Veinte compañías petroleras han contribuido con un 35% de las emisiones de dióxido de carbono y metano que están relacionadas con la producción de energía, desde 1965, de acuerdo con el Climate Accountability Institute, un centro de investigación sobre el cambio climático y los efectos que este tipo de empresas tienen en él. Las petroleras argumentan comúnmente que no pueden ser responsables de cómo se utilizan sus productos, pero desde hace varios años hay más presión y algunas tendencias apuntan hacia una transición energética para reducir las emisiones netas de gases de efecto invernadero, que son la causa principal del calentamiento global.
En segundo lugar, un pequeño fondo activista de inversiones llamado Energy No. 1, que posee apenas el 0.02% de Exxon Mobil, logró obtener por lo menos dos lugares (podrían ser tres, pero el conteo de votos continúa durante la redacción de estas líneas) en la junta directiva de esa empresa, compuesta por doce miembros. Los espacios que ocuparán Gregory Goff y Kaisa Hietala procurarán cambiar la dirección de la compañía en lo que toca a sus esfuerzos por mitigar el cambio climático.
Es notable que la estrategia de Energy No. 1 fue acompañada principalmente por grandes inversionistas, entre los que se cuentan BlackRock, Vanguard y State Street, tres fondos de inversión que poseen alrededor del 20% de la empresa, mientras que los accionistas individuales apoyaron a las personas nominadas por Exxon Mobil. Al parecer, esta es una prueba más de que los grandes capitales están buscando alejar sus ganancias del petróleo.
Si los dos primeros casos dan muestra de que hay ciertas tendencias en los mercados de capital para mitigar el calentamiento global y sus efectos, el tercer caso es más bien un reflejo de ciertas acciones posibles de los Estados, bajo la presión de organizaciones no gubernamentales, para conseguir este objetivo. Una corte holandesa ordenó a la empresa Shell que reduzca en 45% sus emisiones de efecto invernadero para 2030, respecto del nivel que tenía en 2019. La compañía apelará en todas las instancias que le sea posible, pero si la decisión judicial prevalece, Shell tendría que deshacerse de 740 millones de toneladas de dióxido de carbono al año, un nivel muy cercano al que generó Alemania, por sí misma, en 2020.
Entre las opciones que tienen las compañías petroleras para reducir sus emisiones netas se encuentran, principalmente: transitar del petróleo hacia el gas natural, porque éste tiene menos potencial para el calentamiento global; poner en funcionamiento tecnologías de captura y almacenamiento de carbono que funcionan como unas aspiradoras gigantes, atrapan el dióxido de carbono que se emite, por ejemplo, en plantas de generación eléctrica y luego se rellenan depósitos con él, o bien, reforestar, que en parte hace lo mismo pero de forma natural y más despacio; y, por último, invertir más en energías renovables.
Otra opción muy distinta a las anteriores, y que las empresas estarán utilizando, es simplemente vender activos con emisiones elevadas de gases de efecto invernadero. Esta, desde luego, no es una estrategia que ayude a los esfuerzos de mitigación porque las emisiones continuarán, pero serán responsables de ellas otras empresas o agentes económicos. Es el caso de Shell, que tan solo en mayo de 2021 llegó a acuerdos para vender tres refinerías, una a HollyFrontier, otra al grupo Vertex y, finalmente, la mitad de otra refinería se la vendió a Petróleos Mexicanos (Pemex).
Hay que decir esto sobre Pemex: en Latinoamérica no hay una sola empresa que contamine más que ella; contribuyó con 1.67% de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero en 2019. La gráfica 1 muestra las emisiones directas, de acuerdo con el anuario estadístico de Pemex de 2019 y la forma 20-F de 2020, con la que la empresa da cuenta de sus resultados a la Comisión de Bolsa y Valores de Estados Unidos.
A pesar de que el presidente López Obrador ratificó los acuerdos de París en diciembre de 2018, la petrolera que dirige Octavio Romero Oropeza ha incrementado sus emisiones de CO2 casi en un 50% en los últimos dos años, sin aumentar su producción en una magnitud cercana, además de continuar operando en números rojos.
Ahora, ¿cómo va la empresa respecto a sus metas de emisiones? Según el acta del consejo de administración del 27 de abril pasado, no muy bien. Pemex estuvo, durante 2020, un 35.4% arriba de la meta en exploración y producción, un 36% arriba en refinación y un 15.1% más de lo planeado en las centrales de procesamiento de gas. Pemex contamina más y su situación operativa y financiera siguen siendo muy precarias. Mala combinación.
El petróleo no es el mejor negocio del mundo, pese lo que dijo el presidente López Obrador. Las presiones en los mercados, las nuevas regulaciones establecidas por los Estados o en el ámbito internacional y la transición energética que está en marcha restringen los márgenes posibles para la ganancia, en particular, los de la refinación. La pretensión del gobierno federal de apalancar el desarrollo nacional en el petróleo es una pésima idea porque éste y las tecnologías asociadas con él –por ejemplo, en el transporte– están siendo reemplazadas. México debería participar en los beneficios que traerá el cambio de paradigma tecnológico, en lugar de poner en riesgo las finanzas públicas para servir a Pemex, una empresa que ocupa un lugar central en las disputas por el poder.
Sobre todo, seguir con el petróleo es una pésima idea porque el calentamiento global es un cambio que ocurre demasiado rápido y tiene una inercia difícil de vencer, de modo que mantener y aumentar la apuesta fósil tal vez impida que alcancemos a evitar catástrofes de magnitud planetaria y que afectarán más a quienes menos tienen. Sin embargo, el presidente de México no reconoce el momento histórico que atraviesa la humanidad, un momento para las acciones radicales en la arena política y económica, a nivel individual y colectivo. El tiempo para los discursos de la pureza ideológica, la predicación de la nostalgia y el gobierno del clientelismo debería estar dando paso al de políticas creativas que sean incluyentes y sustentables; para nuestra mala fortuna, especialmente, la de las personas más jóvenes y las generaciones que todavía no llegan, los gobiernos populistas y su idea de hacer historia les impide reconocer cuando la historia acontece frente a ellos, como dijo Humberto Beck hace unos días.
Si la pandemia de covid-19 dejó al descubierto la fragilidad de nuestros sistemas de protección ante amenazas letales masivas, la emergencia climática podría ser la última prueba que tengamos como especie. Lamentablemente, el desdén ante la evidencia y la desmesura con que se conduce la política energética mexicana contribuyen a crear panoramas de un mundo en deterioro que vemos cada vez más (como las captadas por el fotógrafo Carlos Cazalis) y que, en efecto, mañana sea nunca.
Mi agradecimiento a la Universidad de Yale y su Fox International Fellowship por contribuir a la realización de este trabajo.