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¿Cómo se vive el día de Reyes en un campamento migrante? Historias de Haití en la Ciudad de México

¿Cómo se vive el día de Reyes en un campamento migrante? Historias de Haití en la Ciudad de México

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
(Foto de Gerardo Vieyra/NurPhoto)SIN USO FRANCIA Fotografía de Gerardo Vieyra/REUTERS. Dos niñas haitianas cerca de la Plaza Giordano Bruno en la Ciudad de México, luego de que más personas intentaran realizar un trámite en las instalaciones de la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados que les permitiría permanecer más tiempo en México ante las dificultades que están teniendo sus compatriotas para ingresar a Estados Unidos, además, se encuentran a la espera de un permiso o Tarjeta de Visitante por Razones Humanitarias que les permita acceder a servicios de salud y oportunidades de empleo en México mientras son atendidos y poder continuar su viaje hasta la frontera.
09
.
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24
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

¿Alguna vez te has preguntado qué lleva a las personas haitianas a dejar su país y migrar? Diversos asentamientos sirven de refugio a extranjeros que buscan una oportunidad laboral y sobrevivir en medio de un entorno que suele discriminarlos. Las infancias son las más vulnerables, aunque por un día disfrutan las tradiciones navideñas mexicanas.

Hoy es una mañana distinta en la plaza Giordano Bruno. A través de Orgullo Diverso de México y el Templo de Satán, los Reyes Magos han llegado para más de cincuenta niños, niñas y adolescentes que habitan este campamento migrante.

Los reyes llegaron con pelotas, muñecas y, además, piñatas para la diversión de las infancias. Alrededor de la piñata se forma un círculo en donde no solo niños y niñas esperan su turno para intentar revelar qué esconde. Pasan los más chicos, pero uno de los niños mayores es quien logra romperla. Los niños y niñas corren por los dulces y juguetes que caen mientras alguno que otro adulto se cuela en el juego.

Por lo de Día de Reyes traemos roscas, algunos jugos y balones, pero esta labor se debería hacer un poco más”, comparte Marsha Bella Rubí, activista en la organización Orgullo Diverso de México, quien logra financiar estas actividades gracias a sus ingresos por cortar el cabello en sus estéticas.

Unos Reyes Magos inesperados, los del Templo de Satán, también se hicieron presentes y llevaron diversos juguetes para las infancias que viven en el campamento.

“Ya habíamos venido aquí antes, la comunidad de migrantes aquí ha sido beneficiaria de algunas de las colectas que ya hemos realizado anteriormente”, explica Ingrid Hollander, integrante de la agrupación de satanismo ateísta del Templo de Satán.

Al fondo, con timidez, Keysha observa cómo los adultos cantan “dale, dale, dale, no pierdas el tino”. Mientras las infancias le pegan a la piñata, la pequeña se divierte viéndoles fallar. Ella ayudó a los Reyes Magos con la organización de esta actividad al formar a los niños y niñas y explicarles en qué consistía.

Keysha, de 12 años, es una niña de origen haitiano que migró desde Chile hasta México, ya no recuerda hace cuánto tiempo llegó; sin embargo, calcula que lleva alrededor de un año viviendo en el campamento instalado en la plaza Giordano Bruno.

En distintas partes de la Ciudad de México las personas migrantes han tenido que construir sus propios refugios con casas de campaña, cobijas y cartones, debido a que los proporcionados por el gobierno están rebasados.

“La primera vez que le pegué a una piñata fue muy extraño, pero también muy divertido. Cuando caen los dulces es mi parte favorita, procuro divertirme mucho con mis amigos”, relata la pequeña.

Las infancias que habitan los campamentos migrantes

Keysha se despierta, desayuna lo que su mamá puede proporcionarle, ayuda a mantener limpio el espacio que habitan y después, juega toda la tarde con los demás niños, niñas y adolescentes del lugar. La pequeña calcula que hay por lo menos otros cincuenta infantes.

Aunque Keysha asegura que trata de divertirse con las demás infancias del campamento, también comparte que extraña a sus amigos de Chile, pero sobre todo asistir a la escuela. “Yo era muy buena para estudiar, me encantaba leer y aprender, pero ya no he podido asistir, eso me pone un poco triste”, nos comenta la pequeña con un poco de timidez mientras observa a los demás niños jugar.

Como Keysha, el 40% de las infancias migrantes haitianas en México no asisten a la escuela, reveló el estudio “Revertir el riesgo y la tristeza: Un vistazo a la realidad de las personas migrantes haitianas en México”, realizado por Save the Children.

Cuando le preguntamos a Keysha ¿les hace falta algo en el campamento?, responde casi de inmediato: “ropa y comida”. Con un poco más de confianza dice que también necesitan productos de higiene menstrual, pues en el campamento hay muchas mujeres y adolescentes.

“Mi mamá consigue toallas sanitarias, pero no siempre es fácil para ella, a veces no tiene dinero y no podemos conseguirlas”, murmura.

Más de la mitad de las personas encuestadas reconocen que no han podido cubrir las necesidades básicas de las infancias a su cargo como la alimentación o el descanso en un alojamiento digno durante su tránsito, según Save the Children.

Campamentos los protegen del frío, pero no de la discriminación

Un poco más cerca del Museo del Chocolate se encuentra otro campamento formado por personas de distintas nacionalidades, pero la que predomina es la haitiana. Dos jóvenes, un hombre y una mujer —que prefirieron no dar su nombre— nos comparten que ha sido muy difícil para ellos lograr adaptarse a la vida en Ciudad de México, pues no han logrado conseguir trabajo para continuar con su travesía rumbo a Estados Unidos.

El joven comenta que antes de llegar a México vivió un tiempo en Brasil y Chile, donde consiguió un trabajo que le permitió subsistir dignamente, pero después la situación cambió y lo obligó a migrar otra vez. La mujer que lo acompaña nos platica que debido a la falta de empleo han subsistido al vender comida típica de su isla a sus compatriotas por 100 pesos el plato; aunque, no pudieron ahorrar lo suficiente para rentar un espacio habitable.

El mismo estudio de Save the Children explica que las personas haitianas en Ciudad de México no vienen directamente de su lugar de origen, algunas vivieron por un tiempo en países como Brasil y Chile, pero después retomaron su camino, situación conocida como re-migración. Keysha fue parte de este fenómeno, nació en Haití pero sus padres decidieron migrar a Chile y vivió ahí durante ocho años. Tiempo después, continuaron con su recorrido hacia Estados Unidos, hoy viven en un campamento improvisado en la capital mexicana.

“Muchos de los niños hablan español porque estuvieron viviendo o nacieron en Chile, es común que primero hayan migrado a otros países y después llegaron a México para continuar su camino a Estados Unidos”, nos explica Fabenson, un joven haitiano que acude con regularidad al campamento de la plaza Giordano Bruno.

El éxodo de personas migrantes comenzó en 2010 debido a que Estados Unidos abrió una ventana para recibir a migrantes haitianos que cumplieran diversos requisitos, esto después de la crisis humanitaria que trajo consigo el terremoto que dejó un saldo de 200 000 muertos y dos millones de desplazados, de acuerdo con la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

La crisis en Haití también se compone por gobiernos inestables. En 2021, el último presidente electo fue asesinado. Le siguen las catástrofes naturales como los terremotos de 2010 y 2021, inundaciones, huracanes, brotes de cólera y enfermedades relacionadas con la desnutrición. Otro problema que se suma a este caldo de cultivo para la migración es la escasa posibilidad de encontrar trabajo y poder estudiar, ocasionado por “una economía desarticulada en las cadenas de producción y distribución, multitud de escuelas y universidades sin abrir y la debilidad de las instituciones públicas, privadas y sociales”, puntualiza Save The Children. La inseguridad es otro problema que obliga a las personas a abandonar su isla. La violencia que pone en especial vulnerabilidad a niñas, niños y mujeres, señala el mismo informe.

La UNAM explica que desde 2016, México se convirtió en un país de tránsito para las personas migrantes, pero también muchos haitianos comenzaron a verlo como un lugar de residencia debido a que fueron rechazados para entrar a Estados Unidos. Tras la pandemia y con la reapertura de las fronteras, los flujos migratorios fueron más altos de lo esperado.

“A veces viene un señor que quiere pelear con nosotros, siempre nos grita ‘¿por qué no se regresan a su país?’ y eso es muy feo para nosotros porque salimos para perseguir un sueño, para trabajar, no venimos a robar”, expresa el joven con un poco de frustración en la voz.

En 2022, el INEGI encuestó a diversas personas migrantes; de ellas, el 19% aseguró que en México se respetan poco sus derechos. Las principales problemáticas a las que se enfrentan son: falta de empleo recursos económicos (para comer o vestir), discriminación por venir de otro lugar, violencia y hostigamiento, de acuerdo con la Encuesta Nacional sobre Discriminación (ENADIS) 2022.

Aunque el racismo y la discriminación son violencias que se replican en muchos lugares de México, en Tláhuac las personas migrantes encontraron un refugio con algunos de los habitantes de la alcaldía, como con Marilyn Villasana y su marisquería.

A través del emprendimiento de su familia, Marilyn Villasana brindó un espacio para que las personas migrantes obtengan un ingreso económico. La joven nos cuenta que hace unos meses una conocida la contactó con una mujer proveniente de Haití, quien le pidió permiso para vender en su local comida típica de su país.

“Cuando venían a comer haitianos, ella los atendía, porque yo no entiendo su idioma. Y ella me decía qué es lo que pedían porque también hablaba español”, comentó Marilyn Villasana.

Un jóven haitiano, quien residió en México por algunos meses, también se benefició de la marisquería, pues se dedicaba a barrer el local. A pesar de ello, su estadía no fue del todo placentera, una vecina lo discriminó en reiteradas ocasiones.

“Yo siento que [las personas migrantes] se han adaptado bien, trabajan de donde sea, hacen lo que sea. Los vi vendiendo agua ahí donde están. Venden cosas para hacerte trenzas, comida, cremas. Pero sí hay vecinos que les hacen groserías, no quieren comer aquí en el local cuando están ellos”, dice Villasana mientras limpia el arroz que preparará.

Al salir de su restaurante nos encontramos con Shelton Dorcenant, un joven que vende obleas en la alcaldía. Shelton nos cuenta que en Haití estudió Administración, pero tuvo que irse debido a la inseguridad que se vive en la isla. Cuando llegó a Ciudad de México fue recibido por un hombre llamado Christian. “Me preguntó ¿qué sabía hacer? Yo le dije que sabía vender y al día siguiente me llevó al mercado para conseguir obleas”, nos cuenta a través del traductor de su celular al no hablar español. Shelton ha conocido otra cara de México, él afirma que las personas han sido muy amables, siempre le compran sus obleas.

Para Keysha ese sábado seis de enero fue diferente: vio a niños y adultos divertirse al dejar de lado las preocupaciones por un momento cuando partieron la piñata o disfrutaron una rebanada de rosca. Keysha al igual que Shelton son ejemplos de miles de personas migrantes que, debido a la inseguridad y desastres naturales abandonaron su país de origen en busca de mejorar su vida sin importar las adversidades y violencias a superar en el trayecto. Algunos quizá hallen en México un sitio para echar raíces.

Conoce la historia completa en el último capítulo de Semanario Gatopardo: "Haitianos en la CDMX".

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¿Alguna vez te has preguntado qué lleva a las personas haitianas a dejar su país y migrar? Diversos asentamientos sirven de refugio a extranjeros que buscan una oportunidad laboral y sobrevivir en medio de un entorno que suele discriminarlos. Las infancias son las más vulnerables, aunque por un día disfrutan las tradiciones navideñas mexicanas.

Hoy es una mañana distinta en la plaza Giordano Bruno. A través de Orgullo Diverso de México y el Templo de Satán, los Reyes Magos han llegado para más de cincuenta niños, niñas y adolescentes que habitan este campamento migrante.

Los reyes llegaron con pelotas, muñecas y, además, piñatas para la diversión de las infancias. Alrededor de la piñata se forma un círculo en donde no solo niños y niñas esperan su turno para intentar revelar qué esconde. Pasan los más chicos, pero uno de los niños mayores es quien logra romperla. Los niños y niñas corren por los dulces y juguetes que caen mientras alguno que otro adulto se cuela en el juego.

Por lo de Día de Reyes traemos roscas, algunos jugos y balones, pero esta labor se debería hacer un poco más”, comparte Marsha Bella Rubí, activista en la organización Orgullo Diverso de México, quien logra financiar estas actividades gracias a sus ingresos por cortar el cabello en sus estéticas.

Unos Reyes Magos inesperados, los del Templo de Satán, también se hicieron presentes y llevaron diversos juguetes para las infancias que viven en el campamento.

“Ya habíamos venido aquí antes, la comunidad de migrantes aquí ha sido beneficiaria de algunas de las colectas que ya hemos realizado anteriormente”, explica Ingrid Hollander, integrante de la agrupación de satanismo ateísta del Templo de Satán.

Al fondo, con timidez, Keysha observa cómo los adultos cantan “dale, dale, dale, no pierdas el tino”. Mientras las infancias le pegan a la piñata, la pequeña se divierte viéndoles fallar. Ella ayudó a los Reyes Magos con la organización de esta actividad al formar a los niños y niñas y explicarles en qué consistía.

Keysha, de 12 años, es una niña de origen haitiano que migró desde Chile hasta México, ya no recuerda hace cuánto tiempo llegó; sin embargo, calcula que lleva alrededor de un año viviendo en el campamento instalado en la plaza Giordano Bruno.

En distintas partes de la Ciudad de México las personas migrantes han tenido que construir sus propios refugios con casas de campaña, cobijas y cartones, debido a que los proporcionados por el gobierno están rebasados.

“La primera vez que le pegué a una piñata fue muy extraño, pero también muy divertido. Cuando caen los dulces es mi parte favorita, procuro divertirme mucho con mis amigos”, relata la pequeña.

Las infancias que habitan los campamentos migrantes

Keysha se despierta, desayuna lo que su mamá puede proporcionarle, ayuda a mantener limpio el espacio que habitan y después, juega toda la tarde con los demás niños, niñas y adolescentes del lugar. La pequeña calcula que hay por lo menos otros cincuenta infantes.

Aunque Keysha asegura que trata de divertirse con las demás infancias del campamento, también comparte que extraña a sus amigos de Chile, pero sobre todo asistir a la escuela. “Yo era muy buena para estudiar, me encantaba leer y aprender, pero ya no he podido asistir, eso me pone un poco triste”, nos comenta la pequeña con un poco de timidez mientras observa a los demás niños jugar.

Como Keysha, el 40% de las infancias migrantes haitianas en México no asisten a la escuela, reveló el estudio “Revertir el riesgo y la tristeza: Un vistazo a la realidad de las personas migrantes haitianas en México”, realizado por Save the Children.

Cuando le preguntamos a Keysha ¿les hace falta algo en el campamento?, responde casi de inmediato: “ropa y comida”. Con un poco más de confianza dice que también necesitan productos de higiene menstrual, pues en el campamento hay muchas mujeres y adolescentes.

“Mi mamá consigue toallas sanitarias, pero no siempre es fácil para ella, a veces no tiene dinero y no podemos conseguirlas”, murmura.

Más de la mitad de las personas encuestadas reconocen que no han podido cubrir las necesidades básicas de las infancias a su cargo como la alimentación o el descanso en un alojamiento digno durante su tránsito, según Save the Children.

Campamentos los protegen del frío, pero no de la discriminación

Un poco más cerca del Museo del Chocolate se encuentra otro campamento formado por personas de distintas nacionalidades, pero la que predomina es la haitiana. Dos jóvenes, un hombre y una mujer —que prefirieron no dar su nombre— nos comparten que ha sido muy difícil para ellos lograr adaptarse a la vida en Ciudad de México, pues no han logrado conseguir trabajo para continuar con su travesía rumbo a Estados Unidos.

El joven comenta que antes de llegar a México vivió un tiempo en Brasil y Chile, donde consiguió un trabajo que le permitió subsistir dignamente, pero después la situación cambió y lo obligó a migrar otra vez. La mujer que lo acompaña nos platica que debido a la falta de empleo han subsistido al vender comida típica de su isla a sus compatriotas por 100 pesos el plato; aunque, no pudieron ahorrar lo suficiente para rentar un espacio habitable.

El mismo estudio de Save the Children explica que las personas haitianas en Ciudad de México no vienen directamente de su lugar de origen, algunas vivieron por un tiempo en países como Brasil y Chile, pero después retomaron su camino, situación conocida como re-migración. Keysha fue parte de este fenómeno, nació en Haití pero sus padres decidieron migrar a Chile y vivió ahí durante ocho años. Tiempo después, continuaron con su recorrido hacia Estados Unidos, hoy viven en un campamento improvisado en la capital mexicana.

“Muchos de los niños hablan español porque estuvieron viviendo o nacieron en Chile, es común que primero hayan migrado a otros países y después llegaron a México para continuar su camino a Estados Unidos”, nos explica Fabenson, un joven haitiano que acude con regularidad al campamento de la plaza Giordano Bruno.

El éxodo de personas migrantes comenzó en 2010 debido a que Estados Unidos abrió una ventana para recibir a migrantes haitianos que cumplieran diversos requisitos, esto después de la crisis humanitaria que trajo consigo el terremoto que dejó un saldo de 200 000 muertos y dos millones de desplazados, de acuerdo con la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

La crisis en Haití también se compone por gobiernos inestables. En 2021, el último presidente electo fue asesinado. Le siguen las catástrofes naturales como los terremotos de 2010 y 2021, inundaciones, huracanes, brotes de cólera y enfermedades relacionadas con la desnutrición. Otro problema que se suma a este caldo de cultivo para la migración es la escasa posibilidad de encontrar trabajo y poder estudiar, ocasionado por “una economía desarticulada en las cadenas de producción y distribución, multitud de escuelas y universidades sin abrir y la debilidad de las instituciones públicas, privadas y sociales”, puntualiza Save The Children. La inseguridad es otro problema que obliga a las personas a abandonar su isla. La violencia que pone en especial vulnerabilidad a niñas, niños y mujeres, señala el mismo informe.

La UNAM explica que desde 2016, México se convirtió en un país de tránsito para las personas migrantes, pero también muchos haitianos comenzaron a verlo como un lugar de residencia debido a que fueron rechazados para entrar a Estados Unidos. Tras la pandemia y con la reapertura de las fronteras, los flujos migratorios fueron más altos de lo esperado.

“A veces viene un señor que quiere pelear con nosotros, siempre nos grita ‘¿por qué no se regresan a su país?’ y eso es muy feo para nosotros porque salimos para perseguir un sueño, para trabajar, no venimos a robar”, expresa el joven con un poco de frustración en la voz.

En 2022, el INEGI encuestó a diversas personas migrantes; de ellas, el 19% aseguró que en México se respetan poco sus derechos. Las principales problemáticas a las que se enfrentan son: falta de empleo recursos económicos (para comer o vestir), discriminación por venir de otro lugar, violencia y hostigamiento, de acuerdo con la Encuesta Nacional sobre Discriminación (ENADIS) 2022.

Aunque el racismo y la discriminación son violencias que se replican en muchos lugares de México, en Tláhuac las personas migrantes encontraron un refugio con algunos de los habitantes de la alcaldía, como con Marilyn Villasana y su marisquería.

A través del emprendimiento de su familia, Marilyn Villasana brindó un espacio para que las personas migrantes obtengan un ingreso económico. La joven nos cuenta que hace unos meses una conocida la contactó con una mujer proveniente de Haití, quien le pidió permiso para vender en su local comida típica de su país.

“Cuando venían a comer haitianos, ella los atendía, porque yo no entiendo su idioma. Y ella me decía qué es lo que pedían porque también hablaba español”, comentó Marilyn Villasana.

Un jóven haitiano, quien residió en México por algunos meses, también se benefició de la marisquería, pues se dedicaba a barrer el local. A pesar de ello, su estadía no fue del todo placentera, una vecina lo discriminó en reiteradas ocasiones.

“Yo siento que [las personas migrantes] se han adaptado bien, trabajan de donde sea, hacen lo que sea. Los vi vendiendo agua ahí donde están. Venden cosas para hacerte trenzas, comida, cremas. Pero sí hay vecinos que les hacen groserías, no quieren comer aquí en el local cuando están ellos”, dice Villasana mientras limpia el arroz que preparará.

Al salir de su restaurante nos encontramos con Shelton Dorcenant, un joven que vende obleas en la alcaldía. Shelton nos cuenta que en Haití estudió Administración, pero tuvo que irse debido a la inseguridad que se vive en la isla. Cuando llegó a Ciudad de México fue recibido por un hombre llamado Christian. “Me preguntó ¿qué sabía hacer? Yo le dije que sabía vender y al día siguiente me llevó al mercado para conseguir obleas”, nos cuenta a través del traductor de su celular al no hablar español. Shelton ha conocido otra cara de México, él afirma que las personas han sido muy amables, siempre le compran sus obleas.

Para Keysha ese sábado seis de enero fue diferente: vio a niños y adultos divertirse al dejar de lado las preocupaciones por un momento cuando partieron la piñata o disfrutaron una rebanada de rosca. Keysha al igual que Shelton son ejemplos de miles de personas migrantes que, debido a la inseguridad y desastres naturales abandonaron su país de origen en busca de mejorar su vida sin importar las adversidades y violencias a superar en el trayecto. Algunos quizá hallen en México un sitio para echar raíces.

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(Foto de Gerardo Vieyra/NurPhoto)SIN USO FRANCIA Fotografía de Gerardo Vieyra/REUTERS. Dos niñas haitianas cerca de la Plaza Giordano Bruno en la Ciudad de México, luego de que más personas intentaran realizar un trámite en las instalaciones de la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados que les permitiría permanecer más tiempo en México ante las dificultades que están teniendo sus compatriotas para ingresar a Estados Unidos, además, se encuentran a la espera de un permiso o Tarjeta de Visitante por Razones Humanitarias que les permita acceder a servicios de salud y oportunidades de empleo en México mientras son atendidos y poder continuar su viaje hasta la frontera.
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¿Alguna vez te has preguntado qué lleva a las personas haitianas a dejar su país y migrar? Diversos asentamientos sirven de refugio a extranjeros que buscan una oportunidad laboral y sobrevivir en medio de un entorno que suele discriminarlos. Las infancias son las más vulnerables, aunque por un día disfrutan las tradiciones navideñas mexicanas.

Hoy es una mañana distinta en la plaza Giordano Bruno. A través de Orgullo Diverso de México y el Templo de Satán, los Reyes Magos han llegado para más de cincuenta niños, niñas y adolescentes que habitan este campamento migrante.

Los reyes llegaron con pelotas, muñecas y, además, piñatas para la diversión de las infancias. Alrededor de la piñata se forma un círculo en donde no solo niños y niñas esperan su turno para intentar revelar qué esconde. Pasan los más chicos, pero uno de los niños mayores es quien logra romperla. Los niños y niñas corren por los dulces y juguetes que caen mientras alguno que otro adulto se cuela en el juego.

Por lo de Día de Reyes traemos roscas, algunos jugos y balones, pero esta labor se debería hacer un poco más”, comparte Marsha Bella Rubí, activista en la organización Orgullo Diverso de México, quien logra financiar estas actividades gracias a sus ingresos por cortar el cabello en sus estéticas.

Unos Reyes Magos inesperados, los del Templo de Satán, también se hicieron presentes y llevaron diversos juguetes para las infancias que viven en el campamento.

“Ya habíamos venido aquí antes, la comunidad de migrantes aquí ha sido beneficiaria de algunas de las colectas que ya hemos realizado anteriormente”, explica Ingrid Hollander, integrante de la agrupación de satanismo ateísta del Templo de Satán.

Al fondo, con timidez, Keysha observa cómo los adultos cantan “dale, dale, dale, no pierdas el tino”. Mientras las infancias le pegan a la piñata, la pequeña se divierte viéndoles fallar. Ella ayudó a los Reyes Magos con la organización de esta actividad al formar a los niños y niñas y explicarles en qué consistía.

Keysha, de 12 años, es una niña de origen haitiano que migró desde Chile hasta México, ya no recuerda hace cuánto tiempo llegó; sin embargo, calcula que lleva alrededor de un año viviendo en el campamento instalado en la plaza Giordano Bruno.

En distintas partes de la Ciudad de México las personas migrantes han tenido que construir sus propios refugios con casas de campaña, cobijas y cartones, debido a que los proporcionados por el gobierno están rebasados.

“La primera vez que le pegué a una piñata fue muy extraño, pero también muy divertido. Cuando caen los dulces es mi parte favorita, procuro divertirme mucho con mis amigos”, relata la pequeña.

Las infancias que habitan los campamentos migrantes

Keysha se despierta, desayuna lo que su mamá puede proporcionarle, ayuda a mantener limpio el espacio que habitan y después, juega toda la tarde con los demás niños, niñas y adolescentes del lugar. La pequeña calcula que hay por lo menos otros cincuenta infantes.

Aunque Keysha asegura que trata de divertirse con las demás infancias del campamento, también comparte que extraña a sus amigos de Chile, pero sobre todo asistir a la escuela. “Yo era muy buena para estudiar, me encantaba leer y aprender, pero ya no he podido asistir, eso me pone un poco triste”, nos comenta la pequeña con un poco de timidez mientras observa a los demás niños jugar.

Como Keysha, el 40% de las infancias migrantes haitianas en México no asisten a la escuela, reveló el estudio “Revertir el riesgo y la tristeza: Un vistazo a la realidad de las personas migrantes haitianas en México”, realizado por Save the Children.

Cuando le preguntamos a Keysha ¿les hace falta algo en el campamento?, responde casi de inmediato: “ropa y comida”. Con un poco más de confianza dice que también necesitan productos de higiene menstrual, pues en el campamento hay muchas mujeres y adolescentes.

“Mi mamá consigue toallas sanitarias, pero no siempre es fácil para ella, a veces no tiene dinero y no podemos conseguirlas”, murmura.

Más de la mitad de las personas encuestadas reconocen que no han podido cubrir las necesidades básicas de las infancias a su cargo como la alimentación o el descanso en un alojamiento digno durante su tránsito, según Save the Children.

Campamentos los protegen del frío, pero no de la discriminación

Un poco más cerca del Museo del Chocolate se encuentra otro campamento formado por personas de distintas nacionalidades, pero la que predomina es la haitiana. Dos jóvenes, un hombre y una mujer —que prefirieron no dar su nombre— nos comparten que ha sido muy difícil para ellos lograr adaptarse a la vida en Ciudad de México, pues no han logrado conseguir trabajo para continuar con su travesía rumbo a Estados Unidos.

El joven comenta que antes de llegar a México vivió un tiempo en Brasil y Chile, donde consiguió un trabajo que le permitió subsistir dignamente, pero después la situación cambió y lo obligó a migrar otra vez. La mujer que lo acompaña nos platica que debido a la falta de empleo han subsistido al vender comida típica de su isla a sus compatriotas por 100 pesos el plato; aunque, no pudieron ahorrar lo suficiente para rentar un espacio habitable.

El mismo estudio de Save the Children explica que las personas haitianas en Ciudad de México no vienen directamente de su lugar de origen, algunas vivieron por un tiempo en países como Brasil y Chile, pero después retomaron su camino, situación conocida como re-migración. Keysha fue parte de este fenómeno, nació en Haití pero sus padres decidieron migrar a Chile y vivió ahí durante ocho años. Tiempo después, continuaron con su recorrido hacia Estados Unidos, hoy viven en un campamento improvisado en la capital mexicana.

“Muchos de los niños hablan español porque estuvieron viviendo o nacieron en Chile, es común que primero hayan migrado a otros países y después llegaron a México para continuar su camino a Estados Unidos”, nos explica Fabenson, un joven haitiano que acude con regularidad al campamento de la plaza Giordano Bruno.

El éxodo de personas migrantes comenzó en 2010 debido a que Estados Unidos abrió una ventana para recibir a migrantes haitianos que cumplieran diversos requisitos, esto después de la crisis humanitaria que trajo consigo el terremoto que dejó un saldo de 200 000 muertos y dos millones de desplazados, de acuerdo con la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

La crisis en Haití también se compone por gobiernos inestables. En 2021, el último presidente electo fue asesinado. Le siguen las catástrofes naturales como los terremotos de 2010 y 2021, inundaciones, huracanes, brotes de cólera y enfermedades relacionadas con la desnutrición. Otro problema que se suma a este caldo de cultivo para la migración es la escasa posibilidad de encontrar trabajo y poder estudiar, ocasionado por “una economía desarticulada en las cadenas de producción y distribución, multitud de escuelas y universidades sin abrir y la debilidad de las instituciones públicas, privadas y sociales”, puntualiza Save The Children. La inseguridad es otro problema que obliga a las personas a abandonar su isla. La violencia que pone en especial vulnerabilidad a niñas, niños y mujeres, señala el mismo informe.

La UNAM explica que desde 2016, México se convirtió en un país de tránsito para las personas migrantes, pero también muchos haitianos comenzaron a verlo como un lugar de residencia debido a que fueron rechazados para entrar a Estados Unidos. Tras la pandemia y con la reapertura de las fronteras, los flujos migratorios fueron más altos de lo esperado.

“A veces viene un señor que quiere pelear con nosotros, siempre nos grita ‘¿por qué no se regresan a su país?’ y eso es muy feo para nosotros porque salimos para perseguir un sueño, para trabajar, no venimos a robar”, expresa el joven con un poco de frustración en la voz.

En 2022, el INEGI encuestó a diversas personas migrantes; de ellas, el 19% aseguró que en México se respetan poco sus derechos. Las principales problemáticas a las que se enfrentan son: falta de empleo recursos económicos (para comer o vestir), discriminación por venir de otro lugar, violencia y hostigamiento, de acuerdo con la Encuesta Nacional sobre Discriminación (ENADIS) 2022.

Aunque el racismo y la discriminación son violencias que se replican en muchos lugares de México, en Tláhuac las personas migrantes encontraron un refugio con algunos de los habitantes de la alcaldía, como con Marilyn Villasana y su marisquería.

A través del emprendimiento de su familia, Marilyn Villasana brindó un espacio para que las personas migrantes obtengan un ingreso económico. La joven nos cuenta que hace unos meses una conocida la contactó con una mujer proveniente de Haití, quien le pidió permiso para vender en su local comida típica de su país.

“Cuando venían a comer haitianos, ella los atendía, porque yo no entiendo su idioma. Y ella me decía qué es lo que pedían porque también hablaba español”, comentó Marilyn Villasana.

Un jóven haitiano, quien residió en México por algunos meses, también se benefició de la marisquería, pues se dedicaba a barrer el local. A pesar de ello, su estadía no fue del todo placentera, una vecina lo discriminó en reiteradas ocasiones.

“Yo siento que [las personas migrantes] se han adaptado bien, trabajan de donde sea, hacen lo que sea. Los vi vendiendo agua ahí donde están. Venden cosas para hacerte trenzas, comida, cremas. Pero sí hay vecinos que les hacen groserías, no quieren comer aquí en el local cuando están ellos”, dice Villasana mientras limpia el arroz que preparará.

Al salir de su restaurante nos encontramos con Shelton Dorcenant, un joven que vende obleas en la alcaldía. Shelton nos cuenta que en Haití estudió Administración, pero tuvo que irse debido a la inseguridad que se vive en la isla. Cuando llegó a Ciudad de México fue recibido por un hombre llamado Christian. “Me preguntó ¿qué sabía hacer? Yo le dije que sabía vender y al día siguiente me llevó al mercado para conseguir obleas”, nos cuenta a través del traductor de su celular al no hablar español. Shelton ha conocido otra cara de México, él afirma que las personas han sido muy amables, siempre le compran sus obleas.

Para Keysha ese sábado seis de enero fue diferente: vio a niños y adultos divertirse al dejar de lado las preocupaciones por un momento cuando partieron la piñata o disfrutaron una rebanada de rosca. Keysha al igual que Shelton son ejemplos de miles de personas migrantes que, debido a la inseguridad y desastres naturales abandonaron su país de origen en busca de mejorar su vida sin importar las adversidades y violencias a superar en el trayecto. Algunos quizá hallen en México un sitio para echar raíces.

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¿Alguna vez te has preguntado qué lleva a las personas haitianas a dejar su país y migrar? Diversos asentamientos sirven de refugio a extranjeros que buscan una oportunidad laboral y sobrevivir en medio de un entorno que suele discriminarlos. Las infancias son las más vulnerables, aunque por un día disfrutan las tradiciones navideñas mexicanas.

Hoy es una mañana distinta en la plaza Giordano Bruno. A través de Orgullo Diverso de México y el Templo de Satán, los Reyes Magos han llegado para más de cincuenta niños, niñas y adolescentes que habitan este campamento migrante.

Los reyes llegaron con pelotas, muñecas y, además, piñatas para la diversión de las infancias. Alrededor de la piñata se forma un círculo en donde no solo niños y niñas esperan su turno para intentar revelar qué esconde. Pasan los más chicos, pero uno de los niños mayores es quien logra romperla. Los niños y niñas corren por los dulces y juguetes que caen mientras alguno que otro adulto se cuela en el juego.

Por lo de Día de Reyes traemos roscas, algunos jugos y balones, pero esta labor se debería hacer un poco más”, comparte Marsha Bella Rubí, activista en la organización Orgullo Diverso de México, quien logra financiar estas actividades gracias a sus ingresos por cortar el cabello en sus estéticas.

Unos Reyes Magos inesperados, los del Templo de Satán, también se hicieron presentes y llevaron diversos juguetes para las infancias que viven en el campamento.

“Ya habíamos venido aquí antes, la comunidad de migrantes aquí ha sido beneficiaria de algunas de las colectas que ya hemos realizado anteriormente”, explica Ingrid Hollander, integrante de la agrupación de satanismo ateísta del Templo de Satán.

Al fondo, con timidez, Keysha observa cómo los adultos cantan “dale, dale, dale, no pierdas el tino”. Mientras las infancias le pegan a la piñata, la pequeña se divierte viéndoles fallar. Ella ayudó a los Reyes Magos con la organización de esta actividad al formar a los niños y niñas y explicarles en qué consistía.

Keysha, de 12 años, es una niña de origen haitiano que migró desde Chile hasta México, ya no recuerda hace cuánto tiempo llegó; sin embargo, calcula que lleva alrededor de un año viviendo en el campamento instalado en la plaza Giordano Bruno.

En distintas partes de la Ciudad de México las personas migrantes han tenido que construir sus propios refugios con casas de campaña, cobijas y cartones, debido a que los proporcionados por el gobierno están rebasados.

“La primera vez que le pegué a una piñata fue muy extraño, pero también muy divertido. Cuando caen los dulces es mi parte favorita, procuro divertirme mucho con mis amigos”, relata la pequeña.

Las infancias que habitan los campamentos migrantes

Keysha se despierta, desayuna lo que su mamá puede proporcionarle, ayuda a mantener limpio el espacio que habitan y después, juega toda la tarde con los demás niños, niñas y adolescentes del lugar. La pequeña calcula que hay por lo menos otros cincuenta infantes.

Aunque Keysha asegura que trata de divertirse con las demás infancias del campamento, también comparte que extraña a sus amigos de Chile, pero sobre todo asistir a la escuela. “Yo era muy buena para estudiar, me encantaba leer y aprender, pero ya no he podido asistir, eso me pone un poco triste”, nos comenta la pequeña con un poco de timidez mientras observa a los demás niños jugar.

Como Keysha, el 40% de las infancias migrantes haitianas en México no asisten a la escuela, reveló el estudio “Revertir el riesgo y la tristeza: Un vistazo a la realidad de las personas migrantes haitianas en México”, realizado por Save the Children.

Cuando le preguntamos a Keysha ¿les hace falta algo en el campamento?, responde casi de inmediato: “ropa y comida”. Con un poco más de confianza dice que también necesitan productos de higiene menstrual, pues en el campamento hay muchas mujeres y adolescentes.

“Mi mamá consigue toallas sanitarias, pero no siempre es fácil para ella, a veces no tiene dinero y no podemos conseguirlas”, murmura.

Más de la mitad de las personas encuestadas reconocen que no han podido cubrir las necesidades básicas de las infancias a su cargo como la alimentación o el descanso en un alojamiento digno durante su tránsito, según Save the Children.

Campamentos los protegen del frío, pero no de la discriminación

Un poco más cerca del Museo del Chocolate se encuentra otro campamento formado por personas de distintas nacionalidades, pero la que predomina es la haitiana. Dos jóvenes, un hombre y una mujer —que prefirieron no dar su nombre— nos comparten que ha sido muy difícil para ellos lograr adaptarse a la vida en Ciudad de México, pues no han logrado conseguir trabajo para continuar con su travesía rumbo a Estados Unidos.

El joven comenta que antes de llegar a México vivió un tiempo en Brasil y Chile, donde consiguió un trabajo que le permitió subsistir dignamente, pero después la situación cambió y lo obligó a migrar otra vez. La mujer que lo acompaña nos platica que debido a la falta de empleo han subsistido al vender comida típica de su isla a sus compatriotas por 100 pesos el plato; aunque, no pudieron ahorrar lo suficiente para rentar un espacio habitable.

El mismo estudio de Save the Children explica que las personas haitianas en Ciudad de México no vienen directamente de su lugar de origen, algunas vivieron por un tiempo en países como Brasil y Chile, pero después retomaron su camino, situación conocida como re-migración. Keysha fue parte de este fenómeno, nació en Haití pero sus padres decidieron migrar a Chile y vivió ahí durante ocho años. Tiempo después, continuaron con su recorrido hacia Estados Unidos, hoy viven en un campamento improvisado en la capital mexicana.

“Muchos de los niños hablan español porque estuvieron viviendo o nacieron en Chile, es común que primero hayan migrado a otros países y después llegaron a México para continuar su camino a Estados Unidos”, nos explica Fabenson, un joven haitiano que acude con regularidad al campamento de la plaza Giordano Bruno.

El éxodo de personas migrantes comenzó en 2010 debido a que Estados Unidos abrió una ventana para recibir a migrantes haitianos que cumplieran diversos requisitos, esto después de la crisis humanitaria que trajo consigo el terremoto que dejó un saldo de 200 000 muertos y dos millones de desplazados, de acuerdo con la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

La crisis en Haití también se compone por gobiernos inestables. En 2021, el último presidente electo fue asesinado. Le siguen las catástrofes naturales como los terremotos de 2010 y 2021, inundaciones, huracanes, brotes de cólera y enfermedades relacionadas con la desnutrición. Otro problema que se suma a este caldo de cultivo para la migración es la escasa posibilidad de encontrar trabajo y poder estudiar, ocasionado por “una economía desarticulada en las cadenas de producción y distribución, multitud de escuelas y universidades sin abrir y la debilidad de las instituciones públicas, privadas y sociales”, puntualiza Save The Children. La inseguridad es otro problema que obliga a las personas a abandonar su isla. La violencia que pone en especial vulnerabilidad a niñas, niños y mujeres, señala el mismo informe.

La UNAM explica que desde 2016, México se convirtió en un país de tránsito para las personas migrantes, pero también muchos haitianos comenzaron a verlo como un lugar de residencia debido a que fueron rechazados para entrar a Estados Unidos. Tras la pandemia y con la reapertura de las fronteras, los flujos migratorios fueron más altos de lo esperado.

“A veces viene un señor que quiere pelear con nosotros, siempre nos grita ‘¿por qué no se regresan a su país?’ y eso es muy feo para nosotros porque salimos para perseguir un sueño, para trabajar, no venimos a robar”, expresa el joven con un poco de frustración en la voz.

En 2022, el INEGI encuestó a diversas personas migrantes; de ellas, el 19% aseguró que en México se respetan poco sus derechos. Las principales problemáticas a las que se enfrentan son: falta de empleo recursos económicos (para comer o vestir), discriminación por venir de otro lugar, violencia y hostigamiento, de acuerdo con la Encuesta Nacional sobre Discriminación (ENADIS) 2022.

Aunque el racismo y la discriminación son violencias que se replican en muchos lugares de México, en Tláhuac las personas migrantes encontraron un refugio con algunos de los habitantes de la alcaldía, como con Marilyn Villasana y su marisquería.

A través del emprendimiento de su familia, Marilyn Villasana brindó un espacio para que las personas migrantes obtengan un ingreso económico. La joven nos cuenta que hace unos meses una conocida la contactó con una mujer proveniente de Haití, quien le pidió permiso para vender en su local comida típica de su país.

“Cuando venían a comer haitianos, ella los atendía, porque yo no entiendo su idioma. Y ella me decía qué es lo que pedían porque también hablaba español”, comentó Marilyn Villasana.

Un jóven haitiano, quien residió en México por algunos meses, también se benefició de la marisquería, pues se dedicaba a barrer el local. A pesar de ello, su estadía no fue del todo placentera, una vecina lo discriminó en reiteradas ocasiones.

“Yo siento que [las personas migrantes] se han adaptado bien, trabajan de donde sea, hacen lo que sea. Los vi vendiendo agua ahí donde están. Venden cosas para hacerte trenzas, comida, cremas. Pero sí hay vecinos que les hacen groserías, no quieren comer aquí en el local cuando están ellos”, dice Villasana mientras limpia el arroz que preparará.

Al salir de su restaurante nos encontramos con Shelton Dorcenant, un joven que vende obleas en la alcaldía. Shelton nos cuenta que en Haití estudió Administración, pero tuvo que irse debido a la inseguridad que se vive en la isla. Cuando llegó a Ciudad de México fue recibido por un hombre llamado Christian. “Me preguntó ¿qué sabía hacer? Yo le dije que sabía vender y al día siguiente me llevó al mercado para conseguir obleas”, nos cuenta a través del traductor de su celular al no hablar español. Shelton ha conocido otra cara de México, él afirma que las personas han sido muy amables, siempre le compran sus obleas.

Para Keysha ese sábado seis de enero fue diferente: vio a niños y adultos divertirse al dejar de lado las preocupaciones por un momento cuando partieron la piñata o disfrutaron una rebanada de rosca. Keysha al igual que Shelton son ejemplos de miles de personas migrantes que, debido a la inseguridad y desastres naturales abandonaron su país de origen en busca de mejorar su vida sin importar las adversidades y violencias a superar en el trayecto. Algunos quizá hallen en México un sitio para echar raíces.

Conoce la historia completa en el último capítulo de Semanario Gatopardo: "Haitianos en la CDMX".

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(Foto de Gerardo Vieyra/NurPhoto)SIN USO FRANCIA Fotografía de Gerardo Vieyra/REUTERS. Dos niñas haitianas cerca de la Plaza Giordano Bruno en la Ciudad de México, luego de que más personas intentaran realizar un trámite en las instalaciones de la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados que les permitiría permanecer más tiempo en México ante las dificultades que están teniendo sus compatriotas para ingresar a Estados Unidos, además, se encuentran a la espera de un permiso o Tarjeta de Visitante por Razones Humanitarias que les permita acceder a servicios de salud y oportunidades de empleo en México mientras son atendidos y poder continuar su viaje hasta la frontera.

¿Cómo se vive el día de Reyes en un campamento migrante? Historias de Haití en la Ciudad de México

¿Cómo se vive el día de Reyes en un campamento migrante? Historias de Haití en la Ciudad de México

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¿Alguna vez te has preguntado qué lleva a las personas haitianas a dejar su país y migrar? Diversos asentamientos sirven de refugio a extranjeros que buscan una oportunidad laboral y sobrevivir en medio de un entorno que suele discriminarlos. Las infancias son las más vulnerables, aunque por un día disfrutan las tradiciones navideñas mexicanas.

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Ilustración de
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Hoy es una mañana distinta en la plaza Giordano Bruno. A través de Orgullo Diverso de México y el Templo de Satán, los Reyes Magos han llegado para más de cincuenta niños, niñas y adolescentes que habitan este campamento migrante.

Los reyes llegaron con pelotas, muñecas y, además, piñatas para la diversión de las infancias. Alrededor de la piñata se forma un círculo en donde no solo niños y niñas esperan su turno para intentar revelar qué esconde. Pasan los más chicos, pero uno de los niños mayores es quien logra romperla. Los niños y niñas corren por los dulces y juguetes que caen mientras alguno que otro adulto se cuela en el juego.

Por lo de Día de Reyes traemos roscas, algunos jugos y balones, pero esta labor se debería hacer un poco más”, comparte Marsha Bella Rubí, activista en la organización Orgullo Diverso de México, quien logra financiar estas actividades gracias a sus ingresos por cortar el cabello en sus estéticas.

Unos Reyes Magos inesperados, los del Templo de Satán, también se hicieron presentes y llevaron diversos juguetes para las infancias que viven en el campamento.

“Ya habíamos venido aquí antes, la comunidad de migrantes aquí ha sido beneficiaria de algunas de las colectas que ya hemos realizado anteriormente”, explica Ingrid Hollander, integrante de la agrupación de satanismo ateísta del Templo de Satán.

Al fondo, con timidez, Keysha observa cómo los adultos cantan “dale, dale, dale, no pierdas el tino”. Mientras las infancias le pegan a la piñata, la pequeña se divierte viéndoles fallar. Ella ayudó a los Reyes Magos con la organización de esta actividad al formar a los niños y niñas y explicarles en qué consistía.

Keysha, de 12 años, es una niña de origen haitiano que migró desde Chile hasta México, ya no recuerda hace cuánto tiempo llegó; sin embargo, calcula que lleva alrededor de un año viviendo en el campamento instalado en la plaza Giordano Bruno.

En distintas partes de la Ciudad de México las personas migrantes han tenido que construir sus propios refugios con casas de campaña, cobijas y cartones, debido a que los proporcionados por el gobierno están rebasados.

“La primera vez que le pegué a una piñata fue muy extraño, pero también muy divertido. Cuando caen los dulces es mi parte favorita, procuro divertirme mucho con mis amigos”, relata la pequeña.

Las infancias que habitan los campamentos migrantes

Keysha se despierta, desayuna lo que su mamá puede proporcionarle, ayuda a mantener limpio el espacio que habitan y después, juega toda la tarde con los demás niños, niñas y adolescentes del lugar. La pequeña calcula que hay por lo menos otros cincuenta infantes.

Aunque Keysha asegura que trata de divertirse con las demás infancias del campamento, también comparte que extraña a sus amigos de Chile, pero sobre todo asistir a la escuela. “Yo era muy buena para estudiar, me encantaba leer y aprender, pero ya no he podido asistir, eso me pone un poco triste”, nos comenta la pequeña con un poco de timidez mientras observa a los demás niños jugar.

Como Keysha, el 40% de las infancias migrantes haitianas en México no asisten a la escuela, reveló el estudio “Revertir el riesgo y la tristeza: Un vistazo a la realidad de las personas migrantes haitianas en México”, realizado por Save the Children.

Cuando le preguntamos a Keysha ¿les hace falta algo en el campamento?, responde casi de inmediato: “ropa y comida”. Con un poco más de confianza dice que también necesitan productos de higiene menstrual, pues en el campamento hay muchas mujeres y adolescentes.

“Mi mamá consigue toallas sanitarias, pero no siempre es fácil para ella, a veces no tiene dinero y no podemos conseguirlas”, murmura.

Más de la mitad de las personas encuestadas reconocen que no han podido cubrir las necesidades básicas de las infancias a su cargo como la alimentación o el descanso en un alojamiento digno durante su tránsito, según Save the Children.

Campamentos los protegen del frío, pero no de la discriminación

Un poco más cerca del Museo del Chocolate se encuentra otro campamento formado por personas de distintas nacionalidades, pero la que predomina es la haitiana. Dos jóvenes, un hombre y una mujer —que prefirieron no dar su nombre— nos comparten que ha sido muy difícil para ellos lograr adaptarse a la vida en Ciudad de México, pues no han logrado conseguir trabajo para continuar con su travesía rumbo a Estados Unidos.

El joven comenta que antes de llegar a México vivió un tiempo en Brasil y Chile, donde consiguió un trabajo que le permitió subsistir dignamente, pero después la situación cambió y lo obligó a migrar otra vez. La mujer que lo acompaña nos platica que debido a la falta de empleo han subsistido al vender comida típica de su isla a sus compatriotas por 100 pesos el plato; aunque, no pudieron ahorrar lo suficiente para rentar un espacio habitable.

El mismo estudio de Save the Children explica que las personas haitianas en Ciudad de México no vienen directamente de su lugar de origen, algunas vivieron por un tiempo en países como Brasil y Chile, pero después retomaron su camino, situación conocida como re-migración. Keysha fue parte de este fenómeno, nació en Haití pero sus padres decidieron migrar a Chile y vivió ahí durante ocho años. Tiempo después, continuaron con su recorrido hacia Estados Unidos, hoy viven en un campamento improvisado en la capital mexicana.

“Muchos de los niños hablan español porque estuvieron viviendo o nacieron en Chile, es común que primero hayan migrado a otros países y después llegaron a México para continuar su camino a Estados Unidos”, nos explica Fabenson, un joven haitiano que acude con regularidad al campamento de la plaza Giordano Bruno.

El éxodo de personas migrantes comenzó en 2010 debido a que Estados Unidos abrió una ventana para recibir a migrantes haitianos que cumplieran diversos requisitos, esto después de la crisis humanitaria que trajo consigo el terremoto que dejó un saldo de 200 000 muertos y dos millones de desplazados, de acuerdo con la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

La crisis en Haití también se compone por gobiernos inestables. En 2021, el último presidente electo fue asesinado. Le siguen las catástrofes naturales como los terremotos de 2010 y 2021, inundaciones, huracanes, brotes de cólera y enfermedades relacionadas con la desnutrición. Otro problema que se suma a este caldo de cultivo para la migración es la escasa posibilidad de encontrar trabajo y poder estudiar, ocasionado por “una economía desarticulada en las cadenas de producción y distribución, multitud de escuelas y universidades sin abrir y la debilidad de las instituciones públicas, privadas y sociales”, puntualiza Save The Children. La inseguridad es otro problema que obliga a las personas a abandonar su isla. La violencia que pone en especial vulnerabilidad a niñas, niños y mujeres, señala el mismo informe.

La UNAM explica que desde 2016, México se convirtió en un país de tránsito para las personas migrantes, pero también muchos haitianos comenzaron a verlo como un lugar de residencia debido a que fueron rechazados para entrar a Estados Unidos. Tras la pandemia y con la reapertura de las fronteras, los flujos migratorios fueron más altos de lo esperado.

“A veces viene un señor que quiere pelear con nosotros, siempre nos grita ‘¿por qué no se regresan a su país?’ y eso es muy feo para nosotros porque salimos para perseguir un sueño, para trabajar, no venimos a robar”, expresa el joven con un poco de frustración en la voz.

En 2022, el INEGI encuestó a diversas personas migrantes; de ellas, el 19% aseguró que en México se respetan poco sus derechos. Las principales problemáticas a las que se enfrentan son: falta de empleo recursos económicos (para comer o vestir), discriminación por venir de otro lugar, violencia y hostigamiento, de acuerdo con la Encuesta Nacional sobre Discriminación (ENADIS) 2022.

Aunque el racismo y la discriminación son violencias que se replican en muchos lugares de México, en Tláhuac las personas migrantes encontraron un refugio con algunos de los habitantes de la alcaldía, como con Marilyn Villasana y su marisquería.

A través del emprendimiento de su familia, Marilyn Villasana brindó un espacio para que las personas migrantes obtengan un ingreso económico. La joven nos cuenta que hace unos meses una conocida la contactó con una mujer proveniente de Haití, quien le pidió permiso para vender en su local comida típica de su país.

“Cuando venían a comer haitianos, ella los atendía, porque yo no entiendo su idioma. Y ella me decía qué es lo que pedían porque también hablaba español”, comentó Marilyn Villasana.

Un jóven haitiano, quien residió en México por algunos meses, también se benefició de la marisquería, pues se dedicaba a barrer el local. A pesar de ello, su estadía no fue del todo placentera, una vecina lo discriminó en reiteradas ocasiones.

“Yo siento que [las personas migrantes] se han adaptado bien, trabajan de donde sea, hacen lo que sea. Los vi vendiendo agua ahí donde están. Venden cosas para hacerte trenzas, comida, cremas. Pero sí hay vecinos que les hacen groserías, no quieren comer aquí en el local cuando están ellos”, dice Villasana mientras limpia el arroz que preparará.

Al salir de su restaurante nos encontramos con Shelton Dorcenant, un joven que vende obleas en la alcaldía. Shelton nos cuenta que en Haití estudió Administración, pero tuvo que irse debido a la inseguridad que se vive en la isla. Cuando llegó a Ciudad de México fue recibido por un hombre llamado Christian. “Me preguntó ¿qué sabía hacer? Yo le dije que sabía vender y al día siguiente me llevó al mercado para conseguir obleas”, nos cuenta a través del traductor de su celular al no hablar español. Shelton ha conocido otra cara de México, él afirma que las personas han sido muy amables, siempre le compran sus obleas.

Para Keysha ese sábado seis de enero fue diferente: vio a niños y adultos divertirse al dejar de lado las preocupaciones por un momento cuando partieron la piñata o disfrutaron una rebanada de rosca. Keysha al igual que Shelton son ejemplos de miles de personas migrantes que, debido a la inseguridad y desastres naturales abandonaron su país de origen en busca de mejorar su vida sin importar las adversidades y violencias a superar en el trayecto. Algunos quizá hallen en México un sitio para echar raíces.

Conoce la historia completa en el último capítulo de Semanario Gatopardo: "Haitianos en la CDMX".

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