¿Tiene futuro la izquierda en México?

¿Tiene futuro la izquierda en México?

Tras dos años de lopezobradorismo, hay muchas incógnitas sobre los años por venir. ¿Cuál será el rumbo de las izquierdas, hoy fragmentadas, en un régimen donde no caben las fisuras y, mucho menos, el disenso?; ¿cuál será el salto cuántico para que el partido y el presidente eviten la desbandada de otras izquierdas?

Tiempo de lectura: 8 minutos

Una pregunta frecuente durante los últimos años es si se puede ser conservador y de izquierda simultáneamente. Si, para responderla, partimos de la trayectoria bicentenaria de la izquierda socialista, sería un contrasentido, porque por definición la izquierda ha verbalizado los intereses de las clases trabajadoras al darle forma a un proyecto emancipatorio para ellas —mediante la asociación, por ejemplo, en sindicatos y coo­perativas— y para toda la sociedad —mediante un orden más justo y equitativo a través de derechos—. Esto la diferenciaba del conserva­durismo decimonónico (defensor del statu quo y del orden “natural” de la sociedad) y del liberalismo (devoto de la propiedad privada y del gobierno de las minorías).1 Sin embargo, la respuesta se complica si admitimos la existencia de izquierdas no socialistas que pretenden reducir o acabar con la desi­gualdad social sin proponerse liberar a las personas —a los trabajadores, a los pobres y a los pueblos indígenas— de la dominación del capital y del Estado. A esa progenie pertenece Andrés Manuel López Obrador, pre­sidente de México.

En términos históricos, la izquierda mexicana reúne tres corrientes (socialista, nacionalista y socialcristiana) que buscaron acabar con la desigualdad —o resolver la “cuestión social”, como se decía en el siglo XIX, época en que surgió la izquierda en el país—. Todas ellas se han recon­figurado con el tiempo.

Primero, la vertiente socialista, que incluye las orga­nizaciones y comunidades utópicas basadas en la asociación (de los trabajadores y los factores de producción), la cooperación (la suma de esfuerzos y recursos orientados al bien común y no al beneficio individual) y la federación (la agregación de comunidades de distinta índole con derechos semejantes). Posteriormente, esta corriente incorporaría al anarquismo y al comunismo. La segunda corriente, la izquierda nacionalista, procede del liberalismo social decimonónico, al que se agregó el nacionalismo revolucionario en el siglo pasado. Y, por último, la tercera, la línea socialcristiana, que incorpora el cristianismo cis­mático de Lamennais, la prédica de la Rerum novarum y la teología de la liberación, empeñados todos en mejorar la condición de las clases trabajadoras y de los pobres en general.

El pensamiento de López Obrador abreva de estas tres corrientes históricas, aunque la nacionalista y la socialcristiana ocupan un espacio mayor en su perspectiva, que incluso se desliza hacia un cristianismo conservador, pues los pobres son su prioridad (como lo reiteró ante el G20).

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