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Es posible salvar al río Colorado y esto es lo que hay que hacer

Es posible salvar al río Colorado y esto es lo que hay que hacer

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Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
Fotografía de NASA Earth Observatory / REUTERS.
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08
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El río Colorado, uno de los más importantes de Estados Unidos, atraviesa una gravísima crisis. Sus niveles de agua están más bajos que nunca. ¿Qué se puede hacer al respecto? La respuesta es simple, pero difícil de tragar.

El rio Colorado es uno de los más importantes de Estados Unidos, para comprenderlo simplemente hay que recordar que con su fuerza labró el Gran Cañón. Su caudal nace en Wyoming con las nevadas en las Rocallosas y mucho más abajo el río y sus vertientes dividen al desierto, el de Sonora queda al este y de Mojave al oeste, cruzando los estados de Colorado, Utah, Arizona, Nevada, California y Nuevo México, y llevando agua a las ciudades de los Ángeles, San Diego, Phoenix y Tucson en Estados Unidos, y Mexicali y Tijuana en México. Por medio de sus presas este gigante da energía y agua a 40 millones de personas. Dos enormes hidroeléctricas, la presa Powell y el lago Meade, trataron de domar su flujo, además de otras 20 presas, la última está en México y se llama Morelos.

No es un misterio su agonizar. Al Colorado le pasó lo mismo que a otros ríos en el mundo, la demanda hídrica los agotó, al igual que al norte de nuestro país. La mezcla de años más calientes y secos con una explotación brutal de su acuífero hace una combinación fatídica: presas a su mínima capacidad y campos agrícolas agotados. Actualmente la asociación American Rivers considera al Colorado como el río más amenazado de su país. Consecuencia de esta sobreexplotación es que la presa Meade esté en nivel más bajo desde que empezó a operar en 1937, mientras que el gigantesco lago Powell está a 25% de su capacidad.

Su agotamiento comenzó mucho tiempo atrás. Por una parte, al construir las presas se cambió el curso del río y su zona de recarga, además a lo largo de su camino se riegan más de un millón de hectáreas de alfalfa, trigo, maíz y algodón; se alimentan casi un millón de vacas y otro millón de ovejas solo del lado de EUA y en México no hay datos claros al respecto (qué sorpresa). Todo eso es una carga tremenda para un afluente que pasa por varios estados desérticos como lo son Nevada, Arizona y Utah, por lo tanto, al igual que Monterrey, la presión de la agricultura, ganadería y zonas urbanas sobre el río era insostenible. A esto hay que agregar, como ya mencioné, que los recientes han sido los años más calientes y secos de la historia.

¿Qué se puede hacer al respecto? Esa es la pregunta más importante y la respuesta es simple, pero difícil de tragar. Al igual que en Cuatro Ciénegas, para que el río suba sus niveles hay que dejarlo correr sin tantos desvíos para el consumo humano y darle tiempo al humedal de recuperarse. Eso requiere decisiones políticamente difíciles que permitan unir al río con su estuario para que el Colorado vuelva a estar vivo del principio al final.

El delta que está en el ejido Francisco Murguía, entre Sonora y Baja California Norte, estuvo totalmente seco por décadas, hasta hace poco, cuando la presión de los ambientalistas de ambos lados de la frontera hizo un experimento en 2014 que consistió en soltar parte del agua de la presa Morelos y dejarla fluir. El experimento fue exitoso: renació el río... al menos por ocho semanas. Tres años más tarde, en 2017, de nuevo gracias a la presión ambientalista, se hizo un pacto entre ambas naciones conocido como “minuta 323”, que establece que cada gobierno debe ceder de un tercio del agua que necesita el delta en pulsos que imitan la estacionalidad natural, mientras que el último tercio era una negociación que correspondería hacer a las ONGs con los productores locales. Como parte de este acuerdo, en 2021 se liberaron 43,171,864,312.5 litros de agua rumbo al mar de Cortés, que aunque suena a una cifra estratosférica, equivale solo al 1% del agua que usa Los Ángeles. El que se haya logrado conectar al Colorado con el mar de Cortés es un evento histórico que habla de la importancia de la conservación en estos tiempos difíciles, pero también de que hay soluciones para revertir el daño que le hemos hecho a los ríos. Quienes lograron esta hazaña fueron el Sonoran Institute, con Pronatura Noreste y otras ONGs a través de la alianza Revive al río o Rise the River. El humedal está reviviendo después de cerca de 100 años de degradación ambiental por falta de agua y el ambientalista Eduardo Blancas ahora puede usar su kayak sobre lo que antes era arena seca.

Décadas atrás, en 1922, el ambientalista Aldo Leopold navegó ese mismo delta maravillado por su biodiversidad, belleza y el color esmeralda de sus aguas, abriéndose camino entre las montañas y las dunas. A pesar de que pasaron cerca de cien años de explotación a la zona, gracias al esfuerzo de estos ambientalistas del siglo XXI, que entre otras cosas implicó quitar todos los pinos salados (conocidos como Tamariz) y traer de vuelta vegetación natural, en 2021 regresaron las garzas que Leopold vio, así como castores y 150 especies de aves. Hay que subrayar que lo único que cambió radicalmente en ambos lados de la frontera para lograr todo esto fue la visión en torno al agua, para dejar de pensarla no solo como recurso sino como elemento esencial del ecosistema. El humedal es ahora un gran sumidero de carbono y si su ejemplo se amplifica, tendremos una oportunidad de futuro.

Sin embargo, estamos lejos de cantar victoria, porque el cambio climático y la presión sobre el resto del acuífero continúan. En realidad, esto ha sido solo un respiro de esperanza. URGE cambiar la forma en que se usa ese inmenso río. En  Facebook aún hay páginas de “servicio agrícola” como Distrito de Riego 014 Río Colorado Baja California AR21 donde la propia Secretaría de Agricultura sugiere una lámina de agua de 87 cm para la siembra maíz y de casi dos metros para espárrago, aun cuando la humedad del suelo es casi nula. Para ser testigo del absurdo, solo hace falta asomarse por Google Earth a la mitad sureña del río Colorado, un desierto brutal, y a ojo de pájaro contrastar lo verde contra el color arena del entorno. Lo que ese usuario propone no es hacer un vergel del desierto, sino matar ríos. Para que el delta del Colorado siga este experimento de esperanza, que implica el regreso de la naturaleza al humedal, estas dos naciones hermanas necesitan cambiar por completo su forma de operar, y cultivar solo aquello que un desierto puede producir, con el mínimo de agua, en todo caso riego por goteo tecnificado e invernaderos para proteger a los cultivos de la evaporación. Insisto, es un asunto de cambiar la forma en la que vemos al agua, que es de la vaquita marina y de las ballenas, es de las garzas y los castores, de los peces y los camarones. Sí, también el agua es para los humanos, pero la naturaleza va primero. Solo con esa visión podremos recuperar al río Colorado, ver renacer el paisaje que vio Leopold, y quien quita, hasta salvar a los humanos, porque una cosa es segura: el mundo se recuperará solo cuando dejemos de existir.

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El río Colorado, uno de los más importantes de Estados Unidos, atraviesa una gravísima crisis. Sus niveles de agua están más bajos que nunca. ¿Qué se puede hacer al respecto? La respuesta es simple, pero difícil de tragar.

El rio Colorado es uno de los más importantes de Estados Unidos, para comprenderlo simplemente hay que recordar que con su fuerza labró el Gran Cañón. Su caudal nace en Wyoming con las nevadas en las Rocallosas y mucho más abajo el río y sus vertientes dividen al desierto, el de Sonora queda al este y de Mojave al oeste, cruzando los estados de Colorado, Utah, Arizona, Nevada, California y Nuevo México, y llevando agua a las ciudades de los Ángeles, San Diego, Phoenix y Tucson en Estados Unidos, y Mexicali y Tijuana en México. Por medio de sus presas este gigante da energía y agua a 40 millones de personas. Dos enormes hidroeléctricas, la presa Powell y el lago Meade, trataron de domar su flujo, además de otras 20 presas, la última está en México y se llama Morelos.

No es un misterio su agonizar. Al Colorado le pasó lo mismo que a otros ríos en el mundo, la demanda hídrica los agotó, al igual que al norte de nuestro país. La mezcla de años más calientes y secos con una explotación brutal de su acuífero hace una combinación fatídica: presas a su mínima capacidad y campos agrícolas agotados. Actualmente la asociación American Rivers considera al Colorado como el río más amenazado de su país. Consecuencia de esta sobreexplotación es que la presa Meade esté en nivel más bajo desde que empezó a operar en 1937, mientras que el gigantesco lago Powell está a 25% de su capacidad.

Su agotamiento comenzó mucho tiempo atrás. Por una parte, al construir las presas se cambió el curso del río y su zona de recarga, además a lo largo de su camino se riegan más de un millón de hectáreas de alfalfa, trigo, maíz y algodón; se alimentan casi un millón de vacas y otro millón de ovejas solo del lado de EUA y en México no hay datos claros al respecto (qué sorpresa). Todo eso es una carga tremenda para un afluente que pasa por varios estados desérticos como lo son Nevada, Arizona y Utah, por lo tanto, al igual que Monterrey, la presión de la agricultura, ganadería y zonas urbanas sobre el río era insostenible. A esto hay que agregar, como ya mencioné, que los recientes han sido los años más calientes y secos de la historia.

¿Qué se puede hacer al respecto? Esa es la pregunta más importante y la respuesta es simple, pero difícil de tragar. Al igual que en Cuatro Ciénegas, para que el río suba sus niveles hay que dejarlo correr sin tantos desvíos para el consumo humano y darle tiempo al humedal de recuperarse. Eso requiere decisiones políticamente difíciles que permitan unir al río con su estuario para que el Colorado vuelva a estar vivo del principio al final.

El delta que está en el ejido Francisco Murguía, entre Sonora y Baja California Norte, estuvo totalmente seco por décadas, hasta hace poco, cuando la presión de los ambientalistas de ambos lados de la frontera hizo un experimento en 2014 que consistió en soltar parte del agua de la presa Morelos y dejarla fluir. El experimento fue exitoso: renació el río... al menos por ocho semanas. Tres años más tarde, en 2017, de nuevo gracias a la presión ambientalista, se hizo un pacto entre ambas naciones conocido como “minuta 323”, que establece que cada gobierno debe ceder de un tercio del agua que necesita el delta en pulsos que imitan la estacionalidad natural, mientras que el último tercio era una negociación que correspondería hacer a las ONGs con los productores locales. Como parte de este acuerdo, en 2021 se liberaron 43,171,864,312.5 litros de agua rumbo al mar de Cortés, que aunque suena a una cifra estratosférica, equivale solo al 1% del agua que usa Los Ángeles. El que se haya logrado conectar al Colorado con el mar de Cortés es un evento histórico que habla de la importancia de la conservación en estos tiempos difíciles, pero también de que hay soluciones para revertir el daño que le hemos hecho a los ríos. Quienes lograron esta hazaña fueron el Sonoran Institute, con Pronatura Noreste y otras ONGs a través de la alianza Revive al río o Rise the River. El humedal está reviviendo después de cerca de 100 años de degradación ambiental por falta de agua y el ambientalista Eduardo Blancas ahora puede usar su kayak sobre lo que antes era arena seca.

Décadas atrás, en 1922, el ambientalista Aldo Leopold navegó ese mismo delta maravillado por su biodiversidad, belleza y el color esmeralda de sus aguas, abriéndose camino entre las montañas y las dunas. A pesar de que pasaron cerca de cien años de explotación a la zona, gracias al esfuerzo de estos ambientalistas del siglo XXI, que entre otras cosas implicó quitar todos los pinos salados (conocidos como Tamariz) y traer de vuelta vegetación natural, en 2021 regresaron las garzas que Leopold vio, así como castores y 150 especies de aves. Hay que subrayar que lo único que cambió radicalmente en ambos lados de la frontera para lograr todo esto fue la visión en torno al agua, para dejar de pensarla no solo como recurso sino como elemento esencial del ecosistema. El humedal es ahora un gran sumidero de carbono y si su ejemplo se amplifica, tendremos una oportunidad de futuro.

Sin embargo, estamos lejos de cantar victoria, porque el cambio climático y la presión sobre el resto del acuífero continúan. En realidad, esto ha sido solo un respiro de esperanza. URGE cambiar la forma en que se usa ese inmenso río. En  Facebook aún hay páginas de “servicio agrícola” como Distrito de Riego 014 Río Colorado Baja California AR21 donde la propia Secretaría de Agricultura sugiere una lámina de agua de 87 cm para la siembra maíz y de casi dos metros para espárrago, aun cuando la humedad del suelo es casi nula. Para ser testigo del absurdo, solo hace falta asomarse por Google Earth a la mitad sureña del río Colorado, un desierto brutal, y a ojo de pájaro contrastar lo verde contra el color arena del entorno. Lo que ese usuario propone no es hacer un vergel del desierto, sino matar ríos. Para que el delta del Colorado siga este experimento de esperanza, que implica el regreso de la naturaleza al humedal, estas dos naciones hermanas necesitan cambiar por completo su forma de operar, y cultivar solo aquello que un desierto puede producir, con el mínimo de agua, en todo caso riego por goteo tecnificado e invernaderos para proteger a los cultivos de la evaporación. Insisto, es un asunto de cambiar la forma en la que vemos al agua, que es de la vaquita marina y de las ballenas, es de las garzas y los castores, de los peces y los camarones. Sí, también el agua es para los humanos, pero la naturaleza va primero. Solo con esa visión podremos recuperar al río Colorado, ver renacer el paisaje que vio Leopold, y quien quita, hasta salvar a los humanos, porque una cosa es segura: el mundo se recuperará solo cuando dejemos de existir.

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El río Colorado, uno de los más importantes de Estados Unidos, atraviesa una gravísima crisis. Sus niveles de agua están más bajos que nunca. ¿Qué se puede hacer al respecto? La respuesta es simple, pero difícil de tragar.

El rio Colorado es uno de los más importantes de Estados Unidos, para comprenderlo simplemente hay que recordar que con su fuerza labró el Gran Cañón. Su caudal nace en Wyoming con las nevadas en las Rocallosas y mucho más abajo el río y sus vertientes dividen al desierto, el de Sonora queda al este y de Mojave al oeste, cruzando los estados de Colorado, Utah, Arizona, Nevada, California y Nuevo México, y llevando agua a las ciudades de los Ángeles, San Diego, Phoenix y Tucson en Estados Unidos, y Mexicali y Tijuana en México. Por medio de sus presas este gigante da energía y agua a 40 millones de personas. Dos enormes hidroeléctricas, la presa Powell y el lago Meade, trataron de domar su flujo, además de otras 20 presas, la última está en México y se llama Morelos.

No es un misterio su agonizar. Al Colorado le pasó lo mismo que a otros ríos en el mundo, la demanda hídrica los agotó, al igual que al norte de nuestro país. La mezcla de años más calientes y secos con una explotación brutal de su acuífero hace una combinación fatídica: presas a su mínima capacidad y campos agrícolas agotados. Actualmente la asociación American Rivers considera al Colorado como el río más amenazado de su país. Consecuencia de esta sobreexplotación es que la presa Meade esté en nivel más bajo desde que empezó a operar en 1937, mientras que el gigantesco lago Powell está a 25% de su capacidad.

Su agotamiento comenzó mucho tiempo atrás. Por una parte, al construir las presas se cambió el curso del río y su zona de recarga, además a lo largo de su camino se riegan más de un millón de hectáreas de alfalfa, trigo, maíz y algodón; se alimentan casi un millón de vacas y otro millón de ovejas solo del lado de EUA y en México no hay datos claros al respecto (qué sorpresa). Todo eso es una carga tremenda para un afluente que pasa por varios estados desérticos como lo son Nevada, Arizona y Utah, por lo tanto, al igual que Monterrey, la presión de la agricultura, ganadería y zonas urbanas sobre el río era insostenible. A esto hay que agregar, como ya mencioné, que los recientes han sido los años más calientes y secos de la historia.

¿Qué se puede hacer al respecto? Esa es la pregunta más importante y la respuesta es simple, pero difícil de tragar. Al igual que en Cuatro Ciénegas, para que el río suba sus niveles hay que dejarlo correr sin tantos desvíos para el consumo humano y darle tiempo al humedal de recuperarse. Eso requiere decisiones políticamente difíciles que permitan unir al río con su estuario para que el Colorado vuelva a estar vivo del principio al final.

El delta que está en el ejido Francisco Murguía, entre Sonora y Baja California Norte, estuvo totalmente seco por décadas, hasta hace poco, cuando la presión de los ambientalistas de ambos lados de la frontera hizo un experimento en 2014 que consistió en soltar parte del agua de la presa Morelos y dejarla fluir. El experimento fue exitoso: renació el río... al menos por ocho semanas. Tres años más tarde, en 2017, de nuevo gracias a la presión ambientalista, se hizo un pacto entre ambas naciones conocido como “minuta 323”, que establece que cada gobierno debe ceder de un tercio del agua que necesita el delta en pulsos que imitan la estacionalidad natural, mientras que el último tercio era una negociación que correspondería hacer a las ONGs con los productores locales. Como parte de este acuerdo, en 2021 se liberaron 43,171,864,312.5 litros de agua rumbo al mar de Cortés, que aunque suena a una cifra estratosférica, equivale solo al 1% del agua que usa Los Ángeles. El que se haya logrado conectar al Colorado con el mar de Cortés es un evento histórico que habla de la importancia de la conservación en estos tiempos difíciles, pero también de que hay soluciones para revertir el daño que le hemos hecho a los ríos. Quienes lograron esta hazaña fueron el Sonoran Institute, con Pronatura Noreste y otras ONGs a través de la alianza Revive al río o Rise the River. El humedal está reviviendo después de cerca de 100 años de degradación ambiental por falta de agua y el ambientalista Eduardo Blancas ahora puede usar su kayak sobre lo que antes era arena seca.

Décadas atrás, en 1922, el ambientalista Aldo Leopold navegó ese mismo delta maravillado por su biodiversidad, belleza y el color esmeralda de sus aguas, abriéndose camino entre las montañas y las dunas. A pesar de que pasaron cerca de cien años de explotación a la zona, gracias al esfuerzo de estos ambientalistas del siglo XXI, que entre otras cosas implicó quitar todos los pinos salados (conocidos como Tamariz) y traer de vuelta vegetación natural, en 2021 regresaron las garzas que Leopold vio, así como castores y 150 especies de aves. Hay que subrayar que lo único que cambió radicalmente en ambos lados de la frontera para lograr todo esto fue la visión en torno al agua, para dejar de pensarla no solo como recurso sino como elemento esencial del ecosistema. El humedal es ahora un gran sumidero de carbono y si su ejemplo se amplifica, tendremos una oportunidad de futuro.

Sin embargo, estamos lejos de cantar victoria, porque el cambio climático y la presión sobre el resto del acuífero continúan. En realidad, esto ha sido solo un respiro de esperanza. URGE cambiar la forma en que se usa ese inmenso río. En  Facebook aún hay páginas de “servicio agrícola” como Distrito de Riego 014 Río Colorado Baja California AR21 donde la propia Secretaría de Agricultura sugiere una lámina de agua de 87 cm para la siembra maíz y de casi dos metros para espárrago, aun cuando la humedad del suelo es casi nula. Para ser testigo del absurdo, solo hace falta asomarse por Google Earth a la mitad sureña del río Colorado, un desierto brutal, y a ojo de pájaro contrastar lo verde contra el color arena del entorno. Lo que ese usuario propone no es hacer un vergel del desierto, sino matar ríos. Para que el delta del Colorado siga este experimento de esperanza, que implica el regreso de la naturaleza al humedal, estas dos naciones hermanas necesitan cambiar por completo su forma de operar, y cultivar solo aquello que un desierto puede producir, con el mínimo de agua, en todo caso riego por goteo tecnificado e invernaderos para proteger a los cultivos de la evaporación. Insisto, es un asunto de cambiar la forma en la que vemos al agua, que es de la vaquita marina y de las ballenas, es de las garzas y los castores, de los peces y los camarones. Sí, también el agua es para los humanos, pero la naturaleza va primero. Solo con esa visión podremos recuperar al río Colorado, ver renacer el paisaje que vio Leopold, y quien quita, hasta salvar a los humanos, porque una cosa es segura: el mundo se recuperará solo cuando dejemos de existir.

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El río Colorado, uno de los más importantes de Estados Unidos, atraviesa una gravísima crisis. Sus niveles de agua están más bajos que nunca. ¿Qué se puede hacer al respecto? La respuesta es simple, pero difícil de tragar.

El rio Colorado es uno de los más importantes de Estados Unidos, para comprenderlo simplemente hay que recordar que con su fuerza labró el Gran Cañón. Su caudal nace en Wyoming con las nevadas en las Rocallosas y mucho más abajo el río y sus vertientes dividen al desierto, el de Sonora queda al este y de Mojave al oeste, cruzando los estados de Colorado, Utah, Arizona, Nevada, California y Nuevo México, y llevando agua a las ciudades de los Ángeles, San Diego, Phoenix y Tucson en Estados Unidos, y Mexicali y Tijuana en México. Por medio de sus presas este gigante da energía y agua a 40 millones de personas. Dos enormes hidroeléctricas, la presa Powell y el lago Meade, trataron de domar su flujo, además de otras 20 presas, la última está en México y se llama Morelos.

No es un misterio su agonizar. Al Colorado le pasó lo mismo que a otros ríos en el mundo, la demanda hídrica los agotó, al igual que al norte de nuestro país. La mezcla de años más calientes y secos con una explotación brutal de su acuífero hace una combinación fatídica: presas a su mínima capacidad y campos agrícolas agotados. Actualmente la asociación American Rivers considera al Colorado como el río más amenazado de su país. Consecuencia de esta sobreexplotación es que la presa Meade esté en nivel más bajo desde que empezó a operar en 1937, mientras que el gigantesco lago Powell está a 25% de su capacidad.

Su agotamiento comenzó mucho tiempo atrás. Por una parte, al construir las presas se cambió el curso del río y su zona de recarga, además a lo largo de su camino se riegan más de un millón de hectáreas de alfalfa, trigo, maíz y algodón; se alimentan casi un millón de vacas y otro millón de ovejas solo del lado de EUA y en México no hay datos claros al respecto (qué sorpresa). Todo eso es una carga tremenda para un afluente que pasa por varios estados desérticos como lo son Nevada, Arizona y Utah, por lo tanto, al igual que Monterrey, la presión de la agricultura, ganadería y zonas urbanas sobre el río era insostenible. A esto hay que agregar, como ya mencioné, que los recientes han sido los años más calientes y secos de la historia.

¿Qué se puede hacer al respecto? Esa es la pregunta más importante y la respuesta es simple, pero difícil de tragar. Al igual que en Cuatro Ciénegas, para que el río suba sus niveles hay que dejarlo correr sin tantos desvíos para el consumo humano y darle tiempo al humedal de recuperarse. Eso requiere decisiones políticamente difíciles que permitan unir al río con su estuario para que el Colorado vuelva a estar vivo del principio al final.

El delta que está en el ejido Francisco Murguía, entre Sonora y Baja California Norte, estuvo totalmente seco por décadas, hasta hace poco, cuando la presión de los ambientalistas de ambos lados de la frontera hizo un experimento en 2014 que consistió en soltar parte del agua de la presa Morelos y dejarla fluir. El experimento fue exitoso: renació el río... al menos por ocho semanas. Tres años más tarde, en 2017, de nuevo gracias a la presión ambientalista, se hizo un pacto entre ambas naciones conocido como “minuta 323”, que establece que cada gobierno debe ceder de un tercio del agua que necesita el delta en pulsos que imitan la estacionalidad natural, mientras que el último tercio era una negociación que correspondería hacer a las ONGs con los productores locales. Como parte de este acuerdo, en 2021 se liberaron 43,171,864,312.5 litros de agua rumbo al mar de Cortés, que aunque suena a una cifra estratosférica, equivale solo al 1% del agua que usa Los Ángeles. El que se haya logrado conectar al Colorado con el mar de Cortés es un evento histórico que habla de la importancia de la conservación en estos tiempos difíciles, pero también de que hay soluciones para revertir el daño que le hemos hecho a los ríos. Quienes lograron esta hazaña fueron el Sonoran Institute, con Pronatura Noreste y otras ONGs a través de la alianza Revive al río o Rise the River. El humedal está reviviendo después de cerca de 100 años de degradación ambiental por falta de agua y el ambientalista Eduardo Blancas ahora puede usar su kayak sobre lo que antes era arena seca.

Décadas atrás, en 1922, el ambientalista Aldo Leopold navegó ese mismo delta maravillado por su biodiversidad, belleza y el color esmeralda de sus aguas, abriéndose camino entre las montañas y las dunas. A pesar de que pasaron cerca de cien años de explotación a la zona, gracias al esfuerzo de estos ambientalistas del siglo XXI, que entre otras cosas implicó quitar todos los pinos salados (conocidos como Tamariz) y traer de vuelta vegetación natural, en 2021 regresaron las garzas que Leopold vio, así como castores y 150 especies de aves. Hay que subrayar que lo único que cambió radicalmente en ambos lados de la frontera para lograr todo esto fue la visión en torno al agua, para dejar de pensarla no solo como recurso sino como elemento esencial del ecosistema. El humedal es ahora un gran sumidero de carbono y si su ejemplo se amplifica, tendremos una oportunidad de futuro.

Sin embargo, estamos lejos de cantar victoria, porque el cambio climático y la presión sobre el resto del acuífero continúan. En realidad, esto ha sido solo un respiro de esperanza. URGE cambiar la forma en que se usa ese inmenso río. En  Facebook aún hay páginas de “servicio agrícola” como Distrito de Riego 014 Río Colorado Baja California AR21 donde la propia Secretaría de Agricultura sugiere una lámina de agua de 87 cm para la siembra maíz y de casi dos metros para espárrago, aun cuando la humedad del suelo es casi nula. Para ser testigo del absurdo, solo hace falta asomarse por Google Earth a la mitad sureña del río Colorado, un desierto brutal, y a ojo de pájaro contrastar lo verde contra el color arena del entorno. Lo que ese usuario propone no es hacer un vergel del desierto, sino matar ríos. Para que el delta del Colorado siga este experimento de esperanza, que implica el regreso de la naturaleza al humedal, estas dos naciones hermanas necesitan cambiar por completo su forma de operar, y cultivar solo aquello que un desierto puede producir, con el mínimo de agua, en todo caso riego por goteo tecnificado e invernaderos para proteger a los cultivos de la evaporación. Insisto, es un asunto de cambiar la forma en la que vemos al agua, que es de la vaquita marina y de las ballenas, es de las garzas y los castores, de los peces y los camarones. Sí, también el agua es para los humanos, pero la naturaleza va primero. Solo con esa visión podremos recuperar al río Colorado, ver renacer el paisaje que vio Leopold, y quien quita, hasta salvar a los humanos, porque una cosa es segura: el mundo se recuperará solo cuando dejemos de existir.

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El rio Colorado es uno de los más importantes de Estados Unidos, para comprenderlo simplemente hay que recordar que con su fuerza labró el Gran Cañón. Su caudal nace en Wyoming con las nevadas en las Rocallosas y mucho más abajo el río y sus vertientes dividen al desierto, el de Sonora queda al este y de Mojave al oeste, cruzando los estados de Colorado, Utah, Arizona, Nevada, California y Nuevo México, y llevando agua a las ciudades de los Ángeles, San Diego, Phoenix y Tucson en Estados Unidos, y Mexicali y Tijuana en México. Por medio de sus presas este gigante da energía y agua a 40 millones de personas. Dos enormes hidroeléctricas, la presa Powell y el lago Meade, trataron de domar su flujo, además de otras 20 presas, la última está en México y se llama Morelos.

No es un misterio su agonizar. Al Colorado le pasó lo mismo que a otros ríos en el mundo, la demanda hídrica los agotó, al igual que al norte de nuestro país. La mezcla de años más calientes y secos con una explotación brutal de su acuífero hace una combinación fatídica: presas a su mínima capacidad y campos agrícolas agotados. Actualmente la asociación American Rivers considera al Colorado como el río más amenazado de su país. Consecuencia de esta sobreexplotación es que la presa Meade esté en nivel más bajo desde que empezó a operar en 1937, mientras que el gigantesco lago Powell está a 25% de su capacidad.

Su agotamiento comenzó mucho tiempo atrás. Por una parte, al construir las presas se cambió el curso del río y su zona de recarga, además a lo largo de su camino se riegan más de un millón de hectáreas de alfalfa, trigo, maíz y algodón; se alimentan casi un millón de vacas y otro millón de ovejas solo del lado de EUA y en México no hay datos claros al respecto (qué sorpresa). Todo eso es una carga tremenda para un afluente que pasa por varios estados desérticos como lo son Nevada, Arizona y Utah, por lo tanto, al igual que Monterrey, la presión de la agricultura, ganadería y zonas urbanas sobre el río era insostenible. A esto hay que agregar, como ya mencioné, que los recientes han sido los años más calientes y secos de la historia.

¿Qué se puede hacer al respecto? Esa es la pregunta más importante y la respuesta es simple, pero difícil de tragar. Al igual que en Cuatro Ciénegas, para que el río suba sus niveles hay que dejarlo correr sin tantos desvíos para el consumo humano y darle tiempo al humedal de recuperarse. Eso requiere decisiones políticamente difíciles que permitan unir al río con su estuario para que el Colorado vuelva a estar vivo del principio al final.

El delta que está en el ejido Francisco Murguía, entre Sonora y Baja California Norte, estuvo totalmente seco por décadas, hasta hace poco, cuando la presión de los ambientalistas de ambos lados de la frontera hizo un experimento en 2014 que consistió en soltar parte del agua de la presa Morelos y dejarla fluir. El experimento fue exitoso: renació el río... al menos por ocho semanas. Tres años más tarde, en 2017, de nuevo gracias a la presión ambientalista, se hizo un pacto entre ambas naciones conocido como “minuta 323”, que establece que cada gobierno debe ceder de un tercio del agua que necesita el delta en pulsos que imitan la estacionalidad natural, mientras que el último tercio era una negociación que correspondería hacer a las ONGs con los productores locales. Como parte de este acuerdo, en 2021 se liberaron 43,171,864,312.5 litros de agua rumbo al mar de Cortés, que aunque suena a una cifra estratosférica, equivale solo al 1% del agua que usa Los Ángeles. El que se haya logrado conectar al Colorado con el mar de Cortés es un evento histórico que habla de la importancia de la conservación en estos tiempos difíciles, pero también de que hay soluciones para revertir el daño que le hemos hecho a los ríos. Quienes lograron esta hazaña fueron el Sonoran Institute, con Pronatura Noreste y otras ONGs a través de la alianza Revive al río o Rise the River. El humedal está reviviendo después de cerca de 100 años de degradación ambiental por falta de agua y el ambientalista Eduardo Blancas ahora puede usar su kayak sobre lo que antes era arena seca.

Décadas atrás, en 1922, el ambientalista Aldo Leopold navegó ese mismo delta maravillado por su biodiversidad, belleza y el color esmeralda de sus aguas, abriéndose camino entre las montañas y las dunas. A pesar de que pasaron cerca de cien años de explotación a la zona, gracias al esfuerzo de estos ambientalistas del siglo XXI, que entre otras cosas implicó quitar todos los pinos salados (conocidos como Tamariz) y traer de vuelta vegetación natural, en 2021 regresaron las garzas que Leopold vio, así como castores y 150 especies de aves. Hay que subrayar que lo único que cambió radicalmente en ambos lados de la frontera para lograr todo esto fue la visión en torno al agua, para dejar de pensarla no solo como recurso sino como elemento esencial del ecosistema. El humedal es ahora un gran sumidero de carbono y si su ejemplo se amplifica, tendremos una oportunidad de futuro.

Sin embargo, estamos lejos de cantar victoria, porque el cambio climático y la presión sobre el resto del acuífero continúan. En realidad, esto ha sido solo un respiro de esperanza. URGE cambiar la forma en que se usa ese inmenso río. En  Facebook aún hay páginas de “servicio agrícola” como Distrito de Riego 014 Río Colorado Baja California AR21 donde la propia Secretaría de Agricultura sugiere una lámina de agua de 87 cm para la siembra maíz y de casi dos metros para espárrago, aun cuando la humedad del suelo es casi nula. Para ser testigo del absurdo, solo hace falta asomarse por Google Earth a la mitad sureña del río Colorado, un desierto brutal, y a ojo de pájaro contrastar lo verde contra el color arena del entorno. Lo que ese usuario propone no es hacer un vergel del desierto, sino matar ríos. Para que el delta del Colorado siga este experimento de esperanza, que implica el regreso de la naturaleza al humedal, estas dos naciones hermanas necesitan cambiar por completo su forma de operar, y cultivar solo aquello que un desierto puede producir, con el mínimo de agua, en todo caso riego por goteo tecnificado e invernaderos para proteger a los cultivos de la evaporación. Insisto, es un asunto de cambiar la forma en la que vemos al agua, que es de la vaquita marina y de las ballenas, es de las garzas y los castores, de los peces y los camarones. Sí, también el agua es para los humanos, pero la naturaleza va primero. Solo con esa visión podremos recuperar al río Colorado, ver renacer el paisaje que vio Leopold, y quien quita, hasta salvar a los humanos, porque una cosa es segura: el mundo se recuperará solo cuando dejemos de existir.

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