Sus personajes han sido creados para narrar una historia que no responde a raíces sino a las identidades que compartimos. El sentido comunitario hace de la obras de Martín Ferreyra (Córdoba, 1984) un vínculo con las personas de los lugares que visita. Este artista argentino reside en la Ciudad de México desde hace seis años y su presencia está en nuestras calles, como Álvaro Obregón –la cual durante mucho tiempo alojó uno de sus murales–, o en nuestras mañanas, a través de tazas de su producción cerámica en las que nos podemos tomar un café en Casa Negra, en la calle Orizaba. Martín está alrededor de nosotros como lo están sus historias. Ahora solo tenemos que pararnos y disfrutarlas.
Martín hace murales, pinturas, ilustraciones, instalaciones, cerámica... todo unido por su universo paralelo donde personajes que se repiten y se renuevan recuperan aquellas historias del mundo “preglobalizado” que se han perdido con el tiempo. En sus trabajos, retoma figuras como el Chac Mool –comparándolo con el Prometeo griego en un mural en Zaragoza (España)– o el Alux, el duende maya que representa a la naturaleza en la tierra. Este último personaje es precisamente el protagonista de una instalación vigente en forma de altar en la galería Vértigo, a quien Martín ha personificado con tierra, lodo y cerámica sin cocer. De sus brazos terrosos surge su propio ecosistema: hay plantas que florecen, bichos que transitan, telarañas... un digno representante de la vida natural.[caption id="attachment_35689" align="aligncenter" width="715"]
Instalación en Galería Vértigo.[/caption]Pero los personajes son sólo una excusa para que Martín Ferreyra recupere historias locales que, aún con el avance de la globalización, son un espacio de resistencia donde el ser humano encuentra esperanza y consuelo. Por eso, para Ferreyra es importante plasmar en cada residencia artística las creencias del lugar, no sólo para conservarlas históricamente, sino para recontextualizarlas con sus personajes contemporáneos y para dejar a la gente algo que reconozcan como propio, que los identifique. Otra cosa que está de capa caída: la globalización no atiende a costumbres.Este fue el caso de la Residencia Vatelon, durante la que Martín recogió barro de la costa a orillas de Villa Soriano en Uruguay para crear seis sahumadores recuperando técnicas indígenas. Los sahumadores servían en rituales de purificación y consagración de deidades y ahora, juntan a personajes ancestrales con los personajes de Martín. Un sincretismo que permite dar a conocer estos objetos e incluso poseer uno.
Esa es precisamente una de las características que tiene la cerámica para Martín Ferreyra: le acerca a la gente a través de los talleres que imparte en su estudio (el Estudio Dinamo dentro del Huerto Roma Verde) y además le permite dar una salida utilitaria a su arte. Tal es el caso de los Totem Bowls: que la gente coma, desayune o tome café en uno de sus personajes místicos es una satisfacción para él a la vez que un regalo para nosotros en forma de compañero de rituales cotidianos. O que los vistamos como una suerte de amuletos, como unos pañuelos que ilustró con motivos otomíes. O, por último, que nos iluminemos con ellos en el sentido más literal con las próximas lámparas que está por diseñar.
Martín Ferreyra impregna así todo lo que hace con sus historias mágicas, sus sincretismos y sus personajes con un estilo naive propio de la ilustración que si él mismo tuviera que definir diría que “es más como un surrealismo mágico”. Un surrealismo que experimentamos constantemente en la mezcla de los rituales del ayer y los de hoy y que Martín une a través de la integración con su entorno, de dar y recibir historias en forma de arte y de recontextualizar costumbres con una estética cautivadora para que, aunque nos entre por los ojos, nos deje un relato dentro del corazón.
* * *
También te recomendamos:La pequeña e inocente Lulú.Arte pop del siglo XXI.
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Los místicos personajes creados en cerámica por Martín Ferreyra acercan al público a las identidades compartidas.
Sus personajes han sido creados para narrar una historia que no responde a raíces sino a las identidades que compartimos. El sentido comunitario hace de la obras de Martín Ferreyra (Córdoba, 1984) un vínculo con las personas de los lugares que visita. Este artista argentino reside en la Ciudad de México desde hace seis años y su presencia está en nuestras calles, como Álvaro Obregón –la cual durante mucho tiempo alojó uno de sus murales–, o en nuestras mañanas, a través de tazas de su producción cerámica en las que nos podemos tomar un café en Casa Negra, en la calle Orizaba. Martín está alrededor de nosotros como lo están sus historias. Ahora solo tenemos que pararnos y disfrutarlas.
Martín hace murales, pinturas, ilustraciones, instalaciones, cerámica... todo unido por su universo paralelo donde personajes que se repiten y se renuevan recuperan aquellas historias del mundo “preglobalizado” que se han perdido con el tiempo. En sus trabajos, retoma figuras como el Chac Mool –comparándolo con el Prometeo griego en un mural en Zaragoza (España)– o el Alux, el duende maya que representa a la naturaleza en la tierra. Este último personaje es precisamente el protagonista de una instalación vigente en forma de altar en la galería Vértigo, a quien Martín ha personificado con tierra, lodo y cerámica sin cocer. De sus brazos terrosos surge su propio ecosistema: hay plantas que florecen, bichos que transitan, telarañas... un digno representante de la vida natural.[caption id="attachment_35689" align="aligncenter" width="715"]
Instalación en Galería Vértigo.[/caption]Pero los personajes son sólo una excusa para que Martín Ferreyra recupere historias locales que, aún con el avance de la globalización, son un espacio de resistencia donde el ser humano encuentra esperanza y consuelo. Por eso, para Ferreyra es importante plasmar en cada residencia artística las creencias del lugar, no sólo para conservarlas históricamente, sino para recontextualizarlas con sus personajes contemporáneos y para dejar a la gente algo que reconozcan como propio, que los identifique. Otra cosa que está de capa caída: la globalización no atiende a costumbres.Este fue el caso de la Residencia Vatelon, durante la que Martín recogió barro de la costa a orillas de Villa Soriano en Uruguay para crear seis sahumadores recuperando técnicas indígenas. Los sahumadores servían en rituales de purificación y consagración de deidades y ahora, juntan a personajes ancestrales con los personajes de Martín. Un sincretismo que permite dar a conocer estos objetos e incluso poseer uno.
Esa es precisamente una de las características que tiene la cerámica para Martín Ferreyra: le acerca a la gente a través de los talleres que imparte en su estudio (el Estudio Dinamo dentro del Huerto Roma Verde) y además le permite dar una salida utilitaria a su arte. Tal es el caso de los Totem Bowls: que la gente coma, desayune o tome café en uno de sus personajes místicos es una satisfacción para él a la vez que un regalo para nosotros en forma de compañero de rituales cotidianos. O que los vistamos como una suerte de amuletos, como unos pañuelos que ilustró con motivos otomíes. O, por último, que nos iluminemos con ellos en el sentido más literal con las próximas lámparas que está por diseñar.
Martín Ferreyra impregna así todo lo que hace con sus historias mágicas, sus sincretismos y sus personajes con un estilo naive propio de la ilustración que si él mismo tuviera que definir diría que “es más como un surrealismo mágico”. Un surrealismo que experimentamos constantemente en la mezcla de los rituales del ayer y los de hoy y que Martín une a través de la integración con su entorno, de dar y recibir historias en forma de arte y de recontextualizar costumbres con una estética cautivadora para que, aunque nos entre por los ojos, nos deje un relato dentro del corazón.
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Los místicos personajes creados en cerámica por Martín Ferreyra acercan al público a las identidades compartidas.
Sus personajes han sido creados para narrar una historia que no responde a raíces sino a las identidades que compartimos. El sentido comunitario hace de la obras de Martín Ferreyra (Córdoba, 1984) un vínculo con las personas de los lugares que visita. Este artista argentino reside en la Ciudad de México desde hace seis años y su presencia está en nuestras calles, como Álvaro Obregón –la cual durante mucho tiempo alojó uno de sus murales–, o en nuestras mañanas, a través de tazas de su producción cerámica en las que nos podemos tomar un café en Casa Negra, en la calle Orizaba. Martín está alrededor de nosotros como lo están sus historias. Ahora solo tenemos que pararnos y disfrutarlas.
Martín hace murales, pinturas, ilustraciones, instalaciones, cerámica... todo unido por su universo paralelo donde personajes que se repiten y se renuevan recuperan aquellas historias del mundo “preglobalizado” que se han perdido con el tiempo. En sus trabajos, retoma figuras como el Chac Mool –comparándolo con el Prometeo griego en un mural en Zaragoza (España)– o el Alux, el duende maya que representa a la naturaleza en la tierra. Este último personaje es precisamente el protagonista de una instalación vigente en forma de altar en la galería Vértigo, a quien Martín ha personificado con tierra, lodo y cerámica sin cocer. De sus brazos terrosos surge su propio ecosistema: hay plantas que florecen, bichos que transitan, telarañas... un digno representante de la vida natural.[caption id="attachment_35689" align="aligncenter" width="715"]
Instalación en Galería Vértigo.[/caption]Pero los personajes son sólo una excusa para que Martín Ferreyra recupere historias locales que, aún con el avance de la globalización, son un espacio de resistencia donde el ser humano encuentra esperanza y consuelo. Por eso, para Ferreyra es importante plasmar en cada residencia artística las creencias del lugar, no sólo para conservarlas históricamente, sino para recontextualizarlas con sus personajes contemporáneos y para dejar a la gente algo que reconozcan como propio, que los identifique. Otra cosa que está de capa caída: la globalización no atiende a costumbres.Este fue el caso de la Residencia Vatelon, durante la que Martín recogió barro de la costa a orillas de Villa Soriano en Uruguay para crear seis sahumadores recuperando técnicas indígenas. Los sahumadores servían en rituales de purificación y consagración de deidades y ahora, juntan a personajes ancestrales con los personajes de Martín. Un sincretismo que permite dar a conocer estos objetos e incluso poseer uno.
Esa es precisamente una de las características que tiene la cerámica para Martín Ferreyra: le acerca a la gente a través de los talleres que imparte en su estudio (el Estudio Dinamo dentro del Huerto Roma Verde) y además le permite dar una salida utilitaria a su arte. Tal es el caso de los Totem Bowls: que la gente coma, desayune o tome café en uno de sus personajes místicos es una satisfacción para él a la vez que un regalo para nosotros en forma de compañero de rituales cotidianos. O que los vistamos como una suerte de amuletos, como unos pañuelos que ilustró con motivos otomíes. O, por último, que nos iluminemos con ellos en el sentido más literal con las próximas lámparas que está por diseñar.
Martín Ferreyra impregna así todo lo que hace con sus historias mágicas, sus sincretismos y sus personajes con un estilo naive propio de la ilustración que si él mismo tuviera que definir diría que “es más como un surrealismo mágico”. Un surrealismo que experimentamos constantemente en la mezcla de los rituales del ayer y los de hoy y que Martín une a través de la integración con su entorno, de dar y recibir historias en forma de arte y de recontextualizar costumbres con una estética cautivadora para que, aunque nos entre por los ojos, nos deje un relato dentro del corazón.
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Sus personajes han sido creados para narrar una historia que no responde a raíces sino a las identidades que compartimos. El sentido comunitario hace de la obras de Martín Ferreyra (Córdoba, 1984) un vínculo con las personas de los lugares que visita. Este artista argentino reside en la Ciudad de México desde hace seis años y su presencia está en nuestras calles, como Álvaro Obregón –la cual durante mucho tiempo alojó uno de sus murales–, o en nuestras mañanas, a través de tazas de su producción cerámica en las que nos podemos tomar un café en Casa Negra, en la calle Orizaba. Martín está alrededor de nosotros como lo están sus historias. Ahora solo tenemos que pararnos y disfrutarlas.
Martín hace murales, pinturas, ilustraciones, instalaciones, cerámica... todo unido por su universo paralelo donde personajes que se repiten y se renuevan recuperan aquellas historias del mundo “preglobalizado” que se han perdido con el tiempo. En sus trabajos, retoma figuras como el Chac Mool –comparándolo con el Prometeo griego en un mural en Zaragoza (España)– o el Alux, el duende maya que representa a la naturaleza en la tierra. Este último personaje es precisamente el protagonista de una instalación vigente en forma de altar en la galería Vértigo, a quien Martín ha personificado con tierra, lodo y cerámica sin cocer. De sus brazos terrosos surge su propio ecosistema: hay plantas que florecen, bichos que transitan, telarañas... un digno representante de la vida natural.[caption id="attachment_35689" align="aligncenter" width="715"]
Instalación en Galería Vértigo.[/caption]Pero los personajes son sólo una excusa para que Martín Ferreyra recupere historias locales que, aún con el avance de la globalización, son un espacio de resistencia donde el ser humano encuentra esperanza y consuelo. Por eso, para Ferreyra es importante plasmar en cada residencia artística las creencias del lugar, no sólo para conservarlas históricamente, sino para recontextualizarlas con sus personajes contemporáneos y para dejar a la gente algo que reconozcan como propio, que los identifique. Otra cosa que está de capa caída: la globalización no atiende a costumbres.Este fue el caso de la Residencia Vatelon, durante la que Martín recogió barro de la costa a orillas de Villa Soriano en Uruguay para crear seis sahumadores recuperando técnicas indígenas. Los sahumadores servían en rituales de purificación y consagración de deidades y ahora, juntan a personajes ancestrales con los personajes de Martín. Un sincretismo que permite dar a conocer estos objetos e incluso poseer uno.
Esa es precisamente una de las características que tiene la cerámica para Martín Ferreyra: le acerca a la gente a través de los talleres que imparte en su estudio (el Estudio Dinamo dentro del Huerto Roma Verde) y además le permite dar una salida utilitaria a su arte. Tal es el caso de los Totem Bowls: que la gente coma, desayune o tome café en uno de sus personajes místicos es una satisfacción para él a la vez que un regalo para nosotros en forma de compañero de rituales cotidianos. O que los vistamos como una suerte de amuletos, como unos pañuelos que ilustró con motivos otomíes. O, por último, que nos iluminemos con ellos en el sentido más literal con las próximas lámparas que está por diseñar.
Martín Ferreyra impregna así todo lo que hace con sus historias mágicas, sus sincretismos y sus personajes con un estilo naive propio de la ilustración que si él mismo tuviera que definir diría que “es más como un surrealismo mágico”. Un surrealismo que experimentamos constantemente en la mezcla de los rituales del ayer y los de hoy y que Martín une a través de la integración con su entorno, de dar y recibir historias en forma de arte y de recontextualizar costumbres con una estética cautivadora para que, aunque nos entre por los ojos, nos deje un relato dentro del corazón.
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Los místicos personajes creados en cerámica por Martín Ferreyra acercan al público a las identidades compartidas.
Sus personajes han sido creados para narrar una historia que no responde a raíces sino a las identidades que compartimos. El sentido comunitario hace de la obras de Martín Ferreyra (Córdoba, 1984) un vínculo con las personas de los lugares que visita. Este artista argentino reside en la Ciudad de México desde hace seis años y su presencia está en nuestras calles, como Álvaro Obregón –la cual durante mucho tiempo alojó uno de sus murales–, o en nuestras mañanas, a través de tazas de su producción cerámica en las que nos podemos tomar un café en Casa Negra, en la calle Orizaba. Martín está alrededor de nosotros como lo están sus historias. Ahora solo tenemos que pararnos y disfrutarlas.
Martín hace murales, pinturas, ilustraciones, instalaciones, cerámica... todo unido por su universo paralelo donde personajes que se repiten y se renuevan recuperan aquellas historias del mundo “preglobalizado” que se han perdido con el tiempo. En sus trabajos, retoma figuras como el Chac Mool –comparándolo con el Prometeo griego en un mural en Zaragoza (España)– o el Alux, el duende maya que representa a la naturaleza en la tierra. Este último personaje es precisamente el protagonista de una instalación vigente en forma de altar en la galería Vértigo, a quien Martín ha personificado con tierra, lodo y cerámica sin cocer. De sus brazos terrosos surge su propio ecosistema: hay plantas que florecen, bichos que transitan, telarañas... un digno representante de la vida natural.[caption id="attachment_35689" align="aligncenter" width="715"]
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Esa es precisamente una de las características que tiene la cerámica para Martín Ferreyra: le acerca a la gente a través de los talleres que imparte en su estudio (el Estudio Dinamo dentro del Huerto Roma Verde) y además le permite dar una salida utilitaria a su arte. Tal es el caso de los Totem Bowls: que la gente coma, desayune o tome café en uno de sus personajes místicos es una satisfacción para él a la vez que un regalo para nosotros en forma de compañero de rituales cotidianos. O que los vistamos como una suerte de amuletos, como unos pañuelos que ilustró con motivos otomíes. O, por último, que nos iluminemos con ellos en el sentido más literal con las próximas lámparas que está por diseñar.
Martín Ferreyra impregna así todo lo que hace con sus historias mágicas, sus sincretismos y sus personajes con un estilo naive propio de la ilustración que si él mismo tuviera que definir diría que “es más como un surrealismo mágico”. Un surrealismo que experimentamos constantemente en la mezcla de los rituales del ayer y los de hoy y que Martín une a través de la integración con su entorno, de dar y recibir historias en forma de arte y de recontextualizar costumbres con una estética cautivadora para que, aunque nos entre por los ojos, nos deje un relato dentro del corazón.
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Instalación en Galería Vértigo.[/caption]Pero los personajes son sólo una excusa para que Martín Ferreyra recupere historias locales que, aún con el avance de la globalización, son un espacio de resistencia donde el ser humano encuentra esperanza y consuelo. Por eso, para Ferreyra es importante plasmar en cada residencia artística las creencias del lugar, no sólo para conservarlas históricamente, sino para recontextualizarlas con sus personajes contemporáneos y para dejar a la gente algo que reconozcan como propio, que los identifique. Otra cosa que está de capa caída: la globalización no atiende a costumbres.Este fue el caso de la Residencia Vatelon, durante la que Martín recogió barro de la costa a orillas de Villa Soriano en Uruguay para crear seis sahumadores recuperando técnicas indígenas. Los sahumadores servían en rituales de purificación y consagración de deidades y ahora, juntan a personajes ancestrales con los personajes de Martín. Un sincretismo que permite dar a conocer estos objetos e incluso poseer uno.
Esa es precisamente una de las características que tiene la cerámica para Martín Ferreyra: le acerca a la gente a través de los talleres que imparte en su estudio (el Estudio Dinamo dentro del Huerto Roma Verde) y además le permite dar una salida utilitaria a su arte. Tal es el caso de los Totem Bowls: que la gente coma, desayune o tome café en uno de sus personajes místicos es una satisfacción para él a la vez que un regalo para nosotros en forma de compañero de rituales cotidianos. O que los vistamos como una suerte de amuletos, como unos pañuelos que ilustró con motivos otomíes. O, por último, que nos iluminemos con ellos en el sentido más literal con las próximas lámparas que está por diseñar.
Martín Ferreyra impregna así todo lo que hace con sus historias mágicas, sus sincretismos y sus personajes con un estilo naive propio de la ilustración que si él mismo tuviera que definir diría que “es más como un surrealismo mágico”. Un surrealismo que experimentamos constantemente en la mezcla de los rituales del ayer y los de hoy y que Martín une a través de la integración con su entorno, de dar y recibir historias en forma de arte y de recontextualizar costumbres con una estética cautivadora para que, aunque nos entre por los ojos, nos deje un relato dentro del corazón.
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