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Piedad Bonnett, la voz de una mujer incierta

Piedad Bonnett, la voz de una mujer incierta

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
"Lo que el lector va a ver ahí es una visión parcial de mi vida y una versión también parcial de mi personalidad. Hay cosas que no están explícitas ahí", detalla la escritora colombiana.
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Tiempo de Lectura: 00 min

En su última visita a México, Gatopardo conversó con Piedad Bonnett, ganadora del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana 2024, sobre su nuevo libro <i>La mujer incierta</i> (Alfaguara, 2024).

“No hay cicatriz, por brutal que parezca, / que no encierre belleza. / Una historia puntual se cuenta en ella, / algún dolor”, escribió Piedad Bonnett en su poema “Las cicatrices”. Para escribir su nuevo libro, La mujer incierta (Alfaguara, 2024), la ganadora del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana 2024 ha recurrido a la memoria para regresar a las cicatrices de su vida, esos silencios de los que se supone no se pueden hablar, pero que determinan la experiencia de las mujeres para revisitar su educación, el amor romántico, el matrimonio y la maternidad.

También hay otras cicatrices de las que reflexiona la poeta y novelista colombiana: cómo es vivir con ansiedad, los inicios de la vocación por la escritura, qué es el éxito literario y cómo se configuran los recuerdos.

Aprovechando su visita a México, Gatopardo conversó con la autora, también premio de Poesía José Lezama Lima 2016, sobre estos temas.

La mujer incierta (Alfaguara, 2024) es un libro que rememora su vida; sin embargo, dice que no es una autobiografía ni unas memorias. ¿Cómo describiría esta obra?

Me gusta decir que es un libro de carácter autobiográfico. Encontré esa expresión que no sé si sea justa o si alguien la use. Hay un componente narrativo predominante y de paso unas pequeñas reflexiones que se van despertando a medida que narro, guiada siempre por la memoria y también por la capacidad de asociación. No es un libro cronológico, sino que obedece a los vaivenes de la memoria, a una experiencia vital muy importante de introspección y de convocatoria de los recuerdos.

Aunque ya ha abordado temas autobiográficos en su poesía y novelas, esta vez es un libro donde lo hace de manera más abierta. ¿Cómo surgió la idea de escribir esta obra?

Este libro me estaba esperando porque muchos de los temas de aquí [de La mujer incierta] los había trabajado antes. A veces en la poesía, como la infancia, el cuerpo; también hay un libro mío de poemas que se llama Ese animal triste (Grupo Editorial Norma, 1996), que es todo sobre el cuerpo, pero [que] también [trato] en algunas novelas porque todo lo que hace un escritor tiene un trasfondo autobiográfico.

Escribí una novela que se llama El prestigio de la belleza (Alfaguara, 2010) que trata sobre mi infancia, pero ficcionalizada: el personaje que ahí creo soy yo y no soy yo; de todas maneras, le di capacidad de movimiento, ir por lugares en donde a veces no he estado, pero diría que es un 50% autobiográfico y 50% de ficción.

También te tendría que decir que en el libro escribí sobre el suicidio y la enfermedad de mi hijo Daniel, Lo que no tiene nombre (Alfaguara, 2013), estoy ahí con mi yo verdadero, como la madre, pero estoy puesta en una orillita;  es decir, el gran protagonista es él y su circunstancia.

Y ahora decidí ponerme aquí de frente. Creo que, por la edad que tengo y porque ya voy haciendo una curva vital descendente, ya puedo mirar mi vida hacia atrás y ver que soy el resultado de muchísimas cosas que he vivido.

No busqué la estructura. En un inicio no pensé que sería una obra fragmentaria. Creo que es un libro en el que, como en el de Daniel, dejé fluir mi conciencia. Potencié la capacidad asociativa de la memoria, pero siempre sin perder la noción de un sentido.

Empezaba a narrar e iba como haciendo un tejido y me iba hacia otro lado. A veces cuando había trabajado ya bastante, de pronto sentía la necesidad de insertar algo. En el libro de Lo que no tiene nombre también hacía un hallazgo y se me ocurría insertarlo y tenía que ver dónde lo iba a insertar.

Te recomendamos leer: Piedad Bonnett: reina sin corona

Pero aquí [en La mujer incierta], lo de insertar no fue lo fundamental, sino como un deslizamiento de una cosa a otra que procuré que fuera muy natural de acuerdo con mi cabeza. Por supuesto, hubo momentos en que me detenía y dudaba y esperaba a ver qué llegaba, porque eso tenía que tener una dirección. Pero bueno, siempre llegaron esas cosas.

Además del carácter autobiográfico, en el libro también hay ensayo. Busca reflexionar sobre situaciones universales como el ser mujer en una sociedad machista, vivir con ansiedad o sobre qué es el éxito literario. ¿Eran reflexiones que había hecho a lo largo de la vida o fueron surgiendo con la escritura de la obra?

Durante la escritura, cuando emprendes un libro, en general no tienes concebido todo. Y menos un libro así. Creo que este libro, como casi ningún otro, se dio como una aventura, como una experimentación; ahí empecé a saber qué énfasis ponía y en dónde. Lo mismo me ha pasado con el libro Lo que no tiene nombre, [sobre lo que] que no había pensado hablar, por ejemplo, de cómo está la salud mental en mi país o, en general, en el mundo; no había pensado decir cosas muy concretas como los medicamentos, qué es lo que hace. Iba a hacer una cosa de otra índole, pero siempre vas buscando los recursos y se te van viniendo cosas que le dan sentido a todo lo que vas haciendo.

Y es muy bonito porque te lleva a la investigación. Todo el tiempo tienes que ir a confirmar si esos datos son reales.

En este caso, La mujer incierta mucho menos; pero, de todas maneras, te acuerdas de una frase y buscas en Google, vas al libro, lo abres, tratas de ver dónde está. A veces pierdo mucho tiempo en eso: haciendo búsquedas; solo buscando una frase que me acuerdo que está en alguna parte.

¿Esas pausas de alguna manera repercuten en su escritura?

Pienso que eso matiza mucho la escritura. El solo hecho de mirar los diccionarios es espectacular porque estás buscando la palabra precisa. Entonces, tengo ahí a María Moliner, tengo el diccionario de la Academia de la Lengua, tengo otros diccionarios distintos. Y esas pequeñas pausas que te das de búsqueda te proporcionan placer para que la escritura no sea una cosa muy pesada.

También hago pausas. Cuando estoy en un lío voy hasta mi cocina, me hago un té, me como algo y en ese momento es posible que haya una revelación. O por lo menos ya subo con una energía distinta. Y si ya veo que no es el momento, tengo que aprender a decir: “Okey, por hoy ya no más. Voy a darme un tiempo para que se me revele cómo tengo que seguir esto”, porque a veces estamos realmente estancados.

¿Más o menos cuánto tardó en escribir este libro?

Fíjate que pensé que lo iba a escribir en un año y eso fue lo que le dije a la editorial: “En un año le tengo este libro”; porque pensé que dominaba mi propia vida y que eso iba a ser sentarme simplemente y digamos desarrollar. Pero no [porque] me exigía un proceso de introspección que no era solo recordar, sino valorar el peso afectivo de esos recuerdos. Y, por otro lado, confrontarlos con la verdad última porque a veces tú te inventas a ti mismo. Tú puedes decir: “Fui muy desdichado en la vida”, y de pronto a la hora de escribir, [te cuestionas] “pero bueno, ¿qué tan desdichado de verdad fui?”; [es] como volver a revalorar las cosas.

También preguntarte dónde poner los énfasis porque para que no salga un libro, por ejemplo, ultra trágico, tienes también que ir compensando; en ese sentido, el humor me sirvió mucho para alivianar un poquito.

Uno de los epígrafes del libro, de Margarita García Robayo, dice: “Aunque mucha gente cree que al escribir uno se desnuda, en realidad uno se disfraza”. ¿Qué tanto se disfrazó para escribir este libro?

Fue un disfraz por omisión porque no es que yo me reconfigure para que el lector me vea de alguna manera específica, porque de eso no se trata. Se trata de ser yo, de verdad. Pero, claro, como hay muchas omisiones, hay muchos huecos, eso me disfraza de alguna manera.

Lo que el lector va a ver ahí es una visión parcial de mi vida y una versión también parcial de mi personalidad. Hay cosas que no están explícitas ahí.

La literatura siempre es ficción. ¿Por qué? Porque es síntesis. Coger de aquí, de allá, de acá, configurar una persona que es real hasta cierto punto, pero liberada, por ejemplo, del peso de la cotidianidad, de tantas cosas irrelevantes que nos pasan en la vida, porque no se trata de hacer 10 tomos de quién soy.

Te podría interesar: Las nuevas voces femeninas en la literatura mexicana

¿Qué otras autoras, autores o libros cree que influyeron en la escritura de este libro?

Muchos. Probablemente algunos de inconsciente que los traigo a la hora de la escritura, pero siempre voy haciendo un montoncito de los libros que me están influyendo mientras escribo o que fueron detonadores. Entonces lo tengo muy claro. Fue muy importante El peligro de estar cuerda (Seix Barral, 2022) de Rosa Montero porque cuando lo leí sentí mucha afinidad. Conozco personalmente a Rosa, somos amigas; hemos hablado de que pertenecemos a la estirpe de los nerviosos. Es un libro con el que me siento muy identificada y no tuve miedo de mostrar que me influenciaba.

Natalia Ginzburg, que es una autora que he leído muchas veces.

Siri Hustvedt, que es una escritora que escribe de una manera muy distinta de como yo escribo: mucho más cerebral, menos poética, pero también algunos de sus libros me influyeron.

Vivian Gornik, importantísima, porque yo siento una pasión enorme por sus libros, desde hace unos seis o siete años que hice ese descubrimiento. Además, sus libros teóricos los utilizo en mis talleres sobre literatura testimonial [porque] me han dado claves importantes.

Por supuesto, Annie Ernaux.

Como poeta y narradora, ¿qué tanto influye su poesía en su prosa?

Son dos mundos completamente distintos. Por eso me gusta escribir los dos géneros: lo que se puede decir en prosa no se puede decir en poesía y a la inversa. Lo único que los une es que en la prosa procuro usar un lenguaje que tenga la precisión reveladora de la poesía. Como tengo tanta experiencia con el lenguaje poético me resulta relativamente fácil ponerlo a la hora de la prosa, pero también tengo que tener mucho cuidado porque la prosa es la prosa y por eso se llama prosaísmo a esta cosa de hablar con una naturalidad de lengua que no tiene la poesía. Entonces siempre tengo que tener una conciencia de que la prosa no se me vuelva prosa poética porque la prosa poética podría ponerse en el terreno de la poesía.

Pero no quiero engañarle al lector diciendo: “Te estoy dando una novela o te estoy dando un libro autobiográfico”, y luego lo que le entregué sea un libro de poesía en prosa. No. Me interesa mucho narrar, narrar, narrar, narrar. Y seducir al lector con la narración. La poesía es una cosa que entra ahí [en la prosa] de una manera completamente distinta a como entra en el poema.

¿Hay algún otro libro que le interese hacer o escribir o que ya haya escrito para publicarse próximamente?

La poesía ha salido más lenta en la medida de que he escrito mucho más narrativa. En los últimos 10 años he escrito dos libros testimoniales y tres novelas. Ahora acabo de mandar a Visor mi último libro de poemas, que escribí durante 12 años. Ya empecé a escribir un nuevo libro de poemas porque se precipitó. Y estoy escribiendo un libro muy raro sobre una enfermedad muy rara que tengo post-covid, que será una reflexión. Tiene que ver con el olfato y con el gusto: no es que dejé de oler, es que ahora huelo el mundo de una sola manera y todos los alimentos me saben de la misma horrible manera y [el libro abordará] cómo eso ha cambiado mi vida por completó, cómo mis hábitos alimenticios han tenido que cambiar; he renunciado al 80% de los alimentos. Es una cosa que estamos descubriendo, que solo le pasa a una proporción muy mínima de la humanidad, pero los médicos ya se están preguntando qué hacer con eso.

Para finalizar, puede recomendarnos algunos libros que haya leído últimamente y le gustaran.

Dos libros me han fascinado últimamente. Uno se llama Los vulnerables (Anagrama, 2024) de Sigrid Nunez, que es una escritora que me encanta cada vez más. Es un libro preciso de una mujer encerrada en pandemia con un ser imprevisible que está cuidando un loro que es un muchacho muy joven.

Y el otro libro que me encantó es de un filósofo francés que se llama [Pascal] Bruckner: Vivir en zapatillas: sobre la renuncia al mundo en la actualidad (Ediciones Siruela, 2024). Es un ensayo sobre cómo a partir de la pandemia decidimos que era mejor estar en la casa, en pijama y en zapatillas, pasar días enteros así. Es una reflexión sobre la intimidad y el mundo que nos estamos perdiendo. Con mucho humor, con mucha angustia, con mucha inteligencia. Se los recomiendo altamente.{{ linea }}

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En su última visita a México, Gatopardo conversó con Piedad Bonnett, ganadora del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana 2024, sobre su nuevo libro <i>La mujer incierta</i> (Alfaguara, 2024).

“No hay cicatriz, por brutal que parezca, / que no encierre belleza. / Una historia puntual se cuenta en ella, / algún dolor”, escribió Piedad Bonnett en su poema “Las cicatrices”. Para escribir su nuevo libro, La mujer incierta (Alfaguara, 2024), la ganadora del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana 2024 ha recurrido a la memoria para regresar a las cicatrices de su vida, esos silencios de los que se supone no se pueden hablar, pero que determinan la experiencia de las mujeres para revisitar su educación, el amor romántico, el matrimonio y la maternidad.

También hay otras cicatrices de las que reflexiona la poeta y novelista colombiana: cómo es vivir con ansiedad, los inicios de la vocación por la escritura, qué es el éxito literario y cómo se configuran los recuerdos.

Aprovechando su visita a México, Gatopardo conversó con la autora, también premio de Poesía José Lezama Lima 2016, sobre estos temas.

La mujer incierta (Alfaguara, 2024) es un libro que rememora su vida; sin embargo, dice que no es una autobiografía ni unas memorias. ¿Cómo describiría esta obra?

Me gusta decir que es un libro de carácter autobiográfico. Encontré esa expresión que no sé si sea justa o si alguien la use. Hay un componente narrativo predominante y de paso unas pequeñas reflexiones que se van despertando a medida que narro, guiada siempre por la memoria y también por la capacidad de asociación. No es un libro cronológico, sino que obedece a los vaivenes de la memoria, a una experiencia vital muy importante de introspección y de convocatoria de los recuerdos.

Aunque ya ha abordado temas autobiográficos en su poesía y novelas, esta vez es un libro donde lo hace de manera más abierta. ¿Cómo surgió la idea de escribir esta obra?

Este libro me estaba esperando porque muchos de los temas de aquí [de La mujer incierta] los había trabajado antes. A veces en la poesía, como la infancia, el cuerpo; también hay un libro mío de poemas que se llama Ese animal triste (Grupo Editorial Norma, 1996), que es todo sobre el cuerpo, pero [que] también [trato] en algunas novelas porque todo lo que hace un escritor tiene un trasfondo autobiográfico.

Escribí una novela que se llama El prestigio de la belleza (Alfaguara, 2010) que trata sobre mi infancia, pero ficcionalizada: el personaje que ahí creo soy yo y no soy yo; de todas maneras, le di capacidad de movimiento, ir por lugares en donde a veces no he estado, pero diría que es un 50% autobiográfico y 50% de ficción.

También te tendría que decir que en el libro escribí sobre el suicidio y la enfermedad de mi hijo Daniel, Lo que no tiene nombre (Alfaguara, 2013), estoy ahí con mi yo verdadero, como la madre, pero estoy puesta en una orillita;  es decir, el gran protagonista es él y su circunstancia.

Y ahora decidí ponerme aquí de frente. Creo que, por la edad que tengo y porque ya voy haciendo una curva vital descendente, ya puedo mirar mi vida hacia atrás y ver que soy el resultado de muchísimas cosas que he vivido.

No busqué la estructura. En un inicio no pensé que sería una obra fragmentaria. Creo que es un libro en el que, como en el de Daniel, dejé fluir mi conciencia. Potencié la capacidad asociativa de la memoria, pero siempre sin perder la noción de un sentido.

Empezaba a narrar e iba como haciendo un tejido y me iba hacia otro lado. A veces cuando había trabajado ya bastante, de pronto sentía la necesidad de insertar algo. En el libro de Lo que no tiene nombre también hacía un hallazgo y se me ocurría insertarlo y tenía que ver dónde lo iba a insertar.

Te recomendamos leer: Piedad Bonnett: reina sin corona

Pero aquí [en La mujer incierta], lo de insertar no fue lo fundamental, sino como un deslizamiento de una cosa a otra que procuré que fuera muy natural de acuerdo con mi cabeza. Por supuesto, hubo momentos en que me detenía y dudaba y esperaba a ver qué llegaba, porque eso tenía que tener una dirección. Pero bueno, siempre llegaron esas cosas.

Además del carácter autobiográfico, en el libro también hay ensayo. Busca reflexionar sobre situaciones universales como el ser mujer en una sociedad machista, vivir con ansiedad o sobre qué es el éxito literario. ¿Eran reflexiones que había hecho a lo largo de la vida o fueron surgiendo con la escritura de la obra?

Durante la escritura, cuando emprendes un libro, en general no tienes concebido todo. Y menos un libro así. Creo que este libro, como casi ningún otro, se dio como una aventura, como una experimentación; ahí empecé a saber qué énfasis ponía y en dónde. Lo mismo me ha pasado con el libro Lo que no tiene nombre, [sobre lo que] que no había pensado hablar, por ejemplo, de cómo está la salud mental en mi país o, en general, en el mundo; no había pensado decir cosas muy concretas como los medicamentos, qué es lo que hace. Iba a hacer una cosa de otra índole, pero siempre vas buscando los recursos y se te van viniendo cosas que le dan sentido a todo lo que vas haciendo.

Y es muy bonito porque te lleva a la investigación. Todo el tiempo tienes que ir a confirmar si esos datos son reales.

En este caso, La mujer incierta mucho menos; pero, de todas maneras, te acuerdas de una frase y buscas en Google, vas al libro, lo abres, tratas de ver dónde está. A veces pierdo mucho tiempo en eso: haciendo búsquedas; solo buscando una frase que me acuerdo que está en alguna parte.

¿Esas pausas de alguna manera repercuten en su escritura?

Pienso que eso matiza mucho la escritura. El solo hecho de mirar los diccionarios es espectacular porque estás buscando la palabra precisa. Entonces, tengo ahí a María Moliner, tengo el diccionario de la Academia de la Lengua, tengo otros diccionarios distintos. Y esas pequeñas pausas que te das de búsqueda te proporcionan placer para que la escritura no sea una cosa muy pesada.

También hago pausas. Cuando estoy en un lío voy hasta mi cocina, me hago un té, me como algo y en ese momento es posible que haya una revelación. O por lo menos ya subo con una energía distinta. Y si ya veo que no es el momento, tengo que aprender a decir: “Okey, por hoy ya no más. Voy a darme un tiempo para que se me revele cómo tengo que seguir esto”, porque a veces estamos realmente estancados.

¿Más o menos cuánto tardó en escribir este libro?

Fíjate que pensé que lo iba a escribir en un año y eso fue lo que le dije a la editorial: “En un año le tengo este libro”; porque pensé que dominaba mi propia vida y que eso iba a ser sentarme simplemente y digamos desarrollar. Pero no [porque] me exigía un proceso de introspección que no era solo recordar, sino valorar el peso afectivo de esos recuerdos. Y, por otro lado, confrontarlos con la verdad última porque a veces tú te inventas a ti mismo. Tú puedes decir: “Fui muy desdichado en la vida”, y de pronto a la hora de escribir, [te cuestionas] “pero bueno, ¿qué tan desdichado de verdad fui?”; [es] como volver a revalorar las cosas.

También preguntarte dónde poner los énfasis porque para que no salga un libro, por ejemplo, ultra trágico, tienes también que ir compensando; en ese sentido, el humor me sirvió mucho para alivianar un poquito.

Uno de los epígrafes del libro, de Margarita García Robayo, dice: “Aunque mucha gente cree que al escribir uno se desnuda, en realidad uno se disfraza”. ¿Qué tanto se disfrazó para escribir este libro?

Fue un disfraz por omisión porque no es que yo me reconfigure para que el lector me vea de alguna manera específica, porque de eso no se trata. Se trata de ser yo, de verdad. Pero, claro, como hay muchas omisiones, hay muchos huecos, eso me disfraza de alguna manera.

Lo que el lector va a ver ahí es una visión parcial de mi vida y una versión también parcial de mi personalidad. Hay cosas que no están explícitas ahí.

La literatura siempre es ficción. ¿Por qué? Porque es síntesis. Coger de aquí, de allá, de acá, configurar una persona que es real hasta cierto punto, pero liberada, por ejemplo, del peso de la cotidianidad, de tantas cosas irrelevantes que nos pasan en la vida, porque no se trata de hacer 10 tomos de quién soy.

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¿Qué otras autoras, autores o libros cree que influyeron en la escritura de este libro?

Muchos. Probablemente algunos de inconsciente que los traigo a la hora de la escritura, pero siempre voy haciendo un montoncito de los libros que me están influyendo mientras escribo o que fueron detonadores. Entonces lo tengo muy claro. Fue muy importante El peligro de estar cuerda (Seix Barral, 2022) de Rosa Montero porque cuando lo leí sentí mucha afinidad. Conozco personalmente a Rosa, somos amigas; hemos hablado de que pertenecemos a la estirpe de los nerviosos. Es un libro con el que me siento muy identificada y no tuve miedo de mostrar que me influenciaba.

Natalia Ginzburg, que es una autora que he leído muchas veces.

Siri Hustvedt, que es una escritora que escribe de una manera muy distinta de como yo escribo: mucho más cerebral, menos poética, pero también algunos de sus libros me influyeron.

Vivian Gornik, importantísima, porque yo siento una pasión enorme por sus libros, desde hace unos seis o siete años que hice ese descubrimiento. Además, sus libros teóricos los utilizo en mis talleres sobre literatura testimonial [porque] me han dado claves importantes.

Por supuesto, Annie Ernaux.

Como poeta y narradora, ¿qué tanto influye su poesía en su prosa?

Son dos mundos completamente distintos. Por eso me gusta escribir los dos géneros: lo que se puede decir en prosa no se puede decir en poesía y a la inversa. Lo único que los une es que en la prosa procuro usar un lenguaje que tenga la precisión reveladora de la poesía. Como tengo tanta experiencia con el lenguaje poético me resulta relativamente fácil ponerlo a la hora de la prosa, pero también tengo que tener mucho cuidado porque la prosa es la prosa y por eso se llama prosaísmo a esta cosa de hablar con una naturalidad de lengua que no tiene la poesía. Entonces siempre tengo que tener una conciencia de que la prosa no se me vuelva prosa poética porque la prosa poética podría ponerse en el terreno de la poesía.

Pero no quiero engañarle al lector diciendo: “Te estoy dando una novela o te estoy dando un libro autobiográfico”, y luego lo que le entregué sea un libro de poesía en prosa. No. Me interesa mucho narrar, narrar, narrar, narrar. Y seducir al lector con la narración. La poesía es una cosa que entra ahí [en la prosa] de una manera completamente distinta a como entra en el poema.

¿Hay algún otro libro que le interese hacer o escribir o que ya haya escrito para publicarse próximamente?

La poesía ha salido más lenta en la medida de que he escrito mucho más narrativa. En los últimos 10 años he escrito dos libros testimoniales y tres novelas. Ahora acabo de mandar a Visor mi último libro de poemas, que escribí durante 12 años. Ya empecé a escribir un nuevo libro de poemas porque se precipitó. Y estoy escribiendo un libro muy raro sobre una enfermedad muy rara que tengo post-covid, que será una reflexión. Tiene que ver con el olfato y con el gusto: no es que dejé de oler, es que ahora huelo el mundo de una sola manera y todos los alimentos me saben de la misma horrible manera y [el libro abordará] cómo eso ha cambiado mi vida por completó, cómo mis hábitos alimenticios han tenido que cambiar; he renunciado al 80% de los alimentos. Es una cosa que estamos descubriendo, que solo le pasa a una proporción muy mínima de la humanidad, pero los médicos ya se están preguntando qué hacer con eso.

Para finalizar, puede recomendarnos algunos libros que haya leído últimamente y le gustaran.

Dos libros me han fascinado últimamente. Uno se llama Los vulnerables (Anagrama, 2024) de Sigrid Nunez, que es una escritora que me encanta cada vez más. Es un libro preciso de una mujer encerrada en pandemia con un ser imprevisible que está cuidando un loro que es un muchacho muy joven.

Y el otro libro que me encantó es de un filósofo francés que se llama [Pascal] Bruckner: Vivir en zapatillas: sobre la renuncia al mundo en la actualidad (Ediciones Siruela, 2024). Es un ensayo sobre cómo a partir de la pandemia decidimos que era mejor estar en la casa, en pijama y en zapatillas, pasar días enteros así. Es una reflexión sobre la intimidad y el mundo que nos estamos perdiendo. Con mucho humor, con mucha angustia, con mucha inteligencia. Se los recomiendo altamente.{{ linea }}

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"Lo que el lector va a ver ahí es una visión parcial de mi vida y una versión también parcial de mi personalidad. Hay cosas que no están explícitas ahí", detalla la escritora colombiana.
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Tiempo de Lectura: 00 min

En su última visita a México, Gatopardo conversó con Piedad Bonnett, ganadora del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana 2024, sobre su nuevo libro <i>La mujer incierta</i> (Alfaguara, 2024).

“No hay cicatriz, por brutal que parezca, / que no encierre belleza. / Una historia puntual se cuenta en ella, / algún dolor”, escribió Piedad Bonnett en su poema “Las cicatrices”. Para escribir su nuevo libro, La mujer incierta (Alfaguara, 2024), la ganadora del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana 2024 ha recurrido a la memoria para regresar a las cicatrices de su vida, esos silencios de los que se supone no se pueden hablar, pero que determinan la experiencia de las mujeres para revisitar su educación, el amor romántico, el matrimonio y la maternidad.

También hay otras cicatrices de las que reflexiona la poeta y novelista colombiana: cómo es vivir con ansiedad, los inicios de la vocación por la escritura, qué es el éxito literario y cómo se configuran los recuerdos.

Aprovechando su visita a México, Gatopardo conversó con la autora, también premio de Poesía José Lezama Lima 2016, sobre estos temas.

La mujer incierta (Alfaguara, 2024) es un libro que rememora su vida; sin embargo, dice que no es una autobiografía ni unas memorias. ¿Cómo describiría esta obra?

Me gusta decir que es un libro de carácter autobiográfico. Encontré esa expresión que no sé si sea justa o si alguien la use. Hay un componente narrativo predominante y de paso unas pequeñas reflexiones que se van despertando a medida que narro, guiada siempre por la memoria y también por la capacidad de asociación. No es un libro cronológico, sino que obedece a los vaivenes de la memoria, a una experiencia vital muy importante de introspección y de convocatoria de los recuerdos.

Aunque ya ha abordado temas autobiográficos en su poesía y novelas, esta vez es un libro donde lo hace de manera más abierta. ¿Cómo surgió la idea de escribir esta obra?

Este libro me estaba esperando porque muchos de los temas de aquí [de La mujer incierta] los había trabajado antes. A veces en la poesía, como la infancia, el cuerpo; también hay un libro mío de poemas que se llama Ese animal triste (Grupo Editorial Norma, 1996), que es todo sobre el cuerpo, pero [que] también [trato] en algunas novelas porque todo lo que hace un escritor tiene un trasfondo autobiográfico.

Escribí una novela que se llama El prestigio de la belleza (Alfaguara, 2010) que trata sobre mi infancia, pero ficcionalizada: el personaje que ahí creo soy yo y no soy yo; de todas maneras, le di capacidad de movimiento, ir por lugares en donde a veces no he estado, pero diría que es un 50% autobiográfico y 50% de ficción.

También te tendría que decir que en el libro escribí sobre el suicidio y la enfermedad de mi hijo Daniel, Lo que no tiene nombre (Alfaguara, 2013), estoy ahí con mi yo verdadero, como la madre, pero estoy puesta en una orillita;  es decir, el gran protagonista es él y su circunstancia.

Y ahora decidí ponerme aquí de frente. Creo que, por la edad que tengo y porque ya voy haciendo una curva vital descendente, ya puedo mirar mi vida hacia atrás y ver que soy el resultado de muchísimas cosas que he vivido.

No busqué la estructura. En un inicio no pensé que sería una obra fragmentaria. Creo que es un libro en el que, como en el de Daniel, dejé fluir mi conciencia. Potencié la capacidad asociativa de la memoria, pero siempre sin perder la noción de un sentido.

Empezaba a narrar e iba como haciendo un tejido y me iba hacia otro lado. A veces cuando había trabajado ya bastante, de pronto sentía la necesidad de insertar algo. En el libro de Lo que no tiene nombre también hacía un hallazgo y se me ocurría insertarlo y tenía que ver dónde lo iba a insertar.

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Pero aquí [en La mujer incierta], lo de insertar no fue lo fundamental, sino como un deslizamiento de una cosa a otra que procuré que fuera muy natural de acuerdo con mi cabeza. Por supuesto, hubo momentos en que me detenía y dudaba y esperaba a ver qué llegaba, porque eso tenía que tener una dirección. Pero bueno, siempre llegaron esas cosas.

Además del carácter autobiográfico, en el libro también hay ensayo. Busca reflexionar sobre situaciones universales como el ser mujer en una sociedad machista, vivir con ansiedad o sobre qué es el éxito literario. ¿Eran reflexiones que había hecho a lo largo de la vida o fueron surgiendo con la escritura de la obra?

Durante la escritura, cuando emprendes un libro, en general no tienes concebido todo. Y menos un libro así. Creo que este libro, como casi ningún otro, se dio como una aventura, como una experimentación; ahí empecé a saber qué énfasis ponía y en dónde. Lo mismo me ha pasado con el libro Lo que no tiene nombre, [sobre lo que] que no había pensado hablar, por ejemplo, de cómo está la salud mental en mi país o, en general, en el mundo; no había pensado decir cosas muy concretas como los medicamentos, qué es lo que hace. Iba a hacer una cosa de otra índole, pero siempre vas buscando los recursos y se te van viniendo cosas que le dan sentido a todo lo que vas haciendo.

Y es muy bonito porque te lleva a la investigación. Todo el tiempo tienes que ir a confirmar si esos datos son reales.

En este caso, La mujer incierta mucho menos; pero, de todas maneras, te acuerdas de una frase y buscas en Google, vas al libro, lo abres, tratas de ver dónde está. A veces pierdo mucho tiempo en eso: haciendo búsquedas; solo buscando una frase que me acuerdo que está en alguna parte.

¿Esas pausas de alguna manera repercuten en su escritura?

Pienso que eso matiza mucho la escritura. El solo hecho de mirar los diccionarios es espectacular porque estás buscando la palabra precisa. Entonces, tengo ahí a María Moliner, tengo el diccionario de la Academia de la Lengua, tengo otros diccionarios distintos. Y esas pequeñas pausas que te das de búsqueda te proporcionan placer para que la escritura no sea una cosa muy pesada.

También hago pausas. Cuando estoy en un lío voy hasta mi cocina, me hago un té, me como algo y en ese momento es posible que haya una revelación. O por lo menos ya subo con una energía distinta. Y si ya veo que no es el momento, tengo que aprender a decir: “Okey, por hoy ya no más. Voy a darme un tiempo para que se me revele cómo tengo que seguir esto”, porque a veces estamos realmente estancados.

¿Más o menos cuánto tardó en escribir este libro?

Fíjate que pensé que lo iba a escribir en un año y eso fue lo que le dije a la editorial: “En un año le tengo este libro”; porque pensé que dominaba mi propia vida y que eso iba a ser sentarme simplemente y digamos desarrollar. Pero no [porque] me exigía un proceso de introspección que no era solo recordar, sino valorar el peso afectivo de esos recuerdos. Y, por otro lado, confrontarlos con la verdad última porque a veces tú te inventas a ti mismo. Tú puedes decir: “Fui muy desdichado en la vida”, y de pronto a la hora de escribir, [te cuestionas] “pero bueno, ¿qué tan desdichado de verdad fui?”; [es] como volver a revalorar las cosas.

También preguntarte dónde poner los énfasis porque para que no salga un libro, por ejemplo, ultra trágico, tienes también que ir compensando; en ese sentido, el humor me sirvió mucho para alivianar un poquito.

Uno de los epígrafes del libro, de Margarita García Robayo, dice: “Aunque mucha gente cree que al escribir uno se desnuda, en realidad uno se disfraza”. ¿Qué tanto se disfrazó para escribir este libro?

Fue un disfraz por omisión porque no es que yo me reconfigure para que el lector me vea de alguna manera específica, porque de eso no se trata. Se trata de ser yo, de verdad. Pero, claro, como hay muchas omisiones, hay muchos huecos, eso me disfraza de alguna manera.

Lo que el lector va a ver ahí es una visión parcial de mi vida y una versión también parcial de mi personalidad. Hay cosas que no están explícitas ahí.

La literatura siempre es ficción. ¿Por qué? Porque es síntesis. Coger de aquí, de allá, de acá, configurar una persona que es real hasta cierto punto, pero liberada, por ejemplo, del peso de la cotidianidad, de tantas cosas irrelevantes que nos pasan en la vida, porque no se trata de hacer 10 tomos de quién soy.

Te podría interesar: Las nuevas voces femeninas en la literatura mexicana

¿Qué otras autoras, autores o libros cree que influyeron en la escritura de este libro?

Muchos. Probablemente algunos de inconsciente que los traigo a la hora de la escritura, pero siempre voy haciendo un montoncito de los libros que me están influyendo mientras escribo o que fueron detonadores. Entonces lo tengo muy claro. Fue muy importante El peligro de estar cuerda (Seix Barral, 2022) de Rosa Montero porque cuando lo leí sentí mucha afinidad. Conozco personalmente a Rosa, somos amigas; hemos hablado de que pertenecemos a la estirpe de los nerviosos. Es un libro con el que me siento muy identificada y no tuve miedo de mostrar que me influenciaba.

Natalia Ginzburg, que es una autora que he leído muchas veces.

Siri Hustvedt, que es una escritora que escribe de una manera muy distinta de como yo escribo: mucho más cerebral, menos poética, pero también algunos de sus libros me influyeron.

Vivian Gornik, importantísima, porque yo siento una pasión enorme por sus libros, desde hace unos seis o siete años que hice ese descubrimiento. Además, sus libros teóricos los utilizo en mis talleres sobre literatura testimonial [porque] me han dado claves importantes.

Por supuesto, Annie Ernaux.

Como poeta y narradora, ¿qué tanto influye su poesía en su prosa?

Son dos mundos completamente distintos. Por eso me gusta escribir los dos géneros: lo que se puede decir en prosa no se puede decir en poesía y a la inversa. Lo único que los une es que en la prosa procuro usar un lenguaje que tenga la precisión reveladora de la poesía. Como tengo tanta experiencia con el lenguaje poético me resulta relativamente fácil ponerlo a la hora de la prosa, pero también tengo que tener mucho cuidado porque la prosa es la prosa y por eso se llama prosaísmo a esta cosa de hablar con una naturalidad de lengua que no tiene la poesía. Entonces siempre tengo que tener una conciencia de que la prosa no se me vuelva prosa poética porque la prosa poética podría ponerse en el terreno de la poesía.

Pero no quiero engañarle al lector diciendo: “Te estoy dando una novela o te estoy dando un libro autobiográfico”, y luego lo que le entregué sea un libro de poesía en prosa. No. Me interesa mucho narrar, narrar, narrar, narrar. Y seducir al lector con la narración. La poesía es una cosa que entra ahí [en la prosa] de una manera completamente distinta a como entra en el poema.

¿Hay algún otro libro que le interese hacer o escribir o que ya haya escrito para publicarse próximamente?

La poesía ha salido más lenta en la medida de que he escrito mucho más narrativa. En los últimos 10 años he escrito dos libros testimoniales y tres novelas. Ahora acabo de mandar a Visor mi último libro de poemas, que escribí durante 12 años. Ya empecé a escribir un nuevo libro de poemas porque se precipitó. Y estoy escribiendo un libro muy raro sobre una enfermedad muy rara que tengo post-covid, que será una reflexión. Tiene que ver con el olfato y con el gusto: no es que dejé de oler, es que ahora huelo el mundo de una sola manera y todos los alimentos me saben de la misma horrible manera y [el libro abordará] cómo eso ha cambiado mi vida por completó, cómo mis hábitos alimenticios han tenido que cambiar; he renunciado al 80% de los alimentos. Es una cosa que estamos descubriendo, que solo le pasa a una proporción muy mínima de la humanidad, pero los médicos ya se están preguntando qué hacer con eso.

Para finalizar, puede recomendarnos algunos libros que haya leído últimamente y le gustaran.

Dos libros me han fascinado últimamente. Uno se llama Los vulnerables (Anagrama, 2024) de Sigrid Nunez, que es una escritora que me encanta cada vez más. Es un libro preciso de una mujer encerrada en pandemia con un ser imprevisible que está cuidando un loro que es un muchacho muy joven.

Y el otro libro que me encantó es de un filósofo francés que se llama [Pascal] Bruckner: Vivir en zapatillas: sobre la renuncia al mundo en la actualidad (Ediciones Siruela, 2024). Es un ensayo sobre cómo a partir de la pandemia decidimos que era mejor estar en la casa, en pijama y en zapatillas, pasar días enteros así. Es una reflexión sobre la intimidad y el mundo que nos estamos perdiendo. Con mucho humor, con mucha angustia, con mucha inteligencia. Se los recomiendo altamente.{{ linea }}

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Piedad Bonnett, la voz de una mujer incierta

Piedad Bonnett, la voz de una mujer incierta

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25
2025
Texto de
Fotografía de
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En su última visita a México, Gatopardo conversó con Piedad Bonnett, ganadora del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana 2024, sobre su nuevo libro <i>La mujer incierta</i> (Alfaguara, 2024).

“No hay cicatriz, por brutal que parezca, / que no encierre belleza. / Una historia puntual se cuenta en ella, / algún dolor”, escribió Piedad Bonnett en su poema “Las cicatrices”. Para escribir su nuevo libro, La mujer incierta (Alfaguara, 2024), la ganadora del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana 2024 ha recurrido a la memoria para regresar a las cicatrices de su vida, esos silencios de los que se supone no se pueden hablar, pero que determinan la experiencia de las mujeres para revisitar su educación, el amor romántico, el matrimonio y la maternidad.

También hay otras cicatrices de las que reflexiona la poeta y novelista colombiana: cómo es vivir con ansiedad, los inicios de la vocación por la escritura, qué es el éxito literario y cómo se configuran los recuerdos.

Aprovechando su visita a México, Gatopardo conversó con la autora, también premio de Poesía José Lezama Lima 2016, sobre estos temas.

La mujer incierta (Alfaguara, 2024) es un libro que rememora su vida; sin embargo, dice que no es una autobiografía ni unas memorias. ¿Cómo describiría esta obra?

Me gusta decir que es un libro de carácter autobiográfico. Encontré esa expresión que no sé si sea justa o si alguien la use. Hay un componente narrativo predominante y de paso unas pequeñas reflexiones que se van despertando a medida que narro, guiada siempre por la memoria y también por la capacidad de asociación. No es un libro cronológico, sino que obedece a los vaivenes de la memoria, a una experiencia vital muy importante de introspección y de convocatoria de los recuerdos.

Aunque ya ha abordado temas autobiográficos en su poesía y novelas, esta vez es un libro donde lo hace de manera más abierta. ¿Cómo surgió la idea de escribir esta obra?

Este libro me estaba esperando porque muchos de los temas de aquí [de La mujer incierta] los había trabajado antes. A veces en la poesía, como la infancia, el cuerpo; también hay un libro mío de poemas que se llama Ese animal triste (Grupo Editorial Norma, 1996), que es todo sobre el cuerpo, pero [que] también [trato] en algunas novelas porque todo lo que hace un escritor tiene un trasfondo autobiográfico.

Escribí una novela que se llama El prestigio de la belleza (Alfaguara, 2010) que trata sobre mi infancia, pero ficcionalizada: el personaje que ahí creo soy yo y no soy yo; de todas maneras, le di capacidad de movimiento, ir por lugares en donde a veces no he estado, pero diría que es un 50% autobiográfico y 50% de ficción.

También te tendría que decir que en el libro escribí sobre el suicidio y la enfermedad de mi hijo Daniel, Lo que no tiene nombre (Alfaguara, 2013), estoy ahí con mi yo verdadero, como la madre, pero estoy puesta en una orillita;  es decir, el gran protagonista es él y su circunstancia.

Y ahora decidí ponerme aquí de frente. Creo que, por la edad que tengo y porque ya voy haciendo una curva vital descendente, ya puedo mirar mi vida hacia atrás y ver que soy el resultado de muchísimas cosas que he vivido.

No busqué la estructura. En un inicio no pensé que sería una obra fragmentaria. Creo que es un libro en el que, como en el de Daniel, dejé fluir mi conciencia. Potencié la capacidad asociativa de la memoria, pero siempre sin perder la noción de un sentido.

Empezaba a narrar e iba como haciendo un tejido y me iba hacia otro lado. A veces cuando había trabajado ya bastante, de pronto sentía la necesidad de insertar algo. En el libro de Lo que no tiene nombre también hacía un hallazgo y se me ocurría insertarlo y tenía que ver dónde lo iba a insertar.

Te recomendamos leer: Piedad Bonnett: reina sin corona

Pero aquí [en La mujer incierta], lo de insertar no fue lo fundamental, sino como un deslizamiento de una cosa a otra que procuré que fuera muy natural de acuerdo con mi cabeza. Por supuesto, hubo momentos en que me detenía y dudaba y esperaba a ver qué llegaba, porque eso tenía que tener una dirección. Pero bueno, siempre llegaron esas cosas.

Además del carácter autobiográfico, en el libro también hay ensayo. Busca reflexionar sobre situaciones universales como el ser mujer en una sociedad machista, vivir con ansiedad o sobre qué es el éxito literario. ¿Eran reflexiones que había hecho a lo largo de la vida o fueron surgiendo con la escritura de la obra?

Durante la escritura, cuando emprendes un libro, en general no tienes concebido todo. Y menos un libro así. Creo que este libro, como casi ningún otro, se dio como una aventura, como una experimentación; ahí empecé a saber qué énfasis ponía y en dónde. Lo mismo me ha pasado con el libro Lo que no tiene nombre, [sobre lo que] que no había pensado hablar, por ejemplo, de cómo está la salud mental en mi país o, en general, en el mundo; no había pensado decir cosas muy concretas como los medicamentos, qué es lo que hace. Iba a hacer una cosa de otra índole, pero siempre vas buscando los recursos y se te van viniendo cosas que le dan sentido a todo lo que vas haciendo.

Y es muy bonito porque te lleva a la investigación. Todo el tiempo tienes que ir a confirmar si esos datos son reales.

En este caso, La mujer incierta mucho menos; pero, de todas maneras, te acuerdas de una frase y buscas en Google, vas al libro, lo abres, tratas de ver dónde está. A veces pierdo mucho tiempo en eso: haciendo búsquedas; solo buscando una frase que me acuerdo que está en alguna parte.

¿Esas pausas de alguna manera repercuten en su escritura?

Pienso que eso matiza mucho la escritura. El solo hecho de mirar los diccionarios es espectacular porque estás buscando la palabra precisa. Entonces, tengo ahí a María Moliner, tengo el diccionario de la Academia de la Lengua, tengo otros diccionarios distintos. Y esas pequeñas pausas que te das de búsqueda te proporcionan placer para que la escritura no sea una cosa muy pesada.

También hago pausas. Cuando estoy en un lío voy hasta mi cocina, me hago un té, me como algo y en ese momento es posible que haya una revelación. O por lo menos ya subo con una energía distinta. Y si ya veo que no es el momento, tengo que aprender a decir: “Okey, por hoy ya no más. Voy a darme un tiempo para que se me revele cómo tengo que seguir esto”, porque a veces estamos realmente estancados.

¿Más o menos cuánto tardó en escribir este libro?

Fíjate que pensé que lo iba a escribir en un año y eso fue lo que le dije a la editorial: “En un año le tengo este libro”; porque pensé que dominaba mi propia vida y que eso iba a ser sentarme simplemente y digamos desarrollar. Pero no [porque] me exigía un proceso de introspección que no era solo recordar, sino valorar el peso afectivo de esos recuerdos. Y, por otro lado, confrontarlos con la verdad última porque a veces tú te inventas a ti mismo. Tú puedes decir: “Fui muy desdichado en la vida”, y de pronto a la hora de escribir, [te cuestionas] “pero bueno, ¿qué tan desdichado de verdad fui?”; [es] como volver a revalorar las cosas.

También preguntarte dónde poner los énfasis porque para que no salga un libro, por ejemplo, ultra trágico, tienes también que ir compensando; en ese sentido, el humor me sirvió mucho para alivianar un poquito.

Uno de los epígrafes del libro, de Margarita García Robayo, dice: “Aunque mucha gente cree que al escribir uno se desnuda, en realidad uno se disfraza”. ¿Qué tanto se disfrazó para escribir este libro?

Fue un disfraz por omisión porque no es que yo me reconfigure para que el lector me vea de alguna manera específica, porque de eso no se trata. Se trata de ser yo, de verdad. Pero, claro, como hay muchas omisiones, hay muchos huecos, eso me disfraza de alguna manera.

Lo que el lector va a ver ahí es una visión parcial de mi vida y una versión también parcial de mi personalidad. Hay cosas que no están explícitas ahí.

La literatura siempre es ficción. ¿Por qué? Porque es síntesis. Coger de aquí, de allá, de acá, configurar una persona que es real hasta cierto punto, pero liberada, por ejemplo, del peso de la cotidianidad, de tantas cosas irrelevantes que nos pasan en la vida, porque no se trata de hacer 10 tomos de quién soy.

Te podría interesar: Las nuevas voces femeninas en la literatura mexicana

¿Qué otras autoras, autores o libros cree que influyeron en la escritura de este libro?

Muchos. Probablemente algunos de inconsciente que los traigo a la hora de la escritura, pero siempre voy haciendo un montoncito de los libros que me están influyendo mientras escribo o que fueron detonadores. Entonces lo tengo muy claro. Fue muy importante El peligro de estar cuerda (Seix Barral, 2022) de Rosa Montero porque cuando lo leí sentí mucha afinidad. Conozco personalmente a Rosa, somos amigas; hemos hablado de que pertenecemos a la estirpe de los nerviosos. Es un libro con el que me siento muy identificada y no tuve miedo de mostrar que me influenciaba.

Natalia Ginzburg, que es una autora que he leído muchas veces.

Siri Hustvedt, que es una escritora que escribe de una manera muy distinta de como yo escribo: mucho más cerebral, menos poética, pero también algunos de sus libros me influyeron.

Vivian Gornik, importantísima, porque yo siento una pasión enorme por sus libros, desde hace unos seis o siete años que hice ese descubrimiento. Además, sus libros teóricos los utilizo en mis talleres sobre literatura testimonial [porque] me han dado claves importantes.

Por supuesto, Annie Ernaux.

Como poeta y narradora, ¿qué tanto influye su poesía en su prosa?

Son dos mundos completamente distintos. Por eso me gusta escribir los dos géneros: lo que se puede decir en prosa no se puede decir en poesía y a la inversa. Lo único que los une es que en la prosa procuro usar un lenguaje que tenga la precisión reveladora de la poesía. Como tengo tanta experiencia con el lenguaje poético me resulta relativamente fácil ponerlo a la hora de la prosa, pero también tengo que tener mucho cuidado porque la prosa es la prosa y por eso se llama prosaísmo a esta cosa de hablar con una naturalidad de lengua que no tiene la poesía. Entonces siempre tengo que tener una conciencia de que la prosa no se me vuelva prosa poética porque la prosa poética podría ponerse en el terreno de la poesía.

Pero no quiero engañarle al lector diciendo: “Te estoy dando una novela o te estoy dando un libro autobiográfico”, y luego lo que le entregué sea un libro de poesía en prosa. No. Me interesa mucho narrar, narrar, narrar, narrar. Y seducir al lector con la narración. La poesía es una cosa que entra ahí [en la prosa] de una manera completamente distinta a como entra en el poema.

¿Hay algún otro libro que le interese hacer o escribir o que ya haya escrito para publicarse próximamente?

La poesía ha salido más lenta en la medida de que he escrito mucho más narrativa. En los últimos 10 años he escrito dos libros testimoniales y tres novelas. Ahora acabo de mandar a Visor mi último libro de poemas, que escribí durante 12 años. Ya empecé a escribir un nuevo libro de poemas porque se precipitó. Y estoy escribiendo un libro muy raro sobre una enfermedad muy rara que tengo post-covid, que será una reflexión. Tiene que ver con el olfato y con el gusto: no es que dejé de oler, es que ahora huelo el mundo de una sola manera y todos los alimentos me saben de la misma horrible manera y [el libro abordará] cómo eso ha cambiado mi vida por completó, cómo mis hábitos alimenticios han tenido que cambiar; he renunciado al 80% de los alimentos. Es una cosa que estamos descubriendo, que solo le pasa a una proporción muy mínima de la humanidad, pero los médicos ya se están preguntando qué hacer con eso.

Para finalizar, puede recomendarnos algunos libros que haya leído últimamente y le gustaran.

Dos libros me han fascinado últimamente. Uno se llama Los vulnerables (Anagrama, 2024) de Sigrid Nunez, que es una escritora que me encanta cada vez más. Es un libro preciso de una mujer encerrada en pandemia con un ser imprevisible que está cuidando un loro que es un muchacho muy joven.

Y el otro libro que me encantó es de un filósofo francés que se llama [Pascal] Bruckner: Vivir en zapatillas: sobre la renuncia al mundo en la actualidad (Ediciones Siruela, 2024). Es un ensayo sobre cómo a partir de la pandemia decidimos que era mejor estar en la casa, en pijama y en zapatillas, pasar días enteros así. Es una reflexión sobre la intimidad y el mundo que nos estamos perdiendo. Con mucho humor, con mucha angustia, con mucha inteligencia. Se los recomiendo altamente.{{ linea }}

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"Lo que el lector va a ver ahí es una visión parcial de mi vida y una versión también parcial de mi personalidad. Hay cosas que no están explícitas ahí", detalla la escritora colombiana.

Piedad Bonnett, la voz de una mujer incierta

Piedad Bonnett, la voz de una mujer incierta

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En su última visita a México, Gatopardo conversó con Piedad Bonnett, ganadora del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana 2024, sobre su nuevo libro <i>La mujer incierta</i> (Alfaguara, 2024).

Texto de
Fotografía de
Realización de
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“No hay cicatriz, por brutal que parezca, / que no encierre belleza. / Una historia puntual se cuenta en ella, / algún dolor”, escribió Piedad Bonnett en su poema “Las cicatrices”. Para escribir su nuevo libro, La mujer incierta (Alfaguara, 2024), la ganadora del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana 2024 ha recurrido a la memoria para regresar a las cicatrices de su vida, esos silencios de los que se supone no se pueden hablar, pero que determinan la experiencia de las mujeres para revisitar su educación, el amor romántico, el matrimonio y la maternidad.

También hay otras cicatrices de las que reflexiona la poeta y novelista colombiana: cómo es vivir con ansiedad, los inicios de la vocación por la escritura, qué es el éxito literario y cómo se configuran los recuerdos.

Aprovechando su visita a México, Gatopardo conversó con la autora, también premio de Poesía José Lezama Lima 2016, sobre estos temas.

La mujer incierta (Alfaguara, 2024) es un libro que rememora su vida; sin embargo, dice que no es una autobiografía ni unas memorias. ¿Cómo describiría esta obra?

Me gusta decir que es un libro de carácter autobiográfico. Encontré esa expresión que no sé si sea justa o si alguien la use. Hay un componente narrativo predominante y de paso unas pequeñas reflexiones que se van despertando a medida que narro, guiada siempre por la memoria y también por la capacidad de asociación. No es un libro cronológico, sino que obedece a los vaivenes de la memoria, a una experiencia vital muy importante de introspección y de convocatoria de los recuerdos.

Aunque ya ha abordado temas autobiográficos en su poesía y novelas, esta vez es un libro donde lo hace de manera más abierta. ¿Cómo surgió la idea de escribir esta obra?

Este libro me estaba esperando porque muchos de los temas de aquí [de La mujer incierta] los había trabajado antes. A veces en la poesía, como la infancia, el cuerpo; también hay un libro mío de poemas que se llama Ese animal triste (Grupo Editorial Norma, 1996), que es todo sobre el cuerpo, pero [que] también [trato] en algunas novelas porque todo lo que hace un escritor tiene un trasfondo autobiográfico.

Escribí una novela que se llama El prestigio de la belleza (Alfaguara, 2010) que trata sobre mi infancia, pero ficcionalizada: el personaje que ahí creo soy yo y no soy yo; de todas maneras, le di capacidad de movimiento, ir por lugares en donde a veces no he estado, pero diría que es un 50% autobiográfico y 50% de ficción.

También te tendría que decir que en el libro escribí sobre el suicidio y la enfermedad de mi hijo Daniel, Lo que no tiene nombre (Alfaguara, 2013), estoy ahí con mi yo verdadero, como la madre, pero estoy puesta en una orillita;  es decir, el gran protagonista es él y su circunstancia.

Y ahora decidí ponerme aquí de frente. Creo que, por la edad que tengo y porque ya voy haciendo una curva vital descendente, ya puedo mirar mi vida hacia atrás y ver que soy el resultado de muchísimas cosas que he vivido.

No busqué la estructura. En un inicio no pensé que sería una obra fragmentaria. Creo que es un libro en el que, como en el de Daniel, dejé fluir mi conciencia. Potencié la capacidad asociativa de la memoria, pero siempre sin perder la noción de un sentido.

Empezaba a narrar e iba como haciendo un tejido y me iba hacia otro lado. A veces cuando había trabajado ya bastante, de pronto sentía la necesidad de insertar algo. En el libro de Lo que no tiene nombre también hacía un hallazgo y se me ocurría insertarlo y tenía que ver dónde lo iba a insertar.

Te recomendamos leer: Piedad Bonnett: reina sin corona

Pero aquí [en La mujer incierta], lo de insertar no fue lo fundamental, sino como un deslizamiento de una cosa a otra que procuré que fuera muy natural de acuerdo con mi cabeza. Por supuesto, hubo momentos en que me detenía y dudaba y esperaba a ver qué llegaba, porque eso tenía que tener una dirección. Pero bueno, siempre llegaron esas cosas.

Además del carácter autobiográfico, en el libro también hay ensayo. Busca reflexionar sobre situaciones universales como el ser mujer en una sociedad machista, vivir con ansiedad o sobre qué es el éxito literario. ¿Eran reflexiones que había hecho a lo largo de la vida o fueron surgiendo con la escritura de la obra?

Durante la escritura, cuando emprendes un libro, en general no tienes concebido todo. Y menos un libro así. Creo que este libro, como casi ningún otro, se dio como una aventura, como una experimentación; ahí empecé a saber qué énfasis ponía y en dónde. Lo mismo me ha pasado con el libro Lo que no tiene nombre, [sobre lo que] que no había pensado hablar, por ejemplo, de cómo está la salud mental en mi país o, en general, en el mundo; no había pensado decir cosas muy concretas como los medicamentos, qué es lo que hace. Iba a hacer una cosa de otra índole, pero siempre vas buscando los recursos y se te van viniendo cosas que le dan sentido a todo lo que vas haciendo.

Y es muy bonito porque te lleva a la investigación. Todo el tiempo tienes que ir a confirmar si esos datos son reales.

En este caso, La mujer incierta mucho menos; pero, de todas maneras, te acuerdas de una frase y buscas en Google, vas al libro, lo abres, tratas de ver dónde está. A veces pierdo mucho tiempo en eso: haciendo búsquedas; solo buscando una frase que me acuerdo que está en alguna parte.

¿Esas pausas de alguna manera repercuten en su escritura?

Pienso que eso matiza mucho la escritura. El solo hecho de mirar los diccionarios es espectacular porque estás buscando la palabra precisa. Entonces, tengo ahí a María Moliner, tengo el diccionario de la Academia de la Lengua, tengo otros diccionarios distintos. Y esas pequeñas pausas que te das de búsqueda te proporcionan placer para que la escritura no sea una cosa muy pesada.

También hago pausas. Cuando estoy en un lío voy hasta mi cocina, me hago un té, me como algo y en ese momento es posible que haya una revelación. O por lo menos ya subo con una energía distinta. Y si ya veo que no es el momento, tengo que aprender a decir: “Okey, por hoy ya no más. Voy a darme un tiempo para que se me revele cómo tengo que seguir esto”, porque a veces estamos realmente estancados.

¿Más o menos cuánto tardó en escribir este libro?

Fíjate que pensé que lo iba a escribir en un año y eso fue lo que le dije a la editorial: “En un año le tengo este libro”; porque pensé que dominaba mi propia vida y que eso iba a ser sentarme simplemente y digamos desarrollar. Pero no [porque] me exigía un proceso de introspección que no era solo recordar, sino valorar el peso afectivo de esos recuerdos. Y, por otro lado, confrontarlos con la verdad última porque a veces tú te inventas a ti mismo. Tú puedes decir: “Fui muy desdichado en la vida”, y de pronto a la hora de escribir, [te cuestionas] “pero bueno, ¿qué tan desdichado de verdad fui?”; [es] como volver a revalorar las cosas.

También preguntarte dónde poner los énfasis porque para que no salga un libro, por ejemplo, ultra trágico, tienes también que ir compensando; en ese sentido, el humor me sirvió mucho para alivianar un poquito.

Uno de los epígrafes del libro, de Margarita García Robayo, dice: “Aunque mucha gente cree que al escribir uno se desnuda, en realidad uno se disfraza”. ¿Qué tanto se disfrazó para escribir este libro?

Fue un disfraz por omisión porque no es que yo me reconfigure para que el lector me vea de alguna manera específica, porque de eso no se trata. Se trata de ser yo, de verdad. Pero, claro, como hay muchas omisiones, hay muchos huecos, eso me disfraza de alguna manera.

Lo que el lector va a ver ahí es una visión parcial de mi vida y una versión también parcial de mi personalidad. Hay cosas que no están explícitas ahí.

La literatura siempre es ficción. ¿Por qué? Porque es síntesis. Coger de aquí, de allá, de acá, configurar una persona que es real hasta cierto punto, pero liberada, por ejemplo, del peso de la cotidianidad, de tantas cosas irrelevantes que nos pasan en la vida, porque no se trata de hacer 10 tomos de quién soy.

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¿Qué otras autoras, autores o libros cree que influyeron en la escritura de este libro?

Muchos. Probablemente algunos de inconsciente que los traigo a la hora de la escritura, pero siempre voy haciendo un montoncito de los libros que me están influyendo mientras escribo o que fueron detonadores. Entonces lo tengo muy claro. Fue muy importante El peligro de estar cuerda (Seix Barral, 2022) de Rosa Montero porque cuando lo leí sentí mucha afinidad. Conozco personalmente a Rosa, somos amigas; hemos hablado de que pertenecemos a la estirpe de los nerviosos. Es un libro con el que me siento muy identificada y no tuve miedo de mostrar que me influenciaba.

Natalia Ginzburg, que es una autora que he leído muchas veces.

Siri Hustvedt, que es una escritora que escribe de una manera muy distinta de como yo escribo: mucho más cerebral, menos poética, pero también algunos de sus libros me influyeron.

Vivian Gornik, importantísima, porque yo siento una pasión enorme por sus libros, desde hace unos seis o siete años que hice ese descubrimiento. Además, sus libros teóricos los utilizo en mis talleres sobre literatura testimonial [porque] me han dado claves importantes.

Por supuesto, Annie Ernaux.

Como poeta y narradora, ¿qué tanto influye su poesía en su prosa?

Son dos mundos completamente distintos. Por eso me gusta escribir los dos géneros: lo que se puede decir en prosa no se puede decir en poesía y a la inversa. Lo único que los une es que en la prosa procuro usar un lenguaje que tenga la precisión reveladora de la poesía. Como tengo tanta experiencia con el lenguaje poético me resulta relativamente fácil ponerlo a la hora de la prosa, pero también tengo que tener mucho cuidado porque la prosa es la prosa y por eso se llama prosaísmo a esta cosa de hablar con una naturalidad de lengua que no tiene la poesía. Entonces siempre tengo que tener una conciencia de que la prosa no se me vuelva prosa poética porque la prosa poética podría ponerse en el terreno de la poesía.

Pero no quiero engañarle al lector diciendo: “Te estoy dando una novela o te estoy dando un libro autobiográfico”, y luego lo que le entregué sea un libro de poesía en prosa. No. Me interesa mucho narrar, narrar, narrar, narrar. Y seducir al lector con la narración. La poesía es una cosa que entra ahí [en la prosa] de una manera completamente distinta a como entra en el poema.

¿Hay algún otro libro que le interese hacer o escribir o que ya haya escrito para publicarse próximamente?

La poesía ha salido más lenta en la medida de que he escrito mucho más narrativa. En los últimos 10 años he escrito dos libros testimoniales y tres novelas. Ahora acabo de mandar a Visor mi último libro de poemas, que escribí durante 12 años. Ya empecé a escribir un nuevo libro de poemas porque se precipitó. Y estoy escribiendo un libro muy raro sobre una enfermedad muy rara que tengo post-covid, que será una reflexión. Tiene que ver con el olfato y con el gusto: no es que dejé de oler, es que ahora huelo el mundo de una sola manera y todos los alimentos me saben de la misma horrible manera y [el libro abordará] cómo eso ha cambiado mi vida por completó, cómo mis hábitos alimenticios han tenido que cambiar; he renunciado al 80% de los alimentos. Es una cosa que estamos descubriendo, que solo le pasa a una proporción muy mínima de la humanidad, pero los médicos ya se están preguntando qué hacer con eso.

Para finalizar, puede recomendarnos algunos libros que haya leído últimamente y le gustaran.

Dos libros me han fascinado últimamente. Uno se llama Los vulnerables (Anagrama, 2024) de Sigrid Nunez, que es una escritora que me encanta cada vez más. Es un libro preciso de una mujer encerrada en pandemia con un ser imprevisible que está cuidando un loro que es un muchacho muy joven.

Y el otro libro que me encantó es de un filósofo francés que se llama [Pascal] Bruckner: Vivir en zapatillas: sobre la renuncia al mundo en la actualidad (Ediciones Siruela, 2024). Es un ensayo sobre cómo a partir de la pandemia decidimos que era mejor estar en la casa, en pijama y en zapatillas, pasar días enteros así. Es una reflexión sobre la intimidad y el mundo que nos estamos perdiendo. Con mucho humor, con mucha angustia, con mucha inteligencia. Se los recomiendo altamente.{{ linea }}

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