Melanie Smith: caos contra ruinas

Melanie Smith: caos contra ruinas

Melanie Smith, artista de origen inglés, representa a México en la Bienal de Venecia de 2011.

Tiempo de lectura: 21 minutos

La plasta de color rosa eléctrico esparcida en el suelo tardó pocos segundos en recuperar su forma original: una pequeña pelota gelatinosa made in China, con rabo, ojos y orejas de puerco. A unos metros del Canal de San Marcos, el comerciante originario de Bangladesh volvió a lanzar con timidez la bola de látex contra un cuadrado de cartón colocado sobre la calle. Junto a él, como una marea, los turistas se afanaban por captar la típica fotografía del Puente de los Suspiros y trataban, en vano, de cerrar el encuadre de sus cámaras, para que no se viera que la restauración lo había suspendido en un envoltorio publicitario de nubes cursis.

El vendedor ilegal, habitante fijo de Venecia, no aparecía en ninguna foto. También era invisible para la mirada educada de una segunda marea que colmaba la ciudad durante esos días: críticos de arte, artistas, promotores culturales, prensa especializada y curadores de todas las nacionalidades que transitaban por delante de su pequeño espacio pirata. Era miércoles primero de junio de 2011, día inicial de las tres jornadas de la exclusiva vernice —o inauguración—, de la 54 Bienal de Venecia. Todos corrían a los Giardini, el parque donde están cerca de treinta pabellones nacionales, para ver lo que cada país había mandado, o iban a mirar la muestra «ILLUMIinations», curada por la historiadora del arte suiza Bice Cugier, en el antiguo Arsenal, el depósito de armas de la ciudad, que desde hace tiempo se usa como lugar de exposiciones.

Bajo la misma atmósfera vaporosa de verano adelantado, a unos pasos del vendedor ilegal resaltaba un elemento intruso, discordante, inútil: frente a la fachada bizantina de la Basílica de San Marcos, dos hombres abandonaron un enorme paquete color rosa mexicano. A diferencia del comerciante bengalí —invisible a los ojos de la autoridad y de los turistas, pero igualmente discrepante—, el cachivache entorpeció el paso, opacó las fotografías de un grupo de japoneses y generó caos e inquietud. Un poliziotto se acercó con sigilo, sin perder el talante italiano. Buscaba a los dueños. ¿Sería una bomba? Francisco y Erik —mexicanos, vecinos de Venecia desde hace años y estudiantes de arte— habían cargado la cosa rosa hasta San Marcos, y le explicaron que era una acción ideada por Melanie Smith (Poole, Inglaterra, 1965), la artista del pabellón de México, que estaba a unos pasos de allí.

El policía movía la mano con los dedos unidos por las yemas. Decía en italiano que debían llevarse esa cosa de la plaza y preguntaba Ma, che cosa c’è dentro? [¿Qué hay dentro? ¿Qué es?]
—No sabemos —dijeron los mexicanos.

Un mes antes, los nubarrones en la ciudad de México amenazaban tormenta. El estudio de Melanie Smith en la colonia San Pedro de los Pinos se veía vacío, dominado por una pequeña tetera en la cocineta que reflejaba la luz verde de mayo proveniente del jardín trasero. Su trabajo se había ido a Venecia unos días antes, y la artista partiría a Italia acompañada por el curador José Luis Barrios, Rafael Ortega —su marido, coautor de tres obras fílmicas— y el resto del equipo mexicano —Edwin Culp, Alejandra Labastida, Luis Felipe Canudas—, para iniciar el montaje en el pabellón. Le provocaba inquietud saber que ella encarnaba la tercera participación oficial consecutiva de México en la Bienal de Venecia, y que sería el punto de mira no sólo del gran público, sino de muchos críticos pendientes de lo que presentaría el país en medio de un momento álgido de transformación social y de violencia.

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