Encontrar la propia voz
Haydeé Milanés ha buscado rescatar lo bien hecho, aquello que ha perdurado por su belleza.
Durante su infancia muchas tardes habaneras la sorprendieron en conciertos, donde miraba a su padre, Pablo Milanés, un hombre de abundante cabellera, tocar la guitarra y cantar con la misma voz que la despertaba en las mañanas. Escuchaba quieta desde su asiento y cada tanto veía a su mamá llorar. “Ella se emocionaba mucho. Yo la miraba y no comprendía por qué. De niño eres capaz de entender la música, pero no tienes vivencias para conectarla con una tristeza o frustración; no has perdido a nadie”, dice Haydeé Milanés con una calma ceremoniosa.
La niña que desde la timidez se resistía a interactuar con la gente, encontraría años más adelante en la música una forma de comunicarse. Tenía 6 años cuando sus días empezaron a desarrollarse en torno al piano que aprendió a tocar en el Conservatorio de Música Manuel Samuell. La fuerza y constancia con la que escuchó cantar en casa, habían provocado que las melodías llegaran solas a su mente.
Desde la sala de una casa en la Ciudad de México, a donde vino para dar un concierto de su gira “Amor Deluxe” en el Lunario del Auditorio Nacional, Haydeé recuerda las preguntas que rodearon sus primeros veinte años de vida mientras tomaba conciencia del peso del apellido de su padre.
“En algún momento tuve dudas, inseguridades sobre mi capacidad, pero fueron sólo miedos de enfrentarme a mi propia verdad, de enfrentarme a mi propio camino, a mi destino, a lo que vine a hacer a este mundo. Era el miedo de enfrentarme a una carrera que no es fácil”, comparte. Hoy no le queda ni la sombra de aquella incertidumbre.
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En plena charla Haydée Milanés baja el sonido que libera su garganta. Casi murmurando explica que “la voz es una cosa muy delicada”. Que va por la vida procurando hablar bajito, que trata de no gritar. Ella, que vive de su voz, la dosifica, la reserva para cuando haya que cantar. Opta por los ambientes libres de humo, no fuma, ni bebe tragos helados. Si hubiera vitrinas para proteger las cuerdas vocales, ya tendría varias guardadas para el futuro, pues lleva años entrenándolas: “La repetición hace que aprendas a hacer intervalos, las vas acondicionando para que salten de un lugar a otro”.
Si hubiera que personificar a la música en cuanto a su relación con Haydée, esta tomaría la forma de un Gurú prodigioso, que le da intenciones al hablar y lecciones de respiración, que cuida su dieta y la lleva donde la brisa es salada y el viento es tibio.
“Para mí la música es algo muy sagrado. Tengo el compromiso de defender mis raíces musicales cubanas y de ser consecuente con lo que me gusta hacer. Es necesario disfrutarlo, ser sincera en ese aspecto, es la manera más honesta de llegar a un público fiel”, afirma la cantante, quien no discrimina la música por género, ni pierde el tiempo tratando de posicionar su música en uno u otro.
Si las voces emitieran un color, el suyo podría ser cualquiera en un espectro de tonos pastel, como los que caracterizan los edificios de La Habana Vieja, suaves, luminosos, de esos que tranquilizan pero también invitan a irradiar la vida.
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Canta ante su público, pero es como si Haydée le hablara a las criaturas que se asoman en el mar al amanecer. En el escenario conserva la misma sencillez con que se conduce cuando no se encuentra sobre él, lejos está de la arrogancia de las estrellas que creen que el mundo les debe algo. Canta tan concentrada como cuando habla, esperando alguna señal que le indique continuar. Sus pausas son similares a los silencios que anuncian los acontecimientos importantes.
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Lejos de estar en contra de lo nuevo, Haydée Milanés ha buscado rescatar lo bien hecho, aquello que ha perdurado por su belleza. “Me interesa mucho retomar a grandes autores, grandes obras que las juventudes no conocen. No solamente en Cuba, sino en todo el mundo”.
En 1980 su padre hizo un disco con canciones de la legendaria cantante cubana Marta Valdés, quien fue satanizada durante los primeros años de la revolución por tener influencias de la música norteamericana. Más de tres décadas después, en 2015, ella las retomó para grabar Palabras, Haydée Milanés canta a Marta Valdés.
“No es una compositora fácil de interpretar, lleva estudio. Ella estuvo muy cerca de mí en todo este proceso de acercamiento a sus canciones, me dio muchísima confianza, vio en mí posibilidades que yo no veía”, recuerda. “Este disco marcó un antes y un después en mi carrera. Es el más importante para mí. Fue el que me dio la fuerza para grabar luego uno con canciones de mi padre”.
Después de él, su primer y más grande maestro, Valdés es la segunda.
En 2017 lanzó el disco Amor, Haydée Milanés a dúo con Pablo Milanés, un esperado homenaje. “Fue un honor abordar la obra de un autor que marcó patrones dentro de la música, que ha tocado temas sociales y políticos, siendo consecuente entre su obra, su pensamiento y su lenguaje”, dice como si no lo conociera en vida.
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Encontrar en Cuba una plataforma en donde expresar la propia voz es algo que encauza hacia un único camino, el de la aprobación del gobierno. En una isla donde todos los teatros los dirige el Estado, la música independiente es una tarea para temerarios. “A lo largo de la historia muchos autores han protestado a través de sus canciones. Que bonito poder decir verdades a través de la música, sacar a la luz situaciones feas o también lindas”, comenta Haydeé quien pertenece a la isla de los ciudadanos politizados.
Aprendió a leer el mundo con las lecciones de un padre que creció con la revolución y se hizo revolucionario en ella. En 1980, cuando nació, Fidel Castro ordenó la apertura del puerto del Mariel, durante siete días más de 125 mil cubanos partieron a Miami. Su país es el de las ideas perseguidas, el del internet restringido, el del periodismo oficialista, el de los versos censurados y los amores homosexuales clandestinos. No es un anomalía en el globo terráqueo.
En Cuba, de 1965 a 1968 se recluyeron a 50 mil jóvenes librepensadores en las Unidades Militares de Ayuda a la Producción con la clara intención de adoctrinarlos, Pablo Milanés fue uno de ellos, sin embargo logró escapar. En ese oscuro episodio los homosexuales encerrados eran tan criminalizados como los delincuentes.
Ahora, el 13 de mayo de 2019 en La Habana la comunidad LGBTI tomó las calles para ondear su bandera, la convocatoria que se generó por Facebook tuvo respuesta no solo de las sociedad civil, sino también de los policías que a golpes la reprimieron. Haydeé estuvo para presenciarlo.
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Si algo ha aprendido en estos años es que las melodías tienen que acompañar a las intenciones.
Recuerda las veces en que Marta Valdés le contaba que en la producción de sus discos le bajaban la intensidad a la música cuando decía un verso contundente. Versos que tendría que empatar con la fuerza de los instrumentos.
Con la seriedad con que blinda su trabajo, asegura que parte de adentrarse en la esencia de una canción ajena consiste en entender que interpretar requiere de un compromiso con el autor, y por ello hay que adentrarse de lleno en la historia y sus personajes. Sólo así es posible saber y transmitir lo que quiso decir. “La literatura cuenta historias y las canciones también. Ahora mismo estoy leyendo una biografía de José Martí. Me gusta leer también a Leonardo Padura; Pedro Juan Gutiérrez, igual me gusta. Hubo un tiempo en que leí mucho a Bukowski y a Milán Kundera. Me gustan Haruki Murakami y Guillermo Cabrera Infante”, dice Haydeé.
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Mientras Pablo Milanés huyó del piano y del conservatorio a los nueve años para pedirle a un grupo de músicos callejeros que le enseñaran sus secretos en la guitarra; Haydée se apropió del piano y de todo lo demás también. Toda su infancia lo vio componer. Su mamá jura que ella no creció porque siempre veló en los rincones las fiestas que su padre armaba en torno a la música.
Los Milanés son el tipo de familia que no planea una fiesta porque viven en ella, pero la naturalidad ante la alegría de cantar es el resultado de las horas dedicadas a estudiar a fin de lograr la pulcritud de las notas y la claridad en sus voces. Son músicos, sin embargo no tocan ni cantan todos los días. No basta con dominar el solfeo, leer y escribir claves, parte de la vida de un artista implica promoción, redes sociales, videos y entrevistas.
“Hay muchas cosas que he querido mantener. He querido ser como él, consecuente con lo que piensa, defensor de lo que cree”, dice Haydeé.
Con el tiempo cambió de posición, si sus tardes en la infancia fue público de su papá, ahora su lugar está en los escenarios, desde donde canta con la concentración de los devotos. Mientras va abriendo su boca, la gente mira sin parpadear, suenan los instrumentos y la tibieza de los amores gozosos sucumbe en los auditorios.
¿Qué sería de nosotros si ella permaneciera callada?
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