El oficio de ser Santa Claus: La Navidad en el centro comercial

De oficio, Santaclós: Navidad en el centro comercial

Cada diciembre llegan el frío, el ponche, las lucecitas en las calles y, desde luego, los santacloses, que niñas y niños visitan en posadas, fiestas o plazas comerciales. Cientos de actores, como David González, desempolvan el traje para prestar sus servicios como San Nicolás y así ganarse un aguinaldo para sobrellevar la cuesta de enero. Algunos se consideran guardianes del personaje y, aunque haya tiempos difíciles, no desisten en la misión: hacerle creer al niño que ese señor sí es Santa.

Tiempo de lectura: 12 minutos

Cada vez que se acerca diciembre, David González comienza a hablar de sí mismo en tercera persona. Tiene que hacerlo para no confundirse. Sobre todo, cuando debe trabajar con niñas o niños empeñados en sacarlo de sus cabales: criaturas alteradas por una sobredosis de azúcar en una fiesta familiar o en un paseo por el supermercado. Aspirantes a Bart Simpson que se empeñan en jalarle las barbas postizas o hacerlo rabiar para sacarlo del personaje.

—Esa es la situación más incómoda con la que tengo que lidiar a veces. Nunca falta el latoso hiperactivo y travieso. A mí me fascinan los niños pero a veces sí dan ganas de decirle a los papás: “A este niño háganlo tantito para allá porque este santo es capaz de ahorcarlo”. Pero claro: lo piensa David, Santoclós jamás.

Chaparrito y regordete, David me mira detrás de los cristales redondos de unos anteojos diminutos sin montura que apenas sobresalen de unas cejas grises falsas y una barba esplendorosa que le llega hasta la barriga. Vive en Ecatepec, tiene poco más de treinta años y unas ojeras pronunciadas que disimula habilidosamente bajo una plasta de maquillaje. Además de interpretar a Papá Noel en cada temporada navideña, desde hace doce años, trabaja supervisando a una cuadrilla de trabajadores dedicada a montar y desmontar la publicidad de los estantes de la Línea 1 del Metrobús, en un horario de doce de la noche a cinco de la madrugada. Por las mañanas estudia Ingeniería Industrial. Duerme unas cuatro horas al día, pero solo cuando le va bien y no tiene algún compromiso que implique ajustarse la peluca blanca debajo del gorro de terciopelo y meterse dentro de ese pesado traje rojo que en cinco minutos se convierte en horno, a pesar de las heladas decembrinas.

Comenzó como una broma. Durante el primer semestre de la carrera, un maestro le recomendó tomar clases de actuación para combatir su timidez. Terminó interpretando el papel de Santa Claus en una obra de fin de año que recibió varias felicitaciones. Al poco tiempo, tuvo que abandonar las aulas y buscar un trabajo mal pagado para sobrellevar una crisis familiar. Mientras trabajaba montando escenarios para espectáculos de todo tipo, sin prestaciones laborales ni seguro médico, decidió desempolvar aquel traje rojo para prestar sus servicios como San Nicolás y así gestionarse, al menos, un aguinaldo para sobrellevar la cuesta de enero.

Desde entonces ha interpretado al hombre del Polo Norte en tiendas Coppel o Famsa, en plazas municipales, parques o tianguis, para fotos familiares a domicilio, en estudios fotográficos o en posadas laborales de fin de año. Ahí donde lo llamen, estará.

—A estas alturas ya no sé por qué sigo haciéndolo… —dice.

Lo interrumpe una niña de siete años que corre hacia él para abrazarlo con fuerza, entre risitas. De inmediato vuelve a hablar de sí mismo en tercera persona:

—David ya tiene un trabajo bien pagado, con aguinaldo, prestaciones, estabilidad. No tiene la necesidad de seguir haciendo esto. Es un ingreso extra, sí, aunque hay veces que David preferiría elegir su descanso. Pero entonces llega la temporada: el frío, el ponche, las lucecitas… es como si algo lo llamara y míralo, ¡aquí lo tienes otra vez!

David se carcajea. Su boca es ahora un círculo perfecto y una suavidad fraterna envuelve su voz. Aunque es él quien ríe, mientras lleve ese pesado traje rojo sabe que su risa no le pertenece, que su misión es preservar la inocencia contenida en ese sonoro “jo, jo, jo” ante cada niña y cada niño que se le acerque y, sobre todo, ante los adultos que pagan por sus servicios.

Desde entonces ha interpretado al hombre del Polo Norte en tiendas, en plazas municipales, parques o tianguis, para fotos familiares a domicilio, en estudios fotográficos o en posadas laborales de fin de año. Ahí donde lo llamen, estará.

Santa Claus

David González estudia por las mañanas Ingeniería Industrial y por las tardes, cada diciembre, interpreta a Santa Claus.

POLÍTICAS DE EMPRESA

Al historiador y filósofo mexicano Edmundo O’Gorman se le atribuye la idea de que “la Navidad es la venganza de los mercaderes contra Jesús por haberlos expulsado del templo”. Pienso en eso mientras observo desde el segundo piso del Centro Comercial Manacar, en Avenida de los Insurgentes Sur, a un fornido Santa Claus que saluda a la gente debajo de un pino navideño de más de quince metros de altura. Lo acompaña un gnomo de sombrero verde —que en unas semanas comenzará su rol como Rey Mago— y dos jóvenes elfas que intentan atraer a los clientes que descienden por las escaleras eléctricas. Pero hoy es miércoles, un día flojo. Faltan todavía veinte días para Navidad y la plaza de la Torre Manacar, perfilada para una clientela de oficinistas y ejecutivos, no suele atraer familias con niños.

Interpretar a San Nicolás en un centro comercial no es sencillo. Además de la renta del espacio, las plazas o parques comerciales exigen ciertos estándares de calidad en los vestuarios y en la interpretación de quienes desean caracterizar al personaje. Por eso, los santacloses de los centros comerciales suelen ser empleados contratados por alguna empresa dedicada al montaje de este tipo de instalaciones de temporada y que se hace responsable del escenario, los vestuarios, el maquillaje, la música, las mesas, el fotógrafo, los actores y hasta la computadora y el equipo para imprimir las fotos familiares que se venden a 170 pesos con marco navideño.

—Además de Manacar, actualmente estamos en otras cuatro plazas: en Zentralia, Ermita, Coacalco y Oceanía —dice Paco del Castillo, coordinador de la empresa Santa Claus Artesano 21–. Cada Santa gana unos cuarenta mil pesos por temporada. Es un negocio rentable.

Paco es actor profesional. Estudió en el Instituto Andrés Soler e interpreta a Santa Claus desde hace quince años. Está tan acostumbrado al personaje que hoy ya no solo lo interpreta, sino que se encarga de cuidar cada detalle de los actores que lo acompañan.

—Mi objetivo es preservar la magia de la Navidad: eso es lo que significa interpretar a Santa Claus. Hoy en día los niños están más despiertos y saben que esa es una persona disfrazada. Nuestra misión es luchar contra eso: hacerle creer al niño que ese señor sí es Santa. Incluso a los adultos: ellos evidentemente saben, pero hay que ser capaces de crear la ilusión.
—¿Cómo se crea esa ilusión?
—Como en todo, el tema está en los detalles: nuestras pelucas y barbas, por ejemplo, son de pelo natural. El vestuario lo hacemos nosotros a mano, con telas que tenemos que importar. No podemos usar materiales, perdón por la palabra, “corrientes”. Eso sería restarle coherencia al personaje. Porque Santa Claus es una persona de una posición económica acomodada: esto debe reflejarse en su ropa.

Mi objetivo es preservar la magia de la Navidad: eso es lo que significa interpretar a Santa Claus. Hoy en día los niños están más despiertos y saben que esa es una persona disfrazada. Nuestra misión es luchar contra eso: hacerle creer al niño que ese señor sí es Santa. 

Interpretar a San Nicolás en un centro comercial no es sencillo. Las plazas o parques comerciales exigen ciertos estándares de calidad en los vestuarios y en la interpretación de quienes desean caracterizar al personaje.

Paco explica que Santa debe ser, además, corpulento, de piel blanca o, a lo sumo, apiñonada. La barriga no importa tanto como la altura, pues siempre se puede usar relleno. Debe ser un tipo sonriente, capaz de afrontar con naturalidad los temperamentos neuróticos y las depresiones decembrinas provocadas por las peleas familiares o las compras de pánico, y ofrecer serenidad a quien se le acerque como un sacerdote o un terapeuta.

—Sobre todo tiene que ser tolerante con la gente y con los niños. Santa Claus es una persona bonachona, buena, que da consejos. No podemos emplear a una persona malhumorada, antisocial. Nosotros como empresa buscamos, además, que nuestros actores puedan también cantar o bailar para ofrecer un plus en algún momento del día.

Ahora, en el centro comercial, los duendes de Papá Noel recogen mesas y acomodan mamparas. Son las ocho y media de la noche. De lunes a viernes, Santa cumple un horario de tres de la tarde hasta las nueve de la noche. Los sábados y domingos, su jornada comienza a las once de la mañana, con un descanso de dos horas para comer.

En medio de las tiendas Benetton, Adidas, Forever 21, Massimo Dutti, iShop y Wingstop, entre clientes solitarios que caminan mirando sus teléfonos inteligentes o que pasean plácidamente de una tienda a otra, la presencia de Papá Noel pasa casi inadvertida. No siempre fue así. Hubo un tiempo en que Santa Claus o San Nicolás fue considerado un ídolo pagano por la Iglesia. En una crónica compilada en Todos somos caníbales (FCE, 2014), el antropólogo Claude Levi-Strauss narra cómo, durante la tarde del 24 de diciembre de 1951, en la ciudad de Dijon, Francia, las iglesias católica y la luterana organizaron un auto de fe, colgaron un muñeco de Santa Claus de las rejas del atrio de la catedral y le prendieron fuego frente a 250 niños. Fue un gesto polémico. La violencia de la Segunda Guerra Mundial, las bombas y el holocausto, eran todavía recientes y no fueron pocos los franceses que defendieron su derecho al paganismo. Sería el mismo ayuntamiento el que, horas más tarde, intentaría tranquilizar los ánimos convocando a todos los niños de la ciudad a escuchar un mensaje de Santa, quien hablaría desde el tejado del edificio municipal.

Debe ser un tipo sonriente, capaz de afrontar con naturalidad los temperamentos neuróticos y las depresiones decembrinas provocadas por las peleas familiares o las compras de pánico, y ofrecer serenidad, como un sacerdote o un terapeuta.

David González vive en Ecatepec. Además de interpretar a Santa, trabaja supervisando a una cuadrilla de trabajadores dedicada a montar y desmontar la publicidad de la Línea 1 del Metrobús.

LA INOCENCIA EN JUEGO

Cerca de cuarenta plazas, parques, centros o galerías comerciales por toda la ciudad, y más de sesenta si se contemplan los estados. Chrismas es posiblemente la compañía que maneja más intérpretes de Santa Claus en México. Desde hace 39 años, ofrecen la instalación de escenarios navideños en grandes malls, además de visitas a oficinas o fundaciones, y eventos como el “encendido de árboles navideños” para fiestas empresariales. Intento concretar una entrevista con alguno de sus actores pero el enlace con prensa me previene:

—No tenemos tiempo —dice con prisa—, trabajamos todo el año para que todo lo que ocurre estos días salga perfecto. Además, no nos gusta dar entrevistas. Somos una empresa que depende mucho de su prestigio. Nos consideramos guardianes del personaje y de la ilusión que encarna. Es como un mago que no revela sus trucos. Así nosotros, no podemos arriesgar la magia. Tenemos que pensar en los niños.

Advierte que el personaje de Papá Noel ha sido maltratado y mal representado por los medios, la televisión o el cine mexicano. Como ejemplo, menciona al Santa Claus borracho que interpreta el escritor Carlos Monsiváis en Los Caifanes (1967). No es una desconfianza infundada. Su imagen es tan sugestiva que constantemente produce sus propias antítesis: películas como Nightmare Before Christmas (1993), Bad Santa (2003) o Violent Night (2022) juguetean con versiones retorcidas del personaje. Uno de los mitos fundacionales del movimiento punk ubica a un Santa Claus decadente en el centro de Londres de 1968, que reparte folletos contra la Navidad y el consumismo, aterrorizando a los ingleses durante la víspera, justo antes de ser arrestado por la policía a la vista de todos. Durante muchos años, Malcolm McLaren, el fundador de la banda Sex Pistols, juró que él había sido el hombre bajo el disfraz. En realidad, se trataba de un performance de King Mob, un colectivo de arte político decidido a destruir los símbolos del catolicismo, el capitalismo y la buena conciencia británica. Santa fue una de sus primeras víctimas.

Entablar una conversación con Santa en estas fechas es difícil. Muchos cubren dos o tres eventos al día y enfocan toda su energía en atender y escuchar a cientos de niñas y niños que acuden a sus regazos no solo a pedirles juguetes, sino a decirles cualquier cosa. Además, no todos tienen autorización de su empresa para brindar información de su trabajo o del personaje.

—En realidad, son los adultos quienes más se emocionan —dice un Santa que acepta hablar en uno de sus ratos muertos—. A muchos niños les da igual: son sus papás quienes les contagian el entusiasmo.
—Más de una vez me ha tocado consolar a hijas en medio de un divorcio —me cuenta otro por teléfono.
—No solo se nos acercan los niños, también la gente sola o deprimida, gente para quienes Santa representa esperanza—jura uno que ofrece sus servicios por videollamada.
—En algunas familias, hay a quienes no les simpatiza el personaje —dice uno que se alquila a domicilio—. Cuando nos contratan para una fiesta o algo así, a veces surge algún comentario. Pero nunca pasa de ahí. Ahora sí que tienen que soportar, más que nada por los niños.

No nos gusta dar entrevistas. Somos una empresa que depende mucho de su prestigio. Nos consideramos guardianes del personaje y de la ilusión que encarna. Es como un mago que no revela sus trucos. No podemos arriesgar la magia.

Santa Claus

Cada año, David González desempolva el traje rojo para prestar sus servicios como San Nicolás y así gestionarse, al menos, un aguinaldo para sobrellevar la cuesta de enero.

Los primeros registros de Santa Claus en México remiten a finales del siglo XIX. Algunas notas de El Nacional reportan con extrañeza cómo algunas familias extranjeras instalan pinos de Navidad y cómo algunos niños dejan calcetines en los balcones. Una de las reacciones más curiosas sucedió en 1930, cuando el gobierno de Pascual Ortiz Rubio instauró por decretó que, en lugar de Santa Claus, el símbolo de la Navidad debería ser la Serpiente Emplumada. Aquel año, Quetzalcóatl recibió quince mil niños en el Estadio Nacional a quienes regaló dulces, juguetes y ropa antes de cantar el Himno Nacional.

Esto ocurrió antes de que el cine estadounidense y otros medios difundieran masivamente la figura de Sinterklaas, un personaje legendario originario del norte de Europa. Es sabido, por ejemplo, que las campañas publicitarias de Coca-Cola fueron las responsables de universalizarlo tal como lo conocemos hoy: la característica chaqueta y el gorro rojos con blanco fueron una estrategia para hermanar a la marca con el hombre que reparte juguetes a bordo de un trineo. La publicidad fue tan agresiva que provocó no pocas reacciones y, en los principales periódicos, ante un evidente nacionalismo, se convocaba a rechazar ese nuevo culto por considerarlo una costumbre anticatólica que imponía un símbolo extranjero sobre los ya tradicionales Reyes Magos. La historiadora Susana Sosenki escribe: “En la Navidad de 1951, la prensa mexicana denunció la existencia de un ‘movimiento contra Santa Claus’: quince de los más importantes ‘gerentes de los grandes comercios en México’ estaban ‘efectuando reuniones secretas con el objeto de boicotear al popular viejecito de las barbas blancas y la casaca roja’. Como argumento principal sostenían que Santa era un ‘invasor extranjero’”.

Hoy ya son pocos los que protestan. Así como el árbol de Navidad, Santa Claus se ha instalado en buena parte del imaginario local. Cuestionar su presencia implica no solo ser un grinch o amargado sino, sobre todo, pecar de tacañería.

—Los niños antes pedían juguetes: carritos de control remoto, pistolas de agua — advierte un Santa Claus por mensaje de Facebook—. Luego empezaron a pedir videojuegos; hoy solo piden celulares, tablets, ropa aesthetic
—Como actor debes saber lidiar con situaciones críticas —cuenta otro que solía trabajar en grandes malls—. Una vez me tocó consolar a un hombre que había perdido a su hijo pequeño debido a un cáncer.
—A mí me han querido contratar para eventos para adultos: despedidas de soltero o cosas así. O quieren rentarte el traje para usarlo quién sabe de qué. No podemos arriesgarnos a algo así: es la inocencia lo que está en juego.

Las campañas de Coca-Cola fueron las responsables de universalizarlo tal como lo conocemos hoy: la chaqueta y el gorro rojos fueron una estrategia para hermanar a la marca con el hombre que reparte juguetes a bordo de un trineo.

Santa Claus

La Ciudad de México ha producido sus propias leyendas alrededor de Santa Claus

 UN SANTOCLÓS DE BARRIO 

La Ciudad de México ha producido sus propias leyendas alrededor de Santa Claus. Durante los años setenta, en la esquina de Avenida de los Insurgentes y San Luis Potosí, en la colonia Roma, detrás de los vidrios de un escaparate de la tienda Sears, acostumbraba a instalarse un imponente Santa Claus que, rodeado de nieve y caramelos gigantes, saludaba a los niños. Se trataba de un muñeco autómata que funcionaba con cuerda mecánica y que cada tanto emitía una sonora carcajada que se escuchaba en la cuadra entera. Hoy todavía muchos lo recuerdan como uno de sus primeros traumas infantiles.

—A mí lo que me gusta es el Santa Claus de barrio—dice David González—. Yo crecí en la colonia San Felipe de Jesús. Cuando yo era niño había un señor que tú podías ver en mitad de septiembre, caminando con su bastón y su barba blanca y larga-larga. A fin de año se ponía su traje y su personalidad cambiaba por completo. Salía a la calle tocando su campana a saludar a los niños y tomarse la foto. Todo mundo sabíamos quién era, pero no importaba. A mí me inspira ese recuerdo.

Por eso David ya casi no trabaja en centros comerciales. Se refiere a sí mismo como un hombre “gordito, güerito, bonito” que encaja de manera natural en el personaje. Pero las plazas o las empresas que manejan a los Santas que se instalan en sus pasillos, han comenzado a rechazarlo sin motivos claros. “Un día me dijeron que no podían contratar a un Santa Claus de mi complexión, para no promover la obesidad infantil”, ríe con fastidio.

La competencia es cada vez más alta. La pandemia, por ejemplo, generó una crisis en el gremio de los santacloses a nivel mundial. Muchos tuvieron que comenzar a ofrecer servicios por videollamadas ante un confinamiento inédito. Fue entonces que David tuvo que enfrentarse, por primera vez, a la posibilidad de que una Inteligencia Artificial sustituya su trabajo. Páginas como SantaClaus.chat comenzaron a ofrecer conversaciones coherentes y personalizadas con cualquier niña o niño, a un precio ridículo y, a veces, incluso gratis.

La diferencia, dice David, es el trato humano que él puede ofrecer. A diferencia de los Santas corporativos que ofrecen una experiencia cada vez más homologada, él puede tomarse el lujo de generar relaciones de varios años con las familias o empresas que lo contratan.

—No cualquiera tiene el tacto y la paciencia de tratar con niños —dice—. Es algo delicado: debes saber que no te está permitido tocarlos salvo, quizás, en los hombros o en la cabeza, debes saber brindarles un consejo cuando te lo piden y escucharlos con mucha atención, intentando entender su mundo. Pero también debes saber tratar con los adultos, porque son ellos los que más disfrutan el momento, por nostalgia o porque es algo que nunca tuvieron.

Por eso el Santa Claus de David es bonachón y dicharachero. Y aunque con los niños se esfuerza por interpretar al emblema mismo de la bondad, con los adultos se atreve a susurrar chistes de doble sentido, a coquetear con las viudas, a interactuar con los tíos borrachos de las fiestas. Todo con el afán de romper el hielo, de provocar una risita o despertar el espíritu de la Navidad de acuerdo con las tradiciones de cada familia.

—Yo creo que mi misión es ofrecer un sentimiento de paz. Eso significa para mí Santa Claus en la Navidad. Que al final del año puedas descansar y sentir que, pese a todos los problemas, puedes estar tranquilo por un momento, sentirte en paz contigo y con los tuyos.
—¿Alguna vez te has cansado de ser Santa Claus?
—Siempre digo que este ya es mi último año pero luego… aquí me tienes.

David traga saliva, se le humedecen los ojos.
Se disculpa y vuelve a hablar de sí mismo en tercera persona.

—Disculpa, disculpa… David es muy sentimental—dice enjugándose las lágrimas—. Yo soy muy niñero, ¿sabes? Me gustan mucho los niños y sé también que esta es una forma de tener esa cercanía con un hijo que yo no he podido tener. Mi esposa está esperando un trasplante de riñón y, por esa razón, los médicos no recomiendan un embarazo.

Santa Claus me mira desde los ojos chiquitos de David González. Sonríe y repite que su misión en esta tierra es procurar paz y armonía en estas fechas a los niños y a las familias que se crucen en su camino. Pero que Santa Claus también piensa en David, en sus sentimientos y en su felicidad. Por eso está aquí, por eso no puede quitarse el traje rojo. No todavía.

«A mí lo que me gusta es el Santa Claus de barrio», dice David González.

 


CARLOS ACUÑA. Reporteo, escribo, edito. He publicado en Emeequis, Gatopardo, Chilango, Ojo Público, El Sur de Guerrero, Fábrica de Periodismo y otros medios nacionales. Fui mentor de la Unidad de Investigaciones Periodísticas de Cultura UNAM.

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