Un recorrido por la vida y obra de una de las grandes leyendas del jazz
La vida musical de Edward Kennedy Ellington es todo un capítulo en la historia del jazz. Son cincuenta años de actividad constante que lo respaldan, no sólo como uno de los músicos más grandes en la historia de su país, sino como un creador redondo, pues fungió como compositor, líder de orquesta, arreglista, autor y solista.
El duque se hace
Edward Kennedy nació el 29 de abril de 1899 en Washington como hijo de James Edward Ellington y Daisy Kennedy. James trabajaba como mayordomo para la familia de un médico y Daisy era hija de una familia de buen estrato social. La personalidad de Edward tomó forma entre expresiones gentiles, etiqueta y formalidad.
En su casa había no uno, sino dos pianos y gracias a ellos aprendió música desde la adolescencia, una época en la que Edward Kennedy se autonombró duque sin que alguien pudiera decirle lo contrario.
Su carrera profesional tomaba forma rumbo al diseño comercial, pero en 1918 la Asociación Nacional para el Progreso de la Gente de Color (NAACP) le otorgó una beca estudiantil para estudiar arte en Nueva York. En ese mismo año contrajo matrimonio con Edna Thompson y tuvieron un hijo, Mercer Ellington, una nueva responsabilidad que le hizo repensar el futuro de su carrera.
Tras el fin de la beca, Duke Ellington regresó por muy poco tiempo a Washington, antes de mudarse de manera definitiva a Nueva York en 1923 con sus amigos músicos Otto Hardwick y Sonny Greer. Los tres ya eran reconocidos en ese entonces por tocar música de baile en los bares recién abiertos de Harlem, donde Ellington pudo reconocer sus dotes como líder de orquestas pequeñas. El trío hizo del Club Kentucky un sitio al que recurrir en busca de música para divertirse.
Las composiciones y arreglos de Duke Ellington tenían entonces una esencia exótica y candente. Ejemplo de ello es la canción «East Saint Louis Toodle-Oo», que además incluye extractos inspirados en «La Marcha Fúnebre» de Chopin.
No significa nada…
En 1927, Ellington y su banda fueron seleccionados para tocar en el Cotton Club de Harlem, que no era mas que un Carnegie Hall para quienes no podían llegar a él, de acuerdo con La historia del jazz de Ted Gioia.
Sin saberlo en ese momento, los negocios para bailar en ese barrio de Nueva York, como el Savoy y el mismo Cotton Club, serían escuelas y entras para el futuro de la música en Estados Unidos, considerando que además no excluían al público blanco. Era, además, como si los problemas económicos por los que atravesaba el país norteamericano no pudieran ingresar a estos clubes que abrían seis días a la semana.
“La supremacía de Duke durante los años del Cotton Club no sólo le permitió sobrellevar la llegada de la Depresión, sino incluso prosperar en una época en la que la mayoría de los directores de bandas tenían que reducir personal”, escribe Gioia.
La crisis de los treinta no tocó a Duke, quien tuvo la capacidad financiera de fichar a los trombonistas Juan Tizol y Lawrence Brown, otros grandes nombres de la historia del jazz.
En ese mismo año, Duke apareció en su primera película de Hollywood, Check and Double Check y para 1931 sería invitado a conocer al presidente Hoover en la Casa Blanca, un acto inaudito para un músico negro en ese entonces.
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Es 2014 y Lady Gaga, con el cabello teñido de azul, repite el scatting –improvisación vocal en jazz- de “It don’t mean a thing (if it ain’t got that swing)”, una de las canciones más populares del género. En 1932, cuando se grabó esta canción compuesta por Duke Ellington con letra de Irving Mills, probablemente los expertos ya la imaginaban como uno los mejores trabajos de jazz de la era y también de sus autores. La pieza sobrevivió el cambio de siglo y varias generaciones más, interpretada por los cantantes más populares del momento.
La era de la Depresión significó para Duke Ellington todo lo contrario, pues en 1933 ya había grabado otros éxitos de su carrera, canciones que entrarían en el repertorio básico norteamericano. “Mood Indigo”, “In a Sentimental Mood”, “Sophisticated Lady” y “Solitude” serían replicadas en esa época por el éxito que tenían entre la gente que quería bailar, pero también entre los jazzistas, que convirtieron estas piezas en estándares del género.
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En 1934 el pianista compuso “Symphony in black”, una pieza considerada excelsa por su complejidad. La suite de nueve minutos comprobaba la capacidad de Duke como líder de orquesta, compositor y genio musical más allá de la fórmula para hacer a todos bailar o entrar en un estado melacólico. “Symphony in black”, sin embargo, resumía la capacidad que tenía Duke Ellington para hacer a la audiencia pasar por esas dos atmósferas en menos de diez minutos.
Ese mismo año todo estaba por cambiar para la cultura estadounidense, en parte gracias al trabajo que Duke y sus contemporáneos ya habían hecho. La ley seca en el país norteamericano había terminado y la música comenzaba a llegar a las masas. El swing y el alcohol eran una mezcla cargada de fulgor para los años posteriores a la Depresión.
Pronto, la sociedad comprendió que ni el jazz ni el alcohol representaban una amenaza para su status quo. Por el contrario, los músicos blancos como Benny Goodman o Glenn Miller también retomaron el swing, inspirados en Ella Fitzgerald, Fletcher Henderson y Duke Ellington y así iniciaron los mejores años de este estilo musical.
En 1937 Ellington grabó otra pieza musical que superaba musicalmente todo lo que había hecho con anterioridad: “Caravan”. Considerada uno de los epítomes del jazz. El año 2014 la trajo de regreso con mucha fuerza tras su mención en la película Whiplash de Damien Chazelle.
“Caravan” fue compuesta por el trombonista Juan Tizol, quien vendió los derechos de su canción por 25 dólares a Ellington sin conocer su verdadero valor. Una vez que se arregló y grabó con una big band dirigida por el mismo Ellington, “Caravan” conquistó las listas de popularidad. En esta grabación participaron Cootie Williams en la trompeta, Tizol en el trombón, Barney Bigard en el clarinete, Harry Carney en el saxófon, Billy Taylor en el contrabajo y Sonny Greer en la batería, miembros que seguirían a Ellington durante unas décadas más.
El alcance de esta pieza es difícil de medir por el potencial que ofrece para improvisar, agregar solos y evolucionar, como le sucedió a través de Wes Montgomery en 1964 y Wynton Marsalis en 1986.
Y aunque Duke era una pieza importante en la era del swing, él prefería no simplificar las melodías. Según el Museo Nacional de Historia Estadounidense al pianista no le interesaba especialmente crear un buen ritmo para bailar –aunque lo hacía-, sino explorar más su imaginario musical.
“Cuando la música swing y el baile se convirtieron en una obsesión nacional a fines de la década de 1930, Ellington permaneció por encima de todos y siguió su propio camino”, se lee en el sitio del Instituto Smithsonian y Smithsonian Jazz.
Duke y su banda cerraron la década dorada del swing de gira por Europa.
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En 1938 a su orquesta se unió otro elemento relevante para los próximos años: el joven arreglista y compositor Billy Strayhorn, quien no tardó mucho en darle un éxito a la orquesta: «Take the ‘A’ Train», una pieza que poco antes había tirado a la basura al considerarla poco novedosa.
Billy encontró inspiración para la letra de esta pieza en la nueva línea del metro en Nueva York que hacía que la gente se confundiera para llegar a Harlem.
«You must take the A Train
To go to Sugar Hill, way up in Harlem»
La canción de 1941 sería reconocida en el año 2000 como una de las 100 mejore del siglo XX, según NPR.
El tren que lleva a Carnegie
Alejado ya del swing comercial, Duke Ellington se aventuró a seguir con sus composiciones complejas. “Black, Brown, Beige”, una suite de tres movimientos o “un paralelo a la historia del negro estadounidense”, como la presentó Duke en el Carnegie Hall, se trataba de una declaración frontal sobre el racismo que enfrentaban los afroamericanos, pero también, muchos músicos negros en la época.
A pesar de la relevancia de su denuncia fue duramente criticado por su actuación en uno de los eventos de jazz más importantes en el mundo, según escribió Claudia Roth para The New Yorker. Tal incidente estaría lejos de ser el fin de su carrera. En todo caso, fue un anuncio de una nueva era, pues de 1943 a 1947, Duke Ellington volvió al Carnegie Hall con otro repertorio y sin provocación.
En los años siguientes las big bands -aunque lograban sostenerse económicamente por las regalías-, dejaron de ser tan redituables, pues el swing comenzaba a perder su toque. Mientras tanto, Ellington componía aún movimientos largos como «Do Nothing till You Hear from Me» de 1943 y «The Perfume Suite» de 1945.
Ante la crisis, entre 1947 y 1955, algunos miembros importantes de la banda se fueron a otras. Entre las pocas creaciones importantes de estos años estuvo «Harlem», de catorce minutos y «Satin Doll», posiblemente su último éxito.
Lo que quedaba para Ellington no era más que reinterpretarse, lo cual no era necesariamente una señal de fracaso. Así lo probó en 1956 cuando se presentó en el Festival de Jazz de Newport, donde interpretó «Diminuendo and Crescendo in Blue», original de 1937. Esta presentación está considerada como uno de los 50 momentos más grandes del jazz.
El Pulitzer y otros méritos
Con la colaboración del saxofonista Paul Gonsalves en el concierto de Newport, la carrera de Duke revivió. Los críticos volvieron a reconocerlo como el músico respetado y líder de orquesta que siempre fue. Poco después fue nombrado embajador honorífico del jazz y empezó giras por todos los continentes.
En 1959 La Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color , con quien colaboró durante toda su carrera, otorgó a Ellington su presea más importante, antes concedida a Martin Luther King y otros luchadores de derechos civiles. Sin embargo, la comunidad afroamericana cuestionó la decisión preguntando qué es lo que Ellington había hecho para merecerlo, argumentando que durante su carrera el pianista había tocado para un público segregado en la región sur de Estados Unidos, a lo que Duke Ellington simplemente respondió con un: «todos lo hacen». Y tenía razón.
Claudia Roth recogió la respuesta más extensa que dio Ellington a esta pregunta. «No han estado escuchando nuestra música. (…) Hemos estado hablando durante mucho tiempo sobre lo que es ser negro en este país», dijo.
A partir de entonces nunca dejó su activismo a un lado y lo volvió cada vez más evidente. Grabó una nueva versión de «Black, Brown, Beige» llamada «Come Sunday» con Mahalia Jackson en la voz y protestó junto a los estudiantes en contra de la discriminación que los jóvenes negros sufrían en los establecimientos.
En 1965 ocurrió algo similar cuando el jurado del Premio Pulitzer de la Música lo nominó, pero al final decidió no entregar a nadie la distinción. Argumentaron que Duke Ellington no cumplía con los términos de lo que el premio representaba.
El pianista le dijo al crítico musical Nat Hentoff que se sintió muy frustrado por esta decisión, pero que no lo sorprendía. «(…) la mayoría de los estadounidenses aún toma por sentado que sólo la música con bases europeas -música clásica- es la que debe ser respetada. En este país, el jazz siempre ha sido el tipo de hombre con el que no querrías que tu hija se asociara».
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Durante sus últimos activos, Duke Ellington siguió componiendo y arreglando música. En 1967 escribió un álbum llamado “And His Mother Called Him Bill” con dedicatoria a su colega y gran amigo Billy Strayhorn, luego de su muerte en ese mismo año.
El 24 de mayo de 1974, el duque del jazz, título nobiliario que le hacía justicia, falleció de una neumonía agravada por el cáncer de pulmón que padecía. Miles de personas se congregaron para despedirlo.
El Premio Pulitzer musical le sería concedido de manera póstuma en la celebración de su cumpleaños 100, en 1999, como reconocimiento por su aportación musical.
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