¿Las redes sociales sabrán quién es mi verdadera madre?
Una tarde de julio de 2023, Angélica Márquez subió un video a TikTok donde narraba su historia de adopción y pidió ayuda a los usuarios para localizar a su madre biológica. Pronto, el caso se viralizó y su privacidad estuvo expuesta. Sufrió intentos de extorsiones, pero la historia de su origen permanecía velada.
“Mi nombre es Angélica y te quiero contar mi historia. Nací en 1977, aparentemente en febrero, en la Ciudad de México. Soy hija adoptada”.
El cabello castaño, la piel blanca, la nariz curva; las manos, una encima de la otra, sobre una mesa con mantel de color crema adornado con cruces azules. Una mujer vestida con playera blanca con un collar donde cuelga un dije de la figura “A” mira hacia la cámara del teléfono que tiene colocado enfrente. Durante los casi tres minutos que dura el video, con voz firme y dicción clara Angélica Márquez resumirá su historia y la hipótesis de su posible origen:
“Mi familia adoptiva tiene por conocimiento que mi madre biológica era una mujer extranjera, aparentemente de Alemania y que me dio en adopción ilegal por la razón de que ella no podía regresar a su país con una criatura en los brazos ni embarazada. Ahora que he estado haciendo investigaciones de este tema en mi vida, descubro que no, que mi madre no es ninguna mujer extranjera, sino que la persona que me ofreció con esta familia, mi familia adoptiva, él junto con otro señor me robaron, al parecer, de una casa que se metieron a hacer sus fechorías, a robar”.
Es un jueves de julio de 2023; dos de la tarde. Hace unos minutos Angélica le pidió ayuda a N., su hija de 20 años, para grabar el video. Lo quiere publicar porque el día anterior habló con Mirza —antigua vecina y amiga de sus padres adoptivos durante su infancia—, y ella le relató la supuesta verdad de su origen.
Desea que el video llegue a alguien de su familia biológica: a su madre, a su padre, a hermanas o hermanos si los tiene, a algún primo o tío. “Voy a subirlo a Facebook”, le dice a su hija cuando termina de grabar. N. sugirió: “Mejor a TikTok”.
Angélica tomó una siesta, y a eso de las seis o siete de la tarde, le llamó una amiga y le dijo “eres viral”. Con 57 millones de usuarios mexicanos activos en la red social de origen chino, era probable que aquello ocurriera, pero Angélica no recordaba que lo había subido a TikTok, y se sintió confundida al revisarlo en Facebook, donde apenas alcanzó cinco likes. Su amiga tuvo que aclararle “no, en TikTok”. El video ya tenía miles de visitas y comentarios, las cifras de compartido no dejaban de aumentar.
A la mañana siguiente, su testimonio comenzó a reproducirse en noticieros de radio y televisión, primero locales y luego nacionales. Su imagen y voz se multiplicaron, Angélica se encontraba en todas las redes sociales. En ese momento pensó “a esta búsqueda le tengo que dar algo de forma”. Pero las cosas no salieron como imaginaba.
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Cuando tenía ocho años, Angélica Márquez había regresado de la escuela primaria en camión. Era una tarde de 1985, en Torreón, Coahuila. Sus padres no estaban en casa y mientras jugaba encontró la caja fuerte familiar, siempre asegurada con candado, entreabierta dentro del ropero de sus padres. Aquel día la prohibición de sus papás fue rota por Angélica al abrir la caja.
“Lo que había ahí dentro era una hoja de máquina doblada, una carta o algo así, donde decía en ‘pleno uso de mis facultades mentales cedo los derechos de la niña, y mi nombre Carmen Angélica, nacida el 8 de febrero de 1977’”, recuerda Angélica 38 años después. Aquella caja resguardaba una prueba más. “La mitad de otra hoja de máquina, esta no estaba doblada, donde decía que era del Hospital General y venía mi huellita y mi nombre”.
No pudo comprender toda la información en esos documentos, pero intuyó que su origen era distinto al de su familia. Siempre tuvo un sentimiento raro con su padre, madre y hermano, “nunca me sentí cercana, nunca me sentí apegada”. Sin embargo, Angélica decidió no contarle a nadie. Guardó consigo esos dos papeles hasta los catorce años, cuando su madre adoptiva descubrió que los tenía y se los quitó. “Ella sabía que yo ya sabía, pero nunca se acercó conmigo a decirme algo. Nunca tuve una explicación de su parte”, dice Angélica. Jamás volvió a ver esos documentos.
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Para Angélica siempre hubo diferencias. No compartía rasgos físicos: su rostro es afilado y el de sus familiares, un poco ancho; su complexión es más delgada que la de los demás; su tez es blanca y ellos son morenos. Más allá del físico, en Angélica pesaba la distinción en el trato: “A mí no se me dieron estudios, a mi hermano sí. A mí no se me dieron viajes, a él sí. A mí no me dieron coche, a él sí. Yo era la que tenía que salir a trabajar y dar mi sueldo, él no”, menciona desde León, Guanajuato, donde actualmente vive. Con su hermano había cariño, comprensión, apoyo; con ella, un trato distante, insultos, comentarios hirientes. Y golpes. Muchos golpes. De niña, llevaba marcado su apellido en la piel: “Mi papá tenía cintos piteados que decían ‘Márquez’. Con esos me dejaba marcas, como tatuajes que se iban desvaneciendo de a poco”.
Si la relación con el padre fue complicada, la madre adoptiva basó su trato en golpes e insultos. “Nunca escuché de ella un ‘te quiero’, ninguna muestra de cariño”. En una ocasión, en el patio de su casa, la madre de Angélica la golpeó tan fuerte que una vecina salió a defenderla. Fueron muchos golpes. Muy Fuertes. Muy visibles. Angélica muestra sus dedos a la cámara del teléfono: son blancos, huesudos y chuecos a consecuencia de las fracturas provocadas por las agresiones de su madre.
“En mi familia adoptiva todos son morenos y yo soy blanca. Y de niña más, era blanca, blanca. Blanca porcelana. Blanca transparente. Así, que se te ven las venas. Y siempre soporté el chistecito estúpido de ‘es la hija del lechero’”, hubo palabras tan hirientes que aún lastiman a Angélica. Un día, cuando era una niña, su madre estaba a punto de golpearla y Angélica la enfrentó:
—Ya sé que tú nunca me has querido.
—Si la que te parió no te quiso, ¿por qué te tengo que querer yo? —le respondió su madre adoptiva—. Hasta los perros cuidan a sus hijos.
Todo era confuso, a veces contradictorio.
Durante la adolescencia de Angélica su madre adoptiva le quitó los documentos que había tomado de la caja fuerte, pero el deseo por hallar la verdad fue más intenso. Quizás el resto de sus familiares tendría indicios. “¿Y usted, tía, qué sabe de que soy adoptada?”, “¿a usted qué le contaron?”. No obtuvo información precisa, ni siquiera un dato contundente.
Tal vez porque su padre estaba harto de las discusiones entre Angélica y su madre, le contó sobre su origen. “Según, mi mamá biológica estaba enferma. Que ella no podía quedarse conmigo porque tenía cáncer, que estaba a punto de morir y que le entregaron tres mil pesos, que fueron por mí a una calle cercana de [la avenida] Insurgentes [en la Ciudad de México], que yo tenía más hermanos”, a sus 22 años Angélica tuvo que aceptar que su madre biológica estaba muerta. “Así que ni busques”, advirtió el padre.
El asunto quedó zanjado y Angélica intentó quedarse con aquella versión como la historia real. Pasaron los años, su padre adoptivo falleció y ella no estaba convencida, sobre todo porque había otras hipótesis sobre su origen. “Otros familiares me daban diferentes versiones, y yo pensaba ¿qué hay de malo en adoptar una niña que su mamá está muy enferma y está a punto de morir?, ¿por qué mis otros familiares no saben esa historia?, ¿por qué mis otros familiares tienen otras versiones”. Cuando una tía y una prima que no se conocen entre ellas le contaron que su madre era una alemana que la dio en adopción antes de regresar a su país, volvió la inquietud. “Siempre he sentido que hay algo escondido detrás de esto, que hay alguna verdad que mi familia no quiere que yo sepa”, dice Angélica.
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Un jueves 27 de julio de 2023 Angélica se acordó de Mirza, vecina y vieja amiga de sus padres cuando vivían en la colonia Roma, en la Ciudad de México. Tal vez podía saber algo. Tras buscarla, encontró a la hija de Mirza en Facebook. En su página venía un número telefónico y después de pensarlo un momento, se animó a marcarle. Luego de los saludos y la remembranza de algunas anécdotas, Angélica le contó su historia.
—Yo estuve ahí. Yo te voy a decir toda la verdad, Angélica —la voz de Mirza en el teléfono abría una esperanza—. Eran principios de 1977 cuando llegó un vecino de la colonia y me dijo “oye, ¿no quieres una niña? Es que fíjate que una amiga alemana la tuvo, pero no puede irse a su país llevándosela; hay que encontrarle una familia”. Tus padres adoptivos ya tenían un hijo, pero querían otro y ya no podían. Por eso llamé a tu mamá para avisarle que “un vecino tiene una niña y quiere ponerla en adopción” —dos horas después la futura madre adoptiva estaba con el captor de Angélica. Mirza presenció la escena. Con la voz entrecortada, narró lo ocurrido—. Estabas casi recién nacida, estabas en muy malas condiciones. Te tenían atrás de una casa, en un patio, en una caja, con una cobija toda sucia. En condiciones terribles porque te iban a tirar a la basura.
Angélica sufrió ansiedad e insomnio durante varias noches. Nada había sucedido como le hicieron creer: su madre no era extranjera, también era habitante de la Colonia Roma. No la habían dado en adopción. Dos hombres la raptaron, Francisco y Marcos Magaña —para Angélica nunca fue claro si eran hermanos o primos—, cuando entraron a robar al domicilio de su familia biológica.
Mirza supo esto por casualidad. Marcos Magaña era amigo del yerno de Mirza, y en alguna ocasión éste le contó la historia al yerno. Los ladrones inventaron la historia de la mamá alemana para evitar problemas. Durante el hurto algo salió mal y decidieron llevarse a la recién nacida. Mirza no supo decir qué había salido mal o no quiso decirlo. Angélica no logró averiguarlo.
“Todo esto sucedió en la calle José de Alvarado, entre Monterrey y Medellín. De hecho, ya perfectamente sé dónde es”, además, Angélica localizó a Marcos Magaña, pero la conversación fue estéril. “Él desvaría mucho, no te dice ninguna frase coherente. Es imposible platicar con él”. En la actualidad, Marcos Magaña es un indigente en las inmediaciones de la delegación Cuauhtémoc, en la Ciudad de México. “Él se pone a pedir limosna, en diferentes zonas [de la delegación]. Ya es un señor mayor, está en silla de ruedas, no tiene una pierna”. Han pasado 46 años desde aquel secuestro y de Francisco Magaña no queda rastro. “No puedo obtener verdades de Francisco ni de Marcos”.
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La “adopción ilegal” y la “adopción directa” son términos problemáticos porque no existen y más bien parecen minimizar un delito. En México nadie puede adoptar a un menor de edad sin la intervención del Estado, ya que el artículo 30 de la Ley General de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes prohíbe: “I. La promesa de adopción durante el proceso de gestación. II. La adopción privada, entendida como el acto mediante el cual quienes ejercen la patria potestad, tutela o guarda y custodia, o sus representantes legales, pacten dar en adopción de manera directa a niñas, niños o adolescentes, sin que intervengan las autoridades competentes de conformidad con esta ley”.
Los recovecos legales apenas inician. La forma en como se ha nombrado al secuestro infantil también dice mucho acerca de lo que se piensa sobre las infancias y adolescencias de nuestro país. En el libro Robachicos: Historia del secuestro infantil en México (1900-1960), la académica Susana Sosenski menciona que “el secuestro, como todos los delitos, se ha transformado con el tiempo. Se le utiliza como sinónimo de plagio y se refiere a los crímenes que atentan contra la libertad física y que tienen un ánimo de lucro. Se consideraba como un atentado al patrimonio, no a la libertad […] por ello a lo largo del siglo XX se le asoció con el robo, en cuanto se entendía a los niños y las niñas como parte de una familia, en una calidad de posesión, de objeto”. De ahí que muchas personas se refieran al secuestro de niños como “robo de infantes”, “robo de niños”, “robo de menores”; todos esos términos son erróneos según explica la magistrada Federal y académica María Elena Leguízamo Ferrer en el Diccionario jurídico mexicano: “el robo solo procede contra cosas y no personas”.
Es parte de la cultura adultocéntrica pensar como objeto a los niños, niñas y adolescentes, y este es uno de los factores que pueden alentar los secuestros de infantes. Así lo considera Gaudencio Rodríguez Juárez, psicólogo diplomado en derechos humanos, asesor de equipos que atienden a infantes y adolescentes y autor del libro Cero golpes: cien ideas para la erradicación del maltrato infantil, quien en entrevista para Gatopardo comentó que “la cultura adultocéntrica carece de enfoque de derechos humanos para las niñas, niños y adolescentes, todavía se los llega a considerar como propiedades de quien los pueda poseer”.
Otros dos factores importantes para Rodríguez Juárez, que ha estudiado el tema de las adopciones en nuestro país desde hace tres décadas, son la impunidad que existe en México y la presión social que sufren las parejas al no poder concebir hijos y la posterior imposibilidad para afrontar esa situación: “la responsabilidad recae en quienes puedan ser los intermediarios, quienes secuestran a un niño para poder entregarlo; pero también en aquellas parejas que no pueden tener hijos propios y que no pueden hacer un proceso de duelo ante esa realidad de no poderlos tener. Ante esta situación, muchos apelan a las facilidades que hay en nuestro país para apropiarse de un bebé, de una niña o niño pequeño”.
El psicólogo enfatiza que ese proceso de duelo es indispensable antes de iniciar un proceso de adopción: “Precisamente una de las cosas que evalúan durante el trámite de adopción, para ver si los posibles adoptantes son idóneos para continuar el proceso, es el haber elaborado el duelo por la imposibilidad de tener un hijo biológico. Si las parejas no han hecho ese duelo, no están listas para poder adoptar”.
El deseo de paternar también es abordado por Sosenski como una de las principales causas del secuestro infantil durante mediados del siglo pasado: “Martha Santillán ha estudiado cómo en México, a mediados del siglo XX, el secuestro infantil estuvo muy vinculado ‘al deseo de las victimarias por criar un hijo o para mostrarse socialmente como madres’ [esta cita dentro de la cita proviene del libro Delincuencia femenina. Ciudad de México, 1940-1954]. Las mujeres sufrieron la presión social para cumplir con su papel maternal, que se consideraba la natural función de la mujer. […] Niñas y niños eran figuras utilizadas para salvar el honor, la soledad o la feminidad, y en algunos casos implicaban el aseguramiento de la felicidad familiar y el amor conyugal. Estos imaginarios se encontraban arraigados tanto en hombres como en mujeres”.
Pero el secuestro de niños va más allá de la búsqueda de satisfacer necesidades emocionales de adultos que no pueden tener hijos. Retomando el libro Robachicos: Historia del secuestro infantil en México (1900-1960), en el primer capítulo Susana Sosenski aborda las motivaciones de estos crímenes durante la primera mitad del siglo anterior, mismas que lamentablemente perduran. “A principios del siglo XX, niños y niñas ocupaban un lugar central en la sociedad mexicana como símbolos del futuro y de las utopías ciudadanas que condensaban un gran cúmulo de expectativas sociales y políticas. Lo que revelan los centenares de casos de menores de edad secuestrados y desaparecidos a lo largo del siglo es no sólo el alto valor emocional que había cobrado la infancia para entonces, sino también su valoración económica, comercial y sexual. El valor emocional que habían alcanzado niñas y niños coincidía con el creciente valor comercial que cobraron a medida que avanzó el siglo XX: como cuerpos valiosos en términos lucrativos, como sujetos de trabajo esclavo, como objetos de operaciones de compraventa para la satisfacción de deseos sexuales, económicos o emocionales de los adultos”.
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El miércoles 2 de agosto de 2023, Angélica Márquez llegó a la Ciudad de México para reunirse con la Fiscalía Especializada para la Búsqueda, Localización e Investigación de Personas Desaparecidas. Al poco tiempo que su primer video se hizo viral, la Fiscalía General de Justicia de la Ciudad de México se comunicó con ella y le ofreció ayuda para encontrar a su familia. Por más de dos horas rindió su declaración y algunos elementos de la Fiscalía elaboraron una ficha de búsqueda. “Se va hacer una prueba de ADN por si hay alguna persona que me haya estado buscando y está en la base de datos [de la Fiscalía], para facilitar la búsqueda. Seguramente mis padres pusieron una denuncia. Y si así fue, seguramente me estuvieron buscando. Incluso tal vez todavía me siguen buscando”, declaró ese día ante los periodistas que le repegaban los micrófonos en la cara.
Tras cuatro meses de investigación, no obtuvo ninguna respuesta de las autoridades. “La Fiscalía me ha tendido la mano, se han portado increíble conmigo, pero tampoco han averiguado nada”, asegura.
Los noticieros más populares de México se colgaron de la historia viral: N+, Milenio, TV Azteca, Fórmula Noticias, todos querían entrevista con Angélica. El fenómeno incentivó la llegada masiva de distintos mensajes a sus redes sociales: “oye, fíjate que a una tía le robaron a su hija y creo que se parece a ti”; “oye, fíjate que a mi hermana, cuando nació su bebé, no se la entregaron en el hospital, tal vez seas tú”. Para Angélica el dato importante era el año, “Tenía que ser alguien que tuvo a su hija a finales de 1976, principios del 77. Ese era mi rango de tiempo”.
A finales de agosto de 2023 una mujer contactó con ella y le contó una historia similar a la versión del secuestro en la colonia Roma. Angélica solicitó a la Fiscalía una prueba de ADN. “Me dicen que sí, y la familia de la señora y la señora van a la Fiscalía, porque tenía que rendir su declaración”, recuerda. La testigo se mostró sospechosa al negarse a realizar la prueba y no rendir declaración. “Me cuentan los de la Fiscalía que estuvo alrededor de diez minutos, le entregaron la hoja para que se hiciera la prueba de ADN y se salió”.
Angélica debía volver a su casa en León, Guanajuato, por ello contactó a la señora durante la noche para solicitarle que acudiera de nuevo a la Fiscalía y prometió que se reunirían cuando volviera a la Ciudad de México. Al llegar a su casa, Angélica tenía varias llamadas perdidas. “Hablo con la señora y ella me dice ‘oye, es que ayer que fui a la Fiscalía me caí y estoy muy lastimada, y yo fui por tu culpa, necesito dinero para el médico, necesito dinero para las medicinas, necesito dinero para una pipa de agua”. La mujer le pidió más de tres mil pesos. Luego uno de los familiares de la señora contactó a Angélica para decirle que la prueba de ADN tenía un costo de siete mil pesos.
—Si no me mandas ese dinero no voy a poder ir.
—No van a cobrarle la prueba, y si la cobraran, me la cobran a mí porque yo fui la que la solicité. Usted vaya.
De mala gana, la señora fue a realizarse la prueba. “Bendito Dios, salió negativo. Se me hizo muy bajo por parte de la señora estar pidiéndome dinero, estar chantajeando con las pruebas de ADN”, Angélica no volvió a comunicarse con esa mujer.
Los mensajes esperanzadores aparecieron de nuevo. Otra mujer de la Ciudad de México le escribió en privado a Angélica Márquez, donde le narró la historia de una alemana que había tenido una hija mientras vivió en el país en los años setenta. “Muy parecido todo, encajaba perfectamente con mi historia, Jair”, explica Angélica. “Puede ser, tal vez es ella”, pensó en ese momento. Pero era difícil, casi imposible, localizar a esa mujer porque ya no vivía en México. A través de quien le escribió el mensaje, conoció a otra persona de la Ciudad de México que tenía amistad con aquella mujer alemana. Cuando viajó a la capital del país buscó al contacto con la alemana. Angélica obtuvo un número telefónico.
—El 80% de las cosas que te contaron coinciden, pero no soy tu mamá. Estuve embarazada en 1976, pero perdí a ese bebé. Mis hijas no saben nada. No soy tu mamá —aunque Angélica intentó hablar más con la alemana, ella le respondió en español—. No, no me molestes. Yo ya tengo una familia y un marido, y esta noticia puede llegar a destruir a mi familia.
En la mente de Angélica solo se repetían las palabras no soy tu mamá, no soy tu mamá, no soy tu mamá. Uno de sus grandes temores al iniciar su búsqueda se cumplió. “Siento que… [se detiene a pensar en lo que va a decir, cruza las manos] Es muy difícil ser objetivo… Pero yo siento que podría haber algo con ella. Hay una parte de la historia que no me quiso contar. Sus hijas incluso, según lo que entendí, desconocen gran parte de su vida”. Pero, al mismo tiempo, Angélica entiende la actitud de esa mujer. “Es que imagínate que tengas setenta, sesenta años, y un día llegue tu esposa a decirte ‘oye sabes qué, fíjate que en el 77 tuve una hija y la regalé, y es la que acaba de llamar’. Qué fuerte. Qué fuerte para una familia. Qué fuerte para ella, qué fuerte aceptarlo para sus hijas y esposo. Qué fuerte no juzgarla”.
Angélica no pudo establecer comunicación con la alemana luego de esa conversación.
“Hasta el día de hoy no he tenido una versión por parte de mi mamá adoptiva, de ella contarme la historia, decirme ‘fuimos este día, pasó así’. Ella es la única que puede decirme lo más cercano a la verdad. Pero no me lo dice”.
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A diferencia de los otros integrantes de la familia, su padre adoptivo sí se mostró cariñoso con Angélica.
—A mi papá siempre lo quise mucho. Tuvimos una relación más de apego, él fue muy amoroso conmigo —sin embargo, él nunca detuvo el maltrato de su madre—. Jamás lo vi marcándole un alto, jamás. Jamás lo vi marcándole límites conmigo.
Angélica entiende que su papá trabajaba todo el día y no podía defenderla, aunque nunca le perdonó la indolencia. Pero lo más doloroso fue cuando le dijo que un familiar cercano abusó sexualmente de ella y su padre solo respondió: “Fue un error”. Un accidente. Como quien da un codazo mientras juega. Era mejor olvidarlo.
—Mi padre me amaba, sí. Yo creo que alguna parte de él, me amaba. Pero también creo que tampoco él nunca me vio como una hija propia. Lamentablemente nunca lo fui. Pero para mí, hasta el último día de mi vida, mi papá adoptivo siempre será mi papá.
—¿Por qué?
—Porque es el único padre que conozco, Jair. Y también con ella. Aunque no tenemos una relación, siempre lo he dicho, el día que a mí me digan “Oye, tu mamá está grave”, yo estaré ahí. A pesar de todo, son los únicos padres que conozco, para bien o para mal fueron los que me dieron techo, fueron los que me dieron algo de estudios, fueron los que me alimentaron, fueron los que me enseñaron a cruzar la calle, los que me enseñaron a hacerme las agujetas. Ella era la que me planchaba mis uniformes cuando yo iba a la escuela. Los veo como padres porque son mis padres. Los únicos que tengo, los únicos que conozco.
***
Angélica Márquez acomoda su celular para enfocarse bien. La pared blanca del fondo no pertenece al mismo sitio del primer video que grabó. La iluminación también es diferente, más amarillenta. Es el mediodía del 14 de diciembre de 2023. Ella eliminó sus redes sociales, pero el internet no olvida y en TikTok aún circulan sus videos, resubidos por otras cuentas, donde la gente no deja de preguntar: “¿por qué borró sus videos?”, “¿al final qué pasó con su historia?”, “¿dónde está la cuenta de Angélica?”. Sin embargo, ella no quiere hablar más. Al menos por ahora. Aceptó conversar por videollamada con Gatopardo a condición de evitar la mención de los nombres de su familia.
—Disculpa el retraso —dice mientras no deja de mover su celular—, ayer fue un día complicado: tuve que tomar pastillas para dormir. Las tomo cuando regresan los ataques de ansiedad. Dame un momento, no he desayunado —su hija le da una taza con café y ella abre un paquete de galletas—. Creo que de esta forma me puedo despedir del tema, de ponerlo en pausa. No quiero hablar más. Mañana no voy a subir otro vídeo donde diga “qué creen, encontré tal hallazgo”. No. Ya. Fue suficiente. No quiero más exposición. Fueron horribles estos últimos meses.
—¿Cómo se complicó tu búsqueda?
—Fueron varias cosas, se fueron juntando. Mucha gente no logra entender lo que se vive. La gente romantiza la adopción. La gente cree, porque alguien tuvo el buen corazón de acogerte en su casa y darte un plato de comida durante años, que lo debemos romantizar y lo tenemos que agradecer. Lo que me pasó no tiene nada para ser agradecido o no ser agradecido. Si fui feliz o no fui feliz, no tiene relación con que si me llevo bien con mi familia adoptiva o no. Fui víctima de un delito, por donde se vea. Soy víctima de un delito. Y no soy la única. Hay muchísima gente que tiene la misma historia que la mía, que fueron sustraídos, robados, vendidos a familias. Nosotros, las personas que fuimos adoptadas de manera ilegal, parece que no tenemos justicia. No tenemos voz. No tenemos identidad.
Casi todas las entrevistas que dio Angélica durante los últimos cinco meses terminaban con la misma pregunta: “si encontraras a tus padres, ¿qué les dirías?”, y ella siempre contestaba “decirles cuánta falta me han hecho”. Ahora, su respuesta sería diferente.
—No diría nada, porque no hay nadie. No hay nada. Mi madre no sé enteró o ya se enteró y no quiere conocerme. O ya se murió. Tal vez ya se murió. Pero si se enteró y no quiere conocerme, eso no es culpa mía. Yo ya no tengo por qué cargar con la historia de nadie. Si ella quisiera encontrarme, ya me habría encontrado. Ahora está todo tan a la mano, están las redes sociales, el internet, si una señora hace un vídeo donde diga “estoy buscando mi hija, me la robaron en el 77”, seguramente también se hace viral. Sí me hubiera querido encontrar, ya lo hubiera hecho.
—¿Un video como el tuyo?
—Sí. Pero visto desde ahora, no sabes cuánto me arrepiento de haber hecho ese video, preferiría no haberlo hecho. Lo odio. No lo puedo ver. Odié que la gente estuviera inquiriendo en mi vida, odié que la gente tuviera información mía, odié los comentarios tan negativos por parte de las personas. No estaba lista para recibir hate, no estaba lista para recibir comentarios tan negativos, no estaba lista para verme en la tele, no estaba lista para todos esos mensajes donde se burlaban, mensajes donde intentaban sacarme dinero. En este punto, la verdad, mejor no lo hubiera hecho. Creo que hubiera sido mejor no haberme grabado. Quedé tan expuesta, me sentí demasiado vulnerable ante los demás. Y de esta historia, mi historia, se enteró medio país. Y ahí se va a quedar, para la posteridad, lamentablemente —Angélica termina de fumar el cigarrillo que tiene en sus manos. Mira hacia la pantalla y suspira—. No estaba lista para emprender esta búsqueda. Creo que jamás lo estaré.
JAIR ORTEGA DE LA SANCHA. Reportero de Gatopardo. Premio Punto de Partida 2021 en la categoría Cuento y ganador del XIV Concurso Nacional de Narrativa Elena Poniatowska. Obtuvo mención honorífica en el Premio Punto de Partida 2022 en la categoría Minificción y en el Premio Roche de Periodismo en Salud 2022.
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