Retiro, la ópera prima de Daniela Alatorre, explora otras formas de feminismo.
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Desde Valle de Bravo, donde está pasando la cuarentena con su familia, la directora que fundó la productora No Ficción junto a Elena Fortes y Cinépolis, y que durante muchos años fue productora general y coordinadora de programación de la selección de documental de Morelia, atiende la llamada.
“Los lugares donde las mujeres encuentran fortaleza y camaradería son en ocasiones en los contextos más inusuales, y esto era justo lo que me interesaba retratar. La experiencia de grupos exclusivamente femeninos es potente y te obliga a cuestionarte qué son estas reuniones, estas prácticas que generan solidaridad, esas que algunas veces se promueven y otras veces se impiden justo porque la compañía femenina es sumamente poderosa. No importa el contexto, los grupos exclusivamente femeninos generan esto”, dice Daniela Alatorre.
Partiendo de que la vida diaria está llena de contradicciones y ambiguedades y que las situaciones no están tan definidas como quisiéramos, Alatorre quiso hacer una película que pusiera al espectador en contacto con estas tensiones en lealtad a su forma de entender el cine documental.
“Lo más interesante fue darme cuenta de que este espacio religioso está lleno de ambigüedad y de contradicciones, porque al mismo tiempo que prevalece un discurso que busca mantener el status quo de la Iglesia, las mujeres que asisten al retiro están viviendo una experiencia de camaradería femenina. Pudiera parecer que al ser contradictorias se anulan, pero no es así, suceden al mismo tiempo y de manera paralela”, dice.
La construcción de lo femenino también sucede en comunidades de mujeres que no necesariamente se nombran así mismas feministas, pero que al final logran el respaldo mutuo. “Es más fácil hablar de feminismo en las ciudades y en las urbes, y más complejo hablar de ello en la interseccionalidad. En el campo hay una necesidad de acompañamiento entre mujeres, de intercambio de experiencias y de ideas, de sentirse en un lugar seguro. Mi pregunta más grande era qué sucedía dentro del retiro, por qué para ellas representaba su espacio de libertad. Quería saber cómo contrastaba ese espacio con lo que viven el resto del año y qué lo convertía en el lugar donde ellas toman aire”, dice.
“Los lugares donde las mujeres encuentran fortaleza y camaradería son en ocasiones en los contextos más inusuales, y esto era justo lo que me interesaba retratar».
Son las voces de estas mujeres las que se escuchan a lo largo de los 70 minutos que dura la cinta, son ellas las que existen.
En una escena Marina dice:
“Ahí no tengo esposo, no tengo hijos, no tengo hermanos, no tengo nada, ahí me quiero yo misma, ahí me quiero yo”.
Alatorre quiso darles un espacio gigante en pantalla a los rostros de las mujeres en el retiro. Resaltar que todas vienen de diferentes lugares, que todas tienen una forma de vivir en sus casa y que, detrás de cada, una hay una historia. Quise dejar espacio para obligar al espectador a imaginar la vida de cada una de ellas fuera del retiro.
Lograr retratar aquello le llevó cinco años. Dos de ellos se reunió en el convento con las protagonistas quienes de alguna manera le facilitaron la entrada al lugar (desde hace más de 15 años van). Sin embargo, pero para los encargados no dejaba de resultar intrusivo el que una cámara enfocara aquel fervor religioso. Poco a poco el director del monasterio le fue cediendo más espacio. El primer año, la dejaron entrar temprano por la mañana y salir por la tarde; para la segunda ocasión en que volvió, pudo quedarse a dormir toda la semana con su equipo en mano y, al tercer año, regresó para hacer algunas tomas de espacios, detalles y figuras religiosas.
“Estando en un lugar en el que hay tanto que filmar y documentar es difícil entender qué es exactamente lo que quieres grabar, y definir de qué se trata la película, pero me mantuve firme en la idea de que aunque ahí había otras muchas películas, la que yo quería hacer era sobre ese espacio inusual de empoderamiento femenino”, dice.
La construcción de lo femenino también sucede en comunidades de mujeres que no necesariamente se nombran así mismas feministas, pero que al final logran el respaldo mutuo.
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Quiso capturar escenas que parecieran sencillas, lugares comunes como el campo, la siembra, que le permitieran abordar la relación que los personajes tienen con la naturaleza sin caer en romanticismos. Y es que desde que Marina y la directora empezaron a convivir, ésta le mostró un mundo hasta entonces desconocido para ella, en el que hasta la mínima manifestación de la naturaleza está sujeta a interpretaciones, una sabiduría que no conocía y quería entender.
“Desde que la conozco, Marina siempre sabía cuando iba a llover por ejemplo, porque los animales empezaban a esconderse. Ella tiene un conocimiento de la tierra muy particular que es de una belleza y de un valor infinito, y siento que hay una pérdida de este conocimiento por la obsesión de ser mujeres educada. Pareciera que existe una jerarquía en la que los conocimientos más intrínsecos del ser humano, de la tierra y del mundo están por debajo de lo intelectual y de lo escrito en las urbes, y no lo están”, dice.
“Ahí no tengo esposo, no tengo hijos, no tengo hermanos, no tengo nada, ahí me quiero yo misma, ahí me quiero yo”.
A través de las diferencias entre Marina, que no cursó la escuela, y Perla, que estudia la preparatoria, se refleja la tensión entre dos mundos en donde pareciera que uno tiene más valor que otro. Alatorre se percató de que no quería ser ella quien impusiera su percepción sobre estas contradicciones (que también suceden en el retiro), en la maternidad y en las relaciones generacionales. “Decidí que era fundamental cederles el punto de vista a ellas y mantener su dignidad. A partir de su punto de vista experimentamos este espacio de confinamiento, las relaciones en el campo y la experiencia de una nueva generación que está tratando de ser diferente. En algún punto me obsesionaba intentar dejar claro cuál era mi opinión de el retiro como directora, pero me di cuenta que no era lo que quería contar y que solo estaba entorpeciendo el proceso para hacer esta película.
La ópera prima que ella quería hacer debía dejar un espacio abierto al espectador, ser ambigua y sutil, no dar nada resuelto. Sugerir esa voz que apuntara a ese discurso que dicta lo que uno tiene que ser y busca establecer de qué se trata la vida. “Una voz constante fuera de la pantalla que podría entenderse como una voz masculina, una voz patriarcal sobre estos grupos de mujeres. Una voz que busca dictar cómo se debe ser”, concluye.