Walter Astrada: Relatos de dolor y de belleza • Gatopardo

Relatos de dolor y de belleza

Así es la vida de Walter Astrada, uno de los fotoperiodistas más reconocidos de Latinoamérica.

Tiempo de lectura: 10 minutos

Pero, ¿qué había ganado con esa excursión? ¿Qué había traído de su viaje? Nada, se dirá. Nada, enhorabuena, a no ser por una linda mujer, que, por inverosímil que parezca, le hizo el más feliz de los hombres. Y en verdad, ¿no se daría por menos que eso la vuelta al mundo?

[Fragmento de La vuelta al mundo en 80 días de Julio Verne, 1872]

Argentina, 17 de septiembre de 1974. Walter Astrada nació en medio de un país convulsionado por el reciente regreso de Juan Domingo Perón a la presidencia, después de casi dos décadas. Hasta los 13 años vivió en Entre Ríos, luego se mudó con su familia a Buenos Aires, donde estuvo radicado hasta los 24 años.

«The Journey» / Fotografías cortesía de Walter Astrada

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“Es un groso, mirá”, Lucas Alascio, que cultiva el mismo oficio que Astrada, acerca de dos publicaciones de la World Press Photo que tienen señaladores en las páginas donde están las fotos del encomiado. Una en Guatemala y las otras en Kenia.

Unos minutos después, cuando se despierta de su siesta, el fotógrafo aventurero se sienta con los pies descalzos en la mesa que está a poca distancia de la ventana que da al boulevard. La luz le alumbra sólo un costado del cuerpo. Unos minutos después, al decidir quedarse un buen rato sentado ahí, se repantinga buscando mayor comodidad; sentado sobre uno de sus pies, dobla la rodilla hacia un costado y se encorva abstraído en su celular, que empuña con ambas manos. Hace cinco años, cuando se rompió los ligamentos cruzados de una de sus rodillas, aprovechó la extensa recuperación postquirúrgica para ultimar los detalles de su viaje en moto, que empezó el 1 de mayo de 2015 al salir desde Barcelona.

Para llevar casi cuatro años viajando por el mundo, su equipaje es ligero. “Si quisiera tener una mansión tal vez debería haber seguido trabajando para alguien”, se justifica en tono socarrón. Trabajó sólo dos años en La Nación (Argentina) y renunció porque “quería contar historias con mis fotos y en los diarios hay poco margen para hacer eso”. Los contactos que hizo durante esos dos años fueron vitales para que después trabajara para la Associated Press (AP) y, paulatinamente desde entonces, pudiera ejercer de manera independiente.

—¿Qué distingue a tu método de trabajo?

—La diferencia con otro tipo de trabajo de fotoperiodismo es el tiempo, bolo—. Astrada no vive en Argentina hace unos 20 años, sin embargo, todavía tiene muletillas propias del habla de su país natal. —Si vos vas dos días a un lugar tenés una impresión, si vas cinco días tenés otra y si vas un mes tenés otra. Al final, con más tiempo de trabajo te sumergís y terminás teniendo otro conocimiento sobre los temas que laburás.

Por momentos balbucea mientras habla y se torna imposible entender lo que dice. Es mejor no presionarlo, su actitud evidencia que no está acostumbrado a ser el protagonista de las historias, al contrario, su virtud pasa por saber contar las de otros y otras, como en su proyecto sobre la violencia contra las mujeres, en el que trabajó muchos años y en todos los continentes. En sus páginas de internet —su viaje por el mundo tiene su sitio web particular— define a su modo de trabajar como “de proyectos a largo plazo”. Entre ellos, se destacan el actual, «The Journey», el mencionado sobre la violencia contra las mujeres y uno que emprendió en conjunto con otros fotógrafos, en doce países, sobre la Esclerósis Múltiple (EM).

«The Journey» / Fotografías cortesía de Walter Astrada

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Rusia, 17 de septiembre de 2015. El lago Baikal es una excelsa masa de agua dulce ubicada en la región de Siberia, donde la mayor parte de la flora y la fauna son autóctonas. El fotógrafo aventurero está solo, pero no se priva de una modesta celebración haciendo honores a la gastronomía distintiva del lugar. Frena la marcha y se pide un omul, pescado típico del lago y sus ríos tributarios, que como plato se prepara ahumado y se sirve por todas partes en forma de filet. Acompaña el omut ahumado con una cerveza rubia, a la salud de sus flamantes 41 años.

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—No fue una idea mía, en ese momento yo estaba terminando el proyecto de violencia contra las mujeres y tenía una muestra en el Festival de Fotoperiodismo de Perpignan. Se me acercó una señora –Marilyn– y me dijo que tenía un proyecto para mí sobre esclerosis múltiple. Ahí me di cuenta que sabía muy poco sobre el tema, y que se sabía muy poco en general. Se me ocurrió que lo mejor era que lo hiciéramos varios fotógrafos, porque si lo hacía solo iba a terminar siendo muy parecido todo y no lo iba a cerrar nunca, había que fotografiar doce países.

Walter se encargó de cubrir Bielorrusia, Irlanda e Italia. Recuerda que en el país del Reino Unido la proporción entre neurólogos y pacientes diagnosticados con EM es muy baja. “Hay muy pocos profesionales”, comenta mientras tamborilea en la mesa con unos dedos cargados de anillos, todavía con la luz solar abrillantando la mitad de su silueta. El resultado de la labor fotográfica que realizó con cuatro colegas fue a iniciativa de la Plataforma Europea de Esclerosis Múltiple bajo el título de Under Presure Project (Proyecto Bajo Presión).

En ningún momento se saca los anteojos, por ratos se queda en silencio a la mitad de un relato, como si necesitara revisar las imágenes que sólo pudo capturar con su retina, sea porque no quiso o no pudo registrarlas con su máquina. Aunque en esos lapsos se le pierde la mirada, da la sensación que jamás desenfoca. Cuando retoma, mira fijo a los ojos y, aunque primero masculla sin mucha claridad, la firmeza de su vista sirve como advertencia de que empezará a enunciar de nuevo, ahora más ordenado, lo que venía narrando.

«The Journey» / Fotografías cortesía de Walter Astrada

—¿Ya habrá tenido esa determinación en la mirada cuando todavía era mecánico de aviones en sus años de juventud, antes de dedicarse de lleno a la fotografía? ¿O acaso la fue forjando con el paso de los años, los trabajos, los reconocimientos, los puntos de vista y los kilómetros recorridos?

—Había hecho un proyecto en Dominicana que era sobre la población haitiana ahí, que es muy maltratada, y cuando me mudé a España estaba viendo qué otro proyecto encarar—. Reactualiza la anécdota que ya contó en una entrevista que cedió a la Fundación Alexia en 2012.—Un día estaba leyendo el diario y había una nota sobre que Médicos Sin Fronteras estaba operando a mujeres que habían sido violadas en la guerra civil de Liberia, me llamó la atención. Pero, en el mismo diario había otra nota sobre el feminicidio de una chica en España. Lo típico: siempre buscamos los temas afuera cuando los tenemos a nuestro alrededor. Entonces pensé que tal vez lo podía hacer en España.

De esa idea larval al proyecto que luego lo catapultó como uno de los fotógrafos contemporáneos más reconocidos hubo un extenso camino. De hecho, no empezó en España sino en Guatemala.

—Mi pareja de entonces trabajaba en un área de Género del gobierno de Cantabria. Cuando le comenté mi idea se ofreció a traerme documentos sobre distintos lugares; de repente tenía la mesa llena de informes, bolo. Se me ocurrió que si agarraba un país en cada continente, con diferentes tipos de violencia en cada uno, podía hablar del tema de una forma global. Y eso hice —reafirma otra vez fijando la mirada—. Armé un proyecto y lo envié a una beca, no gané pero salí segundo. Tenía poco dinero ahorrado y me fui a Guatemala, que de los cuatro países elegidos era el más fácil para empezar. Hablaba el idioma, no necesitaba traductor, también tenía amigos por haber trabajado en AP (formó parte de la agencia estadounidense en Paraguay y República Dominicana), podía alojarme en sus casas, y económicamente era el país más barato. Yo no tenía mucha plata.

Ya con el proyecto en marcha en Guatemala, Walter volvió a aplicar a la Beca Revela Oleiros, la obtuvo y así consiguió continuarlo. Ganó otras dos becas—Alexia Foundation y Getty Images— en los sucesivos años y así completó el recorrido yendo a la India, la República Democrática del Congo y Noruega (sí, Raúl, en los países nórdicos también hay violencia de género).

«Violence against women» / Fotografías cortesía de Walter Astrada

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Argentina, 17 de septiembre de 2016. Un par de semanas antes, el fotógrafo aventurero decidió visitar a su madre. Estaba enferma y, sin necesariamente interrumpir el proyecto «The Journey», sintió el impulso de regresar a verla. Aunque ella se recuperó, aquel fue su último cumpleaños con ella.

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Cambia de pierna, al parecer, para no acalambrarse. Baja al piso el pie que tenía bajo las nalgas y sube el otro para no dejar de empollar alguna de sus extremidades inferiores. Se ayuda con las manos para mover las piernas y lograr doblar las rodillas, la huella que le ha dejado la rotura de ligamentos cruzados de 2014 es ostensible. Después de la maniobra motriz, otra vez en diagonal a la ventana que da al boulevard, Walter habla más relajado sobre sus comienzos en la práctica fotográfica.

De antemano se sabía, por la entrevista con la Fundación Alexia, que su interés por la fotografía se originó a los 13 años, a poco de llegar a Buenos Aires, cuando sus padres lo llevaron a una manifestación contra el levantamiento militar de los “Carapintadas”, que luego fracasó. Después, Astrada vio unas imágenes de aquella marcha y se conmovió. Confiesa que en aquel momento pensó “si alguien pudo hacerme sentir algo con una foto, quiero hacer lo mismo”.

— Cuando terminé el colegio hice un curso en TEA de fotoperiodismo [TEA es una escuela superior privada de Argentina]. No sabía usar la cámara. Luego, una compañera me propuso que hiciéramos un curso que ofrecía ARGRA (Asociación de Reporteros Gráficos de la República Argentina), fui con el portafolio del año anterior que había hecho en TEA y entré. El profesor que me tocó hacía mucho hincapié en que teníamos que cubrir deportes para aprender, entonces me fabriqué una credencial falsa, del mismo color que la de ARGRA, y comencé a hacer coberturas de varios deportes.

—¿Te hiciste una credencial trucha para entrar gratis?

—Sí, bolo -admite y esboza una sonrisa mientras mete la cabeza al medio de los hombros-. A fines de ese año ARGRA dio pasantías y a mí me tocó en La Nación. Fui quince días y listo. Tuve que seguir trabajando de mecánico de aviones -mueve los dedos al compás del relato-. En mayo del año siguiente empecé a recorrer todos los medios y me decían que me faltaba experiencia, y obvio que me faltaba experiencia si nadie me contrataba. Cuando ya estaba pensando en irme del país, decidí llamar a Don Rypka, que era el editor de La Nación. Le mostré cómo había seguido mi portafolio y me dijo “bueno, si querés te tomo una prueba”.

Sólo estuvo dos años y abandonó el trabajo en el periódico de la familia Mitre. Sacaba fotos, sí. Para un diario importante, sí. Pero no estaba contando historias.

—Renuncié y me fui a Brasil de mochilero. Como cuando estaba en La Nación colaboraba con AP, el que era jefe me dio las direcciones de las oficinas de AP en el continente por cualquier cosa. Fui a la de Bolivia porque se me había roto una cámara, para ver cómo la podía arreglar. Busqué trabajo en el diario La Razón [de La Paz] y me contrataron por unos meses. En ese tiempo me enteré que había una vacante en AP de Bolivia y me presenté, no me contrataron, pero me ofrecieron cubrir dos meses el puesto hasta que llegaran los otros fotógrafos. Al mes me ofrecieron ir a Paraguay y acepté.

«Violence against women» / Fotografías cortesía de Walter Astrada

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Australia, 17 de septiembre de 2017. Aprovechando la política gubernamental de Melbourne de instalar planchas a gas en la vía pública para quienes quieran compartir una comida —como las parrillas en los campings argentinos—, el fotógrafo aventurero comparte una carne vacuna con Inés, una compatriota que conoce hace muchos años, y Pierre, el esposo de ella. Evitando sacralizar el rito, reeditan el asadito argentino en una Oceanía ajena a las peripecias estructurales de las economías nacionales de la periferia. Walter ayuda la digestión con vino tinto.

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El silbido de la pava interrumpe el intercambio. Silvana Schmukler, directora de la escuela de fotografía La Obra, en Olivos, Buenos Aires, aparece para apagar la hornalla. Parece que va a ofrecer mate, pero prefiere no interponerse en la conversación que, como demuestra la grabadora de sonido, está siendo registrada. Se va al patio, donde Lucas está preparando su cámara minutera para una foto. Pronto, él también emprenderá un viaje que aspira a convertirse en una travesía fotográfica, similar a la de Astrada.

Abordo de una Royal Enfield como la que tiene Walter, Alascio partirá en una Volkswagen Transporter modelo 2001, que ha bautizado “Victoria”. Unas horas más temprano, cuando recién se levantaban, Lucas y Walter coincidieron en más que un viaje, un oficio y un espíritu aventurero. Para ambos, sólo las buenas personas pueden contar buenas historias. En otras palabras, opinan que no hay técnica fotográfica de excelencia si se carece de una ética sólida y desinteresada que respalde a quien toma las imágenes.

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Paraguay, 17 de septiembre de 2018. Es un lugar conocido para el fotógrafo aventurero, en Asunción fue donde primero trabajó oficialmente para AP, antes de mudarse a República Dominicana y luego a África. Es una velada entre amigos y viejos conocidos, hace algunos meses empezó la parte del viaje en moto que corresponde a Latinoamérica. 44 años no se cumplen todos los días.

«Violence against women» / Fotografías cortesía de Walter Astrada

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En lugar de ponerse en posición de “hombre de mundo”, que puede hablar con propiedad de lo global porque ha estado en todos los continentes, Walter comenta sus apreciaciones sin que parezcan fetuas de un iluminado. Es parte de una actitud general, también se lo observa al respecto de sus galardones. Si bien los ha obtenido a montones, no los evoca y hasta recrimina que uno se los traiga a colación.

—Yo viví ahí [en África] y claro que hay diferencias, por ejemplo el idioma, pero hay ciudades que funcionan exactamente igual que acá. Terminás teniendo una rutina como la que tendrías en cualquier otro lugar, terminás yendo al supermercado, no es que no hay supermercados -el fotógrafo aventurero, vaya paradoja, habla de rutinas-. África suena exótico, pero para mí no es exótico.

—Claro, las fronteras son ficciones.

—No, no, bolo. Las fronteras son reales, existen. Lo que sí, muchas veces de los dos lados de una frontera hay más cosas en común que con otros lugares de cada país. Por ejemplo, en la frontera entre Pakistán e India hablan el mismo idioma.

—¿Qué cosas en común viste en todos los lugares donde estuviste?

—Hay mucha desigualdad en todos lados. La recreación también es parecida, hay fotos que tengo en el viaje, en ríos, que podrían ser en cualquier parte iguales. También son muy comunes los divertimentos con animales, van variando los animales (caballos, toros, gallos, por ejemplo), pero con la misma lógica de recrearse usando animales.

—¿Alguna vez tuviste miedo?

El fotógrafo aventurero se sonríe y menea la cabeza asintiendo.

—Siempre tuve miedo, pero no es malo eso. El miedo lo que hace es generarnos un estado de alerta en el cuerpo que nos ayuda a salir de una situación complicada. Si sentís miedo, está buenísimo, siempre que evités tener pánico, que no es lo mismo. Porque el miedo te ayuda, te pone alerta, en cambio el pánico te paraliza.

—Si bien todavía es de día, la luz que entra por la ventana ya no golpea con tanto vigor la mitad del cuerpo de Walter que apunta hacia el boulevard. Lucas tiene todo listo en el patio para tomar una foto con su minutera. Entra al comedor junto a Silvana e interrumpe:

—Eh, chango, ¿qué querés escribir una novela? Hace como dos horas que lo tenés a Walter sentado ahí -el ambiente se distiende, esta vez Silvana se anima a convidar un mate-. Vamos a sacarnos la foto con la minutera que ya se nos está yendo la luz.


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