Tiempo de lectura: 4 minutosKelly Reichardt emana facultades ausentes en la mayoría de los cineastas: es brillante y humilde. En una entrevista que le hago por Zoom, me explica su método con sencillez: “sólo juegas con el tiempo, eso es todo lo que haces: jugar con él, de un modo u otro”. Muchos autores habrían racionalizado su proceso en frases grandilocuentes —se me ocurre Tarkovski, que no jugaba con el tiempo: “esculpía” con él— pero Reichardt describe su método a partir del pragmatismo: “Trato de mantenerme en el momento en el que se encuentra el personaje. No trato de ver las cosas pensando que esto es un momento poético”. Si las escenas tienen que narrar, narran; si el espacio es más interesante, se detienen a mirarlo con el asombro de quien apenas descubrió el espectáculo del follaje.
Reichardt captura las cosas desde la impresión sensorial pero no busca un minimalismo que desconcierte al público o que complazca criterios radicales. Su generoso equilibrio la ha hecho una de las mayores cineastas estadounidenses en la actualidad. Desafortunadamente habría que señalarles esto a las premiaciones de Hollywood, que ignoraron su más reciente película, First Cow (2019), a pesar de que estuvo presente en más de cien listas de lo mejor de 2020, y eso nada más entre la crítica estadounidense. Pero qué importa un Oscar cuando la distancia de los modelos industriales le ha permitido a Reichardt hacer el cine que quiere.
En películas como Wendy & Lucy (2008), Meek’s Cutoff (2010) y Night Moves (2013) aparecen los viajes de las road movies, el desierto decimonónico del western, el complot del cine de suspenso; sin embargo, ninguna obedece por completo a los patrones convencionales del género. Reichardt conduce a celebridades como Kristen Stewart, Jesse Eisenberg, Laura Dern, Dakota Fanning y su colaboradora de confianza, Michelle Williams, a lo largo de espacios solitarios donde el contacto humano es expresado como una rareza transformadora.
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“Supongo que Wendy & Lucy es una road movie aunque el coche no funciona; sin embargo la mentalidad [de la protagonista] es la de alguien en una película de ese tipo. Supongo que hay mucho juego con eso. Es un camino resbaloso porque las trampas del género están muy cerca de lo que estás evitando hacer. Ese no fue realmente el caso con esta película. No sentí que estuviera midiendo eso todo el tiempo”.
Reichardt se refiere a First Cow, que se estrena el 4 de junio en salas de la Ciudad de México, Guadalajara y Monterrey, y luego el 9 de julio en la plataforma de streaming MUBI. Uno podría pensar que la película desarma el western convencional a partir de la historia de dos hombres en Oregon en 1820, que se topan con lo que Reichardt describe como la “fiebre de las pieles de castor”. Antes de que el oro conquistara el imaginario estadounidense, empresas como la Hudson Bay Company hicieron una fortuna exportando las pieles a Europa. En First Cow no hay rastro alguno de los desiertos o las balaceras en el cine de John Ford y William Wyler sino una sensible historia de amistad donde, en las palabras modestas de la directora, “la gente se lleva muy bien en espacios duros y se encuentra y trabaja junta y se hacen amigos”. La ternura entre los protagonistas, un cocinero blanco y un fugitivo chino que buscan hacer dinero juntos, se extiende por toda la película, ya sea en la imagen de un amenazante fortachón que cuida a su bebé o de unos panecitos que evocan hogares e infancias. También se oye en la banda sonora de William Tyler, cuyas cuerdas agudas insinúan una caja de música. Sin embargo Reichardt niega una reinvención genérica y atribuye estos elementos —incluyendo la diversidad étnica, que podría considerarse subversiva ante los elencos generalmente blancos— a la novela The Half Life, de su coguionista Jon Raymond, de donde proviene la trama. “La historia”, dice Reichardt, “es la que manda”.
El título de First Cow alude a la primera vaca en llegar a la orilla del río Umpqua. Cookie, el cocinero (interpretado por John Magaro), ve en ella una oportunidad de obtener leche para hacer panecitos, pero King-Lu (Orion Lee), el fugitivo, y probablemente el primer emprendedor en Oregon, encuentra en esa idea un negocio. No es la primera vez que un animal se ubica al centro de una película de Reichardt, pero ¿puede considerársele un personaje como a los humanos?
“Es fácil proyectarse en los animales. Si alguien es malo con un animal, es horrible, es la peor persona”, dice la directora, suspicaz del sentimentalismo. “Debes tener mucho cuidado con eso porque es muy fácil vincular a alguien con un animal, aunque es un poco lo que pasa en la interacción de Cookie con la vaca: él tiene la naturaleza de alguien que hablaría con ella”. En la filmación de Old Joy (2006), donde apareció su perra Lucy, Reichardt recuerda que “literalmente el día que íbamos a filmar no tenía dónde dejarla y terminó siendo muy importante para la película. Pensé que ella interpretaba un rol significativo porque la relación [entre los protagonistas] no hubiera sido la misma sin ella. Es diferente en cada película pero la ranchera en Certain Women (2016) depende de los caballos: [vive del] acto de preocuparse por alguien o algo […] entonces creo que sí, seguro, pueden interpretar un papel”.
Todo lo anterior bastaría, tal vez, para entender lo original que es First Cow, pero apenas es un vislumbre. Se tendría que ver la opacidad de la noche, donde los árboles se hacen invisibles y solamente los búhos pueden ver a los ladrones de leche; también está el plano donde un carguero se desplaza lentamente en la actualidad, como un témpano que nada quieto y a la vez imparable. En estas imágenes hay una declaración contra la norma narrativa que culminan cuando aparece el nombre de Peter Hutton, marinero y cineasta que en At Sea (2007) encontró un apropiado símil de la existencia: la vida y muerte de un carguero, expresada en planos fijos y mudos.
First Cow está dedicada a Hutton, que murió en 2016, y en ocasiones, como ese plano del barco lento y grandioso, Reichardt sugiere su influencia y se adhiere a su idea de jugar con el tiempo. “De otro modo, ¿cuál es la idea de lo que es el cine? Estaríamos hablando solamente de diálogo, ¿no?”. Reichardt puede no asumirse como poeta cinematográfica, pero para compensar el clasicismo de imágenes donde todo pasa, nos muestra que en la quietud habitan fantasmas: hojas que se mueven solas, danzas que transcurren como los minutos. Es ahí, donde protagoniza el tiempo, que se avivan las imágenes.