Si el cine es un reflejo de su tiempo y su contexto, Cómprame un revólver es un espejo que va mucho más allá de la superficie para confrontarnos con el México de hoy y, desafortunadamente, con el de mañana.
Es la historia de un padre malherido y adicto al crack que vive y trabaja en algún sitio cercano a Hermosillo, Sonora, donde entre desierto, carretera y no mucho más, es el encargado de cuidar un estadio de beisbol en el que por las noches juega una banda de narcotraficantes.
Él tiene que estar siempre ahí y poner buena cara cuando los hombres de la banda se aparecen en el camper donde vive para contarle entre risas que vienen de matar a un grupo de mujeres que encontraron escondidas en un tinaco Rotoplas. Lejos de mostrar algún destello de remordimiento, llevan puestos sobre los chalecos antibalas, los vestidos que les arrancaron. A él le toca alimentarles el festejo, a pesar de que su esposa y su hija mayor corrieron una suerte similar. La banda se las llevó hace tiempo y desde entonces no ha vuelto a saber de ellas. Si vive, es sólo por su hija más pequeña, que comparte con él el camper en aquel sitio desolado. Ahí ya casi no hay mujeres, porque se llevaron a la mayoría.
El miedo de perder a su chiquita de diez años, la única niña en la zona, lo ha llevado a prohibirle dejarse el cabello largo. La obliga a usar una máscara y un casco de beisbol para salir a jugar y a veces le engancha el pie a una cadena para que no se la lleven. Además, nunca la llama por su nombre. Para él y sus amigos, esta chica se llama “Huck”.
Pero los niños tienen el superpoder de ser felices con lo que tienen y Huck se las arregla para evadir los límites que pretende ponerle su padre, e inventarse junto a sus amigos una serie de artimañas para sobrevivir en el desierto. A modo de los niños perdidos de Peter Pan, o las aventuras de Huckleberry Finn, estos niños sin familia han diseñado caparazones de pasto seco para camuflajearse cuando se sienten en peligro, y una catapulta para atacar a los narcos y recuperar el brazo que le cortaron a su amigo Ángel.
“La película es un homenaje muy extraño a las cosas que me gustaban de niño y a las historias de Mark Twain y Mad Max”, ha dicho el director, Julio Hernández Cordón. Pero sobre todo, es un llamado a los niños de México a resistir. El cineasta guatemalteco-mexicano, nacido en Estados Unidos, eligió a sus hijas de 10 y 14 años para protagonizar la cinta.
“Les dije: vamos a escribir una carta a otros niños sobre lo que se vive en México”, compartió. “Quiero que ellas resistan para que tengan la posibilidad de cambiar las cosas”.
El resto del elenco lo forman actores no profesionales. Quienes aparecen como narcotraficantes son en su mayoría boxeadores, el resultado de un casting que hizo principalmente por Facebook.
“Díganle a sus políticos que ya es hora de legalizar las drogas, porque México ha puesto ya demasiados muertos”, ha dicho en los festivales de Cannes y San Sebastián, donde su película se presentó antes de llegar al Festival de Cine Los Cabos. “El dinero y las armas detrás de todo esto no vienen de México y la violencia sólo va detenerse cuando Europa y Estados Unidos exijan a sus políticos que legalicen”.
Cómprame un revólver es una historia donde se mezclan la inocencia y la desolación, la oscuridad y un poquito de esperanza. Una durísima carta donde los adultos tratan de explicarle a los niños el desastre en el que estamos metidos, para ver si ellos nos enseñan la salida.
Más cine en Gatopardo:
Guerra de mujeres, una película de Yorgos Lanthimos
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Cómprame un revólver, una historia de inocencia y desolación, se presentó en Los Cabos.
Si el cine es un reflejo de su tiempo y su contexto, Cómprame un revólver es un espejo que va mucho más allá de la superficie para confrontarnos con el México de hoy y, desafortunadamente, con el de mañana.
Es la historia de un padre malherido y adicto al crack que vive y trabaja en algún sitio cercano a Hermosillo, Sonora, donde entre desierto, carretera y no mucho más, es el encargado de cuidar un estadio de beisbol en el que por las noches juega una banda de narcotraficantes.
Él tiene que estar siempre ahí y poner buena cara cuando los hombres de la banda se aparecen en el camper donde vive para contarle entre risas que vienen de matar a un grupo de mujeres que encontraron escondidas en un tinaco Rotoplas. Lejos de mostrar algún destello de remordimiento, llevan puestos sobre los chalecos antibalas, los vestidos que les arrancaron. A él le toca alimentarles el festejo, a pesar de que su esposa y su hija mayor corrieron una suerte similar. La banda se las llevó hace tiempo y desde entonces no ha vuelto a saber de ellas. Si vive, es sólo por su hija más pequeña, que comparte con él el camper en aquel sitio desolado. Ahí ya casi no hay mujeres, porque se llevaron a la mayoría.
El miedo de perder a su chiquita de diez años, la única niña en la zona, lo ha llevado a prohibirle dejarse el cabello largo. La obliga a usar una máscara y un casco de beisbol para salir a jugar y a veces le engancha el pie a una cadena para que no se la lleven. Además, nunca la llama por su nombre. Para él y sus amigos, esta chica se llama “Huck”.
Pero los niños tienen el superpoder de ser felices con lo que tienen y Huck se las arregla para evadir los límites que pretende ponerle su padre, e inventarse junto a sus amigos una serie de artimañas para sobrevivir en el desierto. A modo de los niños perdidos de Peter Pan, o las aventuras de Huckleberry Finn, estos niños sin familia han diseñado caparazones de pasto seco para camuflajearse cuando se sienten en peligro, y una catapulta para atacar a los narcos y recuperar el brazo que le cortaron a su amigo Ángel.
“La película es un homenaje muy extraño a las cosas que me gustaban de niño y a las historias de Mark Twain y Mad Max”, ha dicho el director, Julio Hernández Cordón. Pero sobre todo, es un llamado a los niños de México a resistir. El cineasta guatemalteco-mexicano, nacido en Estados Unidos, eligió a sus hijas de 10 y 14 años para protagonizar la cinta.
“Les dije: vamos a escribir una carta a otros niños sobre lo que se vive en México”, compartió. “Quiero que ellas resistan para que tengan la posibilidad de cambiar las cosas”.
El resto del elenco lo forman actores no profesionales. Quienes aparecen como narcotraficantes son en su mayoría boxeadores, el resultado de un casting que hizo principalmente por Facebook.
“Díganle a sus políticos que ya es hora de legalizar las drogas, porque México ha puesto ya demasiados muertos”, ha dicho en los festivales de Cannes y San Sebastián, donde su película se presentó antes de llegar al Festival de Cine Los Cabos. “El dinero y las armas detrás de todo esto no vienen de México y la violencia sólo va detenerse cuando Europa y Estados Unidos exijan a sus políticos que legalicen”.
Cómprame un revólver es una historia donde se mezclan la inocencia y la desolación, la oscuridad y un poquito de esperanza. Una durísima carta donde los adultos tratan de explicarle a los niños el desastre en el que estamos metidos, para ver si ellos nos enseñan la salida.
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Cómprame un revólver, una historia de inocencia y desolación, se presentó en Los Cabos.
Si el cine es un reflejo de su tiempo y su contexto, Cómprame un revólver es un espejo que va mucho más allá de la superficie para confrontarnos con el México de hoy y, desafortunadamente, con el de mañana.
Es la historia de un padre malherido y adicto al crack que vive y trabaja en algún sitio cercano a Hermosillo, Sonora, donde entre desierto, carretera y no mucho más, es el encargado de cuidar un estadio de beisbol en el que por las noches juega una banda de narcotraficantes.
Él tiene que estar siempre ahí y poner buena cara cuando los hombres de la banda se aparecen en el camper donde vive para contarle entre risas que vienen de matar a un grupo de mujeres que encontraron escondidas en un tinaco Rotoplas. Lejos de mostrar algún destello de remordimiento, llevan puestos sobre los chalecos antibalas, los vestidos que les arrancaron. A él le toca alimentarles el festejo, a pesar de que su esposa y su hija mayor corrieron una suerte similar. La banda se las llevó hace tiempo y desde entonces no ha vuelto a saber de ellas. Si vive, es sólo por su hija más pequeña, que comparte con él el camper en aquel sitio desolado. Ahí ya casi no hay mujeres, porque se llevaron a la mayoría.
El miedo de perder a su chiquita de diez años, la única niña en la zona, lo ha llevado a prohibirle dejarse el cabello largo. La obliga a usar una máscara y un casco de beisbol para salir a jugar y a veces le engancha el pie a una cadena para que no se la lleven. Además, nunca la llama por su nombre. Para él y sus amigos, esta chica se llama “Huck”.
Pero los niños tienen el superpoder de ser felices con lo que tienen y Huck se las arregla para evadir los límites que pretende ponerle su padre, e inventarse junto a sus amigos una serie de artimañas para sobrevivir en el desierto. A modo de los niños perdidos de Peter Pan, o las aventuras de Huckleberry Finn, estos niños sin familia han diseñado caparazones de pasto seco para camuflajearse cuando se sienten en peligro, y una catapulta para atacar a los narcos y recuperar el brazo que le cortaron a su amigo Ángel.
“La película es un homenaje muy extraño a las cosas que me gustaban de niño y a las historias de Mark Twain y Mad Max”, ha dicho el director, Julio Hernández Cordón. Pero sobre todo, es un llamado a los niños de México a resistir. El cineasta guatemalteco-mexicano, nacido en Estados Unidos, eligió a sus hijas de 10 y 14 años para protagonizar la cinta.
“Les dije: vamos a escribir una carta a otros niños sobre lo que se vive en México”, compartió. “Quiero que ellas resistan para que tengan la posibilidad de cambiar las cosas”.
El resto del elenco lo forman actores no profesionales. Quienes aparecen como narcotraficantes son en su mayoría boxeadores, el resultado de un casting que hizo principalmente por Facebook.
“Díganle a sus políticos que ya es hora de legalizar las drogas, porque México ha puesto ya demasiados muertos”, ha dicho en los festivales de Cannes y San Sebastián, donde su película se presentó antes de llegar al Festival de Cine Los Cabos. “El dinero y las armas detrás de todo esto no vienen de México y la violencia sólo va detenerse cuando Europa y Estados Unidos exijan a sus políticos que legalicen”.
Cómprame un revólver es una historia donde se mezclan la inocencia y la desolación, la oscuridad y un poquito de esperanza. Una durísima carta donde los adultos tratan de explicarle a los niños el desastre en el que estamos metidos, para ver si ellos nos enseñan la salida.
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Cómprame un revólver, una historia de inocencia y desolación, se presentó en Los Cabos.
Si el cine es un reflejo de su tiempo y su contexto, Cómprame un revólver es un espejo que va mucho más allá de la superficie para confrontarnos con el México de hoy y, desafortunadamente, con el de mañana.
Es la historia de un padre malherido y adicto al crack que vive y trabaja en algún sitio cercano a Hermosillo, Sonora, donde entre desierto, carretera y no mucho más, es el encargado de cuidar un estadio de beisbol en el que por las noches juega una banda de narcotraficantes.
Él tiene que estar siempre ahí y poner buena cara cuando los hombres de la banda se aparecen en el camper donde vive para contarle entre risas que vienen de matar a un grupo de mujeres que encontraron escondidas en un tinaco Rotoplas. Lejos de mostrar algún destello de remordimiento, llevan puestos sobre los chalecos antibalas, los vestidos que les arrancaron. A él le toca alimentarles el festejo, a pesar de que su esposa y su hija mayor corrieron una suerte similar. La banda se las llevó hace tiempo y desde entonces no ha vuelto a saber de ellas. Si vive, es sólo por su hija más pequeña, que comparte con él el camper en aquel sitio desolado. Ahí ya casi no hay mujeres, porque se llevaron a la mayoría.
El miedo de perder a su chiquita de diez años, la única niña en la zona, lo ha llevado a prohibirle dejarse el cabello largo. La obliga a usar una máscara y un casco de beisbol para salir a jugar y a veces le engancha el pie a una cadena para que no se la lleven. Además, nunca la llama por su nombre. Para él y sus amigos, esta chica se llama “Huck”.
Pero los niños tienen el superpoder de ser felices con lo que tienen y Huck se las arregla para evadir los límites que pretende ponerle su padre, e inventarse junto a sus amigos una serie de artimañas para sobrevivir en el desierto. A modo de los niños perdidos de Peter Pan, o las aventuras de Huckleberry Finn, estos niños sin familia han diseñado caparazones de pasto seco para camuflajearse cuando se sienten en peligro, y una catapulta para atacar a los narcos y recuperar el brazo que le cortaron a su amigo Ángel.
“La película es un homenaje muy extraño a las cosas que me gustaban de niño y a las historias de Mark Twain y Mad Max”, ha dicho el director, Julio Hernández Cordón. Pero sobre todo, es un llamado a los niños de México a resistir. El cineasta guatemalteco-mexicano, nacido en Estados Unidos, eligió a sus hijas de 10 y 14 años para protagonizar la cinta.
“Les dije: vamos a escribir una carta a otros niños sobre lo que se vive en México”, compartió. “Quiero que ellas resistan para que tengan la posibilidad de cambiar las cosas”.
El resto del elenco lo forman actores no profesionales. Quienes aparecen como narcotraficantes son en su mayoría boxeadores, el resultado de un casting que hizo principalmente por Facebook.
“Díganle a sus políticos que ya es hora de legalizar las drogas, porque México ha puesto ya demasiados muertos”, ha dicho en los festivales de Cannes y San Sebastián, donde su película se presentó antes de llegar al Festival de Cine Los Cabos. “El dinero y las armas detrás de todo esto no vienen de México y la violencia sólo va detenerse cuando Europa y Estados Unidos exijan a sus políticos que legalicen”.
Cómprame un revólver es una historia donde se mezclan la inocencia y la desolación, la oscuridad y un poquito de esperanza. Una durísima carta donde los adultos tratan de explicarle a los niños el desastre en el que estamos metidos, para ver si ellos nos enseñan la salida.
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Guerra de mujeres, una película de Yorgos Lanthimos
Cómprame un revólver, una historia de inocencia y desolación, se presentó en Los Cabos.
Si el cine es un reflejo de su tiempo y su contexto, Cómprame un revólver es un espejo que va mucho más allá de la superficie para confrontarnos con el México de hoy y, desafortunadamente, con el de mañana.
Es la historia de un padre malherido y adicto al crack que vive y trabaja en algún sitio cercano a Hermosillo, Sonora, donde entre desierto, carretera y no mucho más, es el encargado de cuidar un estadio de beisbol en el que por las noches juega una banda de narcotraficantes.
Él tiene que estar siempre ahí y poner buena cara cuando los hombres de la banda se aparecen en el camper donde vive para contarle entre risas que vienen de matar a un grupo de mujeres que encontraron escondidas en un tinaco Rotoplas. Lejos de mostrar algún destello de remordimiento, llevan puestos sobre los chalecos antibalas, los vestidos que les arrancaron. A él le toca alimentarles el festejo, a pesar de que su esposa y su hija mayor corrieron una suerte similar. La banda se las llevó hace tiempo y desde entonces no ha vuelto a saber de ellas. Si vive, es sólo por su hija más pequeña, que comparte con él el camper en aquel sitio desolado. Ahí ya casi no hay mujeres, porque se llevaron a la mayoría.
El miedo de perder a su chiquita de diez años, la única niña en la zona, lo ha llevado a prohibirle dejarse el cabello largo. La obliga a usar una máscara y un casco de beisbol para salir a jugar y a veces le engancha el pie a una cadena para que no se la lleven. Además, nunca la llama por su nombre. Para él y sus amigos, esta chica se llama “Huck”.
Pero los niños tienen el superpoder de ser felices con lo que tienen y Huck se las arregla para evadir los límites que pretende ponerle su padre, e inventarse junto a sus amigos una serie de artimañas para sobrevivir en el desierto. A modo de los niños perdidos de Peter Pan, o las aventuras de Huckleberry Finn, estos niños sin familia han diseñado caparazones de pasto seco para camuflajearse cuando se sienten en peligro, y una catapulta para atacar a los narcos y recuperar el brazo que le cortaron a su amigo Ángel.
“La película es un homenaje muy extraño a las cosas que me gustaban de niño y a las historias de Mark Twain y Mad Max”, ha dicho el director, Julio Hernández Cordón. Pero sobre todo, es un llamado a los niños de México a resistir. El cineasta guatemalteco-mexicano, nacido en Estados Unidos, eligió a sus hijas de 10 y 14 años para protagonizar la cinta.
“Les dije: vamos a escribir una carta a otros niños sobre lo que se vive en México”, compartió. “Quiero que ellas resistan para que tengan la posibilidad de cambiar las cosas”.
El resto del elenco lo forman actores no profesionales. Quienes aparecen como narcotraficantes son en su mayoría boxeadores, el resultado de un casting que hizo principalmente por Facebook.
“Díganle a sus políticos que ya es hora de legalizar las drogas, porque México ha puesto ya demasiados muertos”, ha dicho en los festivales de Cannes y San Sebastián, donde su película se presentó antes de llegar al Festival de Cine Los Cabos. “El dinero y las armas detrás de todo esto no vienen de México y la violencia sólo va detenerse cuando Europa y Estados Unidos exijan a sus políticos que legalicen”.
Cómprame un revólver es una historia donde se mezclan la inocencia y la desolación, la oscuridad y un poquito de esperanza. Una durísima carta donde los adultos tratan de explicarle a los niños el desastre en el que estamos metidos, para ver si ellos nos enseñan la salida.
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Si el cine es un reflejo de su tiempo y su contexto, Cómprame un revólver es un espejo que va mucho más allá de la superficie para confrontarnos con el México de hoy y, desafortunadamente, con el de mañana.
Es la historia de un padre malherido y adicto al crack que vive y trabaja en algún sitio cercano a Hermosillo, Sonora, donde entre desierto, carretera y no mucho más, es el encargado de cuidar un estadio de beisbol en el que por las noches juega una banda de narcotraficantes.
Él tiene que estar siempre ahí y poner buena cara cuando los hombres de la banda se aparecen en el camper donde vive para contarle entre risas que vienen de matar a un grupo de mujeres que encontraron escondidas en un tinaco Rotoplas. Lejos de mostrar algún destello de remordimiento, llevan puestos sobre los chalecos antibalas, los vestidos que les arrancaron. A él le toca alimentarles el festejo, a pesar de que su esposa y su hija mayor corrieron una suerte similar. La banda se las llevó hace tiempo y desde entonces no ha vuelto a saber de ellas. Si vive, es sólo por su hija más pequeña, que comparte con él el camper en aquel sitio desolado. Ahí ya casi no hay mujeres, porque se llevaron a la mayoría.
El miedo de perder a su chiquita de diez años, la única niña en la zona, lo ha llevado a prohibirle dejarse el cabello largo. La obliga a usar una máscara y un casco de beisbol para salir a jugar y a veces le engancha el pie a una cadena para que no se la lleven. Además, nunca la llama por su nombre. Para él y sus amigos, esta chica se llama “Huck”.
Pero los niños tienen el superpoder de ser felices con lo que tienen y Huck se las arregla para evadir los límites que pretende ponerle su padre, e inventarse junto a sus amigos una serie de artimañas para sobrevivir en el desierto. A modo de los niños perdidos de Peter Pan, o las aventuras de Huckleberry Finn, estos niños sin familia han diseñado caparazones de pasto seco para camuflajearse cuando se sienten en peligro, y una catapulta para atacar a los narcos y recuperar el brazo que le cortaron a su amigo Ángel.
“La película es un homenaje muy extraño a las cosas que me gustaban de niño y a las historias de Mark Twain y Mad Max”, ha dicho el director, Julio Hernández Cordón. Pero sobre todo, es un llamado a los niños de México a resistir. El cineasta guatemalteco-mexicano, nacido en Estados Unidos, eligió a sus hijas de 10 y 14 años para protagonizar la cinta.
“Les dije: vamos a escribir una carta a otros niños sobre lo que se vive en México”, compartió. “Quiero que ellas resistan para que tengan la posibilidad de cambiar las cosas”.
El resto del elenco lo forman actores no profesionales. Quienes aparecen como narcotraficantes son en su mayoría boxeadores, el resultado de un casting que hizo principalmente por Facebook.
“Díganle a sus políticos que ya es hora de legalizar las drogas, porque México ha puesto ya demasiados muertos”, ha dicho en los festivales de Cannes y San Sebastián, donde su película se presentó antes de llegar al Festival de Cine Los Cabos. “El dinero y las armas detrás de todo esto no vienen de México y la violencia sólo va detenerse cuando Europa y Estados Unidos exijan a sus políticos que legalicen”.
Cómprame un revólver es una historia donde se mezclan la inocencia y la desolación, la oscuridad y un poquito de esperanza. Una durísima carta donde los adultos tratan de explicarle a los niños el desastre en el que estamos metidos, para ver si ellos nos enseñan la salida.
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