Entrevista con un Zeta
Jon Lee Anderson, periodista que ha cubierto las guerras más importantes de la actualidad, viaja al noreste de México. Durante su estancia es llevado con un soldado Zeta, para conocer aspectos de una de las guerras menos documentadas del mundo. Ésta es una parte de ese encuentro improbable.
Cualquier reportero realmente entregado, no uno de esos periodistas fanfarrones de escritorio, sabe a lo que me referiré a continuación: existe un momento en el que aparece un dato, un testimonio, una pista importante, y en lugar de darla a conocer debes aguardar, quedarte callado por cuestiones tácticas. Una crónica también es un juego estratégico. Cuando persigues una buena historia debes aprender a convivir con un silencio que arde.
A la hora de reportear procuro la discreción extrema sobre lo que hago y en dónde lo hago. El periodismo en el que creo está lejos de la parafernalia y las fuentes oficiales. Ésa ha sido una forma de acercarme a los agujeros negros de nuestra realidad. El bajo perfil a la hora de hacer trabajo de campo y adentrar territorios pantanosos también ha sido mi forma de sobrevivir.
Escribo esto porque hace tiempo conocí a un testigo directo de varias batallas de la guerra que ha vivido el noreste de México. Un operador a ras de suelo: un soldado zeta. A través de él y de otros testimonios del mismo entorno fui conociendo cosas de las cuales, por seguridad, sólo he publicado una parte. Pero esa información propia, ese ligero bagaje de mi conocimiento directo, es el que intento que prevalezca cuando escribo cualquier cosa sobre un tema del cual no me considero experto, sino un narrador más.
En marzo de 2013 estuvo en Monterrey Jon Lee Anderson, un periodista que vive con el fuego dentro. Lo llevé a que conociera parte de nuestra zona de sombras, donde habló con algunas de las fuentes que he cultivado. Vimos personajes de todo tipo. Desde los más encumbrados y oscuros amos de la región hasta este joven marcado por la última letra del abecedario. Con el joven soldado, la conversación se alargó. Un par de cámaras grababan a un zeta que contaba de combates en Nuevo León, Coahuila y Tamaulipas a un periodista que se sorprendía con lo que oía, pese a que ha estado en la primera línea de las guerras más importantes del mundo actual.
Se han publicado muchas entrevistas con sicarios mexicanos, gente que mata por contrato o bajo las órdenes permanentes de un capo. Hay tantas que hasta podrían declararse ya un género periodístico en sí mismo. Lo que no hay hasta ahora es una entrevista con un miembro de los Zetas. Un soldado de la guerra del narco es un personaje inusual en la narrativa de lo que ha sucedido en estos años. Esta historia trata de un joven al que enseñaron a disparar, lo envolvieron en una mínima disciplina militar y lo pusieron a trabajar cuidando territorios junto a otros soldados como él. No es un sicario. No en el sentido «tradicional»: es un testigo sobreviviente de la guerra que ha vivido una región de México que, a diferencia de Tijuana, Sinaloa o Ciudad Juárez, produce escasos testimonios directos.
CONTINUAR LEYENDOAquí se contará una parte del encuentro que organicé para que Jon Lee Anderson, una especie de cosmopolita de las guerras, conversara con el participante de una de las guerras más desconocidas del mundo.
LA COCINA Y LOS DESAPARECIDOS
Jon Lee Anderson: ¿Cuál es la pena que aplican cuando capturan a sus enemigos?
Zeta: Hemos tenido mucha gente que trabaja con nosotros. Luego los agarran, los meten a la cárcel y ya después salen. Cuando salen, algunos de ellos quieren hacer su vida de otra manera. Había un chavo que había trabajado para nosotros, nomás que cuando salió de la cárcel, el chavo quiso hacer su propio cartelito, con su propia gente, ¿verdad? Tenía tres o cuatro morros y contrató a unos guatemaltecos para que le trajeran mercancía. Pero uno se da cuenta y uno tiene mejor equipo, está más preparado para ese tipo de cosas…
JLA: Entonces, en ese caso, ¿que había que hacer después de que descubrieron que vendían droga en su territorio?
Z: Esa vez nosotros los íbamos a mandar derecho pa’ la cocina. Pero en eso nos habla el comandante primero de la zona. Nos junta a todos y nos dice: «Miren, esto es lo que les va a pasar a los vatos que se quieran pasar de lanza (traicionar)».
JLA: Mencionaste la cocina. ¿Cómo es eso?
Z: La cocina es un punto que hayas buscado especialmente. Tiene que estar metido pa’l cerro, lejos de carreteras y de la ciudad. Ahí se llevan a las personas detenidas y se llevan unos toneles (tambos). ¿Sí ha visto que los toneles de doscientos litros traen tres rayitas? Una, dos, tres, pues de la segunda raya para bajo se empiezan hacer puros agujeros y luego el tonel se pone cerca de un arroyito o de un pozo. Ya que este ahí, echas a la persona de cabeza y le empiezas a echar diesel. Con ayuda de veinte litros de diesel desapareces de este mundo.
JLA: ¿Cuando los echas en los toneles están vivos?
Z: No, la mayoría ya están muertos. A veces nos los mandan de otros lugares ya muertos, porque no quisieron pagar rescate o porque eran contrarios y los agarraron, o porque estaban en un bar presumiendo que ellos controlaban la plaza, cosas así. Aquí los fines de semana te encuentras muchas personas que dicen que son comandantes y no sé que tantas cosas más. Ya después los agarras y dicen: «No, es que yo conocía a un primo, o al amigo de un amigo que era tiendero». Entonces tú le hablas al tiendero y él dice: «No, yo no paro bola por nadie (dar la cara)» porque si dice: «Sí, yo respondo por él», a lo mejor a él también nos lo llevamos a la cocina.
JLA: ¡Vaya! Esto del diesel no lo llegué a entender del todo. ¿Se le prende fuego, o el diesel es corrosivo y va acabando con el cuerpo?
Z: Sí. Te echan adentro del tambo, agarras un bote y con una yoga de veinte litros te van bañando. Así le van echando dentro del tonel y ya de pedazo en pedazo te van desapareciendo. Dura como una media hora todo para que ya no quede nada de ti.
JLA: Te disuelves…
Z: Todo. Te van echando diesel y ahí se va acabando la flama. Cuando ves que se está apagando la flama, le echas otro botecito y ahí te vas… Cuando yo estuve la primera vez en eso duré como un mes sin comer pollo ni carne porque huele igual, casi lo mismo, que cuando pasas por un restaurante o un lugar donde venden pollo asado. Me di cuenta que el pollo asado huele como una persona normal.
JLA: ¿Te cambia la concepción de la vida un poco?
Z: Sí, te quedas como ondeao.
JLA: ¿Cómo?
Z: Ondeao es una palabra que quiere decir que te quedas volteando para todos lados y no sabes qué hacer. Como loco. Cuando yo bajé de allá de la sierra iba pasando así por la calle y me llegaba el olorcito y decía: «Mira, ¿qué pasa?, ¿dónde están cocinando a una persona o dónde se están fumando a uno?». Seguía caminando, daba la vuelta y ahí estaban vendiendo pollo o vendiendo carne asada.
JLA: ¡Hombre! ¿Y no tienes malos sueños?
Z: De repente sí. Me acuerdo de algunas personas. Como le digo, a veces se van personas inocentes que por uno las llevan. Hubo una vez en que en San Luis agarraron a tres chavos. Uno sí era del cártel del Chapo Guzmán. Era de Michoacán y el chavo llego a San Luis. Esa vez estaban en una disco y traían una bolsita con cocaína diferente a la que nosotros vendemos.
JLA: ¿Y que pasó?
Z: Los rodeamos a todos y llegó el comandante, y sin batallar les dijo: «¿Qué?, ¿ustedes qué?». Y los chavos inocentes dijeron: «Nosotros no sabemos nada». Pero luego el comandante dijo: «Pos pa’ que no haya testigos y no quede nada, hay que matarlos». Luego abrió fuego. Les dio un balazo en la cabeza en plena disco. Afuera estaban unas patrullas de la policía, pero como ya estaban arregladas no hicieron nada.
JLA: ¿Y eso sí te quedó como una mala conciencia?
Z: Son de los chavos que a veces uno dice: «Pues no está bien», porque cuando andas trabajando, tú dices: «Pos si ando trabajando, me voy a chingar a los que me quieren chingar». O sea: o eres tú o soy yo ¿verdad? Cuando yo entro en acción quiero que sea por personas que andan mal o que no podían arreglar con nosotros, pero no con cualquiera.
EL RETIRO
Un joven soldado de los zetas que a sus veintiséis años de edad ya es un veterano de la organización. Empezó a los dieciocho como mensajero de uno de los treinta y dos militares fundadores de los Zetas, cuando éste tenía un campamento en unos cerros de Nuevo León. Le encargaban que fuera al pueblo más cercano a caballo a conseguir alimentos y revisar el movimiento en la zona. Después fue designado para cobrar cuotas a nombre de los Zetas a traficantes de migrantes que operaban en la Central de Autobuses de Monterrey. Con el paso del tiempo aprendió el manejo de armas y se enroló en diversos comandos zetas. Participó en batallas de pueblos y ciudades del noreste de México, Coahuila y San Luis Potosí, lo mismo contra el Ejército que contra bandas rivales. Fue enviado a La Diestra, que es como Los Zetas llaman a sus ranchos de entrenamiento especial para sus mejores miembros. Estuvo en la cárcel pero salió gracias a la presión de un alto comandante de Los Zetas. Quisieron mandarlo a la guerra que estalló en Tamaulipas en 2010 en contra del Cártel del Golfo, pero uno de sus compañeros le recomendó que no fuera porque iría directo a la muerte. Después de más de dos horas de conversación, le mostró a Jon Lee Anderson cicatrices por heridas de bala recibidas en el estómago, brazo y pierna durante decenas de batallas que relató con lujo de detalle.
Cuando se realizó la entrevista, el soldado zeta comentó que estaba en una especie de retiro, ya que ahora sólo trabajaba con una célula que, coludida con un grupo de soldados del ejército, se dedicaba a robar gasolina de unos ductos de Pemex. Dijo que todos sus compañeros más expertos, así como los comandantes zetas con los que él había participado en combate, ya estaban muertos o detenidos. Que algunos de los comandantes que quedaban lo invitaban a trabajar con ellos pero él prefería mantenerse al margen y trabajar solamente robando gasolina.
Unos meses antes de la entrevista se había reportado la muerte de Heriberto Lazcano, el líder de los Zetas, durante un enfrentamiento con la Marina. Sin embargo, horas después el supuesto cuerpo del capo fue robado de la funeraria y el gobierno de México nunca pudo demostrar plenamente que había fallecido. El soldado zeta dijo que él y otros de sus compañeros no creían que estuviera muerto, pero reconoció que Lazcano ya no era mencionado por los estrechos y crípticos canales de comunicación internos de la organización. El rumor que sí se oía entre los demás miembros de los Zetas era que con Enrique Peña Nieto en la presidencia iba a haber un pacto con todos los grupos para bajar la violencia a cambio de que se respetara el control que cada banda tenía de sus respectivas plazas.
Sin embargo, también comentó que unos días antes de la entrevista, el gobierno de Enrique Peña Nieto (la Marina) había estado a punto de detener al otro líder, Miguel Ángel Treviño, el Z-40, en una carrera de caballos celebrada en Sabinas Hidalgo, Nuevo León, muy cerca de Nuevo Laredo, Tamaulipas, la ciudad en donde finalmente fue aprehendido el 14 de julio de 2013.
Con la detención del Z-40, la organización emergente más poderosa del narco en México, aunque es posible que siga manteniendo el control de algunas ciudades y pueblos de Coahuila, Tamaulipas y Nuevo León —incluyendo una presencia significativa en Monterrey— tendrá que detener el proceso de expansión que había iniciado hace tres años a lo largo de los estados colindantes del Golfo de México y que incluía también una presencia en Guatemala y el resto de Centroamerica. Esos planes quedarán suspendidos por ahora.
Es altamente probable que lo que queda de Los Zetas originales se convierta en un clan familiar. El Z-40 tiene once hermanos (uno de ellos detenido en Estados Unidos) y varios de ellos están en la lista sucesoria, encabezada por Omar Treviño, quien dirigiría la organización desde la silla de ruedas en la que convalece. Así como el cártel de Tijuana pasó a ser la organización de los Arellano Félix o el cártel de Juárez la de los hermanos Carrillo Fuentes, los Zetas serían los hermanos Treviño Morales. Sin embargo, en el imaginario popular y criminal, el nombre de los zetas se mantendrá como una especie de marca de la violencia extrema o de los intentos paramilitares de cualquier organización dedicada al control de territorio o al tráfico de drogas.
La última letra del abecedario, impronunciable por varios años en el noreste de México que hace frontera con Texas, también será una marca para muchos jóvenes. Jóvenes que forman parte de una generación que vio de cerca los horrores de la guerra: la generación zeta. Uno de estos jóvenes es el soldado zeta.
LOS ZETAS
JLA: Háblame de los Zetas ¿Qué es esta organización? Se dicen muchas cosas en el mundo, pero se cubre poco eso. Tú sabes: es muy peligroso para los periodistas. Tú, que conoces ese mundo por dentro, dime, ¿cómo es la cosa?
Z: Cuando yo comencé a conocer lo que eran los demás zetas, había mucho control. Nomás se dedicaban con personas que anduvieran mal. Esas personas podían ser las que anduvieran secuestrando, las que anduvieran robando o las que tuvieran grupos chiquitos de repartición de droga. Los Zetas traían su funcionamiento según su mercado de droga. No nos gustaba que otras personas se vinieran a instalar donde ya se había controlado esa plaza (nombre que se le da al territorio bajo control de un grupo del narco).
JLA: Digamos, ¿gente de otras organizaciones o pequeños clubs?
Z: O pequeños traficantes que empezaban vivir la vida fácil. No podían trabajar solos. Hay quienes dicen ya se están acabando los Zetas pero no: nos matan a cinco y salen del penal, o se meten otros cinco y se reponen.
JLA: Pero entonces, lo que los Zetas controlan es territorio y dentro del territorio, todo lo que es el negocio ilícito: droga, prostitución, juego y cosas así, ¿o también intentan tener un control sobre el comercio normal?
Z: Sí. También se manejan otros tipos de negocio ilícitos del comercio normal. Por ejemplo, hay unas personas que se llaman machaqueros. Ellos se dedican a comprar cualquier mercancía normal de los traileros. Se arreglan con un trailero y le dicen: «¿Cuánto quieres por tu carga?» Los traileros están asegurados y reportan a sus empresas que los robaron.
JLA: Entiendo, pero en los últimos años las cosas se han puesto superviolentas. ¿Es, cómo se dice afuera, la guerra del gobierno?, ¿o es porque los diferentes grupos, incluyendo los Zetas, están en pugna por las plazas?
Z: La guerra comienza por las plazas. La plaza más peleada en todo México es la plaza de aquí de Monterrey, Nuevo León. Aquí se maneja mucho efectivo, mucho dinero.
JLA: Una pregunta más bien personal, no tan abstracta: ¿Por qué te incorporaste tú?, ¿cómo fue? Y, ¿por qué tu decisión de entrar y llevar esta vida?
Z: Yo inicié cuando vivía allá en un pueblo de por estos rumbos (noreste de México). Una vez me enteré que habían secuestrado a unas personas de un negocio que tenía mi abuelo, y entonces yo, cuando llego digo: «Pos han de ser unos pandilleros», o no sé, me imaginé también que era la Federal o la AFI. Ya con el tiempo los vas conociendo. Te das cuenta de que es un grupo especial para reventar, para accionar en diferentes áreas. Eran los Zetas. Ahí los conocí. Después uno me juntó y me dijo: «Mira, es que nosotros nos dedicamos a robarnos a las personas que tengan negocios mal, a las que vendan cristal, pericos (cocaína), drogas, todo tipo de droga».
Ahí fue cuando yo empecé a juntarme con un chavo que los conocía mucho a ellos. Ganaban ocho mil pesos (setecientos dólares) por quincena y aparte les daban dinero extra. Entonces entré. Sí había muchos lujos, no te falta nada, lo que tú quieras: mujeres, droga, dinero, carros, pero con el paso del tiempo fueron empeorando las cosas y ya ahorita no se puede hacer casi nada de lo que se hacía antes.
JLA: ¿Ya no se puede estar dedicado al gozo, debido al problema?, ¿a eso te refieres?
Z: Yo recuerdo que cuando uno antes decía soy Zeta, o soy comandante, todos te admiraban. Antes todos querían ser, ahorita nadie quiere ser.
JLA: ¿Por qué?, ¿por el peligro de que alguien va en contra tuya o por la misma situación: la guerra?
Z: Ahorita ya hay muchas familias a las que los Zetas les han hecho daño. Ahorita si alguien sabe que tú eres Zeta, la familia te va a ver y te va a denunciar con las autoridades: con la Marina o el Ejército, y ahora van por ti en donde estés. Si te llegan a ver en un bar y te han visto y le ha pasado algo a su familia te denuncian. Antes no.
EL PACTO
JLA: ¿Hay algún cambio debido a la llegada del nuevo gobierno o las cosas siguen igual?
Z: De repente nos pasan información las personas que están arriba, que son allegados al patrón. Nos platican que según habían dicho que ahora que llegara Peña Nieto se había hablado con el patrón del cártel del Golfo, nuestro patrón de los Zetas y el patrón del cartel de los Beltrán, y habían hablado que así como están en cada ciudad se iban a quedar, que no se iban a meter a otro municipio. Por ejemplo, Monterrey y San Pedro son diferentes: San Pedro lo controla Beltrán Leyva y Monterrey lo controlan los Zetas, entonces habían quedado que los Beltrán no se metían con los Zetas y los Zetas con los Beltrán, por ejemplo. Lo que se dice es que la gente de Peña Nieto puso esa orden, dijo: «Los voy a dejar trabajar, nomás que ya no hagan secuestros ni…»
JLA: ¿Es la nueva orden: que no haya secuestros y baje la violencia?
Z: Según se ordenó que ya no hubiera tanta violencia y ya no hubieran tantos muertos, pero los cárteles son muy poderosos, tanto aquellos como el nuestro. Y cada organización tiene gente muy buena, entonces, a veces sigue la pelea en las plazas. Y, por si faltaba, hay gente que arma sus propios negocios pequeños en una ciudad, entonces un cártel piensa que son miembros del otro cártel y comienzan los problemas.
JLA: O sea, ¿aunque haya un pacto o parezca que haya un pacto, por la competencia misma entre los grupos y los carteles, siguen los problemas?
Z: Sí. A veces también existen los problemas entre los mismos. Por ejemplo, hay diez comandantes aquí en Monterrey y a veces uno no le cae bien al otro y empieza hacer problemas. Dice que el otro tiene amigos del Cártel del Golfo, que trabaja para el grupo rival y luego todo acaba mal.
JLA: Se dicen muchas cosas del comportamiento de la fuerzas de seguridad oficiales, incluyendo la Marina. En algunas partes del país dicen que prácticamente crean comandos sucios ¿Es cierto esto?, ¿y también que tienen escuadrones de muertes que matan gentes sin llevarlos arrestados? ¿Qué saben ustedes?
Z: Mire, le voy a platicar una cosa: no sé si supo que aparecieron unos cinco colgados acá en Saltillo. Ellos eran amigos míos. A ellos los agarraron las fuerzas especiales del gobierno, un grupo especial que se llama GATES. Son como cuarenta o cincuenta policías. De acuerdo con la investigación que hizo La Letra (los Zetas), estos policías vienen de Matamoros, allá donde está el cártel del Golfo. Según la información que nos dio el chavo que trabaja con ellos, es que además de su sueldo en el gobierno, el cártel del Golfo les paga un dinero por matar a zetas.
JLA: Pero piensas que la guerra va a seguir, por ejemplo, o… digamos, ¿cómo te imaginas viviendo de aquí a cinco años? ¿Qué crees que está en tu futuro?
Z: De aquí a cinco años yo digo que van a seguir todas las cosas. Yo no pienso que haya un control por parte del gobierno. Si el gobierno no se pone de acuerdo con los cárteles va a seguir así todo. Balaceras sigue habiendo a cada rato, aunque no se digan tanto ahora. Y siempre que hay balaceras, a veces nos tumban a cinco de nosotros, pero siempre también tumbamos a soldados y eso nunca lo pasan en la televisón. Nosotros, no sé, matamos a diez o quince, y ellos nos tumban a tres o cuatro. Luego el Ejército dice… bueno, en las noticias siempre van a decir que el ejercito siempre nos gana y nosotros nunca les ganamos ni tantito.
JLA: ¿Cómo podría haber un México sin cárteles?
Z: Yo opino que se legalizaría la droga, porque sin droga nadie puede hacer nada. Así, ya si ellos les dan permiso de vender droga, yo pienso que es lo mejor. Que ya dieran permiso de vender droga y todas las personas que estén trabajando mal, que se pongan de acuerdo sobre a quién le van a pagar en cada estado o a su comandante.
LA MUERTE
JLA: Cuando se está en esto, uno vive con la muerte. ¿Te acostumbraste a eso?, ¿uno se adapta a eso?
Z: Cuando uno empieza, se le hace fácil y ya cuando va viendo las cosas, el camino que tomaste, o la decisión, a veces te quieres regresar, pero hay momentos en que uno ya no se puede regresar. Uno con el tiempo se va acostumbrando a ver eso. Una vez llegó una chava que me acuerdo que tenía una cara simpática, muy bonita. La pusieron a que matara a un chavo y me acuerdo que le cambió la mirada. Se le hizo como profunda. Como más chiquita. Yo me la topé después de cuatro meses. A ella la mandaron a la cocina.
Mi primer balacera fue en Matehuala. Fuimos por un señor que vendía parque, vendía muchos tiros [en México es ilegal vender municiones y armas]. Cuando llegamos, preguntamos por él y él salió con una pistola en la mano. Lo empezamos a rafaguear. Me acuerdo que salió también una viejita. Una señora con un vestido largo. Traía una escopeta y la viejita también nos tiraba balazos. Luego salieron sus sobrinos, que vivían en una casa de dos pisos. Estaban en el techo y de ahí nos tiraban. Esa vez nos hirieron a uno y a otro le dieron un rozón en el brazo. Al viejito le dimos como veintitrés balazos y ya nos fuimos.
JLA: ¿A la familia los dejaron?
Z: Sí, a la viejita sí. Nosotros también tenemos reglas. Somos como una empresa. Una de las principales reglas es no meterse con la esposa de tu compañero, otra es no apuntar con tu arma a tu compañero ni hacer maldad entre los mismos. Tampoco podemos matar niños ni secuestrar niños.
JLA: ¿Y mujeres? ¿Hay reglas contra las mujeres?
Z: Para mí las mujeres son las primeras que te ponen el dedo [traicionan] por dinero. Hubo un tiempo que cuando estaba aquí un comandante, en una junta agarró a una mujer de los pelos y dijo: «Estas son las que nos ponen el dedo, las que nos venden y son de las que menos debemos de confiar». Pero no la mató.
JLA: Vaya, entonces en general «la empresa» tiene rencor a las mujeres, al menos en lo que es en la parte operativa se trata de algo masculino, con algunas excepciones como las mujeres en la cocina, ¿es así?
Z: Sí, a veces las usamos también de inteligencia. Había un señor que según había encontrado centenarios y que tenía mucho dinero y que había estafado a unas personas de un rancho, entonces usamos a una mujer para que citara al señor. O sea, primero lo vio y el señor le pidió el teléfono y luego hicimos que la muchacha lo citara en una plaza. Cuando el señor iba llegando a ver a la mujer nos llevamos a los dos. También hemos traído niños de catorce años o de trece años para que nos ayuden con la inteligencia. Cuando vamos a una casa o vamos a checar a alguien que ande mal, mandamos a los niños a casa a que pidan dinero o pregunten algo. Después ya regresa el niño con nosotros y nos dice si está la persona o no.
Después entramos nosotros en acción.
LA CRUELDAD
JLA: Ya hablaste de las reglas de la empresa y es interesante. Cada organización tiene que tener algunas pautas para que los mismos soldados sepan qué pueden hacer y qué no pueden hacer. Desde afuera se lee de mucha crueldad. Hay violencia de todas las organizaciones: de los que cortan los brazos y los dedos, las que dejan los torsos en los caminos, los colgados y estas cosas. ¿A qué se debe tanta crueldad? ¿Hay una política o responde a alguna lógica que me puedas explicar?
Z: Yo digo que ya es como una cadenita: El cártel del Golfo agarró a tres de los nuestros y les mochó la cabeza, entonces agarramos a tres de los otros y les hacemos lo mismo o se les hace lo peor: los encostalo y los dejo en una caja… Ya es como una cadenita que se agarró: tú me haces daño y yo te voy hacer más daño todavía.
Y siempre hay gente que quiere entrar. A veces nos mandan pedir que juntemos gente para fortalecer, para hacer más grande nuestro equipo. Entra una persona y una sola persona trae como a cuatro o a cinco amigos, ¿Sí me entiende? Traemos a un chavo que primero es halcón (vigía) y luego él ya va a subir de comandante y los amigos del halcón ahora van a ser sus halcones. Para subir a comandante se necesita una Diestra. La Diestra te mandan un mes a hacerla en el monte. Vas a prepararte casi como un soldado. No voy a decir como un soldado porque un soldado de verdad sí es sufrimiento en la vida.
JLA: ¿Cómo así?
Z: Ahí con nosotros también trabajan soldados y ellos nos platican que a veces han andado en los cerros batallando.
JLA: Ah, cuando hablas de soldados, te refieres a los soldados del Ejército, claro.
Z: Sí, a los soldados del Ejército.
JLA: Yo me refería a soldado en términos generales. ¿Ustedes como se dicen a sí mismos?, ¿combatientes o qué?
Z: También nos dicen soldados a muchos de nosotros. Nosotros tenemos a un comandante y todos le decimos papá, porque es el que nos da dinero y el que nos da de comer, el que nos viste. Y el que está arriba de ti siempre va a ser tu papá. Tú también vas a ser papá de los que estén debajo de ti.
RELIGIÓN
JLA: ¿Ustedes tienen santos?, ¿hay santos católicos en los cuáles creen? Algo así como Malverde allá en Sinaloa. ¿Tienen ustedes alguna figura que veneran porque les protege en el trabajo?
Z: Es que hay muchos. Cada quien es según el santo que escoja. Yo soy del Santo San Judas Tadeo. Él es el que me cuida, aunque primero está mi Dios. Yo le prendo su veladora cuando salgo de la casa. Hace poco hicieron unas capillas por aquí cerca. Una era para San Judas y la otra para la Santísima Muerte. Las mandó hacer un comandante de los Zetas de los primeros que llegó aquí, pero luego llegaron los soldados y tumbaron esas capillas porque ahí les ponían churros de mota a la santísima. Le dejaban mota ahí a un lado.
Una vez me detuvieron a mí y yo llevaba un celular con una imagen de San Judas Tadeo. En esa imagen, San Judas Tadeo en lugar de traer un palo, trae un cuerno de chivo. Cuando a mí me atoraron, los soldados lo primero que vieron fue la imagen y dijeron: «Éste es malandro», y yo les dije: «¿Por qué?» Y dijeron: «Porque traes un San Judas con un cuerno». Y esa era la única foto que traía y la vieron los chavos y buscaron más y me dijeron: «Pon más fotos», y les dije: «No, no traigo». Recuerdo que hasta les dije: «¿De quién nos vamos a cuidar?, ¿del Ejército o de los malandros?» Yo le decía al jefe de ellos, de los soldados, y él me dijo: «Ustedes son los que roban, de mil tienen que pagar una».
JLA: ¿Y esa vez te liberaste?
Z: Los soldados nos dejaron en un cerro. Nos quitaron todo el dinero, los celulares, cadenas y todo. Nos fuimos descalzos.
JLA: ¿Y piensas que fue San Judas Tadeo quien te ayudo ahí?
Z: Yo le pedía esa vez a San Judas Tadeo y a mi Dios Padre. Había un comandante que era hermano evangélico.
JLA: ¿Cura?
Z: Sí, Pastor, pero a él le habían matado un hijo y a su familia y él decidió venirse acá. El bato traía la Biblia y nos dijo una vez: «Cuando ustedes ya estén a punto de morirse, ustedes digan: ‘La sangre de Dios tiene poder'». En ese momento, uno agarra el consejo como burla, porque andamos en la pura delincuencia, pero ahora cuando va a pasar algo, siempre digo: «La sangre de Dios tiene poder».
JLA: ¿Y lo crees?
Z: Sí. Cuando venía para acá, venía con tres chavos y nos topamos con un retén del Ejército. No traíamos nada, pero uno como quiera se queda con la espinita: cuatro muchachos en una camioneta, sabes que va a ver problemas. Yo me agarré a rezar: «La sangre de Dios tiene poder» y otro chavo decía otra oración. Y luego, pues no nos pararon los soldados y dije: «gracias a Dios».
JLA: ¿Crees en Dios?
Z: Sí.
JLA: ¿Y piensas que eres pecador por haber estado en la empresa en la malandrería?
Z: Cuando me pongo a pensar eso, si yo debo algo o hice algo malo, yo digo que sé que he hecho cosas malas, pero también he hecho cosas buenas. Así como le he hecho mal a la gente, también a mí me gustaba mucho apoyar a la gente y darles. Un tiempo un comandante que nos decía: «Mira, en aquel ranchito ahora que se llegue navidad vamos a comprar muchas más despensas». Y la misma compañía se ponía a darles despensas, juguetes a los niños, cobijas. Cuando se estaban repartiendo, se decía que eran de parte del cártel de los Zetas. Y así uno también agarraba la confianza de un ranchito chiquito, ¿verdad?. Por eso a mí, cuando yo trabajaba en una ciudad, me gustaba agarrar carretera una hora para irme a descansar a uno de esos ranchitos.
JLA: Un ranchito donde pudieras estar seguro.
Z: Sí, donde hubiera una entrada y una salida por diferente lado. Ya nomás ponías un halcón en una entrada y en una salida y él te avisaba.
ESTADO DE TERROR
Mientras el soldado zeta se colocaba la máscara negra y una gorra para conversar con Jon Lee Anderson delante de mí, de un fotógrafo y dos cámaras de video, otro soldado zeta disimulaba su presencia en el lobby del sitio. Vigilaba nuestro encuentro, entre escritores y periodistas que participaban en un evento cultural celebrado en la ciudad por esas fechas.
¿Cómo termina una conversación así? No termina. Sigo en contacto con el soldado zeta, quien es una de mis referencias durante la búsqueda de algunas de las miles de personas que se ha tragado la guerra del noreste en los últimos años. El último censo oficial reporta veintiséis mil desaparecidos, aunque las estimaciones de diversos organismos civiles rondan los sesenta mil. No conocemos todavía el tamaño de este abismo.
La entrevista con el soldado zeta transcurrió a lo largo de casi tres horas en el salón de juntas de un céntrico hotel de Monterrey. Lo que aparece aquí es sólo un fragmento de algo que algún día saldrá a la luz en forma de un documental.
Unas semanas después de su recorrido por Monterrey, Jon Lee Anderson publicó en la revista The New Yorker una crónica titulada «Estado de Terror», un despacho sobre la barbarie en Timbuctú. //
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