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Cómo comprar un niño futbolista

El mánager de Diego Maradona, Guillermo Coppola, da los mejores consejos de cómo comprar a un «niño futbolista».

Tiempo de lectura: 7 minutos

—¡Bienvenido a casa! —dice Guillermo Coppola nada más abrirse la puerta del pequeño ascensor. El departamento es amplio y está ambientado según indicaban las revistas de decoración de los años noventa. Ocupa todo el décimo piso de un edificio de la Avenida Libertador, la más cara de Buenos Aires, y por las ventanas se pueden ver el Río de la Plata y las luces de algunos barcos que navegan de noche.

Guillermo Coppola se dio a conocer cuando era el representante de Maradona, a quien acompañó en los momentos más altos de su carrera y también en sus peores días; estuvo con Diego en Cuba cuatro años, mientras el ex jugador permanecía internado para seguir un tratamiento contra la drogadicción. Dice que no tiene nada que ocultar, y lo dice con los brazos extendidos, como se pone uno después de pasar por el detector de metales del aeropuerto.

Me enseña su casa, donde abundan las fotos con marcos de plata, los sillones de cuero y las alfombras de vaca. Me muestra su célebre jarrón, donde supuestamente escondía droga y por culpa del cual pasó una temporada en la cárcel cuando aún era representante del futbolista más mediático de la historia.

Antes de venir le he dicho que quiero comprar un jugador, que ya le he echado el ojo a algunos y que quiero aprender de su experiencia en el manejo de futbolistas y en la negociación de contratos. Se lo ve contento. Camina con un celular en cada mano, y el de la mano derecha es de color rojo. Más que hablar, grita. Me muestra una foto de su hija más pequeña, la de cuatro años, la que ha tenido con su última mujer. Su nueva esposa, cuenta risueño, es más joven que su hija mayor.

Nos sentamos en un living muy iluminado; parece un plató de televisión. Me dice que estamos en confianza, que hablemos de todo, que el negocio del fútbol es hermoso, que él ya estuvo trabajando con el más grande de todos, con Maradona, pero que le gusta ayudar y asesorar a los novatos. Mientras habla va moviendo los brazos y los dedos exageradamente, como un mal actor. Todo en su charla es grandilocuente, aunque sólo se esté refiriendo al clima de Buenos Aires o a la chaqueta que no ha podido ir a buscar a la tintorería. Pero basta que le pregunte si se considera mánager, agente, representante, para que me transforme en el único espectador de su monólogo del jueves por la tarde-noche:

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