudad de México y Chiapas. Si las regiones no comparten necesidades ni aspiraciones, se pone en riesgo la estabilidad del país e, incluso, la unión territorial. Lo he escrito antes: si no avanzamos en resolver la desigualdad, México podría dividirse, podría no mantener el territorio que hoy tiene. Esa es solo una de las razones principales sobre por qué la desigualdad nos termina afectando a todos, y no solo a unos cuantos.
Se puede leer un adelanto del libro Desigualdades. Por qué nos beneficia un país más igualitario en este link.
{{ linea }}
Este texto fue posible gracias al apoyo de la Fundación Ford.
* El Inegi solo publica la serie del PIB por entidad federativa hasta 2020. Sin embargo, el indicador trimestral de la actividad económica estatal (ITAEE) está muy correlacionado con el PIB. Por tanto, para 2021 uso el crecimiento del ITAEE con respecto a 2020, y ese crecimiento se aplica al PIB por entidad para obtener un estimado del PIB en 2021.
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