La cacería del hombre lobo. Retrato de un hombre criado por animales.

La cacería del hombre lobo

Cuando tenía siete años, Marcos Rodríguez Pantoja fue vendido por su familia a un ganadero que necesitaba un pastor de ovejas. Un día el hombre que se encargaba de cuidarlo lo abandonó en una cueva. Marcos se refugió con una manada de lobos y vivió con ellos 12 años.

Tiempo de lectura: 18 minutos

¿Es él? Un hombre mayor, aires de dandy, está parado en la primera curva de la aldea gallega de Rante, con las manos en los bolsillos, erguido, grave. Viste sombrero tirolés, chaqueta debajo del chaquetón azul oscuro, camisa color coral abotonada hasta el cuello y zapatos forrados con pelo de conejo. Con mirada distante sigue el paso del automóvil al que ha estado esperando. Lourdes Plaza, una mujer que es su amiga y que conduce el automóvil, dice:

–—Es Marcos.

¿Éste es el que creció con los animales de la sierra y fue animal él mismo?

Hace 49 años, en 1965, un vigilante de los cotos de unos marqueses en la Sierra Morena —–una cordillera que recorre Andalucía y Castilla-La Mancha–— avizoró con largavistas a un hombre con el pelo largo hasta la cintura, que iba vestido con pieles de ciervo, y dio parte a la Guardia Civil. Al día siguiente, mientras ese hombre comía madroños, como lo había hecho desde los siete y durante los últimos 12 años, llegaron tres uniformados a caballo, le dijeron buenas tardes y él no supo responder. Intentó defenderse con el cuchillo con el que apuñalaba ciervos, desollaba conejos y desconchaba los troncos de los alcornoques para hacerse zapatos de corcho, pero los guardias lo ataron de manos, lo esposaron: le dieron caza. En los pies le habían crecido callos de cuatro centímetros. Tenía 19 años y apenas hablaba. Sabía balar, bramar, berrear, graznar, ulular, gruñir, bufar, pero había olvidado las palabras. Lo último que hizo cuando lo capturaron fue aullar. Los lobos, a quienes tenía por amigos, aullaron en respuesta.

Los guardias lo llevaron primero a la barbería del pueblo de Fuencaliente, y el hombre se le echó encima al barbero porque creyó que lo iba a matar con la navaja.

–—¡El Hombre de la Sierra! ¡El Hombre de la Sierra! —–reían los vecinos del pueblo cuando lo vieron.

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