Recordamos la vida de Dolores Olmedo, una de las mujeres más importantes en el escenario social y artístico del México del siglo XX.
El espacio reducido de un elevador del edificio principal de la Secretaria de Educación Pública (SEP) en 1928, fue el punto de encuentro entre Diego Rivera, uno de los pintores y muralistas más reconocidos del siglo XX, y Dolores Olmedo, una joven estudiante de arte con la que desarrolló una interesante relación que se extendería a lo largo de los años.
Aunque cualquiera podría suponer que la vida de Olmedo –nacida como María de los Dolores Olmedo y Patiño Suárez el 14 de diciembre de 1908– cambió después de conocer al muralista, fue la vida de Rivera la que cambió tras su encuentro con ella, quien comprendió de inmediato el valor de su obra y la de su esposa, Frida Kahlo.
Sin embargo, esa sensibilidad y habilidad que le permitieron a Olmedo participar en el patrocinio y preservación de la obra de algunos de los artistas más importantes de nuestro país, no surgió por generación espontánea.
Olmedo, quien abandonó la carrera de leyes para cursar una carrera artística en la Academia de San Carlos, había tenido acercamientos con el arte desde su juventud, cuando apoyaba a su madre para dar clases de dibujo a niños pequeños; dicho contacto con las artes se intensificó durante su juventud.
A mediados de la década de los veinte, Lola Olmedo –como le decían sus cercanos– conoció al periodista inglés Howard S. Phillips, quien había llegado a nuestro país en 1923 para cubrir la firma de los Tratados de Bucareli. La belleza de Olmedo atrajo a Phillips después de que éste la vio en una fotografía publicada en la revista Mexican Life, convirtiéndose poco después en la musa de una serie de retratos que el británico pintó.
Olmedo también se convertiría en musa de Rivera, quien pidió autorización a la madre de la joven (la maestra normalista María Patiño Suárez) para que posara para él. Motivado, el pintor mexicano realizó varios dibujos y una litografía, además de entablar una relación llena de profunda admiración.
La relación que Olmedo había establecido con Phillips y Rivera le permitió acercarse a otros de los artistas y librepensadores de la época, como Carlos Pellicer, Salvador Novo, Jorge Cuesta, Xavier Villaurrutia y Jaime Torres Bodet. Tras impartir clases, Olmedo se involucró en la industria de la construcción, al adquirir 40 pequeños hornos de ladrillos en la zona de Naucalpan, en la periferia de la ciudad.
Poco después, tras aliarse con Heriberto Pagelson –quien era su principal competencia–, Olmedo fundó la Compañía Inmobiliaria y Constructora S.A. (CICSA), que se convertiría en una de las principales contratistas del Gobierno Federal durante los sexenios de Miguel Alemán Valdés y Adolfo Ruiz Cortines.
Con las ganancias, Olmedo pudo patrocinar y preservar piezas de artistas contemporáneos y colecciones de objetos de arte precolombino. A principios de los años cincuenta, Dolores Olmedo se convirtió en un nombre fijo dentro de la obra de Diego Rivera, con quien había retomado su amistad. Para 1955, Olmedo era una de las principales coleccionistas de la obra de Rivera y Frida Kahlo. Además, había sido uno de los principales apoyos para el muralista durante sus últimos años de vida.
En 1957, a petición del autor, Olmedo compró 50 obras de Rivera. El artista también le había pedido a la coleccionista hacerse cargo de los museos Frida Kahlo y Diego Rivera-Anahuacalli. Años después, su acervo y colección de objetos y piezas, incluidas más de 800 piezas arqueológicas mesoamericanas, se convirtieron en la exhibición permanente del Museo Dolores Olmedo, construido en lo que fue su casa del casco de la Hacienda de la Noria en Xochimilco.
El 27 de julio de 2002, Dolores Olmedo falleció, dejando un espacio que no se ha podido volver a llenar, ya que ella no sólo impulsó gran parte del arte mexicano de mediados del siglo XX, también permitió el desarrollo y crecimiento de la cultura en México.
Fotografía de portada vía INAH.
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