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Día de muertos: entre <i>Coco</i>, <i>James Bond</i> y las tradiciones originarias

Día de muertos: entre <i>Coco</i>, <i>James Bond</i> y las tradiciones originarias

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
07
.
11
.
22
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

Si bien las tradiciones son fenómenos colectivos, dignos de compartirse, la pregunta que persiste es, ¿cómo compartirlas de manera más consciente, informada y respetuosa?

Cerca de medio millón de turistas visitaron México con motivo de la celebración de Día de Muertos y la derrama económica que esto generó tan solo en la Ciudad de México se estimó en más de 900 millones de pesos por concepto de servicios turísticos. Esto representa grandes noticias para el sector empresarial y para el gobierno de la Ciudad de México; sin embargo, para los pueblos originarios que luchan para mantener vivas sus tradiciones no necesariamente lo es.

El estreno de Coco, la película animada de Disney inspirada en la tradición mexicana y el desfile de calaveras filmado en el zócalo capitalino para la película 007: Spectre, de la saga de James Bond, que, por cierto, terminó convirtiéndose en un evento anual, fueron factores determinantes para este boom turístico. Pero más allá del interés internacional, cuántos mexicanos sabemos cómo se celebraba originalmente el Día de Muertos en distintas zonas del país y cuántos nos hemos comprado una versión única y empaquetada de esta celebración.

México es un país mega diverso, al igual que sus costumbres y tradiciones. En ese contexto, el Día de Muertos tiene muchas caras. En la comunidad de Pomuch, Campeche, por ejemplo, se lleva a cabo un ritual maya que consiste en limpiar los huesos de los difuntos para demostrarles el amor que aún les guardan sus familiares; los Yoremes en Sinaloa tienen la costumbre de colocar un entarimado hecho de carrizo, una especie de caña, que va rodeado con cuatro arcos altos, se le conoce como tapanco y es un tipo de ofrenda ancestral; y en Tila, Chiapas los hombres recolectan leña, palmas y bambú que se colocan sobre una mesa para formar un altar, mientras que las mujeres se encargan de preparar la comida y recolectar los objetos favoritos del difunto y luego, el 3 de noviembre se hacen diferentes rezos en el panteón por el retorno al más allá de los fallecidos.

Además, los alimentos de los altares, los rituales y las decoraciones de cada comunidad dependen de las producción agrícola local, un ejemplo claro de esta diversidad es el Estado de Oaxaca, en el que existen nueve tipo de panes de muerto según la región.

“No hay un solo Día de Muertos, lo que hay son muchos tipos de celebraciones que son muy diferentes entre sí. Lo que estamos viendo es una homogeneización. Las películas como Coco fijan un solo tipo de Día de Muertos, entonces las personas piensan que todos los altares van así, que todos llevan ese tipo de flores. Es un fenómeno que oculta la gran diversidad que hay”, dice Yásnaya Aguilar, lingüista mixe.

Este proceso de homogeneización toma ciertos elementos de los pueblos indígenas que pueden parecer exuberantes al ojo extranjero y plantean una “única identidad” que oprime, racializa y despoja a los protagonistas de estas complejas cosmovisiones.

“El nacionalismo mexicano ha agarrado elementos de todos los pueblos indígenas para generar un licuado al que le pone el mariachi de Jalisco, la cochinita de Yucatán, los textiles de los pueblos indígenas y el Día de Muertos para decir ‘esto es mexicano’, entonces el Día de Muertos lo agarran como un ingrediente más para ese licuado que es la 'identidad cultural mexicana'”, añade Aguilar.

Si bien las tradiciones son fenómenos colectivos, dignos de compartirse, la pregunta que persiste es, ¿cómo compartirlas de manera más consciente, informada y respetuosa?

Otra crítica generalizada al fenómeno que rodea a esta celebración es el poco beneficio económico que obtienen los pueblos originarios en comparación con las grandes empresas, aerolíneas, cadenas hoteleras, restaurantes y desarrollos turísticos.

“En las 20 poblaciones donde más se representa este día hay un gran porcentaje de ocupación hotelera, hay derrama en compra de artesanías, de alimentos y bebidas, sí hay una derrama importante que permea en beneficio de la población, sobre todo con los artesanos. Cada vez más estamos vendiendo e impulsando las fechas más significativas para promocionarlas con las agencias de viajes”, dice Miguel Torruco, actual secretario de Turismo Federal en defensa de esta tendencia. Si bien es cierto que parte de la derrama económica que deja el turismo se queda en las comunidades, el porcentaje está muy lejos de lo justo o equitativo.

Pocos saben, por ejemplo, que México tiene años de ser importador de flor de cempasúchil, pues en los últimos 90 años países como China han comenzado a producir una variante genética que actualmente tiene un alto porcentaje de ventas en el país, simplemente porque es más estética y resistente. El problema no está en que existan otras variantes de la flor, sino en la poca inversión que ha hecho México para conservar y explorar el genoma originario, pues si esta tendencia continúa podría desaparecer, pues los campesinos locales se están quedando sin incentivos para seguir sembrándola.

Aunque es cierto que las tradiciones de Día de Muertos son una gran forma de que el mundo conozca a México y de que los productos e identidades locales multipliquen las fuentes de ingresos para los locales, también hay un gran riesgo de que una de nuestras tradiciones más profundas y fascinantes continúe diluyéndose hasta desaparecer.

Escucha aquí el episodio completo en voz de Fernanda Caso en Spotify, Apple, Amazon o en tu plataforma de pódcast preferida.

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Si bien las tradiciones son fenómenos colectivos, dignos de compartirse, la pregunta que persiste es, ¿cómo compartirlas de manera más consciente, informada y respetuosa?

Cerca de medio millón de turistas visitaron México con motivo de la celebración de Día de Muertos y la derrama económica que esto generó tan solo en la Ciudad de México se estimó en más de 900 millones de pesos por concepto de servicios turísticos. Esto representa grandes noticias para el sector empresarial y para el gobierno de la Ciudad de México; sin embargo, para los pueblos originarios que luchan para mantener vivas sus tradiciones no necesariamente lo es.

El estreno de Coco, la película animada de Disney inspirada en la tradición mexicana y el desfile de calaveras filmado en el zócalo capitalino para la película 007: Spectre, de la saga de James Bond, que, por cierto, terminó convirtiéndose en un evento anual, fueron factores determinantes para este boom turístico. Pero más allá del interés internacional, cuántos mexicanos sabemos cómo se celebraba originalmente el Día de Muertos en distintas zonas del país y cuántos nos hemos comprado una versión única y empaquetada de esta celebración.

México es un país mega diverso, al igual que sus costumbres y tradiciones. En ese contexto, el Día de Muertos tiene muchas caras. En la comunidad de Pomuch, Campeche, por ejemplo, se lleva a cabo un ritual maya que consiste en limpiar los huesos de los difuntos para demostrarles el amor que aún les guardan sus familiares; los Yoremes en Sinaloa tienen la costumbre de colocar un entarimado hecho de carrizo, una especie de caña, que va rodeado con cuatro arcos altos, se le conoce como tapanco y es un tipo de ofrenda ancestral; y en Tila, Chiapas los hombres recolectan leña, palmas y bambú que se colocan sobre una mesa para formar un altar, mientras que las mujeres se encargan de preparar la comida y recolectar los objetos favoritos del difunto y luego, el 3 de noviembre se hacen diferentes rezos en el panteón por el retorno al más allá de los fallecidos.

Además, los alimentos de los altares, los rituales y las decoraciones de cada comunidad dependen de las producción agrícola local, un ejemplo claro de esta diversidad es el Estado de Oaxaca, en el que existen nueve tipo de panes de muerto según la región.

“No hay un solo Día de Muertos, lo que hay son muchos tipos de celebraciones que son muy diferentes entre sí. Lo que estamos viendo es una homogeneización. Las películas como Coco fijan un solo tipo de Día de Muertos, entonces las personas piensan que todos los altares van así, que todos llevan ese tipo de flores. Es un fenómeno que oculta la gran diversidad que hay”, dice Yásnaya Aguilar, lingüista mixe.

Este proceso de homogeneización toma ciertos elementos de los pueblos indígenas que pueden parecer exuberantes al ojo extranjero y plantean una “única identidad” que oprime, racializa y despoja a los protagonistas de estas complejas cosmovisiones.

“El nacionalismo mexicano ha agarrado elementos de todos los pueblos indígenas para generar un licuado al que le pone el mariachi de Jalisco, la cochinita de Yucatán, los textiles de los pueblos indígenas y el Día de Muertos para decir ‘esto es mexicano’, entonces el Día de Muertos lo agarran como un ingrediente más para ese licuado que es la 'identidad cultural mexicana'”, añade Aguilar.

Si bien las tradiciones son fenómenos colectivos, dignos de compartirse, la pregunta que persiste es, ¿cómo compartirlas de manera más consciente, informada y respetuosa?

Otra crítica generalizada al fenómeno que rodea a esta celebración es el poco beneficio económico que obtienen los pueblos originarios en comparación con las grandes empresas, aerolíneas, cadenas hoteleras, restaurantes y desarrollos turísticos.

“En las 20 poblaciones donde más se representa este día hay un gran porcentaje de ocupación hotelera, hay derrama en compra de artesanías, de alimentos y bebidas, sí hay una derrama importante que permea en beneficio de la población, sobre todo con los artesanos. Cada vez más estamos vendiendo e impulsando las fechas más significativas para promocionarlas con las agencias de viajes”, dice Miguel Torruco, actual secretario de Turismo Federal en defensa de esta tendencia. Si bien es cierto que parte de la derrama económica que deja el turismo se queda en las comunidades, el porcentaje está muy lejos de lo justo o equitativo.

Pocos saben, por ejemplo, que México tiene años de ser importador de flor de cempasúchil, pues en los últimos 90 años países como China han comenzado a producir una variante genética que actualmente tiene un alto porcentaje de ventas en el país, simplemente porque es más estética y resistente. El problema no está en que existan otras variantes de la flor, sino en la poca inversión que ha hecho México para conservar y explorar el genoma originario, pues si esta tendencia continúa podría desaparecer, pues los campesinos locales se están quedando sin incentivos para seguir sembrándola.

Aunque es cierto que las tradiciones de Día de Muertos son una gran forma de que el mundo conozca a México y de que los productos e identidades locales multipliquen las fuentes de ingresos para los locales, también hay un gran riesgo de que una de nuestras tradiciones más profundas y fascinantes continúe diluyéndose hasta desaparecer.

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Si bien las tradiciones son fenómenos colectivos, dignos de compartirse, la pregunta que persiste es, ¿cómo compartirlas de manera más consciente, informada y respetuosa?

Cerca de medio millón de turistas visitaron México con motivo de la celebración de Día de Muertos y la derrama económica que esto generó tan solo en la Ciudad de México se estimó en más de 900 millones de pesos por concepto de servicios turísticos. Esto representa grandes noticias para el sector empresarial y para el gobierno de la Ciudad de México; sin embargo, para los pueblos originarios que luchan para mantener vivas sus tradiciones no necesariamente lo es.

El estreno de Coco, la película animada de Disney inspirada en la tradición mexicana y el desfile de calaveras filmado en el zócalo capitalino para la película 007: Spectre, de la saga de James Bond, que, por cierto, terminó convirtiéndose en un evento anual, fueron factores determinantes para este boom turístico. Pero más allá del interés internacional, cuántos mexicanos sabemos cómo se celebraba originalmente el Día de Muertos en distintas zonas del país y cuántos nos hemos comprado una versión única y empaquetada de esta celebración.

México es un país mega diverso, al igual que sus costumbres y tradiciones. En ese contexto, el Día de Muertos tiene muchas caras. En la comunidad de Pomuch, Campeche, por ejemplo, se lleva a cabo un ritual maya que consiste en limpiar los huesos de los difuntos para demostrarles el amor que aún les guardan sus familiares; los Yoremes en Sinaloa tienen la costumbre de colocar un entarimado hecho de carrizo, una especie de caña, que va rodeado con cuatro arcos altos, se le conoce como tapanco y es un tipo de ofrenda ancestral; y en Tila, Chiapas los hombres recolectan leña, palmas y bambú que se colocan sobre una mesa para formar un altar, mientras que las mujeres se encargan de preparar la comida y recolectar los objetos favoritos del difunto y luego, el 3 de noviembre se hacen diferentes rezos en el panteón por el retorno al más allá de los fallecidos.

Además, los alimentos de los altares, los rituales y las decoraciones de cada comunidad dependen de las producción agrícola local, un ejemplo claro de esta diversidad es el Estado de Oaxaca, en el que existen nueve tipo de panes de muerto según la región.

“No hay un solo Día de Muertos, lo que hay son muchos tipos de celebraciones que son muy diferentes entre sí. Lo que estamos viendo es una homogeneización. Las películas como Coco fijan un solo tipo de Día de Muertos, entonces las personas piensan que todos los altares van así, que todos llevan ese tipo de flores. Es un fenómeno que oculta la gran diversidad que hay”, dice Yásnaya Aguilar, lingüista mixe.

Este proceso de homogeneización toma ciertos elementos de los pueblos indígenas que pueden parecer exuberantes al ojo extranjero y plantean una “única identidad” que oprime, racializa y despoja a los protagonistas de estas complejas cosmovisiones.

“El nacionalismo mexicano ha agarrado elementos de todos los pueblos indígenas para generar un licuado al que le pone el mariachi de Jalisco, la cochinita de Yucatán, los textiles de los pueblos indígenas y el Día de Muertos para decir ‘esto es mexicano’, entonces el Día de Muertos lo agarran como un ingrediente más para ese licuado que es la 'identidad cultural mexicana'”, añade Aguilar.

Si bien las tradiciones son fenómenos colectivos, dignos de compartirse, la pregunta que persiste es, ¿cómo compartirlas de manera más consciente, informada y respetuosa?

Otra crítica generalizada al fenómeno que rodea a esta celebración es el poco beneficio económico que obtienen los pueblos originarios en comparación con las grandes empresas, aerolíneas, cadenas hoteleras, restaurantes y desarrollos turísticos.

“En las 20 poblaciones donde más se representa este día hay un gran porcentaje de ocupación hotelera, hay derrama en compra de artesanías, de alimentos y bebidas, sí hay una derrama importante que permea en beneficio de la población, sobre todo con los artesanos. Cada vez más estamos vendiendo e impulsando las fechas más significativas para promocionarlas con las agencias de viajes”, dice Miguel Torruco, actual secretario de Turismo Federal en defensa de esta tendencia. Si bien es cierto que parte de la derrama económica que deja el turismo se queda en las comunidades, el porcentaje está muy lejos de lo justo o equitativo.

Pocos saben, por ejemplo, que México tiene años de ser importador de flor de cempasúchil, pues en los últimos 90 años países como China han comenzado a producir una variante genética que actualmente tiene un alto porcentaje de ventas en el país, simplemente porque es más estética y resistente. El problema no está en que existan otras variantes de la flor, sino en la poca inversión que ha hecho México para conservar y explorar el genoma originario, pues si esta tendencia continúa podría desaparecer, pues los campesinos locales se están quedando sin incentivos para seguir sembrándola.

Aunque es cierto que las tradiciones de Día de Muertos son una gran forma de que el mundo conozca a México y de que los productos e identidades locales multipliquen las fuentes de ingresos para los locales, también hay un gran riesgo de que una de nuestras tradiciones más profundas y fascinantes continúe diluyéndose hasta desaparecer.

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Cerca de medio millón de turistas visitaron México con motivo de la celebración de Día de Muertos y la derrama económica que esto generó tan solo en la Ciudad de México se estimó en más de 900 millones de pesos por concepto de servicios turísticos. Esto representa grandes noticias para el sector empresarial y para el gobierno de la Ciudad de México; sin embargo, para los pueblos originarios que luchan para mantener vivas sus tradiciones no necesariamente lo es.

El estreno de Coco, la película animada de Disney inspirada en la tradición mexicana y el desfile de calaveras filmado en el zócalo capitalino para la película 007: Spectre, de la saga de James Bond, que, por cierto, terminó convirtiéndose en un evento anual, fueron factores determinantes para este boom turístico. Pero más allá del interés internacional, cuántos mexicanos sabemos cómo se celebraba originalmente el Día de Muertos en distintas zonas del país y cuántos nos hemos comprado una versión única y empaquetada de esta celebración.

México es un país mega diverso, al igual que sus costumbres y tradiciones. En ese contexto, el Día de Muertos tiene muchas caras. En la comunidad de Pomuch, Campeche, por ejemplo, se lleva a cabo un ritual maya que consiste en limpiar los huesos de los difuntos para demostrarles el amor que aún les guardan sus familiares; los Yoremes en Sinaloa tienen la costumbre de colocar un entarimado hecho de carrizo, una especie de caña, que va rodeado con cuatro arcos altos, se le conoce como tapanco y es un tipo de ofrenda ancestral; y en Tila, Chiapas los hombres recolectan leña, palmas y bambú que se colocan sobre una mesa para formar un altar, mientras que las mujeres se encargan de preparar la comida y recolectar los objetos favoritos del difunto y luego, el 3 de noviembre se hacen diferentes rezos en el panteón por el retorno al más allá de los fallecidos.

Además, los alimentos de los altares, los rituales y las decoraciones de cada comunidad dependen de las producción agrícola local, un ejemplo claro de esta diversidad es el Estado de Oaxaca, en el que existen nueve tipo de panes de muerto según la región.

“No hay un solo Día de Muertos, lo que hay son muchos tipos de celebraciones que son muy diferentes entre sí. Lo que estamos viendo es una homogeneización. Las películas como Coco fijan un solo tipo de Día de Muertos, entonces las personas piensan que todos los altares van así, que todos llevan ese tipo de flores. Es un fenómeno que oculta la gran diversidad que hay”, dice Yásnaya Aguilar, lingüista mixe.

Este proceso de homogeneización toma ciertos elementos de los pueblos indígenas que pueden parecer exuberantes al ojo extranjero y plantean una “única identidad” que oprime, racializa y despoja a los protagonistas de estas complejas cosmovisiones.

“El nacionalismo mexicano ha agarrado elementos de todos los pueblos indígenas para generar un licuado al que le pone el mariachi de Jalisco, la cochinita de Yucatán, los textiles de los pueblos indígenas y el Día de Muertos para decir ‘esto es mexicano’, entonces el Día de Muertos lo agarran como un ingrediente más para ese licuado que es la 'identidad cultural mexicana'”, añade Aguilar.

Si bien las tradiciones son fenómenos colectivos, dignos de compartirse, la pregunta que persiste es, ¿cómo compartirlas de manera más consciente, informada y respetuosa?

Otra crítica generalizada al fenómeno que rodea a esta celebración es el poco beneficio económico que obtienen los pueblos originarios en comparación con las grandes empresas, aerolíneas, cadenas hoteleras, restaurantes y desarrollos turísticos.

“En las 20 poblaciones donde más se representa este día hay un gran porcentaje de ocupación hotelera, hay derrama en compra de artesanías, de alimentos y bebidas, sí hay una derrama importante que permea en beneficio de la población, sobre todo con los artesanos. Cada vez más estamos vendiendo e impulsando las fechas más significativas para promocionarlas con las agencias de viajes”, dice Miguel Torruco, actual secretario de Turismo Federal en defensa de esta tendencia. Si bien es cierto que parte de la derrama económica que deja el turismo se queda en las comunidades, el porcentaje está muy lejos de lo justo o equitativo.

Pocos saben, por ejemplo, que México tiene años de ser importador de flor de cempasúchil, pues en los últimos 90 años países como China han comenzado a producir una variante genética que actualmente tiene un alto porcentaje de ventas en el país, simplemente porque es más estética y resistente. El problema no está en que existan otras variantes de la flor, sino en la poca inversión que ha hecho México para conservar y explorar el genoma originario, pues si esta tendencia continúa podría desaparecer, pues los campesinos locales se están quedando sin incentivos para seguir sembrándola.

Aunque es cierto que las tradiciones de Día de Muertos son una gran forma de que el mundo conozca a México y de que los productos e identidades locales multipliquen las fuentes de ingresos para los locales, también hay un gran riesgo de que una de nuestras tradiciones más profundas y fascinantes continúe diluyéndose hasta desaparecer.

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Si bien las tradiciones son fenómenos colectivos, dignos de compartirse, la pregunta que persiste es, ¿cómo compartirlas de manera más consciente, informada y respetuosa?

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Cerca de medio millón de turistas visitaron México con motivo de la celebración de Día de Muertos y la derrama económica que esto generó tan solo en la Ciudad de México se estimó en más de 900 millones de pesos por concepto de servicios turísticos. Esto representa grandes noticias para el sector empresarial y para el gobierno de la Ciudad de México; sin embargo, para los pueblos originarios que luchan para mantener vivas sus tradiciones no necesariamente lo es.

El estreno de Coco, la película animada de Disney inspirada en la tradición mexicana y el desfile de calaveras filmado en el zócalo capitalino para la película 007: Spectre, de la saga de James Bond, que, por cierto, terminó convirtiéndose en un evento anual, fueron factores determinantes para este boom turístico. Pero más allá del interés internacional, cuántos mexicanos sabemos cómo se celebraba originalmente el Día de Muertos en distintas zonas del país y cuántos nos hemos comprado una versión única y empaquetada de esta celebración.

México es un país mega diverso, al igual que sus costumbres y tradiciones. En ese contexto, el Día de Muertos tiene muchas caras. En la comunidad de Pomuch, Campeche, por ejemplo, se lleva a cabo un ritual maya que consiste en limpiar los huesos de los difuntos para demostrarles el amor que aún les guardan sus familiares; los Yoremes en Sinaloa tienen la costumbre de colocar un entarimado hecho de carrizo, una especie de caña, que va rodeado con cuatro arcos altos, se le conoce como tapanco y es un tipo de ofrenda ancestral; y en Tila, Chiapas los hombres recolectan leña, palmas y bambú que se colocan sobre una mesa para formar un altar, mientras que las mujeres se encargan de preparar la comida y recolectar los objetos favoritos del difunto y luego, el 3 de noviembre se hacen diferentes rezos en el panteón por el retorno al más allá de los fallecidos.

Además, los alimentos de los altares, los rituales y las decoraciones de cada comunidad dependen de las producción agrícola local, un ejemplo claro de esta diversidad es el Estado de Oaxaca, en el que existen nueve tipo de panes de muerto según la región.

“No hay un solo Día de Muertos, lo que hay son muchos tipos de celebraciones que son muy diferentes entre sí. Lo que estamos viendo es una homogeneización. Las películas como Coco fijan un solo tipo de Día de Muertos, entonces las personas piensan que todos los altares van así, que todos llevan ese tipo de flores. Es un fenómeno que oculta la gran diversidad que hay”, dice Yásnaya Aguilar, lingüista mixe.

Este proceso de homogeneización toma ciertos elementos de los pueblos indígenas que pueden parecer exuberantes al ojo extranjero y plantean una “única identidad” que oprime, racializa y despoja a los protagonistas de estas complejas cosmovisiones.

“El nacionalismo mexicano ha agarrado elementos de todos los pueblos indígenas para generar un licuado al que le pone el mariachi de Jalisco, la cochinita de Yucatán, los textiles de los pueblos indígenas y el Día de Muertos para decir ‘esto es mexicano’, entonces el Día de Muertos lo agarran como un ingrediente más para ese licuado que es la 'identidad cultural mexicana'”, añade Aguilar.

Si bien las tradiciones son fenómenos colectivos, dignos de compartirse, la pregunta que persiste es, ¿cómo compartirlas de manera más consciente, informada y respetuosa?

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“En las 20 poblaciones donde más se representa este día hay un gran porcentaje de ocupación hotelera, hay derrama en compra de artesanías, de alimentos y bebidas, sí hay una derrama importante que permea en beneficio de la población, sobre todo con los artesanos. Cada vez más estamos vendiendo e impulsando las fechas más significativas para promocionarlas con las agencias de viajes”, dice Miguel Torruco, actual secretario de Turismo Federal en defensa de esta tendencia. Si bien es cierto que parte de la derrama económica que deja el turismo se queda en las comunidades, el porcentaje está muy lejos de lo justo o equitativo.

Pocos saben, por ejemplo, que México tiene años de ser importador de flor de cempasúchil, pues en los últimos 90 años países como China han comenzado a producir una variante genética que actualmente tiene un alto porcentaje de ventas en el país, simplemente porque es más estética y resistente. El problema no está en que existan otras variantes de la flor, sino en la poca inversión que ha hecho México para conservar y explorar el genoma originario, pues si esta tendencia continúa podría desaparecer, pues los campesinos locales se están quedando sin incentivos para seguir sembrándola.

Aunque es cierto que las tradiciones de Día de Muertos son una gran forma de que el mundo conozca a México y de que los productos e identidades locales multipliquen las fuentes de ingresos para los locales, también hay un gran riesgo de que una de nuestras tradiciones más profundas y fascinantes continúe diluyéndose hasta desaparecer.

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