¿Dónde está el cuerpo caribeño?

¿Dónde está el cuerpo caribeño?

Si hay algo que la historia colonial no pudo conquistar en el Caribe antillano es el cuerpo y sus espacios. Hoy coexisten conceptos de un cuerpo anfibio y múltiple, en tránsito, imposible de asir. Ésta es una mirada al cuerpo a través de la obra plástica de artistas de la región insular.

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La pregunta que origina este ensayo puede parecer vacía pero realmente es clave para vincular el trabajo de ciertos artistas del Caribe antillano en los últimos años. Al mismo tiempo es una trampa: la idea de un cuerpo en abstracto se desploma en una región geográfica cuya multiplicidad insular y abigarramiento desafía cualquier idea estable de unidad o identidad. Sin embargo, al conectar varios momentos del arte de la región, la pregunta acerca de los espacios posibles del cuerpo ha ganado un peso propio y nos mueve a reflexionar no sólo sobre las maneras en que los cuerpos se presentan y representan en las obras, sino sobre los modos en que ellos habitan, imaginan, inventan y dislocan la expectativa de sus ubicaciones geográficas y sociales.

En ese sentido, es posible hacer resonancia con el pensador martiniqués Édouard Glissant (1928–2011) y plantear que, así como el Caribe es un territorio archipielar¹ donde las posibilidades de una identidad fija se disuelven, también podemos especular acerca de un cuerpo archipielar. De modo que este cuerpo anfibio, desterrado y en tránsito es difícil de asir o situar y se encuentra en lucha constante por recomponer una imagen-memoria de la raíz y el porvenir a la vez. Sea desde el exilio o el más inaccesible aislamiento, el caribeño se halla en disputa constante con el arraigo y los lenguajes que pueden delinear lugares propios para habitar. Quizás por estas inquietudes, el arte contemporáneo de la región insiste en trabajar con y desde el cuerpo, como si éste fuera simultáneamente tierra firme y horizonte, lugar de resistencia y mutación. Algunos artistas han señalado el cuerpo como el lugar donde se reinventan los lazos en oposición a los modelos coloniales y de poder opresivos. Esa manera de concebir la práctica artística desafía los binarismos de raza, clase y género, al tiempo que reinventa para los artistas y sus comunidades un lugar móvil en el mundo contemporáneo.

Un conjunto de imágenes de la fotógrafa Nadia Huggins (Trinidad y Tobago, 1984) conduce a pensar algunas de estas cuestiones. Varias de sus series se han enfocado en registrar la experiencia insular al desplazar la idealización del paisaje, característica de la mirada del colonizador, hacia un reporte de los modos de habitar cuerpos anfibios en ese territorio específico. En una de ellas, Circa no future (desde 2014), buscó retratar el erotismo adolescente masculino en la vida costera con imágenes que eluden el control que los retratados puedan tener sobre su propia imagen. Fuera del agua prevalecía la pose de quien se sabe observado, pero fue al momento de sumergirse los jóvenes que la fotógrafa encontró imágenes que escapaban a la autoconciencia y mostraban la libertad de los cuerpos bajo el agua. De ahí que la serie adoptara mayormente una óptica ultramarina. En esa línea se encuentran también los dípticos Transformation (2014–2016), donde muestra la continuidad de secciones abstractas de su propio cuerpo con el de criaturas del ecosistema marino. Disappear­ing people (desde 2018) registra la huella de burbujas que deja un cuerpo al momento de sumergirse. En los tres proyectos la expectativa sobre las imágenes se descoloca.

Carlos Martiel, South body, 2019, Biennial of the Americas, Denver, Estados Unidos. Fotografía de Jordan Spencer.

Ese desplazamiento de la expectativa sobre la imagen de los cuerpos es un interés común para varios artistas, si bien se emplea con estrategias y finalidades diversas. Algunos se apropian de las tensiones sociales que provocan la imagen y la presencia de un cuerpo en lo público y se colocan en medio de ellas para señalar conflictos políticos que amenazan la vida. Es el caso de los dos ejemplos que siguen.

Luis Manuel Otero Alcántara (La Habana, 1987) es un artista multidisciplinario del barrio popular San Isidro que ha sobresalido los últimos años a nivel global por ser una de las figuras más visibles de la resistencia al régimen totalitario en Cuba. Mientras escribo estas líneas se encuentra preso injustamente desde julio de 2021 y sostiene su vida al límite entre huelgas de hambre y un delicado estado de salud. Descrito por el curador cubano Abel González como un cyborg negro². Alcántara no es sólo un artista preocupado por la realidad social cubana, sino que ha puesto su propio cuerpo, su vida, al centro de las tensiones políticas que bullen actualmente en la isla. No sólo es la punta de lanza de un movimiento, es un cuerpo que ha articulado la lucha, una presencia que incomoda al sistema opresor y de ese modo ha creado un espacio de imaginación para las varias disidencias en Cuba. A través de múltiples medios artísticos se ha dedicado a señalar conflictos que difícilmente serían expresados públicamente por otras vías, como el racismo, el clasismo y la homofobia. Cada uno de sus gestos, “como un ladrillo sobre otro, van generando en una sociedad tan desarticulada como la cubana un movimiento, una especie de valentía colectiva”, describió recientemente en entrevista³.

Una de las obras que da cuenta de esto es Wel­come to yumas, realizada en el contexto de la Bienal de la Habana en 2016 y de la apertura de las relaciones económicas entre Cuba y Estados Unidos. En ella apareció durante los días del evento vestido con un traje típico de espectáculo del cabaret Tropicana para encarnar una especie de “Miss Bienal” que compartía su tarjeta de presentación y daba la bienvenida a los visitantes extranjeros. En una de las fotos más icónicas que circulan de la obra se le ve posando sobre el muro del malecón con un atardecer de fondo digno de una postal. La acción realizó un señalamiento de la visión carnavalesca que comúnmente se tiene del cubano, donde los cuerpos se sexualizan y folclorizan para satisfacer una promesa de paraíso tropical de consumo turístico. No fue la única vez que el artista irrumpió en el espacio público travestido o colocando su cuerpo en una situación de sacrificio para señalar las estructuras de control de la vida en las calles habaneras.

Carlos Martiel, Tierra de nadie, 2022, Galleria Continua, París, Francia. Fotografía de Eliot Leblanc.

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