El riesgo se llama César Chávez
Un charla sobre una película que dejó huella en la comunidad de mexicanos en Estados Unidos.
Diego Luna está contento. Los ojos brillantes y la sonrisa de niño, que lo siguen acompañando a sus treinta y cuatro años de edad, son el centro de atención a pesar de sus esfuerzos por pasar inadvertido. Semihundido en una butaca de la última fila en el teatro James Bridges, conversa con Pablo Cruz, su socio en la productora Canana, fingiendo que es un espectador más. Pero claro, alguien voltea, lo reconoce, le pide la foto, le planta un beso y en dos minutos ya está compartiendo la sonrisa con todo el mundo.
Las cerca de trescientas personas que están hoy en este teatro ubicado en el campus de la Universidad de California Los Angeles (UCLA), saben que no van a ver una película promedio; de hecho, ellos mismos no son la audiencia promedio. Quienes están aquí tienen como punto común al líder campesino mexicoamericano César Chávez: fueron sus amigos o compañeros de sindicato, son estudiosos de su vida, o intentan dar continuidad a su proyecto. Durante cuarenta años se preguntaron qué pasaría cuando alguien se atreviera a hacer una película sobre él. Diego Luna está a punto de darles la respuesta.
César Chávez es uno de los viajes más arriesgados en los que se ha embarcado Canana, la productora que Luna, Cruz y el actor Gael García Bernal montaron en 2005. El objetivo de la empresa ha sido desarrollar proyectos que cuenten historias relevantes para el momento que atraviesan México y América Latina, al tiempo que abren puertas para directores y gente de cine de esta región que de otra manera difícilmente se acercaría a las grandes ligas; hasta el momento han producido una veintena de filmes y distribuido casi cuarenta. Sin embargo, con César Chávez el reto es mayor: la figura del dirigente es prácticamente desconocida en México, y dentro de Estados Unidos resulta inusual que sea un joven chilango el que venga a contar la historia de un ícono del chicanismo nacional. El riesgo es no quedar bien ni con Dios ni con el diablo.
—Yo creo que nuestra audiencia está de los dos lados de la frontera, y que todo aquel que tiene una conexión de este lado, Estados Unidos, con Latinoamérica, entiende de alguna forma la experiencia del mexicoamericano —dice Diego tratando de ser optimista. Su gran apuesta, asegura, es mostrar un retrato de la comunidad latina en Estados Unidos, la que pocas veces está representada en el cine fuera de los estereotipos—. Obviamente, esperamos que haya una gran reacción en este país para celebrar una película sobre la historia de esta comunidad, pero también espero que en México encontremos una audiencia que empiece a acercarse a la comunidad mexicoamericana. Hay muchos prejuicios alrededor de ella. Ojalá la película ayude a acercarnos un poco.
Momentos antes de entrar al Bridges, Diego —jeans, camiseta anaranjada; el pelo suelto, largo, un poco desaliñado; la barba que lo acompaña desde hace algunos años— se encontraba en un salón del mismo edificio conversando con la crema y nata del Departamento de Estudios Chicanos de UCLA —que se llama, desde luego, César Chávez. Ahí estaban el profesor chicano Abel Valenzuela, experto en migración y derechos laborales; Gaspar Rivera-Salgado, la autoridad académica en el tema de indígenas campesinos migrantes en Estados Unidos, y el mismísimo Arturo Rodríguez, presidente del Sindicato de Trabajadores Campesinos (UFW) fundado por Chávez. En un salón de viejos conocidos, todos miraban a Diego con una mezcla de escepticismo y fascinación.
CONTINUAR LEYENDOPara quienes no han vivido en Estados Unidos, y en ocasiones incluso para quienes se encuentran dentro de este país, la referencia de Chávez puede ser distante, e incluso inexistente. Se le confunde con su homónimo mexicano, el boxeador Julio César Chávez, o con el ex presidente venezolano Hugo Chávez. Poco se sabe de este Chávez: un hijo de inmigrantes mexicanos que trabajó de niño en los cultivos y que años después puso en jaque a las empresas explotadoras de mano de obra campesina. Por la vida y obra de Chávez cruzan lo mismo el movimiento de derechos civiles de los años sesenta, que la campaña presidencial de Robert Kennedy, la lucha por el bilingüismo, la pugna entre chicanos y mexicanos, y hasta la llegada a la presidencia de Barack Obama más de treinta años después: las estrategias construidas por el sindicato de Chávez dieron lugar a los ejércitos de campaña de Obama que a ras de suelo, como ocurrió con el movimiento campesino, lograron que la sociedad escuchara para lograr un cambio en el país desde su base.
Diego sabe que muchas de estas cosas confluyen en su película: la proyección de esta noche de marzo es como una caja de regalo cuyo contenido todos conocen y aún así están impacientes por abrir. Desde su asiento de última fila se finge un poco sorprendido cuando lo invitan al frente para decir unas palabras antes de que empiece la película. Diego —quien cambió el atuendo informal por la camisa y el saco de rigor, aunque el peinado, acomodado con las manos, es el mismo— camina por el corredor hacia el frente con una sonrisita apretada; alto y esbelto, con el lenguaje corporal del desenfado, parece un Beatle. Tras hablar sobre el profundo respeto con el que se hizo esta película, las luces se apagan y el regalo se enciende.
MEXICOAMERICANOS
—Nací en Yuma, Arizona, en un rancho que era propiedad de mi familia. Lo perdimos en la Depresión. Y como mucha gente, nos fuimos a California a trabajar en los campos. Cuando llegamos nos dimos cuenta de que había más gente que empleos; pasamos de ser dueños a empleados. Un día, cuando tenía once años, empecé a trabajar en los cultivos. Ahí presencié por primera vez la injusticia y la indignidad padecida por los trabajadores del campo.
César Chávez habla desde la pantalla a través de Michael Peña, el actor de treinta y ocho años que consiguió en la producción de Canana el papel que cambiará su vida. Peña ha participado en varias series televisivas y su rol fílmico más reciente fue el del falso sheik Abdullah en la película American Hustle. Pero Chávez es una de esas oportunidades que marcan, que hacen que te recuerde una generación; sobre todo, si tú también eres mexicoamericano.
—En las primeras juntas con Diego acordamos darle a César un tono real, de su tiempo —explica Peña, nacido en Chicago de padres mexicanos—. No sobreglamorizarlo, no hacerlo un valentón. Queríamos presentarlo como era, así que tuve que trabajar en la forma en que él hablaba, con el sonido de los años treinta y cuarenta. El español es mi primer idioma, pero he hablado inglés la mayor parte de mi vida, así que Diego me asesoraba en cada palabra. Tuvimos que ser cuidadosos; si lo intentas demasiado terminas pronunciando mucho y nadie te cree.
El proceso por el que pasó Michael es el mismo por el cual pasó Chávez en su momento. Como la mayor parte de los hijos de mexicanos nacidos en Estados Unidos, Chávez hablaba con sus padres en español, pero con su esposa, sus hijos y en la interacción cotidiana, en inglés. Tras pasar sus primeros años en el campo, inició su actividad como organizador junto con su esposa Helen, y llegó a ser director de Community Services Organization (CSO), una institución latina de defensa de derechos civiles en Los Ángeles, en donde conoció a su mancuerna en la lucha sindical, la activista Dolores Huerta. En pocos años Chávez se dio cuenta de que para organizar campesinos había que ir a donde estaban ellos; en 1962 subió a su mujer y a sus ocho hijos a un auto, y todos se mudaron a los campos de California.
—Es interesante cómo incluso sus últimos hijos ya no tienen nombres en español —dice Diego sobre el asunto del idioma—. El primero es Fernando, pero el último se llama Paul, no Pablo. Yo quería traer esa complejidad a la mesa, porque cuando César regresó a los campos encontró a esos trabajadores recién cruzados de México para los cuales tenía que hablar y organizar en español. Encontré en algunas de sus notas que practicaba y trabajaba en su español para sentirse más cómodo.
Dado que la película tendría una audiencia doble en México y Estados Unidos, Diego contaba con la posibilidad de incorporar actores de uno u otro país que le aseguraran una taquilla un poco más sólida; había que compensar que algunas compañías productoras decidieran no financiar el proyecto por considerarlo poco «sexy». El director tenía claro que necesitaba a alguien que entendiera la complejidad ser un mexicoamericano de primera generación y conociera la experiencia de los padres que cruzan la frontera; de ser ciudadano americano y tener prohibido hablar en español en la escuela; de crecer con la sensación de no pertenecer. Michael Peña resultó perfecto para ello.
—Por eso era importante no pensar en cuestiones de marketing en el momento de «castear» la película —dice Diego—. Hicimos un casting profundísimo porque queríamos que quedara claro que estábamos contando la historia de personajes de este lado de la frontera que son de primera generación.
Es evidente que en los últimos años, desde que Canana abrió oficinas en Los Ángeles y sus socios dividen su tiempo entre esta ciudad y el Distrito Federal, el trío Diego-Pablo-Gael ha incrementado su comprensión de este fenómeno: la construcción y el cruce de identidades entre migrantes mexicanos, sus hijos nacidos en Estados Unidos, y aquellos que por razones de herencia o culturales se identifican con la cultura chicana, una que enarbola su herencia mexicana pero cuya identidad es completamente estadounidense. Estos mundos en ocasiones se complementan, en otras chocan, y quien vive en medio de ellos adquiere una particular sensibilidad hacia las historias que se desarrollan en ese espacio.
Los Canana boys empezaron a mostrar esta experiencia con Sin nombre, una película sobre una adolescente hondureña que busca reunirse con su padre en Estados Unidos; con Los Invisibles, sobre migrantes centroamericanos que atraviesan por México; con ¿Quién es Dayani Cristal?, una historia que parte de un cuerpo hallado en el desierto de Arizona; e incluso con el corto comercial This is home, sobre la construcción de la identidad nacional en Estados Unidos a partir de la afición mexicana por el futbol soccer.
Tras el lanzamiento de Chávez, otros dos proyectos van en esta línea; Desierto, sobre un hombre antiinmigrante, dirigida por Jonás Cuarón, y el traslado a la pantalla de Medianoche en México, el libro autobiográfico del periodista mexicoamericano Alfredo Corchado. Aunque el eje de éste trata sobre su experiencia cubriendo narcotráfico y violencia en México durante los años recientes, es fácil identificar los puntos de empatía de la productora con esta historia tras su experiencia con Chávez: Corchado, hijo de migrantes duranguenses, llegó a Estados Unidos siendo niño para trabajar en los campos californianos justo en el apogeo del sindicato campesino, al cual se afiliaron sus padres. Como buen mexicoamericano, creció en un entorno hostil que lo colocó entre dos mundos; ahora, en su vida adulta —combinando temporadas entre su apartamento en la colonia Condesa del DF y el entorno familiar en El Paso, Texas— ha buscado la reivindicación de su binacionalidad. Imposible que un Canana se resista a esta combinación.
PIONEROS EN TIERRA AJENA
El 31 de mayo de 1994, unos meses después de la muerte de Chávez, día en que hubiera cumplido sesenta y siete años, se realizó en el Este de Los Ángeles una ceremonia que se convirtió en un parteaguas para la comunidad latina de la ciudad: en la zona conocida como Brooklyn Heights, la avenida que por décadas llevó justamente el nombre de Brooklyn, era rebautizada como César Chávez: una larga vía de casi diez kilómetros de extensión que termina en donde empieza la emblemática Sunset Boulevard.
El cambio de nombre en el corazón de un barrio caracterizado por el asentamiento de familias migrantes —judíos primero, luego japoneses, después una ola de trabajadores mexicanos que terminó por perfilar su imagen actual— se sumó a decenas de eventos similares celebrados en las últimas dos décadas, en escuelas, bibliotecas, edificios y calles. Los murales alusivos al dirigente y al movimiento campesino se multiplican por todo el país, especialmente en aquellos estados con elevada población latina como Texas, Arizona, Illinois y desde luego California. En algunos de estos estados se conmemora el día del nacimiento de Chávez, y desde hace algunos años hay una intensa campaña en marcha para pedir su declaración como celebración oficial nacional.
Pero a pesar de su fuerte presencia simbólica, de su significado para el movimiento de derechos laborales y civiles en Estados Unidos, y de lo atractivo de su historia personal, en todos estos años nunca se había hecho una película sobre Chávez. A Diego, quien se familiarizó con el personaje apenas hace unos años, se le encendió el foco: si nadie la ha hecho, pues por qué no hacerla nosotros.
—Cuando decidí que éste sería mi próximo proyecto, estaba muy sorprendido de que no hubiera una referencia, una película sobre el tema —dice el director—. Yo creo que no existía en este país porque se percibía una falta de interés; porque una película sobre el tema te confronta con una realidad más dura y difícil hoy que incluso en aquella época: con la falta de una reforma migratoria, con el asilamiento y la desinformación que hay en esta comunidad que hoy no sólo trabaja en el campo sino que construye este país, que trabaja en sus hoteles, en sus cocinas, que está necesitada de reconocimiento. Es imposible dejar de preguntarse: si existió este movimiento que logró tantos avances, ¿dónde quedó todo ese trabajo? Ahí está la apuesta a la que le entramos como productora al contar esta historia: queremos encontrar una respuesta. En unas semanas veremos si hay o no hay interés.
Si el interés de la audiencia está por verse, lo que sí se vio muy claro desde el inicio fue que los grandes estudios de Hollywood no querían saber nada del asunto. Los Canana boys recorrieron el caminito obligado para los productores en Estados Unidos. Todos les dijeron que era una gran idea, y que qué bueno que alguien estaba haciendo una película sobre el tema, pero ninguno se sumó a la producción de diez millones de dólares, un presupuesto modesto para los parámetros de la industria. En algún lugar les sugirieron incluir a Antonio Banderas en el personaje de César Chávez. En otro, les soltaron la frase: «It’s not sexy enough«.
—Nos fuimos topando con pared y de alguna forma entendiendo por qué no se había hecho la película, así que nos regresamos a México y la levantamos como hacemos normalmente nuestras producciones: una vez más es una película que tiene siete logos antes de empezar, donde es difícil encontrar que alguien solito quiera aventarse, pero logramos que varios sumaran un poco; y sumando aquí y allá logramos levantar la película en México.
—Hubo muchas personas que quisieron hacer una película sobre el movimiento mientras César estaba vivo —cuenta Arturo Rodríguez, actual presidente del sindicato campesino y el único que ha tenido la organización después de Chávez—. El asunto es que para él la cosa mas importante era el trabajo, así que siempre se negó. Después, algunos lo intentaron, pero no consiguieron el financiamiento para realizar una película larga. Tal vez Hollywood no estaba listo; pero de alguna manera, ellos —Canana— llegaron y fue el momento preciso.
Cuando tuvieron más de 70% del financiamiento seguro, los productores regresaron a Estados Unidos y encontraron a dos socios interesados: Participants Media, en cuya librería se encuentran películas que van desde Food Inc., hasta Lincoln, y Pantelion, la empresa distribuidora que comparten Lionsgate y Televisa. En el siguiente paso, el de la búsqueda de los actores, Canana se anotó algunos tantos también: América Ferrera como Helen Chávez; Rosario Dawson para el papel de Dolores Huerta, y John Malkovich como el antagonista Bogdanovitch, propietario de una de las empresas vitivinícolas boicoteadas por Chávez.
—Tengo que ser muy honesto: en este país no tuvimos muchas opciones —aclara Diego—. Estas dos compañías fueron las únicas interesadas en sumarse. Me he topado con cuestionamientos sobre por qué viene un mexicano a hacerla, pero pues la respuesta ahí está: porque antes nadie más le entró. Nuestra comunidad es compleja, está creciendo de forma aceleradísima, hay cada vez más jóvenes latinos que están estudiando, que ni siquiera hablan español, y que se ven al espejo y encuentran que no están representados en el cine. No es tan fácil como decir: «Ponemos a un latino en la película y ya llegamos a ellos»; no es así. Yo espero que esta película envíe un mensaje de los dos lados de la frontera: el cine nos tiene que representar y reconectarnos, debemos contarnos nuestras historias de un lado y del otro —hace una pausa—. Ahora sólo espero que el 29 de marzo, el día después del estreno, podamos enviar un mensaje claro de que los demás se equivocaron. Ojalá.
DAVID Y GOLIAT
La mañana del 8 de octubre de 2012 el presidente Barack Obama llegó hasta el pequeño poblado agrícola de Keene, California, un puntito perdido entre las montañas Tehachapi, para encabezar la ceremonia solemne mediante la cual el Monumento Nacional César Chávez quedaba establecido como parque nacional, es decir, protegido por el gobierno federal por su relevancia histórica. El sitio, conocido también como La Paz, es donde el sindicato campesino tuvo sus oficinas y donde vivió Chávez desde principios de los años setenta hasta su muerte. La casa se ha convertido en un museo y los hermosos jardines exteriores, flanqueados por las montañas y los trenes de carga que las recorren noche y día, son el lugar en donde se encuentran los restos del activista.
En un área de unos cuantos metros, el interior del museo da un completo vistazo al trabajo de Chávez: fotografías de él conversando con los campesinos; imágenes en las que una joven Dolores Huerta camina a su lado en una manifestación o lo apoya durante un mitin. Largas filas de campesinos caminando desde el valle central de California hasta la capital estatal, Sacramento, durante la marcha de las trescientas millas, o la conmovedora imagen de Chávez el día veinticinco de su huelga de hambre, recibiendo de manos de Robert Kennedy el primer pedazo de pan para finalizar su ayuno.
Entre todas esas imágenes, hay una en la que no aparecen ni Chávez ni Huerta ni la familia de ninguno de los dos: son tres organizadores y un orador dirigiéndose a la audiencia campesina. El orador, de grandes anteojos, patillas obscuras y bigote tupido, es el profesor de organización y liderazgo Marshall Ganz.
Ganz es un tipo que ha dejado huella en la historia reciente de Estados Unidos desde su base. En 1960 ingresó a la Universidad de Harvard, pero un año antes de graduarse cambió la academia por el campo y se fue a trabajar como voluntario en las campañas de organización de derechos civiles en Mississippi. Unos meses más tarde, cuando conoció lo que hacía Chávez con UFW, decidió que allá también había trabajo que hacer; se sumó a su equipo, y se quedó ahí por dieciséis años, convirtiéndose en el director de organización del sindicato. Veintiocho años después de haber dejado la universidad volvió, se graduó, hizo un doctorado y se convirtió en uno de los profesores más cotizados en el área de políticas públicas de la Escuela Kennedy de Gobierno de Harvard. Desde ahí ha formado a generaciones de activistas y organizadores, incluidos los líderes de los llamados «ejércitos de voluntarios» de Obama, que replicando el método sindical campesino afianzaron el triunfo del improbable candidato presidencial.
El 3 de marzo, cuatro días antes del evento en UCLA, Diego Luna y Pablo Cruz habían llegado hasta Cambridge como parte del tour de promoción en universidades previo al estreno de la película. «Estamos aquí en Harvard, a punto de entrar a que los alumnos nos pongan en nuestro lugar», bromeaba Diego frente a una cámara de video momentos antes de entrar a la proyección en el Centro Rockefeller de Estudios Latinoamericanos de esa universidad. Pero lo que ni el director ni el productor se esperaban era que quien los pondría en su lugar sería un hombre robusto, con las patillas y el bigote hoy blancos, y los infaltables anteojos aún colgados en el rostro: el profesor Marshall Ganz.
—Es una película que me hizo sentir triste y al mismo tiempo muy molesto —sostuvo Ganz una semana después por teléfono, repitiendo los argumentos que dio en el panel de discusión que siguió a la presentación de la película—. Creo que lo que hicieron es una profunda tergiversación de César y de su liderazgo; que pierde el carácter del movimiento y está más enfocada en el sentimiento personal de Diego. Presenta a César como una caricatura de quien era, como alguien solitario, impulsivo, muy apasionado, dando discursos. Él no era así; él era mucho más complejo y estratégico.
Tras su experiencia en UFW, Ganz escribió el libro Por qué David a veces gana: liderazgo, organización y estrategia en el movimiento campesino de California. En él, hace un análisis detallado de las etapas por las que pasó el movimiento para construir una base sólida en un momento de polarización racial en Estados Unidos.
—Era un movimiento arraigado en el orgullo por la identidad cultural, pero era un movimiento incluyente, no de segregación —explica el profesor—. Había blancos y religiosos, y personas del movimiento laboral involucradas, y nada de eso se ve en la pantalla; esta película no es un reflejo de su tiempo. Creo que el problema es que Diego y el escritor hicieron la película que la familia [de Chávez] quería y permitieron que vetaran lo que no les gustó. Luna estaba conmovido por el hecho de que César dejó ir a su familia por el movimiento, como que se enganchó en el asunto. Pero creo que fue irresponsable tomar la historia de un gran liderazgo y evadir la responsabilidad, no comprometerse lo suficiente, y en lugar de ello tratarlo como un proyecto artístico.
Sorprende el ímpetu con el que Ganz se lanza sobre Luna. En algún momento menciona la palabra «integridad», e incluso hace alusión al director creciendo en una familia «privilegiada» de México. Sorprende aún más, porque Diego no se inmuta: acepta su acercamiento a la familia Chávez como un elemento determinante en el ángulo que eligió para hacer la historia, y habla de su involucramiento emocional, desde su perspectiva de padre, con la relación que descubrió entre César Chávez y su hijo Fernando. Un día, cuando fue a visitar a Helen, la viuda de Chávez, ésta le contó entre sollozos cómo el compromiso de su marido con el movimiento le costó el distanciamiento con su primogénito, quien dejo el hogar materno. A Diego le conmovió la revelación y en ese momento decidió que ése sería el eje de la historia.
—Ya teníamos «casteada» la peli, ya se estaba preparando un guión, y cuando me contó el evento de Fernando yéndose a casa de sus abuelos, que no regresó nunca, lo que eso significó en términos de la familia y la intimidad de esos personajes, dije: «Aquí está el tema que conecta conmigo». Creo que el mayor reto como director fue no perderme ante la cantidad de opciones que había frente a mí. Cuando te acercas a la gente y empiezas a oír su historia, de repente es muy fácil perderse y querer contarlas todas. En este caso, mucha de esa gente está aquí, viva, trabajando, te platican su historia, de dónde vienen, y te vas a tu casa y dices: «La película tiene que tratar de esto», pero al día siguiente te encuentras a otro y a otro y a otro, y es bien difícil acordarse de por qué la querías hacer tú. Para mí la conexión más poderosa de esta película era la relación de un padre y un hijo, y es lo que la hace universal.
Un detalle más que ha despertado la amargura de Ganz es el hecho de que en la película el rol de Dolores Huerta, cofundadora de UFW y compañera de lucha de Chávez, apenas aparece en un segundo plano. Su esposa Helen, por el contrario, adquiere una notoriedad pública y organizativa que, de acuerdo con testimonios y documentos, no fue tan visible.
Interpretada por América Ferrera, una Helen Chávez aguerrida se para sobre un auto y empieza a gritar en español: «¡Huelga! ¡Huelga!», la palabra prohibida en los campos cuando el movimiento de resistencia de UFW y el boicot a la producción de uva durante los sesenta daban inicio. Helen es arrestada, sus compañeros siguen su ejemplo y acaban en prisión. Lo que vendría en los años siguientes sería un proceso de organización de base que despertó la solidaridad de las familias estadounidenses, y que daría por resultado la negociación de condiciones dignas de trabajo para los campesinos y el reconocimiento oficial de UFW como organización sindical.
—Me molesta ver que ponen a Helen muy arrojada, porque ella no era una activista; la activista era Dolores —gruñe Ganz—. Helen tenía un rol relevante, pero de otra manera. No sé, tal vez los hijos ahora querían proyectar una imagen sobresaliente de su madre.
Pero la situación no parece molestar a Dolores Huerta en absoluto. Con el paso de los años Huerta se ha convertido en el referente de liderazgo y autoridad moral del movimiento chicano y de la comunidad latina en Estados Unidos, especialmente en California. Su presencia se considera un aval y legitima, lo mismo las acciones de gobierno de Obama, que el trabajo de otras organizaciones, de artistas y de aspirantes a político. En esta ocasión, a sus ochenta y tres años de edad, Huerta se ha sumado a la promoción de la película, lo mismo que Rodríguez, el actual presidente sindical.
Para representar a Dolores Huerta, Diego eligió a Rosario Dawson, la actriz de ascendencia boricua, cubana y afroamericana conocida entre las audiencias más jóvenes por su papel de Gail en la película Sin City, de Frank Miller y Robert Rodríguez. (Un dato curioso: Dawson es el nombre del pueblo minero de Nuevo México en el que nació Dolores Huerta.)
—Recuerdo claramente el momento en que Diego habló conmigo y me dijo por qué quería hacer la película. Yo le dije que Dolores es increíble, que estaba convencida de que este mensaje tenía que ser compartido a la gente, y éste es el momento perfecto: Diego es un director sobresaliente y creo que Chávez estaría orgulloso, especialmente al ver cómo se trabajó con su familia, con Helen. Hay mucha humanidad detrás de la historia.
Diego ríe cuando recuerda esa reunión.
—La primera vez que me senté a platicar con ella, a la media hora estaba convenciéndome de que firmara para apoyar a la organización Voto Latino y de trabajar con ellos. Me di cuenta de que estaba frente a una activista poderosísima para organizar y convencer, y que era el espíritu de Dolores.
Aun así, las apariciones de la dirigente son breves en el filme, pero Dawson parece comprender la decisión de su director.
—Sí grabamos bastante más que eso; cuando Diego y yo hablamos nos dimos cuenta de que había muchísimas contribuciones más de mucha gente en esta historia, pero la realidad es que la película es sobre Chávez y Diego fue muy específico al hacerla sobre su hijo. Yo pienso que tendría que haber una película de Dolores; ella aún está aquí y es una gran historia humana».
SÍ SE PUEDE
Es un lunes de fiesta en Austin. El South by Southwest Festival (SXSW), que por más de veinticinco años se ha celebrado en esa ciudad, convirtiéndose en uno de los principales escaparates para la música y el cine en Estados Unidos, hoy tiene un espacio reservado para César Chávez en uno de sus escenarios principales: el Paramount Theatre. Hasta ahí llegan nuevamente la dupla Luna-Cruz, los actores principales de la película, y una sonriente Dolores Huerta dispuesta a enviar el mensaje de que frente a los nuevos retos, como la falta de una reforma migratoria o la reforma de salud, la lucha sigue y «sí se puede», el grito de guerra de UFW.
—Ese día que vi la película me di cuenta de la importancia de haber tenido un Chávez en ese tiempo, una persona que supo que podía cerrar la brecha —comenta Alfredo Corchado, el ex campesino, periodista, migrante y chicano, cuya historia será llevada a la pantalla por Canana. Antes de iniciar la película, se encontró con Dolores, se acercó a saludarla, y conversaron sobre el enorme potencial de una comunidad de mexicanos, de viejos chicanos y de nuevos inmigrantes.
—Somos tantos, pero en este momento no tenemos a alguien que nos inspire para lograr un movimiento firme, y por eso creo que hay un gran mérito aquí —continúa Corchado, hablando con emoción—. Ves el trabajo de estos chavos, de Diego y Pablo, que son mexicanos pero entienden la lucha mexicoamericana, ven el potencial de estos mercados, y quizá sea una visión de negocios, pero por lo menos tienen la claridad de que la película puede pegar tanto en México como en Estados Unidos. Al final, el público les dio un aplauso solidario —el aplauso que hasta la fecha caracteriza al movimiento sindical campesino, que empieza haciendo sonar las palmas al unísono a un ritmo muy lento y se va a acelerando hasta convertirse en estruendo coronado por el «¡sí se puede!»— y no puedes más que aplaudirles tú también Ése es el aplauso que se escuchaba en los campos cuando mis padres trabajaban ahí, cuando mi madre ponía en alto el azadón. Sabes que las cosas han cambiado; el pragmatismo te dice que falta un líder, pero el idealista dentro de ti anhela que esta película pueda mover a la gente y que se retome un momento histórico que se interrumpió.
El tema es inevitable. En Austin, en Berkeley, en UCLA, en Harvard, en cada universidad donde Diego se ha parado en las semanas recientes, la conversación va para allá. El Diego Luna de Y tu mamá también, el de Elysium o de Milk; el que ha conquistado a las audiencias colándose en filmes de gran factura hollywoodense, tanto como dirigiendo una cálida y muy mexicana Abel, capitaliza en esta gira, con éste, su proyecto más personal, sus más de veinte años de carrera. Escucha con respeto, explica con detenimiento, y habla de dirección y de actuación, sí, pero también de política, de trabajo digno, de saber de dónde viene nuestra comida y en qué condiciones trabajan quienes la ponen en nuestra mesa. El Diego Luna de César Chávez es un hombre que a fuerza de experiencia propia hoy logra ver más allá de las fronteras; las geográficas y las del cine.
—Toda lucha social tiene que trascender al individuo por el bien común, y eso a veces se nos olvida; pero creo que instrumentos como las películas tienen ese poder. Al fin y al cabo lo que pasó con el boicot a la uva, es que los organizadores, en lugar de contar números y estadísticas, salieron a contar historias específicas y personales; madres contándole a otra madre: detrás de esta uva está el trabajo de mi hijo, ¿estás segura de que te la quieres comer? Y claro, la gente reaccionó. En ese sentido, hoy las herramientas que tenemos para contar historias son muy poderosas para luchar contra la indiferencia. Y ése el mayor peligro que enfrentamos hoy. Tras el éxito de la presentación en Austin, y sin saber que cuatro días después César Chávez recibiría el Premio del Público del SXSW, Diego, Pablo y el resto de su equipo se lanzaron al afterparty en un bar de la ciudad. Unas horas después, el director Luna subía a su cuenta de Twitter una foto tomada en el baño: grafiteado con marcador negro sobre los mosaicos blancos, lo esperaba el grito de: «¡Huelga!» //
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