Tiempo de lectura: 4 minutosEn una imagen inmóvil que parece estirar el tiempo, el primer plano de Beginning (2020) contiene la película entera. Un grupo de Testigos de Jehová en una comunidad en Georgia se prepara para una lección con su líder, que les hablará sobre Abraham, a quien Dios ordenó asesinar a su hijo Isaac como una prueba de fe. Esto es importante. Pudiendo elegir cualquier otra historia bíblica, la directora georgiana Dea Kulumbegashvili escoge, tal vez, la más indefendible, y prepara un eco temático que vendrá en el desenlace. Beginning, como lo sugiere este detalle junto con el resto de la película, es una expresión de la fe como fealdad insondable y como retribución, a veces, bienvenida.
De repente, un coctel molotov explota en el interior del salón, cerca de donde está la cámara. La gente se aleja del fuego, pero más bombas explotan. El caos horrible se registra con absoluta parquedad mientras observamos de manera perversa. En su primer largometraje, seleccionado para competir por el Oscar a nombre de Georgia, Kulumbegashvili nos hace mirar, y también nos hace temer que el terror vuelva en los siguientes planos; la vasta mayoría de ellos no terminará en violencia, pero otros cuantos sí, como si se tratara de una ruleta rusa donde se esconde un puñado de imágenes-bala entre todas las demás. Apenas comenzada la película, ya vimos una.
Quizá por estas decisiones Beginning fue descrita como sórdida por el crítico argentino Roger Koza durante su exhibición en el pasado Festival de San Sebastián. Si bien la película afecta duramente al público en sus imágenes más crueles, y lo mantiene tenso durante las más cotidianas, no me parece que haya un abuso como el que nos encontramos en los peores derivados del cineasta austriaco Michael Haneke.
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Beginning (2020)
Incluso podríamos decir que el propio Haneke incurre en este exceso en Funny Games (1997), una película donde aborda la violencia en el cine y la televisión mostrándosela al público en planos fijos y despiadados que apenas si ocultan los tormentos que un par de jóvenes inflige sin razón sobre una familia en su casa de verano. En un peculiar ejercicio de moralismo, el director castiga al público dándole lo que quiere, pero no como lo quiere ver. Si en Hollywood la acción es emocionante y heroica, en el cine de Haneke y sus discípulos no hay nada que disfrutar. El mexicano Michel Franco y el griego Alexandros Avranas están entre los peores ejemplos de la escuela Haneke porque, en vez de condenar la crueldad o cuestionarnos a nosotros por verla, parecen crearla con el fin exclusivo y miserable de torturar a sus personajes como a su audiencia. Kulumbegashvili no me parece caer en eso; al contrario, hay elementos —sobre todo la distancia entre la cámara y los actos— que sugieren su propio disgusto al crear las imágenes más brutales.
El aspecto que más distingue a Kulumbegashvili de Franco y Avranas es el ritmo. La mayoría de las imágenes en Beginning siguen a una mujer, la esposa del líder que vimos en la primera escena, a lo largo de su vida cotidiana, que se cuenta en larguísimos planos donde no pasa mucho. Yana (Ia Sukhitashvili) da clases a los niños de la comunidad en una escuela de los Testigos de Jehová, y los inicia en el camino a su bautizo; en otra escena discute con su esposo, David (Rati Oneli), sobre la posibilidad de mudarse, pero después del ataque del inicio su vida no suele ser particularmente dramática.
A pesar de ello, las imágenes contienen una tensión casi inexplicable. Si en el cine de horror se dejan espacios en las composiciones para que ahí aparezcan los monstruos, en Beginning hay una ausencia general que, por una parte, sugiere la posibilidad de más violencia que casi nunca llega; y por otro lado, con sus tiempos muertos y su iluminación dramática, pareciera que las imágenes ilustran una presencia sin cuerpo y sin límites que deja inexplicablemente pasar los eventos más atroces. Dios está en el cuadro observando y manifestándose en la invisibilidad y el silencio hasta que nos afirma su realidad vengativa finalmente. Una noche Yana es visitada por un detective a quien se le ve en el incendio tras la primera escena. Su figura vestida de negro y su actitud arrogante parecen diablescas desde un principio, pero la apariencia se orienta a la sospecha metafísica después de sus dos visitas a Yana. ¿Será el diablo o sólo un sirviente suyo?
Beginning (2020)
En estas escenas comienza a asomarse otro tema importante en Beginning que Kulumbegashvili esparce a lo largo de la película: las múltiples opresiones de las mujeres en medio de un conflicto religioso. El visitante abusa de Yana en planos incómodos y devastadores. Sus duraciones insoportables expresan crueldad, pero no una que deleite o castigue, sino una que asusta tanto como el trato que recibe Yana después, o como una conversación donde su madre le cuenta que su padre no era un hombre malo aunque, muchos años antes, las sacó a ambas de la casa durante una noche de invierno. Ser mujer en una comunidad religiosa, parece decir Kulumbegashvili, es un calvario sin partido: congregantes y enemigos destrozan sus cuerpos y fracturan sus almas. Sus vidas son una rima implacable de la violencia en el Antiguo Testamento.
Y así, sin decir mucho, la cineasta dice tanto en su primer largometraje. Incluso el contexto se pierde a menudo — ni siquiera está claro quién ataca a la comunidad de Yana— porque el fin de Beginning no es la denuncia específica sino la observación general, universal, de las cosas. Más allá del halago, quizá también se refleje una inmadurez que aísla las acciones y se reprime de una exploración más honda.
Si bien la tensión nos pone en el lugar temeroso de los personajes, también nos manipula mediante efectos obvios como un sonido ligeramente lynchiano, pero ya con el tiempo descubriremos si Kulumbegashvili podrá depurarse hasta darnos una obra todavía más entregada a lo que Nathaniel Dorsky llama el “cine devocional”, es decir, un cine que en el silencio y la quietud transmita el éxtasis inexplicable de la revelación.
Kulumbegashvili no está nada lejos.
Beginning (2020)