El riesgo se llama César Chávez

El riesgo se llama César Chávez

Un charla sobre una película que dejó huella en la comunidad de mexicanos en Estados Unidos.

Tiempo de lectura: 18 minutos

 

Diego Luna está contento. Los ojos brillantes y la sonrisa de niño, que lo siguen acompañando a sus treinta y cuatro años de edad, son el centro de atención a pesar de sus esfuerzos por pasar inadvertido. Semihundido en una butaca de la última fila en el teatro James Bridges, conversa con Pablo Cruz, su socio en la productora Canana, fingiendo que es un espectador más. Pero claro, alguien voltea, lo reconoce, le pide la foto, le planta un beso y en dos minutos ya está compartiendo la sonrisa con todo el mundo.

Las cerca de trescientas personas que están hoy en este teatro ubicado en el campus de la Universidad de California Los Angeles (UCLA), saben que no van a ver una película promedio; de hecho, ellos mismos no son la audiencia promedio. Quienes están aquí tienen como punto común al líder campesino mexicoamericano César Chávez: fueron sus amigos o compañeros de sindicato, son estudiosos de su vida, o intentan dar continuidad a su proyecto. Durante cuarenta años se preguntaron qué pasaría cuando alguien se atreviera a hacer una película sobre él. Diego Luna está a punto de darles la respuesta.

César Chávez es uno de los viajes más arriesgados en los que se ha embarcado Canana, la productora que Luna, Cruz y el actor Gael García Bernal montaron en 2005. El objetivo de la empresa ha sido desarrollar proyectos que cuenten historias relevantes para el momento que atraviesan México y América Latina, al tiempo que abren puertas para directores y gente de cine de esta región que de otra manera difícilmente se acercaría a las grandes ligas; hasta el momento han producido una veintena de filmes y distribuido casi cuarenta. Sin embargo, con César Chávez el reto es mayor: la figura del dirigente es prácticamente desconocida en México, y dentro de Estados Unidos resulta inusual que sea un joven chilango el que venga a contar la historia de un ícono del chicanismo nacional. El riesgo es no quedar bien ni con Dios ni con el diablo.

—Yo creo que nuestra audiencia está de los dos lados de la frontera, y que todo aquel que tiene una conexión de este lado, Estados Unidos, con Latinoamérica, entiende de alguna forma la experiencia del mexicoamericano —dice Diego tratando de ser optimista. Su gran apuesta, asegura, es mostrar un retrato de la comunidad latina en Estados Unidos, la que pocas veces está representada en el cine fuera de los estereotipos—. Obviamente, esperamos que haya una gran reacción en este país para celebrar una película sobre la historia de esta comunidad, pero también espero que en México encontremos una audiencia que empiece a acercarse a la comunidad mexicoamericana. Hay muchos prejuicios alrededor de ella. Ojalá la película ayude a acercarnos un poco.

Momentos antes de entrar al Bridges, Diego —jeans, camiseta anaranjada; el pelo suelto, largo, un poco desaliñado; la barba que lo acompaña desde hace algunos años— se encontraba en un salón del mismo edificio conversando con la crema y nata del Departamento de Estudios Chicanos de UCLA —que se llama, desde luego, César Chávez. Ahí estaban el profesor chicano Abel Valenzuela, experto en migración y derechos laborales; Gaspar Rivera-Salgado, la autoridad académica en el tema de indígenas campesinos migrantes en Estados Unidos, y el mismísimo Arturo Rodríguez, presidente del Sindicato de Trabajadores Campesinos (UFW) fundado por Chávez. En un salón de viejos conocidos, todos miraban a Diego con una mezcla de escepticismo y fascinación.

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