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Fotografía de Quetzalli NicteHa/REUTERS. Imágenes del expresidente mexicano Lázaro Cárdenas se muestran en la plaza del Zócalo durante un evento para conmemorar el 85 aniversario de la expropiación de empresas petroleras extranjeras, en la Ciudad de México, el 18 de marzo de 2023.
Durante la concentración en el Zócalo para celebrar la expropiación petrolera, que organizó el presidente López Obrador, se volvieron a escuchar las mismas ilusiones sobre Pemex. Sin embargo, aunque la empresa ha recibido casi 900 mil millones de pesos en este sexenio y pese a que se han moderado sus objetivos, Pemex no logra cumplirlos ni traer el bienestar prometido para el país. Los datos desmienten el discurso.
Los discursos que se escucharon en la plancha del Zócalo de la Ciudad de México el sábado 18 de marzo son una muestra de la profunda, compleja y hasta tormentosa relación que tenemos los mexicanos con el petróleo. Desafortunadamente, más allá de acompañar al tequila y a la virgen de Guadalupe en el imaginario social mexicano, el oro negro de Pemex poco hace para lograr el bienestar de la población.
Entre lo que se dijo durante la conmemoración de los 85 años de la expropiación petrolera, lo primero que se advierte es que, a pesar de reducir las metas e incrementar los recursos disponibles, el desempeño del sector sigue siendo insuficiente para alcanzarlas.
Durante la campaña y al inicio de su administración, el presidente López Obrador hablaba de que se producirían entre 2.4 y 2.6 millones de barriles de petróleo diarios en el 2024. El 18 de marzo de 2021, el director general de Pemex, Octavio Romero Oropeza dijo que esperaba “cerrar el 2021 con 2 millones de barriles diarios”, algo que volvió a decir el sábado pasado, pero tampoco es probable que suceda, porque el líder de la petrolera estatal utiliza los datos de una manera conveniente: menciona que Pemex ya está produciendo un poco más de 1.9 millones de barriles diarios, pero en esa cifra está incluyendo los condensados, que también son hidrocarburos, sumamente ligeros, como el pentano o el butano, pero estos deben contabilizarse por separado debido a sus requerimientos de manejo y procesamiento, ya que son más inestables, usualmente presentan impurezas y pueden ser corrosivos para la infraestructura de transporte. Por lo tanto, en realidad, usando los datos de Pemex, la producción de crudo está por debajo de los 1.7 millones de barriles, es decir, en el mismo nivel en que se encontraba en 2019.
Sin embargo, en aquel evento del sábado se repitió la meta: que México sea autosuficiente en términos de producción de combustibles, pero los discursos dejaron de lado que no todo el petróleo es igual de ligero ni tiene el mismo contenido de azufre, por lo que no todo el crudo mexicano se procesa en el sistema nacional de refinación ni produce los mismos resultados. Un barril de petróleo pesado y con alto contenido de azufre es más complicado de procesar y, en el caso de las refinerías mexicanas, implica una mayor producción residual de combustóleo, un combustible costoso, de bajo valor en los mercados internacionales y muy contaminante, todo lo anterior hace más costosa y poco asequible la autosuficiencia. De hecho, en los últimos años, esto provocó que la producción de combustóleo creciera junto con la de gasolina: la de combustóleo representa casi la tercera parte de la producción de petrolíferos de Pemex. Con la distribución que se muestra enseguida, es decir, con una producción del sistema nacional de refinación ligeramente por encima de los 250 mil barriles diarios de gasolinas, incluso en un escenario en el que la refinería de Dos Bocas iniciara producción plena este año, no se podría satisfacer la demanda interna de combustibles, que es superior a los 800 mil barriles diarios.
Además de las cuestiones técnicas y operativas, se debe señalar la situación financiera en la que opera Pemex. Un buen resumen es que en 2022, un año con precios del petróleo bastante elevados (con un promedio cercano a los 90 dólares por barril para la mezcla mexicana de exportación) y en el que las empresas petroleras tuvieron resultados récord, Pemex apenas reportó una utilidad neta (la primera en diez años) de 23 mil millones de pesos. ¿Por qué fue así? Porque mientras Pemex Exploración y Producción (PEP) tuvo una utilidad neta de casi 190 mil millones de pesos, su sector de refinación (Pemex TRI) reportó pérdidas por 177 mil millones de pesos, a pesar de que no pagó impuestos ni derechos.
Los resultados financieros de Pemex no ocurren en el vacío. En lo que va de esta administración, la empresa ha recibido cerca de 900 mil millones de pesos en aportaciones de capital, estímulos fiscales y otros apoyos del gobierno federal, un monto que representa 8.3 veces el presupuesto de Conacyt y casi doce veces el presupuesto del INE, de acuerdo con cálculos realizados por el IMCO. Y eso sin considerar que en ese mismo periodo el derecho de utilidad compartida, que es el principal componente de las obligaciones tributarias de Pemex, se redujo del 65% al 40%.
En el contexto de estos cuantiosos apoyos, tenemos a una empresa petrolera que presenta prácticamente el mismo nivel de deuda que en 2018, pues en diciembre de 2022 se hallaba ligeramente por encima de los dos billones de pesos. Del total, Pemex tiene la obligación de pagar alrededor de la cuarta parte en menos de un año y cerca de la mitad en un plazo de cuatro años. En una época con altas tasas de interés, refinanciar esa deuda será más costoso, como quedó claro al cierre de enero pasado, cuando la empresa colocó 2 mil millones de dólares de deuda a una tasa superior al 10% anual.
Pemex tiene por mandato generar valor para los mexicanos, pero en los últimos años los discursos y los recursos se han enfocado en producir más. En el caso del petróleo crudo esa producción prometida simplemente no ha ocurrido y en lo que toca a los combustibles sucede, pero con más pérdidas. Presentar esto como un rescate de Pemex y de la soberanía nacional no tiene ningún sustento, pero el discurso se corresponde con el nuevo nacionalismo de los recursos en Latinoamérica, que se dio a raíz del boom de precios de materias primas en la primera década del siglo y del que Paul A. Haslam y Pablo Heidrich escriben en el capítulo introductorio de The Political Economy of Natural Resources and Development. Se trata de un nacionalismo que, con sus diferencias entre países, ha pretendido “una reconstrucción consciente del Estado y su papel en la economía y la sociedad”,* pero que se topa con su propia debilidad cuando atraviesa “la maldición de los recursos”(como la define la bibliografía especializada), es decir: se pueden obtener rentas pero no se pueden utilizar de forma productiva porque son, siempre, una cuestión de política, negociaciones y luchas por el poder, y esto usualmente ocurre en ausencia de instituciones que puedan regular las preferencias y la capacidad de hacer uso faccioso de los recursos del Estado.
En el caso mexicano, parece adecuado recordar las palabras de Rafael Segovia en 1968: “A partir de la Segunda Guerra Mundial, el nacionalismo adopta los slogans y la ideología de la derecha tradicional: interés nacional, unidad nacional, sumisión al Estado, olvido de la lucha de clases, primeros síntomas de xenofobia encarnada en las ‘ideologías exóticas’ y en la defensa de una tradición hasta entonces motivo de sospecha”. Me pregunto por qué esos discursos que iluminan tan poco la realidad de hoy y que no presentan soluciones a los retos económicos, tecnológicos y ambientales que vienen, deben costarnos tanto a los mexicanos de hoy y a los todavía ni siquiera nacen.
Producir combustibles con pérdidas no trae bienestar para la población. Es verdad que los combustibles fósiles no pueden ser desplazados de inmediato, en el contexto de la transición energética, y por lo tanto su uso es crucial para el funcionamiento de la economía. Pero, más allá de esto, deberíamos tener en cuenta que es el valor y no el volumen de producción lo que puede generar crecimiento y desarrollo. En esa línea de ideas, no estaría mal recordar las lecciones que hemos recibido desde Adam Smith hasta Amartya Sen y Douglass North: la clave para el desarrollo está más en las personas, la tecnología y las instituciones que en los recursos naturales, aun cuando estos toquen nuestras fibras emocionales, ilustren discursos y animen ferias multitudinarias.
*La traducción es del autor.
Durante la concentración en el Zócalo para celebrar la expropiación petrolera, que organizó el presidente López Obrador, se volvieron a escuchar las mismas ilusiones sobre Pemex. Sin embargo, aunque la empresa ha recibido casi 900 mil millones de pesos en este sexenio y pese a que se han moderado sus objetivos, Pemex no logra cumplirlos ni traer el bienestar prometido para el país. Los datos desmienten el discurso.
Los discursos que se escucharon en la plancha del Zócalo de la Ciudad de México el sábado 18 de marzo son una muestra de la profunda, compleja y hasta tormentosa relación que tenemos los mexicanos con el petróleo. Desafortunadamente, más allá de acompañar al tequila y a la virgen de Guadalupe en el imaginario social mexicano, el oro negro de Pemex poco hace para lograr el bienestar de la población.
Entre lo que se dijo durante la conmemoración de los 85 años de la expropiación petrolera, lo primero que se advierte es que, a pesar de reducir las metas e incrementar los recursos disponibles, el desempeño del sector sigue siendo insuficiente para alcanzarlas.
Durante la campaña y al inicio de su administración, el presidente López Obrador hablaba de que se producirían entre 2.4 y 2.6 millones de barriles de petróleo diarios en el 2024. El 18 de marzo de 2021, el director general de Pemex, Octavio Romero Oropeza dijo que esperaba “cerrar el 2021 con 2 millones de barriles diarios”, algo que volvió a decir el sábado pasado, pero tampoco es probable que suceda, porque el líder de la petrolera estatal utiliza los datos de una manera conveniente: menciona que Pemex ya está produciendo un poco más de 1.9 millones de barriles diarios, pero en esa cifra está incluyendo los condensados, que también son hidrocarburos, sumamente ligeros, como el pentano o el butano, pero estos deben contabilizarse por separado debido a sus requerimientos de manejo y procesamiento, ya que son más inestables, usualmente presentan impurezas y pueden ser corrosivos para la infraestructura de transporte. Por lo tanto, en realidad, usando los datos de Pemex, la producción de crudo está por debajo de los 1.7 millones de barriles, es decir, en el mismo nivel en que se encontraba en 2019.
Sin embargo, en aquel evento del sábado se repitió la meta: que México sea autosuficiente en términos de producción de combustibles, pero los discursos dejaron de lado que no todo el petróleo es igual de ligero ni tiene el mismo contenido de azufre, por lo que no todo el crudo mexicano se procesa en el sistema nacional de refinación ni produce los mismos resultados. Un barril de petróleo pesado y con alto contenido de azufre es más complicado de procesar y, en el caso de las refinerías mexicanas, implica una mayor producción residual de combustóleo, un combustible costoso, de bajo valor en los mercados internacionales y muy contaminante, todo lo anterior hace más costosa y poco asequible la autosuficiencia. De hecho, en los últimos años, esto provocó que la producción de combustóleo creciera junto con la de gasolina: la de combustóleo representa casi la tercera parte de la producción de petrolíferos de Pemex. Con la distribución que se muestra enseguida, es decir, con una producción del sistema nacional de refinación ligeramente por encima de los 250 mil barriles diarios de gasolinas, incluso en un escenario en el que la refinería de Dos Bocas iniciara producción plena este año, no se podría satisfacer la demanda interna de combustibles, que es superior a los 800 mil barriles diarios.
Además de las cuestiones técnicas y operativas, se debe señalar la situación financiera en la que opera Pemex. Un buen resumen es que en 2022, un año con precios del petróleo bastante elevados (con un promedio cercano a los 90 dólares por barril para la mezcla mexicana de exportación) y en el que las empresas petroleras tuvieron resultados récord, Pemex apenas reportó una utilidad neta (la primera en diez años) de 23 mil millones de pesos. ¿Por qué fue así? Porque mientras Pemex Exploración y Producción (PEP) tuvo una utilidad neta de casi 190 mil millones de pesos, su sector de refinación (Pemex TRI) reportó pérdidas por 177 mil millones de pesos, a pesar de que no pagó impuestos ni derechos.
Los resultados financieros de Pemex no ocurren en el vacío. En lo que va de esta administración, la empresa ha recibido cerca de 900 mil millones de pesos en aportaciones de capital, estímulos fiscales y otros apoyos del gobierno federal, un monto que representa 8.3 veces el presupuesto de Conacyt y casi doce veces el presupuesto del INE, de acuerdo con cálculos realizados por el IMCO. Y eso sin considerar que en ese mismo periodo el derecho de utilidad compartida, que es el principal componente de las obligaciones tributarias de Pemex, se redujo del 65% al 40%.
En el contexto de estos cuantiosos apoyos, tenemos a una empresa petrolera que presenta prácticamente el mismo nivel de deuda que en 2018, pues en diciembre de 2022 se hallaba ligeramente por encima de los dos billones de pesos. Del total, Pemex tiene la obligación de pagar alrededor de la cuarta parte en menos de un año y cerca de la mitad en un plazo de cuatro años. En una época con altas tasas de interés, refinanciar esa deuda será más costoso, como quedó claro al cierre de enero pasado, cuando la empresa colocó 2 mil millones de dólares de deuda a una tasa superior al 10% anual.
Pemex tiene por mandato generar valor para los mexicanos, pero en los últimos años los discursos y los recursos se han enfocado en producir más. En el caso del petróleo crudo esa producción prometida simplemente no ha ocurrido y en lo que toca a los combustibles sucede, pero con más pérdidas. Presentar esto como un rescate de Pemex y de la soberanía nacional no tiene ningún sustento, pero el discurso se corresponde con el nuevo nacionalismo de los recursos en Latinoamérica, que se dio a raíz del boom de precios de materias primas en la primera década del siglo y del que Paul A. Haslam y Pablo Heidrich escriben en el capítulo introductorio de The Political Economy of Natural Resources and Development. Se trata de un nacionalismo que, con sus diferencias entre países, ha pretendido “una reconstrucción consciente del Estado y su papel en la economía y la sociedad”,* pero que se topa con su propia debilidad cuando atraviesa “la maldición de los recursos”(como la define la bibliografía especializada), es decir: se pueden obtener rentas pero no se pueden utilizar de forma productiva porque son, siempre, una cuestión de política, negociaciones y luchas por el poder, y esto usualmente ocurre en ausencia de instituciones que puedan regular las preferencias y la capacidad de hacer uso faccioso de los recursos del Estado.
En el caso mexicano, parece adecuado recordar las palabras de Rafael Segovia en 1968: “A partir de la Segunda Guerra Mundial, el nacionalismo adopta los slogans y la ideología de la derecha tradicional: interés nacional, unidad nacional, sumisión al Estado, olvido de la lucha de clases, primeros síntomas de xenofobia encarnada en las ‘ideologías exóticas’ y en la defensa de una tradición hasta entonces motivo de sospecha”. Me pregunto por qué esos discursos que iluminan tan poco la realidad de hoy y que no presentan soluciones a los retos económicos, tecnológicos y ambientales que vienen, deben costarnos tanto a los mexicanos de hoy y a los todavía ni siquiera nacen.
Producir combustibles con pérdidas no trae bienestar para la población. Es verdad que los combustibles fósiles no pueden ser desplazados de inmediato, en el contexto de la transición energética, y por lo tanto su uso es crucial para el funcionamiento de la economía. Pero, más allá de esto, deberíamos tener en cuenta que es el valor y no el volumen de producción lo que puede generar crecimiento y desarrollo. En esa línea de ideas, no estaría mal recordar las lecciones que hemos recibido desde Adam Smith hasta Amartya Sen y Douglass North: la clave para el desarrollo está más en las personas, la tecnología y las instituciones que en los recursos naturales, aun cuando estos toquen nuestras fibras emocionales, ilustren discursos y animen ferias multitudinarias.
*La traducción es del autor.
Fotografía de Quetzalli NicteHa/REUTERS. Imágenes del expresidente mexicano Lázaro Cárdenas se muestran en la plaza del Zócalo durante un evento para conmemorar el 85 aniversario de la expropiación de empresas petroleras extranjeras, en la Ciudad de México, el 18 de marzo de 2023.
Durante la concentración en el Zócalo para celebrar la expropiación petrolera, que organizó el presidente López Obrador, se volvieron a escuchar las mismas ilusiones sobre Pemex. Sin embargo, aunque la empresa ha recibido casi 900 mil millones de pesos en este sexenio y pese a que se han moderado sus objetivos, Pemex no logra cumplirlos ni traer el bienestar prometido para el país. Los datos desmienten el discurso.
Los discursos que se escucharon en la plancha del Zócalo de la Ciudad de México el sábado 18 de marzo son una muestra de la profunda, compleja y hasta tormentosa relación que tenemos los mexicanos con el petróleo. Desafortunadamente, más allá de acompañar al tequila y a la virgen de Guadalupe en el imaginario social mexicano, el oro negro de Pemex poco hace para lograr el bienestar de la población.
Entre lo que se dijo durante la conmemoración de los 85 años de la expropiación petrolera, lo primero que se advierte es que, a pesar de reducir las metas e incrementar los recursos disponibles, el desempeño del sector sigue siendo insuficiente para alcanzarlas.
Durante la campaña y al inicio de su administración, el presidente López Obrador hablaba de que se producirían entre 2.4 y 2.6 millones de barriles de petróleo diarios en el 2024. El 18 de marzo de 2021, el director general de Pemex, Octavio Romero Oropeza dijo que esperaba “cerrar el 2021 con 2 millones de barriles diarios”, algo que volvió a decir el sábado pasado, pero tampoco es probable que suceda, porque el líder de la petrolera estatal utiliza los datos de una manera conveniente: menciona que Pemex ya está produciendo un poco más de 1.9 millones de barriles diarios, pero en esa cifra está incluyendo los condensados, que también son hidrocarburos, sumamente ligeros, como el pentano o el butano, pero estos deben contabilizarse por separado debido a sus requerimientos de manejo y procesamiento, ya que son más inestables, usualmente presentan impurezas y pueden ser corrosivos para la infraestructura de transporte. Por lo tanto, en realidad, usando los datos de Pemex, la producción de crudo está por debajo de los 1.7 millones de barriles, es decir, en el mismo nivel en que se encontraba en 2019.
Sin embargo, en aquel evento del sábado se repitió la meta: que México sea autosuficiente en términos de producción de combustibles, pero los discursos dejaron de lado que no todo el petróleo es igual de ligero ni tiene el mismo contenido de azufre, por lo que no todo el crudo mexicano se procesa en el sistema nacional de refinación ni produce los mismos resultados. Un barril de petróleo pesado y con alto contenido de azufre es más complicado de procesar y, en el caso de las refinerías mexicanas, implica una mayor producción residual de combustóleo, un combustible costoso, de bajo valor en los mercados internacionales y muy contaminante, todo lo anterior hace más costosa y poco asequible la autosuficiencia. De hecho, en los últimos años, esto provocó que la producción de combustóleo creciera junto con la de gasolina: la de combustóleo representa casi la tercera parte de la producción de petrolíferos de Pemex. Con la distribución que se muestra enseguida, es decir, con una producción del sistema nacional de refinación ligeramente por encima de los 250 mil barriles diarios de gasolinas, incluso en un escenario en el que la refinería de Dos Bocas iniciara producción plena este año, no se podría satisfacer la demanda interna de combustibles, que es superior a los 800 mil barriles diarios.
Además de las cuestiones técnicas y operativas, se debe señalar la situación financiera en la que opera Pemex. Un buen resumen es que en 2022, un año con precios del petróleo bastante elevados (con un promedio cercano a los 90 dólares por barril para la mezcla mexicana de exportación) y en el que las empresas petroleras tuvieron resultados récord, Pemex apenas reportó una utilidad neta (la primera en diez años) de 23 mil millones de pesos. ¿Por qué fue así? Porque mientras Pemex Exploración y Producción (PEP) tuvo una utilidad neta de casi 190 mil millones de pesos, su sector de refinación (Pemex TRI) reportó pérdidas por 177 mil millones de pesos, a pesar de que no pagó impuestos ni derechos.
Los resultados financieros de Pemex no ocurren en el vacío. En lo que va de esta administración, la empresa ha recibido cerca de 900 mil millones de pesos en aportaciones de capital, estímulos fiscales y otros apoyos del gobierno federal, un monto que representa 8.3 veces el presupuesto de Conacyt y casi doce veces el presupuesto del INE, de acuerdo con cálculos realizados por el IMCO. Y eso sin considerar que en ese mismo periodo el derecho de utilidad compartida, que es el principal componente de las obligaciones tributarias de Pemex, se redujo del 65% al 40%.
En el contexto de estos cuantiosos apoyos, tenemos a una empresa petrolera que presenta prácticamente el mismo nivel de deuda que en 2018, pues en diciembre de 2022 se hallaba ligeramente por encima de los dos billones de pesos. Del total, Pemex tiene la obligación de pagar alrededor de la cuarta parte en menos de un año y cerca de la mitad en un plazo de cuatro años. En una época con altas tasas de interés, refinanciar esa deuda será más costoso, como quedó claro al cierre de enero pasado, cuando la empresa colocó 2 mil millones de dólares de deuda a una tasa superior al 10% anual.
Pemex tiene por mandato generar valor para los mexicanos, pero en los últimos años los discursos y los recursos se han enfocado en producir más. En el caso del petróleo crudo esa producción prometida simplemente no ha ocurrido y en lo que toca a los combustibles sucede, pero con más pérdidas. Presentar esto como un rescate de Pemex y de la soberanía nacional no tiene ningún sustento, pero el discurso se corresponde con el nuevo nacionalismo de los recursos en Latinoamérica, que se dio a raíz del boom de precios de materias primas en la primera década del siglo y del que Paul A. Haslam y Pablo Heidrich escriben en el capítulo introductorio de The Political Economy of Natural Resources and Development. Se trata de un nacionalismo que, con sus diferencias entre países, ha pretendido “una reconstrucción consciente del Estado y su papel en la economía y la sociedad”,* pero que se topa con su propia debilidad cuando atraviesa “la maldición de los recursos”(como la define la bibliografía especializada), es decir: se pueden obtener rentas pero no se pueden utilizar de forma productiva porque son, siempre, una cuestión de política, negociaciones y luchas por el poder, y esto usualmente ocurre en ausencia de instituciones que puedan regular las preferencias y la capacidad de hacer uso faccioso de los recursos del Estado.
En el caso mexicano, parece adecuado recordar las palabras de Rafael Segovia en 1968: “A partir de la Segunda Guerra Mundial, el nacionalismo adopta los slogans y la ideología de la derecha tradicional: interés nacional, unidad nacional, sumisión al Estado, olvido de la lucha de clases, primeros síntomas de xenofobia encarnada en las ‘ideologías exóticas’ y en la defensa de una tradición hasta entonces motivo de sospecha”. Me pregunto por qué esos discursos que iluminan tan poco la realidad de hoy y que no presentan soluciones a los retos económicos, tecnológicos y ambientales que vienen, deben costarnos tanto a los mexicanos de hoy y a los todavía ni siquiera nacen.
Producir combustibles con pérdidas no trae bienestar para la población. Es verdad que los combustibles fósiles no pueden ser desplazados de inmediato, en el contexto de la transición energética, y por lo tanto su uso es crucial para el funcionamiento de la economía. Pero, más allá de esto, deberíamos tener en cuenta que es el valor y no el volumen de producción lo que puede generar crecimiento y desarrollo. En esa línea de ideas, no estaría mal recordar las lecciones que hemos recibido desde Adam Smith hasta Amartya Sen y Douglass North: la clave para el desarrollo está más en las personas, la tecnología y las instituciones que en los recursos naturales, aun cuando estos toquen nuestras fibras emocionales, ilustren discursos y animen ferias multitudinarias.
*La traducción es del autor.
Durante la concentración en el Zócalo para celebrar la expropiación petrolera, que organizó el presidente López Obrador, se volvieron a escuchar las mismas ilusiones sobre Pemex. Sin embargo, aunque la empresa ha recibido casi 900 mil millones de pesos en este sexenio y pese a que se han moderado sus objetivos, Pemex no logra cumplirlos ni traer el bienestar prometido para el país. Los datos desmienten el discurso.
Los discursos que se escucharon en la plancha del Zócalo de la Ciudad de México el sábado 18 de marzo son una muestra de la profunda, compleja y hasta tormentosa relación que tenemos los mexicanos con el petróleo. Desafortunadamente, más allá de acompañar al tequila y a la virgen de Guadalupe en el imaginario social mexicano, el oro negro de Pemex poco hace para lograr el bienestar de la población.
Entre lo que se dijo durante la conmemoración de los 85 años de la expropiación petrolera, lo primero que se advierte es que, a pesar de reducir las metas e incrementar los recursos disponibles, el desempeño del sector sigue siendo insuficiente para alcanzarlas.
Durante la campaña y al inicio de su administración, el presidente López Obrador hablaba de que se producirían entre 2.4 y 2.6 millones de barriles de petróleo diarios en el 2024. El 18 de marzo de 2021, el director general de Pemex, Octavio Romero Oropeza dijo que esperaba “cerrar el 2021 con 2 millones de barriles diarios”, algo que volvió a decir el sábado pasado, pero tampoco es probable que suceda, porque el líder de la petrolera estatal utiliza los datos de una manera conveniente: menciona que Pemex ya está produciendo un poco más de 1.9 millones de barriles diarios, pero en esa cifra está incluyendo los condensados, que también son hidrocarburos, sumamente ligeros, como el pentano o el butano, pero estos deben contabilizarse por separado debido a sus requerimientos de manejo y procesamiento, ya que son más inestables, usualmente presentan impurezas y pueden ser corrosivos para la infraestructura de transporte. Por lo tanto, en realidad, usando los datos de Pemex, la producción de crudo está por debajo de los 1.7 millones de barriles, es decir, en el mismo nivel en que se encontraba en 2019.
Sin embargo, en aquel evento del sábado se repitió la meta: que México sea autosuficiente en términos de producción de combustibles, pero los discursos dejaron de lado que no todo el petróleo es igual de ligero ni tiene el mismo contenido de azufre, por lo que no todo el crudo mexicano se procesa en el sistema nacional de refinación ni produce los mismos resultados. Un barril de petróleo pesado y con alto contenido de azufre es más complicado de procesar y, en el caso de las refinerías mexicanas, implica una mayor producción residual de combustóleo, un combustible costoso, de bajo valor en los mercados internacionales y muy contaminante, todo lo anterior hace más costosa y poco asequible la autosuficiencia. De hecho, en los últimos años, esto provocó que la producción de combustóleo creciera junto con la de gasolina: la de combustóleo representa casi la tercera parte de la producción de petrolíferos de Pemex. Con la distribución que se muestra enseguida, es decir, con una producción del sistema nacional de refinación ligeramente por encima de los 250 mil barriles diarios de gasolinas, incluso en un escenario en el que la refinería de Dos Bocas iniciara producción plena este año, no se podría satisfacer la demanda interna de combustibles, que es superior a los 800 mil barriles diarios.
Además de las cuestiones técnicas y operativas, se debe señalar la situación financiera en la que opera Pemex. Un buen resumen es que en 2022, un año con precios del petróleo bastante elevados (con un promedio cercano a los 90 dólares por barril para la mezcla mexicana de exportación) y en el que las empresas petroleras tuvieron resultados récord, Pemex apenas reportó una utilidad neta (la primera en diez años) de 23 mil millones de pesos. ¿Por qué fue así? Porque mientras Pemex Exploración y Producción (PEP) tuvo una utilidad neta de casi 190 mil millones de pesos, su sector de refinación (Pemex TRI) reportó pérdidas por 177 mil millones de pesos, a pesar de que no pagó impuestos ni derechos.
Los resultados financieros de Pemex no ocurren en el vacío. En lo que va de esta administración, la empresa ha recibido cerca de 900 mil millones de pesos en aportaciones de capital, estímulos fiscales y otros apoyos del gobierno federal, un monto que representa 8.3 veces el presupuesto de Conacyt y casi doce veces el presupuesto del INE, de acuerdo con cálculos realizados por el IMCO. Y eso sin considerar que en ese mismo periodo el derecho de utilidad compartida, que es el principal componente de las obligaciones tributarias de Pemex, se redujo del 65% al 40%.
En el contexto de estos cuantiosos apoyos, tenemos a una empresa petrolera que presenta prácticamente el mismo nivel de deuda que en 2018, pues en diciembre de 2022 se hallaba ligeramente por encima de los dos billones de pesos. Del total, Pemex tiene la obligación de pagar alrededor de la cuarta parte en menos de un año y cerca de la mitad en un plazo de cuatro años. En una época con altas tasas de interés, refinanciar esa deuda será más costoso, como quedó claro al cierre de enero pasado, cuando la empresa colocó 2 mil millones de dólares de deuda a una tasa superior al 10% anual.
Pemex tiene por mandato generar valor para los mexicanos, pero en los últimos años los discursos y los recursos se han enfocado en producir más. En el caso del petróleo crudo esa producción prometida simplemente no ha ocurrido y en lo que toca a los combustibles sucede, pero con más pérdidas. Presentar esto como un rescate de Pemex y de la soberanía nacional no tiene ningún sustento, pero el discurso se corresponde con el nuevo nacionalismo de los recursos en Latinoamérica, que se dio a raíz del boom de precios de materias primas en la primera década del siglo y del que Paul A. Haslam y Pablo Heidrich escriben en el capítulo introductorio de The Political Economy of Natural Resources and Development. Se trata de un nacionalismo que, con sus diferencias entre países, ha pretendido “una reconstrucción consciente del Estado y su papel en la economía y la sociedad”,* pero que se topa con su propia debilidad cuando atraviesa “la maldición de los recursos”(como la define la bibliografía especializada), es decir: se pueden obtener rentas pero no se pueden utilizar de forma productiva porque son, siempre, una cuestión de política, negociaciones y luchas por el poder, y esto usualmente ocurre en ausencia de instituciones que puedan regular las preferencias y la capacidad de hacer uso faccioso de los recursos del Estado.
En el caso mexicano, parece adecuado recordar las palabras de Rafael Segovia en 1968: “A partir de la Segunda Guerra Mundial, el nacionalismo adopta los slogans y la ideología de la derecha tradicional: interés nacional, unidad nacional, sumisión al Estado, olvido de la lucha de clases, primeros síntomas de xenofobia encarnada en las ‘ideologías exóticas’ y en la defensa de una tradición hasta entonces motivo de sospecha”. Me pregunto por qué esos discursos que iluminan tan poco la realidad de hoy y que no presentan soluciones a los retos económicos, tecnológicos y ambientales que vienen, deben costarnos tanto a los mexicanos de hoy y a los todavía ni siquiera nacen.
Producir combustibles con pérdidas no trae bienestar para la población. Es verdad que los combustibles fósiles no pueden ser desplazados de inmediato, en el contexto de la transición energética, y por lo tanto su uso es crucial para el funcionamiento de la economía. Pero, más allá de esto, deberíamos tener en cuenta que es el valor y no el volumen de producción lo que puede generar crecimiento y desarrollo. En esa línea de ideas, no estaría mal recordar las lecciones que hemos recibido desde Adam Smith hasta Amartya Sen y Douglass North: la clave para el desarrollo está más en las personas, la tecnología y las instituciones que en los recursos naturales, aun cuando estos toquen nuestras fibras emocionales, ilustren discursos y animen ferias multitudinarias.
*La traducción es del autor.
Fotografía de Quetzalli NicteHa/REUTERS. Imágenes del expresidente mexicano Lázaro Cárdenas se muestran en la plaza del Zócalo durante un evento para conmemorar el 85 aniversario de la expropiación de empresas petroleras extranjeras, en la Ciudad de México, el 18 de marzo de 2023.
Durante la concentración en el Zócalo para celebrar la expropiación petrolera, que organizó el presidente López Obrador, se volvieron a escuchar las mismas ilusiones sobre Pemex. Sin embargo, aunque la empresa ha recibido casi 900 mil millones de pesos en este sexenio y pese a que se han moderado sus objetivos, Pemex no logra cumplirlos ni traer el bienestar prometido para el país. Los datos desmienten el discurso.
Los discursos que se escucharon en la plancha del Zócalo de la Ciudad de México el sábado 18 de marzo son una muestra de la profunda, compleja y hasta tormentosa relación que tenemos los mexicanos con el petróleo. Desafortunadamente, más allá de acompañar al tequila y a la virgen de Guadalupe en el imaginario social mexicano, el oro negro de Pemex poco hace para lograr el bienestar de la población.
Entre lo que se dijo durante la conmemoración de los 85 años de la expropiación petrolera, lo primero que se advierte es que, a pesar de reducir las metas e incrementar los recursos disponibles, el desempeño del sector sigue siendo insuficiente para alcanzarlas.
Durante la campaña y al inicio de su administración, el presidente López Obrador hablaba de que se producirían entre 2.4 y 2.6 millones de barriles de petróleo diarios en el 2024. El 18 de marzo de 2021, el director general de Pemex, Octavio Romero Oropeza dijo que esperaba “cerrar el 2021 con 2 millones de barriles diarios”, algo que volvió a decir el sábado pasado, pero tampoco es probable que suceda, porque el líder de la petrolera estatal utiliza los datos de una manera conveniente: menciona que Pemex ya está produciendo un poco más de 1.9 millones de barriles diarios, pero en esa cifra está incluyendo los condensados, que también son hidrocarburos, sumamente ligeros, como el pentano o el butano, pero estos deben contabilizarse por separado debido a sus requerimientos de manejo y procesamiento, ya que son más inestables, usualmente presentan impurezas y pueden ser corrosivos para la infraestructura de transporte. Por lo tanto, en realidad, usando los datos de Pemex, la producción de crudo está por debajo de los 1.7 millones de barriles, es decir, en el mismo nivel en que se encontraba en 2019.
Sin embargo, en aquel evento del sábado se repitió la meta: que México sea autosuficiente en términos de producción de combustibles, pero los discursos dejaron de lado que no todo el petróleo es igual de ligero ni tiene el mismo contenido de azufre, por lo que no todo el crudo mexicano se procesa en el sistema nacional de refinación ni produce los mismos resultados. Un barril de petróleo pesado y con alto contenido de azufre es más complicado de procesar y, en el caso de las refinerías mexicanas, implica una mayor producción residual de combustóleo, un combustible costoso, de bajo valor en los mercados internacionales y muy contaminante, todo lo anterior hace más costosa y poco asequible la autosuficiencia. De hecho, en los últimos años, esto provocó que la producción de combustóleo creciera junto con la de gasolina: la de combustóleo representa casi la tercera parte de la producción de petrolíferos de Pemex. Con la distribución que se muestra enseguida, es decir, con una producción del sistema nacional de refinación ligeramente por encima de los 250 mil barriles diarios de gasolinas, incluso en un escenario en el que la refinería de Dos Bocas iniciara producción plena este año, no se podría satisfacer la demanda interna de combustibles, que es superior a los 800 mil barriles diarios.
Además de las cuestiones técnicas y operativas, se debe señalar la situación financiera en la que opera Pemex. Un buen resumen es que en 2022, un año con precios del petróleo bastante elevados (con un promedio cercano a los 90 dólares por barril para la mezcla mexicana de exportación) y en el que las empresas petroleras tuvieron resultados récord, Pemex apenas reportó una utilidad neta (la primera en diez años) de 23 mil millones de pesos. ¿Por qué fue así? Porque mientras Pemex Exploración y Producción (PEP) tuvo una utilidad neta de casi 190 mil millones de pesos, su sector de refinación (Pemex TRI) reportó pérdidas por 177 mil millones de pesos, a pesar de que no pagó impuestos ni derechos.
Los resultados financieros de Pemex no ocurren en el vacío. En lo que va de esta administración, la empresa ha recibido cerca de 900 mil millones de pesos en aportaciones de capital, estímulos fiscales y otros apoyos del gobierno federal, un monto que representa 8.3 veces el presupuesto de Conacyt y casi doce veces el presupuesto del INE, de acuerdo con cálculos realizados por el IMCO. Y eso sin considerar que en ese mismo periodo el derecho de utilidad compartida, que es el principal componente de las obligaciones tributarias de Pemex, se redujo del 65% al 40%.
En el contexto de estos cuantiosos apoyos, tenemos a una empresa petrolera que presenta prácticamente el mismo nivel de deuda que en 2018, pues en diciembre de 2022 se hallaba ligeramente por encima de los dos billones de pesos. Del total, Pemex tiene la obligación de pagar alrededor de la cuarta parte en menos de un año y cerca de la mitad en un plazo de cuatro años. En una época con altas tasas de interés, refinanciar esa deuda será más costoso, como quedó claro al cierre de enero pasado, cuando la empresa colocó 2 mil millones de dólares de deuda a una tasa superior al 10% anual.
Pemex tiene por mandato generar valor para los mexicanos, pero en los últimos años los discursos y los recursos se han enfocado en producir más. En el caso del petróleo crudo esa producción prometida simplemente no ha ocurrido y en lo que toca a los combustibles sucede, pero con más pérdidas. Presentar esto como un rescate de Pemex y de la soberanía nacional no tiene ningún sustento, pero el discurso se corresponde con el nuevo nacionalismo de los recursos en Latinoamérica, que se dio a raíz del boom de precios de materias primas en la primera década del siglo y del que Paul A. Haslam y Pablo Heidrich escriben en el capítulo introductorio de The Political Economy of Natural Resources and Development. Se trata de un nacionalismo que, con sus diferencias entre países, ha pretendido “una reconstrucción consciente del Estado y su papel en la economía y la sociedad”,* pero que se topa con su propia debilidad cuando atraviesa “la maldición de los recursos”(como la define la bibliografía especializada), es decir: se pueden obtener rentas pero no se pueden utilizar de forma productiva porque son, siempre, una cuestión de política, negociaciones y luchas por el poder, y esto usualmente ocurre en ausencia de instituciones que puedan regular las preferencias y la capacidad de hacer uso faccioso de los recursos del Estado.
En el caso mexicano, parece adecuado recordar las palabras de Rafael Segovia en 1968: “A partir de la Segunda Guerra Mundial, el nacionalismo adopta los slogans y la ideología de la derecha tradicional: interés nacional, unidad nacional, sumisión al Estado, olvido de la lucha de clases, primeros síntomas de xenofobia encarnada en las ‘ideologías exóticas’ y en la defensa de una tradición hasta entonces motivo de sospecha”. Me pregunto por qué esos discursos que iluminan tan poco la realidad de hoy y que no presentan soluciones a los retos económicos, tecnológicos y ambientales que vienen, deben costarnos tanto a los mexicanos de hoy y a los todavía ni siquiera nacen.
Producir combustibles con pérdidas no trae bienestar para la población. Es verdad que los combustibles fósiles no pueden ser desplazados de inmediato, en el contexto de la transición energética, y por lo tanto su uso es crucial para el funcionamiento de la economía. Pero, más allá de esto, deberíamos tener en cuenta que es el valor y no el volumen de producción lo que puede generar crecimiento y desarrollo. En esa línea de ideas, no estaría mal recordar las lecciones que hemos recibido desde Adam Smith hasta Amartya Sen y Douglass North: la clave para el desarrollo está más en las personas, la tecnología y las instituciones que en los recursos naturales, aun cuando estos toquen nuestras fibras emocionales, ilustren discursos y animen ferias multitudinarias.
*La traducción es del autor.
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