10 reportajes para entender el problema del narcotráfico en México

10 reportajes para entender el problema del narcotráfico

Una selección de nuestros mejores textos sobre la crisis que enfrenta México: el narcotráfico. Un mal al que ninguno de los últimos tres gobiernos ha sabido hacer frente a través de su estrategia de seguridad.

Tiempo de lectura: 10 minutos

Para combatir un problema como éste, hay que intentar comprenderlo. Es por eso que preparamos esta lista con 10 de nuestros mejores reportajes sobre el narcotráfico en México.

¿Quiénes son los herederos de Joaquín Guzmán Loera, el Chapo?

«La calurosa tarde del 4 de febrero de 2017 transcurre en completa calma en Imala, una población cercana a Culiacán, Sinaloa. El estado es célebre por ser la cuna de algunos de los narcotraficantes más temibles y poderosos de México: Rafael Caro Quintero, Ernesto Fonseca Carrillo, Amado Carrillo Fuentes, Arturo Beltrán Leyva, Ismael Zambada García, y, desde luego, el más conocido de todos: Joaquín Archivaldo Guzmán Loera, alias el Chapo, líder del Cartel de Sinaloa, una empresa criminal considerada por las autoridades de Estados Unidos como la “más grande y prolífica organización de tráfico de drogas del mundo”.

Son precisamente sus hijos Iván Archivaldo Guzmán Salazar, de 36 años, y Jesús Alfredo, de 30, mejor conocidos en Sinaloa como los Chapitos, quienes viajan en la camioneta blindada escoltada por el convoy que irrumpe en la quietud del pequeño poblado popular por sus aguas termales y arquitectura colonial», escribe Anabel Hernández.

Tras su mediático juicio, en el que se le encontró culpable de todos los cargos que se le imputaron, entre ellos, la conspiración internacional para la fabricación y distribución de cocaína, heroína, metanfetamina y marihuana, ¿Quiénes son los herederos de su negocio? ¿Son sus hijos o alguno de sus más cercanos colaboradores?

En este texto, la periodista Anabel Hernández intenta responder esas preguntas.

Entrevista con un Zeta

«En marzo de 2013 estuvo en Monterrey Jon Lee Anderson, un periodista que vive con el fuego dentro. Lo llevé a que conociera parte de nuestra zona de sombras, donde habló con algunas de las fuentes que he cultivado. Vimos personajes de todo tipo. Desde los más encumbrados y oscuros amos de la región hasta este joven marcado por la última letra del abecedario. Con el joven soldado, la conversación se alargó. Un par de cámaras grababan a un zeta que contaba de combates en Nuevo León, Coahuila y Tamaulipas a un periodista que se sorprendía con lo que oía, pese a que ha estado en la primera línea de las guerras más importantes del mundo actual.

Se han publicado muchas entrevistas con sicarios mexicanos, gente que mata por contrato o bajo las órdenes permanentes de un capo. Hay tantas que hasta podrían declararse ya un género periodístico en sí mismo. Lo que no hay hasta ahora es una entrevista con un miembro de los Zetas. Un soldado de la guerra del narco es un personaje inusual en la narrativa de lo que ha sucedido en estos años. Esta historia trata de un joven al que enseñaron a disparar, lo envolvieron en una mínima disciplina militar y lo pusieron a trabajar cuidando territorios junto a otros soldados como él. No es un sicario. No en el sentido “tradicional”: es un testigo sobreviviente de la guerra que ha vivido una región de México que, a diferencia de Tijuana, Sinaloa o Ciudad Juárez, produce escasos testimonios directos.

Aquí se contará una parte del encuentro que organicé para que Jon Lee Anderson, una especie de cosmopolita de las guerras, conversara con el participante de una de las guerras más desconocidas del mundo»,  escribe Diego Enrique Osorno en la introducción a esta entrevista.

Carta desde La Laguna

«Desde que los Zetas y el cártel de Sinaloa entraron en guerra, en 2005, las ciudades de Gómez Palacio, Durango y Torreón, Coahuila –que juntas forman en área conocida como La Laguna–, son un territorio en el que lo único que prospera es la muerte.

Nunca has caminado por el Cerro de la Cruz, pero por la manera en que el guía llama al lugar, “la Pus de La Laguna”, sabes que inspira miedo el mero hecho de nombrarlo. Apenas subas, te darás cuenta de que, en vez de trepar hacia el cielo, bajarás hacia el infierno. Pronto verás que los barrios son casuchas apeñuscadas en las laderas del cerro, reproduciéndose obscenamente como las cucarachas. Y pronto, también, caminarás por callejuelas empinadas, gatearás escalinatas hechas sin ninguna planeación, no sabrás si hay más basureros que callejones sin salida, te toparás con teléfonos públicos destrozados, con perros vagabundos y observarás paredes pintarrajeadas y agujereadas que te harán entender que, por estos rumbos, la única que tiene paso libre es la muerte. Para que esto jamás lo dudes, el guía te llevará hasta donde están las jaurías de sicarios, tan jovencitos ellos, y tú supondrás que para ser matón sólo se necesita tener muchos güevos. En algún momento notarás que hay tantos chicos empistolados, culebreando arriba de las motos, y tantos vendedores de droga barata que jurarás que si este cerro no es la octava maravilla del mundo, poco le hace falta para serlo. Cuando mires de nuevo hacia las casas amontonadas o cuando te fijes que los militares saludan a los narquillos como si fueran viejos conocidos, comprenderás que Dios aquí no se siente y le preguntarás al guía qué carajos hacen ahí. Él, que suele ser frío como el hielo, te responderá que de estos barrios salen a diario la chispa y la leña que han mantenido encendido el matadero en Torreón y Gómez Palacio. En los últimos seis años, casi tres mil setecientas personas han sido asesinadas como si la gente estorbara. Entonces, el guía te hablará del cártel de Sinaloa y de los Zetas, dos bandos agarrados de los R-15 que tienen a La Laguna entera de espectadora.»

Un texto de Alejandro Almazán.

La fuga del Chapo: todo se fue por un hoyo

«La noche del 11 de julio de 2015, Monte Alejandro Rubido, el Comisionado Nacional de Seguridad, estaba en el aeropuerto de la Ciudad de México, listo para abordar el avión que lo llevaría a París, cuando recibió el mensaje que cambiaría para siempre el sexenio de Enrique Peña Nieto: Joaquín Guzmán Loera, el Chapo, el más famoso, eficaz y poderoso de los narcotraficantes del mundo había escapado de su celda en el penal federal número 1, nombrado como El Altiplano, en el Estado de México.

Dieciséis meses después de que el mismo gobierno presumiera ante el mundo la captura de el criminal más inteligente que el Estado mexicano jamás haya enfrentado como le llamó algún día José Luis Santiago Vasconcelos, uno de los grandes conocedores del tema de seguridad, fallecido en un accidente en 2008, veía su prestigio irse por el mismo túnel por el que escapó el Chapo.»

Un texto de Carlos Puig.

Carta desde Guadalajara: el fin de la paz

«La muerte de Nacho Coronel pasmó a los tapatíos. Nadie tenía claro si se trataba de una buena o de una mala noticia. El jefe de la plaza, el hombre fuerte del Chapo Guzmán en Guadalajara, el que nos protegía de la llegada de los Zetas, el intocable, había sucumbido tras un operativo del Ejército Mexicano que irrumpió en la casa del capo en Colinas de San Javier, una colonia de clase alta y grandes caserones. La noticia se corrió de boca en boca con una mezcla de morbo y miedo. Cada uno le iba agregando un poco para hacerla más interesante, más alarmante, más fuerte.

Una hora después de confirmado el deceso, el presidente Felipe Calderón aterrizó en Guadalajara para inaugurar el estadio Omnilife, la nueva sede de las Chivas, el equipo más popular de México. El orgullo estaba a flor de piel: el “mejor estadio del mundo” para el “mejor equipo del mundo”. La noche del 29 de julio de 2010, Guadalajara era una estampa viva de su eterna contradicción: la ciudad pujante, echada para adelante, la que presumía ser, en ese momento, una de las más seguras de México y Latinoamérica tenía miedo y orgullo,» un texto de Diego Peteresen Farah.

La mujer más valiente de México tiene miedo

«Marisol Valles temblaba cuando llegó a la garita fronteriza. “Soy Marisol Valles y me van a matar —le dijo al agente de migración—. Venimos a pedir asilo”. Llevaba a su hijo en brazos. Atrás de ella: su marido, sus padres y sus dos hermanas. Los seis habían salido de casa con sus actas de nacimiento y lo que traían puesto. Ni un papel más, ni un cambio de ropa para el bebé.

Esa tarde, cuando su padre y su marido regresaron de trabajar, la madre de Marisol les dijo la decisión: iban a irse. Todos se subieron a la camioneta roja y manejaron sin parar hasta la garita fronteriza.

Los agentes la reconocieron: sólo cinco meses antes, su foto con la leyenda “La mujer más valiente de México” había dado la vuelta al mundo. Llevaba los mismos lentes de pasta sobre la nariz recta, el pelo lacio al hombro (y, ahora, mirada de angustia). A los veinte años, Marisol Valles había sido nombrada directora de Seguridad Pública de Práxedis G. Guerrero, un pueblo en el Valle de Juárez, Chihuahua, donde habían sido asesinados, según la versión, cuatro o cinco comandantes. Otros simplemente habían huido ante las amenazas de los cárteles del narcotráfico. Marisol tomó el puesto que nadie quería, con la promesa de que la nueva policía, formada casi por puras mujeres, no haría trabajo de combate a la delincuencia, mucho menos al narcotráfico, sino de prevención del delito», escribe Galia García Palafox.

Los jornaleros forenses. Crónica de un nuevo oficio en un país de fosas

Las fórmulas tradicionales de los rituales mortuorios no alcanzan ya en México, donde surge un nuevo empleo, el de los desenterradores. En Veracruz, hoy una de las zonas más letales, una cuadrilla de seis hombres tiene por trabajo buscar en fosas clandestinas lo que queda de quienes ahí fueron escondidos. No son padres detrás del rastro de sus hijos, tampoco voluntarios. Son jornaleros que rascan la tierra a cambio de un sueldo pagado por los familiares de desaparecidos, en un país que tiene arriba de 40 mil desaparecidos y más de 240 mil muertos en 12 años.

Medio centenar de grupos en el país organizan brigadas de búsqueda por toda la nación. La mayoría son familias, amigos y voluntarios, pero en Veracruz el Colectivo Solecito decidió dar un paso más: contratar a jornaleros, a desenterradores.

Una cuadrilla de seis hombres, incluido Gonzalo, trabaja de lunes a viernes buscando restos óseos en Colinas de Santa Fe, la fosa masiva con más exhumaciones en la historia reciente de México. Sólo uno de ellos tiene a un familiar desaparecido. Todos rascan la tierra a cambio de un sueldo.

—Son obreros —dice la directora de Solecito, Lucía de los Ángeles Díaz Genao—. Nosotros estamos generando empleo.

Lucy es una mujer con aire elegante que suele usar aretes cortos y gafas de sol. Tiene el rostro afilado, cabello corto y labios pintados. Es lingüista y tiene a un hijo desaparecido desde el 28 de junio de 2013. Se llama Luis Guillermo Lagunes y se lo llevaron hombres armados cuando estaba en su casa.

Ella y las demás integrantes del Colectivo Solecito, que son en su mayoría mujeres, decidieron contratar a hombres cuando se dieron cuenta de que las fosas estaban a dos metros de profundidad.

Un texto de Paula Mónaco Felipe y Wendy Selene Pérez.

colectivo solecito Veracruz

La soledad de El Diario de Juárez

Para escribir este texto, la periodista colombiana María Teresa Ronderos pasó tres días con sus colegas en Ciudad Juárez, que era entonces la ciudad más peligrosa de México. Su demoledor reportaje termina así:

«En la madrugada, una colega me llevó a tomar el avión. Mientras atravesábamos las largas avenidas que unen las colonias como puntos inconexos de una ciudad que no es, la colega me relata con desesperanza que no ve muchas salidas a la situación. Un cambio de política quizá; que legalicen la droga, pues la prohibición es la que la vuelve el negocio astronómico que arrasa con todo; que inviertan menos en tropa y más en pupitres y cuadernos; hay en Juárez barrios populosísimos con apenas una escuela; que la corrupción desapareciera…

De pronto bajó la velocidad. En medio de la calle hay dos bultos enormes envueltos en bolsas negras. Cuando pasamos de lado, vimos el plástico rasgado pero no asomaba ningún desperdicio. Sábanas blancas arropaban el bulto debajo del plástico negro.

“¿Muertos?”,  le pregunté escalofriada a mi colega.

“Es probable que sí”, dijo sin mayor impresión. “Ésta es la hora en que suelen botarlos”.

Cuando el avión despegó, Ciudad Juárez me pareció entrañable. Nunca había conocido periodistas más valientes».

Chicas Kaláshnikov

En Ciudad Juárez las mujeres también son sicarias. Tres de ellas cuentan su historia.

«Esta chica de estatura corta y moral alta empezó a matar al por mayor cuando se rompió el estricto orden que había alrededor de la muerte. Porque al menos aquí en Chihuahua, la muerte llegó a tener sentido antes de que Vicente Carrillo se uniera a los Zetas para acabar con el Chapo Guzmán. Antes, a uno le estallaban los sesos por perder un cargamento, por chivato o por no entender que la traición y el contrabando son cosas incompartidas. La colega que me ha acompañado a la prisión dice que aquéllos sí fueron buenos tiempos. Hoy, como más tarde me lo hará saber Yaretzi, ya no importan nombres ni razones. “Los que sicariamos no necesitamos motivos”, dirá y se echará para atrás esa cabellera negra y limpia que no perdona al viento. Matar por capricho, pensaré cuando esta artista de la muerte se marche a su celda, se ha vuelto el verbo favorito del México contemporáneo y la vida únicamente es el complemento para conseguirlo.

Pero eso sucederá hasta el final.

Por lo pronto, les cuento que Yaretzi llegó al patio de la prisión conducida por una custodia que se sentía más grande que las tinieblas. “Sólo quiero saber cómo funciona tu mundo”, le dije a Yaretzi, y ella entendió que el tipo que tenía enfrente no había venido a visitarla para resolver los asesinatos. Aceptó y luego pidió una sola cosa, como si buscara la redención: “Debes escribir que creo en Dios y que estoy arrepentida”. Así será. Pero primero hay que empezar cuando ella trabajaba para el Diablo», escribe Alejandro Almazán.

Una ciudad de cristal. Crónica de la violencia en Tijuana

Durante los últimos años, Tijuana ha batido récord histórico de homicidios y se ha convertido en la ciudad con mayor número de muertos en México. Allí —al norte de la península de Baja California y junto a la frontera con Estados Unidos, donde Trump quiere construir un muro de hormigón—, los traficantes matan y mueren por el control del emergente mercado local, entre calles inundadas de droga, sobre todo de la metanfetamina, del cristal, que los carteles producen también como nunca. Ésta es la realidad que asimismo se replica en el resto del país.

Cada cartel ofrece en Tijuana su mercancía envuelta en una bolsita de un color diferente. Así llegan a las colonias, preguntan a los halcones qué están vendiendo y si no es su droga, si no es su cristal, les obligan a cambiar de bando. Eso o directamente los matan. Después llegarán otros hombres de otro cartel y repetirán la operación. Durante estos dos últimos años han aparecido cadáveres con bolsitas de diferentes colores en los bolsillos. Pero también se castiga a los consumidores. A algunos les descerrajan tiros en los pies si les ven consumiendo sustancias de otro cartel. En esa guerra abierta la zona cero son las colonias más pobres de las afueras. Lugares como la Sánchez Taboada, que crece entre dos cerros, donde se fueron construyendo chabolas y casas aleatoriamente durante décadas, según se iba adueñando cada familia de un trocito de la colina, y que hoy es un laberinto imposible de controlar. Allí incluso se deja ver la que han bautizado como frim, la Fuerza de Reacción Inmediata Multidisciplinar, que forman policías, ejército y agentes de la Procuraduría General de Justicia del Estado. Despliegues de decenas de hombres armados con fusiles de asalto para combatir una realidad demasiado obscena. La que demuestra que no hay agentes suficientes de la Procuraduría para combatir tantos crímenes. Menos de medio centenar para investigar el narcomenudeo y 80 para homicidios, como confiesa José María González, subprocurador de investigaciones especiales. “Como mucho se resuelven el 10 por ciento de los homicidios…”, se resigna.

Un texto de David López Canales.

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