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Juan Pablo Villalobos: "no volver a ser nunca nadie en particular"

Juan Pablo Villalobos: "no volver a ser nunca nadie en particular"

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
28
.
05
.
20
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Tiempo de Lectura: 00 min

Villalobos es un escritor que habla como escribe, desenfadadamente. Sus novelas dejaron de ser mexicanas, se desarraigaron y comenzaron a andar por territorios geográficos extraños porque reivindicar su tierra natal dejó de importarle. La invasión del pueblo del espíritu es su más reciente novela.

Juan Pablo Villalobos llegó a Barcelona en 2003, para estudiar un doctorado en Teoría Literaria y Literatura Comparada, y desde entonces su identidad y su obra no volvieron a ser los mismos. Se transformaron con la ciudad catalana y empezó la mutación. Sus novelas antes mexicanas se desarraigaron y comenzaron a andar por territorios geográficos inidentificables porque reivindicar su tierra natal dejó de importarle. Así que se puso a buscar una nueva voz, una que coincidiera con su lengua contaminada y transformada por las peculiaridades de la sintaxis y las formas gramaticales. “No he asumido la mexicanidad en el lenguaje, pero tampoco he asumido de manera sumisa el español que se habla aquí”, señala. Villalobos es un escritor que habla como escribe, desenfadadamente. Con una voz que reniega de la solemnidad que por años ha sido aprobada por la crítica literaria. Es de los que saben que no se ganan puntos al ser protocolario y que ni el carisma ni la burla restan seriedad a la escritura. De un tiempo para acá, las discusiones sobre el lugar de origen empezaron a estorbarle. “¿Qué gran diferencia hay entre comer butifarra o mole? Por muy distintas que sean nuestras culturas de un lugar y otro, hacemos lo mismo. Comemos, nos reproducimos, vivimos por unos años y morimos. No hay más. La experiencia de la vida es la misma”, agrega. Este periodo suspendido, en el que se estableció el confinamiento por la pandemia, era parte de un año de descanso luego de concluir en mayo de 2019 La invasión del pueblo del espíritu. Ha sido tiempo de notas y vueltas mentales para la próxima historia, mientras ha estado encerrado en casa.

“¿Qué gran diferencia hay entre comer butifarra o mole? Por muy distintas que sean nuestras culturas de un lugar y otro, hacemos lo mismo. Comemos, nos reproducimos, vivimos por unos años y morimos."

La promoción en México de esta novela que edita Anagrama quedó varada por la emergencia sanitaria. En ella nos sitúa en la vida de Gastón, un hombre que huye de su lugar de origen y la tierra a la que llega no tiene mayor ambición que cuidar de su perro y un huerto. Los otros personajes son Max, su mejor amigo y Pol, el hijo de éste, que hace un viaje a la Tundra que llena de paranoia el relato, y sugiere la existencia de vida extraterrestre. “Es una novela narrada contra la nostalgia, está situada en el presente. Está escrita contra la idea de que el pasado fue mejor y contra la idea de que uno tiene que estar siempre especulando sobre el futuro para ser feliz, planeando grandes proyectos”, puntualiza. Villalobos parte de un territorio de la ficción, de la conspiración, de los relatos de vida extraterrestre y de su autobiografía. “Me preocupo por temas como la inmigración, la xenofobia, el racismo y la gentrificación. Este libro es una mezcla de dos mundos, el de ficción paranoica y el de temas sociales”, dice. En esta novela no interesa saber la tierra de origen de los personajes, hay una decisión consciente de no nombrar y no utilizar las palabras con las que estamos familiarizados. “Quise sacar de la novela una discusión respecto de lo que significan las esencias, porque me estorbaba para poder hablar de lo que realmente me interesaba: la amistad, la fraternidad, la soledad”, agrega. Villalobos nos instala en el presente a través del huerto de Gastón, que se le van los días cuidando de su perro Gato y su cosecha. “Los huertos fuera de historias literarias son espacios con exigencias muy concretas de todos los días que requieren del respeto a las rutinas de cuidado. Es como vivir en el presente. Aparte quise hacer una referencia literaria al Cándido, la novela de Voltaire, en la que al final, después de tantas aventuras los personajes se instalan en una especie de huerto y tienen una discusión sobre el sentido de la vida y la conclusión a la que se llega es “ahora hay que cultivar el huerto”, dice.

“Me preocupo por temas como la inmigración, la xenofobia, el racismo y la gentrificación. Este libro es una mezcla de dos mundos, el de ficción paranoica y el de temas sociales.”

En la infancia de Villalobos no hubo un huerto. Su padre era un médico que pasaba todo el día trabajando y su madre un ama de casa que cuidaba de los cinco hijos. Vivían en Lagos de Moreno, una ciudad pequeña en los Altos de Jalisco, en la que la vida era rutinaria. “Iba a una escuela religiosa, en un lugar que es profundamente reaccionario, muy católico, mocho”, comenta. En su casa era convencional la idea de que la educación trajo progreso a México. La generación de su padre y de sus tíos era la primera que había tenido educación universitaria tras la Revolución. Unos fueron ingenieros, otros veterinarios. Su primera novela, Fiesta en la madriguera (Anagrama 2010), se publicó cuando la envío por correo postal a Barcelona, para concursar para el Premio Herralde de Literatura. Y la respuesta fue protocolaria, la misma que había recibido en otras editoriales en donde le decían que habían recibido su manuscrito y no volvía a saber más de los editores. Pero seis meses después, Jorge Herralde, el dueño de Anagrama, habló con él y le dijo que la novela no sería considerada para el premio, pero que la quería publicar. Nunca tuvo relación con el mundo editorial, ni literario, ni artístico. “Tuve acceso una vez que empecé a publicar. En todos lados es lo mismo, pero en México particularmente es claro que hay una élite en términos culturales o literarios que desde hace muchos años está produciendo y participando de la vida cultural y literaria y que son más o menos los mismos”. Sus dos libros posteriores, Si viviéramos en un lugar normal (2012) y Te vendo un perro (2015), siguieron la línea de la mexicanidad. El cambio llegó cuando decidió que no regresaría pronto a México, habría que “volver a ser alguien nuevo o no volver a ser nunca nadie en particular”, como dice su más reciente novela. El conflicto de identidad lo resolvió creando una lengua que pareciera deslocalizada, en la que cupieran lo distintos tipos de español. La solución funcionó y echó a hablar a peruanos, colombianos, italianos, catalanes y mexicanos en No voy a pedirle a nadie que me crea (2016). Con esa nueva voz ganó el Premio Herralde de Novela 2016. Y con esa nueva voz el escritor reta al lenguaje diciéndole “yo voy a decidir tu destino”. Villalobos es alguien que escribe lo que le gustaría leer, alejado de los panfletos y compromisos políticos. Escribe y lee simplemente porque “aprender a escribir es como aprender a vivir, y aprender a leer es aprender a vivir”.

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Villalobos es un escritor que habla como escribe, desenfadadamente. Sus novelas dejaron de ser mexicanas, se desarraigaron y comenzaron a andar por territorios geográficos extraños porque reivindicar su tierra natal dejó de importarle. La invasión del pueblo del espíritu es su más reciente novela.

Juan Pablo Villalobos llegó a Barcelona en 2003, para estudiar un doctorado en Teoría Literaria y Literatura Comparada, y desde entonces su identidad y su obra no volvieron a ser los mismos. Se transformaron con la ciudad catalana y empezó la mutación. Sus novelas antes mexicanas se desarraigaron y comenzaron a andar por territorios geográficos inidentificables porque reivindicar su tierra natal dejó de importarle. Así que se puso a buscar una nueva voz, una que coincidiera con su lengua contaminada y transformada por las peculiaridades de la sintaxis y las formas gramaticales. “No he asumido la mexicanidad en el lenguaje, pero tampoco he asumido de manera sumisa el español que se habla aquí”, señala. Villalobos es un escritor que habla como escribe, desenfadadamente. Con una voz que reniega de la solemnidad que por años ha sido aprobada por la crítica literaria. Es de los que saben que no se ganan puntos al ser protocolario y que ni el carisma ni la burla restan seriedad a la escritura. De un tiempo para acá, las discusiones sobre el lugar de origen empezaron a estorbarle. “¿Qué gran diferencia hay entre comer butifarra o mole? Por muy distintas que sean nuestras culturas de un lugar y otro, hacemos lo mismo. Comemos, nos reproducimos, vivimos por unos años y morimos. No hay más. La experiencia de la vida es la misma”, agrega. Este periodo suspendido, en el que se estableció el confinamiento por la pandemia, era parte de un año de descanso luego de concluir en mayo de 2019 La invasión del pueblo del espíritu. Ha sido tiempo de notas y vueltas mentales para la próxima historia, mientras ha estado encerrado en casa.

“¿Qué gran diferencia hay entre comer butifarra o mole? Por muy distintas que sean nuestras culturas de un lugar y otro, hacemos lo mismo. Comemos, nos reproducimos, vivimos por unos años y morimos."

La promoción en México de esta novela que edita Anagrama quedó varada por la emergencia sanitaria. En ella nos sitúa en la vida de Gastón, un hombre que huye de su lugar de origen y la tierra a la que llega no tiene mayor ambición que cuidar de su perro y un huerto. Los otros personajes son Max, su mejor amigo y Pol, el hijo de éste, que hace un viaje a la Tundra que llena de paranoia el relato, y sugiere la existencia de vida extraterrestre. “Es una novela narrada contra la nostalgia, está situada en el presente. Está escrita contra la idea de que el pasado fue mejor y contra la idea de que uno tiene que estar siempre especulando sobre el futuro para ser feliz, planeando grandes proyectos”, puntualiza. Villalobos parte de un territorio de la ficción, de la conspiración, de los relatos de vida extraterrestre y de su autobiografía. “Me preocupo por temas como la inmigración, la xenofobia, el racismo y la gentrificación. Este libro es una mezcla de dos mundos, el de ficción paranoica y el de temas sociales”, dice. En esta novela no interesa saber la tierra de origen de los personajes, hay una decisión consciente de no nombrar y no utilizar las palabras con las que estamos familiarizados. “Quise sacar de la novela una discusión respecto de lo que significan las esencias, porque me estorbaba para poder hablar de lo que realmente me interesaba: la amistad, la fraternidad, la soledad”, agrega. Villalobos nos instala en el presente a través del huerto de Gastón, que se le van los días cuidando de su perro Gato y su cosecha. “Los huertos fuera de historias literarias son espacios con exigencias muy concretas de todos los días que requieren del respeto a las rutinas de cuidado. Es como vivir en el presente. Aparte quise hacer una referencia literaria al Cándido, la novela de Voltaire, en la que al final, después de tantas aventuras los personajes se instalan en una especie de huerto y tienen una discusión sobre el sentido de la vida y la conclusión a la que se llega es “ahora hay que cultivar el huerto”, dice.

“Me preocupo por temas como la inmigración, la xenofobia, el racismo y la gentrificación. Este libro es una mezcla de dos mundos, el de ficción paranoica y el de temas sociales.”

En la infancia de Villalobos no hubo un huerto. Su padre era un médico que pasaba todo el día trabajando y su madre un ama de casa que cuidaba de los cinco hijos. Vivían en Lagos de Moreno, una ciudad pequeña en los Altos de Jalisco, en la que la vida era rutinaria. “Iba a una escuela religiosa, en un lugar que es profundamente reaccionario, muy católico, mocho”, comenta. En su casa era convencional la idea de que la educación trajo progreso a México. La generación de su padre y de sus tíos era la primera que había tenido educación universitaria tras la Revolución. Unos fueron ingenieros, otros veterinarios. Su primera novela, Fiesta en la madriguera (Anagrama 2010), se publicó cuando la envío por correo postal a Barcelona, para concursar para el Premio Herralde de Literatura. Y la respuesta fue protocolaria, la misma que había recibido en otras editoriales en donde le decían que habían recibido su manuscrito y no volvía a saber más de los editores. Pero seis meses después, Jorge Herralde, el dueño de Anagrama, habló con él y le dijo que la novela no sería considerada para el premio, pero que la quería publicar. Nunca tuvo relación con el mundo editorial, ni literario, ni artístico. “Tuve acceso una vez que empecé a publicar. En todos lados es lo mismo, pero en México particularmente es claro que hay una élite en términos culturales o literarios que desde hace muchos años está produciendo y participando de la vida cultural y literaria y que son más o menos los mismos”. Sus dos libros posteriores, Si viviéramos en un lugar normal (2012) y Te vendo un perro (2015), siguieron la línea de la mexicanidad. El cambio llegó cuando decidió que no regresaría pronto a México, habría que “volver a ser alguien nuevo o no volver a ser nunca nadie en particular”, como dice su más reciente novela. El conflicto de identidad lo resolvió creando una lengua que pareciera deslocalizada, en la que cupieran lo distintos tipos de español. La solución funcionó y echó a hablar a peruanos, colombianos, italianos, catalanes y mexicanos en No voy a pedirle a nadie que me crea (2016). Con esa nueva voz ganó el Premio Herralde de Novela 2016. Y con esa nueva voz el escritor reta al lenguaje diciéndole “yo voy a decidir tu destino”. Villalobos es alguien que escribe lo que le gustaría leer, alejado de los panfletos y compromisos políticos. Escribe y lee simplemente porque “aprender a escribir es como aprender a vivir, y aprender a leer es aprender a vivir”.

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Villalobos es un escritor que habla como escribe, desenfadadamente. Sus novelas dejaron de ser mexicanas, se desarraigaron y comenzaron a andar por territorios geográficos extraños porque reivindicar su tierra natal dejó de importarle. La invasión del pueblo del espíritu es su más reciente novela.

Juan Pablo Villalobos llegó a Barcelona en 2003, para estudiar un doctorado en Teoría Literaria y Literatura Comparada, y desde entonces su identidad y su obra no volvieron a ser los mismos. Se transformaron con la ciudad catalana y empezó la mutación. Sus novelas antes mexicanas se desarraigaron y comenzaron a andar por territorios geográficos inidentificables porque reivindicar su tierra natal dejó de importarle. Así que se puso a buscar una nueva voz, una que coincidiera con su lengua contaminada y transformada por las peculiaridades de la sintaxis y las formas gramaticales. “No he asumido la mexicanidad en el lenguaje, pero tampoco he asumido de manera sumisa el español que se habla aquí”, señala. Villalobos es un escritor que habla como escribe, desenfadadamente. Con una voz que reniega de la solemnidad que por años ha sido aprobada por la crítica literaria. Es de los que saben que no se ganan puntos al ser protocolario y que ni el carisma ni la burla restan seriedad a la escritura. De un tiempo para acá, las discusiones sobre el lugar de origen empezaron a estorbarle. “¿Qué gran diferencia hay entre comer butifarra o mole? Por muy distintas que sean nuestras culturas de un lugar y otro, hacemos lo mismo. Comemos, nos reproducimos, vivimos por unos años y morimos. No hay más. La experiencia de la vida es la misma”, agrega. Este periodo suspendido, en el que se estableció el confinamiento por la pandemia, era parte de un año de descanso luego de concluir en mayo de 2019 La invasión del pueblo del espíritu. Ha sido tiempo de notas y vueltas mentales para la próxima historia, mientras ha estado encerrado en casa.

“¿Qué gran diferencia hay entre comer butifarra o mole? Por muy distintas que sean nuestras culturas de un lugar y otro, hacemos lo mismo. Comemos, nos reproducimos, vivimos por unos años y morimos."

La promoción en México de esta novela que edita Anagrama quedó varada por la emergencia sanitaria. En ella nos sitúa en la vida de Gastón, un hombre que huye de su lugar de origen y la tierra a la que llega no tiene mayor ambición que cuidar de su perro y un huerto. Los otros personajes son Max, su mejor amigo y Pol, el hijo de éste, que hace un viaje a la Tundra que llena de paranoia el relato, y sugiere la existencia de vida extraterrestre. “Es una novela narrada contra la nostalgia, está situada en el presente. Está escrita contra la idea de que el pasado fue mejor y contra la idea de que uno tiene que estar siempre especulando sobre el futuro para ser feliz, planeando grandes proyectos”, puntualiza. Villalobos parte de un territorio de la ficción, de la conspiración, de los relatos de vida extraterrestre y de su autobiografía. “Me preocupo por temas como la inmigración, la xenofobia, el racismo y la gentrificación. Este libro es una mezcla de dos mundos, el de ficción paranoica y el de temas sociales”, dice. En esta novela no interesa saber la tierra de origen de los personajes, hay una decisión consciente de no nombrar y no utilizar las palabras con las que estamos familiarizados. “Quise sacar de la novela una discusión respecto de lo que significan las esencias, porque me estorbaba para poder hablar de lo que realmente me interesaba: la amistad, la fraternidad, la soledad”, agrega. Villalobos nos instala en el presente a través del huerto de Gastón, que se le van los días cuidando de su perro Gato y su cosecha. “Los huertos fuera de historias literarias son espacios con exigencias muy concretas de todos los días que requieren del respeto a las rutinas de cuidado. Es como vivir en el presente. Aparte quise hacer una referencia literaria al Cándido, la novela de Voltaire, en la que al final, después de tantas aventuras los personajes se instalan en una especie de huerto y tienen una discusión sobre el sentido de la vida y la conclusión a la que se llega es “ahora hay que cultivar el huerto”, dice.

“Me preocupo por temas como la inmigración, la xenofobia, el racismo y la gentrificación. Este libro es una mezcla de dos mundos, el de ficción paranoica y el de temas sociales.”

En la infancia de Villalobos no hubo un huerto. Su padre era un médico que pasaba todo el día trabajando y su madre un ama de casa que cuidaba de los cinco hijos. Vivían en Lagos de Moreno, una ciudad pequeña en los Altos de Jalisco, en la que la vida era rutinaria. “Iba a una escuela religiosa, en un lugar que es profundamente reaccionario, muy católico, mocho”, comenta. En su casa era convencional la idea de que la educación trajo progreso a México. La generación de su padre y de sus tíos era la primera que había tenido educación universitaria tras la Revolución. Unos fueron ingenieros, otros veterinarios. Su primera novela, Fiesta en la madriguera (Anagrama 2010), se publicó cuando la envío por correo postal a Barcelona, para concursar para el Premio Herralde de Literatura. Y la respuesta fue protocolaria, la misma que había recibido en otras editoriales en donde le decían que habían recibido su manuscrito y no volvía a saber más de los editores. Pero seis meses después, Jorge Herralde, el dueño de Anagrama, habló con él y le dijo que la novela no sería considerada para el premio, pero que la quería publicar. Nunca tuvo relación con el mundo editorial, ni literario, ni artístico. “Tuve acceso una vez que empecé a publicar. En todos lados es lo mismo, pero en México particularmente es claro que hay una élite en términos culturales o literarios que desde hace muchos años está produciendo y participando de la vida cultural y literaria y que son más o menos los mismos”. Sus dos libros posteriores, Si viviéramos en un lugar normal (2012) y Te vendo un perro (2015), siguieron la línea de la mexicanidad. El cambio llegó cuando decidió que no regresaría pronto a México, habría que “volver a ser alguien nuevo o no volver a ser nunca nadie en particular”, como dice su más reciente novela. El conflicto de identidad lo resolvió creando una lengua que pareciera deslocalizada, en la que cupieran lo distintos tipos de español. La solución funcionó y echó a hablar a peruanos, colombianos, italianos, catalanes y mexicanos en No voy a pedirle a nadie que me crea (2016). Con esa nueva voz ganó el Premio Herralde de Novela 2016. Y con esa nueva voz el escritor reta al lenguaje diciéndole “yo voy a decidir tu destino”. Villalobos es alguien que escribe lo que le gustaría leer, alejado de los panfletos y compromisos políticos. Escribe y lee simplemente porque “aprender a escribir es como aprender a vivir, y aprender a leer es aprender a vivir”.

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Villalobos es un escritor que habla como escribe, desenfadadamente. Sus novelas dejaron de ser mexicanas, se desarraigaron y comenzaron a andar por territorios geográficos extraños porque reivindicar su tierra natal dejó de importarle. La invasión del pueblo del espíritu es su más reciente novela.

Juan Pablo Villalobos llegó a Barcelona en 2003, para estudiar un doctorado en Teoría Literaria y Literatura Comparada, y desde entonces su identidad y su obra no volvieron a ser los mismos. Se transformaron con la ciudad catalana y empezó la mutación. Sus novelas antes mexicanas se desarraigaron y comenzaron a andar por territorios geográficos inidentificables porque reivindicar su tierra natal dejó de importarle. Así que se puso a buscar una nueva voz, una que coincidiera con su lengua contaminada y transformada por las peculiaridades de la sintaxis y las formas gramaticales. “No he asumido la mexicanidad en el lenguaje, pero tampoco he asumido de manera sumisa el español que se habla aquí”, señala. Villalobos es un escritor que habla como escribe, desenfadadamente. Con una voz que reniega de la solemnidad que por años ha sido aprobada por la crítica literaria. Es de los que saben que no se ganan puntos al ser protocolario y que ni el carisma ni la burla restan seriedad a la escritura. De un tiempo para acá, las discusiones sobre el lugar de origen empezaron a estorbarle. “¿Qué gran diferencia hay entre comer butifarra o mole? Por muy distintas que sean nuestras culturas de un lugar y otro, hacemos lo mismo. Comemos, nos reproducimos, vivimos por unos años y morimos. No hay más. La experiencia de la vida es la misma”, agrega. Este periodo suspendido, en el que se estableció el confinamiento por la pandemia, era parte de un año de descanso luego de concluir en mayo de 2019 La invasión del pueblo del espíritu. Ha sido tiempo de notas y vueltas mentales para la próxima historia, mientras ha estado encerrado en casa.

“¿Qué gran diferencia hay entre comer butifarra o mole? Por muy distintas que sean nuestras culturas de un lugar y otro, hacemos lo mismo. Comemos, nos reproducimos, vivimos por unos años y morimos."

La promoción en México de esta novela que edita Anagrama quedó varada por la emergencia sanitaria. En ella nos sitúa en la vida de Gastón, un hombre que huye de su lugar de origen y la tierra a la que llega no tiene mayor ambición que cuidar de su perro y un huerto. Los otros personajes son Max, su mejor amigo y Pol, el hijo de éste, que hace un viaje a la Tundra que llena de paranoia el relato, y sugiere la existencia de vida extraterrestre. “Es una novela narrada contra la nostalgia, está situada en el presente. Está escrita contra la idea de que el pasado fue mejor y contra la idea de que uno tiene que estar siempre especulando sobre el futuro para ser feliz, planeando grandes proyectos”, puntualiza. Villalobos parte de un territorio de la ficción, de la conspiración, de los relatos de vida extraterrestre y de su autobiografía. “Me preocupo por temas como la inmigración, la xenofobia, el racismo y la gentrificación. Este libro es una mezcla de dos mundos, el de ficción paranoica y el de temas sociales”, dice. En esta novela no interesa saber la tierra de origen de los personajes, hay una decisión consciente de no nombrar y no utilizar las palabras con las que estamos familiarizados. “Quise sacar de la novela una discusión respecto de lo que significan las esencias, porque me estorbaba para poder hablar de lo que realmente me interesaba: la amistad, la fraternidad, la soledad”, agrega. Villalobos nos instala en el presente a través del huerto de Gastón, que se le van los días cuidando de su perro Gato y su cosecha. “Los huertos fuera de historias literarias son espacios con exigencias muy concretas de todos los días que requieren del respeto a las rutinas de cuidado. Es como vivir en el presente. Aparte quise hacer una referencia literaria al Cándido, la novela de Voltaire, en la que al final, después de tantas aventuras los personajes se instalan en una especie de huerto y tienen una discusión sobre el sentido de la vida y la conclusión a la que se llega es “ahora hay que cultivar el huerto”, dice.

“Me preocupo por temas como la inmigración, la xenofobia, el racismo y la gentrificación. Este libro es una mezcla de dos mundos, el de ficción paranoica y el de temas sociales.”

En la infancia de Villalobos no hubo un huerto. Su padre era un médico que pasaba todo el día trabajando y su madre un ama de casa que cuidaba de los cinco hijos. Vivían en Lagos de Moreno, una ciudad pequeña en los Altos de Jalisco, en la que la vida era rutinaria. “Iba a una escuela religiosa, en un lugar que es profundamente reaccionario, muy católico, mocho”, comenta. En su casa era convencional la idea de que la educación trajo progreso a México. La generación de su padre y de sus tíos era la primera que había tenido educación universitaria tras la Revolución. Unos fueron ingenieros, otros veterinarios. Su primera novela, Fiesta en la madriguera (Anagrama 2010), se publicó cuando la envío por correo postal a Barcelona, para concursar para el Premio Herralde de Literatura. Y la respuesta fue protocolaria, la misma que había recibido en otras editoriales en donde le decían que habían recibido su manuscrito y no volvía a saber más de los editores. Pero seis meses después, Jorge Herralde, el dueño de Anagrama, habló con él y le dijo que la novela no sería considerada para el premio, pero que la quería publicar. Nunca tuvo relación con el mundo editorial, ni literario, ni artístico. “Tuve acceso una vez que empecé a publicar. En todos lados es lo mismo, pero en México particularmente es claro que hay una élite en términos culturales o literarios que desde hace muchos años está produciendo y participando de la vida cultural y literaria y que son más o menos los mismos”. Sus dos libros posteriores, Si viviéramos en un lugar normal (2012) y Te vendo un perro (2015), siguieron la línea de la mexicanidad. El cambio llegó cuando decidió que no regresaría pronto a México, habría que “volver a ser alguien nuevo o no volver a ser nunca nadie en particular”, como dice su más reciente novela. El conflicto de identidad lo resolvió creando una lengua que pareciera deslocalizada, en la que cupieran lo distintos tipos de español. La solución funcionó y echó a hablar a peruanos, colombianos, italianos, catalanes y mexicanos en No voy a pedirle a nadie que me crea (2016). Con esa nueva voz ganó el Premio Herralde de Novela 2016. Y con esa nueva voz el escritor reta al lenguaje diciéndole “yo voy a decidir tu destino”. Villalobos es alguien que escribe lo que le gustaría leer, alejado de los panfletos y compromisos políticos. Escribe y lee simplemente porque “aprender a escribir es como aprender a vivir, y aprender a leer es aprender a vivir”.

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Villalobos es un escritor que habla como escribe, desenfadadamente. Sus novelas dejaron de ser mexicanas, se desarraigaron y comenzaron a andar por territorios geográficos extraños porque reivindicar su tierra natal dejó de importarle. La invasión del pueblo del espíritu es su más reciente novela.

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Juan Pablo Villalobos llegó a Barcelona en 2003, para estudiar un doctorado en Teoría Literaria y Literatura Comparada, y desde entonces su identidad y su obra no volvieron a ser los mismos. Se transformaron con la ciudad catalana y empezó la mutación. Sus novelas antes mexicanas se desarraigaron y comenzaron a andar por territorios geográficos inidentificables porque reivindicar su tierra natal dejó de importarle. Así que se puso a buscar una nueva voz, una que coincidiera con su lengua contaminada y transformada por las peculiaridades de la sintaxis y las formas gramaticales. “No he asumido la mexicanidad en el lenguaje, pero tampoco he asumido de manera sumisa el español que se habla aquí”, señala. Villalobos es un escritor que habla como escribe, desenfadadamente. Con una voz que reniega de la solemnidad que por años ha sido aprobada por la crítica literaria. Es de los que saben que no se ganan puntos al ser protocolario y que ni el carisma ni la burla restan seriedad a la escritura. De un tiempo para acá, las discusiones sobre el lugar de origen empezaron a estorbarle. “¿Qué gran diferencia hay entre comer butifarra o mole? Por muy distintas que sean nuestras culturas de un lugar y otro, hacemos lo mismo. Comemos, nos reproducimos, vivimos por unos años y morimos. No hay más. La experiencia de la vida es la misma”, agrega. Este periodo suspendido, en el que se estableció el confinamiento por la pandemia, era parte de un año de descanso luego de concluir en mayo de 2019 La invasión del pueblo del espíritu. Ha sido tiempo de notas y vueltas mentales para la próxima historia, mientras ha estado encerrado en casa.

“¿Qué gran diferencia hay entre comer butifarra o mole? Por muy distintas que sean nuestras culturas de un lugar y otro, hacemos lo mismo. Comemos, nos reproducimos, vivimos por unos años y morimos."

La promoción en México de esta novela que edita Anagrama quedó varada por la emergencia sanitaria. En ella nos sitúa en la vida de Gastón, un hombre que huye de su lugar de origen y la tierra a la que llega no tiene mayor ambición que cuidar de su perro y un huerto. Los otros personajes son Max, su mejor amigo y Pol, el hijo de éste, que hace un viaje a la Tundra que llena de paranoia el relato, y sugiere la existencia de vida extraterrestre. “Es una novela narrada contra la nostalgia, está situada en el presente. Está escrita contra la idea de que el pasado fue mejor y contra la idea de que uno tiene que estar siempre especulando sobre el futuro para ser feliz, planeando grandes proyectos”, puntualiza. Villalobos parte de un territorio de la ficción, de la conspiración, de los relatos de vida extraterrestre y de su autobiografía. “Me preocupo por temas como la inmigración, la xenofobia, el racismo y la gentrificación. Este libro es una mezcla de dos mundos, el de ficción paranoica y el de temas sociales”, dice. En esta novela no interesa saber la tierra de origen de los personajes, hay una decisión consciente de no nombrar y no utilizar las palabras con las que estamos familiarizados. “Quise sacar de la novela una discusión respecto de lo que significan las esencias, porque me estorbaba para poder hablar de lo que realmente me interesaba: la amistad, la fraternidad, la soledad”, agrega. Villalobos nos instala en el presente a través del huerto de Gastón, que se le van los días cuidando de su perro Gato y su cosecha. “Los huertos fuera de historias literarias son espacios con exigencias muy concretas de todos los días que requieren del respeto a las rutinas de cuidado. Es como vivir en el presente. Aparte quise hacer una referencia literaria al Cándido, la novela de Voltaire, en la que al final, después de tantas aventuras los personajes se instalan en una especie de huerto y tienen una discusión sobre el sentido de la vida y la conclusión a la que se llega es “ahora hay que cultivar el huerto”, dice.

“Me preocupo por temas como la inmigración, la xenofobia, el racismo y la gentrificación. Este libro es una mezcla de dos mundos, el de ficción paranoica y el de temas sociales.”

En la infancia de Villalobos no hubo un huerto. Su padre era un médico que pasaba todo el día trabajando y su madre un ama de casa que cuidaba de los cinco hijos. Vivían en Lagos de Moreno, una ciudad pequeña en los Altos de Jalisco, en la que la vida era rutinaria. “Iba a una escuela religiosa, en un lugar que es profundamente reaccionario, muy católico, mocho”, comenta. En su casa era convencional la idea de que la educación trajo progreso a México. La generación de su padre y de sus tíos era la primera que había tenido educación universitaria tras la Revolución. Unos fueron ingenieros, otros veterinarios. Su primera novela, Fiesta en la madriguera (Anagrama 2010), se publicó cuando la envío por correo postal a Barcelona, para concursar para el Premio Herralde de Literatura. Y la respuesta fue protocolaria, la misma que había recibido en otras editoriales en donde le decían que habían recibido su manuscrito y no volvía a saber más de los editores. Pero seis meses después, Jorge Herralde, el dueño de Anagrama, habló con él y le dijo que la novela no sería considerada para el premio, pero que la quería publicar. Nunca tuvo relación con el mundo editorial, ni literario, ni artístico. “Tuve acceso una vez que empecé a publicar. En todos lados es lo mismo, pero en México particularmente es claro que hay una élite en términos culturales o literarios que desde hace muchos años está produciendo y participando de la vida cultural y literaria y que son más o menos los mismos”. Sus dos libros posteriores, Si viviéramos en un lugar normal (2012) y Te vendo un perro (2015), siguieron la línea de la mexicanidad. El cambio llegó cuando decidió que no regresaría pronto a México, habría que “volver a ser alguien nuevo o no volver a ser nunca nadie en particular”, como dice su más reciente novela. El conflicto de identidad lo resolvió creando una lengua que pareciera deslocalizada, en la que cupieran lo distintos tipos de español. La solución funcionó y echó a hablar a peruanos, colombianos, italianos, catalanes y mexicanos en No voy a pedirle a nadie que me crea (2016). Con esa nueva voz ganó el Premio Herralde de Novela 2016. Y con esa nueva voz el escritor reta al lenguaje diciéndole “yo voy a decidir tu destino”. Villalobos es alguien que escribe lo que le gustaría leer, alejado de los panfletos y compromisos políticos. Escribe y lee simplemente porque “aprender a escribir es como aprender a vivir, y aprender a leer es aprender a vivir”.

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