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Postal de la semana: Un Zócalo privado

El Zócalo ha pasado las últimas semanas desnudo, dividido y bloqueado para todo transeúnte. Sin embargo, un peatón más determinado que el promedio, logró burlar las vallas para recostarse sobre una pieza de arte público y liberar su nariz del tapabocas.

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El Zócalo ha pasado las últimas semanas desnudo, dividido y bloqueado para todo transeúnte. Esa tarde de mayo el cielo gris se abría paso sobre él, alistándose para la puntualísima lluvia de las 6:00 pm. Tras cinco minutos de mirar calles vacías, vi a unas cuantas personas caminando hacia una valla metálica que los obligó a desviarse y buscar por otro lado lo que sea que los había motivado a llegar hasta ahí. La avenida 20 de Noviembre, que lleva al Zócalo, estaba igualmente desierta, pero ahí un peatón sí había logrado abrirse camino para lograr su cometido, mientras los policías, instalados en guardia en cada esquina, se distraían viendo pasar algún auto solitario que bajaba la velocidad al pasar frente a ellos, como en una escena de Rápido y Furioso. Hace unos años esta calle fue remodelada para volverla más amigable al peatón y como parte de este esfuerzo se colocaron algunas piezas de diseño, o “arte funcional” sobre la banqueta. Entre ellas está una finamente pulida escultura de concreto que es al mismo tiempo una banca y fue ahí que encontré al hombre que retraté tomando una siesta. Seguramente era una de esas personas a las que el coronavirus les frustró la intención de avanzar rumbo a la plancha central y encontró aquí un refugio momentáneo. Si el Zócalo es el kilómetro cero en el mapa de esta ciudad, él había logrado, no solo infiltrarse, sino acostarse a dormir en el kilómetro .25. Otras bancas más tradicionales habían sido acordonadas, como si fueran escenas de crimen, con cintas amarillas con la leyenda “Zona de alto contagio”. Sin embargo, el genio detrás del diseño de esta otra banca, la hizo imposible de clausurar, pues no hay ángulos de los que atorar la cinta y es probable que su aspecto escultórico haya intimidado a los clausuradores, de tal modo que este hombre lograra trasgredir las restricciones de la crisis para encontrar en un punto ciego a casi todas las miradas, un Zócalo privado donde nadie iba juzgarlo por llevar la nariz fuera del cubrebocas.

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