Tiene un cuarto de azotea al que llama Chile, en la Ciudad de México, así que va allá a ese espacio de manera constante a ponerse la camisa que más cómoda le resulte para escribir. En Alejandro Zambra, las camisas se vuelven géneros literarios que dan cuenta de una manera de ponerse la piel de los personajes, que a su vez es una manera de vestirse lo mismo que de poeta o novelista.
Un viernes por la mañana, a cinco meses de iniciado el confinamiento en México, escribe (posiblemente desde Chile) un correo electrónico: “Creo que los géneros son camisas que te pones y al comienzo son incómodas, te quedan mal, pero luego las usas y las gastas y ya tienen la forma de tu cuerpo. Quizás es la ropa la que se acostumbra a ti”.
Al final, Alejandro Zambra puede usar la camisa que guste, porque la composición de las telas es la misma. Con ellas o sin ellas, siguen quedando la ternura de las palabras, el tacto humano de sus personajes, y la nostalgia de los años.
El escritor chileno que se ha afincado en este país, presentaría en marzo de 2020 a su Poeta chileno (Anagrama, 2020), una novela que escribió durante los dos primeros años de vida de Silvestre, su hijo, en la que la felicidad por su llegada es evidente a pesar de que los encuentros y desencuentros que suceden en el relato la vuelven tristísima, al grado de que las lágrimas marcan su compás casi cada tercer página.
“Por influencia suya, voy perdiendo el acento, me da por imitarlo. Ser testigo de su adquisición del lenguaje, presenciar su romance con las palabras, con la música, con la risa, ha sido por lejos la experiencia más hermosa y aleccionadora de mi vida. Tengo la sensación de estar aprendiéndolo todo de nuevo”.
«Ser testigo de su adquisición del lenguaje, presenciar su romance con las palabras, con la música, con la risa, ha sido por lejos la experiencia más hermosa y aleccionadora de mi vida».
En esa paternidad está sumergido su Poeta chileno, que es, sin embargo, un libro sobre la “padrastría”, sobre la experiencia de criar a un hijo no biológico. Más allá de las discusiones de la legitimidad que plantea, en él se vive la felicidad. Vicente, un niño al que vemos crecer hasta negarse a cursar la universidad, y Gonzalo, un hombre que cuida de él, le dan sentido a estas palabras: «No hay casa, ni padres, ni amor: / solo hay compañeros de juego».
“La padrastría me parece tan relevante, igual que las paternidades adoptivas. La madrastra o el padrastro enfrentan de plano, de frente, el problema de la legitimidad. En vez de apoyarlos, validarlos, darles crédito, el lenguaje los marca, los mancha, los convierte de antemano en sospechosos. Un padrastro «bueno», ¿qué es, en qué se convierte? ¿En padre? ¿Eso gana? ¿Que le quiten el sufijo peyorativo, como quien consigue que limpien su hoja de antecedentes?”
En Poeta chileno se revela la orfandad de unos personajes que incluso llegando a la página final, la 421, seguirían buscando el cambio en sus relaciones, lo que de a poco les da un latido humano. “El asunto es que un padrastro no confía en otro padrastro, del mismo modo que los hombres no confiamos los unos en los otros. Nos sigue costando la intimidad, nos sigue costando hablar, si estás hecho pedazos y necesitas hablar con alguien, ese alguien en quien confías plenamente, con quien puedes hablar sin reservas, suele ser una mujer. Seguimos compitiendo entre nosotros”, dice Alejandro Zambra
«Zambra puede usar la camisa que guste, porque la composición de las telas es la misma. Con ellas o sin ellas, siguen quedando la ternura de las palabras, el tacto humano de sus personajes, y la nostalgia de los años».
Pero en la novela, la confrontación de personalidades entre Gonzalo, que decide criar a Vicente, y León, su padre biológico, está lejos de remitir a los duelos remotos de caballeros en los que se demostraban las hombrías.
“La padrastría me parece una entrada muy propicia para abordar autocríticamente lo masculino. Me interesa, en la novela, la posibilidad de un diálogo entre esas figuras: el abuelo embarazador compulsivo, el padre separado, infantilizado, irresponsable, el buen padrastro que sin embargo mantiene intacta su capacidad de dañar a los demás, el hijo-hijastro que busca, que intenta algo distinto, porque no quiere parecerse a ninguno de ellos”. Esas son las posibilidades que germinan en el Poeta Chileno, que con su lenguaje incide tiernamente en las tan señaladas paternidades no biológicas.
“Ser madrastra o padrastro o madre o padre adoptivo son experiencias radicales, hermosas y valientes. Por supuesto también admiro a las mujeres que deciden abortar […] y creo que también son valientes quienes deciden no tener hijos, me parece tal vez el camino más sensato de todos. Pero me gustaría que se hablara más de padrastrías, en especial de adopciones, sobre todo considerando lo burocráticos y enrevesados y angustiosos que son esos procesos en casi todo el mundo”.
“Ser madrastra o padrastro o madre o padre adoptivo son experiencias radicales, hermosas y valientes».
Poeta chileno transcurre en cuatro capítulos, y a partir de la mitad de la novela unos seres extravagantes empiezan a hablarnos desde una fiesta, son los poetas chilenos, una familia gigante sin lazos consanguíneos con imitados egos y formalidades que dan cuenta de una hermandad entendida incluso en los rencores, pero sobre todo, en una lealtad al talento.
“Me interesa lo que sucede en las comunidades pequeñas, que buscan respuestas colectivas. Son comunidades que aspiran a crecer, pero también corren el riesgo de convertirse en clubes exclusivos e impenetrables. Aprendemos un metalenguaje y lo hablamos y es divertido y sentirse parte de algo, pero a veces está bueno desaprenderlo, también”.
En esa misma familia coinciden Vicente, que aspira a poeta y Gonzalo, que nunca renuncia a la poesía. “Creo que para Gonzalo la poesía depende más del mito inicial, nacional, masculino y caricaturesco, de la poesía chilena. Vicente también es lector voraz de poesía chilena, pero me parece que es más libre y que esa libertad lo hace, también, más frágil. Pero no quiero clasificarlos mucho. Yo también me pregunto qué pasará con ellos después de la página 421. Quizás en qué andarán”.
«El abuelo embarazador compulsivo, el padre separado, infantilizado, irresponsable; el buen padrastro que sin embargo mantiene intacta su capacidad de dañar a los demás; el hijo-hijastro que intenta algo distinto porque no quiere parecerse a ninguno de ellos».
Este Poeta chileno escrito en México desde Chile, el cuarto de azotea donde se cambia de camisa, delata que Zambra utilizó la del poeta y la del novelista, aunque para ser justos, los versos son autoría de Vicente y de Gonzalo.
“Yo los escribí, pero no son míos… Escribir los poemas de los personajes me ayudó a conocerlos, una de las primeras cosas que supe sobre la novela fue que los lectores tendrían acceso a los poemas de los personajes. Recién cuando los escribí, en todo caso, tuve la sensación viva de que conocía a los personajes. El único poema que siento más mío es ese que sale hacia el final, ‘Garfield’, porque hace como veinte años intenté escribir un poema parecido, pero tampoco habría conseguido escribirlo ahora sin la mediación del personaje, sin ese desplazamiento. Se lo debo a Gonzalo”.
Alejandro Zambra no es alguien a quien los libros demasiado afirmativos le interesen, incluso si está de acuerdo con ellos. Su Poeta chileno lejos de condenar, sugiere. “La idea tradicional de heroísmo me interesa mucho menos que el heroísmo subterráneo, discutible”. Desde Chile, en la Ciudad de México, el escritor sigue poniéndose en duda, autocriticándose. “La literatura sirve para ponerlo todo patas arriba, para ponerse uno mismo entre paréntesis. Para verse uno mismo en la multitud”.