Cada tanto volteaba buscando algo fuera de lugar, pero todo estaba en su sitio. Disminuí la cadencia de los pasos, miré hacia los costados, me detuve y fingí acordonarme los zapatos. Cuando un arbusto se me cruzó en el camino y era lo suficientemente grande para esconder a alguien, bajé de la acera y seguí por la calle. Observé el conductor y la chapa de cada auto que pasó por mi lado. Supe, por primera vez, lo que era caminar con temor. Nunca antes lo había experimentado. El vértigo que produce la inseguridad no había asomado por mi piel jamás, esa sensación de vulnerabilidad, de que todo puede romperse en cualquier instante.Si algo tenía este país era eso: la capacidad de hacerte sentir seguro siempre, en cualquier circunstancia, en el lugar más recóndito e inhóspito.Todo era tan normal, tan como todos los días, que la quietud me resultó sospechosa y me hizo pensar que la coincidencia era un montaje. Todo puesto con la mano, cada persona que caminaba, cada auto estacionado, cada calle a oscuras, fichas todas de un performance que me llevarían a una trampa. Era ese instante en La Habana en que cae la noche y todo se vuelve un agujero negro. Transcurría ese lapso de tiempo en que la ciudad deja de gritar y se torna un susurro.De pronto, las sombras me empezaron a poner nervioso. Primero un gato me pasó por delante como un rayo, luego me detuve y dejé que avanzaran dos hombres que caminaban unos metros por detrás de mí. Un gesto excesivamente brusco que seguramente notaron y del que se deben haber burlado. Los veintidós minutos, que demoro del gimnasio a casa de mi novia, fueron una eternidad.Cuatro horas antes, un par de amigos me avisaron de que la Seguridad del Estado había secuestrado a un activista LGBTI. Supe al instante que era el comienzo de una cacería de brujas. El motivo: participar en una marcha por los derechos de esta comunidad en Cuba. Una manifestación pacífica que se gestó sin la avenencia del Estado, un hecho histórico en los últimos sesenta años de la isla.[caption id="attachment_236153" align="aligncenter" width="620"]
Cortesía de Abraham Jiménez Enoa[/caption]
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De 1959 a la fecha, en Cuba no han quedado cabos sueltos. Esa ha sido la política a seguir de los gobernantes. Nada puede andar por su cuenta, todo debe estar dentro de lo normado, lo independiente no tiene cabida, es un peligro, las libertades clausuradas bajo un manojo de llaves. Es por ello que cada movimiento que se produzca en el país tiene que contar con la previa autorización del Estado y ningún ciudadano puede actuar por su cuenta sin ese beneplácito.La comunidad LGBTI es un buen ejemplo para demostrarlo. Después de ser fustigada por décadas producto de la homofobia de Fidel Castro y los machos cabríos que bajaron de la Sierra Maestra, para existir, la mayoría de sus activistas tuvieron que desenvolverse bajo la ordenanza estatal, depender de ella. De 1965 a 1968 fueron encerrados en la provincia de Camagüey en campos de concentración donde los obligaban a trabajar en la agricultura junto a delincuentes, prostitutas, proxenetas y artistas, que el régimen consideraba desafectos de su gobierno por reproducir conductas importadas desde el exterior –tener el pelo largo, escuchar música anglófona, etc–. Los homosexuales, los años siguientes de la revolución, siguieron discriminados y fueron expulsados de las filas de organizaciones, de centros laborales, de universidades. Muchos de los intelectuales orgánicos que conforman los escuadrones de la vanguardia artística de la isla, que se jactan de entregar y recibir condecoraciones y reconocimientos del Estado en actos públicos en la actualidad, en su momento, padecieron la ignominia cuando el régimen los confinó a rellenar papeles burocráticos en la soledad de los sótanos oscuros de instituciones insignificantes. Miguel Barnet, Antón Arrufat, son algunos de esos personajes que aceptaron, con el paso del tiempo, el perdón de la revolución a cambio de disfrutar las gratuidades que ofrece ser un soldado del apparatchik político cubano.El propio Estado que los quiso aniquilar, hoy los amamanta. La revolución le encomendó el cuidado de la comunidad LGBTI al Centro Nacional de Educación Sexual (CENESEX), una institución del Ministerio de Salud Pública que dirige Mariela Castro, hija del ex presidente Raúl Castro. Sería injusto negar todo lo que ha hecho el CENESEX desde su fundación en 1989 en pos de garantizar los derechos de esa comunidad, pero habría que ser un tonto también para no aceptar que lo alcanzado por Mariela es gracias a su apellido. En realidad, los avances son bien pocos. Si el CENESEX no estuviera en la obligación de contar, para su quehacer, con la anuencia del ala más ortodoxa del gobierno y de la generación histórica del Partido Comunista (PCC), la comunidad LGBTI tuviera un mayor respaldo social.Doce años atrás, cada mes de mayo, comenzó a celebrarse en Cuba el día internacional contra la homofobia y la transfobia. Para educar a la sociedad, en ese marco, el CENESEX organiza durante una semana desde eventos teóricos hasta galas culturales dedicadas a instruir a la población. El plato fuerte de las jornadas es una conga, donde los miembros de la comunidad asaltan el espacio público y bailan al compás del sonido de los tambores. Probablemente, es ese el único momento durante todo el año en que muchas de las personas LGBTI en Cuba pueden desamarrarse de los enjuiciamientos sociales y así, mientras contonean sus caderas en plena arteria pública, expresan la felicidad de poder mostrarse libres.Este año la conga fue cancelada para sorpresa de la comunidad. El centro que dirige la hija de Raúl Castro emitió un comunicado oficial en el que declaró que la cancelación obedecía a “a la incertidumbre actual que está experimentando el país” y a “las nuevas tensiones en el contexto internacional y regional”. Una declaración vacía y absurda que indignó a la inmensa mayoría de los activistas. La suspensión llegó unos pocos meses después de que el gobierno, tras las presiones de la iglesia y el sector más radical del partido comunista, retirara del proyecto de constitución el artículo que oficializaba la aceptación del matrimonio igualitario en la isla.Los hechos parecían devolvernos al pasado más triste de la nación. La comunidad temió por sus derechos.[caption id="attachment_236152" align="aligncenter" width="620"]
Cortesía de Abraham Jiménez Enoa[/caption]
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Los activistas LGBTI no afiliados al CENESEX decidieron no dejarse robar su conga. En las redes sociales se aglutinaron y de ahí saltaron a la calle. Escogieron el céntrico parque central de La Habana Vieja como punto de encuentro el sábado 11 de mayo. La hora estimada: 4 pm. La idea era recorrer toda la avenida del Paseo del Prado ondeando las banderas del orgullo gay.En las primeras horas de ese día, la Seguridad del Estado secuestró y encarceló a varios de los principales rostros del activismo, amedrentó con amenazas a familiares de otros para que no acudieran a la marcha y llenó los alrededores del parque con policías uniformados y policías disfrazados de civiles. No obstante, unas doscientas personas lograron llegar hasta las inmediaciones del lugar a la hora acordada.Cuando llegué, percibí que la tensión les recorría el cuerpo. El temor y la incertidumbre prevalecían. No sólo había activistas LGBTI, artistas como Haydeé Milanés y Laura de la Uz quisieron solidarizarse con la causa junto a miembros de la sociedad civil. Poco a poco el nerviosismo fue desapareciendo. Los minutos fueron convirtiendo el miedo en regocijo. Cuando los presentes se percataron de que lo habían logrado, que por pura y espontánea voluntad habían hecho caso omiso al Estado para reclamar sus derechos, las sonrisas y abrazos comenzaron a brotar.De 1959 a la fecha solo unos pocos cubanos han osado salir a las calles a manifestarse en contra del establishment para reclamar los muchos derechos ciudadanos que la dictadura les niega. Un par de disidentes connotados y alguna que otra organización de la oposición como “Las damas de blanco” son los únicos que lo han intentado. En todos los casos, los protestantes terminaron apaleados y tras las rejas de algún calabozo. Si a algo le ha temido la dictadura cubana en sus sesenta años de existencia, es a los emplazamientos públicos. Por ello, su violenta reacción a quien los organice.A pesar de que la marcha fue sitiada por los miembros de la Seguridad del Estado, los primeros instantes fueron tranquilos. El prado habanero se tiñó de colores, las parejas gays y trans se besaron, los activistas gritaron: “Sí se puede”, “Cuba diversa”. Pero los policías disfrazados estaban infiltrados en el corazón de la manifestación y filmaban y le hacían fotos a los asistentes.Uno de ellos no se nos despegó, ni a mí, ni a Mario Luis Reyes, ambos periodistas de El Estornudo. Estuvo siempre delante de nosotros apuntándonos con su smartphone. No se escondió, no tomó precauciones para no hacer evidente su persecución. Lo perdí de vista a la altura de la séptima cuadra, justo cuando el noble reclamo llegó a su fin.A metros del malecón de La Habana, varios representantes de la policía detuvieron la marcha. Se plantaron delante y dijeron que hasta ahí llegaba la manifestación, que bastante benevolentes habían sido con dejarnos avanzar todo lo que habíamos caminado, pero que ya, que el jueguito a la democracia había culminado. Hinchados por los instantes de libertad que acababan de experimentar y olvidando por un momento el país dónde estaban, varios activistas decidieron continuar la marcha. El caos llegó: la Seguridad del Estado y los policías perdieron los estribos y a golpes reprimieron a todos aquellos que no quisieron acatar la orden de dar un paso atrás. Cuatro personas fueron detenidas y trasladadas a calabozos después de ser embestidas a piñazos y empujones. Mujeres rodaron por el piso. A lo lejos, volví a encontrar con la vista a quien nos filmaba. El hombre repartía golpes. Segundos después, un mastodonte se prendió de mi garganta para exigirme que me retirara del lugar.[caption id="attachment_236151" align="aligncenter" width="620"]
Cortesía de Abraham Jiménez Enoa[/caption]
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Roberto Ramos tatuaba como todos los días en “La Marca”, el estudio-taller de La Habana Vieja. Afuera te buscan, le dijeron. Dejó lo que estaba haciendo y salió a ver quién lo requería. Dos desconocidos se le acercaron. Sin hablar, le escanearon su cuerpo flaco, sus tatuajes, la ropa desvencijada, el pelo largo. Queremos tatuarnos, indicaron. Roberto sospechó de la situación: los hombres vestían con sobriedad, no tenían tatuajes y estaban demasiados serios. Pasen al estudio, les respondió. Los desconocidos se negaron y mostraron el real interés de la visita: venían por él, eran de la Seguridad del Estado.Dos días después de la marcha, sabiéndose perdedor ante la opinión pública, el gobierno salió en busca de los supuestos cabecillas que habían organizado la protesta. Como Roberto, varios activistas comenzaron a ser conducidos a estaciones policiales para ser interrogados. La cacería de brujas duró 48 horas. El modus operandi de las detenciones se repitió en cada uno de los casos. El gobierno tenía que encontrar un culpable. Un inexistente culpable: la marcha nació de un descontento popular.No solo persiguieron a los activistas LGBTI. Mario Luis Reyes, por ejemplo, tuvo posado frente a su casa a un policía y en un momento que salió de ella, se topó con el hombre que nos filmó durante toda la marcha. Nada le ocurrió, pero evidentemente estuvieron tanteando sus movimientos.Asumir la impotencia de que en cualquier momento pueden venir por ti y no podrás hacer nada, declararte endeble, indefenso ante el Estado, significa que la batalla, por el momento, está perdida. La dictadura comenzó a quebrarte cuando descubres que, en estos casos, lo único que está en tus manos, es estar pendiente de tu móvil para cuando te enteres de que a tu amigo se lo han llevado, puedas salir corriendo a las redes sociales y despachar toda la rabia que tienes contenida en la garganta en un intrascendente post.Si en Cuba empezamos a caminar con los ojos en la nuca, es que ya, también, nos fuimos a la mierda.
Abraham Jiménez Enoa es periodista. En 2016 fundó junto a varios amigos El Estornudo, la primera revista digital de periodismo narrativo hecha desde Cuba. Hoy, tras volverse incómoda al régimen, ya no puede leerse desde la isla pero sigue adelante a modo de guerrilla internacional, con colaboradores en varias partes de Cuba y del mundo. Por decisión del Ministerio del Interior, Abraham tiene prohibido salir del país hasta el año 2021 y escribe desde su isla para medios de varios países a pesar de su lento y costoso servicio de internet.