A 500 años de la caída de la gran Tenochtitlán, yo veo la luz en quienes resistieron. Dirijo mi esperanza a quienes transformaron con poesía y resistencia la sumisión y el miedo.
La Jornada del 10 de agosto nos dice: “Durante la conmemoración del Día Internacional de los Pueblos Indígenas, que se celebró ayer, la presidenta de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, Rosario Piedra, aseveró que la pandemia ha tenido un impacto mayor entre las comunidades indígenas al incrementar su vulnerabilidad”.
A su vez, cita el pronunciamiento del relator especial de Naciones Unidas sobre los derechos de los pueblos indígenas, José Francisco Cali, quien dijo que las políticas de recuperación económica, “han priorizado y apoyado la expansión de las actividades empresariales a expensas de los pueblos indígenas, sus tierras y el medio ambiente”.
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Mientras tanto, en el Zócalo capitalino se prendían luces y se montaba una espantosa maqueta de tabla roca inspirada en el Templo Mayor, para festejar los 500 años de la caída de Tenochtitlán, es decir, los cinco siglos que han pasado desde que fuimos conquistados. El gobierno mexicano aún se congratulaba de lo bonito que les había quedado el capricho, cuando, muy puntuales, el 13 de agosto, los zapatistas que cruzaron el Atlántico, con su visión de herederos de los pueblos originarios, alzaban la voz en Madrid en busca de hermanos, donde antes había conquistadores. A diferencia del gobierno mexicano, no fueron a exigir una disculpa francamente extemporánea, sino a construir puentes para un nuevo futuro, puentes y memorias que no tienen nada que ver con el espectáculo de luces de colores en el centro de nuestro país, diseñado para distraer y no para proponer un mejor horizonte.
En su declaratoria, el EZLN dio las gracias a los pueblos que los acogieron en Europa, mientras que su país, que los considera “extemporáneos”, les negó en su primer intento el pasaporte (que vergüenza me da en ciertos momentos ser mexicana) para cruzar el océano en sentido contrario a los galeones españoles cargados de armas y soldados. El escuadrón 421 llevó 501 delegados de muchos de los pueblos originarios de México, que hoy están dialogando por un mejor entendimiento. Junto con ellos, pero por aire, llegó el Concejo Indígena de Gobierno y el Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra y el Agua. Ahí esta el mero meollo del asunto, en la defensa de lo más importante, lo que nos sustenta a todos, la tierra y el agua.
Son ellos quienes resisten y se rebelan ante el despojo del agua y la tierra en geografías propias y ajenas. Además, explican esta construcción de futuro de una forma poética: “El mañana no se gesta en la luz. Se cultiva, se cuida y se nace en las sombras inadvertidas de la madrugada, cuando la noche empieza apenas a ceder terreno”.
El Escuadrón 421 ha dicho, “venimos a escucharlos”, olvidemos las rabias y los rencores del pasado y avancemos en unidad para luchar por la vida. Para ellos, como dijeron en la Plaza de Colón, “vivir es arte, es ciencia, es alegría, es baile y es lucha”, es lucha por la vida y la naturaleza, por los ríos y los cerros, mismos que no tienen fronteras, no reconocen lenguas, colores, razas, ideologías, religiones, sexos, edades, tamaños, banderas. Por eso, la suya es una travesía por la vida.
Mientras tanto, en la tierra llamada México, AMLO se disculpa con las empresas mineras si alguien osa molestarlas y ellas, empoderadas, asechan a los pueblos originarios para que le dejen el camino libre al despojo. En ese contexto, los Yaquis libran en enorme desventaja una lucha por mantener limpia su tierra y su agua, mientras el gobierno insiste en apoyar el proyecto del acueducto Independencia y el uso del agua para el gasoducto Sonora; al mismo tiempo que desaparecen 10 miembros de la comunidad Bacum.
El 15 de agosto de 2021, AMLO visito Lerdo, Durango y dirigió su furia, no sólo a los jueces que evitan con un amparo que se haga lo que él quiere, una planta potabilizadora, sino a los ambientalistas que osan defender el área protegida de Cañón de Fernández. Nuestro presidente no parece entender que la defensa del agua y del territorio deben de ser tarea de todos, ya que, si el rio Nazas deja de alimentar al cañón, no sólo se pierde la biodiversidad que hay en torno a él, sino también la capacidad de recarga de agua en la zona, haciendo que, tanto su proyecto de acueducto, como la planta potabilizadora, sean de muy corto aliento. Contrastando con este abuso de poder gubernamental, Marichuy, del Congreso Nacional Indígena, nos recuerda que la comunidad otomí se cansó de que la empresa francesa Bonafont acabe con sus acuíferos, por lo que tomaron las instalaciones de la planta para convertirla en un centro comunitario para la reconstrucción integral de los pueblos originarios. A partir de ahora, será la casa de todos, para que no se nos olvide que personas como Samir Flores Soberanes, asesinado en febrero de 2019, son quienes defienden lo más sagrado, la tierra y el agua.
A 500 años de la caída de la gran Tenochtitlán, yo veo la luz en quienes resistieron. Dirijo mi esperanza a quienes transformaron con poesía y resistencia la sumisión y el miedo.
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