En búsqueda del subcomandante Marcos, líder del Zapatismo

Retrato radical

En busca del líder del Zapatismo. Después de romper con buena parte de la izquierda nacional e internacional, el subcomandante Marcos dilapidó su capital político y ahora se anuncia que el EZLN desaparece los Municipios Autónomos Rebeldes Zapatistas (MAREZ) y las Juntas de Buen Gobierno (JBG).

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Desaparecido de los medios, la estrella del subcomandante Marcos parece en descenso y el EZLN arrinconado. Frente a algunos indicios de que el zapatismo podría regresar más radical, nuestra reportera va en busca de su líder para encontrarse a un revolucionario reflexivo pero con la mirada puesta en el 2010, aniversario de la independencia y la revolución, cuando el calendario de la fatalidad mexicana marca la hora de las revoluciones.

* Fotografía de portada / El Subcomandante Marcos en una sesión fotográfica exclusiva para Gatopardo, en el Rincón Zapatista en la Colonia Obrera de Ciudad de México, el 22 de octubre de 2006.


El verano pasado leí una nota pequeña que anunciaba el encuentro de pueblos indígenas de América convocado por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). Me llamó la atención que se celebrara en Vicam, Sonora, un pequeño pueblo desértico del norte del país, a tres días de camino por carretera desde Chiapas, bastión del zapatismo.

Yo tenía diez años de no cubrir al EZLN y, como otras personas interesadas en el tema, más o menos había perdido la pista de lo que pasaba con el movimiento encabezado por el subcomandante Marcos. Su presencia en los medios había bajado considerablemente, sobre todo a raíz de sus pleitos con intelectuales progresistas y de un distanciamiento con el diario La Jornada, el periódico de izquierda que durante muchos años fue el altavoz para la causa zapatista.

El encuentro indígena en Vicam era una estación más del recorrido por todo el país que el EZLN y Marcos habían comenzado hacía año y medio. Esto, que se conoce como La Otra Campaña, era un intento por crear una retícula social con “los olvidados de siempre: mujeres, indígenas, jóvenes y los otros amores (homosexuales y lesbianas)”. El objetivo era impulsar una “insurrección nacional, civil y pacífica” que derivara en la elaboración de una nueva constitución. Busqué a Sergio Rodríguez Lazcano, enlace del EZLN con la sociedad civil, para saber qué más seguía: “En enero de 2008 entraremos a una nueva fase de lucha —me dijo—. Será de movilización y agitación”.

A un año de las elecciones presidenciales el país seguía polarizado por la acusación de fraude electoral contra Felipe Calderón. Y, tras once años de repliegue, un grupo que se pensaba que había desaparecido, el Ejército Popular Revolucionario (EPR), irrumpía de nuevo con la detonación de bombas contra instalaciones de Petróleos Mexicanos (Pemex) para exigir la presentación con vida de dos militantes desaparecidos. Intempestivamente, el 24 de septiembre, el subcomandante Marcos canceló la gira de La Otra. En un comunicado explicaba que lo hacía para no entorpecer el accionar del EPR y por el aumento de actividad contrainsurgente en municipios zapatistas. Se refería al incremento de agresiones paramilitares, al avance del desalojo de zapatistas de miles de hectáreas ocupadas tras el levantamiento insurgente y al establecimiento de 56 campamentos militares permanentes en territorio indígena chiapaneco. Esta información había sido registrada por el Centro de Análisis Político e Investigaciones Sociales y Económicas (CAPISE) de Chiapas, que desde hace cinco años estudia los movimientos castrences en territorio indígena y que ha conformado brigadas de observación con simpatizantes nacionales y extranjeros para documentar amenazas y ataques contra municipios zapatistas. Ernesto Ledesma, cabeza del CAPISE, me confirmó: “Se prepara la mayor embestida de los últimos nueve años”.

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Hace algunos años, una denuncia así hubiera acaparado inmediatamente la atención del público nacional e internacional, pero desde hace meses que Marcos y el zapatismo han perdido su capacidad de convocatoria. Este declive es perceptible después de 2001, cuando Marcos y los zapatistas entraron a la capital del país para negociar un acuerdo con el gobierno del entonces presidente Vicente Fox.

Aquello fue un hito. Un millón de personas vitoreó al jefe militar y a 23 comandantes en su trayecto —sobre la caja de un tráiler— hacia el Zócalo capitalino. Era el 11 de marzo de 2001. La Marcha del Color de la Tierra culminaba dos semanas de camino apoteósico bajo el resguardo de 250 italianos vestidos con overoles blancos. Exigían la aprobación constitucional de la autodeterminación indígena. La propuesta, surgida de mesas de discusión en los llamados Acuerdos de San Andrés, había sido trabajada por el EZLN asesorado por personalidades civiles y líderes de diversas etnias, con una comisión legislativa creada para ese fin. Su concreción había sido histórica porque surgía de un debate nacional de cuatro años. Sus oponentes alegaron que se balcanizaría al país. Sus impulsores afirmaron que dicha autodeterminación está plasmada en el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) de la ONU, que había sido ratificada años antes por el Senado de la República, y que le daba a los pueblos indígenas no la propiedad de sus territorios y recursos naturales pero sí el derecho de ser consultados cuando se tomen decisiones sobre ellos.

“Esto es apenas un prólogo de lo que va a comenzar”, dijo José Saramago, al observar el arribo zapatista desde un balcón del edificio colonial de la sede del gobierno capitalino. Estaba franqueado por Manuel Vázquez Montalbán. Más allá observaban Miguel Ríos y Joaquín Sabina. Marcos estaba en la cresta. Ya en 1998 la capital se había conmocionado por la marcha de 1,111 indígenas encapuchados en protesta por la matanza de Acteal. Pero ésta era la primera vez que el insurgente salía de su territorio. “Llegamos y aquí estamos”, dijo Marcos desde el templete a la multitud eufórica que estaba concentrada en el Zócalo. “No somos la moda pasajera que echa tonada y se archiva en el calendario de derrotas que este país luce con nostalgia. No seremos”, confiaba.

Días después, el 28 de marzo, el EZLN lograba otro hito: subir a la tribuna del Congreso. En voz de su comandanta Esther pedía a los legisladores que aprobaran la iniciativa. En las pantallas televisivas se vio a la mujer indígena y encapuchada decir al pleno: “queremos que sea reconocida nuestra forma de vestir, de hablar, de gobernar, de organizar, de rezar, de curar; nuestra forma de trabajar en colectivos, de respetar la tierra y de entender la vida, que es la naturaleza, que somos parte de ella”.

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Llenos de expectativas, el EZLN y sus simpatizantes regresaron a sus casas a esperar la decisión del Congreso. Pero fue negativa. Un mes después, todos los partidos unánimemente aprobaban otra ley —trabajada en forma paralela— que no reconocía la autodeterminación de los pueblos indígenas. Marcos y el EZLN se sintieron traicionados. Particularmente por el izquierdista Partido de la Revolución Democrática (PRD).

El EZLN se silenció por dos años pero no se quedó inmovil. Durante su repliegue preparó su respuesta al sistema: creó cinco regiones —llamadas “caracoles”— en las que agluntinó a sus 39 municipios autónomos para ejercer un gobierno independiente.

Rompió además con toda la clase política y particularmente con quienes eran sus aliados de la izquierda. En 2003, Marcos exhibe al líder moral del PRD, Cuauhtémoc Cárdenas, como al principal traidor. En una carta a La Jornada revela que en plena votación legislativa Cárdenas instruyó por teléfono a su hijo, el senador Lázaro Cárdenas, para aprobar la llamada “contrareforma”. Como éste dudó en hacerlo, su padre le espetó: “¿Eres un senador del EZLN o del PRD?”.

Dos años después, en 2005, Marcos publica “La (imposible) ¿geometría? del poder en México”, un extenso artículo en el que criticó a los tres principales partidos —al PRD, al Partido Revolucionario Institucional (PRI) y al Partido Acción Nacional (PAN)— de proteger los mismos intereses del poder económico. Pero se extiende con el PRD,y en particular con su candidato presidencial, Andrés Manuel López Obrador. A éste lo acusa de ser el continuador de las políticas neoliberales del ex presidente priísta Carlos Salinas de Gortari, y de que su asunción significaría “ganancias crecientes para los ricos, miseria y despojos crecientes para los desposeídos”. Posteriormente tacha a su equipo de campaña de estar “formado por puros salinistas descarados o vergonzantes, además de una runfla de personas viles y ruines”.

Manuel Camacho Solís, creador de las redes ciudadanas de la campaña de López Obrador y quien fuera responsable de las conversaciones de paz del gobierno de Salinas de Gortari con el EZLN, piensa que Marcos prefería que quedara Calderón como presidente pues así se agudizaría la crisis nacional y el EZLN se vivificaría de nuevo, pues “hoy no es la fuerza determinante que fue en el 94”. Marcos también fue criticado por intelectuales que apoyaban a López Obrador y que antes habían estado cerca del zapatismo. Lo inculparon de estar dividiendo a la izquierda y de así contribuir al fraude. La escritora Elena Poniatowska, ex asesora zapatista y ahora de López Obrador, declaró a la prensa que Marcos le tenía “envidia” al perredista por el apoyo popular a su alrededor. Y como un “bravucón” lo tildó otro ex asesor zapatista, el politólogo Octavio Rodríguez Araujo. En entrevista telefónica también le reprochó haber tratado de forma “majadera y soberbia” a la intelectualidad que lo apoyó. Con eso, dice, consiguió una baja en su principal foro: “Decía achú y se lo publicaban en La Jornada, y luego se lanzó contra ésta y ya La Jornada muy rara vez le publica”.

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La estrella descendiente de Marcos en México también se ve declinar en Europa, donde tenía una de sus mayores bases de apoyo. Estoy en Roma y busco a Federico Mariani, un italiano flaco y largo de ademanes enfáticos que conocí hace 14 años en México. Fue el primer italiano que había ido a Chiapas en 1994. Abrazó la militancia zapatista y la llevó a Italia. De 1994 al 2003, viajó 34 veces a Chiapas, entrevistó a Marcos y produjo un documental que en Italia hizo historia al ser proyectado a miles de personas. También fue el presidente de ¡Ya Basta! y uno de los voceros de los Monos Blancos. Pero ahora está distanciado del zapatismo por razones políticas y de salud. Lo encontré a las afueras del centro juvenil Batti il Tuo Tempo, espacio artístico y político de izquierda ubicado en el sureste de Roma. Lo vi subido de peso y sin poder estar de pie por mucho tiempo. “Me operaron de las vértebras”, dijo al sentarse en una banca de un barrio condominal, lejano de las edificaciones antiguas y monumentales de la ciudad. Estaban también ahí las tres integrantes que conforman actualmente el núcleo operativo de ¡Ya Basta! en Roma: Fabiola Giacinti, Miria Annini y Simona Granati.

Todos reconocían que aunque ¡Ya Basta! mantiene representación en quince ciudades italianas, los días de las movilizaciones masivas habían quedado atrás, cuando la irrupción del zapatismo les dio nueva sangre y los comunicados de Marcos marcaban el nuevo rumbo de la izquierda europea. Italia se colocó a la cabeza del activismo zapatista. A la marcha del Color de la Tierra en 2001 acudieron 250 mujeres y hombres de los Monos Blancos. “Éramos el mejor contingente y el más disciplinado”, dice Simona Granati. Marcos les encomendó la seguridad de la comandancia. Vestidos con sus overoles blancos acompañaron la entrada del EZLN a la plaza mayor de Ciudad de México.

Pero el fracaso de los acuerdos y la retirada de los zapatistas los desconcertó. Y meses después recibieron un golpe mayor: los Monos Blancos encabezaron a más de 200 mil altermundistas contra la Cumbre del G–8 en Génova. Fueron detenidos, torturados y un joven fue ejecutado. La violencia contra el movimiento altermundista/zapatista en Italia provocó su desarticulación. Federico Mariani, como otros, volteó de nuevo hacia el EZLN, pero éste estaba en su repliegue de dos años. “Los militantes que habíamos hecho de esto una forma de vida sentimos un vacío”. El escenario provocó las divisiones. Federico Mariani se alejó del activismo político.

El 12 de octubre de 2002, después de año y medio de silencio, Marcos intentó sin éxito romper el aislamiento mediático. Lo hizo en un escrito con un estilo ácido inusitado. En su “Carta del SupMarcos al Aguascalientes Madrid”, destinada al roquero Ángel Luis Lara, alias El Ruso, publicada en La Jornada, criticaba al juez Baltasar Garzón (lo llama payaso grotesco) por ejercer el terrorismo de Estado en contra del país Vasco. Proponía a éste, a Euskadi Ta Askatasuna (ETA) y a la sociedad española y vasca un encuentro de discusión en la isla de Lanzarote. Si bien a la propuesta se suman José Saramago y Manuel Vázquez Montalbán, ETA descalifica la intervención del insurgente y se da una polémica internacional que distancia a algunos intelectuales. Carlos Monsiváis, por ejemplo, escribió en México: “…en mi caso no asocio la rebeldía de los indígenas de Chiapas con el apoyo a causas indefendibles y con el lenguaje de la intolerancia, el chiste fácil y el engreimiento radical”.

Luego el apoyo mundial al EZLN mermaría en las elecciones de 2006 en México. “Fue un error”, opina Pierluigi Sullo, director del periódico italiano de izquierda Carta, el único en el país que cubre puntualmente al movimiento zapatista. Marcos pudo haber tendido puentes a “la gente honesta” que aún cree en el cambio por la vía parlamentaria y electoral porque si no “corre el riesgo de ser minoritario”.

Con todo, los italianos son una de las principales fuentes financieras de las comunidades autónomas zapatistas en México. En Italia, además, la figura de Marcos ha quedado en un segundo plano y ha permitido una mirada nueva de la juventud izquierdista hacia las comunidades indígenas. Ellos se integran a las brigadas que ¡Ya Basta! organiza para pizcar 30 toneladas anuales de café chiapaneco que comercializan en Europa en apoyo al EZLN. Y un millar de aficionados en diez ciudades italianas creó la red de Futbol Rebelde. Inicialmente se integraron para homenajear al Bae, Francisco Rumor, un militante zapatista fallecido en 2001, con el fin de construir un estadio en su honor en plena Selva Lacandona. El Caracol de la Realidad dijo que no gracias, que lo que necesitaban era una clínica herbolaria. “Noventa mil euros fueron recaudados”, expresa el futbolero Alessio Abraham. La clínica fue inaugurada el verano pasado.

Sobre todo, el zapatismo ha sido reinterpretado por la generación que lo vio surgir, aun en contra de la oposición de éste al cambio por vía electoral. Gianluca Peciola, del equipo del alcalde Andrea Latarci del municipio Roma XI, dice que el EZLN les planteó “por primera vez la posibilidad de acceder a cargos públicos pero ejerciendo el poder desde abajo”. Con la máxima zapatista de “mandar obedeciendo” discuten en asambleas de barrio los programas y el destino de gran parte de su presupuesto. Están hermanados con el Caracol de Morelia en Chiapas, por lo que envían dinero y brigadas juveniles para apoyar obras de construcción que deciden los indígenas. No es paternalismo, es una relación recíproca pues “la mayoría de la fuerza nos viene de allá”, dice Fabio Bianchi, de Dignidad Rebelde. Actualmente hay 30 municipios y provincias italianas hermanados con igual número de municipios zapatistas. Pareciera, pues, que Italia supera al mito. “Marcos es un zapatista, no el zapatismo”, dice Simona Granati. Para ella, Marcos tiene un mando y por él debe responder al EZLN, en cambio el zapatismo son las comunidades indígenas de Chiapas y las “comunidades rebeldes del mundo”. El zapatismo es a su vez la forma en la que vive su cotidianidad y se relaciona políticamente: “significa que yo escuche y cuente a los de abajo, a los sin voz, y me ponga a la misma altura de sus ojos”.

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Seis horas a pie, tres días en camión. Pero finalmente el huichol Patricio Hernández y 29 compañeros estaban en Vicam para el Encuentro de los Pueblos Indígenas de América. Es otra tarde caliente en el desierto yaqui. La gente poblaba el millar de sillas en la cancha seca de futbol bordeada por el cementerio, una iglesia sin bancas y un conjunto de casitas y chozas sin luz eléctrica, agua potable y drenaje. Una gran lona amparaba a la concurrencia. El hombre moreno, de manta bordada con venados, provenía del pueblo Wirrárika. Era la primera vez que salía de Acagi, su comunidad enclavada en la sierra de Jalisco. Acagi tampoco tiene servicios urbanos.

—¿Cómo se enteró entonces del encuentro? —le pregunté intrigada.
—El subcomandante pasó por ahí y nos invitó.
—¿Y usted a qué vino?
—A escuchar.

En Vicam, el EZLN reunía a gran parte de las etnias del país contactadas en su recorrido de La Otra. Era también el espacio que, por primera vez en la historia del continente, acercaba a indígenas de Norteamérica con los de Latinoamérica. Cada delegación expuso su historia de despojos y la privatización de tierras y de sus recursos naturales, de marginación y violencia. La defensa del territorio fue el eje de sus discursos. Se asumían como los guardianes de sus territorios, por una deuda moral histórica, y porque sin estos serían desposeídos de lo que da fundamento a sus raíces. Marcos sólo estuvo en la inauguración y la clausura. Durante cuatro días —del 11 al 14 de octubre—, 570 delegados de 66 pueblos y tribus de 12 países, la tercera parte de Estados Unidos y Canadá, tomaron el foro. Esa primera reunión tenía como fin conocerse con miras a articular un plan de acción futuro. Pero no fueron noticia. La prensa estuvo prácticamente ausente. Sólo dos periódicos nacionales acudieron, algunos medios locales y varios de carácter alternativo.

El inicio de La Otra —el dos de enero de 2006—, por el contrario, había robado titulares. Marcos la arrancó montado en una motocicleta vieja como la que el Che adolescente usó en su excursión por Sudamérica. El EZLN salía de sus terrenos cinco años después del fracaso legislativo. La prensa lo llamó “el segundo zapatour”. En seis meses recorrerían todo el país para crear un frente de izquierda independiente a los partidos políticos que competían en la carrera presidencial. En esta fase Marcos retomaba la práctica indígena aprendida en el proceso de aglutinamiento del EZLN: “Hablar menos y escuchar más”. Así realizó reuniones con grupos o comunidades en las que no tenía ninguna intervención. Por horas escuchaba y anotaba denuncias. “Nunca interrumpió a nadie, a veces terminábamos hasta la una de la mañana”, dice el reportero Zósimo Camacho de la revista de izquierda Contralínea, la única otra publicación además de La Jornada que ha seguido el periplo zapatista.

En mayo, sin embargo, La Otra fue parada en seco, a días de pasar por Atenco, Estado de México. Atenco era el pueblo que había vencido a Vicente Fox en 2002 al oponerse —machete en mano— a la expropiación de sus tierras para un aeropuerto. El 3 de mayo hubo un enfrentamiento entre ejidatarios y policías. Los inconformes pusieron barricadas. Un día después, tres mil policías reprimieron al pueblo. Murió un menor, un joven quedó en muerte cerebral, hubo 217 detenciones con torturas y ataques sexuales a 23 mujeres del pueblo, incluyendo a las españolas Cristina Valls y María Sostres Tarrida, la alemana Samantha Ariane Marei y la chilena Valentina Larissa Palma.

Marcos rompió su silencio. Simpatizantes zapatistas dentro y fuera del país se movilizaron. En México hubo cierres de carreteras, marchas, desplegados, y fuera hubo protestas frente a 15 embajadas. Los zapatistas creyeron que el frente que habían promovido maduraba y se extendía. Pero después de Atenco vendrían las elecciones y la atención se centraría en las manifestaciones multitudinarias del PRD en contra del fraude. El EZLN no pudo remontar de nuevo su presencia.

La segunda fase de La Otra comenzó en marzo de 2007 y cubrió el norte. Por primera vez en su historia el EZLN se acercaba a la decena de etnias pequeñas y aisladas del noroeste del país: kumiai, kiliwas, tohono odam, pimas. Su paso activó su resistencia. Por ejemplo, lo buscaron los cucapás, etnia pescadora con 319 habitantes en el Alto Golfo de Baja California. Le dijeron que eran perseguidos y que algunos pescadores estaban encarcelados. El gobierno les impedía pescar porque quiere expropiarles sus 145 mil hectáreas para venderlas al desarrollo turístico Escalera Naútica y a una planta hidroeléctrica extranjera. Como respuesta, La Otra instaló un campamento y sus adherentes salieron con los indígenas en las embarcaciones durante su temporada de pesca. No los molestaron. Las cucapás le colgaron un collar a Marcos en agradecimiento.

Durante el encuentro de Vicam, la nación Tortuga de Canadá acusaba a su gobierno de también querer despojarlos de su territorio para las Olimpiadas de Invierno de 2010. Pedían apoyo para sabotear el evento. Uno de los expositores, el joven Kanahus Petkey, había viajado a Chiapas meses atrás. Le pregunté por qué.

“Quería conocer la autonomía zapatista”, me dijo. Los indios norteamericanos estaban tan integrados al evento que Marcos los incluyó en el operativo de seguridad el día de la clausura. Eran los más robustos. Actuaron con celo militar aunque nadie los entendía.

La mañana siguiente todos se habían ido. Sólo un puñado veíamos la despedida entre Marcos y las autoridades yaqui anfitrionas. El insurgente se desposeyó de los collares y las plumas que colgaban de su gorra militar. Los había recibido en su paso por el noroeste. Los puso sobre la bandera yaqui que sostenía doblada el purépecha Juan Chávez. Daba por cumplido el saldo histórico del EZLN con la región. Luego tomó todas las insignias y las entregó a las autoridades. Así hacía responsable a este pueblo de velar por las etnias hermanas. El joven secretario del gobernador, Mario Luna, le respondió: “En esta parte la semilla ya agarró y seguirá creciendo”.

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Yo no venía a las comunidades zapatistas desde hace diez años, cuando el EZLN decretó alerta roja por incursiones militares violentas en municipios de las Cañadas de la Selva Lacandona. Ahora el camino de terracería que pasa por La Garrucha y desemboca en la Base Militar de San Quintín es pavimentado para facilitar el paso de los vehículos militares. La Garrucha es uno de los cinco caracoles creados en 2003 que aglutinan a los 39 municipios autónomos por regiones. Vengo a esperar a Marcos y a echar una ojeada a esta experiencia.

Cuando llegamos, el fotógrafo Ricardo Trabulsi, su asistente Roberto Mañón y yo debimos pasar a la Junta del Buen Gobierno para que autorizara nuestra permanencia en el lugar, a pesar de que ya teníamos agendada una cita con el subcomandante. Había leído que el Caracol es gobernado por una instancia colectiva, la JBG, independiente de la estructura militar del EZLN. Que ésta es elegida en asamblea y tiene carácter rotativo. Que cada Caracol ha definido sus propios programas de salud y educación y elige a los responsables de los mismos. Nadie recibe un sueldo. La paga es algo de maíz y frijol por parte de la comunidad.

De acuerdo con algunos investigadores, la disminución de apoyo internacional ha golpeado las finanzas de los municipios autónomos. Hay historiadores, como Juan Pedro Viqueira, autor de Las encrucijadas chiapanecas (Tusquets, 2002), que afirman que hay agotamiento, estrechez económica y deserción de las bases zapatistas. En el mismo sentido, Marcos Estrada Saavedra, autor del reciente libro La comunidad armada rebelde y el EZLN (El Colegio de México, 2007), estudió comunidades de la región tojolabal del municipio de Las Margaritas en las que halló que el descenso de apoyo nacional e internacional, el “autoritarismo de la dirigencia del EZLN” y la ruptura con el gobierno produjeron “un empobrecimiento de las comunidades zapatistas en comparación con las no zapatistas” beneficiadas con programas asistenciales.

Otros investigadores, como la antropóloga Mariana Romo, que en su tesis doctoral, La descolonización de la política: la autonomía zapatista en un contexto de gobernabilidad neoliberal, para la Universidad de Texas en Austin, alega que, más que deserción, puede tratarse de un flujo de migración temporal, a Cancún y Playa del Carmen, por ejemplo. Sería más redituable para ellos, según esta autora, trabajar por temporada en la construcción y comprar su dotación anual de maíz de vuelta a sus lugares de origen que cultivar su propia producción y esperar al tiempo de cultivo, arriesgándose así a perder la producción por contingencias climáticas. En cualquier caso, las bases zapatistas enfrentan situaciones nuevas, derivadas de la economía nacional y global, que abren un renglón de incertidumbre.

Por otra parte, Romo enfatiza logros sociales notables. A diferencia de las comunidades no zapatistas que reciben apoyo oficial, en los municipios autónomos percibe una reducción del alcoholismo y de la violencia familiar; las niñas ya pueden estudiar y jugar en vez de limitarse a hacer de niñeras; han disminuido las muertes infantiles y maternas, y aumentó la construcción de clínicas y escuelas donde antes no las hubo.

Asegura que a las JBG acuden tanto indígenas zapatistas como no zapatistas y mestizos para resolver problemas de tierra, robo, divorcio o corrupción. Los no zapatistas reconocieron, dice, que en el Caracol “resuelven conflictos sociales de una forma más justa que en el ministerio público” porque su toma de decisiones en asambleas rotativas y sin paga impide la concentración del poder y la corrupción, aunque, para Marcos Estrada Saavedra, las JBG no son representativas pues sólo tienen “autoridad y control entre sus asociados”.

¿Los caracoles son la experiencia autonómica donde se juega el porvenir del zapatismo? ¿Sobrevivirán a los embates de la economía global–nacional, a la aparente disminución de apoyos internacionales y a la deserción de las bases, o su incorporación a flujos laborales característicos de la economía global? Es tema de otro reportaje. Yo espero la llegada del subcomandante y como estamos en días de festividades nacionales no hay actividad en La Garrucha. Pero lo que vi en mi breve estancia fue lo siguiente. La JBG de La Garrucha estaba integrada por tres mujeres y un hombre. La más joven tenía 17 años de edad, Araceli Lorenzo, que venía de una comunidad minúscula, San Juan del Río, de apenas 13 habitantes, a cinco horas de camino. Ella fue elegida en asamblea para estar en el periodo rotativo quincenal de la JBG para que atendiera los diversos asuntos del Caracol. “Es la primera vez que salgo sola de mi casa”, me dijo. Hace una década era impensable encontrar a muchachas indígenas que estuvieran en una instancia de gobierno y que con el consentimiento de sus padres durmieran fuera de casa por dos semanas. Luego de escribir por una década de temas feministas me doy cuenta de que sí hay un proceso de cambio social en estos municipios. Araceli me acompañó a conocer la pequeña clínica de medicina general, que tiene una ambulancia, así como la otra que se edifica para la salud reproductiva y sexual de las indígenas de esta región apartada.

Sin embargo, los caparazones de los caracoles son frágiles. Ernesto Ledesma del CAPISE asegura que el plan para arrasar con la experiencia autonómica avanza con rapidez. Por un lado, se ha sustituido la tropa militar por cuerpos especiales de élite. Por el otro, hay diez mil hectáreas apropiadas por el EZLN, que fueron abandonadas por terratenientes tras su alzamiento, proyectadas para ser desalojadas. Se procede a través de instancias agrarias que otorgan legalmente las mismas tierras a grupos opositores y en otros casos se despojan con violencia. También se ha reactivado a grupos paramilitares y las agresiones a zapatistas aumentan. “Tememos que vaya a ocurrir otro Acteal”, expresa. Estos grupos han sido particularmente cobijados por el gobernador Juan Sabines, ex militante del PRI y ahora miembro del PRD. La dirigencia del PRD ha guardado silencio. Camacho Solís, sin embargo, reconoce que el tema se ha discutido en una reunión reciente. Dice que fuentes de confianza le han dicho que “hay cosas muy delicadas que están pasando en Chiapas”.

—¿Qué está pasando? —le pregunto.

—Que sí hay riesgo de violencia en Chiapas y que sí hay grupos del PRD que se han prestado a acciones sucias.

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Mi primer encuentro con Marcos fue en Ciudad de México, cuando fui a la oficina de enlace civil del EZLN en la capital, el Rincón Zapatista, acompañada por Ricardo Trabulsi para hacer la toma de portada. Era la primera foto que el subcomandante posaba en 14 años de historia. En la sesión se paró despreocupadamente frente a la cámara, charlaba conmigo e ignoraba las instrucciones de mirar a la lente. Yo lo observaba. Constaté que, como él mismo lo ha dicho, perdió ya su “suculenta cintura”, asunto que parecía no importarle. De su pasamontañas asomaba una mirada desvelada y perspicaz. Lució, como siempre, la gorra militar —remiendo sobre remiendo— que ha usado desde hace 24 años, cuando ingresó a la clandestinidad. Y el paliacate, convertido en un hilacho pálido y delicado, ha colgado de su cuello desde el primer día de la insurrección. Gatopardo había llamado a un fotógrafo especializado en moda y espectáculos para conseguir una imagen pulida. Lo que ignorábamos era que Trabulsi era un apasionado de la causa zapatista que llevaba cuatro años solicitándole a Marcos hacerle un retrato. Le había enviado seis cartas de petición firmadas con el seudónimo de Gildardo Magaña, un viejo revolucionario. Nunca obtuvo respuesta. Pero ahora el destino lo llevaba a capturar la toma que antes buscaron el brasileño Sebastião Salgado, Oliviero Toscani de la empresa Benetton y prácticamente todos los fotógrafos reconocidos del país.

El segundo encuentro con Marcos es en el Caracol de La Garrucha, en la Selva Lacandona. Ahí hubo otra sesión de fotos una tarde nublada. Para asombro del guerrillero, Trabulsi sacó una reliquia de colección: una cámara Smith & Corona cuyos negativos miden lo de una hoja tamaño carta. La escena se antojaba centenaria: un hombre con ropa insurgente, armado, monta a caballo y ve hacia la cámara de madera que el fotógrafo manipula cubierto por un terciopelo rojo. “Con una cámara así fotografiaron a Emiliano Zapata”, le dice Trabulsi. Marcos rompe la seriedad del momento: “Yo nunca poso. Sólo para mujeres, pero que me paguen en dólares”.

Acabada la sesión fotográfica el jefe militar me apuró para que camináramos hacia un galerón de madera para charlar. “Vamos, pues quizá ya no daré más entrevistas”, me dice. ¿Su última entrevista? pensé. Yo imaginaba que me enfrentaría a un personaje engreído, pero me encontré a un hombre sumido en sus reflexiones. Sobre todo cuando se sinceró y en algún momento puso en la mesa la duda que a veces lo atormenta: ¿Marcos fue un error que ahora le costaba al zapatismo? La charla duró más de cuatro horas. Hizo una recapitulación de los catorce años del zapatismo. Habló de cómo en un primer momento él y el EZLN tuvieron los reflectores encima y el apoyo de la sociedad civil que en 1994 salió a las calles y paró la guerra a 12 días de iniciada. “Pasamos de moda”, me dijo lacónico al prender su pipa. Ahora es distinto: “Estamos como en 1993 pero al revés” dice. “Entonces preparábamos el alzamiento sin medios y sin gente. Ahora es el gobierno el que está preparando el ataque”.

Marcos carga dos pipas. Prende una. La aspira una vez. Luego se olvida de hacerlo y elimina el tabaco quemado. Como esa pipa está caliente la deja enfriar pues ahí no podría encender más tabaco. La deja de lado. Enciende la otra. Lo veo sosegado y con ganas de hablar.

“Pregunta lo que quieras”, me había dicho luego de entrar al galerón de madera de forma inesperada para hacer la entrevista. Cuando abrió la puerta hizo frente a un caos de bolsas de dormir, ropa, toallas y papeles, y puso expresión de pasmo. Era el lugar en el que Trabulsi, su asistente, cinco extranjeros de una brigada de observación de CAPISE y yo dormíamos desde hace dos días. Sentados en una banca de madera, igual a las que nos servían de cama por las noches, el subcomandante me habló de sus preocupaciones.

Lo que más lo intranquiliza es la seguridad de los municipios autónomos. Se refiere a la estrategia contrainsurgente que justificaría próximas incursiones militares en sus comunidades. En esta estrategia, explica, el gobierno ha alentado intencionalmente la polarización local al dotar a otros grupos indígenas de las mismas tierras apropiadas por el EZLN. “De tal forma que se crea un conflicto social artificial, cultivado como en un laboratorio, y entonces así entran las fuerzas de gobierno a meter paz”. El EZLN, apunta, ha tenido hasta el momento la disposición de repartir la tierra bajo su dominio aunque no sea a bases zapatistas, pero hay ocasiones en que grupos opositores, que pueden ser de cualquier filiación partidista —particularmente del PRD—, insisten en seguir confrontándolos.

—¿Y si hay una agresión armada van a responder de la misma manera?

—Sí. Ahora estamos tomando medidas preventivas y el acuerdo es que el EZLN no va a atacar porque respeta la tregua, pero no se va a quedar cruzado de manos si es atacado por quien sea. Por eso se le dice a los compañeros que agoten un arreglo para que no se tenga que pasar a una agresión.

Precisamente el Caracol de La Garrucha, donde nos encontramos, es para Marcos uno de los que tienen más riesgo de ser atacados porque posee miles de hectáreas apropiadas. La población indígena, que antes sembraba en las montañas, ahora lo hace en tierra plana. En su revisión, Marcos admite que si bien las comunidades zapatistas viven con premuras económicas, y hay una migración laboral temporal hacia Cancún, se ha superado la marginación extrema previa a 1994. “En las comunidades zapatistas no es que sean ricos, pero ya no hay hambre”. Dice que otro logro es que con apoyo solidario han edificado clínicas de salud en poblados marginados en donde la gente moría de enfermedades curables. “Por ejemplo, antes del alzamiento, las comunidades de la Selva Lacandona tenían el mayor índice de mortalidad infantil de menores de cinco años en todo el país y ahora no”.

Marcos está solemne, consciente de que quiere fijar posiciones claras en los asuntos que le incumben. De pronto suelta alguna ocurrencia que le caracteriza, pero luego regresa al tono reflexivo del principio. No deja de sostener una pipa en la mano, aunque esté apagada. Empezó a fumarlas hace años para ahuyentar a los mosquitos de la selva, pero aunque anochece yo no veo ninguno en el galerón.

—¿Fumas todo el tiempo? —le pregunto interrumpiendo la entrevista.

—No, cuando estoy dormido no —dice y se ríe.

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La conversación se adentra entonces en uno de los temas que más le obsesionan: los caracoles. Ubica como su principal logro el estar forjando a las nuevas generaciones zapatistas. “Es que los grupos político–militares por lo general empiezan a formar guerrilleritos, gente a la que le gusta la lucha armada, que ve como la única posibilidad para avanzar el ser militar”. Cree que han conseguido no sólo inculcarles un espíritu de lucha sino involucrarlos en responsabilidades de gobierno, salud y educación en sus propios municipios. Sin embargo, observa que uno de los pendientes de los caracoles es erradicar totalmente la violencia intrafamiliar. Pero percibe un cambio gradual en la calidad de vida de las indígenas. “Es reciente que ya aparezcan mujeres en las JBG y la cuestión de género empieza a meterse en el destino de los recursos”.

De cuando en cuando, Marcos acomoda el pasamontañas a la altura de su boca. Dice que cuando se alzaron, la prenda destinada a ser el símbolo del EZLN era el paliacate colorado. La capucha de tela sólo se usaría para retrasar la identificación de sus militantes, pero provocó tal fascinación en la gente que terminó quedándose. Para él, es una incomodidad usarla. Lo acalora o se le pega en la piel cuando hace frío. “No me vuelvo a alzar en armas con pasamontañas”, asegura.

La conversación ingresa entonces al polémico tema de la baja mediática del zapatismo y de las rupturas con la izquierda institucional. No cambia su tono sereno. Se explaya. Él ubica la inflexión del zapatismo a partir de las críticas que lanzó contra López Obrador en las elecciones del 2006, por las que rompió con los intelectuales que lo apoyaban. La decisión la tomó tras el fracaso legislativo del 2001: “sentí esa responsabilidad y ese dolor de haber fallado, de no haber previsto lo que iba a pasar”. Por un momento, dice, al interior del EZLN se replanteó de nuevo tomar la vía armada, pero analizaron la situación y concluyeron que no, que más bien se habían equivocado de interlocutor y tenían que romper con toda la clase política y la intelectualidad que la apoyaba. “Y dijimos, cuando digamos esto la gente se va distanciar de nosotros y nos va a atacar”. Marcos y el EZLN sopesaron los costos de la ruptura con la clase política, intelectuales progresistas y algunos colectivos de apoyo internacional, pero decidieron no retroceder. Para no perderlos, el EZLN “hubiera podido lanzar un guiño o lo que sea y publicarían los comunicados, habría entrevistas y ‘qué romántico y sexy es el sub’, pero nada pasaría con nosotros”.

En contraparte, el EZLN lanzó la Sexta Declaración de la Selva Lacandona en 2005, documento en el cual manifestó su cambio estratégico y abrió su lucha a las demás minorías oprimidas de México y del mundo. Así, mientras su presencia bajaba en Occidente, surgió en países más lejanos y empobrecidos. Vía Campesina, un frente mundial con millones de afiliados, se acercó al EZLN. Este diciembre la organización traerá a mujeres de los cinco continentes al encuentro de mujeres zapatistas con otras del mundo a celebrarse en La Garrucha. Y en el encuentro intercontinental zapatista del pasado verano trajo a simpatizantes de la India, Corea y Pakistán. Marcos dice que ahí corroboraron que “el neoliberalismo tiene una virtud”, pues a pesar de que la gente hablaba diferentes idiomas, tenían iguales enemigos: “Cuando nombraban a quienes los estaban despojando de sus tierras eran los nombres de las mismas empresas mexicanas: Wallmart, Monsanto, Pepsi–Cola, Coca–Cola, que están apropiándose de los manantiales, las cosechas, sus tierras”.

El avance de la destrucción ambiental y el desgarramiento social por la privatización de los recursos naturales en México y el mundo preocupan sobremanera a Marcos. Pero percibe que hay un mayor radicalismo en los grupos subalternos y en las comunidades en resistencia. Están ahora en un “corte de caja”. La amenaza de violencia en Chiapas y el hostigamiento que La Otra tuvo en retenes militares durante su recorrido la tienen “en un momento de indefinición”. Será hasta el verano del 2008 que darán a conocer su nueva fase de acción. “Ya sabemos quienes somos y porqué queremos luchar, ahora tenemos que preguntarnos cómo lo vamos a hacer, con una estructura tipo movimiento, frente, o así como estamos, y ver quién está dispuesto a luchar por eso”.

***

La noche ya ha descendido en La Garrucha y el frío se asoma. La charla está por culminar y apuro algunas preguntas más, tratando de desenmascarar al entrevistado.

—¿Es mucha carga ser Marcos?

—Aparte de lo que tengo que cargar en la mochila… —me responde en uno de sus acostumbrados lances irónicos.

—¿Es mucha carga? —insisto.
—Sí.
—¿Nunca has pensado “¡Basta!, ya no quiero ser Marcos”?

—Después de cada entrevista. Sí, es mucha carga porque todavía prevalece (la idea) de que los errores del EZLN son de Marcos y los aciertos son de las comunidades. Aunque nos ha servido mucho ser como el pararrayos, pero entre los compañeros esta división del trabajo provoca preocupación, porque dicen: “por lo mismo, si hay un golpe van sobre ti”.

—¿A veces te sientes vulnerable?

—Sí. Sobre todo cuando salgo en La Otra Campaña. Me siento totalmente indispuesto porque no es mi territorio, no tengo los medios, a mis compañeros, los recursos.

—Qué pasaría si de pronto…

—Lo pensamos para las salidas. Ahora con lo que está pasando dicen los compañeros que probablemente no salga nadie más.

Me fijo en sus manos. Cuidadas, para un hombre que no tiene casa fija y frecuentemente debe mover su campamento por razones de seguridad.

—Hace veinticuatro años llegaste aquí, resúmelo en una palabra o frase.

—Aprender. Volver a nacer.

—¿Ha valido la pena?

—Sí. Si tuviera que hacerlo lo haría otra vez sin cambiar nada —responde y se detiene—. Si algo pensaría en cambiar sería eso, que no hubiera sido tan protagonista en la cuestión mediática.

Pero niega claudicar. Menos aun cuando el momento histórico es oportuno: faltan dos años para el 2010, aniversario del bicentenario de la Independencia y del centenario de la Revolución mexicana. Ahí se probará, dice, que “es un mito eso de que el pueblo mexicano aguanta lo que sea, porque por lo menos cada cien años contesta que ¡no!”. Si en 2008 logran impulsar un programa nacional de lucha con La Otra realizarán entonces “una revolución nueva a la de hace cien años, no en la cuestión armada, sino otra que trastoque el sistema político y refunde al país”.

Este texto fue publicado originalmente en el número 86 de Gatopardo.

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