Se dice fácil, pero gracias a la Conabio el mapa de México adquirió millones de capas de información, una por cada especie, cada clima, cada condición de suelo y la interacción entre ellas. Así, capa por capa, la información se volvió transparente y relevante.
Mucho se ha escrito sobre la tragedia de la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (Conabio), me refiero a la decisión de la SEMARNAT de nombrar a un político de Morena como su director ejecutivo y no a un científico, como pedía el Dr. José Sarukhán, quien fue su coordinador nacional hasta el 22 de agosto de este año, día en el que renunció al cargo luego de treinta años al frente de esa institución.
La tarea de la Conabio es generar información sobre el uso y protección de la biodiversidad para los tomadores de decisiones, razón por la cual fue concebida como un órgano descentralizado que dependía de un fideicomiso, y aún más importante, de un órgano intersectorial, enlazando en la toma de decisiones a diez secretarias y al ejecutivo federal. Sin embargo, en 2019, el gobierno de la 4T, que odia la independencia y horizontalidad que implica esa información compartida de manera intersectorial, le dio la primera y casi mortal estocada a la Conabio. El Dr. Víctor Toledo, entonces secretario de Medio Ambiente, la nombró un organismo descentralizado pero dependiente de SEMARNAT, es decir, sin presupuesto propio. Perdió así buena parte de su independencia financiera y del fideicomiso queda solamente la parte privada.
Como lo dijo Jorge Soberón en entrevista para Este País, “la elección de una palabra puede cambiar destinos. En el caso de la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (Conabio), de la decisión entre hacerla ‘desconcentrada’ o ‘descentralizada’ dependen una antena de satélite, una red de cámaras trampa y de micrófonos de monitoreo de fauna, un cuerpo técnico muy sólido, un edificio y una infraestructura de análisis y recopilación de datos que han tomado un cuarto de siglo, la dedicación de cientos de personas y algunos miles de millones de pesos construir”.
Ante este embate, el Dr. Jorge Soberón, quien fue su director ejecutivo de 1992 a 2005, tradicionalmente reservado ante los medios, abrió en 2019 una petición en Change.org dirigida al presidente de México, pidiéndole que salvara a la Conabio. La petición reunió decenas de miles de firmas, ante la impávida mirada del Ejecutivo, que seguro pensó que venían de intelectuales neoliberales, o peor aún, fifís trasnochados. Sin embargo, al ecólogo Víctor Toledo, entonces secretario de Medio Ambiente, sí le pego el desplegado y acusó a la petición de ser falsa y tendenciosa. Sin embargo, sí están en vías de perderse, tanto la antena satelital, como el edificio y el personal; y están amenazados el monitoreo de los organismos, los procesos ecosistémicos y las continuas amenazas ambientales. Hoy en día, a pesar que ya no están actualizadas, lo cual es muy grave en un mundo cambiante, las bases de datos de la Conabio aun son consultadas por cientos de miles de personas al mes.
Pero mis queridos lectores bien informados quizás ya saben todo esto, tal vez lo que no conocen es la visión más personal, más desde adentro, sobre el valor y la historia que hay la Conabio.
Hace 50 años, cuando regresó a México después de su doctorado en 1972, el Dr. José Sarukhán tenía un sueño: hacer del estudio de la ecología en México una ciencia de frontera. Con esta visión de largo plazo, dio clases en la Facultad de Ciencias de la UNAM y formó alumnos a nivel licenciatura y maestría para enviar a los más brillantes a estudiar doctorados en el extranjero. La idea fue desde un inicio fundar un posgrado en Ecología de gran calidad en México y parte del resultado de ese sueño somos nosotros, mi marido, Luis Eguiarte, y yo, junto con varios colegas de la UNAM y de su Instituto de Ecología (INECOL). En 1985 entramos doce estudiantes al doctorado y en 1990 nos graduamos ocho (se perdieron en el camino tres mujeres). Fuimos la primera generación de doctores en Ecología en México, así que somos los nietos académicos del Dr. Sarukhán y al ser parte de este posgrado experimental tuvimos el enorme privilegio de tener, no solo a los mejores ecólogos del país como maestros, sino como amigos y mentores de vida. Uno de ellos, Jorge Soberón Mainero, es clave en esta historia.
Jorge terminó su doctorado en el Imperial College London en 1982, su tesis de doctorado era sobre modelos matemáticos para explicar la distribución de especies basada en cómo ve la propia especie sus recursos y el ambiente. Jorge se convirtió durante nuestro doctorado, no solo en uno de los mejores profesores que hemos tenido, sino en un verdadero amigo, y junto con su esposa Tita, en una especie de padrino de matrimonio, apoyándonos en la difícil tarea de ser papás y estudiantes. Él estaba a cargo de nuestro posgrado y tenía una computadora en su pequeño cubículo donde dedicaba largas horas “a cuadrar el círculo”. Con eso se refería a al hecho de que al ser la Tierra es un elipsoide, los mapas en realidad mienten, pues son proyecciones que se distorsionan al aplanarlas. La obsesión de Jorge desde entonces, mucho antes de la Conabio, era situar a las especies y sus coordenadas en un mapa, es decir, establecer el espacio multidimensional que ocupa una especie.
Mientras Luis y yo estábamos en la etapa del postdoctorado en Michigan y esperábamos a nuestra segunda hija, se fundó la Conabio y Jorge le escribía a Luis emails sobre la grilla, pero también sobre las reuniones que hacia el Dr. Sarukhán en el jardín botánico de la UNAM para convencer a sus colegas de las bondades de esta Comisión, creada para presentarse en la cumbre de Río, por el gobierno de Carlos Salinas. El diseño inicial de la Conabio lo hicieron, además del Dr. Sarukhán, el Dr. Daniel Piñero (nuestro director de tesis doctoral), y el Dr. Rodolfo Dirzo (también extraordinario maestro). Finalmente, Jorge se dejó convencer y aceptó la invitación del Dr. Sarukhán para convertirse en el primer secretario ejecutivo (1992-2005).
La Conabio nació casi sin presupuesto y en una mini oficina prestada. Sus primeros empleados fueron Jorge Larson, Jorge Llorente, Ana Luisa Guzmán y Hesiquio Benítez y su misión inicial era establecer métodos de estudio para la enorme diversidad mexicana. Para lograr esto tuvieron que analizar qué había hecho Australia y Costa Rica con sus sistemas de información geográfica. La idea era aprender a unir la geografía con la información de las colecciones y a raíz de estos ejemplos nació la conceptualización del mandato de la Conabio: informar al país sobre el estado de su biodiversidad y responder las preguntas que le hacía el gobierno sobre especies invasoras y/o en peligro.
En 1994 inició el gobierno de Ernesto Zedillo y con él, Julia Carabias fue nombrada secretaria de Recursos Naturales y Pesca. Desde su oficina recurrió a la Conabio en busca de información sobre estado de los recursos naturales. Como ejemplo importante de esta retroalimentación, en 1998 la Conabio se dio a la tarea de monitorear incendios utilizando datos de satélite en lugar de la información, muchas veces poco creíble o tardía, del delegado forestal local. Lo que ahora resulta fácil con Google Earth, en ese entonces implicó un brinco tecnológico, ya que México no contaba con satélites y la percepción de satélite americana era de uso militar, y por lo tanto, clasificada. La Conabio se las ingenió para obtener un permiso de uso de satélite y Raúl Jiménez decodificó las imágenes, aunque claro que no era en tiempo real. Más adelante se compró una antena especial que recibía datos del sensor Modis, y un programa para traducir esa información, pero para frustración de Jorge, el primer intento no funcionó. Sin embargo, unos investigadores alemanes expertos en información satelital habían llegado a la Conabio como parte de un programa de intercambio y lograron arreglar el software. Con esta tecnología México logro registrar los incendios en la región en tiempo real e informar a Julia Carabias, a los gobiernos locales, e incluso a los centroamericanos sobre los incendios en su territorio. Guatemala incluso mandó a un militar a entrenarse a la Conabio.
La discusión que surgió entonces era si la información generada por esta institución debía ser considerada sensible y confidencial para el gobierno, o si le pertenecía al pueblo de México. Julia Carabias decidió que fuera pública y accesible desde la página de la Conabio.
La siguiente batalla importante fueron los transgénicos, en particular el algodón. Por un lado estaba Greenpeace y por otro Monsanto, y como siempre, Jorge analizó el caso a partir de los datos y no de pasiones políticas. Se desarrolló un software para apoyar las decisiones sobre permisos, permitiendo el cultivo de algodón transgénico con normas muy particulares en zonas fronterizas, lejos de donde hay algodones silvestres, pues no hay otra manera de crecer algodón, ya que suele llenarse de plagas si no se aplican grandes cantidades de pesticidas.
Se dice fácil, pero gracias a la Conabio el mapa de México adquirió millones de capas de información, una por cada especie, cada clima, cada condición de suelo y la interacción entre ellas. Para conseguir esta información se asignaron miles de proyectos a investigadores para estudiar diferentes especies en sus rangos de distribución, y a estas investigaciones de campo se sumaron las colecciones biológicas. Así, capa por capa, la información se volvió transparente y relevante.
Los incendios y los transgénicos son solo dos ejemplos de cómo, a partir de problemas, se generaron datos y se desarrolló teoría sólida que los explicara, para tomar decisiones en beneficio de todos.
La función fundamental de la Conabio es tener el mejor inventario posible de nuestra diversidad, apoyado por datos de expertos en cada especie, y generar predicciones sobre su distribución basadas en la teoría de nicho para proyectar cómo es que esta distribución puede cambiar con le cambio climático.
Tanto el Dr. Sarukhán, como Jorge Soberón siempre entendieron que la información debe de ser clara, transparente y veraz, para que nos permita, no solo hacer ciencia ciudadana o entender los patrones de los que depende la belleza del paisaje mexicano, sino que los tomadores de decisiones puedan hacer lo correcto, lo necesario para manejar y proteger a este riquísimo capital natural.
Sin embargo, es evidente que este no es el interés principal del actual gobierno, que con su decisión de echar a andar el Tren Maya ha demostrado que ve a la naturaleza como algo que está ahí para explotarse y para pasarle encima en aras de un “desarrollo” a corto plazo. Pero quién sabe, siempre está la esperanza de que lo que queda de la Conabio pueda todavía ayudar a que se tomen las decisiones precisas, que no son siempre las más populares.
Este texto fue posible gracias al apoyo de la Fundación Ford.