Reseña del primer año de Díaz-Canel
Desde el Malecón llega un resumen de los primeros 365 días del gobierno actual en Cuba.
Hace un año ya que Raúl Castro, entre aplausos atronadores, se levantó de su butaca de la Asamblea Nacional y caminó hacia el estrado del Palacio de las Convenciones de La Habana fingiendo no conocer el anuncio que Alina Balseiro, presidenta de la Comisión Electoral, acababa de hacer público: 603 de los 604 diputados parlamentarios habían elegido como presidente del Consejo de Estado y de Ministros de Cuba al ingeniero electrónico de 57 años Miguel Mario Díaz-Canel Bermúdez, único candidato a la presidencia.
Doce años antes, en 2006, Raúl había llegado al poder de manera interina gracias a un gesto de cariño de su hermano Fidel Castro que, al borde de la muerte producto de una enfermedad intestinal, decidió delegarle todos sus poderes políticos a modo de herencia familiar. Raúl le estuvo cubriendo dos años los cargos públicos a su hermano, hasta que en 2008 fue electo de manera oficial como presidente de la nación.
Cuando en la mañana del jueves 19 de abril de 2018 Raúl Castro dejó atrás su asiento para dirigirse al plenario, ante la ovación cerrada de un parlamento en pleno de pie, llegaron a su fin sus dos mandatos presidenciales de cinco años -estancia límite que él mismo propuso instaurar y asumía así las riendas de la isla, por primera vez, un hombre nacido después del 1 de enero de 1959, triunfo de la revolución cubana. Raúl, con su mano izquierda, tomó el antebrazo derecho de su sucesor y se lo elevó hacia las luces del salón, un gesto que la prensa al servicio del estado vendió al mundo como la imagen de la “continuidad revolucionaria”.
Atrás quedó la era Castro: 47 años del caudillismo de Fidel y 12 de raulismo. Una larga primera etapa marcada por la pérdida absoluta de las libertades de un pueblo a través de la imposición de un régimen totalitario y un segundo período que, si bien no desmontó el modelo autoritario de gestión gubernamental, dejó un importante legado al intentar flexibilizar la rígida vida de los cubanos con la implementación de una serie de reformas socioeconómicas –apertura a la propiedad privada, inversión extranjera, acceso a internet, etc– que reconfiguraron la fisionomía del país.
Raúl Castro, quien sigue siendo el hombre que toma las decisiones importantes en el país, pues su cargo de Primer Secretario del Partido Comunista (PCC) –fuerza política dirigente superior de la sociedad y del Estado– lo respalda, no escondió en su discurso de despedida su premeditada estrategia para llevar a Díaz-Canel al poder y declararlo su sucesor.
“Su ascenso no ha sido fruto del azar ni del apresuramiento”, dijo Castro y lo llamó “el único superviviente”, refiriéndose a un grupo de dirigentes políticos que desde la década de los noventa, bajo la égida de Fidel Castro, comenzaron a ser preparados para asumir el cambio generacional del gobierno, pero que finalmente terminaron defenestrados por el propio Raúl en 2009.
“Ha sido el mejor, teníamos la absoluta certeza que habíamos dado en el clavo sobre su elección y cuando yo falte podrá asumir el cargo de primer secretario del Partido Comunista”, aseveró Raúl no solo delatando públicamente el performance electoral acontecido, sino que también, sin miedo, adelantó lo que ocurrirá en el seno del Partido Comunista –el único reconocido legalmente– en 2021.
Las primeras palabras del nuevo presidente, elegido con el 99.83 % de los votos de la unicameral Asamblea Nacional, fueron: “No vengo a prometer nada, como jamás lo hizo la revolución en todos estos años. Vengo a cumplir el programa que nos hemos impuesto, con los lineamientos del Socialismo y la Revolución”.
Su frase fue el preludio de lo que ha sido su primer año de mandato: doce meses en los que no ha cumplido nada porque no prometió nada. Con Raúl aún al mando, aunque fuera de la silla presidencial, a Díaz-Canel le encomendaron cumplir con los roles burocráticos del estado que Castro, a sus 87 años, ya no quería seguir realizando.
El primer día como presidente de Cuba, Díaz-Canel se sintió tan orgulloso de sí mismo que, excitado por la nueva encomienda, ni siquiera se quedó en casa para celebrar su cumpleaños 58 y acudió a la oficina a estampar su firma y así aprobar el Decreto Ley 349, una normativa destinada a regular la prestación de servicios y los contenidos culturales en el país.
El decreto es un claro instrumento del gobierno para legalizar la censura y expoliar a los artistas y creadores que no trabajan al amparo del estado. En la regulación quedan estipulados hasta 19 violaciones que en su mayoría están asociadas a la divulgación de contenidos audiovisuales o culturales violentos, pornográficos, discriminatorios u ofensivos hacia los símbolos patrios. El punto más polémico es el que obliga a que los artistas estén adscritos a una institución cultural del estado, a la que deben solicitar permiso expreso para poder actuar, exponer y comercializar su trabajo.
Meses después, cuando debía entrar en vigor la normativa, a Díaz-Canel no le quedó de otra que ponerle pausa a la aplicación de la medida, pues su firma levantó una ola de críticas y una campaña mediática en su contra liderada por varios grupos de artistas que, en ocasiones, fueron detenidos y apresados por protestar y manifestarse públicamente.
El ingeniero no ha tenido descanso en este su primer año, las desgracias no se han apiadado de Cuba. Justo un mes después de asumir el cargo, un Boeing arrendado por Cubana de Aviación a la compañía Global Air de México se estrelló en las inmediaciones del aeropuerto internacional de La Habana donde murieron 112 personas y solo una quedó con vida. Dos eventos meteorológicos impactaron la isla dejando zonas incomunicadas por las abundantes lluvias. Un tornado arrasó con municipios de la periferia de la capital y dejó un saldo de 7 muertos, 200 lesionados y miles de derrumbes parciales y totales de edificaciones. Hasta un meteorito cayó y se deshizo en casi 50 pedazos en Viñales, Pinar del Río.
Otro de los acontecimientos que marcaron los primeros 365 días del mandato de Díaz-Canel fue el referendo constitucional que se celebró en febrero pasado, sugerencia a modo de orden que dejó Raúl Castro antes de ceder su puesto y que al ingeniero le tocó desarrollar. Después de 43 años sin refrendar la constitución, más de 7 millones de cubanos acudieron a las urnas y se contabilizó más de un millón de ciudadanos entre los que votaron “no”, las boletas anuladas y los que las dejaron en blanco. No obstante, la nueva Carta Magna quedó respaldada por la ciudadanía.
Las cifras de desacuerdo fueron inéditas en un pueblo acostumbrado a dejarse arrastrar por la corriente del adoctrinamiento. En 1976, última vez que se había votado por un referéndum constitucional en Cuba, el texto fue aprobado con el 97,7 %, esta oportunidad el “sí” descendió hasta el 86.8 %.
La nueva constitución reconoce la propiedad privada y la inversión extranjera, deja una puerta abierta al matrimonio homosexual e instaura un nuevo orden legislativo de gobierno. Bienvenidos avances en pos de una verdadera democracia participativa. Pero sigue reconociendo al Partido Comunista como “la fuerza dirigente superior de la sociedad” y siguen quedando fuera derechos fundamentales como las libertades de prensa, sindicación y asociación política.
De lo único que puede presumir Díaz-Canel en este curso es de haberles prometido en el verano pasado a los periodistas del oficialismo, en la clausura de su décimo congreso que, para apoyarlos, se iba a abrir una cuenta en Twitter antes que acabara el año 2018. Y no solo cumplió con su promesa adelantándose incluso a su propio deadline de cinco meses, sino que mandó a todo su gabinete, incluidos a ancianos de más de ochenta años, a lanzarse de clavado en las aguas de esa red social.
Desde que Raúl Castro, en 2011, le ordenó a Díaz-Canel que olvidara los rollos del Ministerio de Educación Superior y que a partir de ese momento se encargara de la vicepresidencia de la nación, informatizar la sociedad cubana y alcanzar la cultura de un gobierno electrónico, se volvió su obsesión.
El ingeniero fue el primero en abandonar los bolígrafos y libretas de anotaciones en la Asamblea Nacional al cambiarlos por una tableta táctil. Luego en 2014 llegó internet a Cuba con las plazas públicas wifi, más tarde la conexión se extendió a algunos hogares de barrios seleccionados y en diciembre pasado se instaló la tecnología 3G. Según el informe de 2018 de We Are Social, agencia británica, el 56 % de los 11.2 millones de cubanos ya está conectado.
De ahí que el presidente haya querido tener también a su gobierno en internet. Quince miembros del Consejo de Ministros abrieron también sus cuentas de Twitter bajo orden suya y empezaron a dar sus primeros pasos sin saber cómo. El resultado fue un caos: tweets repletos de faltas de ortografía, retweets a fake news, ataques furibundos a usuarios que les exigían un diálogo.
El sitio Cubadebate intentó justificar la mala imagen del gobierno cubano y declaró que “aún andan tratando de entender la lógica de Twitter”. Exhortó a los ministros a hacer un “uso inteligente” para convertir la plataforma en una “herramienta efectiva de un gobierno 2.0 incluyente y participativo”. Además, les brindó “consejos” para evitarles el ridículo: “el mensaje positivo es más bienvenido que el negativo, publicar tweets cálidos, humanos, creativos, incluir vídeos y hashtags, seguir las tendencias del día y pedir retweets”.
No hay dudas que los gobernantes cubanos aprendieron bien rápido a transmitir un mensaje en 140 caracteres, pero lo que no han hecho es hacer de las redes sociales un verdadero escenario de diálogo. La vida virtual nada les ha cambiado a Díaz-Canel y su camarilla que, ahora en un terreno totalmente público, siguen mostrándose evasivos, sordos y autoritarios ante los reclamos de la ciudadanía que los enjuician con punzantes tweets.
Imaginaban que Twitter iba a ser un paraíso informativo más dentro de su macabro aparato de propaganda donde todas las noticias son buenas y donde no hay espacio para la crítica y el reclamo. El favorable escenario que soñaron se les revirtió y ahora es un avispero del que nunca van a poder escapar. Un campo de batalla donde es común ya, a diario, que los ministros y las autoridades con cargos públicos no se muestren receptivos y dialogantes ante las demandas de los usuarios y violando toda legalidad, sintiéndose contra las cuerdas, la opción siempre escogida es la de bloquear cuentas o callar. Nada diferente a la vida real.
Ulises Rosales, General de División y Vicepresidente de 77 años, tuvo la sinceridad o el desliz, no sabemos bien, de reconocer en su cuenta: “Con las nuevas tecnologías ya pasó la etapa en que éramos los dueños de la noticia”, haciendo franca alusión a la nostalgia que le provoca recordar aquellos tiempos en los que, a golpe de secuestrar la verdad de un país, el gobierno imponía una realidad transfigurada. Así de simple.
Díaz-Canel ha sido una de las figuras más vilipendiadas desde que el gobierno cubano en pleno se mudó a Twitter. En varias ocasiones ha metido la pata y los internautas no se la han dejado pasar, lo ha pagado bien caro.
El país ha vuelto a los tiempos duros de escasez económica producto del recrudecimiento de la política de la administración de Donald Trump y el recorte de las importaciones de crudo venezolano. Las tiendas y mercados lucen como si estuviésemos en tiempos de guerra. En medio de unas semanas donde comerse un pan era un lujo, Díaz-Canel twitteó citando a Fidel Castro: “el hombre necesita algo más que pan: necesita honra, necesita dignidad, necesita respeto, necesita que se le trate verdaderamente como a un ser humano, ¿habrá algún país que haya hecho más por los derechos humanos que Cuba?”.
La falta de tino del presidente, quien seguramente sí tenía pan en la mesa de su casa, generó una indignación general en las redes y su cuenta tuvo que soportar un torrente de ataques. Muchos le dijeron que la vida seguía igual en Cuba: los políticos viviendo un país a la sombra y el pueblo expuesto al sol.
No pasó mucho tiempo y el ingeniero volvió a pegarse un tiro en el pie. “No olvidemos jamás que, así como abundan los héroes, no faltan los mal nacidos por error en Cuba, que pueden ser peores que el enemigo que la ataca”, escribió refiriéndose a Inocencia, película cubana con muy mala puesta en escena, pero que versa de un capítulo de la historia de Cuba y eso basta para que el presidente la elogie.
El tweet del presidente es un despropósito. Una frase absurda que fomenta el odio entre los propios cubanos. Sus palabras son discriminatorias y denigrantes. Nunca pidió disculpas por lo escrito y la llama de Twitter ardió. Evidentemente, la democracia virtual de las redes sociales sobrepasa al gobierno cubano, que pensó que esto iba a ser un juego y están desnudos mostrando todas sus falencias políticas.
Básicamente todo este tiempo Díaz-Canel lo ha dedicado a recorrer el país, a palpar el saldo que ha dejado la revolución después de 60 años. Se ha paseado por la isla con papel y lápiz tomando nota de la nación que le han entregado y que no puede modificar hasta que su mentor no salga del juego. Es un mero observador que no tiene el poder suficiente para reformar lo que el pasado le ha dejado como presente, un burócrata en funciones.
El ingeniero recibe y despide a todos los presidentes y altas personalidades que asoman por La Habana. Acude a los compromisos internacionales que llegan a modo de invitación a las oficinas del gobierno para leer discursos grises y cortos en foros y reuniones regionales. Visita fábricas, acueductos, centrales azucareros, para hablar con sus trabajadores y darles aliento pidiéndoles que sigan “defendiendo la revolución desde sus trincheras” bajo la consigna raulista de “hacer más con menos”. Llega hasta los barrios pobres a preocuparse por el estado de las viviendas y les promete a sus habitantes que “la revolución los ayudará, pero que tienen que tener fe y paciencia en ella”.
Ha pasado todo un año y Díaz-Canel, sin hacer nada, sigue teniendo un punto a su favor. Y es que después de conocerse con exactitud absoluta el pozo sin salida al que conducen las posturas de un gobierno aferrado a sus doctrinas obsoletas, su figura, solo por una cuestión generacional, despierta, al menos, incertidumbre. Es cierto que, si llegó a ser presidente ascendiendo por toda la pirámide política del estado cubano, su ideología es una copia fiel a la de sus antecesores, pero nadie puede aseverar realmente cómo piensa el ingeniero y qué obra es capaz de construir. No cabe duda alguna que está atado de manos y pies. Soltarse es su decisión y justo ahí radica la pequeña expectación que aún provoca.
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