Tiempo de lectura: 4 minutosLe pusieron Amanda por una canción de Víctor Jara, el trovador de la Revolución socialista chilena de Salvador Allende, torturado y asesinado en 1973 a manos del régimen golpista de Pinochet. Cuando ella nació, en 1981, los padres de Amanda de la Garza, ambos mexicanos, tenían aún fresca la militancia activa de izquierda en los setenta, los años en que se conocieron en la Facultad de Química de la UNAM. Eran ya académicos, pero quisieron que su hija llevara en el nombre los acordes teñidos de las consignas de lucha de “Te recuerdo Amanda”, compuesta en 1968. La canción narraba el amor de dos obreros: Amanda corre a la fábrica a encontrar a Manuel para pasar cinco minutos eternos, que serán los últimos.
La prestigiosa Artforum dedicó un artículo el 21 de enero de 2020 para anunciar a la comunidad artística internacional que Amanda de la Garza asume la dirección del Museo Universitario Arte Contemporáneo (MUAC) de la UNAM, recinto donde se ha desempeñado como curadora desde 2012. Una treintena de exposiciones ha pasado por sus manos, entre ellas, “Vicente Rojo. Escrito/Pintado” (MUAC, 2015; Instituto Cultural Cabañas, 2016), “Jeremy Deller. El ideal infinitamente variable de lo popular” (MUAC, Fundación PROA, Argentina y Azkuna Zentroa, España, 2015-2016), “Isaac Julien. Playtime & Kapital” (MUAC-Museo Amparo, 2016) y “Alcira Soust Scaffo. Escribir poesía, ¿vivir dónde?” (MUAC, 2018).
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Pero de estos años, la experiencia más inquietante fue la preparación de la muestra “A los artistas del mundo… Museo de La Solidaridad Salvador Allende México/Chile 1971-1977”, en cocuraduría con Luis Vargas, y que se exhibió en ambos países en 2016. La investigación se centró en las donaciones de artistas mexicanos a un museo experimental para el pueblo chileno concebido a la luz del programa socialista de Allende, cuya colección se dispersó tras el golpe de Estado de 1973. De la Garza y Vargas no sólo viajaron al país sudamericano, sino que entrevistaron al expresidente mexicano Luis Echeverría en su biblioteca y, como si existiera un karma asociado a los documentos perdidizos de aquellos años de represión en México, el teléfono donde grabaron la conversación se averió y el archivo se esfumó para siempre. “Fue un proyecto, a la vez, muy entrañable porque se conectaba con una historia muy personal donde el socialismo allendista, el golpe de estado y el posterior exilio chileno fueron parte de mi nombre y de la historia de mi familia por los ideales políticos que tenían mis padres”, me cuenta Amanda.
“El golpe de timón va a tomar tiempo, pero ya está en marcha.”
Jeremy Deller, «El ideal infinitamente variable de lo popular». Vistas de instalación. Museo Universitario de Arte Contemporáneo, UNAM, 2015.
Cuando se reveló su nombramiento como Directora General de Artes Visuales de la UNAM —que comprende, además de la dirección del MUAC, la gestión de los museos El Eco y MUCA-Roma—, la comunidad artística celebró en redes sociales el golpe de timón de este relevo generacional.
No es un secreto que el edificio de concreto blanco y cristal fue concebido y estuvo bajo el mando de Graciela de la Torre desde que abrió sus puertas en octubre de 2008. Desde luego, los 38 años de edad de Amanda de la Garza contrastan con los 43 de trayectoria de su antecesora a la cabeza de grandes museos: De la Torre dirigió San Carlos, el Munal y fue Directora General de Artes Visuales de la UNAM. Durante sus 11 años de existencia, el MUAC se ha consolidado como una institución de referencia internacional y ha formado parte de la transformación del arte contemporáneo en México.
En su discurso público de toma de posesión, De la Garza anunció que explorará nuevas latitudes sin abandonar lo ya construido. Apenas aterrizada de la Feria Arco de Madrid, tras ofrecerme un café solo, sin azúcar –sobrio, intenso–, que ella misma prepara en su oficina, explica que, como directora, le interesa abrirse a vientos hasta ahora desatendidos en el MUAC: lo queer, el feminismo no binario, la inclusión de las personas con discapacidad como sujetos de derecho y no desde la filantropía o la victimización, el periodismo cultural. También planea fortalecer la línea sobre desapariciones y violencia generalizada, ampliar la colección de diseño y de fotografía y cultivar relaciones más promiscuas con los otros dos recintos a su cargo. Busca apuntalar, en definitiva, un espacio de pensamiento a la altura de los tiempos que corren.
“Vivimos un momento histórico donde el movimiento social es el que empuja a las instituciones a revisarse internamente. Pienso que ésa es una de mis tareas, por mi edad, por mi generación y por haber tenido acceso a entender o estar cercana a movimientos sociales”, dice.
“Vivimos un momento histórico donde el movimiento social es el que empuja a las instituciones.”
Vicente Rojo, «Escrito/Pintado». Vistas de exposición, Museo Universitario de Arte Contemporáneo, UNAM, 2015.
Quizá con esa autoconsigna le hace un guiño no sólo a su historia familiar sino a su formación primaria en ciencias sociales: estudió Sociología en la UNAM, la especialidad en Antropología de la Cultura y la maestría en Ciencias Antropológicas en la UAM-Iztapalapa antes de virar hacia los estudios curatoriales con la maestría en Historia del Arte de la UNAM, donde profundizó en fotoperiodismo y violencia. “Yo siempre uso esta frase: me apasiona la teoría social, pero la leo como literatura”, dice en su cubículo sin paredes frontales que privilegian la vista al paisaje exterior y sacrifican la intimidad. “No me interesa la parte estadística ni la investigación de campo. Me interesa un trabajo en equipo que involucre la ejecución práctica de proyectos”.
El apellido De la Garza revela su origen norteño. Nació en Monclova, aunque su primera infancia transcurrió en Texcoco, Estado de México. En la mesa, los adultos discutían con los niños y se hablaba de política y cine de autor. Cuando el presupuesto lo permitía, viajaban austeramente por el país. Sólo volvían a Coahuila en verano y Navidad.
Si cultivamos la metáfora, las garzas son esas aves altas y majestuosas que habitan en aguas calmas, cuyas crías son capaces de volar en apenas tres semanas de vida. Serenas, pero firmes para tomar su propio rumbo.
“Los buques cargueros necesitan un kilómetro para dar una vuelta antes de llegar a la costa. El golpe de timón va a tomar tiempo, pero ya está en marcha.”