Lina Meruane

Lina Meruane

05
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09
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19
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El cuerpo y los silencios

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de

Tenía poco tiempo de haber llegado a Nueva York, era el año 2000 y su doctorado la había llevado desde Santiago de Chile hasta esa cosmopolita ciudad. Casi por destino, la obra Loco afán, de Pedro Lemebel, Antes de que anochezca, de Reinaldo Arenas, y Salón de belleza, de Mario Bellantin, llegaron a sus manos. Eran escritores que tenían algo en común y dedicaban sus líneas a explorar el tema del sida, un tabú a pesar de la época. Fue ahí que la chilena Lina Meruane (1970) fue consciente del silencio en torno al tema, por lo que tomó la decisión de adentrarse por completo. “No hay nada más rico que meterse en los lugares privados, en lo prohibido y en los silencios. Me angustió mucho que en general se hablaba del tema en un sentido figurado; yo conocí a gente que estaba enferma, gente que murió, por lo que decidí comenzar a tirar de los hilos y escribir del tema”, cuenta en entrevista.Meruane comenzó a escribir desde muy joven: “Siempre lo hice de manera silenciosa, aislada. Era para mí. Mucho tiempo me refugié en la lectura y desde niña comencé a copiar lo que escribía; en el fondo quería hacer lo propio, pero en ese entonces no tenía nada que decir”, recuerda. Pero su momento llegó. Sus inicios estuvieron en el cuento, más tarde brincó a la novela, y fue ahí en donde el dolor, la angustia y el sufrimiento se definieron como elemento fundamental en su obra. Ha creado un mundo literario en el que se explora lo complejo, aquello de lo que la sociedad prefiere no hablar. “Si uno escribe sobre enfermedad, no escribe sobre temas felices, sino que habla de lo que le pasa al cuerpo, los sufrimientos físicos y psíquicos. También de las transgresiones en las que incurren los propios enfermos y los que están alrededor”, explica. El lenguaje médico siempre estuvo presente en su casa, sus padres eran doctores, por lo que creció escuchando sobre enfermedades, diagnósticos y casos clínicos. Con los años, el tema se convirtió en el gatillo de su propia escritura. Ese proceso de dolor y de hacer doler apremian en Fruta podrida (2007), Sangre en el ojo (2012), ganador del Premio Sor Juana Inés de la Cruz (México), y Sistema nervioso (2018), obras a través de las cuales intenta definir el actuar de los personajes ante una imposición de un discurso autoritario o problemático, como puede ser el de la salud y la medicina. “En Fruta podrida tenemos al personaje que representa la resistencia ante la enfermedad, en Sangre en el ojo está más bien el siniestro que exige la devolución de su salud, y en Sistema nervioso nos encontramos con un mundo en donde la enfermedad no es una excepción”, cuenta la escritora. Meruane explica que aunque son novelas muy distintas, terminan en una suerte de trilogía con la que planea cerrar esta línea de continuidad que parte de la enfermedad y que la llevó a ganar el Premio Anna Seghers en 2011. Hasta ahora, en la obra de Meruane el protagonismo ha recaído en personajes femeninos. Esto, lejos de encasillar, explica, le resulta una herramienta para explorar y mostrar el universo femenino en una literatura poblada de hombres. “Siempre escribí sobre mujeres y creo, en términos generales, que somos sujetos más vulnerables y el ojo siempre se me va en esa dirección, hacia lo vulnerable, hacia los escenarios complicados”, detalla. Consciente de que por mucho tiempo los escritores ofrecieron estereotipos planos de personajes femeninos, Meruane optó por crear un espacio en el que fuera posible interrogarlas con el fin de buscar en ellas más pliegues y profundidad. Dicho escenario comienza a ser una realidad no sólo en la literatura, sino en el entorno social y cultural. Al respecto, la escritora se muestra sorprendida de que este empoderamiento no hubiera sucedido antes. “Yo creo que los ciudadanos y las ciudadanas estamos en un momento de gran malestar, a todo nivel, económico, político o social; se han extremado muchísimo las posiciones y yo creo que muchas mujeres de pronto hemos sentido que ya era hora de parar, de denunciar, de decir, de levantar la voz”, explica. A este momento vino precisa su reciente antología sobre Gabriela Mistral, una figura ninguneada, no apreciada en su época hasta que se hizo del Nobel de Literatura, y entonces el gobierno chileno se vio obligado a voltear a verla y reconocerla con el Premio Nacional de Literatura de Chile. Para Las renegadas (2018), como llamó a esta compilación de Mistral, optó por retomar a las mujeres de sus obras. “Las locas, las raras, las viajeras, las migrantes, las mujeres que quisieron ser madres y no lo fueron, todas ésas de las que poco conocemos”, explica.Para su próximo proyecto, no obstante, viene “una novedad interesante y todo un desafío. Se trata de una poblada de personajes masculinos”, y concluye con la siguiente frase: “Siempre es lindo escribir algo diferente”.

Collage de R.R., basado en la fotografía de Daniel Mordzinski

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Tenía poco tiempo de haber llegado a Nueva York, era el año 2000 y su doctorado la había llevado desde Santiago de Chile hasta esa cosmopolita ciudad. Casi por destino, la obra Loco afán, de Pedro Lemebel, Antes de que anochezca, de Reinaldo Arenas, y Salón de belleza, de Mario Bellantin, llegaron a sus manos. Eran escritores que tenían algo en común y dedicaban sus líneas a explorar el tema del sida, un tabú a pesar de la época. Fue ahí que la chilena Lina Meruane (1970) fue consciente del silencio en torno al tema, por lo que tomó la decisión de adentrarse por completo. “No hay nada más rico que meterse en los lugares privados, en lo prohibido y en los silencios. Me angustió mucho que en general se hablaba del tema en un sentido figurado; yo conocí a gente que estaba enferma, gente que murió, por lo que decidí comenzar a tirar de los hilos y escribir del tema”, cuenta en entrevista.Meruane comenzó a escribir desde muy joven: “Siempre lo hice de manera silenciosa, aislada. Era para mí. Mucho tiempo me refugié en la lectura y desde niña comencé a copiar lo que escribía; en el fondo quería hacer lo propio, pero en ese entonces no tenía nada que decir”, recuerda. Pero su momento llegó. Sus inicios estuvieron en el cuento, más tarde brincó a la novela, y fue ahí en donde el dolor, la angustia y el sufrimiento se definieron como elemento fundamental en su obra. Ha creado un mundo literario en el que se explora lo complejo, aquello de lo que la sociedad prefiere no hablar. “Si uno escribe sobre enfermedad, no escribe sobre temas felices, sino que habla de lo que le pasa al cuerpo, los sufrimientos físicos y psíquicos. También de las transgresiones en las que incurren los propios enfermos y los que están alrededor”, explica. El lenguaje médico siempre estuvo presente en su casa, sus padres eran doctores, por lo que creció escuchando sobre enfermedades, diagnósticos y casos clínicos. Con los años, el tema se convirtió en el gatillo de su propia escritura. Ese proceso de dolor y de hacer doler apremian en Fruta podrida (2007), Sangre en el ojo (2012), ganador del Premio Sor Juana Inés de la Cruz (México), y Sistema nervioso (2018), obras a través de las cuales intenta definir el actuar de los personajes ante una imposición de un discurso autoritario o problemático, como puede ser el de la salud y la medicina. “En Fruta podrida tenemos al personaje que representa la resistencia ante la enfermedad, en Sangre en el ojo está más bien el siniestro que exige la devolución de su salud, y en Sistema nervioso nos encontramos con un mundo en donde la enfermedad no es una excepción”, cuenta la escritora. Meruane explica que aunque son novelas muy distintas, terminan en una suerte de trilogía con la que planea cerrar esta línea de continuidad que parte de la enfermedad y que la llevó a ganar el Premio Anna Seghers en 2011. Hasta ahora, en la obra de Meruane el protagonismo ha recaído en personajes femeninos. Esto, lejos de encasillar, explica, le resulta una herramienta para explorar y mostrar el universo femenino en una literatura poblada de hombres. “Siempre escribí sobre mujeres y creo, en términos generales, que somos sujetos más vulnerables y el ojo siempre se me va en esa dirección, hacia lo vulnerable, hacia los escenarios complicados”, detalla. Consciente de que por mucho tiempo los escritores ofrecieron estereotipos planos de personajes femeninos, Meruane optó por crear un espacio en el que fuera posible interrogarlas con el fin de buscar en ellas más pliegues y profundidad. Dicho escenario comienza a ser una realidad no sólo en la literatura, sino en el entorno social y cultural. Al respecto, la escritora se muestra sorprendida de que este empoderamiento no hubiera sucedido antes. “Yo creo que los ciudadanos y las ciudadanas estamos en un momento de gran malestar, a todo nivel, económico, político o social; se han extremado muchísimo las posiciones y yo creo que muchas mujeres de pronto hemos sentido que ya era hora de parar, de denunciar, de decir, de levantar la voz”, explica. A este momento vino precisa su reciente antología sobre Gabriela Mistral, una figura ninguneada, no apreciada en su época hasta que se hizo del Nobel de Literatura, y entonces el gobierno chileno se vio obligado a voltear a verla y reconocerla con el Premio Nacional de Literatura de Chile. Para Las renegadas (2018), como llamó a esta compilación de Mistral, optó por retomar a las mujeres de sus obras. “Las locas, las raras, las viajeras, las migrantes, las mujeres que quisieron ser madres y no lo fueron, todas ésas de las que poco conocemos”, explica.Para su próximo proyecto, no obstante, viene “una novedad interesante y todo un desafío. Se trata de una poblada de personajes masculinos”, y concluye con la siguiente frase: “Siempre es lindo escribir algo diferente”.

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Tenía poco tiempo de haber llegado a Nueva York, era el año 2000 y su doctorado la había llevado desde Santiago de Chile hasta esa cosmopolita ciudad. Casi por destino, la obra Loco afán, de Pedro Lemebel, Antes de que anochezca, de Reinaldo Arenas, y Salón de belleza, de Mario Bellantin, llegaron a sus manos. Eran escritores que tenían algo en común y dedicaban sus líneas a explorar el tema del sida, un tabú a pesar de la época. Fue ahí que la chilena Lina Meruane (1970) fue consciente del silencio en torno al tema, por lo que tomó la decisión de adentrarse por completo. “No hay nada más rico que meterse en los lugares privados, en lo prohibido y en los silencios. Me angustió mucho que en general se hablaba del tema en un sentido figurado; yo conocí a gente que estaba enferma, gente que murió, por lo que decidí comenzar a tirar de los hilos y escribir del tema”, cuenta en entrevista.Meruane comenzó a escribir desde muy joven: “Siempre lo hice de manera silenciosa, aislada. Era para mí. Mucho tiempo me refugié en la lectura y desde niña comencé a copiar lo que escribía; en el fondo quería hacer lo propio, pero en ese entonces no tenía nada que decir”, recuerda. Pero su momento llegó. Sus inicios estuvieron en el cuento, más tarde brincó a la novela, y fue ahí en donde el dolor, la angustia y el sufrimiento se definieron como elemento fundamental en su obra. Ha creado un mundo literario en el que se explora lo complejo, aquello de lo que la sociedad prefiere no hablar. “Si uno escribe sobre enfermedad, no escribe sobre temas felices, sino que habla de lo que le pasa al cuerpo, los sufrimientos físicos y psíquicos. También de las transgresiones en las que incurren los propios enfermos y los que están alrededor”, explica. El lenguaje médico siempre estuvo presente en su casa, sus padres eran doctores, por lo que creció escuchando sobre enfermedades, diagnósticos y casos clínicos. Con los años, el tema se convirtió en el gatillo de su propia escritura. Ese proceso de dolor y de hacer doler apremian en Fruta podrida (2007), Sangre en el ojo (2012), ganador del Premio Sor Juana Inés de la Cruz (México), y Sistema nervioso (2018), obras a través de las cuales intenta definir el actuar de los personajes ante una imposición de un discurso autoritario o problemático, como puede ser el de la salud y la medicina. “En Fruta podrida tenemos al personaje que representa la resistencia ante la enfermedad, en Sangre en el ojo está más bien el siniestro que exige la devolución de su salud, y en Sistema nervioso nos encontramos con un mundo en donde la enfermedad no es una excepción”, cuenta la escritora. Meruane explica que aunque son novelas muy distintas, terminan en una suerte de trilogía con la que planea cerrar esta línea de continuidad que parte de la enfermedad y que la llevó a ganar el Premio Anna Seghers en 2011. Hasta ahora, en la obra de Meruane el protagonismo ha recaído en personajes femeninos. Esto, lejos de encasillar, explica, le resulta una herramienta para explorar y mostrar el universo femenino en una literatura poblada de hombres. “Siempre escribí sobre mujeres y creo, en términos generales, que somos sujetos más vulnerables y el ojo siempre se me va en esa dirección, hacia lo vulnerable, hacia los escenarios complicados”, detalla. Consciente de que por mucho tiempo los escritores ofrecieron estereotipos planos de personajes femeninos, Meruane optó por crear un espacio en el que fuera posible interrogarlas con el fin de buscar en ellas más pliegues y profundidad. Dicho escenario comienza a ser una realidad no sólo en la literatura, sino en el entorno social y cultural. Al respecto, la escritora se muestra sorprendida de que este empoderamiento no hubiera sucedido antes. “Yo creo que los ciudadanos y las ciudadanas estamos en un momento de gran malestar, a todo nivel, económico, político o social; se han extremado muchísimo las posiciones y yo creo que muchas mujeres de pronto hemos sentido que ya era hora de parar, de denunciar, de decir, de levantar la voz”, explica. A este momento vino precisa su reciente antología sobre Gabriela Mistral, una figura ninguneada, no apreciada en su época hasta que se hizo del Nobel de Literatura, y entonces el gobierno chileno se vio obligado a voltear a verla y reconocerla con el Premio Nacional de Literatura de Chile. Para Las renegadas (2018), como llamó a esta compilación de Mistral, optó por retomar a las mujeres de sus obras. “Las locas, las raras, las viajeras, las migrantes, las mujeres que quisieron ser madres y no lo fueron, todas ésas de las que poco conocemos”, explica.Para su próximo proyecto, no obstante, viene “una novedad interesante y todo un desafío. Se trata de una poblada de personajes masculinos”, y concluye con la siguiente frase: “Siempre es lindo escribir algo diferente”.

Collage de R.R., basado en la fotografía de Daniel Mordzinski

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Tenía poco tiempo de haber llegado a Nueva York, era el año 2000 y su doctorado la había llevado desde Santiago de Chile hasta esa cosmopolita ciudad. Casi por destino, la obra Loco afán, de Pedro Lemebel, Antes de que anochezca, de Reinaldo Arenas, y Salón de belleza, de Mario Bellantin, llegaron a sus manos. Eran escritores que tenían algo en común y dedicaban sus líneas a explorar el tema del sida, un tabú a pesar de la época. Fue ahí que la chilena Lina Meruane (1970) fue consciente del silencio en torno al tema, por lo que tomó la decisión de adentrarse por completo. “No hay nada más rico que meterse en los lugares privados, en lo prohibido y en los silencios. Me angustió mucho que en general se hablaba del tema en un sentido figurado; yo conocí a gente que estaba enferma, gente que murió, por lo que decidí comenzar a tirar de los hilos y escribir del tema”, cuenta en entrevista.Meruane comenzó a escribir desde muy joven: “Siempre lo hice de manera silenciosa, aislada. Era para mí. Mucho tiempo me refugié en la lectura y desde niña comencé a copiar lo que escribía; en el fondo quería hacer lo propio, pero en ese entonces no tenía nada que decir”, recuerda. Pero su momento llegó. Sus inicios estuvieron en el cuento, más tarde brincó a la novela, y fue ahí en donde el dolor, la angustia y el sufrimiento se definieron como elemento fundamental en su obra. Ha creado un mundo literario en el que se explora lo complejo, aquello de lo que la sociedad prefiere no hablar. “Si uno escribe sobre enfermedad, no escribe sobre temas felices, sino que habla de lo que le pasa al cuerpo, los sufrimientos físicos y psíquicos. También de las transgresiones en las que incurren los propios enfermos y los que están alrededor”, explica. El lenguaje médico siempre estuvo presente en su casa, sus padres eran doctores, por lo que creció escuchando sobre enfermedades, diagnósticos y casos clínicos. Con los años, el tema se convirtió en el gatillo de su propia escritura. Ese proceso de dolor y de hacer doler apremian en Fruta podrida (2007), Sangre en el ojo (2012), ganador del Premio Sor Juana Inés de la Cruz (México), y Sistema nervioso (2018), obras a través de las cuales intenta definir el actuar de los personajes ante una imposición de un discurso autoritario o problemático, como puede ser el de la salud y la medicina. “En Fruta podrida tenemos al personaje que representa la resistencia ante la enfermedad, en Sangre en el ojo está más bien el siniestro que exige la devolución de su salud, y en Sistema nervioso nos encontramos con un mundo en donde la enfermedad no es una excepción”, cuenta la escritora. Meruane explica que aunque son novelas muy distintas, terminan en una suerte de trilogía con la que planea cerrar esta línea de continuidad que parte de la enfermedad y que la llevó a ganar el Premio Anna Seghers en 2011. Hasta ahora, en la obra de Meruane el protagonismo ha recaído en personajes femeninos. Esto, lejos de encasillar, explica, le resulta una herramienta para explorar y mostrar el universo femenino en una literatura poblada de hombres. “Siempre escribí sobre mujeres y creo, en términos generales, que somos sujetos más vulnerables y el ojo siempre se me va en esa dirección, hacia lo vulnerable, hacia los escenarios complicados”, detalla. Consciente de que por mucho tiempo los escritores ofrecieron estereotipos planos de personajes femeninos, Meruane optó por crear un espacio en el que fuera posible interrogarlas con el fin de buscar en ellas más pliegues y profundidad. Dicho escenario comienza a ser una realidad no sólo en la literatura, sino en el entorno social y cultural. Al respecto, la escritora se muestra sorprendida de que este empoderamiento no hubiera sucedido antes. “Yo creo que los ciudadanos y las ciudadanas estamos en un momento de gran malestar, a todo nivel, económico, político o social; se han extremado muchísimo las posiciones y yo creo que muchas mujeres de pronto hemos sentido que ya era hora de parar, de denunciar, de decir, de levantar la voz”, explica. A este momento vino precisa su reciente antología sobre Gabriela Mistral, una figura ninguneada, no apreciada en su época hasta que se hizo del Nobel de Literatura, y entonces el gobierno chileno se vio obligado a voltear a verla y reconocerla con el Premio Nacional de Literatura de Chile. Para Las renegadas (2018), como llamó a esta compilación de Mistral, optó por retomar a las mujeres de sus obras. “Las locas, las raras, las viajeras, las migrantes, las mujeres que quisieron ser madres y no lo fueron, todas ésas de las que poco conocemos”, explica.Para su próximo proyecto, no obstante, viene “una novedad interesante y todo un desafío. Se trata de una poblada de personajes masculinos”, y concluye con la siguiente frase: “Siempre es lindo escribir algo diferente”.

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Tenía poco tiempo de haber llegado a Nueva York, era el año 2000 y su doctorado la había llevado desde Santiago de Chile hasta esa cosmopolita ciudad. Casi por destino, la obra Loco afán, de Pedro Lemebel, Antes de que anochezca, de Reinaldo Arenas, y Salón de belleza, de Mario Bellantin, llegaron a sus manos. Eran escritores que tenían algo en común y dedicaban sus líneas a explorar el tema del sida, un tabú a pesar de la época. Fue ahí que la chilena Lina Meruane (1970) fue consciente del silencio en torno al tema, por lo que tomó la decisión de adentrarse por completo. “No hay nada más rico que meterse en los lugares privados, en lo prohibido y en los silencios. Me angustió mucho que en general se hablaba del tema en un sentido figurado; yo conocí a gente que estaba enferma, gente que murió, por lo que decidí comenzar a tirar de los hilos y escribir del tema”, cuenta en entrevista.Meruane comenzó a escribir desde muy joven: “Siempre lo hice de manera silenciosa, aislada. Era para mí. Mucho tiempo me refugié en la lectura y desde niña comencé a copiar lo que escribía; en el fondo quería hacer lo propio, pero en ese entonces no tenía nada que decir”, recuerda. Pero su momento llegó. Sus inicios estuvieron en el cuento, más tarde brincó a la novela, y fue ahí en donde el dolor, la angustia y el sufrimiento se definieron como elemento fundamental en su obra. Ha creado un mundo literario en el que se explora lo complejo, aquello de lo que la sociedad prefiere no hablar. “Si uno escribe sobre enfermedad, no escribe sobre temas felices, sino que habla de lo que le pasa al cuerpo, los sufrimientos físicos y psíquicos. También de las transgresiones en las que incurren los propios enfermos y los que están alrededor”, explica. El lenguaje médico siempre estuvo presente en su casa, sus padres eran doctores, por lo que creció escuchando sobre enfermedades, diagnósticos y casos clínicos. Con los años, el tema se convirtió en el gatillo de su propia escritura. Ese proceso de dolor y de hacer doler apremian en Fruta podrida (2007), Sangre en el ojo (2012), ganador del Premio Sor Juana Inés de la Cruz (México), y Sistema nervioso (2018), obras a través de las cuales intenta definir el actuar de los personajes ante una imposición de un discurso autoritario o problemático, como puede ser el de la salud y la medicina. “En Fruta podrida tenemos al personaje que representa la resistencia ante la enfermedad, en Sangre en el ojo está más bien el siniestro que exige la devolución de su salud, y en Sistema nervioso nos encontramos con un mundo en donde la enfermedad no es una excepción”, cuenta la escritora. Meruane explica que aunque son novelas muy distintas, terminan en una suerte de trilogía con la que planea cerrar esta línea de continuidad que parte de la enfermedad y que la llevó a ganar el Premio Anna Seghers en 2011. Hasta ahora, en la obra de Meruane el protagonismo ha recaído en personajes femeninos. Esto, lejos de encasillar, explica, le resulta una herramienta para explorar y mostrar el universo femenino en una literatura poblada de hombres. “Siempre escribí sobre mujeres y creo, en términos generales, que somos sujetos más vulnerables y el ojo siempre se me va en esa dirección, hacia lo vulnerable, hacia los escenarios complicados”, detalla. Consciente de que por mucho tiempo los escritores ofrecieron estereotipos planos de personajes femeninos, Meruane optó por crear un espacio en el que fuera posible interrogarlas con el fin de buscar en ellas más pliegues y profundidad. Dicho escenario comienza a ser una realidad no sólo en la literatura, sino en el entorno social y cultural. Al respecto, la escritora se muestra sorprendida de que este empoderamiento no hubiera sucedido antes. “Yo creo que los ciudadanos y las ciudadanas estamos en un momento de gran malestar, a todo nivel, económico, político o social; se han extremado muchísimo las posiciones y yo creo que muchas mujeres de pronto hemos sentido que ya era hora de parar, de denunciar, de decir, de levantar la voz”, explica. A este momento vino precisa su reciente antología sobre Gabriela Mistral, una figura ninguneada, no apreciada en su época hasta que se hizo del Nobel de Literatura, y entonces el gobierno chileno se vio obligado a voltear a verla y reconocerla con el Premio Nacional de Literatura de Chile. Para Las renegadas (2018), como llamó a esta compilación de Mistral, optó por retomar a las mujeres de sus obras. “Las locas, las raras, las viajeras, las migrantes, las mujeres que quisieron ser madres y no lo fueron, todas ésas de las que poco conocemos”, explica.Para su próximo proyecto, no obstante, viene “una novedad interesante y todo un desafío. Se trata de una poblada de personajes masculinos”, y concluye con la siguiente frase: “Siempre es lindo escribir algo diferente”.

Collage de R.R., basado en la fotografía de Daniel Mordzinski

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