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Los silencios de Ian Curtis

El suicidio de Ian Curtis a sus 23 años marcó el fin de la inocencia de la escena independiente

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“Necesidad de ignorar + destruir influencias previas (irrelevante) – mirar hacia el futuro. El gusto es hábito. La repetición de algo previamente aceptado”, escribió Ian Curtis sobre “Atrocity Exhibition” en 1979.

“Nuestro matrimonio había terminado y yo no sabía”, escribió Deborah Curtis en Touching from a Distance, una memoria sobre 1979 y su relación con Ian Curtis.

Era la cúspide para Ian Kevin Curtis, nacido el 15 de julio de 1956. La fama de Joy Division fue casi instantánea debido al compromiso de los integrantes. Su primer álbum Unknown Pleasures (1979) les ganó reconocimiento a nivel nacional junto con otros sencillos que conformarían Closer (1980).

La banda integrada por Curtis, Bernard Sumner, Peter Hook y Stephen Morris salió de gira ese mismo año y fue así como Joy Division llegó a Bélgica, país en el que Ian conoció a la periodista Annik Honore, con quien desarrolló una relación afectiva. Sin embargo, a finales del 79, mientras grababan su segundo álbum, Curtis se sentía agobiado por la frecuencia de sus ataques epilépticos, por la presión suscitada por salir al escenario y por el amorío que tenía con Honore, mientras Deborah permanecía en casa para cuidar a su recién nacida hija, Natalie.

Ian Curtis alienó a Deborah de su vida en los escenarios, recuerda el periodista y biógrafo del punk, Jon Savage. “Su lado sucio y mentiroso parecía ganar”, escribió Deborah también, quien estaba consciente de que Ian le decía a sus compañeros de Joy Division que ella era quien hacía su vida “infeliz”.

Deborah e Ian se casaron en agosto de 1975, a los 19 años de edad, lo que derivó en que ambos consiguieran trabajos que no deseaban. En esa época aunque Curtis ya se autodenominaba escritor y poeta. Deborah recuerda que en esos años los dos cayeron en la rutina, lo que derivó en depresión.

“Nos habíamos atado erróneamente a una hipoteca y suscrito a una estabilidad para las que no estábamos listos. Teníamos sólo 19 años y la idea de que Ian iniciara una carrera musical no parecía un sueño extravagante en absoluto. Nos dio esperanzas”, recuerda Deborah.

Ella escribe que desde el inicio de su matrimonio, ambos tenían hábitos separados, pero complementarios. Curtis se encerraba en su estudio para escribir y pocas veces salía de él, mas que para recibir las tazas de café que Deborah le pasaba por la puerta. Según recuerda, ella tampoco podía ver el trabajo que él hacía. En una ocasión Deborah leyó un extracto de una canción y le sugirió a Curtis hacer un cambio de palabras, pero él nunca tomó bien la crítica y aunque esa vez le hizo caso, a su esposa le resultaba más difícil entablar una relación con el trabajo creativo de Curtis.

Los dos compraban discos para escucharlos de forma ceremonial cada fin de semana en su nuevo hogar. Se sentaban en el piso y cada álbum se reproducía de principio a fin, mientras Curtis le explicaba a Deborah la historia detrás de las letras del disco.

“Le gustaba leer a Oscar Wilde, a Edgar Allan Poe y nos asegurábamos de estar en casa los sábados por las noches para mirar películas de horror”, escribe dulcemente Debbie.

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Cuando Sumner y Hook se juntaron en el 76 para hacer música pensaron en Curtis para que cantara. Lo tenían en mente debido un club punk, The Electric Circus, en el que veían recurrentemente a Curtis vestir su chamarra insignia, la cual versaba la palabra HATE (odio en inglés) en la espalda. Inspirados en David Bowie, primero se hicieron llamar Warsawa y posteriormente tomaron el nombre de Joy Division (la División de la Felicidad) por el libro de ficción House of Dolls de Yehiel Feiner, que habla sobre un sector en los campos de concentración nazi que elegía a mujeres jóvenes para ser usadas como esclavas sexuales, lo que hacía a esta no una división de trabajo, sino una división de la felicidad.

Los miembros de la banda se identificaron con este nombre porque eran los hijos de la guerra. Era una generación que no conocía tiempos mejores, la economía estaba endeble y había que emplearse, producir bienes en masa y conformarse con lo que venía.

Parte del encanto de Joy Division era la naturaleza con la que tocaban y parte, eran las hipnotizantes presentaciones que ofrecía Ian Curtis. Aunque ensimismado, Curtis entregaba en el escenario toda la pasión de la que carecía en su vida cotidiana. Era una agresividad impulsiva que se expresaba en su voz de barítono y en sus movimientos, mientras entonaba letras que hablaban de lugares oscuros, de la falta de control en el propio cuerpo y la existencia humana.

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El lunes 19 de mayo de 1980 marcó definitivamente la historia de Joy Division, como lo relató la periodista de la revista Rolling Stone, Debby Miller. Las maletas estaban hechas y los adioses se habían dicho, continúa. Estaban listos para partir a América, en su primer tour fuera de Europa luego de terminar su nuevo sencillo ‘Love will tear us apart’.

“Pero Joy Division nunca dejó Inglaterra ese lunes triste. Había algo en la promesa del viaje que hizo que Ian Curtis pusiera una cuerda alrededor de su cuello y se ahorcara una noche antes. Más adioses”, escribió la periodista.

Después de la muerte de Curtis, las letras de las canciones que escribió cobraron un nuevo sentido.

“Madre, lo intenté por favor créeme”, canta Ian en “Isolation”. “Para entretenerse, (las personas) miran su cuerpo retorcerse. Detrás de sus ojos, él dice ‘todavía existo'”, escribió en “Atrocity Exhibition”.

Aunque muchas de estas canciones hacían alusión a literatura, los temas oscuros dominaron las letras de Curtis. Había que ver las alertas de lo que lo orilló a suicidarse. Para él, componer nunca fue un acto comercial, pero eventualmente, las actividades, como miembro de Joy Division, se convirtieron en tareas de trabajo en lugar de un acto recreativo dispuesto para la satisfacción propia, dice Deborah Curtis.

En 1978 a Curtis le diagnosticaron epilepsia, padecimiento que según Deborah ya le habían detectado previamente. Mientras grababa Closer, sus ataques y desmayos eran más frecuentes. En abril de 1979 Ian había intentado suicidarse con pastillas, pero falló y regresó al día siguiente a su rutina con Joy Division.

Curtis había intentado suicidarse en ocasiones previas. Una en la década de los setenta y otra a los 16 años.

Luego de ser diagnosticado con epilepsia, el doctor le ordenó que llevara una vida tranquila, sin ruidos excesivos, ni alcohol. La idea de abandonar los escenarios fue un gran dilema para Curtis, quien hizo caso omiso y continuó con su vida frenética como parte de Joy Division.

“Cuando la banda tocó ‘Digital’ y ‘Glass’ en el club Russel, fue un momento crucial para los dos; estaba orgullosa y asustada. Nunca había escuchado esas canciones antes (…). Sentí cómo me hice pequeña al final del lugar como si hubiera descubierto un secreto”, escribió Deborah tiempo después sobre la personalidad enigmática de Curtis, con quien compartía un hogar.

Sumner lo resumió muy bien cuando fue entrevistado por Jon Savage: “Estaba bajo una tremenda presión desde todos los frentes. No creo que sea una sola razón la que lo mató. Eran todas las presiones, que al aislarlas era posible divisar una solución para cada una de ellas. Él no pudo encontrar la solución y nosotros tampoco”.

“También, Ian era su peor enemigo, porque nunca quería importunar a nadie, entonces te decía lo que querías escuchar. Nunca supimos lo que sufría o pensaba”, escribió en 2011 Peter Hook.

El suicidio de Ian Curtis a sus 23 años de edad marcó el fin de la inocencia de la escena independiente, se convirtió para bien o mal en un icono del indie y definió el inicio de otro sonido que se conocería a través de New Order.

Entre las notas halladas después de su muerte, Deborah Curtis encontró una escrita a mano en 1979 por Ian que decía: “la realidad es sólo un término basado en valores y principios desgastados, mientras que, el sueño continúa por siempre”.


 

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