No items found.
No items found.
No items found.
No items found.
Fotografía de Agustín Marcarian / Reuters.
Greta Thunberg provocó un huracán en América Latina, cuando cientos de jóvenes se movilizaron para exigir que empresas y gobiernos detuvieran el cambio climático. Ahora, en medio de la pandemia, nada detiene su resistencia enmarcada por el movimiento Jóvenes por el Clima. En medio de los incendios y de la contaminación más brutal, estos estudiantes se han convertido en interlocutores para el poder político en sus respectivos países, a la vez que claman por un mejor planeta.
—Necesito hablar con vos.
—Perfecto. ¿Preferís enviarme un audio o hablamos por teléfono?
—No. Tiene que ser personalmente. Sin teléfonos celulares de por medio.
A fines de septiembre de 2019, Ian Cohêlo, un estudiante de 17 años nacido y criado en Brasilia, la capital del país más grande de Latinoamérica, recibió un mensaje por WhatsApp de una mujer de la política: no importa si era una asesora, diputada o senadora. Que se comunicara con esta mujer no era raro: tenían un diálogo fluido. Una semana antes, Ian —tez blanca, rubio, de contextura menuda, no demasiado alto— había sido uno de los organizadores, por parte de su agrupación, Jóvenes por el Clima, de la tercera huelga climática global que juntó a más de cinco mil personas en su ciudad.
En ese momento, Brasil, ya gobernado por Jair Bolsonaro, se encontraba atravesando dos situaciones ambientales extremas: los incendios en la Amazonia y un derrame gigantesco de petróleo —aún está en investigación, pero todo indica que la causa fue un buque petrolero de origen griego— que comenzó a contaminar las playas del nordeste: el peor accidente ambiental de la historia de ese país, según el Instituto Brasileño del Medio Ambiente y de los Recursos Naturales Renovables (Ibama). La movilización fue vertiginosa para un chico de 17 años que hasta hacía poco tiempo no tenía idea de qué era el cambio climático, que no había ido a más de tres movilizaciones en su vida y que ahora negociaba con policías pertrechados para reprimir multitudes. El punto de partida había sido un trabajo práctico de biología para el colegio. Su amiga Nina le había contado que una adolescente sueca de 14 años llamada Greta Thunberg había creado, a finales de 2018, un movimiento denominado Fridays for Future (Viernes para el futuro) que se había expandido por toda Europa: estudiantes de escuelas secundarias faltaban a clases para realizar huelgas por el clima. De “aspecto frágil”, como la denominaron los medios resaltando que padecía del síndrome de Asperger, Greta inició su activismo luego de varias olas de calor e incendios forestales en su país y, desde entonces, enfrentó a los líderes políticos con un discurso despiadado, responsabilizándolos de la crisis ambiental por sus políticas públicas que propician un modelo económico insostenible: “No quiero que tengan esperanza, quiero que entren en pánico. Quiero que sientan el miedo que yo siento todos los días y, luego, quiero que actúen”; “Estamos en el comienzo de una extinción masiva. Y de lo único que pueden hablar es de dinero y cuentos de hadas de crecimiento económico eterno”.
“Cada año hace más calor que el anterior y se superan marcas históricas”, sostienen los investigadores argentinos Maristella Svampa y Enrique Viale en su reciente libro El colapso ecológico ya llegó, de Siglo XXI Editores. Según la Organización Meteorológica Mundial, 2019 fue el segundo año con la temperatura media global más cálida desde 1880. La razón principal por la que se produce el cambio climático tiene su raíz en el incremento de las emisiones de dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero. Según el informe The Carbon Majors Database solo 25 empresas y entidades estatales producen más de la mitad de las emisiones contaminantes. Petroleras como ExxonMobil, Shell, BP y Chevron son algunas de ellas.
Al volver a su casa, Ian vio y escuchó todos los discursos de Greta. Quedó impactado. El discurso de la chica sueca iba directo a los poderes políticos y económicos. Hasta ese momento, el único acercamiento de Ian con alguna causa política había sido local y coyuntural. Tres años atrás, a sus 14, se había sentido interpelado con lo que le estaba sucediendo a Dilma Rousseff, la presidenta, quien era víctima de un golpe institucional. Ian fue uno de los miles que estuvo en la explanada del Congreso aquella mañana del 12 de mayo de 2016, cuando el senado votó su destitución en un juicio político. Tres años después, en abril del 2019, estaba preparándose para ir a ese mismo lugar aunque nada se parecería a aquella experiencia. Con un cartel casero pintado con témpera roja, azul y negra que decía “Não existe planeta B. Salve esse”, Ian se paró frente al Congreso con otros 19 compañeros: “Paren de quemar nuestro futuro”; “No tenemos más tiempo”; “No tengo dinero para vivir en la luna”; “No podemos beber aceite, no podemos respirar dinero”; “Nuestro planeta no es descartable”; “El dinero no puede comprar nuestro futuro”; “Nuestro planeta es nuestra única casa”; “El planeta tierra pide ayuda”. Para sacarse la foto grupal, en vez de decir whisky gritaron: “Salven la Amazonia”. Esa publicación en Instagram tuvo 153 likes.
Desde ese día, Ian empezó a reunirse después de clase con sus compañeros del incipiente espacio Jóvenes por el Clima. En esos meses, estudió todo lo que pudo sobre el cambio climático. El objetivo era sumar más gente a las próximas movilizaciones. Su herramienta para la convocatoria era Instagram. A la segunda marcha, el 24 de mayo, fueron casi 60 personas y sus publicaciones llegaron a 280 “me gusta”; a la del 28 de junio fueron 40 y la foto tuvo 380. Para la del 20 de septiembre, en la que se movilizaron junto a otras ong ambientalistas, llegaron a juntar más de cinco mil personas. El post de esa movilización llegó a los 400 likes. Lo sentían como un éxito. Después de esa marcha, Ian recibió el mensaje de esta mujer —que podía ser una asesora o una diputada o una senadora— que le dijo que necesitaba verlo.
Ian llegó al lugar indicado: un enorme estacionamiento cerca del Congreso, sin cámaras de seguridad, sin gente. La mujer lo estaba esperando sola y le pidió que colocara su celular en la mochila y que la dejara a unos tres metros: una distancia prudente como para que sus voces no pudieran ser captadas por el dispositivo. Le dijo que en dos semanas el ministro de Medio Ambiente, Ricardo Salles, asistiría a una audiencia pública en el Congreso y que, con un grupo de activistas, estaban planeando una acción para ese día. Le entregarían a modo de premio, irónicamente, una estatuilla de Terminator —el icónico personaje de ficción que viene del futuro anunciando el apocalipsis, interpretado por Arnold Schwarzenegger—, pero con una pequeña modificación: la cara de la estatuilla sería la del propio ministro. Este premio lo estaba personalizando un artista y se llamaría Exterminador do Futuro.
—La logística está planeada, los roles están asignados salvo uno: la persona que se lo va a entregar. Queremos que seas vos.
—¿Yo? –dijo Ian, incrédulo.
—Sí, sos la persona ideal para poder hacer esta entrega. Sos un joven estudiante, sos parte de una nueva generación de lucha socioambiental.
Ian aceptó aunque había un problema: era menor de edad. ¿Y si lo detenían?
—No te preocupes, ya hay un abogado asignado que va a estar ese día dentro de la sala.
La mañana del 9 de octubre de 2019 se levantó a las seis, como todos los días, para ir a la escuela. Se despidió de su madre y le avisó que iba a faltar algunas horas al colegio para ir a una audiencia en el Congreso, aunque no dio más explicaciones. Ella tampoco preguntó. Desde hacía algunos meses era normal que su hijo tuviera reuniones con políticos. La militancia ambiental era algo que ella aprobaba y de lo que se enorgullecía.
La audiencia estaba anunciada para las 10. Apenas llegó, Ian empezó a sentirse nervioso. Pasó el primer control sin problemas. Revisaron su mochila y no encontraron nada que llamara la atención. Había cuadernos y libros. ¿Y la estatua de Terminator? La había ingresado alguien la semana anterior. Ian no sabía quién, pero recibiría instrucciones para recogerla. Entró a la sala donde se realizaría la audiencia y miró disimuladamente a su alrededor. ¿Quiénes eran sus cómplices? No lo sabía. Las coordenadas exactas las recibió a través de un chat secreto. Se sentó, estiró una mano por debajo de la silla y sintió al tacto que la estatua estaba allí. La metió en su mochila y respiró. La primera parte del operativo estaba completa. Ahora, la parte más difícil. Empezó a sentir que su corazón latía con fuerza, sobre todo cuando entraron dos policías y se pusieron uno en cada extremo de la tarima. El ministro Salles entró a la sala escoltado. Ian se fue acercando hasta la pequeña tarima, cambiándose de asiento. Tenía las manos empapadas de sudor. ¿Y si el operativo que estaban planeando desde hacía semanas se frustraba por su culpa?
—Me quiero sacar una foto con esa diputada —dijo Ian, señalando a una funcionaria que estaba sentada a dos asientos del ministro—. Soy muy fanático de ella.
La diputada le hizo una seña al policía para que lo dejara pasar. El policía accedió. Ian ya estaba ahí. Fingiendo que hablaba con la diputada, sacó la estatua de su mochila. Lo que sigue quedó grabado porque algunos fotógrafos, camarógrafos y periodistas acreditados en la sala también eran cómplices.
—Ministro, tengo que entregarle esto, ministro —dijo Ian.
Otro hombre que estaba hablando por el micrófono se quedó mudo. Nadie entendía nada. El ministro tomó la estatua y, rápido de reflejos, la escondió debajo de la mesa. Automáticamente, dos policías vestidos de civil agarraron a Ian y lo empujaron para llevárselo. Pero otro hombre se interpuso: era su abogado. Ian gritó, mientras se lo llevaban:
—¡El ministro Salles es el exterminador del futuro!
En pocas horas, el video se volvió viral. Los principales medios de comunicación se hicieron eco y titularon: “Estudiante entrega premio Exterminador do Futuro para Ricardo Salles”; “Ministro Ricardo Salles recibe el trofeo Exterminador do futuro en el Congreso Nacional”. Los influencers con más seguidores de todo Brasil lo compartieron en sus redes sociales.
Ian se convirtió en el joven más popular de su país por algunas horas: el chico de 17 años que había increpado al ministro de Ambiente en medio del fuego y de la contaminación más brutal de la historia de Brasil.
Esa noche, cuando su madre lo vio en la tele, se desesperó. Lo retó como cuando era chico. Ian la escuchó, le dio la razón. Le tendría que haber avisado.
—Lo que logramos desde que hicimos la primera marcha en abril de 2019 hasta ahora fue la sensibilización y concientización de los jóvenes aquí en Brasilia —explica Ian del otro lado de la pantalla, modulando detrás de la mascarilla porque está en la oficina de la fundación donde trabaja como pasante, mientras estudia Biotecnología en la Universidad de Brasilia—. Desde ese momento nos invitan a dar charlas en las escuelas sobre sustentabilidad, cambio climático. Y lo más importante: nos volvimos interlocutores para el poder político.
***
“La división internacional del trabajo consiste en que unos países se especializan en ganar y otros en perder. Nuestra comarca del mundo, que hoy llamamos América Latina, fue precoz: se especializó en perder desde los remotos tiempos en que los europeos del Renacimiento se abalanzaron a través del mar y le hundieron los dientes en la garganta”. Así comienza el libro de ensayos que un joven chileno de 18 años recién cumplidos, Sebastián Benfeld, lee sentado en el avión rumbo a la 25º Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (cop25) en Madrid. Es un clásico: Las venas abiertas de América Latina, que el uruguayo Eduardo Galeano escribió en 1971. Sebastián lo lee por primera vez, junto a un informe de la Cepal que se titula Estado del medio ambiente. No puede creer cuánto se parecen ambos textos escritos con 40 años de diferencia. Está nervioso y siente que en esas 12 horas de vuelo tiene que incorporar la mayor cantidad de información posible porque es uno de los cuatro elegidos de su agrupación, Fridays for Future Chile, para participar en ese encuentro anual sobre el cambio climático que, como su nombre lo indica, se organiza ininterrumpidamente desde 1994. Bajo el lema “Tiempo de actuar”, más de 20 mil personas —entre ellas, al menos 50 jefes de Estado, ministros, líderes de los principales organismos multilaterales y de la sociedad civil— se reunirán con el objetivo de lograr un acuerdo para la reducción de gases del 45% para 2030 respecto de 1990 y la neutralidad de carbono para 2050.
Pero también está nervioso porque es su primer viaje solo. Salvo uno que hizo con su familia cuando era muy chico, nunca antes había salido de su pueblo, Quilpué, cerca de Valparaíso, donde todavía se ven vacas desde la ventana de su casa. Dos meses antes su vida había dado un giro. Como millones de chilenos, fue parte de las revueltas populares que comenzaron el 18 de octubre de 2019. Hacía pocos meses que se había incorporado al incipiente grupo de activismo por el cambio climático, después de ver en Instagram imágenes de jóvenes como él en Europa. La causa del medio ambiente lo convocó desde siempre: la región de Valparaíso concentra la mayor cantidad de conflictos sociales y ambientales de todo el país. Sin embargo, nunca se había involucrado tanto como en esos meses, porque nunca había encontrado a otros de su edad.
Por eso está en este avión, nervioso, asustado, porque en realidad ese viaje nunca debería haber existido. La cop25 tenía sede en su propio país, Chile, pero a último momento se trasladó a Madrid. El foco de atención estaba puesto en la presencia de Greta Thunberg que, en esa misma semana de diciembre de 2019, había sido elegida por la revista Time como “personaje del año”. El cambio de sede también repercutió en su llegada porque, literalmente, tuvo que dar un giro de timón. Greta había iniciado una travesía en barco sustentable hacia Sudamérica negándose a viajar en avión por las emisiones de carbono. El efecto Greta Thunberg surtió un impacto único. Más de 80 jóvenes de entre 16 y 19 años de todo el mundo llegaron a Madrid y se convirtieron en las voces más resonantes en contra de las decisiones de los líderes mundiales.
El evento se llevó a cabo en la Institución Ferial de Madrid (Ifema), un predio gigante con cientos de salones y salas de conferencias. Los primeros días, un grupo incipiente de WhatsApp con el nombre “COP 25 LAC”, por Latinoamérica y el Caribe, se formó in situ para empezar a conectar a los jóvenes latinoamericanos de todas las organizaciones, no sólo de Fridays for Future. En ese grupo de WhatsApp se incorporaron Sebastián y también Nicole Becker, una joven argentina de 18 años. Juntos, participaron en la elaboración de un documento que salió a la luz el 5 de diciembre. En el escrito de cinco carillas se desplegaban 15 ítems con pedidos concretos y urgentes como: el rechazo de políticas y prácticas que incentiven la continuidad de una economía basada en el carbono y otros recursos fósiles para el sostén energético; el rechazo a las prácticas extractivistas y de deterioro ambiental; la eliminación de las relaciones de opresión hacia pueblos originarios; la exigencia a la incorporación de la variable de género en el cambio climático; la incorporación de la juventud en el sistema político y el debate público; y, sobre todo, que las decisiones sobre políticas climáticas incluyan, respeten y protejan los derechos humanos.
Nicole estaba muy contenta con haber sido parte de la gestación de este comunicado. Así lo posteó en su cuenta personal de Instagram: “Cara de agotada pero feliz después de 3 días intensos en la #COP25. Junto a la juventud latinoamericana escribimos una declaración que se construyó en base a consenso y la presentamos hoy. Después hicimos una intervención contando distintas historias de defensores ambientales desaparecidos en la región. Esta COP no tiene que ver con crear un nuevo acuerdo que venga a traernos la solución […] Ahora estamos en la etapa de cerrar y reglamentar las últimas cosas para su efectiva implementación. Es hermoso conocer cada vez más gente alrededor del mundo que lucha por lo mismo, mis compañeres son pura inspiración #justiciaclimaticaya”.
Pero esa alegría se tiñó de un sabor amargo unos días después y por eso Nicole le escribió una carta a su movimiento, Fridays for Future, enojada. Un día antes de escribir esta carta estaba feliz junto a sus compañeros en una acción realizada en repudio a las medidas que se estaban tomando en la cop25. La acción consistía en una sentada en medio del salón principal del predio. Ese día, los mandatarios no habían incorporado la categoría “derechos humanos” en una de sus resoluciones. Para ellos, esto era inadmisible. Nicole seguía esta acción pero no podía desviar su mirada de Greta Thunberg, a menos de un metro. No podía creer que estuviera tan cerca. Apenas unos meses atrás, a finales de febrero de ese mismo año, estaba en su habitación en Buenos Aires, mirando Instagram, cuando apareció un video de la adolescente sueca llamando a la segunda marcha internacional por el cambio climático que se realizaría el 15 de marzo. ¿Cómo podía ser que gente de su misma edad, en Europa, se estuviera movilizando y en su país no hubiera nada semejante?, ¿o acaso existía y ella no lo conocía? Nicole se quedó toda esa semana investigando qué era el cambio climático. Hasta ese momento, no tenía idea, siquiera, de que existía ese concepto. Dos amigos del colegio —una escuela privada judía— con los que compartía un grupo de acción solidaria estaban organizando un encuentro de cara a la movilización. Nicole se enteró y quiso participar porque, además, eran todos varones. En 2015 había ido a la primera gran manifestación de Ni Una Menos, realizada en la Argentina contra los femicidios, y había sido parte de la gran marea de chicas que pernoctó en el Congreso en 2018 cuando se debatía el proyecto de ley para la legalización del aborto. Ésas habían sido las únicas dos marchas a las que había ido en su vida. Ya se consideraba feminista y creyó que tenía que ocupar también ese espacio de militancia por el clima. En la primera reunión, en la casa de Gastón, eran ocho.
—Tenemos que organizar la marcha que es en 15 días
—dijeron, sin tener idea de cómo conseguirían un micrófono, de cómo convocar a la gente ni de si había que acordar con la policía.
Lo primero que pensaron fue un nombre. Querían tender lazos con las organizaciones europeas, pero necesitaban construir una narrativa propia. No querían ser una traducción literal de Fridays for Future y así surgió, entre una larga lista, Jóvenes por el Clima. El principal objetivo era empezar a instalar la idea de que en Argentina también había jóvenes, al igual que en Europa, preocupados por el cambio climático y que exigían respuestas urgentes. En ese momento, escribieron un petitorio que pensaban entregarle al presidente de la Cámara de Diputados en donde exigían un proyecto de ley para declarar al país en estado de emergencia climática; que se cumpliera el Acuerdo de París —que establece medidas para la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero—; y, sobre todo, poner los temas ambientales en la agenda gubernamental y legislativa.
Nicole volvió a su casa y les contó a sus padres que en 15 días harían una marcha. Nunca antes habían oído que su hija hablara sobre el cambio climático, ¿y ahora organizaba una movilización? Pensaban que era un capricho del momento. Pero, cuando su hija comenzó a ser vegetariana, casi vegana, se compró una bicicleta, empezó a hacer composta en la casa y a reunirse con políticos de primera línea, entendieron que era en serio y no tuvieron otra opción que apoyarla.
Lo que siguió fue como un huracán: 15 días después de esa primera reunión, Nicole estaba parada en un escenario frente a cinco mil jóvenes como ella y era la encargada de leer el discurso ante la multitud junto a su compañero Bruno: “Si el presente es de lucha, el futuro es nuestro”, gritó y fue ovacionada. Ese mismo día, más de 1.4 millones de jóvenes de todo el mundo se manifestaron en 125 países y 2 083 ciudades.
“Quiénes son los jóvenes argentinos que marchan contra el cambio climático”, titulaba el portal de noticias Infobae, que además decía: “La urgencia por la acción frente al cambio climático hizo sonar varias alarmas durante 2018. El eco más fuerte llegó desde los jóvenes: en varios países de Europa, chicos de colegios secundarios se levantaron de sus bancos y se declararon en huelga para reclamar a los políticos por su futuro. El mensaje llegó a la Argentina: al menos tres grupos de adolescentes en Buenos Aires y otros en Tucumán, Mar del Plata, Paraná y Córdoba se sumarán a la convocatoria mundial para reclamar avances y políticas reales frente al fenómeno que amenaza al planeta”. “No hay un clima festivo, más bien prima la preocupación y el desasosiego. Son chicos, mayormente estudiantes secundarios, que quieren hacer explícito su malestar por la falta de respuestas de las autoridades en torno a empezar a pensar en el planeta”, dice un cronista del diario Clarín en la cobertura de esa marcha.
Luego de esta demostración, quien los convocó a su despacho fue un senador, Fernando “Pino” Solanas —fallecido el 7 de noviembre del 2020 por Covid, mientras ejercía su rol como embajador argentino ante la Unesco en París—, un hombre de 84 años con una vastísima trayectoria en materia ambiental, que había presentado durante seis años consecutivos un proyecto de ley para institucionalizar la lucha contra el cambio climático y declarar al país en emergencia climática y ecológica, pero no había siquiera logrado que la discusión ingresara al recinto. En esa reunión, Nicole y sus amigos dejaron boquiabierto al senador que estaba acostumbrado a recibir a muchísimos activistas ambientales.
—Fue algo que yo nunca había visto hasta ese entonces —dice Enrique Viale, histórico abogado ambientalista, entonces asesor del senador Solanas, que participó en esa reunión—. Estos jóvenes casi niños venían con un discurso muy novedoso, con ideas clarísimas que mezclaban ambientalismo con justicia social. No era un ambientalismo superficial. No venían con consignas como el veganismo, la separación de residuos o preservar especies en extinción. Se notaba que habían estudiado e investigado. Entendían la raíz de los problemas, hablaban de confrontar con los modelos de desarrollo. Y, sobre todo, dejaron en claro que ellos creían que la salida era colectiva. Me quedé tan impactado que les pregunté a qué escuela iban, pensando en la futura educación de mi hijo.
Para finalizar la reunión, le dijeron a Solanas que iban a trabajar para que ambos proyectos vieran la luz. Durante semanas, con la complicidad de los asesores del senador, después de clases, los chicos ingresaban al edificio y tocaban las puertas de los despachos de todos los senadores, algo que estaba prohibido. Pero eran conscientes de sus privilegios y los usaban a su favor. ¿Qué senador podía negarse a recibir a unos estudiantes de clase media porteña hablando sobre medio ambiente?
Un mes después, Solanas logró lo impensado: que el proyecto de ley se discutiera entre los senadores. Y lo que parecía imposible sucedió: en esa sesión se aprobó la ley y, además, se declaró al país en emergencia climática y ecológica, lo que significó posicionarlo simbólicamente en el debate mundial. Argentina se convirtió en el primer país latinoamericano en realizar esta declaración y el cuarto a nivel global: solo Irlanda, Canadá y Francia lo habían hecho. Tres meses después, el 20 de noviembre, llegó la media sanción que faltaba. La Cámara de Diputados aprobó la ley que proponía, entre los puntos más destacados, crear un Gabinete Nacional de Cambio Climático, cuya función sería la de articular en las distintas áreas de gobierno un “plan nacional de adaptación y mitigación al cambio climático”. Todo esto, gracias a Nicole y sus amigos. El festejo por el proyecto aprobado fue en un centro cultural entre los chicos y el senador. Pero Nicole tenía otra cosa que festejar: hacía un mes se había puesto de novia con Gastón, su compañero de Jóvenes por el Clima. Y, además, había decidido cambiarse de carrera. Después de un cuatrimestre de Psicología, se pasó a Derecho porque, si quería dedicarse a entender tratados internacionales en materia ambiental, tenía que saber de leyes. Todo en su vida estaba al servicio de su nuevo activismo.
Pero ahora, en Madrid, Nicole está escribiendo una carta. El día anterior supo, a través de la publicación oficial de la cop25, que sus compañeros de Fridays for Future harían una conferencia de prensa para hablar sobre las problemáticas del sur global y ni ella ni sus compañeros latinos estaban enterados. ¿Por qué nadie les había avisado?; ¿quién hablaría en la conferencia de prensa? En la reunión del grupo que le siguió a la conferencia, Nicole leyó la carta en voz alta, en inglés, llorando:
“Antes que nada, escribo esta carta porque realmente amo este movimiento y creo que estamos en un camino increíble, pero todavía tenemos mucho en lo que trabajar. Ayer, algunos de nosotros nos enteramos por las redes sociales de la conferencia de hoy. Pero nadie sabía quiénes iban a hablar ni cómo se tomó esa decisión. Todo fue una sorpresa. Y, cuando algo es una sorpresa, probablemente signifique que algunos fueron excluidos de esa decisión y ése es un precedente peligroso. Me siento una estúpida tratando de explicar por qué esto es importante para mí. Hubiera significado un hito importante en la agenda de mi país. Ésta era una oportunidad única, relevante, especialmente en el sur global. Me aterroriza replicar un mundo dentro de nuestro movimiento donde las decisiones aún las toma el norte global. El sur global ha marcado la agenda, ha revitalizado el movimiento en un escenario sociopolítico-económico cada vez más difícil y tenemos que ser parte del proceso de toma de decisiones. De lo contrario, podríamos terminar dando al sur global un lugar secundario, replicando la misma mierda que hacen las corporaciones contra las que luchamos. Es fundamental hacer un mejor trabajo organizativo con nuestra causa. Si no es antixenófobo, antirracista, feminista, con una perspectiva del sur global, va a terminar siendo violento como cualquier otra organización que, antes de nosotros, intentó levantar la voz y terminó siendo absorbida por el sistema”.
—Cuesta mucho que los países del sur global tomen decisiones dentro del movimiento. Los diagnósticos son distintos y, sobre todo, la responsabilidad histórica de la explotación de recursos naturales en Latinoamérica por parte de multinacionales europeas —reflexiona Nicole en septiembre del 2020, del otro lado de la pantalla, tres días después de haberse reunido personalmente con el presidente de la nación, Alberto Fernández, y a pocos días de rendir un examen para la facultad, para el cual no estudió absolutamente nada—. En Argentina, el movimiento de derechos humanos es histórico, así como también el de las reivindicaciones sociales. Nosotros consideramos que la crisis climática es una problemática totalmente social y una violación de derechos humanos que no requiere cambios que dependen de cada uno, sino medidas estructurales. Por eso hablamos de justicia climática y nos inscribimos en la genealogía de esas luchas que nos preceden.
***
Mientras que para Sebastián es la una de la tarde en Chile, para Sofía Hernández, de 22 años, son las 10 de la mañana en San José de Costa Rica. Es 16 de septiembre de 2020 y ambos están atentos al canal de YouTube de las comisiones de Relaciones Exteriores y Recursos Naturales de la Cámara de Diputados en Argentina. En minutos, Nicole Becker, con la que se hicieron amigos en Madrid en la cop25, está por exponer frente a diputadas y diputados para que se vote el acuerdo de Escazú: un pacto entre países de América Latina y el Caribe que tiene como objetivo garantizar el derecho de acceso a la información ambiental, la participación pública en el proceso de toma de decisiones ambientales y el acceso de justicia en materia ambiental.
En febrero de 2020, Nicole y Sebastián fueron parte de los cinco elegidos entre 58 jóvenes de Latinoamérica y el Caribe por la Cepal —el organismo dependiente de la Organización de las Naciones Unidas responsable de promover el desarrollo económico y social de la región— como champions de Escazú. Además de ellos dos están Kyara, de Costa Rica, Laura, de Colombia, y Nafesha, de San Vicente y las Granadinas. Fue una decisión estratégica del organismo de la onu elegir a estos jóvenes. El acuerdo de Escazú era un tratado que estaba en manos de organismos muy técnicos. Querían que se lo apropiara esta nueva generación de activistas. Para eso, tuvieron diversas capacitaciones y webinarios, incluso antes de que el mundo entero tuviera que adaptarse a la virtualidad total. Un entrenamiento que les sirvió para que, un mes después, todo el cabildeo que debía ser presencial se transformara en llamadas telefónicas a cualquier hora, reuniones por Zoom con legisladores, coordinación de equipos, comunicación con la prensa. Los chicos tienen dos grupos de WhatsApp: uno, exclusivo de los cinco, que se llama “Champions de Escazú”, y “26/08 #A1MesdeEscazú”, en el que participan 197 personas. Ya perdieron la cuenta de la cantidad de grupos de WhatsApp a los que pertenecen. Y también perdieron la cuenta de la cantidad de horas de sueño que no tuvieron. De ellos depende que sus países ratifiquen el acuerdo y están sobrepasados. El tiempo corre: el plazo es el 26 de septiembre.
Sofía no fue electa por su país, pero sí su compañera Kyara, con la que trabaja codo a codo. Son semanas decisivas. Para que el acuerdo entre en vigor, es necesario que lo ratifiquen o se adhieran 11 estados. Pero, por ahora, hay nueve: Antigua y Barbuda, Bolivia, Ecuador, Guyana, Nicaragua, Panamá, San Cristóbal y Nieves, San Vicente y las Granadinas y Uruguay. Y quedan apenas 10 días por delante.
Sofía también está sobrepasada, sin dormir y recuerda cuando, hace pocos meses, tuvo que llamar a su madre para decirle que no llegaría al cine como lo habían planeado: estaba en la Casa de Gobierno esperando a que la recibiera el presidente de la nación, Carlos Alvarado Quesada.
—Usted sí es bombeta —le dijo su madre del otro lado del teléfono.
“Bombeta” es una persona a la que le gusta estar en todas partes.
Esa tarde, la del 20 de septiembre de 2019, Sofía Hernández, una estudiante de Ciencias Políticas de la Universidad Nacional de Costa Rica, había decidido ir por primera vez a una movilización organizada por Fridays for Future por el cambio climático. Una compañera alemana que estaba de intercambio en su universidad le había contado sobre Greta Thunberg, de la que Sofía no había escuchado, aunque sabía de qué se trataba el cambio climático. Dos años antes, recién ingresada en la universidad, se había interesado mucho en una materia vinculada a derechos humanos. Y se dio cuenta de que ése era el campo en el que quería profundizar. En el marco de una investigación académica, se anotó como voluntaria en una casa de acogida para personas migrantes. Se sorprendió al ver que una de las razones de la migración eran cuestiones vinculadas al cambio climático, sobre todo en un área que corre paralela a la costa del Pacífico que se conoce como Corredor Seco Centroamericano, desde Chiapas, en México, hasta el occidente de Panamá. Una zona afectada por sequías e inundaciones con consecuencias devastadoras, como terrenos que quedan bajo el agua o que son directamente inhabitables, lo que pone en peligro el derecho de acceso a la alimentación.
Judith, una compañera de la carrera, era la incipiente líder de Fridays for Future Costa Rica. Cuando se tomaron el bus para ir juntas a movilización, Judith le dijo que había recibido un mensaje de un asesor del presidente de la nación, que le avisaba que los quería recibir. Judith le dijo que sería muy bueno que en ese encuentro estuviera alguien con su bagaje teórico. Sofía dijo que sí y, unas horas después, el presidente Alvarado Quesada y varios de sus ministros tomarían nota de sus propuestas: les pidieron que les reiterara su posición sobre ciertos proyectos como, por ejemplo, la minería a cielo abierto, que se había declarado como práctica ilegal pero que se desarrollaba de manera flagrante, o la pesca de arrastre. Pero, sobre todo, sostuvieron la necesidad de incluir juventudes en espacios de toma de decisiones a nivel nacional e internacional.
El 26 de septiembre de 2020, el día en que vencía el plazo para que los países votaran si adherirse o no al acuerdo de Escazú, Argentina se adhirió, pero Chile y Costa Rica no.
—Costa Rica es un buen chiste —escribe Sofía a través de un mensaje de WhatsApp—. ¡El lindo país de democracia ambiental! ¡Woohoo! El año pasado recibimos el máximo galardón ambiental de la onu por nuestro “liderazgo” en la lucha contra el cambio climático. Pero a nivel nacional, el presidente habla de pesca de arrastre “sostenible” y el Congreso habla de minería y explotación petrolera.
—Creo que existe un profundo desinterés por parte del gobierno de Chile de escuchar realmente a la ciudadanía y llevar a la práctica aquellas transformaciones sociales y ambientales que tanto Chile y la región latinoamericana necesitamos para poder sobrevivir —dice Sebastián a través de un audio de WhatsApp, con una voz quebrada—. Los jóvenes hemos sido engañados.
Sebastián tuvo que ponerse al día en la universidad después de faltar a clases durante casi un mes. Cuando por fin logró retomar el curso, una docente mencionó la importancia del contenido que ella estaba enseñando para comunicar de qué tratan los acuerdos ambientales internacionales.
—Lo sentí como una indirecta por mi vuelta a sus clases. Luego de eso, me escribió personalmente al correo para preguntarme por mi desempeño en el curso. Asumí que había descuidado un poco los estudios y me comprometí a ponerme al día —dice Sebastián, avergonzado.
***
En uno de los viajes a la costa de México, mientras buceaba en el mar Caribe con su instructor, Pamela Elizarrarás Acitores encontró más plásticos que animales. En la arena vio colillas de cigarrillos y entonces enfrentó a su instructor. Lo había visto fumando y creía que las colillas con las que se topaba eran de él. El instructor quedó desorientado, pero cuando Pamela volvió a su casa empezó a investigar sobre el reciclaje y el plástico. Como dibujaba muy bien, confeccionó pequeñas estampas sobre el impacto contaminante del material. Empezó una campaña activa entre los miembros de su familia y, con la complicidad de su prima, golpeó la puerta de cada restaurante o pequeño puesto de comida para pedir que no dieran más sorbetes de plástico.
—Me acuerdo de eso y me da ternura. Regañaba a todo el mundo por usar popotes de plástico y hoy creo que aunque es importante no es el camino. Es un problema del sistema, no es algo individual —cuenta.
Cuando terminó la secundaria, consiguió una beca para trasladarse a Nueva York. Y apenas se mudó, Donald Trump llegó a la Casa Blanca. La universidad decretó duelo y hubo asistencia psicológica para docentes y alumnos que lo necesitaran; sobre todo, para los mexicanos que todavía recordaban aquel tuit del entonces candidato republicano: “La gente que nos envía México no es de lo mejor, están enviando gente que tiene muchos problemas […] traen droga, son violadores, y algunos, supongo, serán gente buena, pero yo hablo con gentes de la frontera y me cuentan lo que hay”. Su madre asistió a la charla del español Grian Cutanda, uno de los líderes de un incipiente grupo llamado Extinction Rebellion: un colectivo de resistencia no violento, cuyo objetivo es interpelar a los gobiernos para minimizar la extinción masiva y el calentamiento global. Apenas volvió de esa charla, llamó a su hija y le contó lo que había escuchado. Sabía que le iba a interesar. Así fue que Pamela se contactó con la célula de ese grupo en Nueva York. La citaron a una primera reunión pero, para su sorpresa, todos la doblaban en edad. La invitaron a un par de acciones que realizarían las semanas siguientes y no se sintió cómoda. Pocos días después, el 20 de septiembre de 2019, llegaba Greta Thunberg a Nueva York para participar en la Asamblea de Acción Climática de la onu. Se estaba organizando una marcha que contaría con su presencia y Pamela fue. Cuando salió del metro esa tarde con su cámara de fotos, encontró que cientos de miles de personas de su edad se manifestaban pacíficamente contra el cambio climático. Sintió que había encontrado su lugar. Fotografió esa movilización, que también se convirtió en su bautismo de fuego.
Ahora, enumera las demandas del movimiento Extinction Rebellion México, del que ella es parte, punto por punto, como una lista de supermercado:
1. Decir la verdad. Los gobiernos deben decir la verdad y declarar la emergencia climática y ecológica.
2. Los gobiernos deben detener la pérdida de biodiversidad y reducir las emisiones de gases de efecto invernadero a cero neto para 2025.
3. Una transición justa, dando prioridad a lxs más vulnerables para crear un planeta vivible y justo para todxs.
4. Beyond politics: que los gobiernos sean dirigidos por las decisiones de una asamblea de ciudadanos sobre clima y justicia ecológica.
—Las demandas específicas en México son que los gobiernos nos digan la verdad sobre la crisis ecológica. Y exigimos cero emisiones, completamente erradicadas para el 2025. La única salida que tenemos para la pandemia, los incendios, la destrucción de los ecosistemas, la pérdida de biodiversidad y muchos otros problemas es a través de la colectividad. Esto recién comienza.
En El colapso ecológico ya llegó, Viale y Svampa se preguntan: “¿Se trata de un movimiento de movimientos o estamos ante la emergencia de la sociedad en movimiento, comparable a la potencia femenina que vislumbramos cada vez que se movilizan los poderosos colectivos de mujeres contra el patriarcado y la violencia de género?”. Y responden, a modo de reflexión: “El movimiento por la justicia climática es hijo de los movimientos pacifistas y ecologistas de los años ochenta, sobre todo de los más recientes y más comprometidos en la lucha contra todo tipo de desigualdad y contra las diversas formas de dominación neocolonial, racista y patriarcal. Es hijo de las luchas del Sur contra el extractivismo y de las masivas movilizaciones feministas que recorren el mundo”.
El 25 de septiembre del 2020, Greta Thunberg volvió a las calles de Estocolmo en la primera manifestación que se hizo de manera presencial en medio de la pandemia de Covid-19 y en el marco del Día Global de Acción por el Clima. Separadas por dos metros de distancia, no más de 20 personas se pararon frente al parlamento sueco. Ese mismo día, en otros países de Europa también hubo movilizaciones. Pero en América Latina, ahora señalada como el epicentro de la pandemia, los jóvenes no llamaron a movilizarse en las calles. Prefirieron hacerlo de manera virtual en una campaña conjunta bajo la consigna “Latinoamérica en llamas”.
Un video con música de la banda Calle 13 se replicó en todas las cuentas de Instagram. En la publicación se puede leer: “América Latina está en llamas. Al borde del colapso. En Argentina se quemaron 175 mil hectáreas en lo que va del año. En el Amazonas se detectaron más de 65 mil focos de incendios. Mientras tanto, en México los incendios forestales afectaron una superficie mayor a 300 mil hectáreas. El fuego arrasa vastos territorios latinoamericanos y la biodiversidad regional no es la única afectada por las llamas, sino que también está en juego la salud humana. Como juventud tenemos que levantar la bandera del ambientalismo para defender nuestro presente y para garantizarnos un futuro. Ya no podemos mirar para otro lado. ¿Qué estamos esperando para activar y frenar este caos?”.
Greta Thunberg provocó un huracán en América Latina, cuando cientos de jóvenes se movilizaron para exigir que empresas y gobiernos detuvieran el cambio climático. Ahora, en medio de la pandemia, nada detiene su resistencia enmarcada por el movimiento Jóvenes por el Clima. En medio de los incendios y de la contaminación más brutal, estos estudiantes se han convertido en interlocutores para el poder político en sus respectivos países, a la vez que claman por un mejor planeta.
—Necesito hablar con vos.
—Perfecto. ¿Preferís enviarme un audio o hablamos por teléfono?
—No. Tiene que ser personalmente. Sin teléfonos celulares de por medio.
A fines de septiembre de 2019, Ian Cohêlo, un estudiante de 17 años nacido y criado en Brasilia, la capital del país más grande de Latinoamérica, recibió un mensaje por WhatsApp de una mujer de la política: no importa si era una asesora, diputada o senadora. Que se comunicara con esta mujer no era raro: tenían un diálogo fluido. Una semana antes, Ian —tez blanca, rubio, de contextura menuda, no demasiado alto— había sido uno de los organizadores, por parte de su agrupación, Jóvenes por el Clima, de la tercera huelga climática global que juntó a más de cinco mil personas en su ciudad.
En ese momento, Brasil, ya gobernado por Jair Bolsonaro, se encontraba atravesando dos situaciones ambientales extremas: los incendios en la Amazonia y un derrame gigantesco de petróleo —aún está en investigación, pero todo indica que la causa fue un buque petrolero de origen griego— que comenzó a contaminar las playas del nordeste: el peor accidente ambiental de la historia de ese país, según el Instituto Brasileño del Medio Ambiente y de los Recursos Naturales Renovables (Ibama). La movilización fue vertiginosa para un chico de 17 años que hasta hacía poco tiempo no tenía idea de qué era el cambio climático, que no había ido a más de tres movilizaciones en su vida y que ahora negociaba con policías pertrechados para reprimir multitudes. El punto de partida había sido un trabajo práctico de biología para el colegio. Su amiga Nina le había contado que una adolescente sueca de 14 años llamada Greta Thunberg había creado, a finales de 2018, un movimiento denominado Fridays for Future (Viernes para el futuro) que se había expandido por toda Europa: estudiantes de escuelas secundarias faltaban a clases para realizar huelgas por el clima. De “aspecto frágil”, como la denominaron los medios resaltando que padecía del síndrome de Asperger, Greta inició su activismo luego de varias olas de calor e incendios forestales en su país y, desde entonces, enfrentó a los líderes políticos con un discurso despiadado, responsabilizándolos de la crisis ambiental por sus políticas públicas que propician un modelo económico insostenible: “No quiero que tengan esperanza, quiero que entren en pánico. Quiero que sientan el miedo que yo siento todos los días y, luego, quiero que actúen”; “Estamos en el comienzo de una extinción masiva. Y de lo único que pueden hablar es de dinero y cuentos de hadas de crecimiento económico eterno”.
“Cada año hace más calor que el anterior y se superan marcas históricas”, sostienen los investigadores argentinos Maristella Svampa y Enrique Viale en su reciente libro El colapso ecológico ya llegó, de Siglo XXI Editores. Según la Organización Meteorológica Mundial, 2019 fue el segundo año con la temperatura media global más cálida desde 1880. La razón principal por la que se produce el cambio climático tiene su raíz en el incremento de las emisiones de dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero. Según el informe The Carbon Majors Database solo 25 empresas y entidades estatales producen más de la mitad de las emisiones contaminantes. Petroleras como ExxonMobil, Shell, BP y Chevron son algunas de ellas.
Al volver a su casa, Ian vio y escuchó todos los discursos de Greta. Quedó impactado. El discurso de la chica sueca iba directo a los poderes políticos y económicos. Hasta ese momento, el único acercamiento de Ian con alguna causa política había sido local y coyuntural. Tres años atrás, a sus 14, se había sentido interpelado con lo que le estaba sucediendo a Dilma Rousseff, la presidenta, quien era víctima de un golpe institucional. Ian fue uno de los miles que estuvo en la explanada del Congreso aquella mañana del 12 de mayo de 2016, cuando el senado votó su destitución en un juicio político. Tres años después, en abril del 2019, estaba preparándose para ir a ese mismo lugar aunque nada se parecería a aquella experiencia. Con un cartel casero pintado con témpera roja, azul y negra que decía “Não existe planeta B. Salve esse”, Ian se paró frente al Congreso con otros 19 compañeros: “Paren de quemar nuestro futuro”; “No tenemos más tiempo”; “No tengo dinero para vivir en la luna”; “No podemos beber aceite, no podemos respirar dinero”; “Nuestro planeta no es descartable”; “El dinero no puede comprar nuestro futuro”; “Nuestro planeta es nuestra única casa”; “El planeta tierra pide ayuda”. Para sacarse la foto grupal, en vez de decir whisky gritaron: “Salven la Amazonia”. Esa publicación en Instagram tuvo 153 likes.
Desde ese día, Ian empezó a reunirse después de clase con sus compañeros del incipiente espacio Jóvenes por el Clima. En esos meses, estudió todo lo que pudo sobre el cambio climático. El objetivo era sumar más gente a las próximas movilizaciones. Su herramienta para la convocatoria era Instagram. A la segunda marcha, el 24 de mayo, fueron casi 60 personas y sus publicaciones llegaron a 280 “me gusta”; a la del 28 de junio fueron 40 y la foto tuvo 380. Para la del 20 de septiembre, en la que se movilizaron junto a otras ong ambientalistas, llegaron a juntar más de cinco mil personas. El post de esa movilización llegó a los 400 likes. Lo sentían como un éxito. Después de esa marcha, Ian recibió el mensaje de esta mujer —que podía ser una asesora o una diputada o una senadora— que le dijo que necesitaba verlo.
Ian llegó al lugar indicado: un enorme estacionamiento cerca del Congreso, sin cámaras de seguridad, sin gente. La mujer lo estaba esperando sola y le pidió que colocara su celular en la mochila y que la dejara a unos tres metros: una distancia prudente como para que sus voces no pudieran ser captadas por el dispositivo. Le dijo que en dos semanas el ministro de Medio Ambiente, Ricardo Salles, asistiría a una audiencia pública en el Congreso y que, con un grupo de activistas, estaban planeando una acción para ese día. Le entregarían a modo de premio, irónicamente, una estatuilla de Terminator —el icónico personaje de ficción que viene del futuro anunciando el apocalipsis, interpretado por Arnold Schwarzenegger—, pero con una pequeña modificación: la cara de la estatuilla sería la del propio ministro. Este premio lo estaba personalizando un artista y se llamaría Exterminador do Futuro.
—La logística está planeada, los roles están asignados salvo uno: la persona que se lo va a entregar. Queremos que seas vos.
—¿Yo? –dijo Ian, incrédulo.
—Sí, sos la persona ideal para poder hacer esta entrega. Sos un joven estudiante, sos parte de una nueva generación de lucha socioambiental.
Ian aceptó aunque había un problema: era menor de edad. ¿Y si lo detenían?
—No te preocupes, ya hay un abogado asignado que va a estar ese día dentro de la sala.
La mañana del 9 de octubre de 2019 se levantó a las seis, como todos los días, para ir a la escuela. Se despidió de su madre y le avisó que iba a faltar algunas horas al colegio para ir a una audiencia en el Congreso, aunque no dio más explicaciones. Ella tampoco preguntó. Desde hacía algunos meses era normal que su hijo tuviera reuniones con políticos. La militancia ambiental era algo que ella aprobaba y de lo que se enorgullecía.
La audiencia estaba anunciada para las 10. Apenas llegó, Ian empezó a sentirse nervioso. Pasó el primer control sin problemas. Revisaron su mochila y no encontraron nada que llamara la atención. Había cuadernos y libros. ¿Y la estatua de Terminator? La había ingresado alguien la semana anterior. Ian no sabía quién, pero recibiría instrucciones para recogerla. Entró a la sala donde se realizaría la audiencia y miró disimuladamente a su alrededor. ¿Quiénes eran sus cómplices? No lo sabía. Las coordenadas exactas las recibió a través de un chat secreto. Se sentó, estiró una mano por debajo de la silla y sintió al tacto que la estatua estaba allí. La metió en su mochila y respiró. La primera parte del operativo estaba completa. Ahora, la parte más difícil. Empezó a sentir que su corazón latía con fuerza, sobre todo cuando entraron dos policías y se pusieron uno en cada extremo de la tarima. El ministro Salles entró a la sala escoltado. Ian se fue acercando hasta la pequeña tarima, cambiándose de asiento. Tenía las manos empapadas de sudor. ¿Y si el operativo que estaban planeando desde hacía semanas se frustraba por su culpa?
—Me quiero sacar una foto con esa diputada —dijo Ian, señalando a una funcionaria que estaba sentada a dos asientos del ministro—. Soy muy fanático de ella.
La diputada le hizo una seña al policía para que lo dejara pasar. El policía accedió. Ian ya estaba ahí. Fingiendo que hablaba con la diputada, sacó la estatua de su mochila. Lo que sigue quedó grabado porque algunos fotógrafos, camarógrafos y periodistas acreditados en la sala también eran cómplices.
—Ministro, tengo que entregarle esto, ministro —dijo Ian.
Otro hombre que estaba hablando por el micrófono se quedó mudo. Nadie entendía nada. El ministro tomó la estatua y, rápido de reflejos, la escondió debajo de la mesa. Automáticamente, dos policías vestidos de civil agarraron a Ian y lo empujaron para llevárselo. Pero otro hombre se interpuso: era su abogado. Ian gritó, mientras se lo llevaban:
—¡El ministro Salles es el exterminador del futuro!
En pocas horas, el video se volvió viral. Los principales medios de comunicación se hicieron eco y titularon: “Estudiante entrega premio Exterminador do Futuro para Ricardo Salles”; “Ministro Ricardo Salles recibe el trofeo Exterminador do futuro en el Congreso Nacional”. Los influencers con más seguidores de todo Brasil lo compartieron en sus redes sociales.
Ian se convirtió en el joven más popular de su país por algunas horas: el chico de 17 años que había increpado al ministro de Ambiente en medio del fuego y de la contaminación más brutal de la historia de Brasil.
Esa noche, cuando su madre lo vio en la tele, se desesperó. Lo retó como cuando era chico. Ian la escuchó, le dio la razón. Le tendría que haber avisado.
—Lo que logramos desde que hicimos la primera marcha en abril de 2019 hasta ahora fue la sensibilización y concientización de los jóvenes aquí en Brasilia —explica Ian del otro lado de la pantalla, modulando detrás de la mascarilla porque está en la oficina de la fundación donde trabaja como pasante, mientras estudia Biotecnología en la Universidad de Brasilia—. Desde ese momento nos invitan a dar charlas en las escuelas sobre sustentabilidad, cambio climático. Y lo más importante: nos volvimos interlocutores para el poder político.
***
“La división internacional del trabajo consiste en que unos países se especializan en ganar y otros en perder. Nuestra comarca del mundo, que hoy llamamos América Latina, fue precoz: se especializó en perder desde los remotos tiempos en que los europeos del Renacimiento se abalanzaron a través del mar y le hundieron los dientes en la garganta”. Así comienza el libro de ensayos que un joven chileno de 18 años recién cumplidos, Sebastián Benfeld, lee sentado en el avión rumbo a la 25º Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (cop25) en Madrid. Es un clásico: Las venas abiertas de América Latina, que el uruguayo Eduardo Galeano escribió en 1971. Sebastián lo lee por primera vez, junto a un informe de la Cepal que se titula Estado del medio ambiente. No puede creer cuánto se parecen ambos textos escritos con 40 años de diferencia. Está nervioso y siente que en esas 12 horas de vuelo tiene que incorporar la mayor cantidad de información posible porque es uno de los cuatro elegidos de su agrupación, Fridays for Future Chile, para participar en ese encuentro anual sobre el cambio climático que, como su nombre lo indica, se organiza ininterrumpidamente desde 1994. Bajo el lema “Tiempo de actuar”, más de 20 mil personas —entre ellas, al menos 50 jefes de Estado, ministros, líderes de los principales organismos multilaterales y de la sociedad civil— se reunirán con el objetivo de lograr un acuerdo para la reducción de gases del 45% para 2030 respecto de 1990 y la neutralidad de carbono para 2050.
Pero también está nervioso porque es su primer viaje solo. Salvo uno que hizo con su familia cuando era muy chico, nunca antes había salido de su pueblo, Quilpué, cerca de Valparaíso, donde todavía se ven vacas desde la ventana de su casa. Dos meses antes su vida había dado un giro. Como millones de chilenos, fue parte de las revueltas populares que comenzaron el 18 de octubre de 2019. Hacía pocos meses que se había incorporado al incipiente grupo de activismo por el cambio climático, después de ver en Instagram imágenes de jóvenes como él en Europa. La causa del medio ambiente lo convocó desde siempre: la región de Valparaíso concentra la mayor cantidad de conflictos sociales y ambientales de todo el país. Sin embargo, nunca se había involucrado tanto como en esos meses, porque nunca había encontrado a otros de su edad.
Por eso está en este avión, nervioso, asustado, porque en realidad ese viaje nunca debería haber existido. La cop25 tenía sede en su propio país, Chile, pero a último momento se trasladó a Madrid. El foco de atención estaba puesto en la presencia de Greta Thunberg que, en esa misma semana de diciembre de 2019, había sido elegida por la revista Time como “personaje del año”. El cambio de sede también repercutió en su llegada porque, literalmente, tuvo que dar un giro de timón. Greta había iniciado una travesía en barco sustentable hacia Sudamérica negándose a viajar en avión por las emisiones de carbono. El efecto Greta Thunberg surtió un impacto único. Más de 80 jóvenes de entre 16 y 19 años de todo el mundo llegaron a Madrid y se convirtieron en las voces más resonantes en contra de las decisiones de los líderes mundiales.
El evento se llevó a cabo en la Institución Ferial de Madrid (Ifema), un predio gigante con cientos de salones y salas de conferencias. Los primeros días, un grupo incipiente de WhatsApp con el nombre “COP 25 LAC”, por Latinoamérica y el Caribe, se formó in situ para empezar a conectar a los jóvenes latinoamericanos de todas las organizaciones, no sólo de Fridays for Future. En ese grupo de WhatsApp se incorporaron Sebastián y también Nicole Becker, una joven argentina de 18 años. Juntos, participaron en la elaboración de un documento que salió a la luz el 5 de diciembre. En el escrito de cinco carillas se desplegaban 15 ítems con pedidos concretos y urgentes como: el rechazo de políticas y prácticas que incentiven la continuidad de una economía basada en el carbono y otros recursos fósiles para el sostén energético; el rechazo a las prácticas extractivistas y de deterioro ambiental; la eliminación de las relaciones de opresión hacia pueblos originarios; la exigencia a la incorporación de la variable de género en el cambio climático; la incorporación de la juventud en el sistema político y el debate público; y, sobre todo, que las decisiones sobre políticas climáticas incluyan, respeten y protejan los derechos humanos.
Nicole estaba muy contenta con haber sido parte de la gestación de este comunicado. Así lo posteó en su cuenta personal de Instagram: “Cara de agotada pero feliz después de 3 días intensos en la #COP25. Junto a la juventud latinoamericana escribimos una declaración que se construyó en base a consenso y la presentamos hoy. Después hicimos una intervención contando distintas historias de defensores ambientales desaparecidos en la región. Esta COP no tiene que ver con crear un nuevo acuerdo que venga a traernos la solución […] Ahora estamos en la etapa de cerrar y reglamentar las últimas cosas para su efectiva implementación. Es hermoso conocer cada vez más gente alrededor del mundo que lucha por lo mismo, mis compañeres son pura inspiración #justiciaclimaticaya”.
Pero esa alegría se tiñó de un sabor amargo unos días después y por eso Nicole le escribió una carta a su movimiento, Fridays for Future, enojada. Un día antes de escribir esta carta estaba feliz junto a sus compañeros en una acción realizada en repudio a las medidas que se estaban tomando en la cop25. La acción consistía en una sentada en medio del salón principal del predio. Ese día, los mandatarios no habían incorporado la categoría “derechos humanos” en una de sus resoluciones. Para ellos, esto era inadmisible. Nicole seguía esta acción pero no podía desviar su mirada de Greta Thunberg, a menos de un metro. No podía creer que estuviera tan cerca. Apenas unos meses atrás, a finales de febrero de ese mismo año, estaba en su habitación en Buenos Aires, mirando Instagram, cuando apareció un video de la adolescente sueca llamando a la segunda marcha internacional por el cambio climático que se realizaría el 15 de marzo. ¿Cómo podía ser que gente de su misma edad, en Europa, se estuviera movilizando y en su país no hubiera nada semejante?, ¿o acaso existía y ella no lo conocía? Nicole se quedó toda esa semana investigando qué era el cambio climático. Hasta ese momento, no tenía idea, siquiera, de que existía ese concepto. Dos amigos del colegio —una escuela privada judía— con los que compartía un grupo de acción solidaria estaban organizando un encuentro de cara a la movilización. Nicole se enteró y quiso participar porque, además, eran todos varones. En 2015 había ido a la primera gran manifestación de Ni Una Menos, realizada en la Argentina contra los femicidios, y había sido parte de la gran marea de chicas que pernoctó en el Congreso en 2018 cuando se debatía el proyecto de ley para la legalización del aborto. Ésas habían sido las únicas dos marchas a las que había ido en su vida. Ya se consideraba feminista y creyó que tenía que ocupar también ese espacio de militancia por el clima. En la primera reunión, en la casa de Gastón, eran ocho.
—Tenemos que organizar la marcha que es en 15 días
—dijeron, sin tener idea de cómo conseguirían un micrófono, de cómo convocar a la gente ni de si había que acordar con la policía.
Lo primero que pensaron fue un nombre. Querían tender lazos con las organizaciones europeas, pero necesitaban construir una narrativa propia. No querían ser una traducción literal de Fridays for Future y así surgió, entre una larga lista, Jóvenes por el Clima. El principal objetivo era empezar a instalar la idea de que en Argentina también había jóvenes, al igual que en Europa, preocupados por el cambio climático y que exigían respuestas urgentes. En ese momento, escribieron un petitorio que pensaban entregarle al presidente de la Cámara de Diputados en donde exigían un proyecto de ley para declarar al país en estado de emergencia climática; que se cumpliera el Acuerdo de París —que establece medidas para la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero—; y, sobre todo, poner los temas ambientales en la agenda gubernamental y legislativa.
Nicole volvió a su casa y les contó a sus padres que en 15 días harían una marcha. Nunca antes habían oído que su hija hablara sobre el cambio climático, ¿y ahora organizaba una movilización? Pensaban que era un capricho del momento. Pero, cuando su hija comenzó a ser vegetariana, casi vegana, se compró una bicicleta, empezó a hacer composta en la casa y a reunirse con políticos de primera línea, entendieron que era en serio y no tuvieron otra opción que apoyarla.
Lo que siguió fue como un huracán: 15 días después de esa primera reunión, Nicole estaba parada en un escenario frente a cinco mil jóvenes como ella y era la encargada de leer el discurso ante la multitud junto a su compañero Bruno: “Si el presente es de lucha, el futuro es nuestro”, gritó y fue ovacionada. Ese mismo día, más de 1.4 millones de jóvenes de todo el mundo se manifestaron en 125 países y 2 083 ciudades.
“Quiénes son los jóvenes argentinos que marchan contra el cambio climático”, titulaba el portal de noticias Infobae, que además decía: “La urgencia por la acción frente al cambio climático hizo sonar varias alarmas durante 2018. El eco más fuerte llegó desde los jóvenes: en varios países de Europa, chicos de colegios secundarios se levantaron de sus bancos y se declararon en huelga para reclamar a los políticos por su futuro. El mensaje llegó a la Argentina: al menos tres grupos de adolescentes en Buenos Aires y otros en Tucumán, Mar del Plata, Paraná y Córdoba se sumarán a la convocatoria mundial para reclamar avances y políticas reales frente al fenómeno que amenaza al planeta”. “No hay un clima festivo, más bien prima la preocupación y el desasosiego. Son chicos, mayormente estudiantes secundarios, que quieren hacer explícito su malestar por la falta de respuestas de las autoridades en torno a empezar a pensar en el planeta”, dice un cronista del diario Clarín en la cobertura de esa marcha.
Luego de esta demostración, quien los convocó a su despacho fue un senador, Fernando “Pino” Solanas —fallecido el 7 de noviembre del 2020 por Covid, mientras ejercía su rol como embajador argentino ante la Unesco en París—, un hombre de 84 años con una vastísima trayectoria en materia ambiental, que había presentado durante seis años consecutivos un proyecto de ley para institucionalizar la lucha contra el cambio climático y declarar al país en emergencia climática y ecológica, pero no había siquiera logrado que la discusión ingresara al recinto. En esa reunión, Nicole y sus amigos dejaron boquiabierto al senador que estaba acostumbrado a recibir a muchísimos activistas ambientales.
—Fue algo que yo nunca había visto hasta ese entonces —dice Enrique Viale, histórico abogado ambientalista, entonces asesor del senador Solanas, que participó en esa reunión—. Estos jóvenes casi niños venían con un discurso muy novedoso, con ideas clarísimas que mezclaban ambientalismo con justicia social. No era un ambientalismo superficial. No venían con consignas como el veganismo, la separación de residuos o preservar especies en extinción. Se notaba que habían estudiado e investigado. Entendían la raíz de los problemas, hablaban de confrontar con los modelos de desarrollo. Y, sobre todo, dejaron en claro que ellos creían que la salida era colectiva. Me quedé tan impactado que les pregunté a qué escuela iban, pensando en la futura educación de mi hijo.
Para finalizar la reunión, le dijeron a Solanas que iban a trabajar para que ambos proyectos vieran la luz. Durante semanas, con la complicidad de los asesores del senador, después de clases, los chicos ingresaban al edificio y tocaban las puertas de los despachos de todos los senadores, algo que estaba prohibido. Pero eran conscientes de sus privilegios y los usaban a su favor. ¿Qué senador podía negarse a recibir a unos estudiantes de clase media porteña hablando sobre medio ambiente?
Un mes después, Solanas logró lo impensado: que el proyecto de ley se discutiera entre los senadores. Y lo que parecía imposible sucedió: en esa sesión se aprobó la ley y, además, se declaró al país en emergencia climática y ecológica, lo que significó posicionarlo simbólicamente en el debate mundial. Argentina se convirtió en el primer país latinoamericano en realizar esta declaración y el cuarto a nivel global: solo Irlanda, Canadá y Francia lo habían hecho. Tres meses después, el 20 de noviembre, llegó la media sanción que faltaba. La Cámara de Diputados aprobó la ley que proponía, entre los puntos más destacados, crear un Gabinete Nacional de Cambio Climático, cuya función sería la de articular en las distintas áreas de gobierno un “plan nacional de adaptación y mitigación al cambio climático”. Todo esto, gracias a Nicole y sus amigos. El festejo por el proyecto aprobado fue en un centro cultural entre los chicos y el senador. Pero Nicole tenía otra cosa que festejar: hacía un mes se había puesto de novia con Gastón, su compañero de Jóvenes por el Clima. Y, además, había decidido cambiarse de carrera. Después de un cuatrimestre de Psicología, se pasó a Derecho porque, si quería dedicarse a entender tratados internacionales en materia ambiental, tenía que saber de leyes. Todo en su vida estaba al servicio de su nuevo activismo.
Pero ahora, en Madrid, Nicole está escribiendo una carta. El día anterior supo, a través de la publicación oficial de la cop25, que sus compañeros de Fridays for Future harían una conferencia de prensa para hablar sobre las problemáticas del sur global y ni ella ni sus compañeros latinos estaban enterados. ¿Por qué nadie les había avisado?; ¿quién hablaría en la conferencia de prensa? En la reunión del grupo que le siguió a la conferencia, Nicole leyó la carta en voz alta, en inglés, llorando:
“Antes que nada, escribo esta carta porque realmente amo este movimiento y creo que estamos en un camino increíble, pero todavía tenemos mucho en lo que trabajar. Ayer, algunos de nosotros nos enteramos por las redes sociales de la conferencia de hoy. Pero nadie sabía quiénes iban a hablar ni cómo se tomó esa decisión. Todo fue una sorpresa. Y, cuando algo es una sorpresa, probablemente signifique que algunos fueron excluidos de esa decisión y ése es un precedente peligroso. Me siento una estúpida tratando de explicar por qué esto es importante para mí. Hubiera significado un hito importante en la agenda de mi país. Ésta era una oportunidad única, relevante, especialmente en el sur global. Me aterroriza replicar un mundo dentro de nuestro movimiento donde las decisiones aún las toma el norte global. El sur global ha marcado la agenda, ha revitalizado el movimiento en un escenario sociopolítico-económico cada vez más difícil y tenemos que ser parte del proceso de toma de decisiones. De lo contrario, podríamos terminar dando al sur global un lugar secundario, replicando la misma mierda que hacen las corporaciones contra las que luchamos. Es fundamental hacer un mejor trabajo organizativo con nuestra causa. Si no es antixenófobo, antirracista, feminista, con una perspectiva del sur global, va a terminar siendo violento como cualquier otra organización que, antes de nosotros, intentó levantar la voz y terminó siendo absorbida por el sistema”.
—Cuesta mucho que los países del sur global tomen decisiones dentro del movimiento. Los diagnósticos son distintos y, sobre todo, la responsabilidad histórica de la explotación de recursos naturales en Latinoamérica por parte de multinacionales europeas —reflexiona Nicole en septiembre del 2020, del otro lado de la pantalla, tres días después de haberse reunido personalmente con el presidente de la nación, Alberto Fernández, y a pocos días de rendir un examen para la facultad, para el cual no estudió absolutamente nada—. En Argentina, el movimiento de derechos humanos es histórico, así como también el de las reivindicaciones sociales. Nosotros consideramos que la crisis climática es una problemática totalmente social y una violación de derechos humanos que no requiere cambios que dependen de cada uno, sino medidas estructurales. Por eso hablamos de justicia climática y nos inscribimos en la genealogía de esas luchas que nos preceden.
***
Mientras que para Sebastián es la una de la tarde en Chile, para Sofía Hernández, de 22 años, son las 10 de la mañana en San José de Costa Rica. Es 16 de septiembre de 2020 y ambos están atentos al canal de YouTube de las comisiones de Relaciones Exteriores y Recursos Naturales de la Cámara de Diputados en Argentina. En minutos, Nicole Becker, con la que se hicieron amigos en Madrid en la cop25, está por exponer frente a diputadas y diputados para que se vote el acuerdo de Escazú: un pacto entre países de América Latina y el Caribe que tiene como objetivo garantizar el derecho de acceso a la información ambiental, la participación pública en el proceso de toma de decisiones ambientales y el acceso de justicia en materia ambiental.
En febrero de 2020, Nicole y Sebastián fueron parte de los cinco elegidos entre 58 jóvenes de Latinoamérica y el Caribe por la Cepal —el organismo dependiente de la Organización de las Naciones Unidas responsable de promover el desarrollo económico y social de la región— como champions de Escazú. Además de ellos dos están Kyara, de Costa Rica, Laura, de Colombia, y Nafesha, de San Vicente y las Granadinas. Fue una decisión estratégica del organismo de la onu elegir a estos jóvenes. El acuerdo de Escazú era un tratado que estaba en manos de organismos muy técnicos. Querían que se lo apropiara esta nueva generación de activistas. Para eso, tuvieron diversas capacitaciones y webinarios, incluso antes de que el mundo entero tuviera que adaptarse a la virtualidad total. Un entrenamiento que les sirvió para que, un mes después, todo el cabildeo que debía ser presencial se transformara en llamadas telefónicas a cualquier hora, reuniones por Zoom con legisladores, coordinación de equipos, comunicación con la prensa. Los chicos tienen dos grupos de WhatsApp: uno, exclusivo de los cinco, que se llama “Champions de Escazú”, y “26/08 #A1MesdeEscazú”, en el que participan 197 personas. Ya perdieron la cuenta de la cantidad de grupos de WhatsApp a los que pertenecen. Y también perdieron la cuenta de la cantidad de horas de sueño que no tuvieron. De ellos depende que sus países ratifiquen el acuerdo y están sobrepasados. El tiempo corre: el plazo es el 26 de septiembre.
Sofía no fue electa por su país, pero sí su compañera Kyara, con la que trabaja codo a codo. Son semanas decisivas. Para que el acuerdo entre en vigor, es necesario que lo ratifiquen o se adhieran 11 estados. Pero, por ahora, hay nueve: Antigua y Barbuda, Bolivia, Ecuador, Guyana, Nicaragua, Panamá, San Cristóbal y Nieves, San Vicente y las Granadinas y Uruguay. Y quedan apenas 10 días por delante.
Sofía también está sobrepasada, sin dormir y recuerda cuando, hace pocos meses, tuvo que llamar a su madre para decirle que no llegaría al cine como lo habían planeado: estaba en la Casa de Gobierno esperando a que la recibiera el presidente de la nación, Carlos Alvarado Quesada.
—Usted sí es bombeta —le dijo su madre del otro lado del teléfono.
“Bombeta” es una persona a la que le gusta estar en todas partes.
Esa tarde, la del 20 de septiembre de 2019, Sofía Hernández, una estudiante de Ciencias Políticas de la Universidad Nacional de Costa Rica, había decidido ir por primera vez a una movilización organizada por Fridays for Future por el cambio climático. Una compañera alemana que estaba de intercambio en su universidad le había contado sobre Greta Thunberg, de la que Sofía no había escuchado, aunque sabía de qué se trataba el cambio climático. Dos años antes, recién ingresada en la universidad, se había interesado mucho en una materia vinculada a derechos humanos. Y se dio cuenta de que ése era el campo en el que quería profundizar. En el marco de una investigación académica, se anotó como voluntaria en una casa de acogida para personas migrantes. Se sorprendió al ver que una de las razones de la migración eran cuestiones vinculadas al cambio climático, sobre todo en un área que corre paralela a la costa del Pacífico que se conoce como Corredor Seco Centroamericano, desde Chiapas, en México, hasta el occidente de Panamá. Una zona afectada por sequías e inundaciones con consecuencias devastadoras, como terrenos que quedan bajo el agua o que son directamente inhabitables, lo que pone en peligro el derecho de acceso a la alimentación.
Judith, una compañera de la carrera, era la incipiente líder de Fridays for Future Costa Rica. Cuando se tomaron el bus para ir juntas a movilización, Judith le dijo que había recibido un mensaje de un asesor del presidente de la nación, que le avisaba que los quería recibir. Judith le dijo que sería muy bueno que en ese encuentro estuviera alguien con su bagaje teórico. Sofía dijo que sí y, unas horas después, el presidente Alvarado Quesada y varios de sus ministros tomarían nota de sus propuestas: les pidieron que les reiterara su posición sobre ciertos proyectos como, por ejemplo, la minería a cielo abierto, que se había declarado como práctica ilegal pero que se desarrollaba de manera flagrante, o la pesca de arrastre. Pero, sobre todo, sostuvieron la necesidad de incluir juventudes en espacios de toma de decisiones a nivel nacional e internacional.
El 26 de septiembre de 2020, el día en que vencía el plazo para que los países votaran si adherirse o no al acuerdo de Escazú, Argentina se adhirió, pero Chile y Costa Rica no.
—Costa Rica es un buen chiste —escribe Sofía a través de un mensaje de WhatsApp—. ¡El lindo país de democracia ambiental! ¡Woohoo! El año pasado recibimos el máximo galardón ambiental de la onu por nuestro “liderazgo” en la lucha contra el cambio climático. Pero a nivel nacional, el presidente habla de pesca de arrastre “sostenible” y el Congreso habla de minería y explotación petrolera.
—Creo que existe un profundo desinterés por parte del gobierno de Chile de escuchar realmente a la ciudadanía y llevar a la práctica aquellas transformaciones sociales y ambientales que tanto Chile y la región latinoamericana necesitamos para poder sobrevivir —dice Sebastián a través de un audio de WhatsApp, con una voz quebrada—. Los jóvenes hemos sido engañados.
Sebastián tuvo que ponerse al día en la universidad después de faltar a clases durante casi un mes. Cuando por fin logró retomar el curso, una docente mencionó la importancia del contenido que ella estaba enseñando para comunicar de qué tratan los acuerdos ambientales internacionales.
—Lo sentí como una indirecta por mi vuelta a sus clases. Luego de eso, me escribió personalmente al correo para preguntarme por mi desempeño en el curso. Asumí que había descuidado un poco los estudios y me comprometí a ponerme al día —dice Sebastián, avergonzado.
***
En uno de los viajes a la costa de México, mientras buceaba en el mar Caribe con su instructor, Pamela Elizarrarás Acitores encontró más plásticos que animales. En la arena vio colillas de cigarrillos y entonces enfrentó a su instructor. Lo había visto fumando y creía que las colillas con las que se topaba eran de él. El instructor quedó desorientado, pero cuando Pamela volvió a su casa empezó a investigar sobre el reciclaje y el plástico. Como dibujaba muy bien, confeccionó pequeñas estampas sobre el impacto contaminante del material. Empezó una campaña activa entre los miembros de su familia y, con la complicidad de su prima, golpeó la puerta de cada restaurante o pequeño puesto de comida para pedir que no dieran más sorbetes de plástico.
—Me acuerdo de eso y me da ternura. Regañaba a todo el mundo por usar popotes de plástico y hoy creo que aunque es importante no es el camino. Es un problema del sistema, no es algo individual —cuenta.
Cuando terminó la secundaria, consiguió una beca para trasladarse a Nueva York. Y apenas se mudó, Donald Trump llegó a la Casa Blanca. La universidad decretó duelo y hubo asistencia psicológica para docentes y alumnos que lo necesitaran; sobre todo, para los mexicanos que todavía recordaban aquel tuit del entonces candidato republicano: “La gente que nos envía México no es de lo mejor, están enviando gente que tiene muchos problemas […] traen droga, son violadores, y algunos, supongo, serán gente buena, pero yo hablo con gentes de la frontera y me cuentan lo que hay”. Su madre asistió a la charla del español Grian Cutanda, uno de los líderes de un incipiente grupo llamado Extinction Rebellion: un colectivo de resistencia no violento, cuyo objetivo es interpelar a los gobiernos para minimizar la extinción masiva y el calentamiento global. Apenas volvió de esa charla, llamó a su hija y le contó lo que había escuchado. Sabía que le iba a interesar. Así fue que Pamela se contactó con la célula de ese grupo en Nueva York. La citaron a una primera reunión pero, para su sorpresa, todos la doblaban en edad. La invitaron a un par de acciones que realizarían las semanas siguientes y no se sintió cómoda. Pocos días después, el 20 de septiembre de 2019, llegaba Greta Thunberg a Nueva York para participar en la Asamblea de Acción Climática de la onu. Se estaba organizando una marcha que contaría con su presencia y Pamela fue. Cuando salió del metro esa tarde con su cámara de fotos, encontró que cientos de miles de personas de su edad se manifestaban pacíficamente contra el cambio climático. Sintió que había encontrado su lugar. Fotografió esa movilización, que también se convirtió en su bautismo de fuego.
Ahora, enumera las demandas del movimiento Extinction Rebellion México, del que ella es parte, punto por punto, como una lista de supermercado:
1. Decir la verdad. Los gobiernos deben decir la verdad y declarar la emergencia climática y ecológica.
2. Los gobiernos deben detener la pérdida de biodiversidad y reducir las emisiones de gases de efecto invernadero a cero neto para 2025.
3. Una transición justa, dando prioridad a lxs más vulnerables para crear un planeta vivible y justo para todxs.
4. Beyond politics: que los gobiernos sean dirigidos por las decisiones de una asamblea de ciudadanos sobre clima y justicia ecológica.
—Las demandas específicas en México son que los gobiernos nos digan la verdad sobre la crisis ecológica. Y exigimos cero emisiones, completamente erradicadas para el 2025. La única salida que tenemos para la pandemia, los incendios, la destrucción de los ecosistemas, la pérdida de biodiversidad y muchos otros problemas es a través de la colectividad. Esto recién comienza.
En El colapso ecológico ya llegó, Viale y Svampa se preguntan: “¿Se trata de un movimiento de movimientos o estamos ante la emergencia de la sociedad en movimiento, comparable a la potencia femenina que vislumbramos cada vez que se movilizan los poderosos colectivos de mujeres contra el patriarcado y la violencia de género?”. Y responden, a modo de reflexión: “El movimiento por la justicia climática es hijo de los movimientos pacifistas y ecologistas de los años ochenta, sobre todo de los más recientes y más comprometidos en la lucha contra todo tipo de desigualdad y contra las diversas formas de dominación neocolonial, racista y patriarcal. Es hijo de las luchas del Sur contra el extractivismo y de las masivas movilizaciones feministas que recorren el mundo”.
El 25 de septiembre del 2020, Greta Thunberg volvió a las calles de Estocolmo en la primera manifestación que se hizo de manera presencial en medio de la pandemia de Covid-19 y en el marco del Día Global de Acción por el Clima. Separadas por dos metros de distancia, no más de 20 personas se pararon frente al parlamento sueco. Ese mismo día, en otros países de Europa también hubo movilizaciones. Pero en América Latina, ahora señalada como el epicentro de la pandemia, los jóvenes no llamaron a movilizarse en las calles. Prefirieron hacerlo de manera virtual en una campaña conjunta bajo la consigna “Latinoamérica en llamas”.
Un video con música de la banda Calle 13 se replicó en todas las cuentas de Instagram. En la publicación se puede leer: “América Latina está en llamas. Al borde del colapso. En Argentina se quemaron 175 mil hectáreas en lo que va del año. En el Amazonas se detectaron más de 65 mil focos de incendios. Mientras tanto, en México los incendios forestales afectaron una superficie mayor a 300 mil hectáreas. El fuego arrasa vastos territorios latinoamericanos y la biodiversidad regional no es la única afectada por las llamas, sino que también está en juego la salud humana. Como juventud tenemos que levantar la bandera del ambientalismo para defender nuestro presente y para garantizarnos un futuro. Ya no podemos mirar para otro lado. ¿Qué estamos esperando para activar y frenar este caos?”.
Fotografía de Agustín Marcarian / Reuters.
Greta Thunberg provocó un huracán en América Latina, cuando cientos de jóvenes se movilizaron para exigir que empresas y gobiernos detuvieran el cambio climático. Ahora, en medio de la pandemia, nada detiene su resistencia enmarcada por el movimiento Jóvenes por el Clima. En medio de los incendios y de la contaminación más brutal, estos estudiantes se han convertido en interlocutores para el poder político en sus respectivos países, a la vez que claman por un mejor planeta.
—Necesito hablar con vos.
—Perfecto. ¿Preferís enviarme un audio o hablamos por teléfono?
—No. Tiene que ser personalmente. Sin teléfonos celulares de por medio.
A fines de septiembre de 2019, Ian Cohêlo, un estudiante de 17 años nacido y criado en Brasilia, la capital del país más grande de Latinoamérica, recibió un mensaje por WhatsApp de una mujer de la política: no importa si era una asesora, diputada o senadora. Que se comunicara con esta mujer no era raro: tenían un diálogo fluido. Una semana antes, Ian —tez blanca, rubio, de contextura menuda, no demasiado alto— había sido uno de los organizadores, por parte de su agrupación, Jóvenes por el Clima, de la tercera huelga climática global que juntó a más de cinco mil personas en su ciudad.
En ese momento, Brasil, ya gobernado por Jair Bolsonaro, se encontraba atravesando dos situaciones ambientales extremas: los incendios en la Amazonia y un derrame gigantesco de petróleo —aún está en investigación, pero todo indica que la causa fue un buque petrolero de origen griego— que comenzó a contaminar las playas del nordeste: el peor accidente ambiental de la historia de ese país, según el Instituto Brasileño del Medio Ambiente y de los Recursos Naturales Renovables (Ibama). La movilización fue vertiginosa para un chico de 17 años que hasta hacía poco tiempo no tenía idea de qué era el cambio climático, que no había ido a más de tres movilizaciones en su vida y que ahora negociaba con policías pertrechados para reprimir multitudes. El punto de partida había sido un trabajo práctico de biología para el colegio. Su amiga Nina le había contado que una adolescente sueca de 14 años llamada Greta Thunberg había creado, a finales de 2018, un movimiento denominado Fridays for Future (Viernes para el futuro) que se había expandido por toda Europa: estudiantes de escuelas secundarias faltaban a clases para realizar huelgas por el clima. De “aspecto frágil”, como la denominaron los medios resaltando que padecía del síndrome de Asperger, Greta inició su activismo luego de varias olas de calor e incendios forestales en su país y, desde entonces, enfrentó a los líderes políticos con un discurso despiadado, responsabilizándolos de la crisis ambiental por sus políticas públicas que propician un modelo económico insostenible: “No quiero que tengan esperanza, quiero que entren en pánico. Quiero que sientan el miedo que yo siento todos los días y, luego, quiero que actúen”; “Estamos en el comienzo de una extinción masiva. Y de lo único que pueden hablar es de dinero y cuentos de hadas de crecimiento económico eterno”.
“Cada año hace más calor que el anterior y se superan marcas históricas”, sostienen los investigadores argentinos Maristella Svampa y Enrique Viale en su reciente libro El colapso ecológico ya llegó, de Siglo XXI Editores. Según la Organización Meteorológica Mundial, 2019 fue el segundo año con la temperatura media global más cálida desde 1880. La razón principal por la que se produce el cambio climático tiene su raíz en el incremento de las emisiones de dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero. Según el informe The Carbon Majors Database solo 25 empresas y entidades estatales producen más de la mitad de las emisiones contaminantes. Petroleras como ExxonMobil, Shell, BP y Chevron son algunas de ellas.
Al volver a su casa, Ian vio y escuchó todos los discursos de Greta. Quedó impactado. El discurso de la chica sueca iba directo a los poderes políticos y económicos. Hasta ese momento, el único acercamiento de Ian con alguna causa política había sido local y coyuntural. Tres años atrás, a sus 14, se había sentido interpelado con lo que le estaba sucediendo a Dilma Rousseff, la presidenta, quien era víctima de un golpe institucional. Ian fue uno de los miles que estuvo en la explanada del Congreso aquella mañana del 12 de mayo de 2016, cuando el senado votó su destitución en un juicio político. Tres años después, en abril del 2019, estaba preparándose para ir a ese mismo lugar aunque nada se parecería a aquella experiencia. Con un cartel casero pintado con témpera roja, azul y negra que decía “Não existe planeta B. Salve esse”, Ian se paró frente al Congreso con otros 19 compañeros: “Paren de quemar nuestro futuro”; “No tenemos más tiempo”; “No tengo dinero para vivir en la luna”; “No podemos beber aceite, no podemos respirar dinero”; “Nuestro planeta no es descartable”; “El dinero no puede comprar nuestro futuro”; “Nuestro planeta es nuestra única casa”; “El planeta tierra pide ayuda”. Para sacarse la foto grupal, en vez de decir whisky gritaron: “Salven la Amazonia”. Esa publicación en Instagram tuvo 153 likes.
Desde ese día, Ian empezó a reunirse después de clase con sus compañeros del incipiente espacio Jóvenes por el Clima. En esos meses, estudió todo lo que pudo sobre el cambio climático. El objetivo era sumar más gente a las próximas movilizaciones. Su herramienta para la convocatoria era Instagram. A la segunda marcha, el 24 de mayo, fueron casi 60 personas y sus publicaciones llegaron a 280 “me gusta”; a la del 28 de junio fueron 40 y la foto tuvo 380. Para la del 20 de septiembre, en la que se movilizaron junto a otras ong ambientalistas, llegaron a juntar más de cinco mil personas. El post de esa movilización llegó a los 400 likes. Lo sentían como un éxito. Después de esa marcha, Ian recibió el mensaje de esta mujer —que podía ser una asesora o una diputada o una senadora— que le dijo que necesitaba verlo.
Ian llegó al lugar indicado: un enorme estacionamiento cerca del Congreso, sin cámaras de seguridad, sin gente. La mujer lo estaba esperando sola y le pidió que colocara su celular en la mochila y que la dejara a unos tres metros: una distancia prudente como para que sus voces no pudieran ser captadas por el dispositivo. Le dijo que en dos semanas el ministro de Medio Ambiente, Ricardo Salles, asistiría a una audiencia pública en el Congreso y que, con un grupo de activistas, estaban planeando una acción para ese día. Le entregarían a modo de premio, irónicamente, una estatuilla de Terminator —el icónico personaje de ficción que viene del futuro anunciando el apocalipsis, interpretado por Arnold Schwarzenegger—, pero con una pequeña modificación: la cara de la estatuilla sería la del propio ministro. Este premio lo estaba personalizando un artista y se llamaría Exterminador do Futuro.
—La logística está planeada, los roles están asignados salvo uno: la persona que se lo va a entregar. Queremos que seas vos.
—¿Yo? –dijo Ian, incrédulo.
—Sí, sos la persona ideal para poder hacer esta entrega. Sos un joven estudiante, sos parte de una nueva generación de lucha socioambiental.
Ian aceptó aunque había un problema: era menor de edad. ¿Y si lo detenían?
—No te preocupes, ya hay un abogado asignado que va a estar ese día dentro de la sala.
La mañana del 9 de octubre de 2019 se levantó a las seis, como todos los días, para ir a la escuela. Se despidió de su madre y le avisó que iba a faltar algunas horas al colegio para ir a una audiencia en el Congreso, aunque no dio más explicaciones. Ella tampoco preguntó. Desde hacía algunos meses era normal que su hijo tuviera reuniones con políticos. La militancia ambiental era algo que ella aprobaba y de lo que se enorgullecía.
La audiencia estaba anunciada para las 10. Apenas llegó, Ian empezó a sentirse nervioso. Pasó el primer control sin problemas. Revisaron su mochila y no encontraron nada que llamara la atención. Había cuadernos y libros. ¿Y la estatua de Terminator? La había ingresado alguien la semana anterior. Ian no sabía quién, pero recibiría instrucciones para recogerla. Entró a la sala donde se realizaría la audiencia y miró disimuladamente a su alrededor. ¿Quiénes eran sus cómplices? No lo sabía. Las coordenadas exactas las recibió a través de un chat secreto. Se sentó, estiró una mano por debajo de la silla y sintió al tacto que la estatua estaba allí. La metió en su mochila y respiró. La primera parte del operativo estaba completa. Ahora, la parte más difícil. Empezó a sentir que su corazón latía con fuerza, sobre todo cuando entraron dos policías y se pusieron uno en cada extremo de la tarima. El ministro Salles entró a la sala escoltado. Ian se fue acercando hasta la pequeña tarima, cambiándose de asiento. Tenía las manos empapadas de sudor. ¿Y si el operativo que estaban planeando desde hacía semanas se frustraba por su culpa?
—Me quiero sacar una foto con esa diputada —dijo Ian, señalando a una funcionaria que estaba sentada a dos asientos del ministro—. Soy muy fanático de ella.
La diputada le hizo una seña al policía para que lo dejara pasar. El policía accedió. Ian ya estaba ahí. Fingiendo que hablaba con la diputada, sacó la estatua de su mochila. Lo que sigue quedó grabado porque algunos fotógrafos, camarógrafos y periodistas acreditados en la sala también eran cómplices.
—Ministro, tengo que entregarle esto, ministro —dijo Ian.
Otro hombre que estaba hablando por el micrófono se quedó mudo. Nadie entendía nada. El ministro tomó la estatua y, rápido de reflejos, la escondió debajo de la mesa. Automáticamente, dos policías vestidos de civil agarraron a Ian y lo empujaron para llevárselo. Pero otro hombre se interpuso: era su abogado. Ian gritó, mientras se lo llevaban:
—¡El ministro Salles es el exterminador del futuro!
En pocas horas, el video se volvió viral. Los principales medios de comunicación se hicieron eco y titularon: “Estudiante entrega premio Exterminador do Futuro para Ricardo Salles”; “Ministro Ricardo Salles recibe el trofeo Exterminador do futuro en el Congreso Nacional”. Los influencers con más seguidores de todo Brasil lo compartieron en sus redes sociales.
Ian se convirtió en el joven más popular de su país por algunas horas: el chico de 17 años que había increpado al ministro de Ambiente en medio del fuego y de la contaminación más brutal de la historia de Brasil.
Esa noche, cuando su madre lo vio en la tele, se desesperó. Lo retó como cuando era chico. Ian la escuchó, le dio la razón. Le tendría que haber avisado.
—Lo que logramos desde que hicimos la primera marcha en abril de 2019 hasta ahora fue la sensibilización y concientización de los jóvenes aquí en Brasilia —explica Ian del otro lado de la pantalla, modulando detrás de la mascarilla porque está en la oficina de la fundación donde trabaja como pasante, mientras estudia Biotecnología en la Universidad de Brasilia—. Desde ese momento nos invitan a dar charlas en las escuelas sobre sustentabilidad, cambio climático. Y lo más importante: nos volvimos interlocutores para el poder político.
***
“La división internacional del trabajo consiste en que unos países se especializan en ganar y otros en perder. Nuestra comarca del mundo, que hoy llamamos América Latina, fue precoz: se especializó en perder desde los remotos tiempos en que los europeos del Renacimiento se abalanzaron a través del mar y le hundieron los dientes en la garganta”. Así comienza el libro de ensayos que un joven chileno de 18 años recién cumplidos, Sebastián Benfeld, lee sentado en el avión rumbo a la 25º Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (cop25) en Madrid. Es un clásico: Las venas abiertas de América Latina, que el uruguayo Eduardo Galeano escribió en 1971. Sebastián lo lee por primera vez, junto a un informe de la Cepal que se titula Estado del medio ambiente. No puede creer cuánto se parecen ambos textos escritos con 40 años de diferencia. Está nervioso y siente que en esas 12 horas de vuelo tiene que incorporar la mayor cantidad de información posible porque es uno de los cuatro elegidos de su agrupación, Fridays for Future Chile, para participar en ese encuentro anual sobre el cambio climático que, como su nombre lo indica, se organiza ininterrumpidamente desde 1994. Bajo el lema “Tiempo de actuar”, más de 20 mil personas —entre ellas, al menos 50 jefes de Estado, ministros, líderes de los principales organismos multilaterales y de la sociedad civil— se reunirán con el objetivo de lograr un acuerdo para la reducción de gases del 45% para 2030 respecto de 1990 y la neutralidad de carbono para 2050.
Pero también está nervioso porque es su primer viaje solo. Salvo uno que hizo con su familia cuando era muy chico, nunca antes había salido de su pueblo, Quilpué, cerca de Valparaíso, donde todavía se ven vacas desde la ventana de su casa. Dos meses antes su vida había dado un giro. Como millones de chilenos, fue parte de las revueltas populares que comenzaron el 18 de octubre de 2019. Hacía pocos meses que se había incorporado al incipiente grupo de activismo por el cambio climático, después de ver en Instagram imágenes de jóvenes como él en Europa. La causa del medio ambiente lo convocó desde siempre: la región de Valparaíso concentra la mayor cantidad de conflictos sociales y ambientales de todo el país. Sin embargo, nunca se había involucrado tanto como en esos meses, porque nunca había encontrado a otros de su edad.
Por eso está en este avión, nervioso, asustado, porque en realidad ese viaje nunca debería haber existido. La cop25 tenía sede en su propio país, Chile, pero a último momento se trasladó a Madrid. El foco de atención estaba puesto en la presencia de Greta Thunberg que, en esa misma semana de diciembre de 2019, había sido elegida por la revista Time como “personaje del año”. El cambio de sede también repercutió en su llegada porque, literalmente, tuvo que dar un giro de timón. Greta había iniciado una travesía en barco sustentable hacia Sudamérica negándose a viajar en avión por las emisiones de carbono. El efecto Greta Thunberg surtió un impacto único. Más de 80 jóvenes de entre 16 y 19 años de todo el mundo llegaron a Madrid y se convirtieron en las voces más resonantes en contra de las decisiones de los líderes mundiales.
El evento se llevó a cabo en la Institución Ferial de Madrid (Ifema), un predio gigante con cientos de salones y salas de conferencias. Los primeros días, un grupo incipiente de WhatsApp con el nombre “COP 25 LAC”, por Latinoamérica y el Caribe, se formó in situ para empezar a conectar a los jóvenes latinoamericanos de todas las organizaciones, no sólo de Fridays for Future. En ese grupo de WhatsApp se incorporaron Sebastián y también Nicole Becker, una joven argentina de 18 años. Juntos, participaron en la elaboración de un documento que salió a la luz el 5 de diciembre. En el escrito de cinco carillas se desplegaban 15 ítems con pedidos concretos y urgentes como: el rechazo de políticas y prácticas que incentiven la continuidad de una economía basada en el carbono y otros recursos fósiles para el sostén energético; el rechazo a las prácticas extractivistas y de deterioro ambiental; la eliminación de las relaciones de opresión hacia pueblos originarios; la exigencia a la incorporación de la variable de género en el cambio climático; la incorporación de la juventud en el sistema político y el debate público; y, sobre todo, que las decisiones sobre políticas climáticas incluyan, respeten y protejan los derechos humanos.
Nicole estaba muy contenta con haber sido parte de la gestación de este comunicado. Así lo posteó en su cuenta personal de Instagram: “Cara de agotada pero feliz después de 3 días intensos en la #COP25. Junto a la juventud latinoamericana escribimos una declaración que se construyó en base a consenso y la presentamos hoy. Después hicimos una intervención contando distintas historias de defensores ambientales desaparecidos en la región. Esta COP no tiene que ver con crear un nuevo acuerdo que venga a traernos la solución […] Ahora estamos en la etapa de cerrar y reglamentar las últimas cosas para su efectiva implementación. Es hermoso conocer cada vez más gente alrededor del mundo que lucha por lo mismo, mis compañeres son pura inspiración #justiciaclimaticaya”.
Pero esa alegría se tiñó de un sabor amargo unos días después y por eso Nicole le escribió una carta a su movimiento, Fridays for Future, enojada. Un día antes de escribir esta carta estaba feliz junto a sus compañeros en una acción realizada en repudio a las medidas que se estaban tomando en la cop25. La acción consistía en una sentada en medio del salón principal del predio. Ese día, los mandatarios no habían incorporado la categoría “derechos humanos” en una de sus resoluciones. Para ellos, esto era inadmisible. Nicole seguía esta acción pero no podía desviar su mirada de Greta Thunberg, a menos de un metro. No podía creer que estuviera tan cerca. Apenas unos meses atrás, a finales de febrero de ese mismo año, estaba en su habitación en Buenos Aires, mirando Instagram, cuando apareció un video de la adolescente sueca llamando a la segunda marcha internacional por el cambio climático que se realizaría el 15 de marzo. ¿Cómo podía ser que gente de su misma edad, en Europa, se estuviera movilizando y en su país no hubiera nada semejante?, ¿o acaso existía y ella no lo conocía? Nicole se quedó toda esa semana investigando qué era el cambio climático. Hasta ese momento, no tenía idea, siquiera, de que existía ese concepto. Dos amigos del colegio —una escuela privada judía— con los que compartía un grupo de acción solidaria estaban organizando un encuentro de cara a la movilización. Nicole se enteró y quiso participar porque, además, eran todos varones. En 2015 había ido a la primera gran manifestación de Ni Una Menos, realizada en la Argentina contra los femicidios, y había sido parte de la gran marea de chicas que pernoctó en el Congreso en 2018 cuando se debatía el proyecto de ley para la legalización del aborto. Ésas habían sido las únicas dos marchas a las que había ido en su vida. Ya se consideraba feminista y creyó que tenía que ocupar también ese espacio de militancia por el clima. En la primera reunión, en la casa de Gastón, eran ocho.
—Tenemos que organizar la marcha que es en 15 días
—dijeron, sin tener idea de cómo conseguirían un micrófono, de cómo convocar a la gente ni de si había que acordar con la policía.
Lo primero que pensaron fue un nombre. Querían tender lazos con las organizaciones europeas, pero necesitaban construir una narrativa propia. No querían ser una traducción literal de Fridays for Future y así surgió, entre una larga lista, Jóvenes por el Clima. El principal objetivo era empezar a instalar la idea de que en Argentina también había jóvenes, al igual que en Europa, preocupados por el cambio climático y que exigían respuestas urgentes. En ese momento, escribieron un petitorio que pensaban entregarle al presidente de la Cámara de Diputados en donde exigían un proyecto de ley para declarar al país en estado de emergencia climática; que se cumpliera el Acuerdo de París —que establece medidas para la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero—; y, sobre todo, poner los temas ambientales en la agenda gubernamental y legislativa.
Nicole volvió a su casa y les contó a sus padres que en 15 días harían una marcha. Nunca antes habían oído que su hija hablara sobre el cambio climático, ¿y ahora organizaba una movilización? Pensaban que era un capricho del momento. Pero, cuando su hija comenzó a ser vegetariana, casi vegana, se compró una bicicleta, empezó a hacer composta en la casa y a reunirse con políticos de primera línea, entendieron que era en serio y no tuvieron otra opción que apoyarla.
Lo que siguió fue como un huracán: 15 días después de esa primera reunión, Nicole estaba parada en un escenario frente a cinco mil jóvenes como ella y era la encargada de leer el discurso ante la multitud junto a su compañero Bruno: “Si el presente es de lucha, el futuro es nuestro”, gritó y fue ovacionada. Ese mismo día, más de 1.4 millones de jóvenes de todo el mundo se manifestaron en 125 países y 2 083 ciudades.
“Quiénes son los jóvenes argentinos que marchan contra el cambio climático”, titulaba el portal de noticias Infobae, que además decía: “La urgencia por la acción frente al cambio climático hizo sonar varias alarmas durante 2018. El eco más fuerte llegó desde los jóvenes: en varios países de Europa, chicos de colegios secundarios se levantaron de sus bancos y se declararon en huelga para reclamar a los políticos por su futuro. El mensaje llegó a la Argentina: al menos tres grupos de adolescentes en Buenos Aires y otros en Tucumán, Mar del Plata, Paraná y Córdoba se sumarán a la convocatoria mundial para reclamar avances y políticas reales frente al fenómeno que amenaza al planeta”. “No hay un clima festivo, más bien prima la preocupación y el desasosiego. Son chicos, mayormente estudiantes secundarios, que quieren hacer explícito su malestar por la falta de respuestas de las autoridades en torno a empezar a pensar en el planeta”, dice un cronista del diario Clarín en la cobertura de esa marcha.
Luego de esta demostración, quien los convocó a su despacho fue un senador, Fernando “Pino” Solanas —fallecido el 7 de noviembre del 2020 por Covid, mientras ejercía su rol como embajador argentino ante la Unesco en París—, un hombre de 84 años con una vastísima trayectoria en materia ambiental, que había presentado durante seis años consecutivos un proyecto de ley para institucionalizar la lucha contra el cambio climático y declarar al país en emergencia climática y ecológica, pero no había siquiera logrado que la discusión ingresara al recinto. En esa reunión, Nicole y sus amigos dejaron boquiabierto al senador que estaba acostumbrado a recibir a muchísimos activistas ambientales.
—Fue algo que yo nunca había visto hasta ese entonces —dice Enrique Viale, histórico abogado ambientalista, entonces asesor del senador Solanas, que participó en esa reunión—. Estos jóvenes casi niños venían con un discurso muy novedoso, con ideas clarísimas que mezclaban ambientalismo con justicia social. No era un ambientalismo superficial. No venían con consignas como el veganismo, la separación de residuos o preservar especies en extinción. Se notaba que habían estudiado e investigado. Entendían la raíz de los problemas, hablaban de confrontar con los modelos de desarrollo. Y, sobre todo, dejaron en claro que ellos creían que la salida era colectiva. Me quedé tan impactado que les pregunté a qué escuela iban, pensando en la futura educación de mi hijo.
Para finalizar la reunión, le dijeron a Solanas que iban a trabajar para que ambos proyectos vieran la luz. Durante semanas, con la complicidad de los asesores del senador, después de clases, los chicos ingresaban al edificio y tocaban las puertas de los despachos de todos los senadores, algo que estaba prohibido. Pero eran conscientes de sus privilegios y los usaban a su favor. ¿Qué senador podía negarse a recibir a unos estudiantes de clase media porteña hablando sobre medio ambiente?
Un mes después, Solanas logró lo impensado: que el proyecto de ley se discutiera entre los senadores. Y lo que parecía imposible sucedió: en esa sesión se aprobó la ley y, además, se declaró al país en emergencia climática y ecológica, lo que significó posicionarlo simbólicamente en el debate mundial. Argentina se convirtió en el primer país latinoamericano en realizar esta declaración y el cuarto a nivel global: solo Irlanda, Canadá y Francia lo habían hecho. Tres meses después, el 20 de noviembre, llegó la media sanción que faltaba. La Cámara de Diputados aprobó la ley que proponía, entre los puntos más destacados, crear un Gabinete Nacional de Cambio Climático, cuya función sería la de articular en las distintas áreas de gobierno un “plan nacional de adaptación y mitigación al cambio climático”. Todo esto, gracias a Nicole y sus amigos. El festejo por el proyecto aprobado fue en un centro cultural entre los chicos y el senador. Pero Nicole tenía otra cosa que festejar: hacía un mes se había puesto de novia con Gastón, su compañero de Jóvenes por el Clima. Y, además, había decidido cambiarse de carrera. Después de un cuatrimestre de Psicología, se pasó a Derecho porque, si quería dedicarse a entender tratados internacionales en materia ambiental, tenía que saber de leyes. Todo en su vida estaba al servicio de su nuevo activismo.
Pero ahora, en Madrid, Nicole está escribiendo una carta. El día anterior supo, a través de la publicación oficial de la cop25, que sus compañeros de Fridays for Future harían una conferencia de prensa para hablar sobre las problemáticas del sur global y ni ella ni sus compañeros latinos estaban enterados. ¿Por qué nadie les había avisado?; ¿quién hablaría en la conferencia de prensa? En la reunión del grupo que le siguió a la conferencia, Nicole leyó la carta en voz alta, en inglés, llorando:
“Antes que nada, escribo esta carta porque realmente amo este movimiento y creo que estamos en un camino increíble, pero todavía tenemos mucho en lo que trabajar. Ayer, algunos de nosotros nos enteramos por las redes sociales de la conferencia de hoy. Pero nadie sabía quiénes iban a hablar ni cómo se tomó esa decisión. Todo fue una sorpresa. Y, cuando algo es una sorpresa, probablemente signifique que algunos fueron excluidos de esa decisión y ése es un precedente peligroso. Me siento una estúpida tratando de explicar por qué esto es importante para mí. Hubiera significado un hito importante en la agenda de mi país. Ésta era una oportunidad única, relevante, especialmente en el sur global. Me aterroriza replicar un mundo dentro de nuestro movimiento donde las decisiones aún las toma el norte global. El sur global ha marcado la agenda, ha revitalizado el movimiento en un escenario sociopolítico-económico cada vez más difícil y tenemos que ser parte del proceso de toma de decisiones. De lo contrario, podríamos terminar dando al sur global un lugar secundario, replicando la misma mierda que hacen las corporaciones contra las que luchamos. Es fundamental hacer un mejor trabajo organizativo con nuestra causa. Si no es antixenófobo, antirracista, feminista, con una perspectiva del sur global, va a terminar siendo violento como cualquier otra organización que, antes de nosotros, intentó levantar la voz y terminó siendo absorbida por el sistema”.
—Cuesta mucho que los países del sur global tomen decisiones dentro del movimiento. Los diagnósticos son distintos y, sobre todo, la responsabilidad histórica de la explotación de recursos naturales en Latinoamérica por parte de multinacionales europeas —reflexiona Nicole en septiembre del 2020, del otro lado de la pantalla, tres días después de haberse reunido personalmente con el presidente de la nación, Alberto Fernández, y a pocos días de rendir un examen para la facultad, para el cual no estudió absolutamente nada—. En Argentina, el movimiento de derechos humanos es histórico, así como también el de las reivindicaciones sociales. Nosotros consideramos que la crisis climática es una problemática totalmente social y una violación de derechos humanos que no requiere cambios que dependen de cada uno, sino medidas estructurales. Por eso hablamos de justicia climática y nos inscribimos en la genealogía de esas luchas que nos preceden.
***
Mientras que para Sebastián es la una de la tarde en Chile, para Sofía Hernández, de 22 años, son las 10 de la mañana en San José de Costa Rica. Es 16 de septiembre de 2020 y ambos están atentos al canal de YouTube de las comisiones de Relaciones Exteriores y Recursos Naturales de la Cámara de Diputados en Argentina. En minutos, Nicole Becker, con la que se hicieron amigos en Madrid en la cop25, está por exponer frente a diputadas y diputados para que se vote el acuerdo de Escazú: un pacto entre países de América Latina y el Caribe que tiene como objetivo garantizar el derecho de acceso a la información ambiental, la participación pública en el proceso de toma de decisiones ambientales y el acceso de justicia en materia ambiental.
En febrero de 2020, Nicole y Sebastián fueron parte de los cinco elegidos entre 58 jóvenes de Latinoamérica y el Caribe por la Cepal —el organismo dependiente de la Organización de las Naciones Unidas responsable de promover el desarrollo económico y social de la región— como champions de Escazú. Además de ellos dos están Kyara, de Costa Rica, Laura, de Colombia, y Nafesha, de San Vicente y las Granadinas. Fue una decisión estratégica del organismo de la onu elegir a estos jóvenes. El acuerdo de Escazú era un tratado que estaba en manos de organismos muy técnicos. Querían que se lo apropiara esta nueva generación de activistas. Para eso, tuvieron diversas capacitaciones y webinarios, incluso antes de que el mundo entero tuviera que adaptarse a la virtualidad total. Un entrenamiento que les sirvió para que, un mes después, todo el cabildeo que debía ser presencial se transformara en llamadas telefónicas a cualquier hora, reuniones por Zoom con legisladores, coordinación de equipos, comunicación con la prensa. Los chicos tienen dos grupos de WhatsApp: uno, exclusivo de los cinco, que se llama “Champions de Escazú”, y “26/08 #A1MesdeEscazú”, en el que participan 197 personas. Ya perdieron la cuenta de la cantidad de grupos de WhatsApp a los que pertenecen. Y también perdieron la cuenta de la cantidad de horas de sueño que no tuvieron. De ellos depende que sus países ratifiquen el acuerdo y están sobrepasados. El tiempo corre: el plazo es el 26 de septiembre.
Sofía no fue electa por su país, pero sí su compañera Kyara, con la que trabaja codo a codo. Son semanas decisivas. Para que el acuerdo entre en vigor, es necesario que lo ratifiquen o se adhieran 11 estados. Pero, por ahora, hay nueve: Antigua y Barbuda, Bolivia, Ecuador, Guyana, Nicaragua, Panamá, San Cristóbal y Nieves, San Vicente y las Granadinas y Uruguay. Y quedan apenas 10 días por delante.
Sofía también está sobrepasada, sin dormir y recuerda cuando, hace pocos meses, tuvo que llamar a su madre para decirle que no llegaría al cine como lo habían planeado: estaba en la Casa de Gobierno esperando a que la recibiera el presidente de la nación, Carlos Alvarado Quesada.
—Usted sí es bombeta —le dijo su madre del otro lado del teléfono.
“Bombeta” es una persona a la que le gusta estar en todas partes.
Esa tarde, la del 20 de septiembre de 2019, Sofía Hernández, una estudiante de Ciencias Políticas de la Universidad Nacional de Costa Rica, había decidido ir por primera vez a una movilización organizada por Fridays for Future por el cambio climático. Una compañera alemana que estaba de intercambio en su universidad le había contado sobre Greta Thunberg, de la que Sofía no había escuchado, aunque sabía de qué se trataba el cambio climático. Dos años antes, recién ingresada en la universidad, se había interesado mucho en una materia vinculada a derechos humanos. Y se dio cuenta de que ése era el campo en el que quería profundizar. En el marco de una investigación académica, se anotó como voluntaria en una casa de acogida para personas migrantes. Se sorprendió al ver que una de las razones de la migración eran cuestiones vinculadas al cambio climático, sobre todo en un área que corre paralela a la costa del Pacífico que se conoce como Corredor Seco Centroamericano, desde Chiapas, en México, hasta el occidente de Panamá. Una zona afectada por sequías e inundaciones con consecuencias devastadoras, como terrenos que quedan bajo el agua o que son directamente inhabitables, lo que pone en peligro el derecho de acceso a la alimentación.
Judith, una compañera de la carrera, era la incipiente líder de Fridays for Future Costa Rica. Cuando se tomaron el bus para ir juntas a movilización, Judith le dijo que había recibido un mensaje de un asesor del presidente de la nación, que le avisaba que los quería recibir. Judith le dijo que sería muy bueno que en ese encuentro estuviera alguien con su bagaje teórico. Sofía dijo que sí y, unas horas después, el presidente Alvarado Quesada y varios de sus ministros tomarían nota de sus propuestas: les pidieron que les reiterara su posición sobre ciertos proyectos como, por ejemplo, la minería a cielo abierto, que se había declarado como práctica ilegal pero que se desarrollaba de manera flagrante, o la pesca de arrastre. Pero, sobre todo, sostuvieron la necesidad de incluir juventudes en espacios de toma de decisiones a nivel nacional e internacional.
El 26 de septiembre de 2020, el día en que vencía el plazo para que los países votaran si adherirse o no al acuerdo de Escazú, Argentina se adhirió, pero Chile y Costa Rica no.
—Costa Rica es un buen chiste —escribe Sofía a través de un mensaje de WhatsApp—. ¡El lindo país de democracia ambiental! ¡Woohoo! El año pasado recibimos el máximo galardón ambiental de la onu por nuestro “liderazgo” en la lucha contra el cambio climático. Pero a nivel nacional, el presidente habla de pesca de arrastre “sostenible” y el Congreso habla de minería y explotación petrolera.
—Creo que existe un profundo desinterés por parte del gobierno de Chile de escuchar realmente a la ciudadanía y llevar a la práctica aquellas transformaciones sociales y ambientales que tanto Chile y la región latinoamericana necesitamos para poder sobrevivir —dice Sebastián a través de un audio de WhatsApp, con una voz quebrada—. Los jóvenes hemos sido engañados.
Sebastián tuvo que ponerse al día en la universidad después de faltar a clases durante casi un mes. Cuando por fin logró retomar el curso, una docente mencionó la importancia del contenido que ella estaba enseñando para comunicar de qué tratan los acuerdos ambientales internacionales.
—Lo sentí como una indirecta por mi vuelta a sus clases. Luego de eso, me escribió personalmente al correo para preguntarme por mi desempeño en el curso. Asumí que había descuidado un poco los estudios y me comprometí a ponerme al día —dice Sebastián, avergonzado.
***
En uno de los viajes a la costa de México, mientras buceaba en el mar Caribe con su instructor, Pamela Elizarrarás Acitores encontró más plásticos que animales. En la arena vio colillas de cigarrillos y entonces enfrentó a su instructor. Lo había visto fumando y creía que las colillas con las que se topaba eran de él. El instructor quedó desorientado, pero cuando Pamela volvió a su casa empezó a investigar sobre el reciclaje y el plástico. Como dibujaba muy bien, confeccionó pequeñas estampas sobre el impacto contaminante del material. Empezó una campaña activa entre los miembros de su familia y, con la complicidad de su prima, golpeó la puerta de cada restaurante o pequeño puesto de comida para pedir que no dieran más sorbetes de plástico.
—Me acuerdo de eso y me da ternura. Regañaba a todo el mundo por usar popotes de plástico y hoy creo que aunque es importante no es el camino. Es un problema del sistema, no es algo individual —cuenta.
Cuando terminó la secundaria, consiguió una beca para trasladarse a Nueva York. Y apenas se mudó, Donald Trump llegó a la Casa Blanca. La universidad decretó duelo y hubo asistencia psicológica para docentes y alumnos que lo necesitaran; sobre todo, para los mexicanos que todavía recordaban aquel tuit del entonces candidato republicano: “La gente que nos envía México no es de lo mejor, están enviando gente que tiene muchos problemas […] traen droga, son violadores, y algunos, supongo, serán gente buena, pero yo hablo con gentes de la frontera y me cuentan lo que hay”. Su madre asistió a la charla del español Grian Cutanda, uno de los líderes de un incipiente grupo llamado Extinction Rebellion: un colectivo de resistencia no violento, cuyo objetivo es interpelar a los gobiernos para minimizar la extinción masiva y el calentamiento global. Apenas volvió de esa charla, llamó a su hija y le contó lo que había escuchado. Sabía que le iba a interesar. Así fue que Pamela se contactó con la célula de ese grupo en Nueva York. La citaron a una primera reunión pero, para su sorpresa, todos la doblaban en edad. La invitaron a un par de acciones que realizarían las semanas siguientes y no se sintió cómoda. Pocos días después, el 20 de septiembre de 2019, llegaba Greta Thunberg a Nueva York para participar en la Asamblea de Acción Climática de la onu. Se estaba organizando una marcha que contaría con su presencia y Pamela fue. Cuando salió del metro esa tarde con su cámara de fotos, encontró que cientos de miles de personas de su edad se manifestaban pacíficamente contra el cambio climático. Sintió que había encontrado su lugar. Fotografió esa movilización, que también se convirtió en su bautismo de fuego.
Ahora, enumera las demandas del movimiento Extinction Rebellion México, del que ella es parte, punto por punto, como una lista de supermercado:
1. Decir la verdad. Los gobiernos deben decir la verdad y declarar la emergencia climática y ecológica.
2. Los gobiernos deben detener la pérdida de biodiversidad y reducir las emisiones de gases de efecto invernadero a cero neto para 2025.
3. Una transición justa, dando prioridad a lxs más vulnerables para crear un planeta vivible y justo para todxs.
4. Beyond politics: que los gobiernos sean dirigidos por las decisiones de una asamblea de ciudadanos sobre clima y justicia ecológica.
—Las demandas específicas en México son que los gobiernos nos digan la verdad sobre la crisis ecológica. Y exigimos cero emisiones, completamente erradicadas para el 2025. La única salida que tenemos para la pandemia, los incendios, la destrucción de los ecosistemas, la pérdida de biodiversidad y muchos otros problemas es a través de la colectividad. Esto recién comienza.
En El colapso ecológico ya llegó, Viale y Svampa se preguntan: “¿Se trata de un movimiento de movimientos o estamos ante la emergencia de la sociedad en movimiento, comparable a la potencia femenina que vislumbramos cada vez que se movilizan los poderosos colectivos de mujeres contra el patriarcado y la violencia de género?”. Y responden, a modo de reflexión: “El movimiento por la justicia climática es hijo de los movimientos pacifistas y ecologistas de los años ochenta, sobre todo de los más recientes y más comprometidos en la lucha contra todo tipo de desigualdad y contra las diversas formas de dominación neocolonial, racista y patriarcal. Es hijo de las luchas del Sur contra el extractivismo y de las masivas movilizaciones feministas que recorren el mundo”.
El 25 de septiembre del 2020, Greta Thunberg volvió a las calles de Estocolmo en la primera manifestación que se hizo de manera presencial en medio de la pandemia de Covid-19 y en el marco del Día Global de Acción por el Clima. Separadas por dos metros de distancia, no más de 20 personas se pararon frente al parlamento sueco. Ese mismo día, en otros países de Europa también hubo movilizaciones. Pero en América Latina, ahora señalada como el epicentro de la pandemia, los jóvenes no llamaron a movilizarse en las calles. Prefirieron hacerlo de manera virtual en una campaña conjunta bajo la consigna “Latinoamérica en llamas”.
Un video con música de la banda Calle 13 se replicó en todas las cuentas de Instagram. En la publicación se puede leer: “América Latina está en llamas. Al borde del colapso. En Argentina se quemaron 175 mil hectáreas en lo que va del año. En el Amazonas se detectaron más de 65 mil focos de incendios. Mientras tanto, en México los incendios forestales afectaron una superficie mayor a 300 mil hectáreas. El fuego arrasa vastos territorios latinoamericanos y la biodiversidad regional no es la única afectada por las llamas, sino que también está en juego la salud humana. Como juventud tenemos que levantar la bandera del ambientalismo para defender nuestro presente y para garantizarnos un futuro. Ya no podemos mirar para otro lado. ¿Qué estamos esperando para activar y frenar este caos?”.
Greta Thunberg provocó un huracán en América Latina, cuando cientos de jóvenes se movilizaron para exigir que empresas y gobiernos detuvieran el cambio climático. Ahora, en medio de la pandemia, nada detiene su resistencia enmarcada por el movimiento Jóvenes por el Clima. En medio de los incendios y de la contaminación más brutal, estos estudiantes se han convertido en interlocutores para el poder político en sus respectivos países, a la vez que claman por un mejor planeta.
—Necesito hablar con vos.
—Perfecto. ¿Preferís enviarme un audio o hablamos por teléfono?
—No. Tiene que ser personalmente. Sin teléfonos celulares de por medio.
A fines de septiembre de 2019, Ian Cohêlo, un estudiante de 17 años nacido y criado en Brasilia, la capital del país más grande de Latinoamérica, recibió un mensaje por WhatsApp de una mujer de la política: no importa si era una asesora, diputada o senadora. Que se comunicara con esta mujer no era raro: tenían un diálogo fluido. Una semana antes, Ian —tez blanca, rubio, de contextura menuda, no demasiado alto— había sido uno de los organizadores, por parte de su agrupación, Jóvenes por el Clima, de la tercera huelga climática global que juntó a más de cinco mil personas en su ciudad.
En ese momento, Brasil, ya gobernado por Jair Bolsonaro, se encontraba atravesando dos situaciones ambientales extremas: los incendios en la Amazonia y un derrame gigantesco de petróleo —aún está en investigación, pero todo indica que la causa fue un buque petrolero de origen griego— que comenzó a contaminar las playas del nordeste: el peor accidente ambiental de la historia de ese país, según el Instituto Brasileño del Medio Ambiente y de los Recursos Naturales Renovables (Ibama). La movilización fue vertiginosa para un chico de 17 años que hasta hacía poco tiempo no tenía idea de qué era el cambio climático, que no había ido a más de tres movilizaciones en su vida y que ahora negociaba con policías pertrechados para reprimir multitudes. El punto de partida había sido un trabajo práctico de biología para el colegio. Su amiga Nina le había contado que una adolescente sueca de 14 años llamada Greta Thunberg había creado, a finales de 2018, un movimiento denominado Fridays for Future (Viernes para el futuro) que se había expandido por toda Europa: estudiantes de escuelas secundarias faltaban a clases para realizar huelgas por el clima. De “aspecto frágil”, como la denominaron los medios resaltando que padecía del síndrome de Asperger, Greta inició su activismo luego de varias olas de calor e incendios forestales en su país y, desde entonces, enfrentó a los líderes políticos con un discurso despiadado, responsabilizándolos de la crisis ambiental por sus políticas públicas que propician un modelo económico insostenible: “No quiero que tengan esperanza, quiero que entren en pánico. Quiero que sientan el miedo que yo siento todos los días y, luego, quiero que actúen”; “Estamos en el comienzo de una extinción masiva. Y de lo único que pueden hablar es de dinero y cuentos de hadas de crecimiento económico eterno”.
“Cada año hace más calor que el anterior y se superan marcas históricas”, sostienen los investigadores argentinos Maristella Svampa y Enrique Viale en su reciente libro El colapso ecológico ya llegó, de Siglo XXI Editores. Según la Organización Meteorológica Mundial, 2019 fue el segundo año con la temperatura media global más cálida desde 1880. La razón principal por la que se produce el cambio climático tiene su raíz en el incremento de las emisiones de dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero. Según el informe The Carbon Majors Database solo 25 empresas y entidades estatales producen más de la mitad de las emisiones contaminantes. Petroleras como ExxonMobil, Shell, BP y Chevron son algunas de ellas.
Al volver a su casa, Ian vio y escuchó todos los discursos de Greta. Quedó impactado. El discurso de la chica sueca iba directo a los poderes políticos y económicos. Hasta ese momento, el único acercamiento de Ian con alguna causa política había sido local y coyuntural. Tres años atrás, a sus 14, se había sentido interpelado con lo que le estaba sucediendo a Dilma Rousseff, la presidenta, quien era víctima de un golpe institucional. Ian fue uno de los miles que estuvo en la explanada del Congreso aquella mañana del 12 de mayo de 2016, cuando el senado votó su destitución en un juicio político. Tres años después, en abril del 2019, estaba preparándose para ir a ese mismo lugar aunque nada se parecería a aquella experiencia. Con un cartel casero pintado con témpera roja, azul y negra que decía “Não existe planeta B. Salve esse”, Ian se paró frente al Congreso con otros 19 compañeros: “Paren de quemar nuestro futuro”; “No tenemos más tiempo”; “No tengo dinero para vivir en la luna”; “No podemos beber aceite, no podemos respirar dinero”; “Nuestro planeta no es descartable”; “El dinero no puede comprar nuestro futuro”; “Nuestro planeta es nuestra única casa”; “El planeta tierra pide ayuda”. Para sacarse la foto grupal, en vez de decir whisky gritaron: “Salven la Amazonia”. Esa publicación en Instagram tuvo 153 likes.
Desde ese día, Ian empezó a reunirse después de clase con sus compañeros del incipiente espacio Jóvenes por el Clima. En esos meses, estudió todo lo que pudo sobre el cambio climático. El objetivo era sumar más gente a las próximas movilizaciones. Su herramienta para la convocatoria era Instagram. A la segunda marcha, el 24 de mayo, fueron casi 60 personas y sus publicaciones llegaron a 280 “me gusta”; a la del 28 de junio fueron 40 y la foto tuvo 380. Para la del 20 de septiembre, en la que se movilizaron junto a otras ong ambientalistas, llegaron a juntar más de cinco mil personas. El post de esa movilización llegó a los 400 likes. Lo sentían como un éxito. Después de esa marcha, Ian recibió el mensaje de esta mujer —que podía ser una asesora o una diputada o una senadora— que le dijo que necesitaba verlo.
Ian llegó al lugar indicado: un enorme estacionamiento cerca del Congreso, sin cámaras de seguridad, sin gente. La mujer lo estaba esperando sola y le pidió que colocara su celular en la mochila y que la dejara a unos tres metros: una distancia prudente como para que sus voces no pudieran ser captadas por el dispositivo. Le dijo que en dos semanas el ministro de Medio Ambiente, Ricardo Salles, asistiría a una audiencia pública en el Congreso y que, con un grupo de activistas, estaban planeando una acción para ese día. Le entregarían a modo de premio, irónicamente, una estatuilla de Terminator —el icónico personaje de ficción que viene del futuro anunciando el apocalipsis, interpretado por Arnold Schwarzenegger—, pero con una pequeña modificación: la cara de la estatuilla sería la del propio ministro. Este premio lo estaba personalizando un artista y se llamaría Exterminador do Futuro.
—La logística está planeada, los roles están asignados salvo uno: la persona que se lo va a entregar. Queremos que seas vos.
—¿Yo? –dijo Ian, incrédulo.
—Sí, sos la persona ideal para poder hacer esta entrega. Sos un joven estudiante, sos parte de una nueva generación de lucha socioambiental.
Ian aceptó aunque había un problema: era menor de edad. ¿Y si lo detenían?
—No te preocupes, ya hay un abogado asignado que va a estar ese día dentro de la sala.
La mañana del 9 de octubre de 2019 se levantó a las seis, como todos los días, para ir a la escuela. Se despidió de su madre y le avisó que iba a faltar algunas horas al colegio para ir a una audiencia en el Congreso, aunque no dio más explicaciones. Ella tampoco preguntó. Desde hacía algunos meses era normal que su hijo tuviera reuniones con políticos. La militancia ambiental era algo que ella aprobaba y de lo que se enorgullecía.
La audiencia estaba anunciada para las 10. Apenas llegó, Ian empezó a sentirse nervioso. Pasó el primer control sin problemas. Revisaron su mochila y no encontraron nada que llamara la atención. Había cuadernos y libros. ¿Y la estatua de Terminator? La había ingresado alguien la semana anterior. Ian no sabía quién, pero recibiría instrucciones para recogerla. Entró a la sala donde se realizaría la audiencia y miró disimuladamente a su alrededor. ¿Quiénes eran sus cómplices? No lo sabía. Las coordenadas exactas las recibió a través de un chat secreto. Se sentó, estiró una mano por debajo de la silla y sintió al tacto que la estatua estaba allí. La metió en su mochila y respiró. La primera parte del operativo estaba completa. Ahora, la parte más difícil. Empezó a sentir que su corazón latía con fuerza, sobre todo cuando entraron dos policías y se pusieron uno en cada extremo de la tarima. El ministro Salles entró a la sala escoltado. Ian se fue acercando hasta la pequeña tarima, cambiándose de asiento. Tenía las manos empapadas de sudor. ¿Y si el operativo que estaban planeando desde hacía semanas se frustraba por su culpa?
—Me quiero sacar una foto con esa diputada —dijo Ian, señalando a una funcionaria que estaba sentada a dos asientos del ministro—. Soy muy fanático de ella.
La diputada le hizo una seña al policía para que lo dejara pasar. El policía accedió. Ian ya estaba ahí. Fingiendo que hablaba con la diputada, sacó la estatua de su mochila. Lo que sigue quedó grabado porque algunos fotógrafos, camarógrafos y periodistas acreditados en la sala también eran cómplices.
—Ministro, tengo que entregarle esto, ministro —dijo Ian.
Otro hombre que estaba hablando por el micrófono se quedó mudo. Nadie entendía nada. El ministro tomó la estatua y, rápido de reflejos, la escondió debajo de la mesa. Automáticamente, dos policías vestidos de civil agarraron a Ian y lo empujaron para llevárselo. Pero otro hombre se interpuso: era su abogado. Ian gritó, mientras se lo llevaban:
—¡El ministro Salles es el exterminador del futuro!
En pocas horas, el video se volvió viral. Los principales medios de comunicación se hicieron eco y titularon: “Estudiante entrega premio Exterminador do Futuro para Ricardo Salles”; “Ministro Ricardo Salles recibe el trofeo Exterminador do futuro en el Congreso Nacional”. Los influencers con más seguidores de todo Brasil lo compartieron en sus redes sociales.
Ian se convirtió en el joven más popular de su país por algunas horas: el chico de 17 años que había increpado al ministro de Ambiente en medio del fuego y de la contaminación más brutal de la historia de Brasil.
Esa noche, cuando su madre lo vio en la tele, se desesperó. Lo retó como cuando era chico. Ian la escuchó, le dio la razón. Le tendría que haber avisado.
—Lo que logramos desde que hicimos la primera marcha en abril de 2019 hasta ahora fue la sensibilización y concientización de los jóvenes aquí en Brasilia —explica Ian del otro lado de la pantalla, modulando detrás de la mascarilla porque está en la oficina de la fundación donde trabaja como pasante, mientras estudia Biotecnología en la Universidad de Brasilia—. Desde ese momento nos invitan a dar charlas en las escuelas sobre sustentabilidad, cambio climático. Y lo más importante: nos volvimos interlocutores para el poder político.
***
“La división internacional del trabajo consiste en que unos países se especializan en ganar y otros en perder. Nuestra comarca del mundo, que hoy llamamos América Latina, fue precoz: se especializó en perder desde los remotos tiempos en que los europeos del Renacimiento se abalanzaron a través del mar y le hundieron los dientes en la garganta”. Así comienza el libro de ensayos que un joven chileno de 18 años recién cumplidos, Sebastián Benfeld, lee sentado en el avión rumbo a la 25º Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (cop25) en Madrid. Es un clásico: Las venas abiertas de América Latina, que el uruguayo Eduardo Galeano escribió en 1971. Sebastián lo lee por primera vez, junto a un informe de la Cepal que se titula Estado del medio ambiente. No puede creer cuánto se parecen ambos textos escritos con 40 años de diferencia. Está nervioso y siente que en esas 12 horas de vuelo tiene que incorporar la mayor cantidad de información posible porque es uno de los cuatro elegidos de su agrupación, Fridays for Future Chile, para participar en ese encuentro anual sobre el cambio climático que, como su nombre lo indica, se organiza ininterrumpidamente desde 1994. Bajo el lema “Tiempo de actuar”, más de 20 mil personas —entre ellas, al menos 50 jefes de Estado, ministros, líderes de los principales organismos multilaterales y de la sociedad civil— se reunirán con el objetivo de lograr un acuerdo para la reducción de gases del 45% para 2030 respecto de 1990 y la neutralidad de carbono para 2050.
Pero también está nervioso porque es su primer viaje solo. Salvo uno que hizo con su familia cuando era muy chico, nunca antes había salido de su pueblo, Quilpué, cerca de Valparaíso, donde todavía se ven vacas desde la ventana de su casa. Dos meses antes su vida había dado un giro. Como millones de chilenos, fue parte de las revueltas populares que comenzaron el 18 de octubre de 2019. Hacía pocos meses que se había incorporado al incipiente grupo de activismo por el cambio climático, después de ver en Instagram imágenes de jóvenes como él en Europa. La causa del medio ambiente lo convocó desde siempre: la región de Valparaíso concentra la mayor cantidad de conflictos sociales y ambientales de todo el país. Sin embargo, nunca se había involucrado tanto como en esos meses, porque nunca había encontrado a otros de su edad.
Por eso está en este avión, nervioso, asustado, porque en realidad ese viaje nunca debería haber existido. La cop25 tenía sede en su propio país, Chile, pero a último momento se trasladó a Madrid. El foco de atención estaba puesto en la presencia de Greta Thunberg que, en esa misma semana de diciembre de 2019, había sido elegida por la revista Time como “personaje del año”. El cambio de sede también repercutió en su llegada porque, literalmente, tuvo que dar un giro de timón. Greta había iniciado una travesía en barco sustentable hacia Sudamérica negándose a viajar en avión por las emisiones de carbono. El efecto Greta Thunberg surtió un impacto único. Más de 80 jóvenes de entre 16 y 19 años de todo el mundo llegaron a Madrid y se convirtieron en las voces más resonantes en contra de las decisiones de los líderes mundiales.
El evento se llevó a cabo en la Institución Ferial de Madrid (Ifema), un predio gigante con cientos de salones y salas de conferencias. Los primeros días, un grupo incipiente de WhatsApp con el nombre “COP 25 LAC”, por Latinoamérica y el Caribe, se formó in situ para empezar a conectar a los jóvenes latinoamericanos de todas las organizaciones, no sólo de Fridays for Future. En ese grupo de WhatsApp se incorporaron Sebastián y también Nicole Becker, una joven argentina de 18 años. Juntos, participaron en la elaboración de un documento que salió a la luz el 5 de diciembre. En el escrito de cinco carillas se desplegaban 15 ítems con pedidos concretos y urgentes como: el rechazo de políticas y prácticas que incentiven la continuidad de una economía basada en el carbono y otros recursos fósiles para el sostén energético; el rechazo a las prácticas extractivistas y de deterioro ambiental; la eliminación de las relaciones de opresión hacia pueblos originarios; la exigencia a la incorporación de la variable de género en el cambio climático; la incorporación de la juventud en el sistema político y el debate público; y, sobre todo, que las decisiones sobre políticas climáticas incluyan, respeten y protejan los derechos humanos.
Nicole estaba muy contenta con haber sido parte de la gestación de este comunicado. Así lo posteó en su cuenta personal de Instagram: “Cara de agotada pero feliz después de 3 días intensos en la #COP25. Junto a la juventud latinoamericana escribimos una declaración que se construyó en base a consenso y la presentamos hoy. Después hicimos una intervención contando distintas historias de defensores ambientales desaparecidos en la región. Esta COP no tiene que ver con crear un nuevo acuerdo que venga a traernos la solución […] Ahora estamos en la etapa de cerrar y reglamentar las últimas cosas para su efectiva implementación. Es hermoso conocer cada vez más gente alrededor del mundo que lucha por lo mismo, mis compañeres son pura inspiración #justiciaclimaticaya”.
Pero esa alegría se tiñó de un sabor amargo unos días después y por eso Nicole le escribió una carta a su movimiento, Fridays for Future, enojada. Un día antes de escribir esta carta estaba feliz junto a sus compañeros en una acción realizada en repudio a las medidas que se estaban tomando en la cop25. La acción consistía en una sentada en medio del salón principal del predio. Ese día, los mandatarios no habían incorporado la categoría “derechos humanos” en una de sus resoluciones. Para ellos, esto era inadmisible. Nicole seguía esta acción pero no podía desviar su mirada de Greta Thunberg, a menos de un metro. No podía creer que estuviera tan cerca. Apenas unos meses atrás, a finales de febrero de ese mismo año, estaba en su habitación en Buenos Aires, mirando Instagram, cuando apareció un video de la adolescente sueca llamando a la segunda marcha internacional por el cambio climático que se realizaría el 15 de marzo. ¿Cómo podía ser que gente de su misma edad, en Europa, se estuviera movilizando y en su país no hubiera nada semejante?, ¿o acaso existía y ella no lo conocía? Nicole se quedó toda esa semana investigando qué era el cambio climático. Hasta ese momento, no tenía idea, siquiera, de que existía ese concepto. Dos amigos del colegio —una escuela privada judía— con los que compartía un grupo de acción solidaria estaban organizando un encuentro de cara a la movilización. Nicole se enteró y quiso participar porque, además, eran todos varones. En 2015 había ido a la primera gran manifestación de Ni Una Menos, realizada en la Argentina contra los femicidios, y había sido parte de la gran marea de chicas que pernoctó en el Congreso en 2018 cuando se debatía el proyecto de ley para la legalización del aborto. Ésas habían sido las únicas dos marchas a las que había ido en su vida. Ya se consideraba feminista y creyó que tenía que ocupar también ese espacio de militancia por el clima. En la primera reunión, en la casa de Gastón, eran ocho.
—Tenemos que organizar la marcha que es en 15 días
—dijeron, sin tener idea de cómo conseguirían un micrófono, de cómo convocar a la gente ni de si había que acordar con la policía.
Lo primero que pensaron fue un nombre. Querían tender lazos con las organizaciones europeas, pero necesitaban construir una narrativa propia. No querían ser una traducción literal de Fridays for Future y así surgió, entre una larga lista, Jóvenes por el Clima. El principal objetivo era empezar a instalar la idea de que en Argentina también había jóvenes, al igual que en Europa, preocupados por el cambio climático y que exigían respuestas urgentes. En ese momento, escribieron un petitorio que pensaban entregarle al presidente de la Cámara de Diputados en donde exigían un proyecto de ley para declarar al país en estado de emergencia climática; que se cumpliera el Acuerdo de París —que establece medidas para la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero—; y, sobre todo, poner los temas ambientales en la agenda gubernamental y legislativa.
Nicole volvió a su casa y les contó a sus padres que en 15 días harían una marcha. Nunca antes habían oído que su hija hablara sobre el cambio climático, ¿y ahora organizaba una movilización? Pensaban que era un capricho del momento. Pero, cuando su hija comenzó a ser vegetariana, casi vegana, se compró una bicicleta, empezó a hacer composta en la casa y a reunirse con políticos de primera línea, entendieron que era en serio y no tuvieron otra opción que apoyarla.
Lo que siguió fue como un huracán: 15 días después de esa primera reunión, Nicole estaba parada en un escenario frente a cinco mil jóvenes como ella y era la encargada de leer el discurso ante la multitud junto a su compañero Bruno: “Si el presente es de lucha, el futuro es nuestro”, gritó y fue ovacionada. Ese mismo día, más de 1.4 millones de jóvenes de todo el mundo se manifestaron en 125 países y 2 083 ciudades.
“Quiénes son los jóvenes argentinos que marchan contra el cambio climático”, titulaba el portal de noticias Infobae, que además decía: “La urgencia por la acción frente al cambio climático hizo sonar varias alarmas durante 2018. El eco más fuerte llegó desde los jóvenes: en varios países de Europa, chicos de colegios secundarios se levantaron de sus bancos y se declararon en huelga para reclamar a los políticos por su futuro. El mensaje llegó a la Argentina: al menos tres grupos de adolescentes en Buenos Aires y otros en Tucumán, Mar del Plata, Paraná y Córdoba se sumarán a la convocatoria mundial para reclamar avances y políticas reales frente al fenómeno que amenaza al planeta”. “No hay un clima festivo, más bien prima la preocupación y el desasosiego. Son chicos, mayormente estudiantes secundarios, que quieren hacer explícito su malestar por la falta de respuestas de las autoridades en torno a empezar a pensar en el planeta”, dice un cronista del diario Clarín en la cobertura de esa marcha.
Luego de esta demostración, quien los convocó a su despacho fue un senador, Fernando “Pino” Solanas —fallecido el 7 de noviembre del 2020 por Covid, mientras ejercía su rol como embajador argentino ante la Unesco en París—, un hombre de 84 años con una vastísima trayectoria en materia ambiental, que había presentado durante seis años consecutivos un proyecto de ley para institucionalizar la lucha contra el cambio climático y declarar al país en emergencia climática y ecológica, pero no había siquiera logrado que la discusión ingresara al recinto. En esa reunión, Nicole y sus amigos dejaron boquiabierto al senador que estaba acostumbrado a recibir a muchísimos activistas ambientales.
—Fue algo que yo nunca había visto hasta ese entonces —dice Enrique Viale, histórico abogado ambientalista, entonces asesor del senador Solanas, que participó en esa reunión—. Estos jóvenes casi niños venían con un discurso muy novedoso, con ideas clarísimas que mezclaban ambientalismo con justicia social. No era un ambientalismo superficial. No venían con consignas como el veganismo, la separación de residuos o preservar especies en extinción. Se notaba que habían estudiado e investigado. Entendían la raíz de los problemas, hablaban de confrontar con los modelos de desarrollo. Y, sobre todo, dejaron en claro que ellos creían que la salida era colectiva. Me quedé tan impactado que les pregunté a qué escuela iban, pensando en la futura educación de mi hijo.
Para finalizar la reunión, le dijeron a Solanas que iban a trabajar para que ambos proyectos vieran la luz. Durante semanas, con la complicidad de los asesores del senador, después de clases, los chicos ingresaban al edificio y tocaban las puertas de los despachos de todos los senadores, algo que estaba prohibido. Pero eran conscientes de sus privilegios y los usaban a su favor. ¿Qué senador podía negarse a recibir a unos estudiantes de clase media porteña hablando sobre medio ambiente?
Un mes después, Solanas logró lo impensado: que el proyecto de ley se discutiera entre los senadores. Y lo que parecía imposible sucedió: en esa sesión se aprobó la ley y, además, se declaró al país en emergencia climática y ecológica, lo que significó posicionarlo simbólicamente en el debate mundial. Argentina se convirtió en el primer país latinoamericano en realizar esta declaración y el cuarto a nivel global: solo Irlanda, Canadá y Francia lo habían hecho. Tres meses después, el 20 de noviembre, llegó la media sanción que faltaba. La Cámara de Diputados aprobó la ley que proponía, entre los puntos más destacados, crear un Gabinete Nacional de Cambio Climático, cuya función sería la de articular en las distintas áreas de gobierno un “plan nacional de adaptación y mitigación al cambio climático”. Todo esto, gracias a Nicole y sus amigos. El festejo por el proyecto aprobado fue en un centro cultural entre los chicos y el senador. Pero Nicole tenía otra cosa que festejar: hacía un mes se había puesto de novia con Gastón, su compañero de Jóvenes por el Clima. Y, además, había decidido cambiarse de carrera. Después de un cuatrimestre de Psicología, se pasó a Derecho porque, si quería dedicarse a entender tratados internacionales en materia ambiental, tenía que saber de leyes. Todo en su vida estaba al servicio de su nuevo activismo.
Pero ahora, en Madrid, Nicole está escribiendo una carta. El día anterior supo, a través de la publicación oficial de la cop25, que sus compañeros de Fridays for Future harían una conferencia de prensa para hablar sobre las problemáticas del sur global y ni ella ni sus compañeros latinos estaban enterados. ¿Por qué nadie les había avisado?; ¿quién hablaría en la conferencia de prensa? En la reunión del grupo que le siguió a la conferencia, Nicole leyó la carta en voz alta, en inglés, llorando:
“Antes que nada, escribo esta carta porque realmente amo este movimiento y creo que estamos en un camino increíble, pero todavía tenemos mucho en lo que trabajar. Ayer, algunos de nosotros nos enteramos por las redes sociales de la conferencia de hoy. Pero nadie sabía quiénes iban a hablar ni cómo se tomó esa decisión. Todo fue una sorpresa. Y, cuando algo es una sorpresa, probablemente signifique que algunos fueron excluidos de esa decisión y ése es un precedente peligroso. Me siento una estúpida tratando de explicar por qué esto es importante para mí. Hubiera significado un hito importante en la agenda de mi país. Ésta era una oportunidad única, relevante, especialmente en el sur global. Me aterroriza replicar un mundo dentro de nuestro movimiento donde las decisiones aún las toma el norte global. El sur global ha marcado la agenda, ha revitalizado el movimiento en un escenario sociopolítico-económico cada vez más difícil y tenemos que ser parte del proceso de toma de decisiones. De lo contrario, podríamos terminar dando al sur global un lugar secundario, replicando la misma mierda que hacen las corporaciones contra las que luchamos. Es fundamental hacer un mejor trabajo organizativo con nuestra causa. Si no es antixenófobo, antirracista, feminista, con una perspectiva del sur global, va a terminar siendo violento como cualquier otra organización que, antes de nosotros, intentó levantar la voz y terminó siendo absorbida por el sistema”.
—Cuesta mucho que los países del sur global tomen decisiones dentro del movimiento. Los diagnósticos son distintos y, sobre todo, la responsabilidad histórica de la explotación de recursos naturales en Latinoamérica por parte de multinacionales europeas —reflexiona Nicole en septiembre del 2020, del otro lado de la pantalla, tres días después de haberse reunido personalmente con el presidente de la nación, Alberto Fernández, y a pocos días de rendir un examen para la facultad, para el cual no estudió absolutamente nada—. En Argentina, el movimiento de derechos humanos es histórico, así como también el de las reivindicaciones sociales. Nosotros consideramos que la crisis climática es una problemática totalmente social y una violación de derechos humanos que no requiere cambios que dependen de cada uno, sino medidas estructurales. Por eso hablamos de justicia climática y nos inscribimos en la genealogía de esas luchas que nos preceden.
***
Mientras que para Sebastián es la una de la tarde en Chile, para Sofía Hernández, de 22 años, son las 10 de la mañana en San José de Costa Rica. Es 16 de septiembre de 2020 y ambos están atentos al canal de YouTube de las comisiones de Relaciones Exteriores y Recursos Naturales de la Cámara de Diputados en Argentina. En minutos, Nicole Becker, con la que se hicieron amigos en Madrid en la cop25, está por exponer frente a diputadas y diputados para que se vote el acuerdo de Escazú: un pacto entre países de América Latina y el Caribe que tiene como objetivo garantizar el derecho de acceso a la información ambiental, la participación pública en el proceso de toma de decisiones ambientales y el acceso de justicia en materia ambiental.
En febrero de 2020, Nicole y Sebastián fueron parte de los cinco elegidos entre 58 jóvenes de Latinoamérica y el Caribe por la Cepal —el organismo dependiente de la Organización de las Naciones Unidas responsable de promover el desarrollo económico y social de la región— como champions de Escazú. Además de ellos dos están Kyara, de Costa Rica, Laura, de Colombia, y Nafesha, de San Vicente y las Granadinas. Fue una decisión estratégica del organismo de la onu elegir a estos jóvenes. El acuerdo de Escazú era un tratado que estaba en manos de organismos muy técnicos. Querían que se lo apropiara esta nueva generación de activistas. Para eso, tuvieron diversas capacitaciones y webinarios, incluso antes de que el mundo entero tuviera que adaptarse a la virtualidad total. Un entrenamiento que les sirvió para que, un mes después, todo el cabildeo que debía ser presencial se transformara en llamadas telefónicas a cualquier hora, reuniones por Zoom con legisladores, coordinación de equipos, comunicación con la prensa. Los chicos tienen dos grupos de WhatsApp: uno, exclusivo de los cinco, que se llama “Champions de Escazú”, y “26/08 #A1MesdeEscazú”, en el que participan 197 personas. Ya perdieron la cuenta de la cantidad de grupos de WhatsApp a los que pertenecen. Y también perdieron la cuenta de la cantidad de horas de sueño que no tuvieron. De ellos depende que sus países ratifiquen el acuerdo y están sobrepasados. El tiempo corre: el plazo es el 26 de septiembre.
Sofía no fue electa por su país, pero sí su compañera Kyara, con la que trabaja codo a codo. Son semanas decisivas. Para que el acuerdo entre en vigor, es necesario que lo ratifiquen o se adhieran 11 estados. Pero, por ahora, hay nueve: Antigua y Barbuda, Bolivia, Ecuador, Guyana, Nicaragua, Panamá, San Cristóbal y Nieves, San Vicente y las Granadinas y Uruguay. Y quedan apenas 10 días por delante.
Sofía también está sobrepasada, sin dormir y recuerda cuando, hace pocos meses, tuvo que llamar a su madre para decirle que no llegaría al cine como lo habían planeado: estaba en la Casa de Gobierno esperando a que la recibiera el presidente de la nación, Carlos Alvarado Quesada.
—Usted sí es bombeta —le dijo su madre del otro lado del teléfono.
“Bombeta” es una persona a la que le gusta estar en todas partes.
Esa tarde, la del 20 de septiembre de 2019, Sofía Hernández, una estudiante de Ciencias Políticas de la Universidad Nacional de Costa Rica, había decidido ir por primera vez a una movilización organizada por Fridays for Future por el cambio climático. Una compañera alemana que estaba de intercambio en su universidad le había contado sobre Greta Thunberg, de la que Sofía no había escuchado, aunque sabía de qué se trataba el cambio climático. Dos años antes, recién ingresada en la universidad, se había interesado mucho en una materia vinculada a derechos humanos. Y se dio cuenta de que ése era el campo en el que quería profundizar. En el marco de una investigación académica, se anotó como voluntaria en una casa de acogida para personas migrantes. Se sorprendió al ver que una de las razones de la migración eran cuestiones vinculadas al cambio climático, sobre todo en un área que corre paralela a la costa del Pacífico que se conoce como Corredor Seco Centroamericano, desde Chiapas, en México, hasta el occidente de Panamá. Una zona afectada por sequías e inundaciones con consecuencias devastadoras, como terrenos que quedan bajo el agua o que son directamente inhabitables, lo que pone en peligro el derecho de acceso a la alimentación.
Judith, una compañera de la carrera, era la incipiente líder de Fridays for Future Costa Rica. Cuando se tomaron el bus para ir juntas a movilización, Judith le dijo que había recibido un mensaje de un asesor del presidente de la nación, que le avisaba que los quería recibir. Judith le dijo que sería muy bueno que en ese encuentro estuviera alguien con su bagaje teórico. Sofía dijo que sí y, unas horas después, el presidente Alvarado Quesada y varios de sus ministros tomarían nota de sus propuestas: les pidieron que les reiterara su posición sobre ciertos proyectos como, por ejemplo, la minería a cielo abierto, que se había declarado como práctica ilegal pero que se desarrollaba de manera flagrante, o la pesca de arrastre. Pero, sobre todo, sostuvieron la necesidad de incluir juventudes en espacios de toma de decisiones a nivel nacional e internacional.
El 26 de septiembre de 2020, el día en que vencía el plazo para que los países votaran si adherirse o no al acuerdo de Escazú, Argentina se adhirió, pero Chile y Costa Rica no.
—Costa Rica es un buen chiste —escribe Sofía a través de un mensaje de WhatsApp—. ¡El lindo país de democracia ambiental! ¡Woohoo! El año pasado recibimos el máximo galardón ambiental de la onu por nuestro “liderazgo” en la lucha contra el cambio climático. Pero a nivel nacional, el presidente habla de pesca de arrastre “sostenible” y el Congreso habla de minería y explotación petrolera.
—Creo que existe un profundo desinterés por parte del gobierno de Chile de escuchar realmente a la ciudadanía y llevar a la práctica aquellas transformaciones sociales y ambientales que tanto Chile y la región latinoamericana necesitamos para poder sobrevivir —dice Sebastián a través de un audio de WhatsApp, con una voz quebrada—. Los jóvenes hemos sido engañados.
Sebastián tuvo que ponerse al día en la universidad después de faltar a clases durante casi un mes. Cuando por fin logró retomar el curso, una docente mencionó la importancia del contenido que ella estaba enseñando para comunicar de qué tratan los acuerdos ambientales internacionales.
—Lo sentí como una indirecta por mi vuelta a sus clases. Luego de eso, me escribió personalmente al correo para preguntarme por mi desempeño en el curso. Asumí que había descuidado un poco los estudios y me comprometí a ponerme al día —dice Sebastián, avergonzado.
***
En uno de los viajes a la costa de México, mientras buceaba en el mar Caribe con su instructor, Pamela Elizarrarás Acitores encontró más plásticos que animales. En la arena vio colillas de cigarrillos y entonces enfrentó a su instructor. Lo había visto fumando y creía que las colillas con las que se topaba eran de él. El instructor quedó desorientado, pero cuando Pamela volvió a su casa empezó a investigar sobre el reciclaje y el plástico. Como dibujaba muy bien, confeccionó pequeñas estampas sobre el impacto contaminante del material. Empezó una campaña activa entre los miembros de su familia y, con la complicidad de su prima, golpeó la puerta de cada restaurante o pequeño puesto de comida para pedir que no dieran más sorbetes de plástico.
—Me acuerdo de eso y me da ternura. Regañaba a todo el mundo por usar popotes de plástico y hoy creo que aunque es importante no es el camino. Es un problema del sistema, no es algo individual —cuenta.
Cuando terminó la secundaria, consiguió una beca para trasladarse a Nueva York. Y apenas se mudó, Donald Trump llegó a la Casa Blanca. La universidad decretó duelo y hubo asistencia psicológica para docentes y alumnos que lo necesitaran; sobre todo, para los mexicanos que todavía recordaban aquel tuit del entonces candidato republicano: “La gente que nos envía México no es de lo mejor, están enviando gente que tiene muchos problemas […] traen droga, son violadores, y algunos, supongo, serán gente buena, pero yo hablo con gentes de la frontera y me cuentan lo que hay”. Su madre asistió a la charla del español Grian Cutanda, uno de los líderes de un incipiente grupo llamado Extinction Rebellion: un colectivo de resistencia no violento, cuyo objetivo es interpelar a los gobiernos para minimizar la extinción masiva y el calentamiento global. Apenas volvió de esa charla, llamó a su hija y le contó lo que había escuchado. Sabía que le iba a interesar. Así fue que Pamela se contactó con la célula de ese grupo en Nueva York. La citaron a una primera reunión pero, para su sorpresa, todos la doblaban en edad. La invitaron a un par de acciones que realizarían las semanas siguientes y no se sintió cómoda. Pocos días después, el 20 de septiembre de 2019, llegaba Greta Thunberg a Nueva York para participar en la Asamblea de Acción Climática de la onu. Se estaba organizando una marcha que contaría con su presencia y Pamela fue. Cuando salió del metro esa tarde con su cámara de fotos, encontró que cientos de miles de personas de su edad se manifestaban pacíficamente contra el cambio climático. Sintió que había encontrado su lugar. Fotografió esa movilización, que también se convirtió en su bautismo de fuego.
Ahora, enumera las demandas del movimiento Extinction Rebellion México, del que ella es parte, punto por punto, como una lista de supermercado:
1. Decir la verdad. Los gobiernos deben decir la verdad y declarar la emergencia climática y ecológica.
2. Los gobiernos deben detener la pérdida de biodiversidad y reducir las emisiones de gases de efecto invernadero a cero neto para 2025.
3. Una transición justa, dando prioridad a lxs más vulnerables para crear un planeta vivible y justo para todxs.
4. Beyond politics: que los gobiernos sean dirigidos por las decisiones de una asamblea de ciudadanos sobre clima y justicia ecológica.
—Las demandas específicas en México son que los gobiernos nos digan la verdad sobre la crisis ecológica. Y exigimos cero emisiones, completamente erradicadas para el 2025. La única salida que tenemos para la pandemia, los incendios, la destrucción de los ecosistemas, la pérdida de biodiversidad y muchos otros problemas es a través de la colectividad. Esto recién comienza.
En El colapso ecológico ya llegó, Viale y Svampa se preguntan: “¿Se trata de un movimiento de movimientos o estamos ante la emergencia de la sociedad en movimiento, comparable a la potencia femenina que vislumbramos cada vez que se movilizan los poderosos colectivos de mujeres contra el patriarcado y la violencia de género?”. Y responden, a modo de reflexión: “El movimiento por la justicia climática es hijo de los movimientos pacifistas y ecologistas de los años ochenta, sobre todo de los más recientes y más comprometidos en la lucha contra todo tipo de desigualdad y contra las diversas formas de dominación neocolonial, racista y patriarcal. Es hijo de las luchas del Sur contra el extractivismo y de las masivas movilizaciones feministas que recorren el mundo”.
El 25 de septiembre del 2020, Greta Thunberg volvió a las calles de Estocolmo en la primera manifestación que se hizo de manera presencial en medio de la pandemia de Covid-19 y en el marco del Día Global de Acción por el Clima. Separadas por dos metros de distancia, no más de 20 personas se pararon frente al parlamento sueco. Ese mismo día, en otros países de Europa también hubo movilizaciones. Pero en América Latina, ahora señalada como el epicentro de la pandemia, los jóvenes no llamaron a movilizarse en las calles. Prefirieron hacerlo de manera virtual en una campaña conjunta bajo la consigna “Latinoamérica en llamas”.
Un video con música de la banda Calle 13 se replicó en todas las cuentas de Instagram. En la publicación se puede leer: “América Latina está en llamas. Al borde del colapso. En Argentina se quemaron 175 mil hectáreas en lo que va del año. En el Amazonas se detectaron más de 65 mil focos de incendios. Mientras tanto, en México los incendios forestales afectaron una superficie mayor a 300 mil hectáreas. El fuego arrasa vastos territorios latinoamericanos y la biodiversidad regional no es la única afectada por las llamas, sino que también está en juego la salud humana. Como juventud tenemos que levantar la bandera del ambientalismo para defender nuestro presente y para garantizarnos un futuro. Ya no podemos mirar para otro lado. ¿Qué estamos esperando para activar y frenar este caos?”.
Fotografía de Agustín Marcarian / Reuters.
Greta Thunberg provocó un huracán en América Latina, cuando cientos de jóvenes se movilizaron para exigir que empresas y gobiernos detuvieran el cambio climático. Ahora, en medio de la pandemia, nada detiene su resistencia enmarcada por el movimiento Jóvenes por el Clima. En medio de los incendios y de la contaminación más brutal, estos estudiantes se han convertido en interlocutores para el poder político en sus respectivos países, a la vez que claman por un mejor planeta.
—Necesito hablar con vos.
—Perfecto. ¿Preferís enviarme un audio o hablamos por teléfono?
—No. Tiene que ser personalmente. Sin teléfonos celulares de por medio.
A fines de septiembre de 2019, Ian Cohêlo, un estudiante de 17 años nacido y criado en Brasilia, la capital del país más grande de Latinoamérica, recibió un mensaje por WhatsApp de una mujer de la política: no importa si era una asesora, diputada o senadora. Que se comunicara con esta mujer no era raro: tenían un diálogo fluido. Una semana antes, Ian —tez blanca, rubio, de contextura menuda, no demasiado alto— había sido uno de los organizadores, por parte de su agrupación, Jóvenes por el Clima, de la tercera huelga climática global que juntó a más de cinco mil personas en su ciudad.
En ese momento, Brasil, ya gobernado por Jair Bolsonaro, se encontraba atravesando dos situaciones ambientales extremas: los incendios en la Amazonia y un derrame gigantesco de petróleo —aún está en investigación, pero todo indica que la causa fue un buque petrolero de origen griego— que comenzó a contaminar las playas del nordeste: el peor accidente ambiental de la historia de ese país, según el Instituto Brasileño del Medio Ambiente y de los Recursos Naturales Renovables (Ibama). La movilización fue vertiginosa para un chico de 17 años que hasta hacía poco tiempo no tenía idea de qué era el cambio climático, que no había ido a más de tres movilizaciones en su vida y que ahora negociaba con policías pertrechados para reprimir multitudes. El punto de partida había sido un trabajo práctico de biología para el colegio. Su amiga Nina le había contado que una adolescente sueca de 14 años llamada Greta Thunberg había creado, a finales de 2018, un movimiento denominado Fridays for Future (Viernes para el futuro) que se había expandido por toda Europa: estudiantes de escuelas secundarias faltaban a clases para realizar huelgas por el clima. De “aspecto frágil”, como la denominaron los medios resaltando que padecía del síndrome de Asperger, Greta inició su activismo luego de varias olas de calor e incendios forestales en su país y, desde entonces, enfrentó a los líderes políticos con un discurso despiadado, responsabilizándolos de la crisis ambiental por sus políticas públicas que propician un modelo económico insostenible: “No quiero que tengan esperanza, quiero que entren en pánico. Quiero que sientan el miedo que yo siento todos los días y, luego, quiero que actúen”; “Estamos en el comienzo de una extinción masiva. Y de lo único que pueden hablar es de dinero y cuentos de hadas de crecimiento económico eterno”.
“Cada año hace más calor que el anterior y se superan marcas históricas”, sostienen los investigadores argentinos Maristella Svampa y Enrique Viale en su reciente libro El colapso ecológico ya llegó, de Siglo XXI Editores. Según la Organización Meteorológica Mundial, 2019 fue el segundo año con la temperatura media global más cálida desde 1880. La razón principal por la que se produce el cambio climático tiene su raíz en el incremento de las emisiones de dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero. Según el informe The Carbon Majors Database solo 25 empresas y entidades estatales producen más de la mitad de las emisiones contaminantes. Petroleras como ExxonMobil, Shell, BP y Chevron son algunas de ellas.
Al volver a su casa, Ian vio y escuchó todos los discursos de Greta. Quedó impactado. El discurso de la chica sueca iba directo a los poderes políticos y económicos. Hasta ese momento, el único acercamiento de Ian con alguna causa política había sido local y coyuntural. Tres años atrás, a sus 14, se había sentido interpelado con lo que le estaba sucediendo a Dilma Rousseff, la presidenta, quien era víctima de un golpe institucional. Ian fue uno de los miles que estuvo en la explanada del Congreso aquella mañana del 12 de mayo de 2016, cuando el senado votó su destitución en un juicio político. Tres años después, en abril del 2019, estaba preparándose para ir a ese mismo lugar aunque nada se parecería a aquella experiencia. Con un cartel casero pintado con témpera roja, azul y negra que decía “Não existe planeta B. Salve esse”, Ian se paró frente al Congreso con otros 19 compañeros: “Paren de quemar nuestro futuro”; “No tenemos más tiempo”; “No tengo dinero para vivir en la luna”; “No podemos beber aceite, no podemos respirar dinero”; “Nuestro planeta no es descartable”; “El dinero no puede comprar nuestro futuro”; “Nuestro planeta es nuestra única casa”; “El planeta tierra pide ayuda”. Para sacarse la foto grupal, en vez de decir whisky gritaron: “Salven la Amazonia”. Esa publicación en Instagram tuvo 153 likes.
Desde ese día, Ian empezó a reunirse después de clase con sus compañeros del incipiente espacio Jóvenes por el Clima. En esos meses, estudió todo lo que pudo sobre el cambio climático. El objetivo era sumar más gente a las próximas movilizaciones. Su herramienta para la convocatoria era Instagram. A la segunda marcha, el 24 de mayo, fueron casi 60 personas y sus publicaciones llegaron a 280 “me gusta”; a la del 28 de junio fueron 40 y la foto tuvo 380. Para la del 20 de septiembre, en la que se movilizaron junto a otras ong ambientalistas, llegaron a juntar más de cinco mil personas. El post de esa movilización llegó a los 400 likes. Lo sentían como un éxito. Después de esa marcha, Ian recibió el mensaje de esta mujer —que podía ser una asesora o una diputada o una senadora— que le dijo que necesitaba verlo.
Ian llegó al lugar indicado: un enorme estacionamiento cerca del Congreso, sin cámaras de seguridad, sin gente. La mujer lo estaba esperando sola y le pidió que colocara su celular en la mochila y que la dejara a unos tres metros: una distancia prudente como para que sus voces no pudieran ser captadas por el dispositivo. Le dijo que en dos semanas el ministro de Medio Ambiente, Ricardo Salles, asistiría a una audiencia pública en el Congreso y que, con un grupo de activistas, estaban planeando una acción para ese día. Le entregarían a modo de premio, irónicamente, una estatuilla de Terminator —el icónico personaje de ficción que viene del futuro anunciando el apocalipsis, interpretado por Arnold Schwarzenegger—, pero con una pequeña modificación: la cara de la estatuilla sería la del propio ministro. Este premio lo estaba personalizando un artista y se llamaría Exterminador do Futuro.
—La logística está planeada, los roles están asignados salvo uno: la persona que se lo va a entregar. Queremos que seas vos.
—¿Yo? –dijo Ian, incrédulo.
—Sí, sos la persona ideal para poder hacer esta entrega. Sos un joven estudiante, sos parte de una nueva generación de lucha socioambiental.
Ian aceptó aunque había un problema: era menor de edad. ¿Y si lo detenían?
—No te preocupes, ya hay un abogado asignado que va a estar ese día dentro de la sala.
La mañana del 9 de octubre de 2019 se levantó a las seis, como todos los días, para ir a la escuela. Se despidió de su madre y le avisó que iba a faltar algunas horas al colegio para ir a una audiencia en el Congreso, aunque no dio más explicaciones. Ella tampoco preguntó. Desde hacía algunos meses era normal que su hijo tuviera reuniones con políticos. La militancia ambiental era algo que ella aprobaba y de lo que se enorgullecía.
La audiencia estaba anunciada para las 10. Apenas llegó, Ian empezó a sentirse nervioso. Pasó el primer control sin problemas. Revisaron su mochila y no encontraron nada que llamara la atención. Había cuadernos y libros. ¿Y la estatua de Terminator? La había ingresado alguien la semana anterior. Ian no sabía quién, pero recibiría instrucciones para recogerla. Entró a la sala donde se realizaría la audiencia y miró disimuladamente a su alrededor. ¿Quiénes eran sus cómplices? No lo sabía. Las coordenadas exactas las recibió a través de un chat secreto. Se sentó, estiró una mano por debajo de la silla y sintió al tacto que la estatua estaba allí. La metió en su mochila y respiró. La primera parte del operativo estaba completa. Ahora, la parte más difícil. Empezó a sentir que su corazón latía con fuerza, sobre todo cuando entraron dos policías y se pusieron uno en cada extremo de la tarima. El ministro Salles entró a la sala escoltado. Ian se fue acercando hasta la pequeña tarima, cambiándose de asiento. Tenía las manos empapadas de sudor. ¿Y si el operativo que estaban planeando desde hacía semanas se frustraba por su culpa?
—Me quiero sacar una foto con esa diputada —dijo Ian, señalando a una funcionaria que estaba sentada a dos asientos del ministro—. Soy muy fanático de ella.
La diputada le hizo una seña al policía para que lo dejara pasar. El policía accedió. Ian ya estaba ahí. Fingiendo que hablaba con la diputada, sacó la estatua de su mochila. Lo que sigue quedó grabado porque algunos fotógrafos, camarógrafos y periodistas acreditados en la sala también eran cómplices.
—Ministro, tengo que entregarle esto, ministro —dijo Ian.
Otro hombre que estaba hablando por el micrófono se quedó mudo. Nadie entendía nada. El ministro tomó la estatua y, rápido de reflejos, la escondió debajo de la mesa. Automáticamente, dos policías vestidos de civil agarraron a Ian y lo empujaron para llevárselo. Pero otro hombre se interpuso: era su abogado. Ian gritó, mientras se lo llevaban:
—¡El ministro Salles es el exterminador del futuro!
En pocas horas, el video se volvió viral. Los principales medios de comunicación se hicieron eco y titularon: “Estudiante entrega premio Exterminador do Futuro para Ricardo Salles”; “Ministro Ricardo Salles recibe el trofeo Exterminador do futuro en el Congreso Nacional”. Los influencers con más seguidores de todo Brasil lo compartieron en sus redes sociales.
Ian se convirtió en el joven más popular de su país por algunas horas: el chico de 17 años que había increpado al ministro de Ambiente en medio del fuego y de la contaminación más brutal de la historia de Brasil.
Esa noche, cuando su madre lo vio en la tele, se desesperó. Lo retó como cuando era chico. Ian la escuchó, le dio la razón. Le tendría que haber avisado.
—Lo que logramos desde que hicimos la primera marcha en abril de 2019 hasta ahora fue la sensibilización y concientización de los jóvenes aquí en Brasilia —explica Ian del otro lado de la pantalla, modulando detrás de la mascarilla porque está en la oficina de la fundación donde trabaja como pasante, mientras estudia Biotecnología en la Universidad de Brasilia—. Desde ese momento nos invitan a dar charlas en las escuelas sobre sustentabilidad, cambio climático. Y lo más importante: nos volvimos interlocutores para el poder político.
***
“La división internacional del trabajo consiste en que unos países se especializan en ganar y otros en perder. Nuestra comarca del mundo, que hoy llamamos América Latina, fue precoz: se especializó en perder desde los remotos tiempos en que los europeos del Renacimiento se abalanzaron a través del mar y le hundieron los dientes en la garganta”. Así comienza el libro de ensayos que un joven chileno de 18 años recién cumplidos, Sebastián Benfeld, lee sentado en el avión rumbo a la 25º Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (cop25) en Madrid. Es un clásico: Las venas abiertas de América Latina, que el uruguayo Eduardo Galeano escribió en 1971. Sebastián lo lee por primera vez, junto a un informe de la Cepal que se titula Estado del medio ambiente. No puede creer cuánto se parecen ambos textos escritos con 40 años de diferencia. Está nervioso y siente que en esas 12 horas de vuelo tiene que incorporar la mayor cantidad de información posible porque es uno de los cuatro elegidos de su agrupación, Fridays for Future Chile, para participar en ese encuentro anual sobre el cambio climático que, como su nombre lo indica, se organiza ininterrumpidamente desde 1994. Bajo el lema “Tiempo de actuar”, más de 20 mil personas —entre ellas, al menos 50 jefes de Estado, ministros, líderes de los principales organismos multilaterales y de la sociedad civil— se reunirán con el objetivo de lograr un acuerdo para la reducción de gases del 45% para 2030 respecto de 1990 y la neutralidad de carbono para 2050.
Pero también está nervioso porque es su primer viaje solo. Salvo uno que hizo con su familia cuando era muy chico, nunca antes había salido de su pueblo, Quilpué, cerca de Valparaíso, donde todavía se ven vacas desde la ventana de su casa. Dos meses antes su vida había dado un giro. Como millones de chilenos, fue parte de las revueltas populares que comenzaron el 18 de octubre de 2019. Hacía pocos meses que se había incorporado al incipiente grupo de activismo por el cambio climático, después de ver en Instagram imágenes de jóvenes como él en Europa. La causa del medio ambiente lo convocó desde siempre: la región de Valparaíso concentra la mayor cantidad de conflictos sociales y ambientales de todo el país. Sin embargo, nunca se había involucrado tanto como en esos meses, porque nunca había encontrado a otros de su edad.
Por eso está en este avión, nervioso, asustado, porque en realidad ese viaje nunca debería haber existido. La cop25 tenía sede en su propio país, Chile, pero a último momento se trasladó a Madrid. El foco de atención estaba puesto en la presencia de Greta Thunberg que, en esa misma semana de diciembre de 2019, había sido elegida por la revista Time como “personaje del año”. El cambio de sede también repercutió en su llegada porque, literalmente, tuvo que dar un giro de timón. Greta había iniciado una travesía en barco sustentable hacia Sudamérica negándose a viajar en avión por las emisiones de carbono. El efecto Greta Thunberg surtió un impacto único. Más de 80 jóvenes de entre 16 y 19 años de todo el mundo llegaron a Madrid y se convirtieron en las voces más resonantes en contra de las decisiones de los líderes mundiales.
El evento se llevó a cabo en la Institución Ferial de Madrid (Ifema), un predio gigante con cientos de salones y salas de conferencias. Los primeros días, un grupo incipiente de WhatsApp con el nombre “COP 25 LAC”, por Latinoamérica y el Caribe, se formó in situ para empezar a conectar a los jóvenes latinoamericanos de todas las organizaciones, no sólo de Fridays for Future. En ese grupo de WhatsApp se incorporaron Sebastián y también Nicole Becker, una joven argentina de 18 años. Juntos, participaron en la elaboración de un documento que salió a la luz el 5 de diciembre. En el escrito de cinco carillas se desplegaban 15 ítems con pedidos concretos y urgentes como: el rechazo de políticas y prácticas que incentiven la continuidad de una economía basada en el carbono y otros recursos fósiles para el sostén energético; el rechazo a las prácticas extractivistas y de deterioro ambiental; la eliminación de las relaciones de opresión hacia pueblos originarios; la exigencia a la incorporación de la variable de género en el cambio climático; la incorporación de la juventud en el sistema político y el debate público; y, sobre todo, que las decisiones sobre políticas climáticas incluyan, respeten y protejan los derechos humanos.
Nicole estaba muy contenta con haber sido parte de la gestación de este comunicado. Así lo posteó en su cuenta personal de Instagram: “Cara de agotada pero feliz después de 3 días intensos en la #COP25. Junto a la juventud latinoamericana escribimos una declaración que se construyó en base a consenso y la presentamos hoy. Después hicimos una intervención contando distintas historias de defensores ambientales desaparecidos en la región. Esta COP no tiene que ver con crear un nuevo acuerdo que venga a traernos la solución […] Ahora estamos en la etapa de cerrar y reglamentar las últimas cosas para su efectiva implementación. Es hermoso conocer cada vez más gente alrededor del mundo que lucha por lo mismo, mis compañeres son pura inspiración #justiciaclimaticaya”.
Pero esa alegría se tiñó de un sabor amargo unos días después y por eso Nicole le escribió una carta a su movimiento, Fridays for Future, enojada. Un día antes de escribir esta carta estaba feliz junto a sus compañeros en una acción realizada en repudio a las medidas que se estaban tomando en la cop25. La acción consistía en una sentada en medio del salón principal del predio. Ese día, los mandatarios no habían incorporado la categoría “derechos humanos” en una de sus resoluciones. Para ellos, esto era inadmisible. Nicole seguía esta acción pero no podía desviar su mirada de Greta Thunberg, a menos de un metro. No podía creer que estuviera tan cerca. Apenas unos meses atrás, a finales de febrero de ese mismo año, estaba en su habitación en Buenos Aires, mirando Instagram, cuando apareció un video de la adolescente sueca llamando a la segunda marcha internacional por el cambio climático que se realizaría el 15 de marzo. ¿Cómo podía ser que gente de su misma edad, en Europa, se estuviera movilizando y en su país no hubiera nada semejante?, ¿o acaso existía y ella no lo conocía? Nicole se quedó toda esa semana investigando qué era el cambio climático. Hasta ese momento, no tenía idea, siquiera, de que existía ese concepto. Dos amigos del colegio —una escuela privada judía— con los que compartía un grupo de acción solidaria estaban organizando un encuentro de cara a la movilización. Nicole se enteró y quiso participar porque, además, eran todos varones. En 2015 había ido a la primera gran manifestación de Ni Una Menos, realizada en la Argentina contra los femicidios, y había sido parte de la gran marea de chicas que pernoctó en el Congreso en 2018 cuando se debatía el proyecto de ley para la legalización del aborto. Ésas habían sido las únicas dos marchas a las que había ido en su vida. Ya se consideraba feminista y creyó que tenía que ocupar también ese espacio de militancia por el clima. En la primera reunión, en la casa de Gastón, eran ocho.
—Tenemos que organizar la marcha que es en 15 días
—dijeron, sin tener idea de cómo conseguirían un micrófono, de cómo convocar a la gente ni de si había que acordar con la policía.
Lo primero que pensaron fue un nombre. Querían tender lazos con las organizaciones europeas, pero necesitaban construir una narrativa propia. No querían ser una traducción literal de Fridays for Future y así surgió, entre una larga lista, Jóvenes por el Clima. El principal objetivo era empezar a instalar la idea de que en Argentina también había jóvenes, al igual que en Europa, preocupados por el cambio climático y que exigían respuestas urgentes. En ese momento, escribieron un petitorio que pensaban entregarle al presidente de la Cámara de Diputados en donde exigían un proyecto de ley para declarar al país en estado de emergencia climática; que se cumpliera el Acuerdo de París —que establece medidas para la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero—; y, sobre todo, poner los temas ambientales en la agenda gubernamental y legislativa.
Nicole volvió a su casa y les contó a sus padres que en 15 días harían una marcha. Nunca antes habían oído que su hija hablara sobre el cambio climático, ¿y ahora organizaba una movilización? Pensaban que era un capricho del momento. Pero, cuando su hija comenzó a ser vegetariana, casi vegana, se compró una bicicleta, empezó a hacer composta en la casa y a reunirse con políticos de primera línea, entendieron que era en serio y no tuvieron otra opción que apoyarla.
Lo que siguió fue como un huracán: 15 días después de esa primera reunión, Nicole estaba parada en un escenario frente a cinco mil jóvenes como ella y era la encargada de leer el discurso ante la multitud junto a su compañero Bruno: “Si el presente es de lucha, el futuro es nuestro”, gritó y fue ovacionada. Ese mismo día, más de 1.4 millones de jóvenes de todo el mundo se manifestaron en 125 países y 2 083 ciudades.
“Quiénes son los jóvenes argentinos que marchan contra el cambio climático”, titulaba el portal de noticias Infobae, que además decía: “La urgencia por la acción frente al cambio climático hizo sonar varias alarmas durante 2018. El eco más fuerte llegó desde los jóvenes: en varios países de Europa, chicos de colegios secundarios se levantaron de sus bancos y se declararon en huelga para reclamar a los políticos por su futuro. El mensaje llegó a la Argentina: al menos tres grupos de adolescentes en Buenos Aires y otros en Tucumán, Mar del Plata, Paraná y Córdoba se sumarán a la convocatoria mundial para reclamar avances y políticas reales frente al fenómeno que amenaza al planeta”. “No hay un clima festivo, más bien prima la preocupación y el desasosiego. Son chicos, mayormente estudiantes secundarios, que quieren hacer explícito su malestar por la falta de respuestas de las autoridades en torno a empezar a pensar en el planeta”, dice un cronista del diario Clarín en la cobertura de esa marcha.
Luego de esta demostración, quien los convocó a su despacho fue un senador, Fernando “Pino” Solanas —fallecido el 7 de noviembre del 2020 por Covid, mientras ejercía su rol como embajador argentino ante la Unesco en París—, un hombre de 84 años con una vastísima trayectoria en materia ambiental, que había presentado durante seis años consecutivos un proyecto de ley para institucionalizar la lucha contra el cambio climático y declarar al país en emergencia climática y ecológica, pero no había siquiera logrado que la discusión ingresara al recinto. En esa reunión, Nicole y sus amigos dejaron boquiabierto al senador que estaba acostumbrado a recibir a muchísimos activistas ambientales.
—Fue algo que yo nunca había visto hasta ese entonces —dice Enrique Viale, histórico abogado ambientalista, entonces asesor del senador Solanas, que participó en esa reunión—. Estos jóvenes casi niños venían con un discurso muy novedoso, con ideas clarísimas que mezclaban ambientalismo con justicia social. No era un ambientalismo superficial. No venían con consignas como el veganismo, la separación de residuos o preservar especies en extinción. Se notaba que habían estudiado e investigado. Entendían la raíz de los problemas, hablaban de confrontar con los modelos de desarrollo. Y, sobre todo, dejaron en claro que ellos creían que la salida era colectiva. Me quedé tan impactado que les pregunté a qué escuela iban, pensando en la futura educación de mi hijo.
Para finalizar la reunión, le dijeron a Solanas que iban a trabajar para que ambos proyectos vieran la luz. Durante semanas, con la complicidad de los asesores del senador, después de clases, los chicos ingresaban al edificio y tocaban las puertas de los despachos de todos los senadores, algo que estaba prohibido. Pero eran conscientes de sus privilegios y los usaban a su favor. ¿Qué senador podía negarse a recibir a unos estudiantes de clase media porteña hablando sobre medio ambiente?
Un mes después, Solanas logró lo impensado: que el proyecto de ley se discutiera entre los senadores. Y lo que parecía imposible sucedió: en esa sesión se aprobó la ley y, además, se declaró al país en emergencia climática y ecológica, lo que significó posicionarlo simbólicamente en el debate mundial. Argentina se convirtió en el primer país latinoamericano en realizar esta declaración y el cuarto a nivel global: solo Irlanda, Canadá y Francia lo habían hecho. Tres meses después, el 20 de noviembre, llegó la media sanción que faltaba. La Cámara de Diputados aprobó la ley que proponía, entre los puntos más destacados, crear un Gabinete Nacional de Cambio Climático, cuya función sería la de articular en las distintas áreas de gobierno un “plan nacional de adaptación y mitigación al cambio climático”. Todo esto, gracias a Nicole y sus amigos. El festejo por el proyecto aprobado fue en un centro cultural entre los chicos y el senador. Pero Nicole tenía otra cosa que festejar: hacía un mes se había puesto de novia con Gastón, su compañero de Jóvenes por el Clima. Y, además, había decidido cambiarse de carrera. Después de un cuatrimestre de Psicología, se pasó a Derecho porque, si quería dedicarse a entender tratados internacionales en materia ambiental, tenía que saber de leyes. Todo en su vida estaba al servicio de su nuevo activismo.
Pero ahora, en Madrid, Nicole está escribiendo una carta. El día anterior supo, a través de la publicación oficial de la cop25, que sus compañeros de Fridays for Future harían una conferencia de prensa para hablar sobre las problemáticas del sur global y ni ella ni sus compañeros latinos estaban enterados. ¿Por qué nadie les había avisado?; ¿quién hablaría en la conferencia de prensa? En la reunión del grupo que le siguió a la conferencia, Nicole leyó la carta en voz alta, en inglés, llorando:
“Antes que nada, escribo esta carta porque realmente amo este movimiento y creo que estamos en un camino increíble, pero todavía tenemos mucho en lo que trabajar. Ayer, algunos de nosotros nos enteramos por las redes sociales de la conferencia de hoy. Pero nadie sabía quiénes iban a hablar ni cómo se tomó esa decisión. Todo fue una sorpresa. Y, cuando algo es una sorpresa, probablemente signifique que algunos fueron excluidos de esa decisión y ése es un precedente peligroso. Me siento una estúpida tratando de explicar por qué esto es importante para mí. Hubiera significado un hito importante en la agenda de mi país. Ésta era una oportunidad única, relevante, especialmente en el sur global. Me aterroriza replicar un mundo dentro de nuestro movimiento donde las decisiones aún las toma el norte global. El sur global ha marcado la agenda, ha revitalizado el movimiento en un escenario sociopolítico-económico cada vez más difícil y tenemos que ser parte del proceso de toma de decisiones. De lo contrario, podríamos terminar dando al sur global un lugar secundario, replicando la misma mierda que hacen las corporaciones contra las que luchamos. Es fundamental hacer un mejor trabajo organizativo con nuestra causa. Si no es antixenófobo, antirracista, feminista, con una perspectiva del sur global, va a terminar siendo violento como cualquier otra organización que, antes de nosotros, intentó levantar la voz y terminó siendo absorbida por el sistema”.
—Cuesta mucho que los países del sur global tomen decisiones dentro del movimiento. Los diagnósticos son distintos y, sobre todo, la responsabilidad histórica de la explotación de recursos naturales en Latinoamérica por parte de multinacionales europeas —reflexiona Nicole en septiembre del 2020, del otro lado de la pantalla, tres días después de haberse reunido personalmente con el presidente de la nación, Alberto Fernández, y a pocos días de rendir un examen para la facultad, para el cual no estudió absolutamente nada—. En Argentina, el movimiento de derechos humanos es histórico, así como también el de las reivindicaciones sociales. Nosotros consideramos que la crisis climática es una problemática totalmente social y una violación de derechos humanos que no requiere cambios que dependen de cada uno, sino medidas estructurales. Por eso hablamos de justicia climática y nos inscribimos en la genealogía de esas luchas que nos preceden.
***
Mientras que para Sebastián es la una de la tarde en Chile, para Sofía Hernández, de 22 años, son las 10 de la mañana en San José de Costa Rica. Es 16 de septiembre de 2020 y ambos están atentos al canal de YouTube de las comisiones de Relaciones Exteriores y Recursos Naturales de la Cámara de Diputados en Argentina. En minutos, Nicole Becker, con la que se hicieron amigos en Madrid en la cop25, está por exponer frente a diputadas y diputados para que se vote el acuerdo de Escazú: un pacto entre países de América Latina y el Caribe que tiene como objetivo garantizar el derecho de acceso a la información ambiental, la participación pública en el proceso de toma de decisiones ambientales y el acceso de justicia en materia ambiental.
En febrero de 2020, Nicole y Sebastián fueron parte de los cinco elegidos entre 58 jóvenes de Latinoamérica y el Caribe por la Cepal —el organismo dependiente de la Organización de las Naciones Unidas responsable de promover el desarrollo económico y social de la región— como champions de Escazú. Además de ellos dos están Kyara, de Costa Rica, Laura, de Colombia, y Nafesha, de San Vicente y las Granadinas. Fue una decisión estratégica del organismo de la onu elegir a estos jóvenes. El acuerdo de Escazú era un tratado que estaba en manos de organismos muy técnicos. Querían que se lo apropiara esta nueva generación de activistas. Para eso, tuvieron diversas capacitaciones y webinarios, incluso antes de que el mundo entero tuviera que adaptarse a la virtualidad total. Un entrenamiento que les sirvió para que, un mes después, todo el cabildeo que debía ser presencial se transformara en llamadas telefónicas a cualquier hora, reuniones por Zoom con legisladores, coordinación de equipos, comunicación con la prensa. Los chicos tienen dos grupos de WhatsApp: uno, exclusivo de los cinco, que se llama “Champions de Escazú”, y “26/08 #A1MesdeEscazú”, en el que participan 197 personas. Ya perdieron la cuenta de la cantidad de grupos de WhatsApp a los que pertenecen. Y también perdieron la cuenta de la cantidad de horas de sueño que no tuvieron. De ellos depende que sus países ratifiquen el acuerdo y están sobrepasados. El tiempo corre: el plazo es el 26 de septiembre.
Sofía no fue electa por su país, pero sí su compañera Kyara, con la que trabaja codo a codo. Son semanas decisivas. Para que el acuerdo entre en vigor, es necesario que lo ratifiquen o se adhieran 11 estados. Pero, por ahora, hay nueve: Antigua y Barbuda, Bolivia, Ecuador, Guyana, Nicaragua, Panamá, San Cristóbal y Nieves, San Vicente y las Granadinas y Uruguay. Y quedan apenas 10 días por delante.
Sofía también está sobrepasada, sin dormir y recuerda cuando, hace pocos meses, tuvo que llamar a su madre para decirle que no llegaría al cine como lo habían planeado: estaba en la Casa de Gobierno esperando a que la recibiera el presidente de la nación, Carlos Alvarado Quesada.
—Usted sí es bombeta —le dijo su madre del otro lado del teléfono.
“Bombeta” es una persona a la que le gusta estar en todas partes.
Esa tarde, la del 20 de septiembre de 2019, Sofía Hernández, una estudiante de Ciencias Políticas de la Universidad Nacional de Costa Rica, había decidido ir por primera vez a una movilización organizada por Fridays for Future por el cambio climático. Una compañera alemana que estaba de intercambio en su universidad le había contado sobre Greta Thunberg, de la que Sofía no había escuchado, aunque sabía de qué se trataba el cambio climático. Dos años antes, recién ingresada en la universidad, se había interesado mucho en una materia vinculada a derechos humanos. Y se dio cuenta de que ése era el campo en el que quería profundizar. En el marco de una investigación académica, se anotó como voluntaria en una casa de acogida para personas migrantes. Se sorprendió al ver que una de las razones de la migración eran cuestiones vinculadas al cambio climático, sobre todo en un área que corre paralela a la costa del Pacífico que se conoce como Corredor Seco Centroamericano, desde Chiapas, en México, hasta el occidente de Panamá. Una zona afectada por sequías e inundaciones con consecuencias devastadoras, como terrenos que quedan bajo el agua o que son directamente inhabitables, lo que pone en peligro el derecho de acceso a la alimentación.
Judith, una compañera de la carrera, era la incipiente líder de Fridays for Future Costa Rica. Cuando se tomaron el bus para ir juntas a movilización, Judith le dijo que había recibido un mensaje de un asesor del presidente de la nación, que le avisaba que los quería recibir. Judith le dijo que sería muy bueno que en ese encuentro estuviera alguien con su bagaje teórico. Sofía dijo que sí y, unas horas después, el presidente Alvarado Quesada y varios de sus ministros tomarían nota de sus propuestas: les pidieron que les reiterara su posición sobre ciertos proyectos como, por ejemplo, la minería a cielo abierto, que se había declarado como práctica ilegal pero que se desarrollaba de manera flagrante, o la pesca de arrastre. Pero, sobre todo, sostuvieron la necesidad de incluir juventudes en espacios de toma de decisiones a nivel nacional e internacional.
El 26 de septiembre de 2020, el día en que vencía el plazo para que los países votaran si adherirse o no al acuerdo de Escazú, Argentina se adhirió, pero Chile y Costa Rica no.
—Costa Rica es un buen chiste —escribe Sofía a través de un mensaje de WhatsApp—. ¡El lindo país de democracia ambiental! ¡Woohoo! El año pasado recibimos el máximo galardón ambiental de la onu por nuestro “liderazgo” en la lucha contra el cambio climático. Pero a nivel nacional, el presidente habla de pesca de arrastre “sostenible” y el Congreso habla de minería y explotación petrolera.
—Creo que existe un profundo desinterés por parte del gobierno de Chile de escuchar realmente a la ciudadanía y llevar a la práctica aquellas transformaciones sociales y ambientales que tanto Chile y la región latinoamericana necesitamos para poder sobrevivir —dice Sebastián a través de un audio de WhatsApp, con una voz quebrada—. Los jóvenes hemos sido engañados.
Sebastián tuvo que ponerse al día en la universidad después de faltar a clases durante casi un mes. Cuando por fin logró retomar el curso, una docente mencionó la importancia del contenido que ella estaba enseñando para comunicar de qué tratan los acuerdos ambientales internacionales.
—Lo sentí como una indirecta por mi vuelta a sus clases. Luego de eso, me escribió personalmente al correo para preguntarme por mi desempeño en el curso. Asumí que había descuidado un poco los estudios y me comprometí a ponerme al día —dice Sebastián, avergonzado.
***
En uno de los viajes a la costa de México, mientras buceaba en el mar Caribe con su instructor, Pamela Elizarrarás Acitores encontró más plásticos que animales. En la arena vio colillas de cigarrillos y entonces enfrentó a su instructor. Lo había visto fumando y creía que las colillas con las que se topaba eran de él. El instructor quedó desorientado, pero cuando Pamela volvió a su casa empezó a investigar sobre el reciclaje y el plástico. Como dibujaba muy bien, confeccionó pequeñas estampas sobre el impacto contaminante del material. Empezó una campaña activa entre los miembros de su familia y, con la complicidad de su prima, golpeó la puerta de cada restaurante o pequeño puesto de comida para pedir que no dieran más sorbetes de plástico.
—Me acuerdo de eso y me da ternura. Regañaba a todo el mundo por usar popotes de plástico y hoy creo que aunque es importante no es el camino. Es un problema del sistema, no es algo individual —cuenta.
Cuando terminó la secundaria, consiguió una beca para trasladarse a Nueva York. Y apenas se mudó, Donald Trump llegó a la Casa Blanca. La universidad decretó duelo y hubo asistencia psicológica para docentes y alumnos que lo necesitaran; sobre todo, para los mexicanos que todavía recordaban aquel tuit del entonces candidato republicano: “La gente que nos envía México no es de lo mejor, están enviando gente que tiene muchos problemas […] traen droga, son violadores, y algunos, supongo, serán gente buena, pero yo hablo con gentes de la frontera y me cuentan lo que hay”. Su madre asistió a la charla del español Grian Cutanda, uno de los líderes de un incipiente grupo llamado Extinction Rebellion: un colectivo de resistencia no violento, cuyo objetivo es interpelar a los gobiernos para minimizar la extinción masiva y el calentamiento global. Apenas volvió de esa charla, llamó a su hija y le contó lo que había escuchado. Sabía que le iba a interesar. Así fue que Pamela se contactó con la célula de ese grupo en Nueva York. La citaron a una primera reunión pero, para su sorpresa, todos la doblaban en edad. La invitaron a un par de acciones que realizarían las semanas siguientes y no se sintió cómoda. Pocos días después, el 20 de septiembre de 2019, llegaba Greta Thunberg a Nueva York para participar en la Asamblea de Acción Climática de la onu. Se estaba organizando una marcha que contaría con su presencia y Pamela fue. Cuando salió del metro esa tarde con su cámara de fotos, encontró que cientos de miles de personas de su edad se manifestaban pacíficamente contra el cambio climático. Sintió que había encontrado su lugar. Fotografió esa movilización, que también se convirtió en su bautismo de fuego.
Ahora, enumera las demandas del movimiento Extinction Rebellion México, del que ella es parte, punto por punto, como una lista de supermercado:
1. Decir la verdad. Los gobiernos deben decir la verdad y declarar la emergencia climática y ecológica.
2. Los gobiernos deben detener la pérdida de biodiversidad y reducir las emisiones de gases de efecto invernadero a cero neto para 2025.
3. Una transición justa, dando prioridad a lxs más vulnerables para crear un planeta vivible y justo para todxs.
4. Beyond politics: que los gobiernos sean dirigidos por las decisiones de una asamblea de ciudadanos sobre clima y justicia ecológica.
—Las demandas específicas en México son que los gobiernos nos digan la verdad sobre la crisis ecológica. Y exigimos cero emisiones, completamente erradicadas para el 2025. La única salida que tenemos para la pandemia, los incendios, la destrucción de los ecosistemas, la pérdida de biodiversidad y muchos otros problemas es a través de la colectividad. Esto recién comienza.
En El colapso ecológico ya llegó, Viale y Svampa se preguntan: “¿Se trata de un movimiento de movimientos o estamos ante la emergencia de la sociedad en movimiento, comparable a la potencia femenina que vislumbramos cada vez que se movilizan los poderosos colectivos de mujeres contra el patriarcado y la violencia de género?”. Y responden, a modo de reflexión: “El movimiento por la justicia climática es hijo de los movimientos pacifistas y ecologistas de los años ochenta, sobre todo de los más recientes y más comprometidos en la lucha contra todo tipo de desigualdad y contra las diversas formas de dominación neocolonial, racista y patriarcal. Es hijo de las luchas del Sur contra el extractivismo y de las masivas movilizaciones feministas que recorren el mundo”.
El 25 de septiembre del 2020, Greta Thunberg volvió a las calles de Estocolmo en la primera manifestación que se hizo de manera presencial en medio de la pandemia de Covid-19 y en el marco del Día Global de Acción por el Clima. Separadas por dos metros de distancia, no más de 20 personas se pararon frente al parlamento sueco. Ese mismo día, en otros países de Europa también hubo movilizaciones. Pero en América Latina, ahora señalada como el epicentro de la pandemia, los jóvenes no llamaron a movilizarse en las calles. Prefirieron hacerlo de manera virtual en una campaña conjunta bajo la consigna “Latinoamérica en llamas”.
Un video con música de la banda Calle 13 se replicó en todas las cuentas de Instagram. En la publicación se puede leer: “América Latina está en llamas. Al borde del colapso. En Argentina se quemaron 175 mil hectáreas en lo que va del año. En el Amazonas se detectaron más de 65 mil focos de incendios. Mientras tanto, en México los incendios forestales afectaron una superficie mayor a 300 mil hectáreas. El fuego arrasa vastos territorios latinoamericanos y la biodiversidad regional no es la única afectada por las llamas, sino que también está en juego la salud humana. Como juventud tenemos que levantar la bandera del ambientalismo para defender nuestro presente y para garantizarnos un futuro. Ya no podemos mirar para otro lado. ¿Qué estamos esperando para activar y frenar este caos?”.
No items found.