The Irishman se percibe como la última gran película de mafia
Ya rumbo a los ochenta años de edad, Joe Pesci, Al Pacino y Robert De Niro comparten la pantalla.
El verdadero Frank Sheeran, que inspiró el personaje principal en The Irishman, fue un oficial del sindicato de transportistas al sur de Filadelfia durante los años cincuenta y sesenta. Fue también un colaborador cercano de la mafia italo-americana local, pero era irlandés, por lo que sus ambiciones al interior del selecto club delictivo estaban limitadas, y murió en un asilo en 2003, sin que se supiera mucho sobre él.
Seis meses después se publicó un libro llamado I heard you paint houses. Su autor, Charles Brant, fue un abogado que ayudó a Sheeran a obtener libertad condicional anticipada a los 71 años por problemas de salud, y al final de su vida escuchó de su propia boca una serie de confesiones, entre ellas, algunos de los asesinatos más escandalosos en la historia de la mafia.
Frank Sheeran dijo haber asesinado, entre muchas otras celebridades del crimen, a Jimmy Hoffa, poderoso líder del sindicato del que formaba parte, quién desapareció en 1975 sin que se supiera jamás qué pasó con él. A pesar de que su nacionalidad no le permitió escalar peldaños en el organigrama italiano, si todo lo que el irlandés dijo fuera cierto, entonces sería él, sin lugar a dudas, el mafioso por excelencia.
Según un artículo de Slate , Robert De Niro quiso interpretar el papel de Sheeran desde que descubrió ese libro de confesiones, y fue Netflix quien finalmente accedió a invertir 160 millones de dólares en hacer su sueño realidad. La película inauguró la más reciente edición del Festival de Cine de los Cabos, con la presencia de su protagonista.
The Irishman, dirigida por Martin Scorsese y fotografiada por el mexicano Rodrigo Prieto, asume que todas las atribuciones del irlandés son ciertas y da rienda suelta a la imaginación para escenificarlas una a una y para vincular el poder de estos mobsters a varios de los sucesos más determinantes de la historia de Estados Unidos, entre ellos el asesinato de John F. Kennedy y el escándalo de Watergate, que acabó con el gobierno de Nixon.
Su Frank Sheeran, interpretado por un Robert De Niro cuyos ojos azules son muy difíciles de aceptar, arranca en la primera escena hablando de su muy violento pasado, desde el asilo donde pasó sus últimos años, en una interminable serie de flasbacks que hicieron de ésta la película más cara en la carrera de el director, entre otras razones, por la inversión que implicó rejuvenecer a una serie de septuagenarios de rostros inolvidables, entre los que está el dream team de las películas de mafia, encabezado, además de De Niro, por Al Pacino y Joe Pesci.
En la cinta, Sheeran arranca su camino rumbo a la mafia como el chofer de una empresa distribuidora de carne que le roba cada vez más descaradamente a su jefe, para vender por su cuenta esos cortes de primera. Cuando lo descubren, Bill Bufalino (interpretado por Ray Romano) un abogado de colmillos tan largos como sus brazos, no sólo lo salva de prisión, sino que le presenta a su hermano, Russell, el más poderoso de su apellido, un gángster de alto rango con el que conecta de inmediato y le abre de pronto una nueva fuente de ingresos.
Sin aparente destello de remordimiento, mas que ante la mirada inquisidora de su hija Peggy (interpretada en su versión adulta Anna Paquin), quien desde muy pequeña se da cuenta de las andanzas de su padre, Sheeran empieza a hacer favores oscuros para una creciente cartera de clientes. Quien se le acerca para solicitar sus servicios, lo hace siempre con la frase, “I heard you paint houses”, que es inevitable identificar como la nueva versión de “I’m in construction”, forma en que responden los mafiosos cada que alguien, apantallado por su estilo de vida, les pregunta a qué se dedican, en el clásico The Goodfellas.
A partir de su primer encuentro, Sheeran le profesa a Russell Bufalino, en el cuerpo del enorme Joe Pesci, una lealtad absoluta que no se quebranta ni cuando le pide que trabaje para alguien más. Su nueva misión implica ser una especie de guardaespaldas para Jimmy Hoffa, un líder sindical de la vieja guardia tan acostumbrado al poder y los fondos ilimitados provenientes de cientos de fieles trabajadores, que da órdenes a diestra y siniestra a empresarios y mafiosos por igual, sabiendo que las cumplirán sin protestar. Sin embargo, tras décadas de control, empieza a sentir cerca el fin de su era, y en la voz y los ademanes de Al Pacino, les receta a todos, incluyendo a Sheeran y a los cinéfilos de medio mundo, una sarta de sus ya legendarios gritos, que escena tras escena delatan a un tiempo la desesperación y la necedad de un gángster que se resiste a ver su emporio colapsar.
Tras décadas a su lado, Sheeran construye con sus dos jefes un vínculo profundo, incluso familiar, que devela al más fino estilo de Scorsese, a criminales crueles, cínicos y mordaces, que son antes que todo eso, seres humanos complejos y llenos de matices.
Nadie ha dicho que The Irishman sea la última película de Scorsese y mucho menos la última sobre mafia que se hará dentro o fuera de Hollywood. Sin embargo, así se siente. Al toparse en pantalla con Joe Pesci, Al Pacino y Robert De Niro, ya rumbo a los ochenta años, en un tremendo duelo de actuaciones, uno no puede pensar otra cosa. El Padrino, The Goodfellas, Donnie Brasco y tantas otras parecen estar recibiendo aquí un último homenaje antes de cerrar la cortina.
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