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Nunca se siente, señora: algunas décadas de tour con Madonna

Nunca se siente, señora: algunas décadas de tour con Madonna

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
23
.
04
.
24
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

En una época marcada por el acelerado cambio de tendencias y creación artística, muchos piden el retiro de Madonna y se olvidan que ha moldeado el arquetipo de estrella pop, pésele a quien le pese.

La policía de la edad es implacable. Las redes sociales y los medios dedicados a la música o espectáculos hacen referencia continua a la edad o al físico de una artista. Como si no se tratara de una persona, como si al resto de nosotros nos hubiera respetado el tiempo en plan franciscano e incorruptible, como infantes inarrugables de la creación. La policía de la edad, en los últimos tiempos, se ha encargado de promover que Madonna ya no significa gran cosa y que ninguna persona viva recuerda el año de 1985.

Pero tendríamos que recordarlo. Independientemente de qué tan vivas estemos y por más que algunos asuntos escapen a la memoria colectiva, eso que no se encuentra en TikTok junto a videos de gatitos preparando comida japonesa o gente bailando la cumbia norteña de Beyoncé Knowles.

En 1985, por ejemplo, le quedaban pocas horas a la Guerra Fría, aquel enfrentamiento político, económico y propagandístico en el que dos potencias se embarcaron, con el muy señoro propósito de ver quién la tenía más grande. En este modelo histórico en espiral no debería sorprendernos el comeback de la Rusia de un Putín envalentonado que amenaza con repartir bombas como dulces.

Madonna era ya una realidad con dos discos bajo el brazo en 1985, mientras Rusia y Estados Unidos reanudaban las mesas de diálogo sobre las negociaciones del desarme nuclear y su despliegue en el espacio. Nuclear y espacio fueron dos de las palabras favoritas de mis tíos, confiados en que todo se iría a la mierda en aquella década.

Tras un par de años de triunfos, de haber colado en la radio temas como “Borderline”, “Everybody” y “Lucky Star”, en 1985, Madonna estaba lista para salir a esparcir su veneno por todo el orbe con su primera gira. Un año antes se había arrastrado por el escenario de los MTV Video Music Awards, dejando el liguero y el tul del vestido de novia frente a una cámara que no sabía muy bien hacia dónde moverse.

En el verano fluorescente de mediados de los ochenta, Madonna se embarcó en una gira iniciática de hits juveniles por todo su país, acompañada de los Beastie Boys cuando estos eran unas ladillas que solo querían ir de fiesta —lo anterior sucedió diez años antes de que estos hip hoperos blancos se convirtieran en monjes defensores de veteasabertú qué nueva causa—.  La prensa sirvió titulares anticipando la fugacidad de la artista, la puso a competir con otras chicas poderosas como Pat Benatar y Cyndi Lauper, en un intento por invalidar su estela; aquello contrastó con la adoración de un público cada vez más vigoroso que acudió a verla en cada uno de aquellos cuarenta conciertos. Calcaban los outfits de lazos en el cabello, guantes de red negra, medias de colores y ropa interior expuesta sobre el resto de las prendas. El compilado de esta gira inicial, titulado Madonna Live: The Virgin Tour, muestra a la reina pletórica:

“Fui a Nueva York. Tenía un sueño. Quería ser una estrella. Trabajé realmente duro y mis sueños se hicieron realidad”.

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Who's That Girl World Tour (1987) fue la primera gira mundial de Madonna, donde estableció el tono que habrían de seguir sus futuros espectáculos: vestuario ligerito y sudoroso, mensajes de liberación sexual. “Papa Don't Preach”, con dedicatoria al Papa Juan Pablo II, provocó su primer conflicto con el Vaticano, institución que invitó a los admiradores italianos a boicotear los conciertos de la Reina del Pop en tierras pizzo-pasteras.

La apoteosis vino en 1990 con Blond Ambition World Tour. Ante las giras de grandes estadios y los espectáculos pirotécnicos, alguien debía plantearles un quiebre, reiniciarlo todo. Su grupo de bailarines cobró mayor presencia y la cantante hizo sentir su ley a punta de caderazos, escarceos sensuales de terciopelo y un discurso de libertad sexual y de expresión. Los músicos, antes protagonistas, ocuparon un espacio modesto casi imperceptible en el escenario. El despliegue de iconografía religiosa y referencias a Cyd Charisse, Liza Minnelli y Marlene Dietrich aparecía entre el ballroom, funk electrónico, al lado de las puestas en escena inspiradas en Broadway con influencias del cabaret alemán. En la actualidad hay un después de Madonna, trazado a calce en los espectáculos de las divas contemporáneas del pop, mas no un antes.

La división en actos teatrales, los cambios de vestuario que atienden a la función del baile, la apropiación de elementos urbanos y de la cultura queer ya estaban al centro de su espectáculo. Hasta el momento, las referencias al imaginario de las distintas identidades sexo genéricas era folklorizante. En algunos casos, como el de Donna Summer, accidental e incluso desdeñable: mientras aquella renegaba del colectivo LGBTTIQ+, Madonna daba un golpe en la mesa por el derecho al amor y promovía el sexo seguro ante la epidemia del VIH.

En todos estos años de giras y discos, la cantante dio vida a sus más dudosas fantasías y encarnó distintos productos de consumo cultural: de la escritora de cuentos infantiles a la ejecutiva de sello discográfico en tiempos del grunge o directora de cine más o menos resuelta. Las giras se han sucedido en un panorama musical cambiante y también mudan de acento en su espectacularidad: un tono más experimental y transgresor en Drowned World Tour (2001); un montaje maduro y conceptual en Re-invention World Tour (2004); el ascenso al glamour y la híper faramallería del mundo de la música disco en Confessions Tour (2007). Luego regresó la Madonna más hedonista a la pista de baile después de andar de adulta frenchgroovera y yogui de luz crítica del presidente George W. Bush mientras los republicanos le hacían gestos y la acusaban de antipatriota.

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Desde siempre, Madonna genera tendencias; también es auténtica vampiresa de estéticas y amiga de todos los niños. No es de extrañar que tenga dúos y colaboraciones con figuras juveniles de cada década que le ha tocado vivir. Lo mismo ha cantado una canción de Björk que polemizado con Britney Spears y Christina Aguilera en una puesta al día de “Like a Virgin”, se besó con Drake en un springbreak disfrazado de festival o dejado caer a una tonada post R&B con The Weeknd.

A quienes critican lo anterior y aducen oportunismo histórico, deberíamos recordarles que Madonna no le debe creatividad o inventiva a nadie. Su paso por la escena le otorgó todas las herramientas para permanecer en la misma y su condición de humana hace que en algunos casos todo funcione y en otros, no. También se dice que da conciertos culeros por su edad, pero no es asunto de edad esto de salir a dar conciertos culeros: Drake es abucheado por machirulo anacrónico, Kanye West larga discursos auto laudatorios de veinte minutos, Frank Ocean se va a cantar al cuarto de los tiliches del festival y, en el caso nacional, todo el 90´s Pop Tour es un desastre.

Sticky & Sweet Tour (2008-2009) y The MDNA Tour (2012) fueron dos grandes giras que llegaron con la consabida dosis de discriminación por edad. El culto a la juventud siempre ha sido absurdo, como si la adolescencia no fuera un periodo volátil o como si ser joven terminara cuando se toman las primeras pastillas para dormir.

Madonna siempre ha estado consciente de lo anterior, del impacto que la edad causa en la rotación de las producciones musicales y de medios que, declaradamente, no programan nada para mayores de treinta y cinco años. La vida como artista de Madonna se ha reformulado, hace tiempo que se mudó de lleno a los tours. En discos poco valorados por el público, como Madame X (con su gira por teatros en un mundo prepandémico) la vigencia la han marcado los espectáculos, siempre arriesgados, siempre impactantes y llenos de energía.

Madonna llega a un escenario y lo hace suyo, mitad por talento puro, mitad por trucos aprendidos y reinventados en el camino. Siempre con una forma física necesaria para dos horas de piruetas, vogue, de medio tocar la guitarra acústica e interpelar al público.

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Estamos en 2024. Madonna baila junto a Ricky Martin mientras reparten calificaciones de diez entre vogueras, en uno de los conciertos. Los internautas especulan sobre las figuras que les gustaría ver junto a ella a su paso del Celebration Tour en México: se barajan nombres como Peso Pluma, Carín León, Danna o Gloria Trevi. El padrino del corrido tumbado, Natanael Cano, lanza un corrido que lleva por título “Madonna” y los fans reviven temas y caras B de álbumes que huelen a todo menos a viejo.

Ahora se encuentra en una nueva gira. Y no cualquiera, sino una que conmemora su historia. Cuarenta años sobre las tablas, sacudiendo la humanidad en un mundo de Gagas, Mileys y Katy Perrys a las que casi dobla la edad, haciendo el mismo trabajo que adolescentes como Billie Eilish. Después de numerosos hijos, después de numerosas caídas y de una enfermedad que casi se la lleva al otro plano.

Los principales encabezados fueron, como siempre, de la edad y estuvieron acompañados por los consabidos “Ya siéntese señora” y “Hay que envejecer con dignidad”. No se me ocurre mayor trascendencia para una artista que hablar de ella todos los días.

Madonna es una estrella y los picos de las estrellas deben de ocasionar problemas a la hora de sentarse. Madonna es una reina que cae en el escenario y se levanta para terminar de deleitarnos. Madonna regresa siempre con más y mejores conciertos. Madonna es todas las edades que una mujer puede tener mientras brilla.

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En una época marcada por el acelerado cambio de tendencias y creación artística, muchos piden el retiro de Madonna y se olvidan que ha moldeado el arquetipo de estrella pop, pésele a quien le pese.

La policía de la edad es implacable. Las redes sociales y los medios dedicados a la música o espectáculos hacen referencia continua a la edad o al físico de una artista. Como si no se tratara de una persona, como si al resto de nosotros nos hubiera respetado el tiempo en plan franciscano e incorruptible, como infantes inarrugables de la creación. La policía de la edad, en los últimos tiempos, se ha encargado de promover que Madonna ya no significa gran cosa y que ninguna persona viva recuerda el año de 1985.

Pero tendríamos que recordarlo. Independientemente de qué tan vivas estemos y por más que algunos asuntos escapen a la memoria colectiva, eso que no se encuentra en TikTok junto a videos de gatitos preparando comida japonesa o gente bailando la cumbia norteña de Beyoncé Knowles.

En 1985, por ejemplo, le quedaban pocas horas a la Guerra Fría, aquel enfrentamiento político, económico y propagandístico en el que dos potencias se embarcaron, con el muy señoro propósito de ver quién la tenía más grande. En este modelo histórico en espiral no debería sorprendernos el comeback de la Rusia de un Putín envalentonado que amenaza con repartir bombas como dulces.

Madonna era ya una realidad con dos discos bajo el brazo en 1985, mientras Rusia y Estados Unidos reanudaban las mesas de diálogo sobre las negociaciones del desarme nuclear y su despliegue en el espacio. Nuclear y espacio fueron dos de las palabras favoritas de mis tíos, confiados en que todo se iría a la mierda en aquella década.

Tras un par de años de triunfos, de haber colado en la radio temas como “Borderline”, “Everybody” y “Lucky Star”, en 1985, Madonna estaba lista para salir a esparcir su veneno por todo el orbe con su primera gira. Un año antes se había arrastrado por el escenario de los MTV Video Music Awards, dejando el liguero y el tul del vestido de novia frente a una cámara que no sabía muy bien hacia dónde moverse.

En el verano fluorescente de mediados de los ochenta, Madonna se embarcó en una gira iniciática de hits juveniles por todo su país, acompañada de los Beastie Boys cuando estos eran unas ladillas que solo querían ir de fiesta —lo anterior sucedió diez años antes de que estos hip hoperos blancos se convirtieran en monjes defensores de veteasabertú qué nueva causa—.  La prensa sirvió titulares anticipando la fugacidad de la artista, la puso a competir con otras chicas poderosas como Pat Benatar y Cyndi Lauper, en un intento por invalidar su estela; aquello contrastó con la adoración de un público cada vez más vigoroso que acudió a verla en cada uno de aquellos cuarenta conciertos. Calcaban los outfits de lazos en el cabello, guantes de red negra, medias de colores y ropa interior expuesta sobre el resto de las prendas. El compilado de esta gira inicial, titulado Madonna Live: The Virgin Tour, muestra a la reina pletórica:

“Fui a Nueva York. Tenía un sueño. Quería ser una estrella. Trabajé realmente duro y mis sueños se hicieron realidad”.

{{ linea }}

Who's That Girl World Tour (1987) fue la primera gira mundial de Madonna, donde estableció el tono que habrían de seguir sus futuros espectáculos: vestuario ligerito y sudoroso, mensajes de liberación sexual. “Papa Don't Preach”, con dedicatoria al Papa Juan Pablo II, provocó su primer conflicto con el Vaticano, institución que invitó a los admiradores italianos a boicotear los conciertos de la Reina del Pop en tierras pizzo-pasteras.

La apoteosis vino en 1990 con Blond Ambition World Tour. Ante las giras de grandes estadios y los espectáculos pirotécnicos, alguien debía plantearles un quiebre, reiniciarlo todo. Su grupo de bailarines cobró mayor presencia y la cantante hizo sentir su ley a punta de caderazos, escarceos sensuales de terciopelo y un discurso de libertad sexual y de expresión. Los músicos, antes protagonistas, ocuparon un espacio modesto casi imperceptible en el escenario. El despliegue de iconografía religiosa y referencias a Cyd Charisse, Liza Minnelli y Marlene Dietrich aparecía entre el ballroom, funk electrónico, al lado de las puestas en escena inspiradas en Broadway con influencias del cabaret alemán. En la actualidad hay un después de Madonna, trazado a calce en los espectáculos de las divas contemporáneas del pop, mas no un antes.

La división en actos teatrales, los cambios de vestuario que atienden a la función del baile, la apropiación de elementos urbanos y de la cultura queer ya estaban al centro de su espectáculo. Hasta el momento, las referencias al imaginario de las distintas identidades sexo genéricas era folklorizante. En algunos casos, como el de Donna Summer, accidental e incluso desdeñable: mientras aquella renegaba del colectivo LGBTTIQ+, Madonna daba un golpe en la mesa por el derecho al amor y promovía el sexo seguro ante la epidemia del VIH.

En todos estos años de giras y discos, la cantante dio vida a sus más dudosas fantasías y encarnó distintos productos de consumo cultural: de la escritora de cuentos infantiles a la ejecutiva de sello discográfico en tiempos del grunge o directora de cine más o menos resuelta. Las giras se han sucedido en un panorama musical cambiante y también mudan de acento en su espectacularidad: un tono más experimental y transgresor en Drowned World Tour (2001); un montaje maduro y conceptual en Re-invention World Tour (2004); el ascenso al glamour y la híper faramallería del mundo de la música disco en Confessions Tour (2007). Luego regresó la Madonna más hedonista a la pista de baile después de andar de adulta frenchgroovera y yogui de luz crítica del presidente George W. Bush mientras los republicanos le hacían gestos y la acusaban de antipatriota.

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Desde siempre, Madonna genera tendencias; también es auténtica vampiresa de estéticas y amiga de todos los niños. No es de extrañar que tenga dúos y colaboraciones con figuras juveniles de cada década que le ha tocado vivir. Lo mismo ha cantado una canción de Björk que polemizado con Britney Spears y Christina Aguilera en una puesta al día de “Like a Virgin”, se besó con Drake en un springbreak disfrazado de festival o dejado caer a una tonada post R&B con The Weeknd.

A quienes critican lo anterior y aducen oportunismo histórico, deberíamos recordarles que Madonna no le debe creatividad o inventiva a nadie. Su paso por la escena le otorgó todas las herramientas para permanecer en la misma y su condición de humana hace que en algunos casos todo funcione y en otros, no. También se dice que da conciertos culeros por su edad, pero no es asunto de edad esto de salir a dar conciertos culeros: Drake es abucheado por machirulo anacrónico, Kanye West larga discursos auto laudatorios de veinte minutos, Frank Ocean se va a cantar al cuarto de los tiliches del festival y, en el caso nacional, todo el 90´s Pop Tour es un desastre.

Sticky & Sweet Tour (2008-2009) y The MDNA Tour (2012) fueron dos grandes giras que llegaron con la consabida dosis de discriminación por edad. El culto a la juventud siempre ha sido absurdo, como si la adolescencia no fuera un periodo volátil o como si ser joven terminara cuando se toman las primeras pastillas para dormir.

Madonna siempre ha estado consciente de lo anterior, del impacto que la edad causa en la rotación de las producciones musicales y de medios que, declaradamente, no programan nada para mayores de treinta y cinco años. La vida como artista de Madonna se ha reformulado, hace tiempo que se mudó de lleno a los tours. En discos poco valorados por el público, como Madame X (con su gira por teatros en un mundo prepandémico) la vigencia la han marcado los espectáculos, siempre arriesgados, siempre impactantes y llenos de energía.

Madonna llega a un escenario y lo hace suyo, mitad por talento puro, mitad por trucos aprendidos y reinventados en el camino. Siempre con una forma física necesaria para dos horas de piruetas, vogue, de medio tocar la guitarra acústica e interpelar al público.

{{ linea }}

Estamos en 2024. Madonna baila junto a Ricky Martin mientras reparten calificaciones de diez entre vogueras, en uno de los conciertos. Los internautas especulan sobre las figuras que les gustaría ver junto a ella a su paso del Celebration Tour en México: se barajan nombres como Peso Pluma, Carín León, Danna o Gloria Trevi. El padrino del corrido tumbado, Natanael Cano, lanza un corrido que lleva por título “Madonna” y los fans reviven temas y caras B de álbumes que huelen a todo menos a viejo.

Ahora se encuentra en una nueva gira. Y no cualquiera, sino una que conmemora su historia. Cuarenta años sobre las tablas, sacudiendo la humanidad en un mundo de Gagas, Mileys y Katy Perrys a las que casi dobla la edad, haciendo el mismo trabajo que adolescentes como Billie Eilish. Después de numerosos hijos, después de numerosas caídas y de una enfermedad que casi se la lleva al otro plano.

Los principales encabezados fueron, como siempre, de la edad y estuvieron acompañados por los consabidos “Ya siéntese señora” y “Hay que envejecer con dignidad”. No se me ocurre mayor trascendencia para una artista que hablar de ella todos los días.

Madonna es una estrella y los picos de las estrellas deben de ocasionar problemas a la hora de sentarse. Madonna es una reina que cae en el escenario y se levanta para terminar de deleitarnos. Madonna regresa siempre con más y mejores conciertos. Madonna es todas las edades que una mujer puede tener mientras brilla.

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23
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En una época marcada por el acelerado cambio de tendencias y creación artística, muchos piden el retiro de Madonna y se olvidan que ha moldeado el arquetipo de estrella pop, pésele a quien le pese.

La policía de la edad es implacable. Las redes sociales y los medios dedicados a la música o espectáculos hacen referencia continua a la edad o al físico de una artista. Como si no se tratara de una persona, como si al resto de nosotros nos hubiera respetado el tiempo en plan franciscano e incorruptible, como infantes inarrugables de la creación. La policía de la edad, en los últimos tiempos, se ha encargado de promover que Madonna ya no significa gran cosa y que ninguna persona viva recuerda el año de 1985.

Pero tendríamos que recordarlo. Independientemente de qué tan vivas estemos y por más que algunos asuntos escapen a la memoria colectiva, eso que no se encuentra en TikTok junto a videos de gatitos preparando comida japonesa o gente bailando la cumbia norteña de Beyoncé Knowles.

En 1985, por ejemplo, le quedaban pocas horas a la Guerra Fría, aquel enfrentamiento político, económico y propagandístico en el que dos potencias se embarcaron, con el muy señoro propósito de ver quién la tenía más grande. En este modelo histórico en espiral no debería sorprendernos el comeback de la Rusia de un Putín envalentonado que amenaza con repartir bombas como dulces.

Madonna era ya una realidad con dos discos bajo el brazo en 1985, mientras Rusia y Estados Unidos reanudaban las mesas de diálogo sobre las negociaciones del desarme nuclear y su despliegue en el espacio. Nuclear y espacio fueron dos de las palabras favoritas de mis tíos, confiados en que todo se iría a la mierda en aquella década.

Tras un par de años de triunfos, de haber colado en la radio temas como “Borderline”, “Everybody” y “Lucky Star”, en 1985, Madonna estaba lista para salir a esparcir su veneno por todo el orbe con su primera gira. Un año antes se había arrastrado por el escenario de los MTV Video Music Awards, dejando el liguero y el tul del vestido de novia frente a una cámara que no sabía muy bien hacia dónde moverse.

En el verano fluorescente de mediados de los ochenta, Madonna se embarcó en una gira iniciática de hits juveniles por todo su país, acompañada de los Beastie Boys cuando estos eran unas ladillas que solo querían ir de fiesta —lo anterior sucedió diez años antes de que estos hip hoperos blancos se convirtieran en monjes defensores de veteasabertú qué nueva causa—.  La prensa sirvió titulares anticipando la fugacidad de la artista, la puso a competir con otras chicas poderosas como Pat Benatar y Cyndi Lauper, en un intento por invalidar su estela; aquello contrastó con la adoración de un público cada vez más vigoroso que acudió a verla en cada uno de aquellos cuarenta conciertos. Calcaban los outfits de lazos en el cabello, guantes de red negra, medias de colores y ropa interior expuesta sobre el resto de las prendas. El compilado de esta gira inicial, titulado Madonna Live: The Virgin Tour, muestra a la reina pletórica:

“Fui a Nueva York. Tenía un sueño. Quería ser una estrella. Trabajé realmente duro y mis sueños se hicieron realidad”.

{{ linea }}

Who's That Girl World Tour (1987) fue la primera gira mundial de Madonna, donde estableció el tono que habrían de seguir sus futuros espectáculos: vestuario ligerito y sudoroso, mensajes de liberación sexual. “Papa Don't Preach”, con dedicatoria al Papa Juan Pablo II, provocó su primer conflicto con el Vaticano, institución que invitó a los admiradores italianos a boicotear los conciertos de la Reina del Pop en tierras pizzo-pasteras.

La apoteosis vino en 1990 con Blond Ambition World Tour. Ante las giras de grandes estadios y los espectáculos pirotécnicos, alguien debía plantearles un quiebre, reiniciarlo todo. Su grupo de bailarines cobró mayor presencia y la cantante hizo sentir su ley a punta de caderazos, escarceos sensuales de terciopelo y un discurso de libertad sexual y de expresión. Los músicos, antes protagonistas, ocuparon un espacio modesto casi imperceptible en el escenario. El despliegue de iconografía religiosa y referencias a Cyd Charisse, Liza Minnelli y Marlene Dietrich aparecía entre el ballroom, funk electrónico, al lado de las puestas en escena inspiradas en Broadway con influencias del cabaret alemán. En la actualidad hay un después de Madonna, trazado a calce en los espectáculos de las divas contemporáneas del pop, mas no un antes.

La división en actos teatrales, los cambios de vestuario que atienden a la función del baile, la apropiación de elementos urbanos y de la cultura queer ya estaban al centro de su espectáculo. Hasta el momento, las referencias al imaginario de las distintas identidades sexo genéricas era folklorizante. En algunos casos, como el de Donna Summer, accidental e incluso desdeñable: mientras aquella renegaba del colectivo LGBTTIQ+, Madonna daba un golpe en la mesa por el derecho al amor y promovía el sexo seguro ante la epidemia del VIH.

En todos estos años de giras y discos, la cantante dio vida a sus más dudosas fantasías y encarnó distintos productos de consumo cultural: de la escritora de cuentos infantiles a la ejecutiva de sello discográfico en tiempos del grunge o directora de cine más o menos resuelta. Las giras se han sucedido en un panorama musical cambiante y también mudan de acento en su espectacularidad: un tono más experimental y transgresor en Drowned World Tour (2001); un montaje maduro y conceptual en Re-invention World Tour (2004); el ascenso al glamour y la híper faramallería del mundo de la música disco en Confessions Tour (2007). Luego regresó la Madonna más hedonista a la pista de baile después de andar de adulta frenchgroovera y yogui de luz crítica del presidente George W. Bush mientras los republicanos le hacían gestos y la acusaban de antipatriota.

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Desde siempre, Madonna genera tendencias; también es auténtica vampiresa de estéticas y amiga de todos los niños. No es de extrañar que tenga dúos y colaboraciones con figuras juveniles de cada década que le ha tocado vivir. Lo mismo ha cantado una canción de Björk que polemizado con Britney Spears y Christina Aguilera en una puesta al día de “Like a Virgin”, se besó con Drake en un springbreak disfrazado de festival o dejado caer a una tonada post R&B con The Weeknd.

A quienes critican lo anterior y aducen oportunismo histórico, deberíamos recordarles que Madonna no le debe creatividad o inventiva a nadie. Su paso por la escena le otorgó todas las herramientas para permanecer en la misma y su condición de humana hace que en algunos casos todo funcione y en otros, no. También se dice que da conciertos culeros por su edad, pero no es asunto de edad esto de salir a dar conciertos culeros: Drake es abucheado por machirulo anacrónico, Kanye West larga discursos auto laudatorios de veinte minutos, Frank Ocean se va a cantar al cuarto de los tiliches del festival y, en el caso nacional, todo el 90´s Pop Tour es un desastre.

Sticky & Sweet Tour (2008-2009) y The MDNA Tour (2012) fueron dos grandes giras que llegaron con la consabida dosis de discriminación por edad. El culto a la juventud siempre ha sido absurdo, como si la adolescencia no fuera un periodo volátil o como si ser joven terminara cuando se toman las primeras pastillas para dormir.

Madonna siempre ha estado consciente de lo anterior, del impacto que la edad causa en la rotación de las producciones musicales y de medios que, declaradamente, no programan nada para mayores de treinta y cinco años. La vida como artista de Madonna se ha reformulado, hace tiempo que se mudó de lleno a los tours. En discos poco valorados por el público, como Madame X (con su gira por teatros en un mundo prepandémico) la vigencia la han marcado los espectáculos, siempre arriesgados, siempre impactantes y llenos de energía.

Madonna llega a un escenario y lo hace suyo, mitad por talento puro, mitad por trucos aprendidos y reinventados en el camino. Siempre con una forma física necesaria para dos horas de piruetas, vogue, de medio tocar la guitarra acústica e interpelar al público.

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Estamos en 2024. Madonna baila junto a Ricky Martin mientras reparten calificaciones de diez entre vogueras, en uno de los conciertos. Los internautas especulan sobre las figuras que les gustaría ver junto a ella a su paso del Celebration Tour en México: se barajan nombres como Peso Pluma, Carín León, Danna o Gloria Trevi. El padrino del corrido tumbado, Natanael Cano, lanza un corrido que lleva por título “Madonna” y los fans reviven temas y caras B de álbumes que huelen a todo menos a viejo.

Ahora se encuentra en una nueva gira. Y no cualquiera, sino una que conmemora su historia. Cuarenta años sobre las tablas, sacudiendo la humanidad en un mundo de Gagas, Mileys y Katy Perrys a las que casi dobla la edad, haciendo el mismo trabajo que adolescentes como Billie Eilish. Después de numerosos hijos, después de numerosas caídas y de una enfermedad que casi se la lleva al otro plano.

Los principales encabezados fueron, como siempre, de la edad y estuvieron acompañados por los consabidos “Ya siéntese señora” y “Hay que envejecer con dignidad”. No se me ocurre mayor trascendencia para una artista que hablar de ella todos los días.

Madonna es una estrella y los picos de las estrellas deben de ocasionar problemas a la hora de sentarse. Madonna es una reina que cae en el escenario y se levanta para terminar de deleitarnos. Madonna regresa siempre con más y mejores conciertos. Madonna es todas las edades que una mujer puede tener mientras brilla.

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En una época marcada por el acelerado cambio de tendencias y creación artística, muchos piden el retiro de Madonna y se olvidan que ha moldeado el arquetipo de estrella pop, pésele a quien le pese.

La policía de la edad es implacable. Las redes sociales y los medios dedicados a la música o espectáculos hacen referencia continua a la edad o al físico de una artista. Como si no se tratara de una persona, como si al resto de nosotros nos hubiera respetado el tiempo en plan franciscano e incorruptible, como infantes inarrugables de la creación. La policía de la edad, en los últimos tiempos, se ha encargado de promover que Madonna ya no significa gran cosa y que ninguna persona viva recuerda el año de 1985.

Pero tendríamos que recordarlo. Independientemente de qué tan vivas estemos y por más que algunos asuntos escapen a la memoria colectiva, eso que no se encuentra en TikTok junto a videos de gatitos preparando comida japonesa o gente bailando la cumbia norteña de Beyoncé Knowles.

En 1985, por ejemplo, le quedaban pocas horas a la Guerra Fría, aquel enfrentamiento político, económico y propagandístico en el que dos potencias se embarcaron, con el muy señoro propósito de ver quién la tenía más grande. En este modelo histórico en espiral no debería sorprendernos el comeback de la Rusia de un Putín envalentonado que amenaza con repartir bombas como dulces.

Madonna era ya una realidad con dos discos bajo el brazo en 1985, mientras Rusia y Estados Unidos reanudaban las mesas de diálogo sobre las negociaciones del desarme nuclear y su despliegue en el espacio. Nuclear y espacio fueron dos de las palabras favoritas de mis tíos, confiados en que todo se iría a la mierda en aquella década.

Tras un par de años de triunfos, de haber colado en la radio temas como “Borderline”, “Everybody” y “Lucky Star”, en 1985, Madonna estaba lista para salir a esparcir su veneno por todo el orbe con su primera gira. Un año antes se había arrastrado por el escenario de los MTV Video Music Awards, dejando el liguero y el tul del vestido de novia frente a una cámara que no sabía muy bien hacia dónde moverse.

En el verano fluorescente de mediados de los ochenta, Madonna se embarcó en una gira iniciática de hits juveniles por todo su país, acompañada de los Beastie Boys cuando estos eran unas ladillas que solo querían ir de fiesta —lo anterior sucedió diez años antes de que estos hip hoperos blancos se convirtieran en monjes defensores de veteasabertú qué nueva causa—.  La prensa sirvió titulares anticipando la fugacidad de la artista, la puso a competir con otras chicas poderosas como Pat Benatar y Cyndi Lauper, en un intento por invalidar su estela; aquello contrastó con la adoración de un público cada vez más vigoroso que acudió a verla en cada uno de aquellos cuarenta conciertos. Calcaban los outfits de lazos en el cabello, guantes de red negra, medias de colores y ropa interior expuesta sobre el resto de las prendas. El compilado de esta gira inicial, titulado Madonna Live: The Virgin Tour, muestra a la reina pletórica:

“Fui a Nueva York. Tenía un sueño. Quería ser una estrella. Trabajé realmente duro y mis sueños se hicieron realidad”.

{{ linea }}

Who's That Girl World Tour (1987) fue la primera gira mundial de Madonna, donde estableció el tono que habrían de seguir sus futuros espectáculos: vestuario ligerito y sudoroso, mensajes de liberación sexual. “Papa Don't Preach”, con dedicatoria al Papa Juan Pablo II, provocó su primer conflicto con el Vaticano, institución que invitó a los admiradores italianos a boicotear los conciertos de la Reina del Pop en tierras pizzo-pasteras.

La apoteosis vino en 1990 con Blond Ambition World Tour. Ante las giras de grandes estadios y los espectáculos pirotécnicos, alguien debía plantearles un quiebre, reiniciarlo todo. Su grupo de bailarines cobró mayor presencia y la cantante hizo sentir su ley a punta de caderazos, escarceos sensuales de terciopelo y un discurso de libertad sexual y de expresión. Los músicos, antes protagonistas, ocuparon un espacio modesto casi imperceptible en el escenario. El despliegue de iconografía religiosa y referencias a Cyd Charisse, Liza Minnelli y Marlene Dietrich aparecía entre el ballroom, funk electrónico, al lado de las puestas en escena inspiradas en Broadway con influencias del cabaret alemán. En la actualidad hay un después de Madonna, trazado a calce en los espectáculos de las divas contemporáneas del pop, mas no un antes.

La división en actos teatrales, los cambios de vestuario que atienden a la función del baile, la apropiación de elementos urbanos y de la cultura queer ya estaban al centro de su espectáculo. Hasta el momento, las referencias al imaginario de las distintas identidades sexo genéricas era folklorizante. En algunos casos, como el de Donna Summer, accidental e incluso desdeñable: mientras aquella renegaba del colectivo LGBTTIQ+, Madonna daba un golpe en la mesa por el derecho al amor y promovía el sexo seguro ante la epidemia del VIH.

En todos estos años de giras y discos, la cantante dio vida a sus más dudosas fantasías y encarnó distintos productos de consumo cultural: de la escritora de cuentos infantiles a la ejecutiva de sello discográfico en tiempos del grunge o directora de cine más o menos resuelta. Las giras se han sucedido en un panorama musical cambiante y también mudan de acento en su espectacularidad: un tono más experimental y transgresor en Drowned World Tour (2001); un montaje maduro y conceptual en Re-invention World Tour (2004); el ascenso al glamour y la híper faramallería del mundo de la música disco en Confessions Tour (2007). Luego regresó la Madonna más hedonista a la pista de baile después de andar de adulta frenchgroovera y yogui de luz crítica del presidente George W. Bush mientras los republicanos le hacían gestos y la acusaban de antipatriota.

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Desde siempre, Madonna genera tendencias; también es auténtica vampiresa de estéticas y amiga de todos los niños. No es de extrañar que tenga dúos y colaboraciones con figuras juveniles de cada década que le ha tocado vivir. Lo mismo ha cantado una canción de Björk que polemizado con Britney Spears y Christina Aguilera en una puesta al día de “Like a Virgin”, se besó con Drake en un springbreak disfrazado de festival o dejado caer a una tonada post R&B con The Weeknd.

A quienes critican lo anterior y aducen oportunismo histórico, deberíamos recordarles que Madonna no le debe creatividad o inventiva a nadie. Su paso por la escena le otorgó todas las herramientas para permanecer en la misma y su condición de humana hace que en algunos casos todo funcione y en otros, no. También se dice que da conciertos culeros por su edad, pero no es asunto de edad esto de salir a dar conciertos culeros: Drake es abucheado por machirulo anacrónico, Kanye West larga discursos auto laudatorios de veinte minutos, Frank Ocean se va a cantar al cuarto de los tiliches del festival y, en el caso nacional, todo el 90´s Pop Tour es un desastre.

Sticky & Sweet Tour (2008-2009) y The MDNA Tour (2012) fueron dos grandes giras que llegaron con la consabida dosis de discriminación por edad. El culto a la juventud siempre ha sido absurdo, como si la adolescencia no fuera un periodo volátil o como si ser joven terminara cuando se toman las primeras pastillas para dormir.

Madonna siempre ha estado consciente de lo anterior, del impacto que la edad causa en la rotación de las producciones musicales y de medios que, declaradamente, no programan nada para mayores de treinta y cinco años. La vida como artista de Madonna se ha reformulado, hace tiempo que se mudó de lleno a los tours. En discos poco valorados por el público, como Madame X (con su gira por teatros en un mundo prepandémico) la vigencia la han marcado los espectáculos, siempre arriesgados, siempre impactantes y llenos de energía.

Madonna llega a un escenario y lo hace suyo, mitad por talento puro, mitad por trucos aprendidos y reinventados en el camino. Siempre con una forma física necesaria para dos horas de piruetas, vogue, de medio tocar la guitarra acústica e interpelar al público.

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Estamos en 2024. Madonna baila junto a Ricky Martin mientras reparten calificaciones de diez entre vogueras, en uno de los conciertos. Los internautas especulan sobre las figuras que les gustaría ver junto a ella a su paso del Celebration Tour en México: se barajan nombres como Peso Pluma, Carín León, Danna o Gloria Trevi. El padrino del corrido tumbado, Natanael Cano, lanza un corrido que lleva por título “Madonna” y los fans reviven temas y caras B de álbumes que huelen a todo menos a viejo.

Ahora se encuentra en una nueva gira. Y no cualquiera, sino una que conmemora su historia. Cuarenta años sobre las tablas, sacudiendo la humanidad en un mundo de Gagas, Mileys y Katy Perrys a las que casi dobla la edad, haciendo el mismo trabajo que adolescentes como Billie Eilish. Después de numerosos hijos, después de numerosas caídas y de una enfermedad que casi se la lleva al otro plano.

Los principales encabezados fueron, como siempre, de la edad y estuvieron acompañados por los consabidos “Ya siéntese señora” y “Hay que envejecer con dignidad”. No se me ocurre mayor trascendencia para una artista que hablar de ella todos los días.

Madonna es una estrella y los picos de las estrellas deben de ocasionar problemas a la hora de sentarse. Madonna es una reina que cae en el escenario y se levanta para terminar de deleitarnos. Madonna regresa siempre con más y mejores conciertos. Madonna es todas las edades que una mujer puede tener mientras brilla.

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Nunca se siente, señora: algunas décadas de tour con Madonna

Nunca se siente, señora: algunas décadas de tour con Madonna

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En una época marcada por el acelerado cambio de tendencias y creación artística, muchos piden el retiro de Madonna y se olvidan que ha moldeado el arquetipo de estrella pop, pésele a quien le pese.

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Ilustración de
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La policía de la edad es implacable. Las redes sociales y los medios dedicados a la música o espectáculos hacen referencia continua a la edad o al físico de una artista. Como si no se tratara de una persona, como si al resto de nosotros nos hubiera respetado el tiempo en plan franciscano e incorruptible, como infantes inarrugables de la creación. La policía de la edad, en los últimos tiempos, se ha encargado de promover que Madonna ya no significa gran cosa y que ninguna persona viva recuerda el año de 1985.

Pero tendríamos que recordarlo. Independientemente de qué tan vivas estemos y por más que algunos asuntos escapen a la memoria colectiva, eso que no se encuentra en TikTok junto a videos de gatitos preparando comida japonesa o gente bailando la cumbia norteña de Beyoncé Knowles.

En 1985, por ejemplo, le quedaban pocas horas a la Guerra Fría, aquel enfrentamiento político, económico y propagandístico en el que dos potencias se embarcaron, con el muy señoro propósito de ver quién la tenía más grande. En este modelo histórico en espiral no debería sorprendernos el comeback de la Rusia de un Putín envalentonado que amenaza con repartir bombas como dulces.

Madonna era ya una realidad con dos discos bajo el brazo en 1985, mientras Rusia y Estados Unidos reanudaban las mesas de diálogo sobre las negociaciones del desarme nuclear y su despliegue en el espacio. Nuclear y espacio fueron dos de las palabras favoritas de mis tíos, confiados en que todo se iría a la mierda en aquella década.

Tras un par de años de triunfos, de haber colado en la radio temas como “Borderline”, “Everybody” y “Lucky Star”, en 1985, Madonna estaba lista para salir a esparcir su veneno por todo el orbe con su primera gira. Un año antes se había arrastrado por el escenario de los MTV Video Music Awards, dejando el liguero y el tul del vestido de novia frente a una cámara que no sabía muy bien hacia dónde moverse.

En el verano fluorescente de mediados de los ochenta, Madonna se embarcó en una gira iniciática de hits juveniles por todo su país, acompañada de los Beastie Boys cuando estos eran unas ladillas que solo querían ir de fiesta —lo anterior sucedió diez años antes de que estos hip hoperos blancos se convirtieran en monjes defensores de veteasabertú qué nueva causa—.  La prensa sirvió titulares anticipando la fugacidad de la artista, la puso a competir con otras chicas poderosas como Pat Benatar y Cyndi Lauper, en un intento por invalidar su estela; aquello contrastó con la adoración de un público cada vez más vigoroso que acudió a verla en cada uno de aquellos cuarenta conciertos. Calcaban los outfits de lazos en el cabello, guantes de red negra, medias de colores y ropa interior expuesta sobre el resto de las prendas. El compilado de esta gira inicial, titulado Madonna Live: The Virgin Tour, muestra a la reina pletórica:

“Fui a Nueva York. Tenía un sueño. Quería ser una estrella. Trabajé realmente duro y mis sueños se hicieron realidad”.

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Who's That Girl World Tour (1987) fue la primera gira mundial de Madonna, donde estableció el tono que habrían de seguir sus futuros espectáculos: vestuario ligerito y sudoroso, mensajes de liberación sexual. “Papa Don't Preach”, con dedicatoria al Papa Juan Pablo II, provocó su primer conflicto con el Vaticano, institución que invitó a los admiradores italianos a boicotear los conciertos de la Reina del Pop en tierras pizzo-pasteras.

La apoteosis vino en 1990 con Blond Ambition World Tour. Ante las giras de grandes estadios y los espectáculos pirotécnicos, alguien debía plantearles un quiebre, reiniciarlo todo. Su grupo de bailarines cobró mayor presencia y la cantante hizo sentir su ley a punta de caderazos, escarceos sensuales de terciopelo y un discurso de libertad sexual y de expresión. Los músicos, antes protagonistas, ocuparon un espacio modesto casi imperceptible en el escenario. El despliegue de iconografía religiosa y referencias a Cyd Charisse, Liza Minnelli y Marlene Dietrich aparecía entre el ballroom, funk electrónico, al lado de las puestas en escena inspiradas en Broadway con influencias del cabaret alemán. En la actualidad hay un después de Madonna, trazado a calce en los espectáculos de las divas contemporáneas del pop, mas no un antes.

La división en actos teatrales, los cambios de vestuario que atienden a la función del baile, la apropiación de elementos urbanos y de la cultura queer ya estaban al centro de su espectáculo. Hasta el momento, las referencias al imaginario de las distintas identidades sexo genéricas era folklorizante. En algunos casos, como el de Donna Summer, accidental e incluso desdeñable: mientras aquella renegaba del colectivo LGBTTIQ+, Madonna daba un golpe en la mesa por el derecho al amor y promovía el sexo seguro ante la epidemia del VIH.

En todos estos años de giras y discos, la cantante dio vida a sus más dudosas fantasías y encarnó distintos productos de consumo cultural: de la escritora de cuentos infantiles a la ejecutiva de sello discográfico en tiempos del grunge o directora de cine más o menos resuelta. Las giras se han sucedido en un panorama musical cambiante y también mudan de acento en su espectacularidad: un tono más experimental y transgresor en Drowned World Tour (2001); un montaje maduro y conceptual en Re-invention World Tour (2004); el ascenso al glamour y la híper faramallería del mundo de la música disco en Confessions Tour (2007). Luego regresó la Madonna más hedonista a la pista de baile después de andar de adulta frenchgroovera y yogui de luz crítica del presidente George W. Bush mientras los republicanos le hacían gestos y la acusaban de antipatriota.

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Desde siempre, Madonna genera tendencias; también es auténtica vampiresa de estéticas y amiga de todos los niños. No es de extrañar que tenga dúos y colaboraciones con figuras juveniles de cada década que le ha tocado vivir. Lo mismo ha cantado una canción de Björk que polemizado con Britney Spears y Christina Aguilera en una puesta al día de “Like a Virgin”, se besó con Drake en un springbreak disfrazado de festival o dejado caer a una tonada post R&B con The Weeknd.

A quienes critican lo anterior y aducen oportunismo histórico, deberíamos recordarles que Madonna no le debe creatividad o inventiva a nadie. Su paso por la escena le otorgó todas las herramientas para permanecer en la misma y su condición de humana hace que en algunos casos todo funcione y en otros, no. También se dice que da conciertos culeros por su edad, pero no es asunto de edad esto de salir a dar conciertos culeros: Drake es abucheado por machirulo anacrónico, Kanye West larga discursos auto laudatorios de veinte minutos, Frank Ocean se va a cantar al cuarto de los tiliches del festival y, en el caso nacional, todo el 90´s Pop Tour es un desastre.

Sticky & Sweet Tour (2008-2009) y The MDNA Tour (2012) fueron dos grandes giras que llegaron con la consabida dosis de discriminación por edad. El culto a la juventud siempre ha sido absurdo, como si la adolescencia no fuera un periodo volátil o como si ser joven terminara cuando se toman las primeras pastillas para dormir.

Madonna siempre ha estado consciente de lo anterior, del impacto que la edad causa en la rotación de las producciones musicales y de medios que, declaradamente, no programan nada para mayores de treinta y cinco años. La vida como artista de Madonna se ha reformulado, hace tiempo que se mudó de lleno a los tours. En discos poco valorados por el público, como Madame X (con su gira por teatros en un mundo prepandémico) la vigencia la han marcado los espectáculos, siempre arriesgados, siempre impactantes y llenos de energía.

Madonna llega a un escenario y lo hace suyo, mitad por talento puro, mitad por trucos aprendidos y reinventados en el camino. Siempre con una forma física necesaria para dos horas de piruetas, vogue, de medio tocar la guitarra acústica e interpelar al público.

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Estamos en 2024. Madonna baila junto a Ricky Martin mientras reparten calificaciones de diez entre vogueras, en uno de los conciertos. Los internautas especulan sobre las figuras que les gustaría ver junto a ella a su paso del Celebration Tour en México: se barajan nombres como Peso Pluma, Carín León, Danna o Gloria Trevi. El padrino del corrido tumbado, Natanael Cano, lanza un corrido que lleva por título “Madonna” y los fans reviven temas y caras B de álbumes que huelen a todo menos a viejo.

Ahora se encuentra en una nueva gira. Y no cualquiera, sino una que conmemora su historia. Cuarenta años sobre las tablas, sacudiendo la humanidad en un mundo de Gagas, Mileys y Katy Perrys a las que casi dobla la edad, haciendo el mismo trabajo que adolescentes como Billie Eilish. Después de numerosos hijos, después de numerosas caídas y de una enfermedad que casi se la lleva al otro plano.

Los principales encabezados fueron, como siempre, de la edad y estuvieron acompañados por los consabidos “Ya siéntese señora” y “Hay que envejecer con dignidad”. No se me ocurre mayor trascendencia para una artista que hablar de ella todos los días.

Madonna es una estrella y los picos de las estrellas deben de ocasionar problemas a la hora de sentarse. Madonna es una reina que cae en el escenario y se levanta para terminar de deleitarnos. Madonna regresa siempre con más y mejores conciertos. Madonna es todas las edades que una mujer puede tener mientras brilla.

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