Las banderas no responden: veteranos deportados de Estados Unidos

Las banderas no responden: veteranos deportados de Estados Unidos

Las suyas son historias paralelas: Todos migraron a Estados Unidos cuando eran niños, se alistaron a las fuerzas armadas y a todos los desterraron como consecuencia del rumbo que las leyes migratorias tomaron. Hasta hoy el gobierno estadounidense ha deportado a cientos de veteranos de la armada. En Tijuana, un grupo de soldados de origen mexicano espera un indulto para poder volver.

Tiempo de lectura: 25 minutos

 

En una noche cerrada, soplaba una brisa fría en Playas de Tijuana. Felipe, un soldador itinerante que desde su deportación se gana la vida haciendo arreglos y talachas, daba sorbos a una cerveza tibia. Recuerdo el momento en que interrumpió su historia para señalar unas luces que flotaban más allá de la frontera, sobrevolando la bahía de San Diego hasta perderse en la oscuridad del mar.

—La gente piensa que ésas son patrullas aéreas de la migra. Pero les digo que no: ésos son helicópteros antisubmarinos de la Navy —dijo con orgullo amargo. Felipe, hombre cincuentón de aspecto desgarbado, era y es veterano de la Marina de Estados Unidos. Viéndolo hoy, cuesta imaginarlo de 19 años, a bordo de la fragata USS George Philip en su patrulla inaugural a Pearl Harbor, mirando con avidez primeriza el espejo del mar. Hace treinta años de aquello.

Conversamos acompañados por el rumor desbocado de ese mar en el que él nadaba cuando niño, antes de que sus padres se lo llevaran al Otro Lado.

—¿Nunca has mirado una película que se llama Full Metal Jacket? —me preguntó de pronto. A mi mente vino la única escena que conozco de esa película:

“—¡Soy el sargento Hartman y soy su instructor! A partir de hoy sólo hablarán cuando yo les hable y la primera palabra que vomiten siempre será: ‘¡Señor!’ ¿Entendido, gusanos?

—¡Señor, sí señor!

—¡Mierda! No los escucho, hablen como si los tuvieran bien puestos.

—¡Señor, sí señor!

—Si consiguen salir de aquí, si sobreviven al entrenamiento, serán armas mortales, embajadores de la muerte rogando por combatir. Pero hasta que llegue ese día ¡serán puro vómito, la forma de vida más simple sobre la tierra, pedazos desorganizados de mierda anfibia! Porque soy duro, no van a quererme. Pero mientras más me odien, más entenderán: ¡soy duro pero soy justo! Aquí no hay discriminación racial, no tengo nada contra los putos negros, judíos, italianos y mexicanos de mierda. ¡Aquí son todos igual de inútiles! Y mis órdenes son expulsar a todos los idiotas que no tengan los huevos para estar en los Marines! ¿Entendido, gusanos?

—¡Señor, sí señor!”

—Te la recomiendo, cabrón. Esa película es un perfecto ejemplo de todo lo que te estoy contando —dijo y su voz se aceleró, animada por los recuerdos de la Marina—. Si pudiera, me regresaba en caliente —resumió con un chasquido de dedos.

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